Comentarios desactivados en “Seguir a Jesús”. 2 Tiempo ordinario – B (Juan 1,35-42)
Dos discípulos, orientados por el Bautista, se ponen a seguir a Jesús. Durante un cierto tiempo caminan tras él en silencio. No ha habido todavía un verdadero contacto. De pronto, Jesús se vuelve y les hace una pregunta decisiva: «¿Qué buscáis?», ¿qué esperáis de mí?
Ellos le responden con otra pregunta: Rabí, «¿dónde vives?», ¿cuál es el secreto de tu vida?, ¿desde dónde vives tú?, ¿qué es para ti vivir? Jesús les contesta: «Venid y lo veréis». Haced vosotros mismos la experiencia. No busquéis otra información. Venid a convivir conmigo. Descubriréis quién soy y cómo puedo transformar vuestra vida.
Este pequeño diálogo puede arrojar más luz sobre lo esencial de la fe cristiana que muchas palabras complicadas. En definitiva, ¿qué es lo decisivo para ser cristiano?
En primer lugar, buscar. Cuando uno no busca nada en la vida y se conforma con «ir tirando» o ser «un vividor», no es posible encontrarse con Jesús. La mejor manera de no entender nada sobre la fe cristiana es no tener interés por vivir de manera acertada.
Lo importante no es buscar algo, sino buscar a alguien. No descartemos nada. Si un día sentimos que la persona de Jesús nos «toca», es el momento de dejarnos alcanzar por él, sin resistencias ni reservas. Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y esquemas. No se nos pide que seamos más religiosos ni más piadosos. Solo que le sigamos.
No se trata de conocer cosas sobre Jesús, sino de sintonizar con él, interiorizar sus actitudes fundamentales y experimentar que su persona nos hace bien, reaviva nuestro espíritu y nos infunde fuerza y esperanza para vivir. Cuando esto se produce, uno se empieza a dar cuenta de lo poco que creía en él, lo mal que había entendido casi todo.
Pero lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía él, aunque sea de manera pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que se la daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él. ¿Qué se siente cuando uno trata de vivir así? ¿No es esto aprender a vivir?
Comentarios desactivados en “Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Domingo 14 de enero de 2023. 2º domingo de tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
1Samuel 3,3b-10.19: Habla Señor, que tu siervo escucha. Salmo responsorial: 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 1Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo. Juan 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él
La primera y la tercera lecturas se complementan presentándonos el tema de «la vocación»: la vocación del pequeño Samuel en la primera, y la vocación o el llamado de Jesús a sus primeros discípulos.
El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es la voz de su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta el niño tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, y sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones le parecía haberse despertado en vano. Elí comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.
La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón, para escuchar contemplativamente.
Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día –una noche- a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen con frecuencia de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar la Causa con la que uno vibra, la Causa por la que vivir (que siempre es, a la vez, una causa por la que incluso merece la pena morir).
Pablo, en su carta a los corintios, nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad… En todo momento en cualquier situación debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.
En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de Jesús con los primeros discípulos que elige. Es un texto del evangelio, obviamente simbólico, no un relato periodístico o una “crónica” de aquellos encuentros. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludir, al especificarnos que… “serían las cuatro de la tarde”? Hemos perdido el rastro de lo que pudo tener de especial aquella hora concreta como para que Juan la detalle.
Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas ni vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, «siguen» a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos y Jesús es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscan?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de su grupo de vida. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge sin trabas y los invita nada menos que a venir a su morada y quedarse con él.
Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras, son precisos también los hechos; no sólo teorías, sino también vivencias; no «hablar de» la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo, en su propia carne estremecida de gozo. O sea: una evangelización completa debe incluir una visión teórica, pero sobre todo tiene que ser un testimonio. El evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal. El impacto del testimonio de vida del maestro, conmueve, transforma, convence a los discípulos, que se convierten en testigos mensajeros.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –incluidas las teologías–, por sí solas, no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás– sólo se conmueve ante las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.
En la vida real el tema de la vocación no es tan fácil ni tan claro como lo solemos plantear. La mayor parte de las personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden «elegir su vida», sino que han de aceptar lo que la vida les presenta, y no pocas tienen que esforzarse mucho para sobrevivir apenas. El llamado de Dios es, ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por la sobrevivencia y por conseguirla del modo más humano posible. Este llamado, la «vocación» vivida en estas difíciles circunstancias de la vida, son también un verdadero llamado de Dios, que debemos valorar en toda su dignidad. Leer más…
Comentarios desactivados en 14.1.24. Dom 2 TO. La iglesia nació de disputas entre Juan, Jesús y Pedro (Jn 1, 35-45)
Del blog de Xabier Pikaza:
Por doquier se habla actualmente de disputas de iglesia. (a) Entre el Papa y cardenales/obispos. (b) Entre grupos de poder iglesia: unos más tradicionales, otros que se llaman progresistas.
El hecho que haya discusiones y disputas es bueno. Si no las hubiera, la iglesia estaría muerta.
Juan, Jesús y Pedro fueron duros disputadores: Jesús se aprovechó de los discípulos de Juan (se supone que para bien). Pedro quiso aprovecharse de Jesús e incluso contribuyó a su muerte (pero se duce que fue para bien, pues hubo resurrección). Lo malo no es discutir, sino discutir para la muerte, sin resurrección
| Xabier Pikaza
Texto inicial
Estando Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?». Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis».
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, que era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, encontró primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro)» (Jn 1, 35-45).
Este pasaje se centra en tres personajes centrales: Juan Bautista, Jesús llamado el Mesías, y Simón llamado Pedro. Como amigos les presenta la tradición, pero como amigos discutidores. Aquí me fijaré en dos disputas: La de Juan y sus discípulo con Jesús; la de Jesús con Pedro y sus compañeros.
PRIMERA DISPUTA: JESÚS DISCUTIÓ CON JUAN; LE QUITÓ SE DISCÍPULOS, PERO PARECE QUE FUE PARA BIEN
Jesús tuvo un maestro llamado Juan, a quien le pusieron el sobrenombre de Bautista porque ratificaba su mensaje con un rito de inmersión en el Jordán) como signo de paso a la tierra prometida y de preparación (purificación) para el juicio de Dios. Juan era profeta de frontera, desde el otro lado de la tierra prometida, introduciendo a sus seguidores en el agua del juicio, que sólo Dios puede “dividir”, para que, liberados de sus males pudieran entrar en la tierra santa, recreando el signo de Josué (apertura de las aguas, el paso del río), Dios decida y el pueblo se encuentre preparado para entrar en la tierra prometida (Jos 5).
‒ Juan anuncia y prepara así la llegada del juicio de Dios, simbolizada por el gesto del bautismo, de manera que la tradición le llama Baptistés (=bautizador, bautista). No dice a los penitentes que se bauticen, sino que les bautiza él mismo, mostrando así su autoridad, como enviado de Dios, profeta del fin de los tiempos.
‒ Las señales del juicio de Juan eran hacha, fuego y huracán. Su rito de bautismo retomaba imágenes de dura destrucción, que expresan el fin del mundo viejo para superar así el caos presente, como como si el mundo entero, y en especial la humanidad, debiera renacer, liberándose del abismo de muerte que le amenazaba (Mt 3, 11-12 par), de forma que el hacha-fuego-huracán pudieran convertirse en signo de presencia del Más fuerte ( entendido como Poder superior, a cuya luz quiere ponernos Juan Bautista, superando así la maldición de muerte que destruye a los hombres.
Junto al Jordán creó Juan una comunidad de penitentes bautistas esperando el signo de Dios, a fin de pasar el río e iniciar una nueva vida en la tierra prometida. Jesús aceptó el mensaje de Juan Bautista, y esperó su signo para cruzar el río y entrar en la tierra prometida. Pero, según el evangelio, el signo esperado, no se cumplió en forma de juicio en el río (señal de Josué), sino como iluminación más honda de Jesús, a quien el mismo Dios infundió su Espíritu, a través de un bautismo superior. No sabemos si Juan y Jesús se conocían. Lc 1 supone que eran primos, pero ese parentesco parece más teológico que físico y sirve para trazar una conexión entre sus proyectos eclesiales, pero Jesús debía haber oído hablar de Juan, pues vino a formar parte de su grupo.
Por un tiempo, Jesús compartió el camino de Juan, pero después tuvo una experiencia distinta de Dios y empezó a proclamar un mensaje de Reino. No podía seguir esperando, sino que quiso comprometerse de un modo personal, poniendo su vida al servicio del Reino de Dios para impedir que la destrucción de Satán y Mammón se impusiera sobre el mundo [1].
Era ya un hombre maduro. Lc 3, 23 dice que tenía unos treinta años, edad avanzada en aquel tiempo. Había recorrido probablemente muchos caminos, pero éste era ya el definitivo.
Jesús fue por un tiempo discípulo de Juan, pero tuvo una “inspiración” especial y buscó entre sus colegas/compañeros, discípulos de Juan a varios especiales, para separarse de Juan y crean un camino propio. Entre esos compañeros, a los que Jesús llamó para que le siguieran a él, dejando a Juan está Simón Pedro, como indica el texto citado de Juan.
Ciertos detalles de ese texto pueden ser creación del evangelista, pero su fondo es histórico. (a) Jesús y algunos de sus seguidores habían sido previamente discípulos de Juan Bautista. (b) El movimiento de Jesús nació como una escisión del movimiento del bautista. (c) Parece que se trató de una escisión pacífica, aunque pudo haber entre los dos grupos ciertas disensiones. La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán marcó la “historia de la vida” de Jesús trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios.
El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue discípulo, colega y cooperador de Juan Bautista, no sólo compartiendo su misión (iglesia), sino creando un grupo propio de discípulos…tomándonos (¿robándolos) de Juan, de manera que pudo haber competencia entre discípulos del grupo de Juan y el de Jesús:
Después de esto, Jesús fue con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).
Según este pasaje, Jesús creó su escuela/iglesia de “bautistas” a cierta distancia del grupo de Juan, quizá mmás al sur (en la orilla judía del río), después de haber sido bautizado por él, para ampliar y universalizar su experiencia de conversión, anunciando y adelantando el juicio de Dios. De esa forma se sitúan ambos: Juan al otro lado del río, sin entrar en la tierra de Israel; Jesús en la tierra prometida, en la zona de Judea. Según eso, los primeros seguidores de Jesús habían sido seguidores de Bautista (Jn 1, 19-51)[2].
En este contexto, Jn 3, 25-30 habla de una discusión entre discípulos de Juan y un “judío”, que podría ser el mismo Jesús, según algunos manuscritos (cf. NT Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Eran disensiones normales. Si Jesús no se hubiera diferenciado del Bautista no habría creado su propio movimiento.
