Comentarios desactivados en Máximo compromiso, máxima confianza.
Mt 9,36 – 10,8
«A estos doce envió Jesús»
Todo empezó con los doce. Luego fueron setenta y dos, luego muchos más, luego se fueron congregando en torno a los Testigos para sentirse “comunidad” y confortarse mutuamente. No tenían templos y se reunían en sus casas para celebrar “la cena del Señor”, para leer las recopilaciones que iban surgiendo en torno a los hechos y dichos de Jesús y atender las necesidades de los pobres: «Nadie consideraba lo que tenía como propio … de manera que no había entre ellos ningún indigente».
Y aunque eran perseguidos, encarcelados y martirizados, su forma de vivir resultaba contagiosa y no cesaban de crecer. Luego vino Constantino, el poder, el boato… y los que antes eran perseguidos se convirtieron en perseguidores. Mejor dicho, fueron sus prebostes los que se convirtieron en perseguidores y cometieron mil tropelías, pero la fuerza del Espíritu siguió actuando sobre la gente y suscitando personas dedicadas a hacer el bien; dispuestas a servir y a ayudar como nunca ninguna otra organización humana lo haya hecho. Y dieron (y siguen dando) fruto abundante.
Y así, a lo largo de los siglos, generación tras generación, se ha ido creando una larga cadena que ha mantenido vivo el espíritu de Jesús hasta nuestros días. A ella debemos su conocimiento, y ahora es nuestro turno de responder a lo recibido. De nosotros depende que su espíritu siga guiando la vida de los hombres o se convierta en algo del pasado. Porque si los cristianos renunciamos a nuestras señas de identidad, si dejamos de tirar del pelotón y nos situamos cómodamente a la cola del mismo, si dejamos todo a la acción del Espíritu y olvidamos que somos colaboradores necesarios del proyecto de Dios, nuestra razón de ser como cristianos habrá perdido todo su significado en el mundo.
Es habitual entender la condición de cristiano como privilegio, pero es mucho más raro entenderla como compromiso. Un compromiso difícil de entender sin calibrar la enorme trascendencia del proyecto en el que estamos embarcados; sin sentirse parte integrante del proyecto de Dios… Pero asumir el compromiso no nos resulta hoy nada sencillo, porque nuestro espíritu ilustrado nos empuja con fuerza a relativizar la importancia de Jesús en la historia de la humanidad; a reducir su papel al de un maestro de sabiduría como tantos otros que ha habido en el mundo.
Es ese mismo espíritu el que está también socavando nuestra fe; y sin fe, carecemos del estímulo necesario para comprometernos en mantener viva la cadena… No sé si somos conscientes de que estamos viviendo una época crucial, pues existe el riesgo evidente de que la cadena se rompa justamente por nuestro eslabón; de que Jesús se convierta en mera materia de estudio para gente iniciada y se pierda su espíritu de servicio y perdón; de que nuestros nietos no le conozcan ni signifique nada para ellos.
Como decía Ruiz de Galarreta, el lema del cristiano podría ser: «Máximo compromiso, máxima confianza»… Máximo compromiso con la misión que tenemos encomendada, es decir, con la construcción del Reino… Máxima confianza, porque el compromiso es con nuestra Madre.
Comentarios desactivados en Ovejas descarriadas: una imagen que nos ayuda a mirar el mundo actual y a descubrir nuestra misión.
Mateo 9, 36-10,8
Poco a poco fue aumentando el grupo de personas que acompañábamos a Jesús. Incluso hombres y mujeres, considerados pecadores públicos, venían muchos días y se sentaban cerca para escucharle.
– ¿A qué vienen?, se preguntaban algunas personas. ¿Por qué han caminado durante horas o días, si Jesús no es médico, ni es rico, ni tiene nada que ofrecerles?
Pronto descubrieron la respuesta. Jesús, miró con calma a la multitud, deteniéndose en cada una de las personas enfermas, tullidas o con harapos, que eran la mayoría. Era una mirada que les devolvía la dignidad.
Después, comenzó a hablar. Recuerdo que dijo algo así: Sois como ovejas que no tienen pastor. Estáis abandonadas a vuestra suerte y extenuadas. Camináis de un sitio a otro, buscando trabajo, seguridad, y reconocimiento, pero el pueblo os señala con el dedo, os culpabiliza y os empuja lejos, para no veros ni oíros. Yo soy el buen pastor. Os envío a las ovejas descarriadas de Israel.
No nos explicó quiénes eran esas ovejas a las que nos enviaba. Se oyó un murmullo de gente que, por aquí y por allá, fue nombrando en voz alta a quienes consideraban descarriados: ¡Los que no cumplen la Ley! ¡Los extranjeros! ¡Pecadores! ¡Prostitutas! ¡Samaritanos!…
Yo pensé que se equivocaban. Que las ovejas descarriadas son las autoridades romanas, que vienen durante un tiempo a gobernar Israel, gozan de todos los privilegios, se enriquecen y se vuelven a Roma, sin preocuparse por la situación en la que queda el pueblo judío. Algo semejante ocurre con las legiones que traen.
Pensé que también está descarriada la casta de sacerdotes que se ha apoderado del Templo y somete al pueblo con el temor a Yahvé y el cumplimiento estricto e inhumano de la Torá. Por eso, los sacerdotes se enfrentan a Jesús, una y otra vez, cuando les habla del Abbá, y les recuerda que tiene entrañas de misericordia.
Los cobradores de impuestos también son ovejas descarriadas. La riqueza que obtienen sin trabajar apenas, clama al cielo. No oyen el grito de los que se empobrecen, porque tienen el oído atento al sonido de las monedas que van llenando su bolsa.
También los saduceos están descarriados, porque se venden al mejor postor. Siempre se ponen al lado de quienes detentan el poder, para sacar algún beneficio.
Jesús continuó diciendo: En mi nombre, podéis expulsar los espíritus inmundos que se apoderan de la mente y del cuerpo. En mi nombre, podéis curar toda enfermedad y toda dolencia.
¿Jesús nos enviaba a una misión imposible? ¿Qué podíamos hacer con tantas ovejas descarriadas? ¿Por qué nos enviaba a sanarlas, si esa gente tenía dinero para acudir al médico?
Pero, esa tarde comprendí que las ovejas descarriadas están enfermas de avaricia, viven alejadas del pueblo, y muchos demonios han anidado en su corazón; por ejemplo, el ansia de poder, y la soberbia.
Estábamos acostumbrados a ver cómo, al amanecer, los dueños de los campos enviaban a sus obreros a trabajar en sus tierras: sembraban, quitaban malas hierbas o cosechaban. Jesús nos invitó a trabajar en sus campos, a ser obreros y obreras que cuidaran su mies.
Y nos pidió que trabajáramos gratis.
De nuevo, hubo un murmullo. Se oyó una voz que dijo:
– Nadie trabaja gratis, ¿por qué íbamos a hacerlo nosotros?
Y Jesús respondió:
– Porque todo lo habéis recibido gratis.
Fui mirado a la multitud, observando con atención los rostros y los cuerpos de las personas que le escuchaban. Era evidente que el Maestro se compadecía de esos hombres y mujeres. Me di cuenta, con claridad, que Jesús me enviaba a trabajar gratuitamente, con compasión y misericordia. Que nos enviaba a cada persona que estábamos escuchándole, sentados en torno suyo: hombres y mujeres, mayores y jóvenes, discípul@s y apóstoles.
