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“Unidos por el amor a un crucificado”, por Carlos Osma

Viernes, 14 de abril de 2017
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De su blog Homoprotestantes:

Una reflexión de Jn 19, 17-30.

“Jesús, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, en hebreo, Gólgota. Allí lo crucificaron con otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio”.

El Jesús del Evangelio de Juan es tan diferente al del resto de evangelios que a menudo nos desconcierta. Y lo hace porque el evangelista en su intento de presentar a Jesús en plena intimidad con Dios, parece deshumanizarlo y alejarlo de nosotros. Es evidente que hay una intencionalidad teológica, pero ver a Jesús cargando su cruz y marchando con ella hacia el Gólgota, como quien decide darse un paseo triunfal hasta el trono en el que ocupará el lugar central, no ayuda para que empaticemos con la experiencia histórica de una persona que fue torturada y asesinada de una forma tan cruel.

Sin embargo el evangelista no busca nuestra empatía, sino que, en un momento histórico en el que el cristianismo tenía que reafirmarse frente a un judaísmo de carácter fariseo, era necesario dar valor al elemento central de su conflicto: a Jesús. Y en la medida en el que aquel Mesías se convertía en un ser divino, la ruptura con el fariseísmo estaba servida. Así que la estrategia del autor (o autores), no fue en ningún momento la de buscar puntos de conexión o elementos de encuentro, sino la de reafirmar el elemento central de la fe cristina. Puede parecernos más o menos acertada su intención, pero deberíamos preguntarnos si los cristianos y cristianas del siglo XXI utilizamos la misma estrategia para lidiar con nuestras diferencias.

Que no pretendiese tender puentes de diálogo, no significa necesariamente que la voluntad de Juan fuese la de hacerlos saltar por los aires. La obra no va dirigida a los fariseos, sino a los seguidores de Jesús, para reforzar y profundizar su fe en un momento de confrontación. Y si hay algo que tiene muy claro el evangelista, es que sólo poniendo la mirada en Jesús y a él como centro, el cristianismo puede tener algo que decir en un mundo donde la diversidad va en aumento. Si eso se traduce en rupturas, pues bienvenidas sean.

“Escribió también Pilato un letrero, que puso sobre la cruz, el cual decía: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron aquel letrero, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el letrero estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos, sino: Este dijo: Soy rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito”.

De repente Jesús desaparece de la escena, y ésta se centra en una discusión sobre su identidad. Definir a un ser humano al que se ha crucificado antes, no puede tener como intención entender quién es. Lo que quieren los representantes religiosos, es simplemente reafirmar su teología y su posición social. Es una falsa discusión, no hay diálogo, algo muy común en el pensamiento religioso que dice buscar la verdad, pero que cuando está ante ella la ignora porque rompe sus esquemas arcaicos. La verdad para Juan era un ser humano, y ellos lo habían crucificado. Y frente al que había sido torturado y traspasado por clavos, los sacerdotes solo quieren poner un broche final, uno que dice que tienen la razón y el ajusticiado no. Según el evangelista, los fariseos no quieren que la mirada de quienes pasan frente a la cruz se dirija hacía Jesús, sino hacia la letra, hacia un cartel que etiqueta al crucificado con una identidad que no es la suya, pero que permite que la teología farisea quede indemne, y a sus dirigentes disfrutar de sus beneficios.

Podríamos creer que el poder político sí ha entendido quien es Jesús y es capaz de definirlo correctamente. Pilato ha acertado, ¿ha entendido lo que al poder religioso se le escapa? El evangelista parece decirnos que no, que se puede dar la identidad que corresponde a Jesús por error, o simplemente por intentar provocar al fariseísmo recordándole quien ostenta el poder realmente. El cartel que manda colocar Pilato sobre la cruz expresa la identidad que Jesús mostró, pero no está basada en una mirada sincera hacia Jesús, en una aceptación real de su identidad. El crucificado seguía en la cruz, aquella a la que le habían subido quienes decían reconocer quien era. Y es que se puede ser muy comprensivo, tener toda la razón, y seguir subiendo a la cruz a quienes nos son incómodos, porque con esa cruz nuestro poder se impone frente a otros poderes que nos incomodan.

“Cuando los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro pares, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era costura, de un solo tejida de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados”.

Quienes mueven los hilos a su conveniencia, no se ensucian las manos de sangre, para ello tienen a sus soldados que ejecutan a la perfección las órdenes recibidas. En estos versículos la mirada sigue alejada del Jesús crucificado, pero también se aleja de los centros de poder que lo han llevado hasta el Gólgota, ahora la acción se sitúa en la mano de obra de la ideología dominante. Los soldados no piensan, ni dudan, ni sienten… se limitan a hacer lo que han hecho toda la vida, lo que es natural: “que quienes molestan sean eliminados”. Frente a una humanidad crucificada que parecen ignorar se comportan como simples máquinas, ¿dónde agoniza realmente la vida, arriba en la cruz, o delante de ella?

Los soldados cumplen a raja tabla la Escritura, ellos son sus guardianes, y al hacerlo desnudan a un Jesús sufriente que ya agoniza. Allí ante ellos todo se muestra en su verdadera humanidad, sin que nada quede escondido. Pero su mirada no se dirige hacia el cuerpo vulnerable y herido, hacia el sufriente, sino hacia ellos mismos, por eso se disponen a obtener algún beneficio. Y reparten sus vestidos de forma ordenada, organizada, como si estuvieran acostumbrados a hacerlo todos los días. Y es que los ejecutores de las ideologías asesinas, no suelen ser víctimas inocentes, aunque algunos discursos los presenten de esta forma. Los ejecutores se lanzan como buitres sobre los despojos que otros han decidido dejar por el camino, y de esta manera cumplen la Escritura, pero no por ello dejan de ser unos asesinos.

“Estaba junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María mujer de Cleofás, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo al que él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió como madre propia”.

Finalmente Juan nos devuelve a la cruz, al punto de partida. Y allí encontramos a la madre de Jesús, junto a otras mujeres, y al hombre al que Jesús amaba. Parece como si solo ellos tuvieran la vista puesta en el crucificado. A las tres Marías no les importa si en aquel momento se cumplían o no cumplían las profecías del Antiguo Testamento. Al amado de Jesús le traía sin cuidado si estaba o no frente al Rey de los Judíos. Lo que las Escrituras profetizaban podría ser relevante para quienes querían tener razón y poseer la verdad, pero lo que Juan destaca sobre cualquier otro elemento, es que las seguidoras y seguidores de Jesús están al lado del crucificado, mirándole a él, y sufriendo por/con él. Ese es el elemento central que quiere destacar, esa es la verdadera mirada cristiana, la que fundamenta cualquier reflexión, cualquier debate, cualquier acción. Se puede estar al lado de la cruz por muchas razones que no sean el amor a quién ha sido clavado en ella.

Y desde esta manera de estar frente a la cruz, se puede escuchar la voz de Jesús. El amor de María por su hijo, y el del discípulo por su amado, une irremediablemente a ambos, los convierte en una familia. Una madre que abre el corazón al hombre al que su hijo ama, y un hombre que abre su casa y su vida a la madre de quien le amó como ningún otro. Una familia contranatura para muchos, pero una familia cristiana para quienes son capaces de escuchar el mensaje de la cruz. Y así es como el evangelista Juan entiende la comunidad cristiana, como una familia que no sigue los dictámenes biologicistas, que no cumple la Ley sobre todas las cosas, que no se doblega frente a las costumbres y las exigencias de la religiosidad. Sino como un conjunto de hombres y mujeres unidos por el amor a un crucificado, y cuyas relaciones únicamente son juzgadas por el amor que contienen. Ese es el centro del cristianismo que propone, uno que tiene su mirada puesta únicamente en la cruz. Con esta mirada es posible que la comunidad Joánica esté abocada a una ruptura con el judaísmo fariseo, pero sin ella habrá perdido inevitablemente y para siempre su esencia cristiana, su motivo de ser. Sólo mirando a Jesús el cristianismo, sea del tipo que sea, sigue siendo cristianismo.

Carlos Osma

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Empezando la Cuaresma.

Sábado, 11 de marzo de 2017
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Del blog de Henri Nouwen:

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“… Comienza el tiempo de Cuaresma. Es un tiempo para estar contigo de una forma especial, un tiempo para orar, para ayunar y, de esta forma, seguirte en tu camino a Jerusalén, al Gólgota, y a la victoria final sobre la muerte…

Sé que la Cuaresma va a ser un tiempo muy difícil para mí. La elección de tu camino debe hacerse en cada momento de mi vida…. No hay lugares ni momentos sin elecciones.

Y sé cómo me resisto profundamente a elegirte.

Por favor, Señor, quédate conmigo en todo momento y en todo lugar. Dame la fuerza y el coraje de vivir esta temporada fielmente, de manera que, cuando llegue la Pascua, pueda experimentar, con alegría, la nueva vida que has preparado en mí.”