Dejando a un lado esa relación y el enfrentamiento entre discípulos de uno y otro, Marcos supone que Jesús no fue discípulo del Bautista, sino que vino a buscarle sólo de pasada, para dejarse bautizar por él (Mc 1, 9-11), marchando después, inmediatamente, tras una intensa experiencia de Dios (cf. Mc 1, 12-14). En contra de eso, el cuarto evangelio (Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma que Jesús estuvo vinculado por un tiempo a la misión de Juan y que sólo después de un tiempo dejó a Juan, y no se fue solo él, sino con un grupo de discípulos de Juan, iniciando su propia misión de reino
Cuando supo que los fariseos habían oído que hacía más discípulos que Juan y que bautizaba [aunque él no bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos], Jesús dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).
Jesús no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando tras él (con ciertas novedades, al otro lado del río (quizá cerca de Jericó, por la zona de los vados bajos, por donde Josué había pasado a la tierra prometida) una misión y tarea distinta (de anuncio de Reino, no de bautismo). Según eso, antes de iniciar su misión propia, viniendo a Galilea, Jesús había descubierto y “madurado” su doctrina, primero bajo Juan, al otro lado del río, y después e la tierra prometida, en la zona baja de Judea.
En un principio, Jesús pudo pensar que había llegado el momento de subir directamente desde la zona de Jericó a Jerusalén, para anunciar ya directamente la llegada del reino de Dios, situando en ese contexto la tentaciones o pruebas (cf. Mc 1, 13; Mt 4; Lc 4), que la tradición posterior ha situado en esa zona. En ese contexto, Jesús pudo pensar (descubrir) que no era todavía el momento de subir a Jerusalén, que quedaban pendientes muchos temas de dinero/pan, de poder y de sacralidad.
Lo cierto es que, según la tradición, tras un tiempo, Jesús dejó la zona del bajo Jordán, en el entorno de Jericó (del paso de Josué y del ejército de Israel en la tierra prometida) y decidió volver a Galilea, su tierra, para iniciar allí su misión de Reino con algunos discípulos que él “tomó” de la escuela de Juan
SEGUNDA DISPUTA. PEDRO DISCUTIÓ CON JESÚS, PARA MAL (PERO CON HUBO RESURRCCIÒN)
No era galileo puro, sino itureo de Betsaida, ciudad muy helenizada, del Bajo Golán que el rey Filipo había engrandecido, como “polis” helenista, segunda capital de su reino (la primera era Cesárea de Felipe), dándole además administración y nombre griego (Julia), en honor de una hija de Augusto.
Primera vocación, el Río Jordán(Jn 1, 36-42). El evangelio de Juan empieza presentando a Simón y Andrés, su hermano, como discípulos del Bautista en el Jordán. Eso supone que habían dejado la pesca (al menos por un tiempo) y se habían «liberado» para las tareas y esperanzas de la culminación escatológica de Israel, al lado del Bautista, lo mismo que Jesús, de manera que los dos (Simón y Jesús) habrían empezado siendo compañeros, discípulos “penitentes” de un mismo maestro, Juan Bautista. Su vocación y camino empezó siendo un camino de conversión para perdón de los pecados; ambos eran en un sentido “colegas”.
Según eso, cuando Jesús recibió una vocación especial de Mesías e Hijo de Dios (Mc 1, 9-11) y quiso llamar para acompañarle a unos discípulos/compañeros, empezando por Andrés y, en especial por Simón de Betsaida, éstos no eran simples pescadores, sino hombres comprometidos en la tarea de Dios, bautistas penitente, voluntario al servicio de la transformación de Israel. Jesús se fijó en y especialmente en Simòn porque le quería (necesitaba) para la tarea de su reino y le prometió que sería Cefas/Petros, piedra/roca del nuevo edificio la iglesia mesiánica, hombre quizá problemático (como seguiré indicando), pero adecuado para liderar su movimiento de transformación mesiánica.
Así comienza el camino de Simón/Pedro, junto al río de la conversión, un itinerario de compromiso mesiánico, desde el Jordán a los confines de la tierra (conforme a la misión final de Mt 28, 16-20). Siendo pescador de frontera (entre Betsaida y Cafarnaúm), Simón había querido dedicarse a las tareas de Dios, centrándose en la preparación del juicio (simbolizado por el hacha, huracán y el fuego: cf. Mt 3, 11-12).
El domingo pasado leímos el relato del bautismo en el evangelio de Marcos. Si hubiéramos seguido leyendo este evangelio, hoy deberíamos leer las tentaciones de Jesús. Pero se reservan para el principio de la Cuaresma, y, en un prodigio de zapping litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos este domingo un texto de Juan sobre la vocación de los primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:
̶ Aquí estoy.
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:
̶ Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:
̶ ¡Samuel, Samuel!
Respondió Samuel:
̶ Habla, que tu siervo escucha.
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.
El autor utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que éste sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).
De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.
Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad.
Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.
En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.
La vocación de los primeros discípulos (Juan 1,35-51)
En el cuarto evangelio, Jesús no acude a Juan para que lo bautice, sino para entrar en contacto con sus primeros discípulos. Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.
Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
̶ Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
̶ ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
̶ Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].
En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él: «Ese es el cordero de Dios». Antes había dicho algo más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (Is 53,6-7).
Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir»(Jn 3,28.30).
Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia (y esta vez no podemos culpar a los liturgistas) no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.
Andrés y Simón Pedro (1,40-42)
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).
De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.
La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.
Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.
Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.
Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.
La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.
Dos relatos parecidos y diversos
El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.
En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «elSeñor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.
La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto.
La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.
«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)
El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.
Comentarios desactivados en 14 Enero. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.”
¡Abróchense los cinturones! Este Tiempo Ordinario arranca con fuerza. Estamos despegando, es un momento delicado y conviene estar muy atentos.
El texto de Juan nos sumerge de lleno en el tema del seguimiento de Jesús, de la vocación. Y en unos pocos versículos hay de todo. Hay material suficiente para varios tratados: mediaciones humanas, iniciativa de Dios, respuesta a la llamada…
Es simpático ver cómo Juan y Andrés convierten su propia vocación en vocación para otros. Hacen de su vida una señal que anuncia el camino.
Juan Bautista, ya en la madurez de su vocación, ha aprendido a descubrir la presencia de Dios. Por eso puede decir a sus discípulos: “-Este es el Cordero de Dios.” El afán de su misión es mostrar a Dios. No está preocupado por su realización personal, ni por conseguir muchos seguidores que sigan haciendo vida su carisma, ¡qué va! Sabe que la llamada que ha recibido es mucho más grande y orienta a quienes le rodean en dirección a esa llamada.
Es hermoso encontrarse con personas que tras años y años de compromiso viven felices su vocación. Monjas que, desgastadas por los años y el trabajo, sonríen trasparentando a Dios. Matrimonios que se miran con los ojos llenos de comprensión, de respeto y de admiración. Presbíteros que palpitan celebrando, que ves que creen en aquello que celebran.
Andrés también es muy interesante. Hace lo mismo. Dice el texto: “Y lo llevó a Jesús”. Pero lo hace desde otro momento vital. Él, que acaba de descubrir su propia vocación, su llamada, ¡no se puede callar! Tiene que ir a buscar a su hermano y compartir con él lo que acaba de encontrar. Es la fuerza de los inicios.
Es la cara que se le queda a una persona cuando se ha enamorado. ¡Se nota! Tiene otra luz, otra mirada, otra sonrisa y todo junto despierta una cierta curiosidad. Cuando alguien descubre el tesoro de su llamada y responde se convierte él mismo en llamada, en reclamo.
Y todo esto, ¿qué puede decirnos a nosotros hoy? Pues que estemos en el punto de nuestra vida en el que estemos, tanto si nos acabamos de encontrar con Jesús, como si somos viejos conocidos, tenemos exactamente la misma responsabilidad, la misma tarea. Tenemos que llevar a Jesús a quienes se encuentren con nosotros.
Oración
Envíanos, Trinidad Santa, grandes cantidades de humildad para que en todo momento sepamos mostrarTE a Ti, que llevemos a todas las personas con las que nos encontremos a Ti. Amén.
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DOMINGO 2 º (B)
Jn 1,35-42
Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de la comunidad de finales del s. I.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron Andrés y otros que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús de cerca.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.
La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba, lo adelanta, pasa delante de él. “El que viene detrás de mí…”
Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? Una relación profunda solo puede comenzar cuando Jesús se vuelve y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan deja claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son adecuadas. La pregunta: ¿Dónde vives?, aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.
No preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a vivir. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Donde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una nueva perspectiva. La respuesta dependerá de lo que yo busque.
Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron como vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir como él. No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.
Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el pueblo de Dios que permite la realización cabal de hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo.
Lo que vieron es tan importante que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo, hablándole del Mesías hace referencia a la bajada del Espíritu sobre Jesús. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.
Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona, mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.
En la Biblia se describen distintas vocaciones de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no como actúa Dios sino como respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios.
Dios no llama desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que soy. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi vida. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a la plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.
El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un % mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.
Aparquemos por un momento la razón e imaginemos la escena.
Imaginemos a Jesús a orillas del Jordán. Hace cuarenta días ha sido bautizado por el Bautista en ese mismo lugar, luego ha permanecido en el desierto haciendo oración y penitencia, y ahora ha vuelto allí antes de regresar a Galilea. Sobre las cinco de la tarde, Juan se lo señala a dos de sus discípulos, y les dice: «Id con él y escuchadle». Los dos hombres se ponen a seguirle, pero no saben cómo abordarle. Viendo Jesús que le siguen, se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?» …
Ellos ven un hombre alto, enjuto, de mirada profunda, afectuosa, y una voz recia que no obstante parece acariciar sus oídos. Ellos también son galileos; pescadores de Betsaida y Cafarnaúm. Jesús es artesano. Pertenecen por tanto al mismo estrato social, pero ellos, instintivamente, se dan cuenta de que aquel hombre tiene algo de lo que ellos carecen. No saben qué contestar, y balbucean: «¿Dónde moras?».
Uno de ellos se llama Andrés, hermano de Simón, hombre curtido en el mar que ha visto la muerte cara a cara en más de una ocasión. El otro es casi un muchacho. Se llama Juan y es hijo de Zebedeo. También tiene un hermano llamado Santiago. Santiago y Juan son decididos y pendencieros, hasta el punto que se les conoce como “los hijos del trueno” … «Venid conmigo y os lo mostraré».