Solo deseo que el eco de sus palabras atraviese el tiempo y llegue a todas las personas de buena voluntad, hasta los confines del mundo.
La creencia ortodoxa cristiana afirmó durante siglos que “el cristianismo es la única religión verdadera” o que “fuera de la iglesia no hay salvación”, sobre la base de que el uno y la otra habían nacido directamente de Jesús, materializando con ello la “voluntad salvífica” de Dios.
Fue particularmente en el siglo XX cuando, en el campo teológico, se puso sobre la mesa esa cuestión: ¿Realmente Jesús fundó la iglesia? ¿O no fue, más bien -como afirmara en 1902 Alfred Loisy-, que “Jesús predicó el Reino y lo que vino fue la iglesia?”.
El texto del evangelio de Mateo que se lee este domingo no deja lugar a dudas, al afirmar enfáticamente que no vayan a “tierra de gentiles”, sino solo a las “ovejas descarriadas de Israel”.
Esas palabras, como el hecho simbólico de la elección de los Doce -alusión clara a las doce tribus que conformaban el pueblo judío-, parecen mostrar claramente que el proyecto de Jesús se concentraba en lo que podría denominarse la “reconstrucción” de Israel.
Su propuesta parece reflejar su anhelo de reconstruir de nuevo el pueblo, sobre una doble base que quiere ir hasta la raíz misma de la fe bíblica, en consonancia con la mejor tradición profética: la entrega radical a Dios (“Abba”) y el amor servicial a los hermanos. Así se explica que, tanto en su propia existencia cotidiana como en su mensaje, Jesús enfatizara una confianza absoluta y un amor compasivo e incondicional “hasta el extremo”.
Jesús no fundó la iglesia ni quiso iniciar ninguna religión nueva -en cuyo nacimiento tuvo mucho que ver el “genio” religioso de Saulo de Tarso-, sino renovar a su propio pueblo, sobre los fundamentos de la filiación divina y la fraternidad que habría de derivarse de la misma.
Esto no significa, sin embargo, que el mensaje y la misma práctica de Jesús queden encerrados en los límites del judaísmo. Su mensaje -piénsese en las parábolas, el sermón de la montaña y tantos otros dichos- contiene y expresa una sabiduría atemporal, en línea con las más nobles tradiciones sapienciales o espirituales. Y su vida entera es una manifestación nítida de coherencia y autenticidad hasta el final. Todo esto es lo que me hace ver a Jesús como un hombre excepcionalmente sabio, en el sentido más hondo del término: por lo que dice, por lo que vive y porque no hay distancia en él entre lo uno y lo otro.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
01.- Jesús mira al pueblo, a las gentes y las ve extenuadas y abandonadas: “como ovejas sin pastor”.
¿Cómo están –estamos- hoy nuestras gentes, las grandes masas de población? ¿Qué voces escuchamos? ¿Qué pastores conducen nuestros pasos, los planes de educación de los niños, adolescentes, qué criterios rigen la formación de nuestros jóvenes en la universidad? ¿Qué líderes, qué ideologías orientan nuestra sociedad? ¿Qué locutores, presentadores y “tertulianos” crean opinión, ética y movimientos de comportamientos a través de los medios de comunicación?
Tal vez hoy en día también vivimos extenuados y abandonados: “como ovejas sin pastor” o, lo que sería peor, guiados por falsos pastores, por asalariados, que cuando “las cosas vienen mal dadas”, abandonan el rebaño, (Jn 10).
Por desgracia hoy las masas somos conducidas (“duce”) por la dictadura de los “tertulianos”, las “ideologías” y los “wasaps”.
Los políticos no sienten compasión del pueblo, quieren su voto.
La “tertulia” como “lugar teológico” o epistemológico habla y habla sin parar como exhibición de los que intervienen en ella.
La escuela y la universidad se han degradado hasta ser una mera transmisión de datos más o menos científicos.
En muchos momentos se apela a un supuesto personalismo individualista, que en el fondo no es sino una manipulación solapada de las gentes. “Yo pienso como quiero, yo hago lo que me parece, yo me visto como me da la gana”, cuando en realidad, pienso, hago, me visto, compro y actúo como me dictan desde los medios de comunicación, desde la moda, desde la ideología a la que pertenezco.
02.- Jesús siente lástima
Jesús no va de pueblo en pueblo con la pancarta y la megafonía “mitinera” puesta. Jesús no busca los votos y el poder del pueblo. Jesús siente lástima y compasión de las gentes, del pueblo. ¡Cuántas veces se ve a Jesús en los evangelios sintiendo compasión.
Cristo en el evangelio de hoy y en otros momentos se presenta como Buen Pastor, (Jn 10). Él ama a sus ovejas, él quiere y cuida de sus ovejas de modo que, aunque pasemos por valles oscuros en la vida, vamos tranquilos, su cayado nos sostiene (salmo 22). Finalmente él da su vida por sus ovejas: él no huye.
Una imagen de esto es el jesuita de la película “La misión“: permaneció en aquella reserva de indios paraguayos hasta el final: murió al frente de su rebaño. Buen pastor fueron Maximilian Kolbe, con gran entrega dio su vida por los suyos. Buenos pastores son los misioneros que van muriendo en sus propias comunidades, buen pastor fue Mons Oscar Romero, Ignacio Ellacuría y sus compañeros, que han dado su vida en medio y por sus comunidades.
Jesús envía a los suyos a ser pastores de la comunidad y anunciar el evangelio del Reino.
Evangelizar es anunciar, sembrar el Reino de los Cielos. Evangelizar es curar enfermos, resucitar muertos por la droga y el odio, limpiar leprosos, arrojar mil demonios ínsitos en nuestra personalidad, luchar contra el tráfico de armas, etc.
Evangelizar es la mediación entre Rusia y Ucrania que en estos momentos está intentando llevar a cabo Matteo Zuppi.
Es curioso que en esta crisis de sacerdotes actual, los obispos –y muchos laicos- se preocupen de que haya misa aquí o allá, pero no nos interesa si nos preocupamos por los enfermos, por la paz y la pacificación, si damos limosna, limpiamos la lepra de la droga, etc.
A un obispo le interesa que el cura diga Misa y haga funerales y alguna que otra boda. Si ese cura siente compasión y visita a los enfermos de su parroquia, o a un encarcelado, o acoge a un emigrante, eso no cuenta, eso lo pueden hacer hasta los laicos.
Pero Jesús no les manda a los doce como vicarios episcopales para tal cargo o como párrocos de determinadas parroquias.
Jesús dice: Sentid compasión, curad, sanad.
Y además hagámoslo gratis. Lo que hemos recibido gratis, démoslo gratis: gracia: como don de Dios.
En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).
Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables.
*
Pablo VI, Audiencia general del 10 de mayo de 1967,
Paz a vosotros, mis amigos,
que estáis tristes y abatidos
rumiando lo que ha sucedido
tan cerca de todos y tan rápido.
Paz a vuestros corazones de carne,
paz a todas las casas y hogares,
paz a los pueblos y ciudades,
paz en la tierra, los cielos y mares.
