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Domingo 26 de Julio de 2020, 17º tiempo ord. Tesoro escondido (Mt 13, 44): última oportunidad para encontrarlo

Domingo, 26 de julio de 2020
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2 Fragmento del Rollo de Cobre Foto Cluechaser (4)(parte del Rollo del Templo: Mapa de tesoros de Qumrán anterior a Jesús)

Del blog de Xabier Pikaza:

Tesoro escondido en el campo. Ésta es quizá la última oportunidad para encontrarlo en una tierra que estamos convirtiendo en mercado de negocios para algunos y campo de muerte para todos.

Tesoro escondido en nuestra vida. Ésta es quizá la última oportunidad para encontrar (dejarnos encontrar) por nuestra infinita riqueza interior pues otros llenan nuestra vida de imágenes de consumo que nos consumen.

Sólo podemos encontrar ese tesoro si “vendemos todo”, para así encontrar (dejarnos encontrar así) por la Vida El día en que no podamos ni queramos encontrar el tesoro moriremos.

Ésta es una parábola corta, pero enigmática y actual.  

  1. Jesús conocía sin duda las historias de inmensos tesoros escondidos en el campo tras guerras y saqueos (de eso trata el Rollo de Cobre del Templo de Qumrán, ofreciendo indicaciones fascinantes para encontrar unos 70 tesoros escondidos entre Galilea y el Desierto de Judea).
  2. Pero Jesús habla de otro tesoro que todos podemos encontrar, desde el más rico de Roma hasta el más pobre de la aldea. Él quiso que los hombres y mujeres fuéramos buscadores de tesoros, ligeros de equipaje para hallarlos, gozosos y llenos de vida para disfrutar del gran tesoro, quizá al alcance de la mano.
  3. Hoy, año 2020, estamos dilapidando el gran tesoro escondido en el campo que es la tierra, y que nosotros mismos somos, en una tierra, en una vida que es (debía ser) por sí misma el tesoro que nos busca, nos hace ser personas. De todo esto trata esta bellísima y fuerte parábola
  1. Tesoro escondido (13, 44).

13 44 En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; y uno, encontrándolo, lo esconde y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo[1].

Esta parábola del reino como tesoro escondido proviene probablemente de Jesús, pero sólo ha sido transmitida por Mateo y así ha de entenderse desde el conjunto de su evangelio, que incluyen varios textos relacionados con la riqueza, desde parábolas (cf. talentos: Mt 25, 14-30) hasta relatos ejemplares (recaudadores de impuestos: 9, 9-13).

Quizá el más importante es Mt 6, 19-21 (cf. Lc 12, 22-32): “No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen…”, pasaje que evoca una transformación interior, un cambio radical en la manera de entender la vida, con sus prioridades y valores, en un momento en el que los hombres más ricos de Israel y Roma estaban “ocupando” las propiedades de los pobres, convirtiendo la tierra de Dios (de todos) en objeto de mercado.

También es importante el relato donde Jesús dice al hombre que quiere seguirle: “Vete, vende lo que tienes y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme” (19, 21, tomado de Mc 10, 17-22). En ese contexto, Jesús aparece como un líder campesino, pero no con violencia armada (no fue jefe de una banda militar), sino con gran fuerza profética, El Reino cielos es un tesoro superior, y sólo quien lo vende todo por él puede conseguirlo.

La riqueza del hombre es, por tanto, el mismo Reino, que supera con mucho todos los bienes de este mundo, pero que puede compararse con el “tesoro material” que un hombre de pocos escrúpulos encuentra en un campo ajeno. Se ha especulado en oriente, con cierta frecuencia, sobre tesoros escondidos, a causa de guerras, cambios de poder y ladrones, como hace El rollo de cobre de Qumrán, escrito al parecer poco antes de Jesús, con una descripción fantástica de grandes tesoros de reyes (o del templo de Jerusalén) escondidos en lugares marcados con precisión (de forma realista o imaginaria, discrepan los autores), que los investigadores siguen estudiando y queriendo descifrar todavía[2].