Jesús les espera, se pone en medio de ellos y los lleva al recodo del río donde ha pasado la noche anterior. Ellos le cuentan el comentario que les ha hecho el Bautista, y al cabo de un rato los tres ríen los dichos y chascarrillos con los que se ha iniciado la conversación. Luego hablan de su tierra, Galilea, de su insoportable situación política y social, de los pronunciamientos contra los romanos, de la pesca, de la cosecha que pronto habrá que recolectar…
Al atardecer, Juan trae dos peces todavía vivos que ha mantenido dentro de una red en la corriente del río. Jesús saca unas aceitunas, unas almendras y algo de pan duro que lleva en el morral. Andrés aporta unos dátiles y un pequeño pellejo de vino de Samaría. Asan los peces, recitan una oración de acción de gracias y despachan sus vituallas con buen apetito.
Aquella cena sirve para hacer desaparecer los últimos vestigios de inhibición y crea entre ellos un clima de franca confianza. No es por tanto de extrañar que Juan —siempre directo— le pregunte sin ambages por su doctrina. Jesús queda confuso ante esa pregunta, pues no sabe si tiene aún una doctrina que explicar. Había transmitido al Bautista lo esencial de su experiencia en el desierto, pero prefería madurar sus ideas antes de compartirlas con nadie. Ni siquiera sabía si quería hacerlo. Cuando se dispone a decírselo así, ve tal ansiedad en sus rostros, que cambia de opinión y comienza a hablarles de Abbá.
«¿Papá?», le pregunta Andrés, extrañado, cuando oye esta expresión cariñosa con la que Jesús se refiere a Dios… Jesús le contesta que así lo siente él en lo más profundo de su ser, y se inicia un diálogo en el que Jesús va desgranado el fundamento de su fe en Abbá, y el cambio radical que supone esta concepción de Dios en la respuesta que Él espera de nosotros.
La noche es tan clara que parece un atardecer. Las estrellas no caben en el cielo, aunque la luna, casi llena, las hace palidecer ante su luz más intensa. El campamento ha quedado prácticamente en silencio, y solo el pertinaz canto de las cigarras rompe el silencio de la noche. Comienza a refrescar y Andrés se levanta a reavivar el fuego. Los tres amigos gozan de la placidez del momento.
«Si Dios es nuestro Padre, nosotros somos Hijos y por tanto hermanos —prosigue Jesús—. No somos siervos que trabajan por un salario; que esperan una recompensa o temen un castigo… No. El que descubre a Abbá quiere ser digno hijo de su Padre, está orgulloso de ser su hijo, quiere parecerse a Él, quiere ayudarle en su tarea, quiere comprometerse en la aventura de sacar adelante este mundo… Quiere, en definitiva, estar en las cosas de su Padre».
Pasan las horas y Juan y Andrés quedan fascinados. En esa charla se han hecho añicos muchas cosas que siempre habían dado por supuestas… ¿Quién es ese hombre capaz de fascinarles con sus palabras y aturdirles con su personalidad? ¿Y aquella mirada, siempre profunda, unas veces apacible, otras, apasionada y vibrante?
Se despiden de él y recorren el trecho que les separa del campamento que comparten con otros galileos. Silenciosos y meditabundos, no terminan de creer lo que acababa de ocurrir. Luego viene la euforia. Despiertan a sus amigos y les cuentan una y mil veces la conversación que han mantenido con “aquel nazareno que parecía amigo del Bautista”: Se llama Jesús, y es un gran profeta.
A la mañana siguiente, muy temprano, Jesús se retira a orar a un pequeño altozano que se divisa desde allí. Un rato después ve acercarse a Andrés y a Juan con otros tres hombres. «Jesús —le dice Andrés cuando llegan hasta él—, éste es mi hermano Simón; y estos dos también son galileos: Felipe y Natanael».
Simón es un hombre corpulento, de nariz gruesa y barba poblada y descuidada. Llama la atención su mirada noble y sus ademanes bruscos y decididos. «Es un cabezota —interviene Juan, dando a su amigo un empujón que le hace trastabillar—, pero no podrás encontrar una amistad más firme que la suya».«¿Tan firme como una roca?», pregunta Jesús, mientras pone la mano sobre su hombro en señal de acogida. «Como la piedra más dura que puedas encontrar en el camino», contesta Simón con una sonrisa. «Entonces te llamaré Pedro».
Desde el primer momento se dan cuenta de que van a congeniar. A Jesús le gusta el aspecto noble y decidido de Pedro, y a éste, la forma de mirar de Jesús. «Este hombre —piensa— es de fiar; no es el charlatán que me había imaginado».
Tiene palabras amables para Natanael y Felipe, y pronto queda integrado en aquel grupo de compatriotas que habían ido hasta allí para ser bautizados por Juan. Durante el tiempo que permanecen junto al Jordán, Jesús comparte con ellos sus reflexiones. Les habla de Abbá, de sus valores, del reinado de esos valores en el mundo, del Reino de Dios; ese descomunal proyecto que comienza a tomar forma en su mente y con el que se siente cada vez más identificado.
Dos días después de su primer encuentro se ponen en camino hacia Galilea y allí empieza la gran aventura.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
Comienza una nueva etapa. El evangelio de este domingo parece mostrar que lo viejo ha pasado, que el Antiguo testamento, cerrado con Juan Bautista, ha perdido su sentido mesiánico y se necesita una nueva comunidad que haga `posible la liberación del pueblo de Israel. Ahora bien, Jesús sorprende porque su proyecto no es político, ni social, ni tampoco religioso en el sentido institucional, sino que apunta a reinventar al ser humano conectado a ese Dios que libera desde dentro y no desde fuera. No es un nuevo Israel lo que busca crear, sino una nueva Humanidad que rompa las fronteras e incluya a tod@s. Es esta la gran ruptura con el Pueblo elegido.
El texto comienza situando esta escena tras la narración del Bautismo de Jesús por parte de Juan. Los redactores de este evangelio sitúan los versículos que hoy nos ocupan después de haber confirmado la identidad divina de Jesús: es el Hijo de Dios, confirma en su discurso el Bautista. Jesús emprende el despliegue de su identidad humana, como líder y referente de un proyecto que necesita una comunidad para facilitar la encarnación de este nuevo tiempo en la historia de la Humanidad.
Los nuevos miembros de esta comunidad se van enlazando unos a otros, como en racimo, para dar solidez a este nuevo proyecto. Esta danza de personajes va dando movimiento a esta escena en la que se puede observar que Jesús no quiere seguidores teóricos sino TESTIGOS, es decir, personas que viven aquello que creen, que testimonian aquello que da un nuevo sentido a sus vidas, que anuncian con transparencia y coherencia aquello que vitalmente les hace ser y vivir conectados a la potencia de Dios que dinamiza lo profundo cada ser humano.
Ahora bien, Jesús tampoco busca personas que se dejen llevar por la emoción del momento, por las superficiales ilusiones o expectativas generadas por una promesa tal vez irrealizable. Jesús, como buen líder, acompaña a sus seguidores para que la decisión que tomen, seguirle o no, no sea ni emocional, ni racional, sino existencial. Por eso, toca su honestidad más profunda con la pregunta: ¿Qué buscáis? Con esta interpelación Jesús intenta hacer conscientes a sus discípulos de la verdadera motivación interior desde la dimensión de sentido y autenticidad de lo que son y de lo que hacen.
Una pregunta redirigida a nosotr@s que nos sitúa en lo que realmente mueve nuestra vida. ¿Buscamos emocionalidad, controlar todo cuanto somos y tenemos, apegarnos a las realidades temporales, vivir en un individualismo obsesivo, entablar relaciones asimétricas, justificar nuestra falta de valentía, una religiosidad de cumplimiento, de creencias alienantes y excluyente de quienes no están “en comunión” con lo de siempre?
La respuesta de Jesús es desafiante: Venid y veréis. Nada se construye si no es desde la experiencia, desde la vivencia consciente de lo que nace en nuestro interior en formato de deseo de agrandarnos, de ser focos de luz en este mundo tan necesitado de personas sólidas, auténticas, solidarias, pacificadoras, libres y valientes. Jesús llama a seguirle y busca discípul@s capaces de soltar la rigidez institucional y arrimar a tod@s desde la dignidad con la que Dios mismo nos iguala.
Desde el inicio de su existencia, el ser humano se autopercibe como buscador. Una búsqueda que tiene un doble origen: la necesidad y el Anhelo. En cuanto ser necesitado y ser anhelante, el humano se pone en camino para saciar su carencia y para responder a la aspiración profunda que lo habita.
En un primer momento, dirige la búsqueda hacia fuera, pensando que tiene que haber “algo”, fuera de él, que lo complete y lo sacie. Sin embargo, no tardará mucho en advertir que no hay, entre todos los objetos, absolutamente ninguno que pueda saciar su aspiración. Por lo que, con frecuencia, tras crisis y frustraciones, se verá obligado a dirigir la mirada hacia el interior.
En el camino por responder a su innegable Anhelo, todavía puede encontrar una trampa más: pensar que la respuesta habrá de venir de la mente. Sin embargo, también aquí terminará constatando otra frustración más.
Lo que responde a nuestro Anhelo profundo no se halla fuera de nosotros ni puede ser alcanzado por la mente. Seamos o no conscientes de ello, lo cierto es que anhelamos lo que ya somos, y el camino para descubrirlo pasa por el silencio de la mente.
La mente únicamente puede mostrarnos objetos -externos o internos, materiales o mentales, cosas o creencias-, pero, siendo radicalmente incapaz de trascender el mundo de las formas, erramos el camino cuando creemos que ella nos habrá de conducir a la verdad de lo que somos.
Solo el entrenamiento en el silencio mental abre ante nosotros otro modo de ver, que llamamos comprensión o sabiduría. Comprender no es entender algo mentalmente. Es experimentar de modo directo y evidente “eso que no tiene nombre” -en palabras de José Saramago- y que es, justamente, lo que somos. Al “verlo”, la búsqueda cesa. Hemos descubierto que estamos en “casa”. Porque, al silenciar la mente, comprendemos que somos consciencia.
Comentarios desactivados en Ven y sígueme no es la doctrina del catecismo, sino una relación de amor.
Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:
01.- Llamadas (vocaciones) en la vida.
La vida nos llama de diversos modos y hacia diversas metas o realidades.
Pero, sobre todo la vida nos llama hacia su plenitud, que nos es desconocida pero deseada. Tal es el sentido de la vida.
Calderón de la Barca en su auto.sacramental: El gran teatro del mundo escenifica algunas de las posibilidades o llamadas de la vida: la llamada del poder, del dinero, la llamada del placer, de la envidia. Algo semejante refleja la película de Federico Fellini: Los espíritus de Giuletta.
También podemos entender la llamada desde lo que habitualmente hemos entendido por vocación: hay una vocación al matrimonio, a la vida religiosa, al ministerio en la Iglesia, vocación a la docencia, a la medicina, a la misión…
Yo creo que algunas profesiones no son simples puestos de trabajo, sino que requieren una vocación noble, que depende de las cualidades personales y sociológicas: la llamada o vocación para la enseñanza, para la medicina, para la asistencia social de los ancianos, personas con limitaciones, llamadas a escoger unos estudios u otros, para el servicio eclesial, etc.