Paz en el trabajo y en el descanso,
paz en las protestas y en la fiesta,
paz en la mesa, austera o llena,
paz en el debate y el diálogo sano.
Paz en los sueños y retos sociales,
paz en los surcos abiertos de las labores,
paz en la pasión pequeña o grande,
paz a todos, niños, mujeres y hombres.
Paz en las plazas y caminos,
paz en los asuntos políticos,
paz en vuestras alcobas y ritos,
paz en todos vuestros destinos.
Paz luminosa y siempre florecida,
paz que, al alba, se levante viva
y a la noche, nunca muera,
paz para vivir en fraterna armonía.
Paz que abre puertas y ventanas,
paz que no tiene miedo a las visitas,
paz que acoge, perdona y sana,
paz dichosa y llena de vida.
La paz que canta la creación entera,
que el viento transporta y acuna,
que las flores le ponen perfume y hermosura,
y todos los seres vivos con ella se alegran.
Paz que nace del amor y la entrega
y se desparrama por mis llagas
para llegar a vuestras entrañas
y haceros personas nuevas.
Mi paz más tierna y evangélica,
la que os hace hijos y hermanos,
la que os sostiene, recrea y anima,
es para vosotros, hoy y siempre, mi regalo.
¡Vivid en paz, gozad la paz.
Recibidla y dadla con generosidad.
Sembradla con ternura y lealtad,
y anunciadla en todo tiempo y lugar!
Comentarios desactivados en Atráeme en pos de ti, Señor.
Qué pocos son, oh Señor, los que quieren ir detrás de ti; sin embargo, cuántos son los que quieren llegar a ti. Todos desean reinar contigo, pero no sufrir contigo. El que procede guiado por el Espíritu Santo no permanece constantemente en el mismo estado ni progresa siempre con la misma facilidad. Me parece que, si prestáis atención, vuestra experiencia interior confirmará cuanto voy a decir.
Si te sientes presa de la angustia o del disgusto, no debes perder la confianza a pesar de ello; más bien, debes buscar la mano de Aquel que es tu ayuda. Implórale hasta el momento en que, atraído por la gracia, vuelvas a encontrar la rapidez y la alegría de tu carrera. Entonces podrás decir: “Corro por la vía de tus mandamientos, porque me has ensanchado el corazón” (Sal 118,32). Así pues, cuando esté presente la gracia, alégrate de ello, pero no como si estuvieras completamente seguro, como si no debieras perderla nunca. De lo contrario, sólo con que Dios aleje un poco su mano y te retire su don perderás el ánimo y caerás en una tristeza excesiva, más de la que puedes soportar.
Así, en el día en que te sientes fuerte, no te acomodes en un estado de seguridad, sino grita a Dios con el Profeta: “Cuando declinen mis fuerzas, no me abandones” (Sal 70,9). En el momento de la prueba, consuélate y repítete a ti mismo para recobrar el ánimo: “Atráeme en pos de ti, Seńor; correremos al aroma de tus perfumes” (Cant 1,3). Así no disminuirá en ti la esperanza en el momento de la desventura, ni la prudencia en el día de la alegría. Bendecirás al Seńor en todo tiempo y así encontrarás la paz en el centro de un mundo vacilante, una paz inquebrantable, por así decirlo; empezarás a renovarte y a reformarte a imagen y semejanza de un Dios cuya serenidad dura por toda la eternidad.
Comentarios desactivados en Ya está en la Casa del Padre Enrique de Castro, el cura que decidió vivir “entre la gente mal”
Se nos ha marchado a la Casa del Padre un buen amigo. cuando Jesús, el Nazareno, atrapa, es imposible escaquearse… Descansa en paz, hermano.
“Bien se podría decir que ha sido un hijo de la constitución pastoral Gaudium et Spes”
Muere un hombre nacido, criado y educado entre gente de “la clase bien“. Pero muere, sobre todo, un cristiano y un cura que en determinado momento decidió vivir entre “la gente mal“
Su llegada como cura joven al barrio de Vallecas le puso en contacto con algunos de esos gozos y esperanzas, pero, también, y muy especialmente, con las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de aquella zona, entonces paupérrina, de Madrid
| Jesús L. Sotillo. Sacerdote. Miembro del Foro “Curas de Madrid y Mas”
Me llega a través de Javi Baeza, compañero suyo durante muchos años, la noticia de la muerte del sacerdote Enrique de Castro, a los 80 años de edad. Y desde Religión Digital me piden que escriba algo sobre él. Sólo comparto con quién lea estas líneas mis primeros sentimientos.
Muere un hombre nacido, criado y educado entre gente de “la clase bien“. Pero muere, sobre todo, un cristiano y un cura que en determinado momento decidió vivir entre “la gente mal”.
Un hijo de la Gaudium et Spes
Bien se podría decir que ha sido un hijo de la constitución pastoral Gaudium et Spes, el último de los grandes documentos que, entre dificultades, lograron aprobar la víspera de su clausura los obispos que participaron en el Concilio Vaticano II.
Enrique de Castro López Cortijo, con esos apellidos rimbombantes, hizo suyas las palabras con que comienza este fundamental documento: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuántos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los discípulos de Cristo”.
Su llegada como cura joven al barrio de Vallecas le puso en contacto con algunos de esos gozos y esperanzas, pero, también, y muy especialmente, con las tristezas y las angustias de los hombres y mujeres de aquella zona, entonces paupérrina, de Madrid. Y no pasó de largo asustado y queriendo olvidar lo que había visto, sino que se quedó a remediar parte de esas tristezas y de esas angustias, especialmente las que aquejaban a los jóvenes vallecanos, entre los que empezaba a hacer estragos la droga, primero el cannabis y luego la terrible heroína.
Un buen samaritano
Como el buen samaritano de la parábola del Evangelio de Lucas, se detuvo y se puso a hacer cuando estaba su alcance para sacar de la indigerencia y el sufrimiento a quienes sufrían. Durante años, de mil formas y maneras lo intentó. Y para muchos fue su “salvador“, aunque en otros casos no pudiera remediar sus males, y llorase por ello.
En ese empeño gastó, o mejor dicho, invirtió gran parte de su fecunda vida. Y el esfuerzo y el paso del tiempo fueron agotando sus fuerzas. Últimamente estaba cansado, muy cansado. Y deseaba descansar.
Hoy ya descansa en ese descanso misterioso que es la muerte. Y posiblemente haría suyas las palabras del famoso epitafio de la tumba de Unamuno:
“Méteme Padre Eterno en tu pecho, misterioso hogar. Dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar”.
Sea como sea ese “misterioso pecho“, que en el descanse el inolvidable Enrique de Castro López Cortijo, que “se despojó de su rango” para vivir con los dolientes, buscando el modo de ser alivio para ellos. Muchos son los que le estarán agradecidos. Yo y otros muchos curas, que le conocimos, damos gracias a la Vida por su vida. Es hermoso que haya personas, hombres y mujeres, como él.
Comentarios desactivados en “Tensión conflictiva en la Iglesia”, por José María Castillo, teólogo.