*

Henri Nouwen

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“Solo Cristo salva”, por Carlos Osma

Jueves, 9 de marzo de 2017
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solocristoDe su blog Homoprotestantes:

Cuando cristianos y cristianas lgtbi hablamos de salvación, podemos evadirnos de la realidad y empezar a hacer teología ficción, como esa que llena libros infumables de teología, estanterías de seminarios decadentes, o bancos de iglesias respetables que sirven a la “verdadera doctrina”. Y lo podemos hacer porque tenemos tantas ganas de ser como el resto de creyentes, que nos lanzamos en brazos de la imitación. Y es que en realidad, reconozcámoslo, lo que a nosotras nos salva, lo que nos otorga el perdón por nuestra “disidencia” es que no se nos note demasiado el plumero. Y así, con una voz grave, intensa, respetable, (pero sobre todo que repita el mantra de la iglesia de la que queremos formar parte), podemos empezar a explicar que la salvación es universal o solo para unos cuantos escogidos, que es para siempre o puede perderse, que es por la fe o que necesita de alguna obra por parte nuestra…. y bla, bla, bla… Palabrería hueca sin alma, sin experiencia.

Que entremos al trapo de tener que explicar que podemos ser cristianas y lesbianas, evangélicas y transexuales, católicos y gays, bisexuales y protestantes, ya dice mucho de nuestras propias inseguridades y de lo asumida que tenemos la ideología heteronomativa que ha impuesto la idea de que si eres cristiano eres heterosexual. Una ideología que nos quema vivos desde los púlpitos de las iglesias, o que nos ofrece bulas a cambio de pagar el precio de la sumisión, del no cuestionamiento de su poder, un poder que a nosotros se nos revela como demoníaco. Nuestra salvación, pasa por su aceptación, por su respeto, y lo triste es que muchas de nosotras nos lo hemos creído, y ponemos toda nuestra energía en ir amontonando buenas obras a ojos de nuestros tribunales eclesiásticos particulares, sabiendo en el fondo, que más que liberadas, vivimos enjauladas.

En su comentario al libro de Romanos, Lutero dice unas palabras sobre las que todas las personas lgtbi deberíamos reflexionar: “Aquellos presumidos que… por la fe sola pretenden tener entrada, no por Cristo, sino pasando al lado de Cristo, como si después de haber recibido la gracia por la justificación, Cristo ya no fuese necesario para ellos. Y como éstos, hay muchos en nuestros días que hasta intentan convertir las obras de la fe en obras de la ley y de la letra en provecho propio: después de haber recibido la fe por medio del bautismo y el arrepentimiento, pretenden que ahora también ellos mismos han de resultar del agrado de Dios en cuanto a su propia persona, sin Cristo, cuando en verdad es necesario tanto lo uno como lo otro: tener fe, por supuesto, pero también tener al mismo tiempo y para siempre a Cristo como Mediador de esta fe. Y es que quizás, a veces, demasiadas veces, el Mediador de nuestra fe no es Cristo, sino las obras que intentamos realizar para aparecer como buenos cristianos dignos de ser aceptados por nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra iglesia.

Para nosotras, personas lgtbi, no habrá liberación, salvación, que no pase por Cristo. Nuestras buenas obras que satisfacen las demandas heteronormativas, son solo obras de la ley, del legalismo. Para nuestra salvación es necesaria la fe, pero no fe en personas e instituciones al servicio de la heteronormatividad, sino en quien predicó el evangelio, fué crucificado y resucitó: Cristo. Cuando nos abandonamos en los brazos de los deseos heteronormativos, nos alejamos de Cristo, nos alejamos de la salvación. Y puede parecer lo contrario, porque es más fácil vivir en paz con un entorno religioso que nos incita a cumplir con lo que se espera de nosotras, que seguir al maestro, seguir a quien puso al ser humano y su felicidad por delante de cualquier institución. Es más fácil someterse, y actuar como si no lo estuviésemos haciendo, como si hubiésemos elegido nuestra humillación por amor a Cristo. Pero no lo hemos hecho por él, lo hemos hecho por cobardía, por falta de fe en Jesucristo, por eso no nos sentimos liberados, por eso no estamos salvadas.

Cuando la Biblia nos habla de tener fe en Cristo, no se refiere a aceptar a Jesús como salvador, como quien tiene un amuleto o simplemente una imagen a la que se aferra por miedo a la vida y a la muerte. Tener fe en Cristo significa seguimiento, solo Cristo salva, nada de lo que nosotros somos o dejamos de ser añade algo a esa salvación. Nuestra homosexualidad, nuestra identidad de género, nuestra bisexualidad… no posibilita o impide la salvación de la que Jesucristo es intermediario. Solo en el seguimiento de Cristo alcanzamos la salvación, en el seguimiento de quien se atrevió a ser diferente al resto, de quien se atrevió a mostrar una identidad diferente a la que se esperaba del Mesías, el que se posicionó del lado de quienes estaban excluidos por parte de los buenos religiosos de su tiempo. Solo cuando estamos dispuestos a caminar sobre las aguas, a perderlo todo por la llamada a la acción de Jesús, es cuando alcanzamos la salvación que Dios desea para nosotras y nosotros. Una salvación que no tiene nada que ver con la represión, sino con la felicidad y con la vida. Porque solo Cristo fue crucificado para que nosotras y nosotros tuviésemos vida. Solo él es nuestro intermediario, solo es a él a quien deberíamos querer agradar.

El seguimiento de Cristo, no es un seguimiento individualista, sino que se realiza junto a otras personas, algunas de las cuales es posible que ni siquiera se definan como cristianas. La tentación de crearse un Cristo a nuestra imagen y semejanza, se desvanece en la convivencia con otras personas que también pretenden seguirle. “Solo Cristo”, no excluye al resto de creyentes, ni al resto de la humanidad, porque Cristo es el lugar de encuentro de quienes trabajan por la justicia y por la vida. Y ésto lo debemos tener muy en cuenta las personas lgtbi, ya que la exclusión que hemos padecido, o que todavía padecemos, puede ser una justificación para el individualismo, para el “Solo Cristo y yo”. Y aunque debemos ponernos a salvo de las ideologías y comunidades cristianas que intentan separarnos de Jesús, que nos exigen obras para satisfacer las demandas heteronormativas, no por eso debemos creer que somos solo nosotros los que seguimos a Cristo correctamente. La comunidad cristina es un arcoíris diverso en el que nosotras no alcanzamos a reflejar todos los colores, pero que sin nuestra presencia tampoco llega a verse completo. Siempre hay personas al lado del Cristo al que seguimos, si no fuese así, estaríamos siguiendo una ilusión, no a Jesús de Nazaret. Solo Cristo nos salva, pero no solo nos salva a nosotros.

Que levantemos nuestra voz, como hace cinco siglos hiciera Lutero y otras y otros reformadores, es imprescindible para seguir reformando la Iglesia. Una Iglesia de la que podemos decir por experiencia que se ha alejado de Cristo y ha vuelto a situar la ley, en nuestro caso la ley que exige el cumplimiento de los preceptos heteronormativos, como mediadora entre los seres humanos y Dios. Pero en el cristianismo el único intermediario es Jesús, un Jesús en el que las personas lgtbi nos sentimos reflejadas, en el que nuestras experiencias son cuestionadas, en el que nuestro amor es bendecido, y en el que nuestra identidad de género es incluida. Un Jesús que se ha acercado para decirnos que le sigamos a él, no a una religiosidad presa por las obras de la ley, y que en su seguimiento, compartido con otros seres humanos, encontraremos la salvación. Pero no una salvación entendida como éxito o reconocimiento individual, si buscamos eso es mejor seguir aferrados a la ley, sino una salvación que busca la justicia, la liberación y la felicidad, tanto individual como colectiva.

Como bien expresó Agustín de Hipona “Quien está lejos de Dios, está lejos de sí, alienado de sí mismo y sólo puede encontrarse si se encuentra con Dios y así.. alcanzar su verdadera identidad”, pero nuestra aproximación a Dios no tiene lugar cuando actuamos como el resto del mundo espera, las buenas obras no nos acercan a Dios. El abismo que nos separa de Dios, que nos separa de nosotros mismos y del resto de seres humanos sólo puede ser salvado por Cristo. Sólo él es el mediador, todo lo demás nos hace perder la vida. Por eso los cristianos lgtbi deberíamos dejar de poner tantas veces los oídos en lo que la homofobia religiosa dice sobre nosotras, y fijar nuestra vista en Jesús, el verdadero dador de vida. Solo Cristo salva.

Carlos Osma

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“¿Qué urge más resolver en la Iglesia?”, por José Mª Castillo

Martes, 28 de febrero de 2017
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32753879911_6e8695e4ec_bLeído en su blog Teología sin Censura:

Los problemas, que hoy más preocupan a clérigos y laicos que actualmente se interesan por los asuntos de la Iglesia, ¿son los problemas más graves que tiene le Iglesia en este momento? ¿son esos los problemas que hay que afrontar cuanto antes?

Creo que es urgente afrontar estas preguntas porque no sé si lo más apremiante, en este momento, es aclarar si los divorciados vueltos a casar pueden o no pueden recibir la comunión. Como tampoco sé si no admite espera posible el hecho de que cuatro cardenales (y algunos grupos integristas) estén en desacuerdo con el papa Francisco. Por supuesto, es un asunto muy grave la cantidad abrumadora de abusos de menores, el hecho de que el Vaticano ni ha firmado, ni pone en práctica, los derechos humanos. Ni los puede poner mientras siga en vigor el actual Derecho Canónico. Con las enormes consecuencias que todo esto entraña.