02.- Vivir a la escucha.
Hemos escuchado la preciosa llamada de Dios a Samuel.
El sueño es una situación un poco extraña. A veces soñamos dormidos y otras veces soñamos despiertos. Las culturas han tratado de interpretar siempre los sueños, que pueden tener muchas explicaciones, (S. Freud), pero podríamos decir que soñamos, al menos despiertos, con un mundo mejor, con una familia, una sociedad, una iglesia casi perfectas. Esos sueños son también como una llamada.
En la biblia hay muchas alusiones a los sueños: estando Adán en sueños la mujer, Eva, nace de su costado. Abraham, el rey David, Daniel, reciben noticias (revelación) en sueños, ¿dormidos o despiertos? José recibe en sueños noticias sobre Jesús.
Lo importante en la vida es vivir a la escucha como Samuel.
Rahner (1904-1984) tenía como piedra angular de su teología que el ser humano es Oyente de la Palabra; vivir a la escucha de lo que nos rodea en la existencia, Dios incluido.
Es importante escuchar la voz de la vida, la palabra de los demás, de los problemas, de la enfermedad, de la vida, de la muerte.
03.- Búsquedas en la vida.
Todos buscamos algo en la vida. La búsqueda está incrustada en la condición humana.
Vivir atentos y en búsqueda es sano. Lo malo es el estancamiento, la instalación, la seguridad. Cuando una persona o institución afirma incluso con violencia su verdad, su doctrina, eso es síntoma de esclerosis, de estancamiento. Las aguas estancadas no son buenas…
El papa Francisco anima a los cristianos a seguir la búsqueda de los discípulos de Jesús, de Abrahám, la búsqueda de los Magos.
Francisco abre la mente a los nuevos problemas que se van presentando en la sociedad
Resulta llamativo cómo el mismo entramado eclesiástico se enfrenta a las búsquedas, al Papa Francisco. El “clan de Toledo”, el cardenal Sarah piden al papa que retire o anule la posibilidad de la bendición de parejas homosexuales.
04.- ¿Dónde vives?
Aquellos discípulos iban buscando en la vida. Cuando llegan donde Jesús le preguntan ¿Dónde vives?
No es una pregunta teórica, doctrinal. No le preguntan por el catecismo de “Radio María”, sino por la vida de Jesús. ¿Dónde, cómo vives?
¿Dónde, cómo vivimos? ¿Cuáles son los criterios, el estilo de nuestra vida?
05.- Venid y lo veréis
Jesús no les entrega a los discípulos un libro, el catecismo, unas “constituciones”, el Código de Derecho Canónico, etc., sino que les llama a una relación personal con Él. Venid a convivir y veréis qué es ser cristiano.
Los católicos estamos muy habituados a vivir una religión cuyo centro es lo que se puede hacer o no, lo que está permitido o prohibido, lo que vale o no vale. Y esta actitud se aplica lo mismo para la celebración de la penitencia con absolución general que para el control de natalidad. ¿Se puede o no se puede, vale o no vale?
Pero Jesús no nos llama a eso, ni mucho menos. Jesús nos llama a vivir con él, a tener una relación personal de amor y misericordia con él. Jesús nos llama a vivir en gracia, que significa vivir agradecidos y unidos al Señor y desde Él a vivir amando a los demás.
Mucha gente –más o menos cristiana- piensa que, si la Jerarquía pusiera unas normas más fáciles de cumplir respecto de los divorciados, de los homosexuales, de la Misa, de la confesión, la vida eclesiástica mejoraría mucho y aumentarían el número de cristianos en las Iglesias. No sé si mejoraría la vida eclesiástica, no creo que aumentase la vida cristiana.
Eso sería una prolongación permisiva del clericalismo de la jerarquía y del clericalismo de los laicos. Sería una especie de “rebajas eclesiásticas de enero”.
Ser cristiano es una relación con el Señor: “venid y lo veréis”. El cristianismo es un gozo que se vive en la relación personal con Cristo y que después se trasluce en la vida como buenamente podemos.
Los ministros y maestros del cristianismo) no os llamamos al cristianismo, sino más bien al Nuevo Ser (JesuCristo), del cual el cristianismo debe ser testigo y nada más, sin confundirse jamás con ese Nuevo Ser (JesuCristo).Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias voluntades y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide –ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser, el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera. (Tillich)
San Bernardo de Claraval Museo de Dijon – Dijon, Francia
“Hágase en mí según tu palabra”. Hágase en mí por el Verbo según tu palabra. Hágase carne de mi carne según tu palabra, el Verbo que ya existía desde el principio en Dios.
No sea una palabra proferida, porque pasa; sino concebida, para que permanezca. Revestida, pero no de aire, sino de carne. Hágase en mí tu palabra, no sólo por que pueda escucharla con los oídos, sino tocarla con mis manos, contemplarla con los ojos y llevarla a cuestas.
No se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva. No trazada con caracteres sin voz sobre pergaminos resecos, sino impresa vivamente en forma humana en mis castas entrańas; no por los rasgos de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo.
En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Nos dicen las Escrituras que unos escucharon la Palabra, otros la proclamaron y otros la cumplieron, pero yo te pido que se haga en mi vientre según tu Palabra. No quiero una palabra que predique o que declame. Quiero una Palabra que se dé silenciosamente. Hágase que se encarne personalmente y descienda a mí corporalmente.
Hágase universalmente para todo el mundo y en particular hágase para mí según tu palabra.
*
Bernardo de Claraval, En alabanza de la Virgen Madre, 4,11.
Hoy se celebra el Día de la Reforma, que supuso para todas las confesiones cristianas, un redescubrimiento de la Palabra. Celebremoslo con nuestros hermanos y hermanas de las iglesias luteranas, reformadas, evangélicas…
“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2: 12-13).
“Tengo tantas cosas que hacer,
que pasaré las primeras tres horas orando”
(…)
“La oración no es para cambiar los planes de Dios.
Es para confiar,
descansar en Él,
y hallar la paz”
*
Martin Lutero
***
“Omnipotente y eterno Dios, ¡qué terrible es este mundo! ¡Cómo quiere abrir sus quijadas para devorarme! ¡Y qué débil es la confianza que pongo en ti! Dios mío, protégeme en contra de la sabiduría mundanal. Lleva a cabo la obra, puesto que no es mía; sino tuya. No tengo nada que me traiga aquí, ni tengo controversia alguna con estos grandes de la tierra. Desearía pasar los días que me quedan de vida, tranquilo, feliz y lleno de calma. Empero, la causa es tuya; es justa; es eterna. ¡Dios mío, ampárame, tú eres fiel y no cambias nunca¡ No pongo mi confianza en ningún hombre.
¡Dios mío, Dios mío!, ¿No me oyes? ¿Estás muerto? No, no estás muerto, más te escondes. Dios mío, ¿dónde estás? Ven, ven. Yo sé que me has escogido para esta obra. ¡Levántate, pues, y ayúdame! Por amor de tu amado Hijo Jesucristo, que es mi defensor, mi escudo y mi fortaleza, ponte de mi lado. Estoy listo, dispuesto a ofrecer mi vida, tan obediente como un cordero, en testimonio de la verdad. Aun cuando el mundo estuviera lleno de diablos; aunque mi cuerpo fuera descoyuntado en el ‘potro’, despedazado y reducido a cenizas, mi alma es tuya: tu Sagrada Escritura me lo dice. Amén. ¡Dios mío, ampárame! Amén.”
*
Martín Lutero
Oración antes de presentarse ante la dieta de Worms. Salmo 43
***
Lutero, orante de gran fe, visitó a Melanchton en una ocasión en que éste se encontraba en estado agonizante. Su muerte parecía tan próxima como inevitable. Entre sollozos, oró Lutero pidiendo a Dios la recuperación física de su más íntimo colaborador. Una exclamación vehemente al final de la oración hizo salir a Melanchton de su estupor. Sólo pronunció unas palabras:«Martín, ¿por qué no me dejas partir en paz?» «No podemos prescindir de ti, Felipe», fue la respuesta. Lutero, de rodillas junto al lecho del moribundo, continuó orando por espacio de una hora. Después persuadió a su amigo para que comiera una sopa. Melanchton empezó a mejorar y pronto se restableció totalmente. La explicación la daba Lutero con estas palabras: «Dios me ha devuelto a mi hermano Melanchton en respuesta directa a mis oraciones»
*
José M. Martínez Pensamiento Cristiano, Octubre 2011
***
“Concede, Dios Todopoderoso, que desde que estamos bajo la dirección de tu Hijo hemos sido unidos al cuerpo de tu Iglesia que, en muchas ocasiones se ha dispersado o desgarrado en pedazos; permite que podamos continuar en la unidad de la fe, y que luchemos con perseverancia en contra de todas las tentaciones de este mundo y que nunca nos desviemos del camino correcto, sin importar los nuevos problemas que se presenten diariamente; y aunque estemos expuestos a muchas muertes, permite que el temor no se apodere de nosotros/as de manera tal que extinga la esperanza de nuestros corazones; sino que, al contrario, levantemos nuestros ojos y nuestras mentes y todos nuestros pensamientos a tu gran poder, por el cual aligeraste la muerte, y levantaste de la nada cosas que no existían, para que así, aunque estamos expuestos a ruina diariamente, nuestras almas puedan aspirar a la salvación eterna hasta que verdaderamente te reveles como la fuente de vida, cuando podamos disfrutar de esa dicha sin fin que ha sido obtenida para nosotros por la sangre de tu único Hijo nuestro Señor. Amén.”
*
Juan Calvino
***
«Acostumbro a definir este libro como una anatomía de todas las partes del alma, porque no hay sentimiento en el ser humano que no esté ahí representado como en un espejo. Diría que el Espíritu Santo colocó allí, a lo vivo, todos los dolores, todas las tristezas, todos los temores, todas las dudas, todas las esperanzas, todas las preocupaciones, todas las perplejidades hasta las emociones más confusas que agitan habitualmente el espíritu humano».
*
Juan Calvino (1509-1564)
prefacio de su comentario a los salmos
***
““El Señor nos mandó a orar. El lo ordenó, no tanto para su propio bien, sino para el nuestro. El actúa –como es correcto– para que la gloria sea para él, el reconocimiento de que todo lo que deseamos y consideramos para nuestro beneficio, viene de él.”