     Por otra parte, ya Mt 6, 19-21 hablaba de tesoros que, por bien guardados que estén, acaban siendo presa de ladrones (buscadores de riquezas ocultas y escondidas). En ese contexto se entiende esta parábola que, en principio, parece ambigua, pues no se sabe si el hombre que encuentra un tesoro que nadie guardaba (nadie, al parecer, conocía su existencia) es un buscador de riquezas ocultas o un simple afortunado que pasa por allí y descubre el tesoro escondida por casualidad.

El texto no ofrece ninguna valoración moral, si es justo o injusto el proceder de este “cazador de tesoros” en un campo ajeno y, en vez de decírselo a su dueño, lo compra con engaño. Ciertamente, ha de obrar con astucia, volviendo a ocultar el tesoro, de forma que nadie sospeche; tiene que vender lo que tiene y comprarlo, para convertirse de esa forma en dueño del tesoro (si intentara llevarlo del campo sin comprarlo, podrían verle y denunciarle). Leer más…

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Parábolas para tiempo de crisis (final). Domingo 17 Ciclo A.

Domingo, 26 de julio de 2020
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Jesus_Mafa_Hidden_Treasure_Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 En los dos domingos anteriores, el discurso en parábolas ha respondido a tres preguntas que se hace la antigua comunidad cristiana y que nos seguimos planteando nosotros:

1) ¿Por qué no aceptan todos el mensaje de Jesús? (parábola del sembrador).

2) ¿Qué hacer con quienes no lo aceptan? (el trigo y la cizaña).

3) ¿Tiene futuro esta comunidad tan pequeña? (el grano de mostaza y la levadura)

Quedan todavía otras dos preguntas por plantear y responder.

¿VALE LA PENA?

La pregunta que puede seguir rondando en la cabeza de los segui­dores de Jesús es si todo esto vale la pena. A la pregunta responden dos parábolas muy breves, aparentemente idénticas en el desarrollo y con gran parecido en las imágenes. Por eso se las conoce como las parábolas del tesoro y la perla. Lo que ocurre en ambos casos es lo siguiente:

a) El protagonista descubre algo de enorme valor.

b) Con tal de conseguirlo, vende todo lo que tiene.

c) Compra el objeto deseado.

Sin embargo hay curiosas diferencias entre las dos parábolas, empezando por los protagonistas.

El suertudo y el concienzudo

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.

El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

El protagonista de la primera es un hombre con suerte. Mientras camina por el campo, encuentra un tesoro. Su primera reacción no es llevarlo a la oficina de objetos perdidos (que entonces no existe) ni poner un anuncio en el periódico (que tampoco existen). Ante todo, lo esconde. Repuesto de la sorpresa, se llena de alegría y decide apropiarse del tesoro, pero legalmente. La única solución es comprar el campo. Es grande y caro. No importa. Vende todo lo que tiene y lo compra.

perlaEl protagonista de la segunda parábola es muy distinto. No pierde el tiempo paseando por el campo. Es un comerciante concienzudo que va en busca de perlas de gran valor. Por desgracia, la traducción litúrgica ignora este aspecto: en vez de “El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas”, debería decir “a un comerciante en busca de perlas finas”. No la encuentra por casualidad, va tras ella con ahínco. Como buen comerciante, calculador y frío, no salta de alegría cuando la encuentra, igual que el protagonista de la primera parábola. Pero hace lo mismo: vende todo lo que tiene para comprarla.

La perla y el comerciante

Otra diferencia curiosa es que la primera parábola compara el Reino de los Cielos con un tesoro, pero la segunda no lo compara con una perla preciosa, sino con un comerciante. Este detalle ofrece una pista para interpretar las dos parábolas.