No sé si estoy en lo cierto al plantear estas preguntas y estas dudas. En cualquier caso, a mí me parece que, debajo de estas cuestiones, hay un problema de fondo que nos asusta. Y nos asusta de verdad. Me refiero a la relación que tiene, mantiene y vive esta Iglesia, que tenemos, con el Evangelio de Jesús.

No estoy dudado de si la Iglesia cree o no cree en el Evangelio. Eso, por supuesto, está fuera de duda. Es más, si el Evangelio ha llegado hasta nosotros, eso se lo debemos a la Iglesia, que lo ha creído y lo ha enseñado a lo largo de los siglos. Pero es que el problema no está en si la Iglesia cree o no cree en el Evangelio. El problema está en si la Iglesia vive o no vive el Evangelio.

Más en concreto, a mí me parece que el problema está en si la Iglesia, tal como la vemos y la vivimos, “sigue” o “no sigue” a Jesús. Porque no olvidemos esto nunca: el problema más grave, que planteó Jesús (según los evangelios) fue el problema del “seguimiento”. De manera que incluso la fe, en Dios y en Jesús, se hace imposible cuando se divorcia y se desentiende del seguimiento de Jesús.

Y lo que yo veo, tanto en la Jerarquía como en los fieles, es que la Iglesia vive preocupada por la fidelidad de los cristianos a la fe. La fidelidad al seguimiento de Jesús no le quita el sueño a nadie. Y conste que, concretamente en los evangelios sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento se habla 57 veces.

Y es que la fe, como conjunto de creencias y prácticas religiosas, se puede reducir fácilmente a un asunto privado y a una serie de costumbres que integramos en nuestra vida sin demasiados problemas. Mientras que el seguimiento de Jesús, si nos atenemos a los relatos de los evangelios que lo explican, exige – como punto de partida – fiarse de Jesús hasta tal punto, que se renuncia a lo más fundamental (familia, trabajo, dinero, seguridad, proyectos…) porque asumir la forma de vida de Jesús es más determinante que todo lo demás.

¿No estamos haciendo en la Iglesia una especie de componenda entre fe y seguimiento, que termina no siendo ni lo uno ni lo otro? Me temo que estamos – y vamos a seguir – angustiados por temas marginales, mientras que, al problema capital de la Iglesia, nunca nos atrevemos a hincarle el diente.

Y así, nos interesan una serie de asuntos secundarios, al tiempo que la relación de fondo entre la Iglesia y el Evangelio, ahí está. Y seguirá estando hasta que el “ser o no ser” obligue a tomar en serio el problema que de verdad nos urge. Como urge un salvavidas al que se está ahogando.

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Mirad a los lirios del campo…

Domingo, 26 de febrero de 2017
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“Mirad a los lirios del campo, miradlos. Ello quiere decir: préstales cabal atención, conviértelos en objeto no de una furtiva mirada al pasar, sino de tu consideración; por eso se emplea allí la expresión que el sacerdote suele usar en las reflexiones más serias y solemnes; …muchos viven quizá en la gran ciudad y jamás contemplan los lirios; muchos habitan seguramente en el campo y pasan por delante de ellos sin regalarles una mirada. ¡Ay, cuántos habrá que según la indicación evangélica los contemplen debidamente! (…)
Los lirios “no se fatigan ni hilan”, en realidad no hacen otra cosa sino adornarse, o mejor dicho: estar adornados. De la misma manera que en la primera parte de este Evangelio -cuando se hablaba de las aves del cielo y se afirmaba: “no siembran ni siegan, ni encierran en los graneros”-… Esto es lo que acontece también con el lirio: se queda en casa, no se aparta del sitio, pero ni trabaja ni hila, no hace sino adornarse, o mejor dicho: estar adornado.
De esta manera ya tenemos al afligido, que con su pena se fue hasta los lirios, allá en el campo en medio de ellos; sorprendido por su hermosura, ha cogido el primero que topó, sin ninguna elección previa, pues ni siquiera se le ha pasado por las mientes que pudiera haber un único lirio respecto del cual no fueran válidas las palabras de que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Supongamos que el lirio pudiese hablar, ¿no tendría que decirle al afligido: Cómo es posible que te admires tanto de mí? … ¿Lo que es válido acerca de un pobrecito como yo, no lo será respecto de ser hombre, que es indudablemente el milagro de la creación? Sin embargo, el lirio no puede hablar; y precisamente por eso, porque allá fuera reina un silencio ininterrumpido y nadie está presente, el afligido está en situación de hablar consigo mismo… No es el lirio quien lo dice; ni es ningún otro hombre, ya que con otro hombre surge con la mayor facilidad la idea inquietante de la confrontación … y se olvida lo que es ser hombre a expensas de las diferencias entre uno y otro hombre. Mas en el campo junto a los lirios… donde los grandes pensamientos de las nubes disipan todas las pequeñeces: allí el afligido es el hombre único, y aprende de los lirios lo que probablemente no aprendería de ningún otro hombre. (…)
¿Qué aprende, pues, el afligido de los lirios? Aprende a contentarse con ser un hombre y a no preocuparse de las diferencias ente hombre y hombre; aprende a hablar tan brevemente, tan solemnemente, tan elevadamente de eso de ser hombre, como el Evangelio lo hace acerca de los lirios. Pensemos en Salomón. Si está revestido de la púrpura real y sentado en su trono rodeado de toda su gloria, es obvio que se le hablará solemnemente diciendo: “Su Majestad”; mas cuando se tiene que hablar con una solemnidad suprema, con el lenguaje eterno de la seriedad, entonces hay que decir : ¡Hombre! Y justamente lo mismo solemos decirle al más insignificante cuando, como Lázaro, yace casi desconocido en la pobreza y en la miseria: ¡Hombre! Y en el momento decisivo de la muerte, cuando todas las diferencias quedan eliminadas, decimos: ¡Hombre! Y no es que con ello hablemos de una manera empequeñecedora, al revés, afirmamos lo supremo; … pues esta -esencialmente igual- gloria de todos los hombres no es por cierto la triste igualdad de la muerte… sino cabalmente la de la hermosura.”
*
Sören Kierkegaard,
Los lirios del campo y las aves del cielo
, Editorial Trotta, Madrid, 2007.
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***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.”

*

Mateo 6,24-34

***

*

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Ser luz, ser sal…

Domingo, 5 de febrero de 2017
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Luz en la noche

El canto quiere ser luz…

El canto quiere ser luz.
En lo oscuro el canto tiene
hilos de fósforo y luna.
La luz no sabe qué quiere.
En sus límites de ópalo,
se encuentra ella misma,
y vuelve.

*

Federico García Lorca

***

El Señor ha puesto su mirada sobre nosotros;
ha puesto su confianza y su esperanza;
el Señor Dios ha hablado y cuenta con nosotros.

Nos pusiste , Señor, en esta tierra,
como luz, como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos encendida
la fe de nuestras lámparas.

Nos dejaste , Señor, como testigos,
como anuncio brillante entre la gente,
a nosotros, tu pueblo vacilante,
tus seguidores de lengua temblorosa.

No te oirán si nosotros nos callamos,
si tus hijos te apartan de sus labios.
no verán el fulgor de tu presencia,
si tus fieles te ocultan con sus sombras.

Fortalece , Señor, nuestra flaqueza,
que tus siervos anuncien tu Palabra;
resuene tu voz en nuestra boca;
que tu Luz resplandezca en nuestras vidas;
que tu fuego sea siempre llama viva en nuestros corazones.

Quiero entrar en el ritmo gozoso de tu Palabra;
quiero encontrar en tu llamada, mi libertad.
Dame tu fe, que rompan los esquemas que me cercan;
Dame tu fe, que entre en la luz de tu camino.
Dame tu fe, para que ame la verdad de corazón.

Aquí estoy , Señor,
desbordado por el sermón de la montaña,
fascinada por tus retos,
desconcertada ante tus exigencias.

Aquí estoy, Señor, apasionado por la utopía,
eres audaz, eres arriesgado en tu mensaje,
eres un imposible al corazón de la persona,
sólo posible en tu Espíritu.

Necesito un corazón pobre, humilde , sencillo,
capaz de firmeza y esperanza,
capaz de buscar tu voluntad y hacerla ley en mi comportamiento.
Un corazón misericordioso, compasivo,
que acoge al que sufre,
que vive en la verdad y la transparencia,
que trabaja por la paz y la justicia.

Jesús, Señor del camino lleno de exigencias, de utopía, de esperanza,
abre mi corazón a tu horizonte,
y alienta mi empeño con tu Espíritu de vida.

Jesús ha puesto su mirada en nosotros
y nos dice que seamos sal y luz de la tierra.
Sal y luz para dar sentido a la vida;
para hacer ver que merece la pena ser vivida
desde el proyecto de Jesús.