Dispuestos en la mente y el corazón, como corresponde a aquellos que entran en conversación con Dios… desde el fondo de nuestro corazón… las únicas personas que debida y correctamente se ceñirán para orar son los que están tan conmovidos por la majestad de Dios, que, libre de cuidados y afectos terrenales, llegan a la misma… manteniendo la disposición de un mendigo… con afecto sincero de corazón, y al mismo tiempo el deseo de obtenerlo de él… pedir con fe, no dudando nada…”
“… A menos que nos fijemos ciertas horas en el día para la oración, fácilmente se deslizará de nuestra memoria… A pesar de que nuestras mentes siempre deben estar levantadas a Dios, hay ciertas horas que no debemos dejar pasar sin oración- cuando nos levantamos en la mañana; cuando comenzamos y terminamos los alimentos cuando nos vamos a la cama. Pero también cuando nosotros u otros estamos siendo amenazados de cerca por peligro debemos volvernos a Dios por ayuda; cuando el bien nos llega debemos volvernos a Él en acción de gracias. De nuevo, debemos siempre dejar a Dios Su libertad y no decirle lo que debe hacer. Dejamos nuestra voluntad a Su disposición, y paciencia, no debemos cansarnos de orar.”
En ocasiones escucho reflexiones, predicaciones, o leo artículos en los que se anima a reformar la Iglesia. Si además la persona que hace este llamamiento pertenece al ámbito protestante, en algún momento repite la archiconocida frase: “Una iglesia reformada, siempre reformándose”. Bien es cierto que en pocas ocasiones indica en qué debe consistir esa reforma, porqué es necesario hacerla, y qué le ha llevado a pensar así. En realidad, en la mayoría de ocasiones, creo que la frase es más bien una muletilla, un elemento de la tradición que sobrevuela el discurso para indicar que se es protestante, que no se es fundamentalista, o que se está a años luz de otras iglesias en las que no hubo reforma.
En Martín Lutero encuentro también esa voluntad de transformación, de reforma de la realidad religiosa en la que estaba inmerso, pero entiendo que esta voluntad tuvo su origen en una experiencia previa de insatisfacción real, no teórica. Lutero tenía una autocomprensión negativa de sí mismo y esto le limitaba y le producía sufrimiento. Desde muy joven le acompañó el temor a un Dios castigador que le exigía una vida de sacrificios interminables. Por eso se dedicó al ayuno, a la autoflagelación, a la confesión constante; aunque nada de todo esto le hizo sentirse reconciliado con Dios.
Siempre hay casos excepcionales, es verdad, pero el de Lutero no lo es, creo que en la mayoría de ocasiones las reformas no surgen de personas que se encuentran cómodas con el sistema en el que viven, sino de las que padecen sus consecuencias negativas. Jamás una persona satisfecha con su iglesia querrá reformarla. Jamás una persona a la que le va bien con la vida que tiene querrá que ésta cambie. Seguro que en algún momento dirán eso de que es necesario reformarse, adaptarse, transformarse… pero serán sólo palabras. La reforma nace de una insatisfacción profunda con el sistema, no de palabras huecas biensonantes.
El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittemberg sus 95 tesis. Por aquel entonces el papa León X quería renovar la Basílica de San Pedro en Roma, y desarrolló una campaña para recaudar fondos mediante la venta de indulgencias. Los compradores recibían a cambio una reducción de sus días de castigo en el purgatorio e incluso el perdón de los pecados. Lutero podría haber colaborado con dicha campaña aunque sus planteamientos teológicos no la vieran con buenos ojos, o podría simplemente haberse callado. Pero al leer algunas de sus tesis encontramos que no fue así:
Tesis 21. “En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa”.
Tesis 22. “De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida”.
Con sus 95 tesis Lutero convierte su insatisfacción en una denuncia. Porque la insatisfacción que es incapaz de denunciar, no puede reformar ninguna iglesia, ni ninguna vida. Hay un momento en el que la experiencia de opresión debe surgir y convertirse en algo real para que el cambio pueda ser posible. Si Martín Lutero se hubiera callado, no estaríamos hablando hoy de reforma protestante. Evidentemente la denuncia situó a Lutero en un lugar peligroso, y él lo sabía, no era un ignorante ni un loco, tenía conocimiento de lo que les había ocurrido a muchos otros reformadores anteriormente. Para que una iglesia pueda ser reformada, para que sea real la petición de una reforma constante, se necesitan personas que denuncien el status quo y que asuman las consecuencias de hacerlo. En iglesias donde todo esto es imposible, donde las voces discordantes son excomulgadas, o donde éstas no se atreven a levantar la voz por cobardía, no hay posibilidad real de reforma. El Espíritu Santo dirige la iglesia hacia la reforma a través de voces proféticas.
Cuando algunos cristianos y cristianas alaban la respuesta de Lutero ante las exigencias del papa León X para que se retractara de 41 de sus 95 tesis: “No puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro actuar contra la conciencia”. Deberían preguntarse si alguna vez se han enfrentado a una situación como esa dentro de la iglesia, y si actuaron como Lutero, defendiendo su conciencia, o como León X, que trató a Lutero como un delincuente, prohibió la posesión o lectura de sus escritos y dio inmunidad a quien lo asesinara. ¿Dónde se alinearon? ¿Con quienes defendían la conciencia o quienes defendían la ortodoxia?
Martín Lutero vivió una experiencia opresiva y levantó la voz para oponerse a lo que él consideraba erróneo e injusto, pero no se quedó ahí. Se atrevió también a hacer una propuesta basada en la tradición bíblica y eclesial, que le liberaba de sus temores al igual que al resto de cristianos. Se atrevió a dejar sin argumentos a quienes utilizaban las condenas y el temor en beneficio propio. Y lo hizo afirmando que la salvación es un regalo de Dios, dado por gracia a través de Cristo y recibido solamente por la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo [1]”. No tenía mucho sentido el sentirse culpable, el vivir atemorizado, condenado… La liberación no se encontraba ni en la Ley ni en los dirigentes de la iglesia, sino en la fe en el Dios de Jesús. Por eso un cristiano no debía tener como sumo juez al papa, sino a Jesucristo y su Palabra en la que se revela su voluntad.
La liberación que supuso la Biblia para cristianos como Lutero es difícil de entender hoy, ya que la ortodoxia evangélica la ha petrificado y puesto al servicio de la opresión. La Biblia ya no es fuente de liberación, sino una ley que está al servicio del capricho del líder de turno que dice poseer la lectura verdadera. Las lecturas fundamentalistas han debilitado profundamente la percepción de la Biblia como lugar de liberación para los seres humanos. Las personas LGTBI somos unas de las danificadas por este proceso diabólico que pretende destruir cualquier autocomprensión positiva que podamos hacer de nosotros mismos, al mismo tiempo que exige una represión de nuestros deseos y un reconocimiento de culpabilidad por ser como somos. Sólo comprando sus indulgencias con mentiras podemos alcanzar la salvación que ellos nos otorgan.
Pero es desde esta situación opresiva desde la que las personas LGTBI podemos convertirnos en profetas que traen una nueva reforma a la iglesia. Una reforma que no nacerá del legalismo, sino de la experiencia y la liberación del texto bíblico de manos de quienes lo están adulterando. Y esto ocurrirá si nos atrevemos, como Martín Lutero y tantos otros reformadores, a levantar la voz denunciando la opresión heteronormativa aunque esto signifique nuestra expulsión de las iglesias que no dejan espacio al profetismo, y que son más sensibles a las lecturas literalistas y las tradiciones homófobas que al dolor que éstas producen. Y si partimos de nuestra experiencia y somos valientes en la denuncia, también podremos encontrar respuestas que dejen sin sentido al poder heteronormativo. En realidad no tenemos que buscar demasiado, ni ser muy originales, porque la Palabra de Dios siempre ha dado vida a quienes la han visto negada, y es por gracia que vivimos los cristianos, por medio de la fe… no por cualquier otra cualidad humana, ni siquiera la heterosexualidad.
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios. No por vuestra heterosexualidad, para que nadie se gloríe[2]”.
Las cristianas y los cristianos LGTBI somos una oportunidad de reforma para la iglesia, una oportunidad para curar de heteronomatividad sus discursos, sus lecturas, su praxis. Una oportunidad, ni la primera ni la última, de hacer del evangelio una fuente de liberación para toda la Iglesia.
Comentarios desactivados en “Quiero ser botijo”, por Isabel Pavón.
Detalle de un dibujo de Isabel Pavón.
De su blog Tus ojos abiertos:
Creer en Jesús es ir a él y beber. Para querer beber hay que sentir sed. Para querer beber mucho hay que tener mucha sed.
01 de septiembre de 2023
El último día de la fiesta, que era el más importante, Jesús, puesto de pie, dijo con voz fuerte:
— El que tenga sed, venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva.
Con esto quería decir Jesús que quienes creyesen en él recibirían el Espíritu. Y es que el Espíritu todavía no había venido, porque Jesús aún no había sido glorificado.
Jn 7:37-39
Si Jesús dijo el que tenga sed, venga a mí. Si fuimos creados del polvo de la Tierra y somos barro, o arcilla si lo prefieres, en manos del Hacedor alfarero. Si de verdad nos transforma para que podamos servirle…, yo quiero ser botijo. Botijo cocido en horno, con mi asa circular a modo de peineta pegada arriba para que puedan moverme, ser llevado de un lugar a otro, según convenga. Pregunto: ¿hay algún recipiente natural que conserve el agua fresca en su interior mejor que esta vasija? Vuelvo a preguntar, ¿hay agua más buena que la que ofrece el barro? No. En absoluto. Y lo digo con toda la firmeza que soy capaz. Lo que se tiene por dentro se saborea por fuera con gusto. Y punto.
A un botijo se acude por la gran necesidad de saciar la sed que angustia. Si yo, como cristiana, tengo un buen mensaje que conservar en su frescura, y si ese mensaje es el evangelio que Jesús depositó en mí, sus buenas noticias no pueden pudrírseme dentro, así lo entiendo, ¿tú no? Pues lo dicho, yo tengo la ilusión de ser botijo, sin lugar a dudas, con sus tres piedrecillas dentro como mandan los cánones del refrigerio y que me recuerden, como sonajero, lo que llevo dentro.
Pretendo ser un botijo que hermosee, sea cual sea el lugar donde se encuentre. En Andalucía, en Málaga, sabemos muy bien de esto.
Cuando descansa en el centro de la mesa, al alcance de todos los presentes, el botijo llama a sentarse alrededor, convoca esa unión de comensales como si poseyera una atracción invisible.
Reconozco que, quizá, no tiene la mejor hechura que mandan las modernuras, pero ¿quién está diseñado a gusto de todos y para toda la vida? Lo importante es lo que se guarda dentro.
Me he empeñado en esto, sí, y perdona si no te agrada mi conjetura. Ojalá pueda ser botijo de los mejores, de esos que, de la manera más natural, ecológica y saludable, suda por sus poros hasta encharcar el plato que lo sostiene; botijo de esos que no se adornan por fuera ni con dibujos de flores, ni de pájaros, ni ha sido vidriado.