De su blog Teología sin censura:
“La Religión está en declive creciente. Pero este declive no es una desgracia fatal”
“Es un ‘secreto a voces’ que en la Iglesia existe un profundo malestar. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI… En la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad ‘en la Iglesia'”
“En la Iglesia se ha producido una adulteración doble: desplazar el ‘seguimiento’ de Jesús a la ‘espiritualidad’, que es privilegio de selectos”
“Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos: Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles ‘seguían’ a Jesús. Pero ‘no habían renunciado al yo'”
“En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio”
Es un “secreto a voces” que en la Iglesia existe un profundomalestar. Un malestar además que se ha destapado y es motivo de preocupación en los ambientes religiosos y eclesiásticos. Esta situación, desagradable y peligrosa, se ha acentuado con motivo del fallecimiento del expapa Benedicto XVI.
Por supuesto, los dos últimos papas, Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio, han sido y son dos hombres muy distintos. Pero el problema no está en lo que han sido – o son – estos dos hombres. El problema está en lo que ambos representan.
Por supuesto, en la Iglesia, todos los papas representan la suprema autoridad. Pero no olvidemos que, en cualquier caso y sea quien sea, estamos hablando de la suprema autoridad “en la Iglesia”, que se tiene que ejercer “de acuerdo con lo que enseña el Evangelio”. Teniendo siempre en cuenta que, en la Iglesia, nadie puede tener autoridad para vivir o decidir “en contra de lo que enseña el Evangelio”. Por supuesto, en la medida y según las limitaciones inherentes a la condición humana.
Pues bien, esto supuesto, sabemos que Jesús les anunció a sus doce apóstoles, en tres ocasiones (Mc, 8, 31 par; 9, 30-32 par; 10, 32-34 par; J. Jeremias, Teología del NuevoTestamento. Salamanca, Sígueme, pg. 321-331), que en Jerusalén iba a ser condenado a la muerte más baja que una sociedad puede adjudicar: la de un delincuente ejecutado (Gerd Theyssen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, pg. 53).
Ahora bien, a partir del momento en que los discípulos se enteraron de que el final de Jesús se acercaba, y todo aquello acabaría en un fracaso inimaginable, la conducta de aquellos apóstoles tomó un giro inesperado. Sencillamente, los que “siguiendo a Jesús”, habían abandonado todo lo que tenían (familia, trabajo, viviendas…) (cf. Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62), con una generosidad increíble, al ver que aquello llevaba al fracaso más cruel y vergonzoso, sin duda alguna y precisamente por eso, entonces fue cuando aquellos “seguidores” de Jesús se pusieron a discutir cuál de ellos era “el más grande” (meison) (Mc 9, 33-35, cf. 10, 43; Lc 22, 24-27) (cf. S. Légasse, Dic. Ex. N.T., vol.II, 207). Es decir, el que debía tener el máximo poder y tenía que aparecer como el más importante. Jesús, por el contrario, cambia semejante criterio radicalmente: el primero, entre sus discípulos, no ha de ser el más grande, sino al revés: el más pequeño, el que representa lo que es visto como un chiquillo (Mc 9, 37 par).
Pero no es esto lo más importante que enseñó Jesús a sus discípulos y apóstoles. Después del tercer anuncio de la pasión y muerte, cuando estaban ya subiendo a Jerusalén (Mc 10, 32 par), en vísperas del fracaso inminente, “los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan”, tuvieron el atrevimiento descarado de pedirle a Jesús que fueran para ellos los primeros puestos. A lo que Jesús respondió: “No sabéis lo que estáis pidiendo” (Mc 10, 34 par). Y sobre todo, el problema grave es que los demás discípulos se indignaron ante la petición de Santiago y Juan (Mc 10, 41). O sea, todos querían estar situados en los puestos de más importancia.
La respuesta de Jesús fue tajante. Los convocó a todos y les dijo que no podían apetecer lo que apetecen los “jefes de las naciones”. Tenían que apetecer y vivir como “doulei”, como “siervos y esclavos” de los demás (Mc 10, 42-45 par).
En la Iglesia se ha producido una adulteración doble. Ante todo, el Evangelio exigió el “seguimiento” de Jesús, que se realiza en el despojo de cuanto se tiene (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-52). Es decir, no vivir atados a los bienes que nos privan de la libertad, para hacer posible la bondad sin límites. Pero lo que hemos hecho ha sido desplazar el “seguimiento” de Jesús a la “espiritualidad”, que es privilegio de selectos.
Y la otra adulteración – la más determinante en la Iglesia – es la que brotó, ya en los primeros discípulos, cuando Jesús les informó de que tenían que despojarse, no sólo “de lo que cada cual tenía” (dinero, propiedades, casa, familia…), sino además y sobre todo, “despojarse del yo” (Eugen Drewermann). Esto explica por qué cuando Jesús informó a los discípulos – por segunda vez – del final que le esperaba (Mc 9, 30-32 par), aquellos fieles hombres se pusieron a discutir “cuál de ellos era el primero y el más importante” (Mc 9, 34-35 par). A lo que Jesús respondió que, en su proyecto, el que quisiera “ser el primero” tenía que “hacerse como un chiquillo y ser el último” (Mc 9, 33-37 par).
Sin duda alguna, aquellos primeros apóstoles “seguían” a Jesús. Pero aquellos seguidores de Jesús “no habían renunciado al yo”. Es decir, querían seguir a Jesús, pero siendo los primeros, los más importantes, los que mandan. Y la verdad es que, cuando apresaron a Jesús, para matarlo, Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó tres veces y, por supuesto, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron” (Mc 26, 56).
Desde aquel momento, quedaron puestos los pilares de una Iglesia que vive en tensión conflictiva. En el siglo pasado, el papa san Pío X dijo en una encíclica famosa (Vehementer Nos): “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente, el de seguir a sus pastores” (cf. Y. Congar, Ministerios y comunión eclesial, Madrid, Fax, 1973, pg.14).
Así se veía a la Iglesia en los primeros años del siglo XX. Un siglo después – ahora – una Iglesia así es insoportable. En este momento, estamos en el proceso de la transformación que urge recuperar lo que inició, quiso y quiere Jesús, tal como quedó patente en el Evangelio. La Religión está en declive creciente. Este declive no es una desgracia fatal. Es el paso inevitable para que el centro de la vida de la Iglesia no se realice en conflictos clericales, sino en la recuperación del Evangelio.
El canto quiere ser luz.
En lo oscuro el canto tiene
hilos de fósforo y luna.
La luz no sabe qué quiere.
En sus límites de ópalo,
se encuentra ella misma,
y vuelve.
*
Federico García Lorca
***
El Señor ha puesto su mirada sobre nosotros; ha puesto su confianza y su esperanza; el Señor Dios ha hablado y cuenta con nosotros.
Nos pusiste , Señor, en esta tierra,
como luz, como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos encendida
la fe de nuestras lámparas.
Nos dejaste , Señor, como testigos,
como anuncio brillante entre la gente,
a nosotros, tu pueblo vacilante,
tus seguidores de lengua temblorosa.
No te oirán si nosotros nos callamos,
si tus hijos te apartan de sus labios.
no verán el fulgor de tu presencia,
si tus fieles te ocultan con sus sombras.
Fortalece , Señor, nuestra flaqueza,
que tus siervos anuncien tu Palabra;
resuene tu voz en nuestra boca;
que tu Luz resplandezca en nuestras vidas;
que tu fuego sea siempre llama viva en nuestros corazones.