*

(De una celebración de las Hijas de la Caridad)

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

*

Mateo 5,13-16

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Disciplina del corazón

Miércoles, 1 de febrero de 2017
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Del blog del Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa:

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Hoy nos hacemos eco de las palabras de H. Nouwen

Nunca llegaremos a conocer nuestra verdadera vocación en la vida si no estamos dispuestos a debatirnos con la radical exigencia que el evangelio nos plantea.

Durante los veinte siglos pasados, muchos cristianos y cristianas han escuchado esa radical exigencia y han respondido a ella con verdadera obediencia. Algunos se hicieron eremitas en el desierto, mientras otros servían en la ciudad. Algunos iban a tierras lejanas como predicadores, maestros y sanadores, mientras otros se quedaban donde estaban, formaban familias y trabajaban afanosamente. Algunos se hacían famosos, mientras otros eran desconocidos. Aunque sus respuestas muestras una extraordinaria diversidad, todos esos cristianos oían la llamada a seguir a Cristo sin componendas.

Prescindiendo de la forma concreta que demos a nuestra vida, la llamada de Jesús al discipulado  es primordial, global, inclusiva, y exige un compromiso total. No se puede estar un poco a favor de Cristo, dedicarle un poco de atención ni hacer de él una de tantas preocupaciones.

Seguir a Cristo exige estar dispuestos-as a permitir que el Espíritu de Dios invada los más recónditos rincones de nuestra mente y de nuestro corazón y haga de nosotros-as otros tantos Cristos. Para esto es necesario la disciplina, y la palabra suena mal, porque, en este tiempo que vivimos, todo lo que suene a orden, estructura y obligación se rechaza. La disciplina del discípulo cristiano no consiste en dominar ninguna materia académica o diversas técnicas y habilidades, consiste más bien en ser dominado por el Espíritu.

La verdadera disciplina cristiana es el esfuerzo humano por crear el espacio en el que el Espíritu de Cristo pueda transformarnos incorporándonos a su familia.

*

Henri Nouwen,
El estilo desinteresado de Cristo

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Ven y sígueme, y te haré pescador de personas.

Domingo, 22 de enero de 2017
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 Pescador de hombres

Tú has venido a la orilla,
No has buscado ni a sabios ni a ricos.
Tan sólo quieres que yo te siga.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú sabes bien lo que tengo,
En mi barca no hay oro ni espadas,
Tan sólo redes y mi trabajo.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú necesitas mis manos,
Mi cansancio que a otros descanse,
Amor que quiera seguir amando.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú, pescador de otros lagos,
Ansia eterna de almas que esperan.
Amigo bueno que así me llamas.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

*

Cesáreo Gabarain

***

 

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.” Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:

“Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.”

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

*

Mateo 4,12-23

***

***

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“La “Sola Gratia” nunca ha sido gratis “, por Carlos Osma

Lunes, 21 de noviembre de 2016
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introDe su blog Homoprotestantes:

Por mucho que se enarbole la bandera del verdadero protestantismo, o del cristianismo más original, la gracia nunca ha sido suficiente para justificar el amor de Dios por los seres humanos. Siempre se han puesto condiciones para que Dios se mueva a misericordia y se decida a salvarnos de nuestras miserias o de las que nos rodean. La “Gratia” nunca ha sido gratis, se ha convertido más bien en un filón de donde muchas y muchos han ido estirando para beneficio propio.

Cuando los evangelios nos presentan a Jesús curando enfermos, liberando a poseídos o salvando a mujeres a punto de ser apedreadas, se nos está hablando de la “Gratia” divina, del amor de un Dios que por iniciativa propia decide acercarse al ser humano para salvarlo de sus miserias, aunque éste no haya hecho nada por merecerlo. En ningún lugar se nos dice que esos hombres y mujeres fuesen ejemplares, más bien todo lo contrario, en la mayoría de ocasiones eran personas marginadas y rechazadas por la sociedad y los religiosos de su tiempo.

Pero cuando cerramos la Biblia y escuchamos a quienes predican el amor incondicional de Dios, parece que no todos los seres humanos somos merecedores de dicha “Gratia”, sólo quienes piensan, sienten o actúan dentro de lo que la predicadora o predicador de turno considera aceptable. Dicho de otra manera, se nos pide que seamos aceptables para que Dios nos ame lo suficiente para querer salvarnos. El amor de Dios, al que se nos tiene acostumbrados, no es todopoderoso; cumplir las normas de quienes predican la “Gratia”, sí.

Fue Dietrich Bonhoeffer quien habló de dos tipos de gracia, la gracia barata y la gracia cara, y es la primera de ellas la que se vende y se compra desde los altares de quienes se han erigido como mediadores entre nosotros y Dios. La gracia barata es la gracia que merecemos, la que nos hemos ganado siendo buenas personas. Es la gracia de quienes vivimos encerrados en el mundo de lo aceptable, de lo correcto. La gracia de quienes miramos a Dios esperando a que nos pague todo lo que hemos hecho por su causa, por su Reino, aunque éste no sea más que un mundo religioso ideal construido a nuestra imagen y semejanza.  La gracia cara es aquella que no merecemos nosotros, ni nuestros enemigos, pero que Dios da tanto a unos como a otros. Es la gracia de los desposeídos, de los marginados, de quienes no son aceptables, de quienes egoístamente intentan construir un mundo más justo que les permita tener vida. Es la gracia de los hijos pródigos que se equivocaron mil veces, de quienes arruinaron su vida corriendo tras deseos que nunca fueron satisfechos, pero que ahora vienen avergonzados para ser abrazados por su padre.

Creo sinceramente que muchas cristianas y cristianos lgtbi hemos puesto demasiada energía en comprar gracia barata, realizando un esfuerzo titánico que no ha satisfecho nuestra necesidad de aceptación. Hemos pedido perdón por cosas que jamás deberíamos haber pedido, y nos hemos comportado como quienes no éramos, permitiendo que nos despreciasen sin abrir la boca. Como reacción a todo esto, en ocasiones nos hemos ido al otro extremo queriendo demostrar que somos perfectos, cristianos intachables con una fuerza de voluntad que puede cambiar por sí sola el mundo y nuestras comunidades. Por eso, aunque afirmábamos que no necesitábamos la gracia barata, nuestro comportamiento seguía haciéndonos sus prisioneros. Y lo que es peor, nos olvidábamos de la otra gracia, la de verdad, la gracia cara de un Dios que nos ama tal y como somos.

Los cristianos y las cristianas lgtbi, como el resto de seres humanos, somos vulnerables. Vivimos multitud de situaciones dolorosas, que nos hacen sentir impotentes. Al igual que sentimos felicidad cuando nos enamoramos, o alegría por compartir la amistad con personas a las que queremos, también vivimos fracasos, enfermedades, injusticias, o la misma muerte de nuestros seres queridos y la nuestra propia. No somos todopoderosos, no somos infalibles, ni heroínas, ni siquiera tenemos a veces la fuerza necesaria para estar a la altura de las circunstancias en las que vivimos. Gastamos demasiada energía en esconder que en realidad somos frágiles y que necesitamos la gracia de Dios, esa que da Él a pesar de cómo somos nosotros. Y ese “a pesar”, no tiene nada que ver con nuestra orientación sexual, más bien todo lo contrario, es por su gracia que somos capaces de amar y desear a personas de nuestro mismo sexo.

Cuando dejamos de exigirnos la perfección, cuando ya no nos importa lo que piensen los vendedores de indulgencias, es entonces cuando nos abandonamos a la “Gratia” divina. Una “Gratia” que nunca es una huida del mundo, sino otra forma de vivir en él. Es también, el poder de la vida que surge donde reina la muerte y que nos permite llegar más lejos de lo que nuestras fuerzas por sí solas alcanzarían para construir a nuestro alrededor un mundo más justo; es un sentido, una guía, una esperanza, un empuje que nos invita a no rendirnos ante nuestras limitaciones o nuestra fragilidad, y a poner todo nuestro esfuerzo al servicio de dignificar la vida; todas las vidas.

Somos arcilla en las manos del alfarero… Es en nuestra debilidad donde Dios muestra su poder, su voluntad de salvarnos, su amor incondicional por nosotros. Es su gracia, esa que le costó tan caro conseguir, la que nos ha convertido en sus hijas e hijos. Nunca han sido nuestros méritos o deméritos los que nos han hecho merecedores o no merecedores de ella. Aunque nos cueste comprenderlo y aceptarlo, el cristianismo predica a un Dios que se acerca al ser humano para salvarlo sin exigirle previamente algo a cambio. Es el amor de Dios el origen y la consumación de la salvación, y Jesús el único mediador para nosotros los cristianos. Todos los demás mediadores que dicen serlo en su nombre, son simples usurpadores. Y el reino que pretenden construir es el suyo propio, el de las buenas personas, que nada tiene que ver con el Reino de los desheredados que predicó Jesús.