Lo que me propongo con esto, a ver si consigo explicarme de una vez y no te canso, es que Jesús es agua viva y yo me ofrezco, con la humildad de la arcilla, a que cada cual sacie su sed al beber de las enseñanzas del Señor que contengo, que no son las mías, yo poco tengo que aportar al mundo. Me refiero a que, dada su naturaleza, elijas para beber el lugar que te apetezca, ya sea por el pitorrillo chico o por la boca ancha, la libertad se hace presente, más no puedo. Y concluyo: el agua es al botijo lo que el evangelio a mi interior.
Creer en Jesús es ir a él y beber. Para querer beber hay que sentir sed. Para querer beber mucho hay que tener mucha sed. Jesús se ha puesto de pie. Nos llama a gritos y nos dice que es la fuente de aguas vivas. Nos envía al Espíritu que se manifiesta en la Iglesia a través de los dones que pone al servicio de la comunidad y contribuyen, además, a la unidad y a reconocer juntos que Jesús es el Señor.
Estar en comunión con él y llevar a otros a la fuente; dar de beber a otros para que del interior de ellos también corran ríos de agua viva al acercarse a Jesús. Porque como dice Plutarco Bonilla, cuando Jesús pasa, algo pasa.
Es posible que otro día, antes de que se me marchite la flor de la edad en la que me encuentro, comparta contigo otra de mis ilusiones, ser salero y salerosa, como toda malagueña que se precie y como todo cristiano verdadero. A ver si, ya sea una cosa u otra, lo consigo.
Comentarios desactivados en Francisco de Asís, vestido de Evangelio
En la fiesta del cristiano por excelencia, Francisco, el Poverello de Asís… Siguiendo su ejemplo, se nos invita a despojarnos de todo lo superfluo y revestirnos con la desnudez del Evangelio:
Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís, nació en 1181 (o 1182). Disuadido de sus ideales de gloria caballeresca a raíz de las experiencias decisivas de su encuentro con los leprosos y de la oración ante el crucifijo en la iglesia de San Damián, Francisco abandonó su familia y comenzó una vida evangélica de penitencia. Con los numerosos compañeros que muy pronto se unieron a él, comprendió que estaba llamado a vivir el Evangelio sine glossa, como fraternidad de menores a ejemplo de Jesús y de sus discípulos. Al año siguiente a la aprobación de la Regla y vida de los hermanos menores en 1223 por el papa Honorio III, Francisco recibió los estigmas del Crucificado, sello de la conformidad con su único Señor y Maestro. Cuando murió, en 1226, Francisco era un hombre extenuado por la fatiga y por las enfermedades y, al mismo tiempo, un hombre reconciliado con el sufrimiento, consigo mismo y con toda criatura. Fue canonizado en 1228 y es patrono de Italia y de los ecologistas.
***
“Altísimo y omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición.
A ti solo, Altísimo, te convienen y ningún hombre es digno de nombrarte.
Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas, especialmente en el Señor hermano sol, por quien nos das el día y nos iluminas.
Y es bello y radiante con gran esplendor, de ti, Altísimo, lleva significación.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano viento y por el aire y la nube y el cielo sereno y todo tiempo, por todos ellos a tus criaturas das sustento.
Alabado seas, mi Señor por la hermana Agua, la cual es muy humilde, preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el hermano fuego, por el cual iluminas la noche, y es bello y alegre y vigoroso y fuerte.
Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas.
Alabado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor, y sufren enfermedad y tribulación; bienaventurados los que las sufran en paz, porque de ti, Altísimo, coronados serán.
Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. Ay de aquellos que mueran en pecado mortal. Bienaventurados a los que encontrará en tu santísima voluntad porque la muerte segunda no les hará mal.
Alaben y bendigan a mi Señor y denle gracias y sírvanle con gran humildad…”
*
San Francisco de Asís. Cántico de las Criaturas
***
Su vida estuvo enteramente caracterizada -hasta el momento de la conversión- por la búsqueda de un modelo que pudiera educar y plasmar su natural propensión al canto.
Lo encontró de repente en el Señor Jesús, en la belleza de su vida narrada por el Evangelio y, en particular, en el luminoso canto nuevo de su muerte en la cruz.
Dejó que la pasión marcara cada uno de sus pasos y afinara de manera progresiva todas las fibras de su persona con la humanidad del Hijo de Dios, que se entregó por completo a sí mismo por nosotros.
Francisco oró así: «Te ruego, oh Señor, que la ardiente y dulce fuerza de tu amor arrebate mi mente de todas las cosas que hay bajo el cielo, para que muera yo de amor por tu amor, como tú te dignaste morir por amor a mi amor» (oración Absorbeat).
Su camino estuvo siempre acompañado por confirmaciones y consuelos. Su predicación y su ministerio tocaron el corazón de las personas y suscitaron decisiones de conversión y de reconciliación.
Su manera de seguir radicalmente al Señor se volvió, cada vez más, casa hospitalaria para otros muchos hermanos y hermanas, que encontraron en su itinerario personal una modalidad radical y actual de interpretar y vivir el Evangelio de la nueva estación histórica que avanzaba. Sin embargo, en el tiempo del monte Alverna, parece apagarse el canto fluente.
En esta estación encuentra Francisco la prueba más terrible: las fatigas originadas por un movimiento que se institucionaliza -que pierde en intensidad evangélica y llega incluso a dudar sobre la posibilidad de que sea integralmente practicable su estilo de vida- repercuten en su misma fe.
La pregunta sobre la verdad de sus intuiciones más profundas y la duda sobre el origen divino de su proyecto de vida resuenan en un silencio opresor en el que Dios no parece hablarle ya, a pesar de haberlo buscado con tanta tenacidad.
Francisco experimenta el abandono de Dios y se retira de los hermanos para no mostrar su semblante, que ha perdido la serenidad habitual. El canto nuevo, por consiguiente, no le fue dado en un momento de paz y consolación, sino en un momento en el que -como dice el salmista- «fallan los cimientos» (Sal 11,3) y todas las seguridades parecen hundidas
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C. M. Martini – R. Cantalamessa, La cruz como raíz de la perfecta alegría,
Verbo Divino, Estella 2002, pp. 15-16).
Comentarios desactivados en “¿No son injustos tus caminos?”
La publicación de hoy es del editor en jefe de Bondings 2.0, Robert Shine.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el 26º Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
“¿No son injustos vuestros caminos?”
Mañana me dirijo a Roma. Frank DeBernardo, editor de Bondings 2.0, y yo estaremos allí cubriendo la asamblea del Sínodo este mes. Hay un tremendo revuelo sobre lo que muchos consideran el más importante de la Iglesia Católica desde el Vaticano II en los años 1960.
El camino hacia esta asamblea en los últimos dos años ya es significativo: millones de personas se han reunido en miles de sesiones de escucha, lo que ha provocado un vaivén de documentos en todos los niveles de la iglesia. Los alrededor de 400 participantes en la asamblea de este mes traen consigo las historias y preocupaciones de muchos otros. Cuestiono a cualquiera que diga saber ahora qué resultará de esta asamblea dentro de un mes.
La primera lectura de hoy de Ezequiel plantea sucintamente un tema claro que ya surgió en este proceso: “¿No son injustos vuestros caminos?” En la lectura, Dios hace esta pregunta a la gente que se queja. Hoy en día, todavía clamamos por lo injusto que creemos que es Dios a veces. Sin embargo, Dios rápidamente señala que el camino de Dios es siempre la misericordia. Son nuestras costumbres las que son injustas y dañinas.
Aunque no está formulada con estas palabras, la pregunta en Ezequiel ha sido una corriente subyacente en los comentarios de personas condenadas al ostracismo por la iglesia institucional. Las personas LGBTQ+ y nuestros aliados, las personas de color, los divorciados vueltos a casar, las mujeres, las personas discapacitadas y los pobres, de diversas maneras, han desafiado a los líderes de la iglesia. Les preguntamos una y otra vez: “¿No son injustos vuestros caminos?” cuando a tantos se les excluye de los sacramentos, se les niega su dignidad vocacional, se los obliga a permanecer encerrados y se los denigra teológicamente.
¿Se harán cambios importantes en esta asamblea sinodal? Supongo que importa lo que entendemos por “cambios importantes” y “cambios“. ¿Creo que las parejas queer serán bienvenidas al matrimonio sacramental o a las mujeres ordenadas? Aún no. ¿Creo que esta asamblea y el proceso previo a ella podrían alterar fundamentalmente la forma en que somos una comunidad católica en el tercer milenio? Tengo esperanza. Y estoy convencido de que si cambiamos lo suficiente las prácticas de toma de decisiones de la iglesia, con el tiempo se producirán otros cambios.
La Iglesia Católica Romana está en problemas. El pueblo de Dios sabe que nuestras patologías eclesiales son profundas. Los métodos de la iglesia institucional son, de hecho, a menudo injustos. También lo son nuestras costumbres en nuestra vida personal, si somos honestos. Dios, sin embargo, no sólo plantea una pregunta reveladora en Ezequiel, sino que también ofrece una invitación: “¡Vuélvete y vive!”
El Sínodo sobre la sinodalidad es una oportunidad para la conversión, como iglesia y como personas. No es necesario estar en las sesiones en Roma para participar. Sí, oren por el Sínodo y el futuro por venir. Pero no esperes alguna eventualidad. Más bien, vivamos la sinodalidad ahora en nuestras parroquias, escuelas y organizaciones benéficas. Consulten unos con otros con frecuencia, escuchen intencionalmente y tomen decisiones colectivamente.
Aunque la asamblea de este mes es en el Vaticano, el centro de poder de la iglesia, Dios habla con mayor frecuencia desde los márgenes, a través de los marginados. Las personas LGBTQ+ y sus aliados deben seguir preguntando a los líderes de la iglesia: “¿No son injustos sus caminos?” Y debemos escuchar cuando los demás nos piden lo mismo. Este caminar juntos nos permitirá a nosotros, el pueblo de Dios, regresar y vivir, vivir en una iglesia renovada donde todos sean bienvenidos, celebrados y afirmados.
Bondings 2.0 proporcionará actualizaciones periódicas sobre los desarrollos relacionados con LGBTQ en la asamblea del Sínodo, así como comentarios de teólogos aquí mismo en el blog. Si aún no estás suscrito a este blog, puedes hacerlo haciendo clic aquí.
New Ways Ministry también organizará programas virtuales para ayudar a comprender lo que está sucediendo, incluido “Live from Rome! A Mid-Synod Conversation” (“¡En vivo desde Roma! Una conversación a mitad del Sínodo”) el miércoles 18 de octubre de 2023, de 7:00 a 8:00 p. m., hora del este de EE. UU.