Quiero entrar en el ritmo gozoso de tu Palabra;
quiero encontrar en tu llamada, mi libertad.
Dame tu fe, que rompan los esquemas que me cercan;
Dame tu fe, que entre en la luz de tu camino.
Dame tu fe, para que ame la verdad de corazón.
Aquí estoy , Señor,
desbordado por el sermón de la montaña,
fascinada por tus retos,
desconcertada ante tus exigencias.
Aquí estoy, Señor, apasionado por la utopía,
eres audaz, eres arriesgado en tu mensaje,
eres un imposible al corazón de la persona,
sólo posible en tu Espíritu.
Necesito un corazón pobre, humilde , sencillo,
capaz de firmeza y esperanza,
capaz de buscar tu voluntad y hacerla ley en mi comportamiento.
Un corazón misericordioso, compasivo,
que acoge al que sufre,
que vive en la verdad y la transparencia,
que trabaja por la paz y la justicia.
Jesús, Señor del camino lleno de exigencias, de utopía, de esperanza,
abre mi corazón a tu horizonte,
y alienta mi empeño con tu Espíritu de vida.
Jesús ha puesto su mirada en nosotros
y nos dice que seamos sal y luz de la tierra.
Sal y luz para dar sentido a la vida;
para hacer ver que merece la pena ser vivida
desde el proyecto de Jesús.
*
(De una celebración de las Hijas de la Caridad)
***
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
– “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”
Comentarios desactivados en Ven y sígueme, y te haré pescador de personas.
Salmo en Galicia
—Baltar, Julio de 1952—
Junto al montón de paja de mi vida,
entre el cielo y el mar
y la arboleda oscura donde braman
todas las fieras de la juventud,
he levantado un hórreo sensible
y fiel como una arqueta.
Junto al montón de paja de mi vida
— broza muerta de sol…
Aquí recogeré el mensaje nuevo
de tu boca, Señor: en la frenada
ternura de estos hombres; en el mirlo
huésped de la paloma; en el aliento
de los húmedos bronquios del paisaje;
en la lengua cartuja de esta celda
donde ya estamos solos…
¡Señor, y en la caliente
sangre del mar! ¡en el latido bronco
de este pobre muchacho incomprendido!
En el hórreo fiel nos guardaremos
un volumen reciente de Ejercicios
y los primeros versos
de Fray Juan de la Cruz…
(Sobre esta clara mesa donde escribo
duerme el Conde de Orgaz.
Sobre el benigno corazón del Greco.
…Los sentidos se visten
de negros caballeros, demacrados,
y el deseo se alarga en las antorchas
altas serenamente…
Y en los pontificales
brazos de la Prudencia
y en las manos del alma, casta y joven,
el conde muerto espera tu llamada…)
Aquí recogeré el mensaje nuevo
de tu boca, Señor…
Deshojaremos, juntos, en tu Gracia
la rosa móvil de las estaciones,
y, al fin, me llamarás,
claro, de lejos,
por la ruta del mar iluminada…
¡Al marcharnos, Señor, abrasaremos
toda esta broza muerta de mi vida,
junto a la cual te he levantado un hórreo!
*
Pedro Casaldáliga Palabra ungida,1995
***
Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.” Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”
Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:
– “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
*
Mateo 4,12-23
***
Hay que conseguir desarmarse.
Yo me afané en esa guerra. Durante años y años.
Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado,
Yo no le tengo miedo a nada, porque “el amor ahuyenta el miedo”.
Aplaqué la pretensión de imponerme, de justificarme a costa de los demás,
Yo no estoy en alerta, celosamente aferrado a mis riquezas.
Acojo y comparto.
No me aferro a mis ideas, a mis proyectos.
Si me proponen otros mejores, los acepto con buen ánimo.
O no mejores, más buenos.
Lo sabéis, he renunciado al comparativo…
Lo que es bueno, verdadero, real, dondequiera que sea, es lo mejor para mi.
Por eso, ya no tengo miedo.
Cuando no se posee nada, ya no se tiene miedo.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo?”
Pero si nos desarmamos, si nos despojamos, si nos abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él transforma nuestro pasado ruin y nos restituye a un tiempo nuevo donde todo es posible.
*
Patriarca Atenágoras,
Iglesia Ortodoxa y Futuro ecuménico. Dialogos con Olivier Clément,
Brescia 1995, 209-211
Comenzar un año da la sensación de poder estrenar realidades nuevas, no porque cambien mágicamente las circunstancias, pero sí porque el calendario nos ayuda a tener la experiencia de que algo termina y algo comienza. ¿Qué deseamos que termine? ¿Qué soñamos que comience? A nivel personal cada uno tendrá muchos sueños. Pero a nivel social también podemos compartir muchos otros.
Ojalá termine la injusticia social de nuestro mundo donde la pobreza se agudiza y las condiciones de infrahumanidad se están volviendo normales. Esto no es querido por Dios. La buena noticia del reino anunciado por Jesús supone la transformación de estas situaciones: “Que los ciegos vean, se liberen los oprimidos, se proclame el año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19). Pero esto no se puede hacer realidad sin el compromiso de todos buscando estructuras sociopolíticas que lo hagan realidad. En Colombia estamos estrenando un gobierno que tiene esta intencionalidad de justicia. No es fácil concretarla y mucho menos cambiar una manera de funcionar muy injusta que ha sido la ejercida en toda nuestra historia. Pero sí podemos apoyar todo aquello que favorece a los más pobres, defenderlo y exigirlo. La transformación de la injusticia no se logrará mágicamente ni porque recemos mucho por ello. Será posible si vivimos una ciudadanía activa, capaz de discernir lo que signifique justicia social, apoyándolo decididamente.
Ojalá termine la irresponsabilidad ecológica. Hemos vivido en los últimos tiempos una inclemencia del tiempo muy grande. O lluvias copiosas o calores inaguantables. Y todo se debe al calentamiento global. No somos las grandes potencias que pueden tomar decisiones para impedir que continue el deterioro ambiental, pero si podemos convertirnos en líderes ambientales que, desde nuestras prácticas cotidianas, actuemos de otro modo, y con nuestro testimonio convoquemos a más personas a comprometerse con el cuidado de la creación. En este aspecto el papa Francisco ha hecho un aporte fundamental con la Encíclica Laudato si (2015) donde propone la ecología integral en estos términos: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, para cuidar la naturaleza” (n. 139).
Ojalá terminen los conflictos y las guerras en todas las partes del mundo. La propuesta de “Paz total” del actual gobierno es un horizonte muy propicio para conseguir esta realidad. Lamentablemente más de uno se opone a esta propuesta porque se espera vencer al enemigo por la fuerza y hacerle pagar “con creces” por todos sus delitos. Es normal que se tengan estas expectativas, pero más humano y más cristiano es entender que a los enemigos no se les “vence” sino que se les “convence”. Es decir, solo el diálogo puede lograr la superación de todos los conflictos. En esto también el papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti (2020) nos señala el camino que se espera de la vida cristiana: “La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aún las personas que pueden ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosle la buena batalla del encuentro!” (n. 217).