Carlos Osma

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“Hoy me gustaría creer en los milagros”, por Carlos Osma

Sábado, 29 de octubre de 2016
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f100007965De su blog Homoprotestantes:

Hoy me gustaría creer en los milagros, necesito uno y no es para mí… Me encantaría volver a tener la fe de cuando era un niño y pensaba que Dios podía hacer todo lo que yo le pidiera. Así, por arte de magia. Sólo hacia falta que se lo pidiera de corazón, y que no fuera por un motivo egoísta. Se trataba de ponerse de rodillas, cerrar los ojos, y hablar con “mi Padre celestial”. Él escuchaba siempre, entendía mis necesidades y respondía a mis peticiones. Eso fue lo que me enseñó mi madre, y a veces como hoy, me gustaría que fuese verdad.

Que mundo tan sencillo, que fácil era Dios de entender, que cercano estaba y cuanto nos amaba. Que absurdo el ateísmo, que estúpida la duda, que pecado más grande no disfrutar de ese Dios tan maravilloso. Yo era de los suyos, estaba en su equipo, era su hijo y todo tenía un sentido. ¿Cómo podría volver hoy a aquel mundo ideal y que fuera verdad? ¿De qué manera regresar al Edén del que fui expulsado tras comer el fruto del “árbol del conocimiento”? ¿Existió alguna vez aquel jardín, aquel mundo en el que fui educado? Sé que no, pero hoy daría todo lo que tengo, por que no fuera así.

En este momento preferiría no ser cristiano, no seguir a un mesías al que su Dios no quiso, o no pudo librar del sufrimiento, del dolor, ni de la muerte. Que impotente el Dios en el que creo hoy, que pequeño me parece, que débil al lado de los Dioses salvadores y todopoderosos a los que muchos dirigen sus peticiones para pedir el milagro que yo necesito. Esos Dioses que no suben a cruces, o si lo hacen, siempre acaban descendiendo victoriosos. Cómo me gustaría no tener que confiar en que algún día volveré a reencontrarme con las personas que quiero, sino estar convencido de ello. Ojalá no fuera cristiano, y todo fuese un sí o un no, y no una fe y un esperanza que en ocasiones como hoy parecen sucumbir.

No tengo suficiente con un Dios que llora conmigo, que me consuela. Quiero uno que haga un milagro de verdad, llorar puedo hacerlo yo sólo. No deseo un Dios paliativo, sino todopoderoso. Uno al que le duela el sin sentido y se atreva a romper las reglas injustas que rigen el mundo en el que vivo. Necesito un Dios que dé vida, y que no permanezca en silencio ante la muerte. Sí, aquel Dios del que me habló mi madre, pero al que la vida real hizo desaparecer a medida que fui creciendo.

Me faltan las fuerzas para permanecer al lado de la cruz y acompañar a quien lucha por la vida, también para bajar del madero el cuerpo sin vida del crucificado y llevarlo hasta el sepulcro. Hoy no tengo la entereza suficiente para ser cristiano, me gustaría autoengañarme y salir corriendo tras cualquier otro mesías que me prometiese el milagro que necesito. Pero cuando uno ha conocido a tantos impostores, es imposible dejarse embaucar. Sin embargo, cuanto daría porque tuviesen razón, así me alejaría del madero donde un mesías impotente se encomienda al Dios que enmudece ante su dolor.

Es imposible que las agujas del reloj desanden el camino que han recorrido y me devuelvan a mi infancia. Ojalá no hubiese crecido y estuviese sentado al lado de mi madre leyendo la Biblia, reviviendo los milagros de Jesús, y creyendo lo que ella me decía: que aquello todavía era hoy posible, que el Dios cristiano es capaz de cualquier cosa por hacernos felices. Me gustaría, como entonces, mirarla a sus ojos azules y no dudar en ningún momento de sus palabras. Sería mucho más fácil para mí hoy, que necesito un milagro que no es para mí. Pero ya no creo en los milagros, ni en los Dioses a medida.

Carlos Osma

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Tras la noche, un amanecer

Jueves, 15 de septiembre de 2016
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amanecer-monetYa estaba ahí el amanecer, así que se desperezó lentamente, se despojó de los jirones de duda y se levantó del lugar que llevaba ocupando varias horas.

Por fin la confianza se había enrollado en sus dedos, ahora, en el amanecer, ya podía erguir la cabeza y dar el paso.

Sonrió levemente al abrir la ventana y descubrir que la noche era tiempo pasado y que la niebla que cubría los campos se iba retirando acobardada. Era un amanecer luminoso que se colaba en la vida creando alboroto, despertando voces, ruidos, cantos,…

Siempre había escuchado que la mañana podía traer buenas noticias, aunque en ocasiones la experiencia no había sido esa. Pero esta vez sí, la mañana, como cartero insistente aporreaba su mirada y le dejaba mensajes de esperanza. La mañana era un trago de agua fresca tras una sudorosa carrera.

El amanecer. Un regalo envuelto en minutos frescos.

Era el momento perfecto para saltar y soltar. Después de una noche de angustia, de dudas y soledad, se sentía fecundada de esperanza y fuerza. La pregunta que había estado rondándole toda la noche, revoloteando a su alrededor, golpeando su cara con unas alas grandes, ya no le importaba. No había respuesta. No, hay preguntas que no tienen respuesta pero que empujan, como si tuvieran brazos poderosos.

Era cuestión de confianza.

Confianza.

Saboreó la palabra, y la colocó debajo de la lengua, para que le durase toda la vida.

Ese amanecer era el comienzo.

Se agachó de nuevo. Sopló sobre la vela que alumbraba un sencillo icono con una imagen de un Cristo no excesivamente expresivo, recogió la alfombrilla y el banquito y empezó.

–Sí, Jesús, Maestro, yo también seré digna de ti. Te sigo.

Opción por Jesús

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Me voy al combate.

Domingo, 4 de septiembre de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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Me voy al combate

Sostenme,
Por favor,
con tu silencio
con Tu presencia,
Con tu ausencia.

Salgo a combatir.

Tú sabes,
El buen combate.
Contra mí mismo.
Contra mi dependencia,
Contra lo que me encadena,
Contra lo que me oprime.

Salgo a combatir.
Para estar libre y disponible.

Eres tú quien me has dado la fuera
Para ir al combate.

Tú  eres un amigo extraordinario.

No sé si esperas,
Pero me gustaría poder decir:
No volveré
Hasta que haya ganado.
No sé si voy a ganar.
No sé.

Eres tan fuerte, tú.   Yo espèreras-tu?A vivir.
A pesar de tu juventud.
Eres tan fuerte,
¿Me esperarás
¿Me esperarás?
Tienes tantas otras cosas
Que vivir.

Sin embargo, lo haré.
Me voy al combate.

Es por ti,
Es por mí.

Es por mí.

Es por tu causa,
Porque eres un amigo exigente.

Y aunque estés ausente
Cuando vuelva,

Tu presencia tan tenue es un regalo precioso.

Z – 11 mayo 2016

Fuente Foto : Blake Griffin, jugador americano de basket-ball.

***

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:

“Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío.

Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío.

Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla?

No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: “Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.”

¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil?

Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.

Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.”

*

Lucas 14, 25-33

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Creer

Lunes, 29 de agosto de 2016
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camino_leonfelipeTomás Maza Ruiz
Madrid

ECLESALIA, 15/07/16.- En los primeros siglos de la iglesia cristiana las creencias se fueron imponiendo progresivamente sobre la praxis, culminando en los concilios encuménicos de los siglos IV y V: Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451). No fue este el plan de vida de las primeras comunidades cristianas. Para las comunidades apostólicas lo principal era el seguimiento de Jesús. Antes de llamarse cristianas (nombre despectivo que llamaban los paganos a los seguidores de Jesús, llamado el Cristo) el nombre que aplicaban a lo que después se llamó el cristianismo era “El camino”.

Se trataba de seguir a Jesús, no literalmente sino como el Espíritu les inspiraba. Para ello se reunían en comunidades pequeñas de hermanos sin superiores ni inferiores: “No llaméis a nadie padre, porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo. No llaméis a nadie maestro porque sólo uno es vuestro Maestro, el Cristo” les había dicho Jesús. En estas comunidades que hoy llamaríamos “democráticas” en el más alto sentido de la palabra, los discípulos escuchaban los recuerdos de los apóstoles y compartían sus bienes con los necesitados. Su creencia básica era que Jesús había sido el envíado de Dios para manifestarles que Dios es Amor y que debían de vivir como Jesús vivió, amando a todos y en especial a los pobres y a los desvalidos.

No quiero rechazar las definiciones conciliares, aunque los desarrollos de estos concilios y sus decretos no fueron todo lo ejemplares como se los ha descrito en la historia eclesiástica oficial. Estas definiciones son un reflejo del espíritu y la mentalidad de la época inmersa en la filosofía griega y muy lejos del imaginario judío de Jesús y los primeros discípulos. Toda organización social de un grupo humano, como lo era la Iglesia de estos primeros siglos, necesita una creencias, un cuerpo doctrinal. un cuerpo jurídico y una jerarquía que defina doctrinas y juzgue los comportamientos de sus adeptos; por eso no hemos de condenar la forma en que se constituyó la Iglesia en estos siglos.