Puede encontrar información sobre los programas de este otoño y todos los recursos del Sínodo sobre Sinodalidad del New Ways Ministry haciendo clic aquí.
—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 1 de octubre de 2023
Comentarios desactivados en “Os llevan la delantera”. 01 de octubre de 2023. 26 Tiempo ordinario (A). Mateo 21, 28-32
La parábola es tan simple que parece poco digna de un gran profeta como Jesús. Sin embargo, no está dirigida al grupo de niños que corretea a su alrededor, sino a «los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo», que lo acosan cuando se acerca al templo.
Según el relato, un padre pide a dos de sus hijos que vayan a trabajar a su viña. El primero le responde bruscamente: «No quiero», pero no se olvida de la llamada del padre y termina trabajando en la viña. El segundo reacciona con una disponibilidad admirable: «Por supuesto que voy, señor», pero todo se queda en palabras. Nadie lo verá trabajando en la viña.
El mensaje de la parábola es claro. También los dirigentes religiosos que escuchan a Jesús están de acuerdo. Ante Dios, lo importante no es «hablar», sino «hacer». Para cumplir la voluntad del Padre del cielo, lo decisivo no son las palabras, promesas y rezos, sino los hechos y la vida cotidiana.
Lo sorprendente es la aplicación de Jesús. Sus palabras no pueden ser más duras. Solo las recoge el evangelista Mateo, pero no hay duda de que provienen de Jesús. Solo él tenía esa libertad frente a los dirigentes religiosos: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».
Jesús está hablando desde su propia experiencia. Los dirigentes religiosos han dicho «sí» a Dios. Son los primeros en hablar de él, de su ley y de su templo. Pero, cuando Jesús los llama a «buscar el reino de Dios y su justicia», se cierran a su mensaje y no entran por ese camino. Dicen «no» a Dios con su resistencia a Jesús.
Los recaudadores y prostitutas han dicho «no» a Dios. Viven fuera de la ley, están excluidos del templo. Sin embargo, cuando Jesús les ofrece la amistad de Dios, escuchan su llamada y dan pasos hacia la conversión. Para Jesús no hay duda: el publicano Zaqueo, la prostituta que ha regado con lágrimas sus pies y tantos otros… van por delante en «el camino del reino de Dios».
En este camino van por delante no quienes hacen solemnes profesiones de fe, sino los que se abren a Jesús dando pasos concretos de conversión al proyecto del Padre.
Ezequiel 18,25-28: Cuando el malvado se convierte de su maldad, salva su vida. Salmo responsorial: 24: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. Filipenses 2,1-11: Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Mateo 21,28-32: Recapacitó y fue.
La conversión de aquellos que el sistema religioso considera pecadores debería ser una señal profética con el poder de arrastrar a todos hacia el camino del bien. Sin embargo, esto no es lo que ocurre. Cada sistema religioso organiza sus valores en escalas jerárquicas en las que cuenta más la posición que la propia conciencia. El profeta Ezequiel y el evangelio se refieren a esta terrible realidad: los que se consideran a sí mismos salvados son incapaces de cambiar su manera de pensar para abrirse a la acción de Dios. Los más ilustres representantes de la religión (sacerdotes judíos, fariseos, escribas, etc.) incurren en el pecado de la falsa conciencia religiosa, es decir en la pretensión injustificada de considerarse salvados por sus propios méritos y no por la gracia de Dios. Pablo nos presenta una aguda reflexión sobre este problema y nos llama la atención sobre aquellos elementos de discernimiento que nos permiten evaluar nuestras prácticas cotidianas a la diáfana luz del amor misericordioso y del servicio solidario.
El profeta Ezequiel llama la atención a su pueblo, envuelto en intrigas, enajenado por las permanentes conspiraciones contra el imperio babilonio. La situación era extremadamente precaria luego de la primera deportación en el año 597 a.e.c. Los líderes del pueblo habían sido obligados a marchar a tierras extranjeras y vivían en condiciones extremadamente precarias. La situación en Jerusalén era extremadamente volátil. La falta de discernimiento, la manipulación de los sentimientos patrióticos y el oportunismo de los nuevos lideres los dejaban a la merced de una nueva y devastadora intervención de Babilonia como efectivamente ocurrió en el año 587 a.e.c. En medio de tanta tensión, caos y confusión el profeta hace un llamado a la cordura y al buen juicio. La falsa consciencia religiosa estaba inflando los planes de las autoridades del Templo y de los altos funcionarios de la corte. Se consideraban a sí mismos propietarios de la salvación y personas más allá del ‘bien y del mal’. Ezequiel los llama a la humildad y la honestidad, al servicio al pueblo y a la justicia, pues, en nombre del bien de la patria no cesaban de cometer crímenes e injusticias que contradecían el fundamento jurídico y ético de la alianza de Yahvé con su pueblo. Considerarse a si mismo justo, mientras se comenten las peores atrocidades no es sino un engaño inútil. El bien consiste en el respeto del derecho y en la práctica de la justicia.
La parábola que hoy nos propone Jesús, denuncia igualmente la falsa conciencia religiosa. La viña es la realidad del mundo, en la que el trabajo siempre es arduo y urgente. A esa viña el Padre envía a sus dos hijos. La respuesta de los dos es ambigua. Sin embargo, sólo el compromiso del que inicialmente se había negado al trabajo nos permite descubrir quién actúo coherentemente. De este modo Jesús denuncia a aquellos dirigentes y a todo el pueblo que públicamente se compromete a servir al Señor, pero que es incapaz de obrar de acuerdo con sus palabras. Actitud que contrasta con aquellos que aunque parecen negarse al servicio, terminan dando lo mejor de sí en la transformación de la viña.
Esta parábola plantea un dilema que pone al descubierto la praxis de sus oyentes y que, leída a la luz de los acontecimientos de la época de Jesús nos muestra cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la voz del profeta. La conversión no es un asunto de solemnes proclamas o de prolongados ejercicios piadosos, sino un llamado impostergable a la justicia y al discernimiento. Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de sus contemporáneos que se consideraban auténticos seguidores de Yavé e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos.
Prostitutas y publicanos no sólo eran profesiones terriblemente despreciadas, sino que quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos, que ni siquiera la presencia de un profeta tan grande como Juan Bautista es capaz de transformar las conciencias anquilosadas y estériles de aquellos que se consideran salvados únicamente por el alto cargo que ejercen en el aparato religioso.
Pablo nos muestra la misma realidad, desde el interior de la comunidad cristiana. Los creyentes, por sus mismas buenas intenciones, están más expuestos a crearse una falsa conciencia religiosa que los lleve a considerarse superiores a los demás o definitivamente salvados. El único criterio para determinar la autenticidad de las prácticas cristianas es lo que el llama ‘entrañas de misericordia’, o sea, el amor incondicional por aquellas personas excluidas y víctimas de la opresión y la miseria. Para Pablo, los cristianos no se pueden examinar únicamente a la luz de criterios piadosos, sino a la luz de la práctica de Jesús que actuó siempre en el mundo con entrañas de misericordia.
Más allá de una interpretación limitada al contexto judío del momento de Jesús, esta palabra suya puede y debe elevarse a categoría universal y a principio teórico: el de la primacía del hacer sobre el decir, de la praxis sobre la teoría. Un hermano dijo que sí, muy dispuesto, pero sus hechos desmintieron sus palabras: su palabra verdadera, su palabra práctica, fue un no. El otro hermano pareció estar desde el princpio fuera del camino de la salvación, por sus palabras negativas e inaceptables; pero a pesar de sus palabras, él de hecho fue a la viña, «hizo» la voluntad del Padre. Decir/hacer, teoría/praxis: el Evangelio está claramente decantado a un lado, sin vacilaciones, en estas disyuntivas. Leer más…
Comentarios desactivados en 1.10.23. Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo: Los publicanos y prostitutas os preceden en el Reino de Dios (Mt 21, 23.28-32. Dom TO, 32)
Del blog de Xabier Pikaza;
Éste es un texto central del evangelio de Mateo y de todo el Nuevo Testamento y sólo se entiende vinculando Mt 21, 23:
Jesús no habla a todo el pueblo a sus autoridades religiosas (sacerdotes) y sociales (senadores, ancianos).
Jesús no establece aquí una “norma privada de piedad”, sino que fundamenta el nuevo derecho y organización de su iglesia.
El camino que lleva al Reino de Dios no lo trazan sacerdotes autoridades civiles, sino publicanos y prostitutas (es decir, los marginados, excluidos y humillados del pueblo).
| X. Pikaza
TEXTO
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y senadoras del pueblo… Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.” Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor.” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El primero.” Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis. (Mt 21, 23. 28-32)
REFLEXIÓN GENERAL
Declaración suprema de Jesús desde el templo (21, 23), esto es, desde el lugar donde se juntas las autoridades. Es como si Jesús viniera y proclamara su palabra suprema en el Vaticano (en un sínodo, consistorio o concilio general) y en un tipo de ONU ampliada antes los gobernantes dirigentes económicos del mundo.
Jesús habla ante una “cámara” (parlamento o senado) que está formado por dos poderes: El poder sacral (sacerdotes, cámara eclesiástica: obispos) y el poder social (representado por los senadores (seniores/señores, representanes de familias ricas, esto es la gerusía). Estos “senadores” (presbyteroi) son nobles/gobernantes. ministros del Estado) y son ricos. Pues el poder social/político y económico se identifican.
Estos son en principio los miembros del Sanedrín, que es el “consejo de Estado” (con poder legislativo, ejecutivo económico) del pueblo. En tiempo de Jesús solía incluirse en esta “cámara de Estado”, con los sacerdotes, nobles y ricos a los “escribas”, doctores de la ley, y así aparece en varios lugares del NT. Pero este Jesús de Mateo, que es un “escriba) no quiere condenar a los escribas, pues piensa que hay muchos que son buenos…
4. Conclusión. Este no es un discurso para el pueblo llano, ni para los publicanos y prostitutas, sino para los gobernantes del pueblo, como si Jesús viniera a España y juntara a los obispos de la CEE, a los miembros del parlamento…. y a unos cien representantes del poder económicos (multimillonarios, dirigentes de empresas etc.
SENTIDO BÁSICO
Jesús junta en el templo a los poderes “reales” del pueblo (sacerdotes y gobernantes) para decirles que no van por el buen camino, que no dirigen ni encabezan al pueblo por el camino del reino de Dios, sino todo lo contrario… Que el camino del Reino de Dios pasa por los publicanos y las prostitutas… Ellos, los despreciados, los excluidos, son los que pueden dirigir a todos al reino de Dios, a la nueva humanidad,
Los representantes de Dios en el mundo no son obispos/sacerdotes y gobernantes/ricos como tales, sino los publicanos y prostitutas, es decir, los rechazados sociales.