Ni bonos basura ni timo de la estampita

No olvidemos que estas parábolas se dirigen a un comunidad que sufre una crisis profunda y se pregunta si ser cristiano tiene valor. En términos modernos: ¿me han vendido bonos basura o me han dado el timo de la estampita? La respuesta pretende revivir la experiencia primitiva, cuando cada cual decidió seguir a Jesús. Unos entraron en contacto con la comunidad de forma puramente casual, y descubrieron en ella un tesoro por el que merecía la pena renunciar a todo. Otros descubrieron la comunidad no casualmente, sino tras años de inquietud religiosa y búsqueda intensa, como ocurrió a numerosos paganos en contacto previo con el judaísmo; también éstos debieron renunciar y vender para adquirir.

Las parábolas, aparte de infundir ilusión, animan también a un examen de conciencia. ¿Sigue siendo para mí la fe en Jesús y la comunidad cristiana un tesoro inapreciable o se ha convertido en un objeto inútil y polvoriento que conservo sólo por rutina?

Al mismo tiempo, nos enseñan algo muy importan­te: es el cristiano, con su actitud, quien revela a los demás el valor supremo del Reino. Si no se llena de alegría al descubrir­lo, si no renuncia a todo por conseguirlo, no hará perceptible su valor. Estas parábo­las parecen decir: «Cuando te pregunten si ser cristiano vale la pena, no sueltes un discurso; demuestra con tu actitud que vale la pena».

¿QUÉ OCURRIRÁ A QUIENES ACEPTAN EL REINO, PERO NO VIVEN DE ACUERDO CON SUS IDEALES?

A esta última pregunta responde la parábola de la red lanzada al mar.

El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

copoNo queda claro si se habla de toda la humanidad, donde hay buenos y malos, o de la comunidad cristiana, donde puede ocurrir lo mismo. Ya que el tema del juicio universal se ha tratado a propósito del trigo y la cizaña, parece más probable que se refiera al problema interno de la comunidad cristiana. Interpretada de este modo, empalmaría muy bien con las dos anteriores. Hay gente dentro de la comunidad que no vive de acuerdo con los valores del evangelio, que no mantiene esa experiencia de haber descubierto un tesoro o una perla. ¿Qué ocurrirá con ellos? La respuesta es muy dura («a los malos los echarán al horno encendido») pero convie­ne completarla con la última parábola del evangelio de Mateo, la del Juicio final (Mt 25,31-46), donde queda claro cuáles son los peces buenos y cuáles los malos. Los buenos son quienes, sabiéndolo o no, dan de comer al hambriento, de beber al sediento, visten al desnudo, hospedan al que no tiene techo… Los que ayudan al necesitado, aunque ni siquiera intuyan que dentro de ellos está el mismo Jesús.

CONCLUSIÓN

¿Entendéis bien todo esto?»

Ellos le contestaron:
― Sí.

Él les dijo:

― Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.

Mateo termina las siete parábolas comparando al predicador del evangelio con un un padre de familia. Parece un nuevo enigma, esta vez sin explicación. En sentido inmediato, el escriba que entiende del reinado de Dios es Jesús. Para exponer su mensaje ha usado cosas nuevas y viejas. Del baúl de sus recuerdos ha sacado cosas antiguas: alguna alusión al Antiguo Testamento, la técnica parabólica y el lenguaje imaginati­vo de los profetas. Pero la mayor parte consta de cosas nuevas, fruto de su experiencia y de su capacidad de observación: la vida del campesino, del ama de casa, del pescador, del comerciante, de la gente que lo rodea, le sirven para exponer con interés su mensaje. Por eso, la comparación final es también una invitación a los discípulos y a los predicadores del evangelio a ser creativos, a renovar su lenguaje, a no repetir meramente lo aprendido.

LA PRIMERA LECTURA

La primera lectura nos invita a pedir a Dios esta sabiduría, igual que Salomón se la pidió para gobernar a su pueblo.