Ojalá terminen todas las violencias contra las mujeres. Hay violencias físicas, psicológicas, sexuales, simbólicas. Se dan en todos los ámbitos, en los espacios públicos y privados; en la sociedad y en las iglesias. Pero va creciendo la conciencia feminista y cada vez se hace más clara la reivindicación de todos sus derechos porque el respeto a la dignidad de las mujeres es una exigencia ética y cristiana. La praxis de Jesús muestra con creces su manera de ver a las mujeres al convertirlas en sus interlocutoras. Por ejemplo, la mujer sirofenicia dialoga con Jesús sobre el dar las migajas a los perritos, contrarrestando así la postura de Jesús de solo atender a las ovejas perdidas de Israel y consigue cambiarle su visión (Mc 7, 24-30) y después de su resurrección a la primera que se le aparece y le confía el llevar el anuncio al resto de los discípulos es a María Magdalena. Lamentablemente no se ha valorado suficientemente ese protagonismo femenino y por el contrario se le infravaloró, identificando a María Magdalena con la pecadora arrepentida, presentándola como prostituta perdonada por Jesús. Hoy en día esa confusión se ha aclarado, reconociendo en María Magdalena una mujer enferma, curada por Jesús, pero en ningún caso prostituta y, como ya dijimos, depositaria, en primer lugar, de la misión confiada por Jesús a sus discípulos (Jn 20, 11-18).
Ojalá la iglesia clerical y piramidal se vuelva cosa del pasado y vivamos una iglesia sinodal donde laicado y clero participen de manera conjunta y, especialmente, la voz del laicado sea escuchada, valorada y respetada. El Espíritu Santo reside en todos los miembros del Pueblo de Dios y si no se acoge su voz en el laicado la iglesia no puede ser conducida por el Espíritu. Es muy importante que se vaya plasmando esta reforma eclesial porque hemos tomado más conciencia de la urgencia de la misma. Las palabras del papa Francisco al inicio de su pontificado “quiero una iglesia pobre y para los pobres” (Evangelii Gaudium. 2013, n. 198) marca el camino de la reforma y del camino sinodal que estamos procurando.
Podríamos seguir enumerando realidades que quisiéramos que terminen y los deseos que tenemos de un mundo más justo y en paz. Pero lo importante es que cada persona haga su propia lista y comience el año con el compromiso de trabajar por hacerla realidad. El Señor está de nuestra parte y nos llena de bendiciones para vivir a plenitud este nuevo año que gratuitamente nos ha dado.
Comentarios desactivados en “El despojo del “yo” y la exigencia del Evangelio”, por José María Castillo, teólogo
De su blog Teología sin censura:
“Por eso la Iglesia está como está”
Si se lee el Evangelio, con el firme deseo de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo”
Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó, cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían. Todos huyeron y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a Jesús?, “Sí”. ¿Se habían despojado del yo?, “No”
Despojarse del “yo” es lo más necesario y lo más difícil que nos exige el Evangelio. Por eso también es lo más necesario y lo más difícil para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo. Si no asumimos y hacemos nuestra, como tarea fundamental, el despojo del “yo”, no podremos entender el Evangelio. Y mucho menos, vivirlo y hacerlo presente en nuestra vida y en nuestro mundo.
Pero ¿qué quiere decir eso de el “despojo del yo”. Y, sobre todo, ¿por qué semejante “despojo” es tan importante? El Evangelio habla con frecuencia y a fondo del “seguimiento de Jesús”. Los apóstoles tuvieron que “dejarlo todo”: familia, casa, dinero… Todo, hasta quedarse sin nada, como dijo expresamente Jesús (Mt 8, 18-22; Lc 9, 57-62). Y como el mismo Jesús le exigió al joven rico (Mc 10, 17-31; Mt 19, 16-29; Lc 18, 18-30). ¿Qué más se podía pedir?
Muchas veces, he tenido que plantearme yo mismo esta pregunta, que no se me ocurrió a mí. La encontré en un teólogo bien conocido: E. Drewermann, que presenta esta cuestión tan complicada como exigente. Es más, tan importante como necesaria.
Un día, el apóstol Pedro le dijo a Jesús: “Nosotros ya lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mt 19, 27 par.). Sin embargo, si se lee el Evangelio, con el firme deseo de llegar hasta el fondo, pronto se comprende que, ni Pedro ni los demás apóstoles, “lo habían dejado todo”. No. Efectivamente, ¿aquellos hombres lo habían abandonado todo? Sin duda todo, “menos el yo”.
Pero ¿qué quiere decir esto? Y, sobre todo, ¿cómo lo sabemos? Jesús predijo tres veces el trágico final que iba a tener en Jerusalén (Mt 16. 21-28 par; 17, 22-23 par; 20, 17-19). Los apóstoles, que lo “habían dejado todo”, en realidad demostraron – con su conducta – que eso no era verdad. Les quedaba el “yo”. De eso, no se habían despojado.
¿Qué es esto? ¿Cómo se demuestra? Y, sobre todo, ¿qué significa?
Si se leen los evangelios con atención, cualquiera se da cuenta de que, desde el momento en que Jesús predijo, por primera vez, el final trágico que le esperaba en Jerusalén, los apóstoles – “seguidores” de Jesús – se pusieron a discutir cuál de ellos era el “más importante”, el “primero”, el que tenía que “ocupar el primer puesto” (Mt 18, 1-5; Mc 9, 33-37. 42-48; Lc 9, 46-48; 17, 1-2), hasta el extremo de llevar a su propia madre (de los Zebedeos, Santiago y Juan), para que ocuparan los cargos más altos (Mt 20, 21 par). Lo que provocó la indignación de los demás (Mt 20, 24 par). Y con esto, se pone evidencia que allí todos querían estar en lo más alto posible, ser importantes y mandar.
Sin duda alguna, aquellos hombres – los más cercanos a Jesús – se habían despojado de sus casas, sus familias, sus bienes…, de todo, menos de su “yo”. Es el “yo” que sabe, que tiene, que puede, que quiere o no quiere, que se impone y decide siempre lo que más le interesa o piensa que es lo que más le conviene. Por todo esto, se comprende que aquellos “seguidores” de Jesús, cuando llegó la situación más difícil y de más peligro, el “seguimiento” quedó destrozado. Judas vendió a Jesús, Pedro lo negó, cuando Jesús oraba en la agonía, sus “seguidores” dormían. Todos huyeron y lo abandonaron. Aquellos hombres, ¿habían seguido a Jesús?, “Sí”. ¿Se habían despojado del yo?, “No”.
Y lo peor de todo es que el “despojo del yo” sigue tan frecuente, incluso tan violento y tan canalla, como la violenta cobardía que exhibieron los apóstoles de Jesús, en la oscuridad de aquella noche.
Han pasado veinte siglos de lo que ocurrió la noche aquella. Y sin duda alguna, en estos veinte siglos, son incontables las mujeres y los hombres que se han despojado de su propio yo, para salvar la vida o remediar el sufrimiento de los que más sufren en este mundo. Pero desgraciadamente somos una inmensa mayoría los que anteponemos el “propio yo” a lo que piensen, digan o hagan los que lo contradicen o se oponen a él.
Por eso la Iglesia está como está. Si en ella somos legión los que no nos despojamos del “yo”, la bondad y el cariño, que nos debería unir y distinguir (cf. Jn 13, 34-35), se reduce a mera palabrería, que engaña a los ingenuos.