El problema es que Jesús no trató de fundar una iglesia, sino una comunidad carismática e itinerante que transmitiera a todas las gentes, sea cuales fueran sus creencias y su religión, su mensaje de amor y libertad y su buena noticia de que Dios no era un dios justiciero y cruel sino un Padre (o una Madre) que quería a todos sus hijos por igual justos y pecadores.

Tal como está configurada la Iglesia, estos dogmas hay que respetarlos, pero también relativizarlos. Están formulados según criterios, ideas y convicciones que actualmente carecen de sentido e inmersos en culturas completamente distintas a las del mundo de hoy. Tampoco los dogmas tienen todos la misma importancia; no es lo mismo los que están inspirados en el Evangelio que los que derivan de leyendas, tradiciones o mitos aceptados en la antigüedad pero carentes de sentido hoy (Adán y Eva, el Paraíso terrenal, el pecado original y su transmisión de generación en generación entre otros).

En consecuencia hemos de anteponer en nuestra vida cristiana nuestro deseo de que el amor, la justicia y la libertad reinen en toda la humanidad, a las creencias cristianas por importantes que éstas sean y redefinir estas creencias con arreglo a los avances de la ciencia y la cultura del mundo en que vivimos.

Esta reformulación de la doctrina no debemos esperarla de teólogos, papas, obispos o curas. Cada cristiano debe expresar lo que su inteligencia y el Espíritu le inspire y compartir sus ideas en una pequeña comunidad de iguales, porque como dice el poeta “para cada uno tiene un camino nuevo Dios”

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Dejarlo todo para seguir a Cristo

Sábado, 27 de agosto de 2016
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 En verdad es una gran cosa “dejarlo todo”, pero hay una cosa todavía más grande que es “seguir a Cristo” porque, tal como nos lo enseñan los libros, son muchos los que lo han dejado todo pero no han seguido a Cristo. Seguir a Cristo es nuestra tarea, nuestro trabajo, en esto consiste lo esencial de la salvación del hombre, pero no podemos seguir a Cristo si no abandonamos todo lo que nos impide seguirle. Porque “sale contento como un héroe” (sal 18,6), y nadie puede seguirle si lleva una pesada carga.

“He aquí, dice Pedro, que nosotros lo hemos dejado todo”, no solamente los bienes de este mundo sino también los deseos de nuestra alma. Porque no lo ha dejado todo el que sigue atado aunque sólo sea a sí mismo. Más aún, de nada sirve haber dejado todo lo demás a excepción de sí mismo, porque no hay carga más pesada para el hombre que su propio yo. ¿Qué tirano hay más cruel, amo más despiadado  para el hombre que su voluntad propia?… Por consiguiente, es preciso que abandonemos nuestras posesiones y nuestra voluntad propia si queremos seguir a aquel que no tenía “donde reclinar la cabeza” (Lc 9,58), y que ha venido “no para hacer su voluntad, sino la voluntad del que le ha enviado” (Jn 6,38).

*

(Mateo 19,23-30)

*

San Pedro Damián (1007-1072),
benedictino, obispo de Ostia, doctor de la Iglesia
Sermón 9; PL 144, 549-553

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La puerta estrecha: Gracia cara vs. Gracia barata…

Domingo, 21 de agosto de 2016
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La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada.

Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados.

La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encamación del Verbo de Dios.

La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida.

Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata.

Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia cara

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón.

La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

*

Dietrich Bonhoeffer
El precio de la Gracia. El Seguimiento
Ediciones Sígueme, Salamanca 2004

***

 

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó:

“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Jesús les dijo:

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.”

Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”

Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.”

*

Lucas 13, 22-30

***

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La primera urgencia de hoy es volver a Jesús (1)

Martes, 16 de agosto de 2016
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volver-a-jesusPrimera parte de una entrevista realizada por la Revista ADSIS a José Antonio Pagola sobre la necesidad de “volver a Jesús”.

P: José Antonio, en el encuentro que compartimos contigo fue una gozada escucharte hablar de Jesús con tanta hondura y esperanza… Tú nos insistes en «no seguir lamentándonos, sino a pasar una a nueva fase de nuestro seguir a Jesús». ¿Qué quieres decir con eso?

R: Están creciendo entre nosotros algunos hechos y actitudes que, a mi juicio, no nos van a conducir a la renovación que la Iglesia necesita para promover hoy el proyecto de Jesús en la sociedad contemporánea. Pienso en el desencanto y la pasividad de muchos cristianos buenos y sencillos que viven este momento con desconcierto y pena; el clima creciente de enfrentamientos y descalificaciones mutuas entre colectivos de sensibilidades opuestas; la asfixia de vivir envueltos en lamentaciones y críticas estériles que no abren caminos hacia el evangelio; el miedo a la creatividad a la que nos llama el Espíritu de Jesús, que siempre es creador de vida nueva; el restauracionismo hacia el que parece tender de manera cada vez más firme la jerarquía…

A mi juicio, el giro que necesita el cristianismo actual consiste sencillamente en volver a Jesucristo. Necesitamos que la Iglesia se centre con más verdad y fidelidad en la persona de Jesús y en su proyecto del reino de Dios. No es exagerado afirmar que esta conversión radical a Jesús, el Cristo, es lo más importante que puede ocurrir en la Iglesia en los próximos años. Muchas cosas habrá que hacer en estos momentos, pero ninguna más importante que esta conversión.

P: Varias veces expresas que «la primera urgencia de hoy en la Iglesia es volver a Jesús». ¿Qué es para ti volver a Jesús?

R: «Volver a Jesús» no es simplemente impulsar un «aggiornammento», una adaptación pastoral a los tiempos de hoy. Es volver al que es el origen y la razón de ser de la Iglesia. El único que justifica su presencia en el mundo y en la historia. Dejar al Dios encarnado en Jesús ser el único Dios de la Iglesia, el Dios amigo de la vida y del ser humano.

Volver a Jesús es mucho más que introducir unos cambios en la celebración ritual de la liturgia o algunas innovaciones en la organización pastoral. Naturalmente, todo esto es necesario y no se debería retrasar más, pero lo que necesitamos es una conversión a Jesús a un nivel más profundo. Volver a las raíces, a lo esencial, a lo que Jesús vivió y contagió.

Esta conversión a Jesucristo es mucho más que una adhesión doctrinal o cultual a Jesucristo. No basta con adherirnos a una doctrina, cristología, o profesar nuestra fe en Jesús como Mesías e Hijo de Dios en la liturgia. En esta conversión es determinante el seguimiento vital a Jesús, la comunión mística con su persona, y el servicio a su proyecto del reino de Dios.

P: Desde tu visión, ¿qué trazos esenciales identifican a Jesús y su mensaje?

R: Yo destacaría sobre todo lo siguiente:

En el centro del mensaje y de la actuación de Jesús está lo que él llamaba «reino de Dios». Esto es decisivo. Jesús no expone propiamente una doctrina sobre Dios sino que anuncia un acontecimiento: «Dios está llegando. Solo quiere una vida más digna, más sana, más dichosa y justa para todos, empezando por los últimos. Hemos de cambiar».

Dios es Amigo de la vida. Lo dice Jesús en sus parábolas, en sus curaciones y en toda su trayectoria al servicio de la vida. Jesús es el impulsor de una fe curadora. Podemos decir que puso en marcha un proceso sanador de las personas y de la sociedad entera. Su crítica a las patologías religiosas (legalismo, hipocresía cultual, liturgia vacía de amor, etc.), su acogida a los últimos, su ofrecimiento gratuito del perdón de Dios, su empeño en liberar a las personas del miedo, su afán por generar fe y confianza en un Dios Amigo… son actuaciones que responden a su voluntad de curar la vida y hacerla más humana. Las «curaciones» de los enfermos son el mejor símbolo de su trayectoria. Esto es lo nuevo y decisivo: Jesús anuncia la «salvación» de Dios poniendo «salud» entre los hombres y mujeres.

Jesús le vive a Dios como un misterio de compasión. Dios es compasión. Su primera reacción, lo primero que le brota en el corazón ante sus criaturas es la ternura, la comprensión, la compasión, el perdón… Por eso la compasión no es una virtud más, sino la única manera de parecernos al Padre. «Sed compasivos como es vuestro Padre del cielo».

En el centro de toda la actuación de Jesús están los últimos, los desvalidos, los indefensos, los olvidados por la religión… Él ha venido para los enfermos, no para los sanos; se ha acercado a los pecadores e indeseables, no a los santos.

Jesús ha imaginado su movimiento de discípulos y discípulas como un espacio sin dominación masculina del varón sobre la mujer. En su seguimiento nadie está sobre nadie; el que quiera ser importante se ha de poner a servir. Solo desde esta actitud es posible ser signo del reinado de Dios y abrir caminos a una sociedad tal como es querida por él.

P: Y asumiendo que hay que «volver a Jesús», ¿qué actitudes de conversión a él serían más necesarias para los que somos cristianos en este momento histórico?

R: Es necesario, antes que nada, una calidad nueva de nuestra relación vital con Jesús. Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, confesado doctrinalmente de manera abstracta, un Jesús apagado, que no enamora ni seduce, que no llama ni toca los corazones, es una Iglesia sin futuro.