Ciertamente, puede haber publicanos y prostitutas que son “pecadores” (poco honestos.), pero en sentido radical ellos no son pecadores sino víctimas.
Tal como Jesús formula esta palabra y la sitúa en el centro de su evangelio, el gran pecado no es de los publicanos y prostitutas, sino de la alta/buena/poderosa sociedad religiosa y civil que les utiliza, les expulsa y les condena. Publicanos y prostitutas son víctimas de una sociedad que les utiliza como chivo expiatorio, les explora social y sexualmente, para luego condenarles.
El pecado de fondo de unos y otras es el mismo, como he dicho: Tener que venderse o, mejor dicho, estar vendidos de antemano, ser objeto de venta de la “buena” sociedad de los que se llaman a sí mismos “hijos de Dios” (como dice Gen 6).En sentido general, en aquel contexto “patriarcal” a la mujer se la vende (y para vivir ella tiene que dejarse vender). De manera convergente, a un tipo de varones se les vende (y ellos tienen que venderse) para sobrevivir. Por eso, más que pecado de publicanos y prostitutas éste es el pecado de los poderes religiosos, políticos y económicos que fundan su poder sacerdotal, político y económico sobre la explotación de otros.
Jesús no comienza su camino de reino con los que se presentan como buenos (y condenan a otros a la prostitución del cuerpo o del dinero), sino con los publicanos y prostitutas, de los que no se dice que “os precederán al final”, sino que os están precediendo ya, ahora…
Jesús no dice “os precederán” (en el cielo futuro), sino que os están precediendo (en este mundo), ellos están abriendo con Jesús el camino del Reino. Ellos son los “guías” (pro‒agousin).
. Según la carta a los Hebreos, el “prodomos” (explorador y pionero) del reino de Dios es Jesús. Pues bien, según este pasaje, los pioneros o guías del reino son los publicanos y las prostitutas, no son los sacerdotes y gobernantesjudíos, ni los doce de Jesús, como Pedro (los Doce y Pedro vienen después).
Según esta palabra, los “sumos sacerdotes y ancianos/senadores(Mt 21, 23) son los que crean un mundo de prostitución y venta económica, creyéndose buenos y pensando que tienen la razón, no pueden “convertirse”, no pueden cambiar, en cambio los publicanos y prostitutas pueden cambiar, pueden iniciar un camino de reino. “hijos de Dios” que se apoderan de las mujeres, las violan, las prostituyen, poniendo así en riesgo la vida de la tierra (el signo del diluvio).
AMPLIACION, LOS DOS HIJOS, JUAN BAUTISTA
Uno dice “voy” y no va; otro dice “no voy”, pero va.
El evangelio de Mateo ha vinculado la gran palabra anterior (publicanos y prostitutas os preceden en el Reino) con la parábola, que, de alguna forma, mantiene el mismo argumento:
El primer hijo, que primero dice “no”, pero después se ·”convierte” y cambia, podría referirse a los gentiles, pero, en sentido más preciso representa a los publicanos y prostitutas, que han empezado rechazando la voluntad del padre, pero al final se arrepienten y van a la viña. Por el contexto, el segundo hijo representa a los sacerdotes y ancianos, que han dicho a Dios que “sí”, pero después no van. Desde ese fondo debemos unir este pasaje con 11, 19, donde a Jesús le acusaban de amigo de publicanos y pecadores.
Jesús vincula su mensaje y camino con el de Juan Bautista
Muchos habían tomado a Juan Bautista como un “loco”, pues no comía ni bebía, dando la impresión de que no le importaba la necesidad de los hombres concretos, sino sólo la protesta de los austeros penitentes, elitistas, separados del mundo. Jesús, en cambio, se mostraba como un comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores/as esto es, como alguien que formaba parte del submundo de los excluidos (publicanos, prostitutas….) fuera del buen pueblo de la alianza (presidido por los sacerdotes, y ancianos).
Pues bien, a pesar de la austeridad de Juan, Jesús afirma que los publicanos y prostitutas (21, 32) creyeron en él, aceptando su camino de justicia, “mientras que vosotros (sacerdotes-ancianos) no creísteis en él”. Eso significa que, siendo tan distintos (11, 16-19), Juan y Jesús tenían una misma meta, de forma que el camino de penitencia para conversión de Juan Bautista había culminado en el mensaje de Reino de Jesús. De esa manera, los publicanos y los pecadores/prostitutas, que habían creído en Juan, aparecen vinculados al mismo tiempo con Jesús (aceptan su camino), en contra de los sacerdotes y ancianos importantes del pueblo.
Jesús contesta así a los sacerdotes y ancianos de 21, 23 diciéndoles, por un lado, que Juan y su Bautismo venían de Dios, y acusándoles por otro de no haber respondido a su llamada, a diferencia de publicanos y prostitutas, que aparecen así unidos en línea de conversión. De los primeros he tratado ya al ocuparme de 9, 9-12. De las prostitutas, en el comentario a 19, 9, de manera que ahora puedo retomar lo ya dicho en perspectiva de conjunto.
‒ Publicanos y prostitutas creyeron en Juan Bautista (21, 28.31). Ellos habían empezado diciendo al padre que “no”, pero después fueron. En esa línea se dice que han escuchado y acogido la palabra de Dios, convirtiéndose, como quería Juan Bautista, y/o aceptando el camino de la comunidad mesiánica de Jesús (cf. 11, 19). Publicanos y prostitutas “acudían” a la escuela de Juan, en la que estuvo Jesús, por lo menos hasta su bautismo (cf. Mt 3), de manera que cuando dice que creyeron en Juan podría estar evocando un recuerdo histórico.
Esto es lo que ocurre a los nuevos protagonistas que presenta el evangelio de Mateo. Hasta este momento, sacerdotes y “ancianos” (equivalentes a nuestros senadores) no han desempeñado papel alguno. Jesús no ha tenido contacto con ellos en Galilea. Pero ahora, cuando la liturgia, en un vuelo asombroso, nos traslada a Jerusalén durante el lunes santo, se presentan ante Jesús pidiéndole cuentas de lo que ha hecho el día antes, cuando purificó el templo, expulsando a mercaderes y cambistas, y curó en el recinto sagrado a cojos y ciegos, a los que estaba prohibida la entrada en el templo.
Una pregunta y tres respuestas
Lo anterior va a provocar que los responsables religiosos (sacerdotes) y políticos (ancianos) le pregunten a Jesús: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado esa autoridad?». El evangelio de Mateo responde en tres pasos.
1) En el primero, Jesús pone a las autoridades entre la espada y la pared, preguntándoles: «El bautismo de Juan, ¿de dónde venía, de Dios o de los hombres?» Viendo el peligro de comprometerse en un sentido o en otro, responden: «No lo sabemos». Y Jesús termina con un escueto: «Pues yo tampoco os digo con qué autoridad hago esto».
2) Inmediatamente pasa al contrataque, con la parábola que leemos este domingo: la de los dos hijos (Mt 21,28-32).
3) Sin interrupción, añade una nueva parábola: los viñadores homicidas, que leeremos el próximo domingo.
En conjunto, la denuncia de sacerdotes y ancianos es durísima: 1) no se atreven a dar una opinión sobre Juan Bautista; 2) son peores que los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que sí le hicieron caso a Juan; 3) para apoderarse de una viña que no les pertenece, deciden asesinar al hijo del propietario (Dios).
No es raro que, tras escuchar estas tres acusaciones, decidieran matar a Jesús.
La lectura de hoy se centra en el segundo punto.
Obras son amores, y no buenas razones
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
― ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero.” Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor” Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron:
― El primero.
Jesús les dijo:
― Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
La historieta que propone Jesús es tan fácil de entender que sus enemigos caen en la trampa. ¿Quién cumple la voluntad del padre? ¿El hijo protestón y maleducado que termina haciendo lo que le piden, o el hijo amable y sonriente que hace lo que le da la gana? La respuesta es fácil: el primero. Lo importante no es decir palabras bonitas; tampoco importa protestar mucho. Lo importante es hacer lo que el padre desea. «Obras son amores, y no buenas razones».
Pero Jesús saca de aquí una consecuencia asombrosa. Es preferible vivir de mala manera, si al final haces lo que Dios quiere, que vivir de forma aparentemente piadosa y negarse a cumplir la voluntad de Dios. Dicho con las palabras hirientes del evangelio: es preferible ser prostituta o ladrón, si al final te conviertes, que ser obispo, sacerdote, o pertenecer a cualquier congregación o institución religiosa y ser incapaz de convertirse.
¿En qué consiste la conversión? Nueva sorpresa. No se trata de aceptar a Jesús y su mensaje, sino a Juan Bautista, que mostraba el camino de la justicia, de la fidelidad a Dios, como primer paso hacia el evangelio. Con ello, Jesús responde indirectamente a la pregunta que no habían querido responder las autoridades: «¿De dónde procedía el bautismo de Juan, de Dios o de los hombres?» El bautismo de Juan era cosa de Dios, su predicación marcaba el camino recto. Las prostitutas y los recaudadores, representados por el hijo protestón, pero obediente, creyeron en él. Las autoridades religiosas, representadas por el hijo tan amable como falso, no le creyeron.
¿Tirando piedras contra el propio tejado?
Lo curioso de esta interpretación de la parábola es que parece volverse contra Juan y contra Jesús. Los que dan testimonio a su favor son gente indigna de crédito, prostitutas y explotadores; quienes lo rechazan o se abstienen, personalidades religiosas de buena fama, los sacerdotes. Puestos a elegir, ninguna persona piadosa aceptaría la opinión de unos cuantos drogatas y unas pocas prostitutas en contra de lo que decida una Conferencia Episcopal.
Además, el judío piadoso de tiempos de Jesús (como muchos cristianos piadosos de nuestro tiempo) está convencido de que no necesita convertirse. Y si en algo tiene que cambiar, el camino no deben indicárselo personas tan extrañas y discutibles como Juan Bautista, Martin Lutero King, Oscar Romero, Pedro Casaldáliga o el Papa Francisco.
Así adquieren pleno sentido las palabras de Jesús: «los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios». Para entrar en ese reino, hay que abrirse a una nueva forma de vida, aunque suponga un corte drástico y doloroso con la vida anterior. La institución religiosa seguirá firme en sus trece, incluso utilizará el argumento de la parábola para rechazar a Juan y a Jesús. Sin embargo, el Reino se irá incrementando con esas personas indignas de crédito, pero que creen en quien les muestra el camino de una nueva forma de fidelidad a Dios. Esas personas que, como dice el profeta Ezequiel en la primera lectura, son capaces de recapacitar y convertirse.
Así dice el Señor: Comentáis: “No es justo el proceder del Señor”. Escuchad, casa de Israel: ¿es injusto mi proceder?, ¿o no es vuestro proceder el que es injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere, muere por la maldad que cometió. Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.
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