Comentarios desactivados en Comunidades de Base de Andalucía: Comunicado del XXI encuentro de CCB de Andalucía.
Reunidos en el Morche (Málaga), durante los días veinticinco 26 y 27 de noviembre de 2022, creyentes de la iglesia de base de Andalucía (y de otras regiones de España) en el XXI encuentro andaluz de Comunidades Cristianas de Base, en torno a lema “Seguimos caminando con la Humanidad”, hemos consensuado -a modo de declaración pública- el siguiente MANIFIESTO:
1. Inspiradas por las olas de un pacífico y cálido Mediterráneo, que hemos convertido en una gran fosa común, gritamos a nuestra manera, en un gran Círculo de Silencio, que “NO queremos más muertos en el Mediterráneo”, y en ese sonoro grito, resonaron algunos testimonios que rompieron un enmudecedor silencio.
2. Las danzas del mundo que bailamos, fueron y deberían de ser nuestra natural forma de interiorización, de relación y de compromiso y, como tal así lo vivimos y disfrutamos.
3. Con Emma Martínez Ocaña nos adentramos en la necesidad de repensar nuestra fe, preguntándonos ¿Qué Dios? y ¿Qué Cristianismo?… más allá de esas religiones que se distancian, cada vez más, de una verdadera espiritualidad humana y cristiana basada en los relatos de Jesús
4. Vivimos en un sistema capitalista y ecocida que, como decía el Papa Francisco, es un sistema que descarta y que mata la vida.
Nos han anestesiado, hasta tal punto, que no somos conscientes de la plena realidad que nos han secuestrado y que nos imponen como un bloque monolítico de cemento.
Pero ese muro tiene sus grietas y en ellas podemos sembrar semillas de esperanza que tarde o temprano terminarán por resquebrajar ese bloque.
Unas grietas o espacios que ya estamos abriendo desde los movimientos ecologistas, feministas, pacifistas, indigenistas… y otros movimientos que luchan por la igualdad y la justicia social.
En definitiva, que tenemos que ser agrietadoras y sembradoras de esperanza; y para ello, funcionar más con la razón cordial (del cordis), esa que viene del corazón, uniendo mente y corazón y viviendo con pasión esa apertura de grietas y de lucha por la vida.
5. José Arregi nos ayudó a repensar una espiritualidad con o sin religión, no relacionada con un “espíritu” contrapuesto a la “materia”.
Nuestro modo de ver la hondura de la vida, debería hacernos sustituir un ya insostenible paradigma dualista, para irnos con el buen Jesús de Nazaret, más allá de las viejas creencias ritos y normas religiosas
La realidad actual -y las últimas encuestas- demuestran que: a más desarrollo, más decae la religión; una religión que, por otra parte, tiene los días contados.
Sin embargo, el espíritu sigue soplando por donde quiere, ya que -por suerte- al viento no se le puede agarrar, ni al agua se le puede retener.
Seguimos caminando con toda la humanidad.
Por eso, en este encuentro, en el que no hemos olvidado los conmovedores retos que nos presentan la sociedad actual, en la que bajo la inspiración de los valores y talante de Jesús de Nazaret queremos acompañarlos en su crecimiento y humanización.
Seamos agrietadoras del sistema y sembradoras de esperanza.
Un día cualquiera,
cuando menos lo esperas
porque es tanto el tiempo
que llevas soñándolo,
y has previsto todos los detalles
y preparado todos los pasos, sin resultado,
resulta que Él pasa a tu lado.
Un día cualquiera,
en el que repetías, otra vez,
tus costumbres y monotonías
como quien respira sin darle importancia,
resulta que Él levanta la vista,
te ve, te llama por tu nombre,
y se te abre el horizonte…
Tu vida, tan llena y tan vacía,
no te satisfacía;
no acostumbrabas a estar en calles y plazas
y, menos, subido a higueras
que te exponían a comentarios y risas;
pero aquel día rompiste todas las rutinas…
y resulta que Él levantó la vista.
Ya en tu casa,
en la intimidad con quien se había invitado
a hospedarse y comer contigo,
te desahogas, pones sobre la mesa
tus miserias y tus promesas;
y Él levanta la vista,
te mira y te abraza.
Tú te sientes renovado,
con la vida y el destino en tus manos,
y Él levanta los ojos al Padre,
sonríe, le da gracias…
y continúa por otras calles y plazas
en busca de más hermanos y hermanas.
Y tú, no lo retienes
pero te haces discípulo
en tu pueblo, profesión y casa..
Por eso, quizá hoy Él levante su mirada,
nos vea y llame por nuestro nombre
y descubramos todo lo que Dios nos ama,
porque, aunque pecadores, nos quiere en su casa.
El Evangelio se difunde por contagio: uno que ha sido llamado llama a otro. Si he conocido a Jesús y su inmenso amor por mí, el cuidado que tiene de mi vida, intentaré vivir el “sermón de la montańa”, el espíritu de las bienaventuranzas, el perdón, la gratuidad; y la gente que vive a mi alrededor, antes o después, me preguntará: cómo es que vives así? Un estilo de vida que no excluye a nadie, que no rechaza a nadie, que es camino de seguimiento de Jesús, es el primer modo de contagiar a los otros.
Por eso depende de mí, de cada uno de vosotros, que la Iglesia sea cada vez más expresión de la incansable carrera que el Evangelio desarrolla en la historia. Depende de nuestro vivir el Evangelio como don interior que hace la vida bella y luminosa, que hace gustar la paz y la calma en el espíritu. Y es que, desde lo íntimo del corazón, el Evangelio se difunde a la totalidad de nuestra propia vida personal cual fuente de sentido y de valores para la vida cotidiana, y con ello las acciones de cada día se enriquecen de significado, los gestos que realizamos adquieren verdad y plenitud.
Las páginas de la Escritura iluminan los acontecimientos de la jornada, la oración nos conforta y nos sostiene en el camino, los sacramentos nos hacen experimentar el gusto de estar en Jesús y en la Iglesia. Se abre aquí el espacio de una caridad que me impulsa a amar como Jesús me ha amado, y el espacio de la vida de la comunidad cristiana se convierte en lugar de significados y de valores que despejan el camino y de gestos que llenan la vida. Nace la posibilidad de entretejer relaciones auténticas, de crecer en la verdadera comunión y en la amistad.
*
Carlo María Martini, El Padre de todos ,
Bolonia-Milán 1 999, p. 466.
En ocasiones escucho reflexiones, predicaciones, o leo artículos en los que se anima a reformar la Iglesia. Si además la persona que hace este llamamiento pertenece al ámbito protestante, en algún momento repite la archiconocida frase: “Una iglesia reformada, siempre reformándose”. Bien es cierto que en pocas ocasiones indica en qué debe consistir esa reforma, porqué es necesario hacerla, y qué le ha llevado a pensar así. En realidad, en la mayoría de ocasiones, creo que la frase es más bien una muletilla, un elemento de la tradición que sobrevuela el discurso para indicar que se es protestante, que no se es fundamentalista, o que se está a años luz de otras iglesias en las que no hubo reforma.