Necesitamos, además, poner más verdad en nuestro cristianismo. Discernir qué hay de verdad y de mentira en nuestros templos y curias, en nuestras actividades pastorales y nuestras celebraciones. ¿Hasta cuándo podremos seguir sin hacer un examen de conciencia colectivo en la Iglesia, a todos los niveles? No hemos de aceptar vivir estos tiempos en la pasividad. No podemos resignarnos a vivir un cristianismo sin conversión. Hay que cambiar.

Hemos de recuperar el seguimiento a Jesucristo como el factor esencial del cristianismo. Hemos de «hacernos discípulos» de Jesús, vivir aprendiendo de él, entender la vida como la entendía él, mirar y tratar al ser humano como él lo hacía. Sin seguimiento fiel a Jesús, no hay Iglesia de Jesús.

Fuente: Revista ADSIS, Entrevista a José Antonio Pagola (Junio 2009)

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“Seguidora fiel de Jesús”. Asunción de María – C (Lucas 1,39-56)

Lunes, 15 de agosto de 2016
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20-Asunción-385x1024Los evangelistas presentan a la Virgen con rasgos que pueden reavivar nuestra devoción a María, la Madre de Jesús. Su visión nos ayuda a amarla, meditarla, imitarla, rezarla y confiar en ella con espíritu nuevo y más evangélico.

María es la gran creyente. La primera seguidora de Jesús. La mujer que sabe meditar en su corazón los hechos y las palabras de su Hijo. La profetisa que canta al Dios, salvador de los pobres, anunciado por él. La madre fiel que permanece junto a su Hijo perseguido, condenado y ejecutado en la cruz. Testigo de Cristo resucitado, que acoge junto a los discípulos al Espíritu que acompañará siempre a la Iglesia de Jesús.

Lucas, por su parte, nos invita a hacer nuestro el canto de María, para dejarnos guiar por su espíritu hacia Jesús, pues en el «Magníficat» brilla en todo su esplendor la fe de María y su identificación maternal con su Hijo Jesús.

María comienza proclamando la grandeza de Dios: «mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava». María es feliz porque Dios ha puesto su mirada en su pequeñez. Así es Dios con los sencillos. María lo canta con el mismo gozo con que bendice Jesús al Padre, porque se oculta a «sabios y entendidos» y se revela a «los sencillos». La fe de María en el Dios de los pequeños nos hace sintonizar con Jesús.

María proclama al Dios «Poderoso» porque «su misericordia llega a sus fieles de generación en generación». Dios pone su poder al servicio de la compasión. Su misericordia acompaña a todas las generaciones. Lo mismo predica Jesús: Dios es misericordioso con todos. Por eso dice a sus discípulos de todos los tiempos: «sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». Desde su corazón de madre, María capta como nadie la ternura de Dios Padre y Madre, y nos introduce en el núcleo del mensaje de Jesús: Dios es amor compasivo.

María proclama también al Dios de los pobres porque «derriba del trono a los poderosos» y los deja sin poder para seguir oprimiendo; por el contrario, «enaltece a los humildes» para que recobren su dignidad. A los ricos les reclama lo robado a los pobres y «los despide vacíos»; por el contrario, a los hambrientos «los colma de bienes» para que disfruten de una vida más humana. Lo mismo gritaba Jesús: «los últimos serán los primeros». María nos lleva a acoger la Buena Noticia de Jesús: Dios es de los pobres.

María nos enseña como nadie a seguir a Jesús, anunciando al Dios de la compasión, trabajando por un mundo más fraterno y confiando en el Padre de los pequeños.

José Antonio Pagola

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“María Magdalena, pionera de la igualdad”, por Juan José Tamayo

Jueves, 11 de agosto de 2016
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mary-magdalene-6e5a131d0dc85e1439fe556313b910251421f22f-s6-c30A las mujeres y a las organizaciones feministas que luchan por la emancipación de las mujeres en una sociedad patriarcal, con mi solidaridad fraterno-sororal y en sintonía

Durante las últimas décadas se está produciendo un importante movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas del Nuevo Testamento, preferentemente mujeres, que leen los textos fundantes de la fe cristiana en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras de los orígenes del cristianismo, que llevan a cabo una reconstrucción no patriarcal de los primeros siglos de la religión cristiana, y de la teología feminista, que aplica a los textos la hermenéutica de la sospecha..

Papel fundamental han jugado en esta recuperación los evangelios llamados “apócrifos”, sobre todo los de carácter gnóstico, entre los que cabe citar el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, El Evangelio de María (del que me ocupé en EL PAÍS-BABELIA, 13 de mayo de 2006) y Pistis Sofía, a quienes algunos investigadores conceden gran importancia por la información que proporcionan sobre las distintas tendencias del cristianismo naciente. Para un conocimiento de estos y otros textos gnósticos recomiendo la obra Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi, 3 vols., Trotta, 1997-2000, editada por Antonio Piñero, catedrático de Filología del Nuevo Testamento en la Universidad Complutense de Madrid.

Resulta difícil una reconstrucción histórica de la figura de María Magdalena, por la falta de datos, ya que los evangelios, tanto los llamados canónicos como los apócrifos, ofrecen pocos datos sobre ella y constituyen un género literario muy peculiar. En este intento de reconstrucción vamos a empezar por una aproximación  el movimiento de Jesús, del que María Magdalena formó parte y fue una figura relevante.

Un movimiento igualitario de hombres y de mujeres

Las actuales investigaciones sociológicas, de historia social, de antropología cultural y de hermenéutica feminista sitúan el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús en el horizonte de los movimientos de renovación del judaísmo del siglo I, junto con los esenios, terapeutas, penitenciales y otros. Lo ubican asimismo dentro de los movimientos que lucharon contra la explotación patriarcal en las distintas culturas: griega, romana, asiática y judía. En la historia de Israel hubo intensas luchas protagonizadas por mujeres que jugaron un papel político y cultural muy importante.

Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de liberar a ls mujeres en Israel Es precisamente esa corriente emancipatoria del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como movimiento igualitario de hombres y mujeres en el que éstas jugaron un papel central. Su presencia y protagonismo en dicho movimiento, reconoce la teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza, son de la mayor importancia para la praxis de solidaridad desde abajo.

El movimiento de Jesús se torna así una corriente de protesta contra la teoría y la práctica patriarcales entonces vigentes. La actividad de las mujeres fue determinante para que el movimiento de Jesús continuara después de la ejecución de Jesús y se extendiera fuera del entorno judío. Ellas fueron las primeras en argumentar teológicamente a favor de la participación de los paganos en el banquete mesiánico.

Desde Galilea. Amigas y discípulas

Las diferentes tradiciones evangélicas coinciden en hablar de la existencia de un grupo numeroso de discípulas que acompañaron y siguieron a Jesús de Nazaret desde Galilea hasta el momento de su ejecución en el Gólgota. La mayoría de las veces se citan algunos nombres de mujeres dentro de un conjunto más amplio: María Magdalena, Juana (Lc 8,2-3). Es la misma tendencia seguida en el caso de los varones (Pedro, Santiago y Juan). Con ello se pretende mostrar el lugar destacado que unas y otros ocupaban en el grupo.

La mujer que aparece casi siempre citada en primer lugar entre las amigas de Jesús es María Magdalena, que toma el nombre de de su lugar de origen, Magdala, ciudad pesquera floreciente de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberíades. Ella es discípula de primera hora, pertenece al grupo más cercano a Jesús, ocupa un lugar preeminente en él y hace el mismo camino que el Maestro hasta Jerusalén. En otras palabras, comparte su causa y su destino. Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón, por ejemplo, Juana, “la mujer de Cusa”; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal.

La fidelidad o infidelidad a una causa y a una persona se demuestran cuando vienen mal dadas, en la hora de la persecución y del sufrimiento. Cuando Jesús es condenado a muerte y ejecutado, los discípulos varones huyen por miedo a ser identificados como miembros de su movimiento y a correr la misma suerte que él.  Sólo las discípulas que le habían seguido desde Galilea le acompañan y están a su lado en la cruz (Mc 15,40; Mt 27,55-56; Lc 23,49.55). Dentro del grupo de mujeres que están junto a la cruz los sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) citan a María Magdalena en primer lugar.  Sólo en el evangelio de Juan aparece en último lugar. María funge como discípula fiel no de un Mesías triunfante, sino de un Crucificado por subvertir el orden establecido tanto religioso como político.

Primera testigo de la resurrección

Las distintas tradiciones evangélicas coinciden en presentar a las mujeres como las primeras testigos de la resurrección. Cuando ellas visitan el sepulcro el primer día de la semana, un ángel les comunica que el Crucificado ha resucitado y les pide que vayan a comunicar la noticia a los discípulos (Mt 28, 2-8). Inmediatamente después es Jesús Resucitado quien les sale al encuentro y les hace la misma petición. Tradiciones divergentes coinciden en presentar a María Magdalena como la primera testigo de la Resurrección.

Parece tratarse de una tradición muy antigua. El “final de Marcos” (Mc 16, 9-20) -añadido tardío al evangelio- afirma que Jesús se apareció primero a María Magdalena (Mc 16, 9), quien comunica la noticia a los discípulos que habían compartido su vida con él (Mc 16, 10). La reacción de éstos ante el anuncio de María Magdalena es de incredulidad por creer que se trata de un desatino. El testimonio de las mujeres carecía de valor entonces. ¡Cuánto más en un asunto de tanta trascendencia!