En Martín Lutero encuentro también esa voluntad de transformación, de reforma de la realidad religiosa en la que estaba inmerso, pero entiendo que esta voluntad tuvo su origen en una experiencia previa de insatisfacción real, no teórica. Lutero tenía una autocomprensión negativa de sí mismo y esto le limitaba y le producía sufrimiento. Desde muy joven le acompañó el temor a un Dios castigador que le exigía una vida de sacrificios interminables. Por eso se dedicó al ayuno, a la autoflagelación, a la confesión constante; aunque nada de todo esto le hizo sentirse reconciliado con Dios.
Siempre hay casos excepcionales, es verdad, pero el de Lutero no lo es, creo que en la mayoría de ocasiones las reformas no surgen de personas que se encuentran cómodas con el sistema en el que viven, sino de las que padecen sus consecuencias negativas. Jamás una persona satisfecha con su iglesia querrá reformarla. Jamás una persona a la que le va bien con la vida que tiene querrá que ésta cambie. Seguro que en algún momento dirán eso de que es necesario reformarse, adaptarse, transformarse… pero serán sólo palabras. La reforma nace de una insatisfacción profunda con el sistema, no de palabras huecas biensonantes.
El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittemberg sus 95 tesis. Por aquel entonces el papa León X quería renovar la Basílica de San Pedro en Roma, y desarrolló una campaña para recaudar fondos mediante la venta de indulgencias. Los compradores recibían a cambio una reducción de sus días de castigo en el purgatorio e incluso el perdón de los pecados. Lutero podría haber colaborado con dicha campaña aunque sus planteamientos teológicos no la vieran con buenos ojos, o podría simplemente haberse callado. Pero al leer algunas de sus tesis encontramos que no fue así:
Tesis 21. “En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa”.
Tesis 22. “De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida”.
Con sus 95 tesis Lutero convierte su insatisfacción en una denuncia. Porque la insatisfacción que es incapaz de denunciar, no puede reformar ninguna iglesia, ni ninguna vida. Hay un momento en el que la experiencia de opresión debe surgir y convertirse en algo real para que el cambio pueda ser posible. Si Martín Lutero se hubiera callado, no estaríamos hablando hoy de reforma protestante. Evidentemente la denuncia situó a Lutero en un lugar peligroso, y él lo sabía, no era un ignorante ni un loco, tenía conocimiento de lo que les había ocurrido a muchos otros reformadores anteriormente. Para que una iglesia pueda ser reformada, para que sea real la petición de una reforma constante, se necesitan personas que denuncien el status quo y que asuman las consecuencias de hacerlo. En iglesias donde todo esto es imposible, donde las voces discordantes son excomulgadas, o donde éstas no se atreven a levantar la voz por cobardía, no hay posibilidad real de reforma. El Espíritu Santo dirige la iglesia hacia la reforma a través de voces proféticas.
Cuando algunos cristianos y cristianas alaban la respuesta de Lutero ante las exigencias del papa León X para que se retractara de 41 de sus 95 tesis: “No puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro actuar contra la conciencia”. Deberían preguntarse si alguna vez se han enfrentado a una situación como esa dentro de la iglesia, y si actuaron como Lutero, defendiendo su conciencia, o como León X, que trató a Lutero como un delincuente, prohibió la posesión o lectura de sus escritos y dio inmunidad a quien lo asesinara. ¿Dónde se alinearon? ¿Con quienes defendían la conciencia o quienes defendían la ortodoxia?
Martín Lutero vivió una experiencia opresiva y levantó la voz para oponerse a lo que él consideraba erróneo e injusto, pero no se quedó ahí. Se atrevió también a hacer una propuesta basada en la tradición bíblica y eclesial, que le liberaba de sus temores al igual que al resto de cristianos. Se atrevió a dejar sin argumentos a quienes utilizaban las condenas y el temor en beneficio propio. Y lo hizo afirmando que la salvación es un regalo de Dios, dado por gracia a través de Cristo y recibido solamente por la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo [1]”. No tenía mucho sentido el sentirse culpable, el vivir atemorizado, condenado… La liberación no se encontraba ni en la Ley ni en los dirigentes de la iglesia, sino en la fe en el Dios de Jesús. Por eso un cristiano no debía tener como sumo juez al papa, sino a Jesucristo y su Palabra en la que se revela su voluntad.
La liberación que supuso la Biblia para cristianos como Lutero es difícil de entender hoy, ya que la ortodoxia evangélica la ha petrificado y puesto al servicio de la opresión. La Biblia ya no es fuente de liberación, sino una ley que está al servicio del capricho del líder de turno que dice poseer la lectura verdadera. Las lecturas fundamentalistas han debilitado profundamente la percepción de la Biblia como lugar de liberación para los seres humanos. Las personas LGTBI somos unas de las danificadas por este proceso diabólico que pretende destruir cualquier autocomprensión positiva que podamos hacer de nosotros mismos, al mismo tiempo que exige una represión de nuestros deseos y un reconocimiento de culpabilidad por ser como somos. Sólo comprando sus indulgencias con mentiras podemos alcanzar la salvación que ellos nos otorgan.
Pero es desde esta situación opresiva desde la que las personas LGTBI podemos convertirnos en profetas que traen una nueva reforma a la iglesia. Una reforma que no nacerá del legalismo, sino de la experiencia y la liberación del texto bíblico de manos de quienes lo están adulterando. Y esto ocurrirá si nos atrevemos, como Martín Lutero y tantos otros reformadores, a levantar la voz denunciando la opresión heteronormativa aunque esto signifique nuestra expulsión de las iglesias que no dejan espacio al profetismo, y que son más sensibles a las lecturas literalistas y las tradiciones homófobas que al dolor que éstas producen. Y si partimos de nuestra experiencia y somos valientes en la denuncia, también podremos encontrar respuestas que dejen sin sentido al poder heteronormativo. En realidad no tenemos que buscar demasiado, ni ser muy originales, porque la Palabra de Dios siempre ha dado vida a quienes la han visto negada, y es por gracia que vivimos los cristianos, por medio de la fe… no por cualquier otra cualidad humana, ni siquiera la heterosexualidad.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios. No por vuestra heterosexualidad, para que nadie se gloríe[2]”.
Las cristianas y los cristianos LGTBI somos una oportunidad de reforma para la iglesia, una oportunidad para curar de heteronomatividad sus discursos, sus lecturas, su praxis. Una oportunidad, ni la primera ni la última, de hacer del evangelio una fuente de liberación para toda la Iglesia.
“Jesús dijo que cualquier cosa que hagas al más pequeño de mis hermanos, me lo has hecho a mí, y esto es lo que he llegado a pensar: que si me quiero identificar plenamente con Jesucristo, quien afirmó que es mi Salvador y Señor, la mejor forma de hacerlo es identificándome con los pobres. Esto, lo sé, irá en contra de las enseñanzas de todos los predicadores evangélicos populares, pero ellos están mal. No son malos, simplemente están en lo incorrecto. El cristianismo no se trata de construir un pequeño nicho totalmente seguro en el mundo donde se pueda vivir con tu pequeña esposa perfecta y tus pequeños hijos perfectos en una casita pequeña y hermosa en la que no tengas homosexuales u otros grupos minoritarios en algún lugar alrededor de ti. El cristianismo se trata de aprender a amar como Jesús amó, y Jesús amó a los pobres y Jesús amó a los quebrantados…”
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