El Evangelio de Juan también presenta la aparición de Jesús a María Magdalena como la primera. La principal discípula y seguidora de Jesús se convierte en la persona que se encuentra con el Resucitado antes que los propios discípulos varones. El primer dato a tener en cuenta en este relato es que, al hallar el sepulcro vacío, Pedro y Juan se retiran, mientras que María Magdalena, según un sermón francés del siglo XVIII descubierto por el poeta Rainer María Rilke en 1911, “busca por doquier a su único, al único objeto de su amor, al único e inalterable apoyo de su corazón exánime”.

En ese encuentro hay una tonalidad íntima. Jesús llama a María por su nombre. Ella lo reconoce al instante y le llama “Rabbonní”, que es la forma de dirigirse los discípulos más cercanos al maestro (Jn 20,16-17). El breve diálogo que se entabla entre ambos brota de la confianza que había caracterizado sus relaciones anteriores. Como observa Schillebeeckx, entre María y Jesús sigue dándose la misma “comunicación vital” que mantuvieran en vida. Más aún: María experimenta a Jesús como Viviente.

Pero ahí no termina todo. Por indicación de Jesús, María comunica a los discípulos su experiencia del Resucitado: “He visto al Señor” (Jn 20,18). Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea (Lc 8, 2-3); haber visto a Jesús resucitado (Jn 20,18); haber sido enviada por él a anunciar la resurrección a sus hermanos (Jn 20,17). Los apóstoles aparecen en las tradiciones evangélicas como testigos secundarios de la resurrección. Acceden a ella a través de la experiencia y del testimonio de las mujeres. Su actitud inicial es reservada, recelosa, más aún, desconfiada.

Según Schillebeeckx, “parece que las experiencias de estas mujeres contribuyeron a que la causa de Jesús se pusiera en movimiento” 1. Opinión compartida y sólidamente fundamentada por la hermenéutica bíblica feminista. En concreto, el reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo.

Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos del Nuevo Testamento el testimonio de las mujeres sobre Jesús resucitado no aparece y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe a la situación jurídica de entonces, unida a una Iglesia sometida al dominio masculino, que muy pronto comenzó a eliminar a las mujeres del protagonismo que tenían en el movimiento de Jesús.

El silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones neotestamentarias, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres supuso la exclusión de éstas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria. Con la pronta instauración de estructuras patriarcales y de la teología androcéntrica en la vida y organización de la comunidad cristiana se interrumpieron las posibilidades y expectativas que se abrían con el reconocimiento de las mujeres como primeras testigos del Resucitado.

A pesar del silencio de Pablo y de otros escritos del Nuevo Testamento, las mujeres constituyen el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, más aún, el eslabón esencial para la fe en Cristo resucitado y el nacimiento de la comunidad cristiana. Sin el testimonio de las mujeres quizá no hubiera continuado el movimiento de Jesús y difícilmente hubiera surgido la Iglesia. ¿Quién podría narrar en las asambleas eucarísticas las experiencias de la muerte y de la resurrección de Jesús, sino las mujeres, principales testigos, y quizá las únicas? Ellas fueron testigos de cómo una víctima era rehabilitada y el Crucificado vencía a la muerte por la fuerza del Dios de la vida.

En los orígenes del cristianismo, en varias iglesias cristianas María de Magdala tuvo una importancia tan grande, si no mayor, que Pedro. Con el paso del tiempo fue perdiendo relevancia hasta ser suplantada por la tradición de la maternidad divina de María, que llegó a predominar sobre la figura misma de su hijo Jesús de Nazaret, el iniciador del cristianismo como movimiento igualitario de hombres y mujeres. La mariología desplazó a la cristología.

Evangelios gnósticos: Evangelio de TomásEvangelio de FelipeEvangelio de María y Pistis Sofía: Compañera del Salvador

En los Diálogos de Revelación de los evangelios apócrifos de carácter gnóstico, María Magdalena aparece como interlocutora preferente de Jesús resucitado, hermana de Jesús, discípula predilecta y compañera del Salvador. Tal cercanía del maestro provoca los celos de algunos apóstoles, especialmente de Pedro, quien, según Pistis Sophia, reacciona en estos términos: “Maestro, no podemos soportar a María Magdalena, porque nos quita todas las ocasiones de hablar contigo; en todo momento está preguntando y no nos deja intervenir”.

En dichos evangelios, a las que hoy se les está dando un importante valor, ya que nos permiten un conocimiento más riguroso del cristianismo primitivo y de sus diferentes tendencias, aparecen otras voces y otras interpretaciones, reprimidas por el patriarcado cristiano, que se impuso muy pronto a través de la ortodoxia androcéntrica.

Apóstol de apóstoles es el título que dio a María Magdalena Hipólito de Roma, quien no considera a las mujeres mentirosas, sino portadoras de la verdad y apóstoles de Cristo. Igualmente elogioso es el testimonio de San Jerónimo: “… y sobre todo, cómo María Magdalena recibió el epíteto ‘fortificada con torres’ por su fervor y la fuerza de su fe, y recibió el privilegio de ver a Cristo resucitado, incluso antes que los apóstoles” (Epist. CXXVII).

En el proceso de patriarcalización, clerizalización y jerarquización del cristianismo, María de Magdala fue relegada al olvido; más aún, fue presentada y representada como prostituta arrepentida, sirvienta de Jesús en agradecimiento por haber expulsado de ella los malos espíritus de los que estaba poseída, penitente con los vestidos desgarrados que llora por sus pecados pasados y por los que cometerían en el futuro las mujeres, mujer “de mala vida”. Otra fue la suerte de María de Nazaret, madre de Jesús, declarada Inmaculada, Madre de Dios, elevada a los altares, asunta al cielo en cuerpo y alma, piropeada con miles y miles de advocaciones, tratada casi con honores divinos. Toca ahora bajar a María de Nazaret del pedestal para devolverle su verdadera identidad: hermana nuestra y recuperar el protagonismo de María Magdalena como pionera de la igualdad.

Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
Universidad Carlos III de Madrid


1 Edward Schillebeeckx, Jesús. La historia de un Viviente, Cristiandad, Madrid 1981, 318.

Fuente Fe Adulta

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Estad como los que aguardan…

Domingo, 7 de agosto de 2016
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Teresa de Jesús, que vivió intensamente la vida, nos invita a nosotros a vivirla con agradecimiento, en atenta espera del Amado, con absoluta confianza porque nos sabemos de su rebaño…

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Teresa de Jesús vivió asombrada. ¿Acaso se puede vivir de otra manera la fe? El don de Dios, en el misterio de su humanidad, la dejó ‘espantada’, como ella decía. La oración interior fue su manera de responder al milagro de la Presencia: “En lo muy muy interior siente en sí esta divina compañía” (7Moradas 1,7). En estos días de agosto, de tiempo ordinario o vacacional, Teresa de Jesús nos invita a mirar asombrados “El amor que nos tiene Jesús porque … De tal manera ha querido juntarse con la criatura, que así como los que ya no se pueden apartar, no se quiere apartar Él de ella” (7M 2,3).

Lo que escuchó María: ‘Para Dios nada es imposible’, fue, para Teresa de Jesús, la fuerza que la empujó a realizar los sueños de Dios, desafiando las dificultades. Le decían que la vida nueva que quería vivir era “un disparate” (V 32,14), que las mujeres “no han menester esas delicadeces” (Camino 21,2), pero Jesús había juntado su debilidad con su poder, había engrandecido su nada. A nosotros, tentados tan a menudo por el desaliento, nos conviene escuchar el coraje de Teresa de Jesús: “Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar, venga lo que viniere, murmure quien murmurare” (C 21,2).

Lo que le oyó a Jesús Teresa es un excelente programa de vida para nosotros: “Que mirase por sus cosas (las de Jesús), que Él miraría por las suyas” (7M 3,2). “No hagamos torres sin fundamento, que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen” (7M 4,16). Ahí está la belleza del testimonio: “Sea Dios alabado y entendido un poquito más, y gríteme todo el mundo” (7M 1,5).

*

Tomado del boletín teresiano del CIPE

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***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino.

Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.

Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame.

Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo.

Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete.

Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.”

Pedro le preguntó:

“Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?”

El Señor le respondió:

“¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas?

Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes.

Pero si el empleado piensa: “Mi amo tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles.

El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.”

*

Lucas 12, 32-48

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Tomad, Señor y recibid…

Domingo, 31 de julio de 2016
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En la Fiesta de San Ignacio de Loyola (Azpeitia, c. 23/10/1491-Roma, 31/08/1556), la pregunta es acuciante: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?

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Tomad, Señor, y recibid
toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad,
todo mi haber
y mi poseer;
Vos me lo diste;
a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro,
disponed todo a vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia,
que esto me basta.

*

San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales,
Cuarta Semana, Contemplación para alcanzar amor, Primer punto.

***

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En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.”

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

*

Lucas 12, 13-21

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