En aquellos días, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:
― Pídeme lo que quieras.
Respondió Salomón:
― Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues, ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y Dios le dijo:
― Por haber pedido esto y no haber pedido para ti vida larga ni riquezas ni la vida de tus enemigos, sino que pediste discernimiento para escuchar y gobernar, te cumplo tu petición: te doy un corazón sabio e inteligente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti.

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26 de Julio. Tiempo Ordinario. Domingo XVII. Ciclo A

Domingo, 26 de julio de 2020
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TO-D-XVII

“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.”

(Mt 13, 44-52)

Y este domingo también tenemos varias parábolas. Jesús quiere darnos a conocer el Reino. Busca, incansable, numerosos ejemplos. Comparaciones. Muchas imágenes. Para que podamos comprenderlo.

Dos de las parábolas de hoy: la del tesoro y la de la perla, nos hablan del valor del Reino. Descubrir el Reino, descubrir el Rostro de Dios que Jesús vino a mostrarnos es una suerte. Una inmensa alegría.

Algo por lo que vale la pena vender todo lo demás. Quizá durante demasiado tiempo en la Iglesia le hemos dado mucho protagonismo a la renuncia. Al sacrificio. Pero el Reino de Dios, el mensaje de Jesús no es cuestión de renuncia. Es cuestión de elección.

Cuando elegimos algo en la vida es porque lo deseamos, porque nos gusta. Nos parece valioso. Elegimos una carrera, un oficio, un lugar donde vivir. Y también cosas más pequeñas: un móvil, un pantalón o un plato de comida.

Nuestra vida está llena de elecciones y cada elección implica un esfuerzo y también una renuncia.

Cada elección que hacemos, por pequeña que sea, nos hace ejercitar nuestra libertad. Nos obliga a decidir.

No conozco a nadie que haya comprado algo que le hiciera ilusión (un teléfono, un coche…) que salga triste de la tienda pensando que solo se ha podido comprar uno y ha tenido que dejar los demás.

Sin embargo mucha gente te mira con condescendencia cuando haces una opción de vida por el Reino, como es ser monja. Y te preguntan: “¿no te da pena no poder…?”

¡No!, no me da pena. He hecho una elección. He elegido aquello que pienso que puede llenar plenamente mi vida. ¡Cierto! dejo muchas cosas, muchas otras posibilidades, el concesionario se queda lleno de coches cuando compramos uno. Pero lo que he elegido me llena de alegría. Si tuviera que llevarme todos los coches del mercado sería absurdo y agobiante. Me quedo con uno y lo disfruto, lo cuido y se lo enseño con alegría a todo el mundo.

Y con el Reino de Dios es aun mejor porque no pierde valor al salir del concesionario, no contamina y no se estropea. Tiene garantía indefinida.

Oración

Trinidad Santa, danos la alegría y el convencimiento de quien ha hecho una elección libre y decidida por tu Reino.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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No somos un campo que contiene un tesoro.

Domingo, 26 de julio de 2020
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the-sower-webMt 13, 44-52

El evangelio de este domingo nos propone las tres últimas parábolas del capítulo 13 de Mt. comentaremos el tesoro y la perla, que tienen un mismo mensaje. Si descubrimos lo que más vale, daremos a nuestra voluntad un objeto claro, porque la voluntad no puede ser movida más que por el bien, y en el caso de dos bienes siempre será movida por el mayor. Lo que Dios es en mí, es el tesoro, es la perla. No se trata de un conocimiento discursivo o racional, sino de una experiencia profunda y viva. Seguimos empeñados en descubrir a un Dios que está fuera y que nos dé seguridades desde allí.

Menos mal que la comunidad de Mt no se atrevió a alegorizarlas. No lo tenía fácil. El mensaje es idéntico en las dos pero tiene matices significativos. Una diferencia es que en un caso el encuentro es fortuito. Y en el otro, es consecuencia de una búsqueda. Otra es que en la primera se identifica el Reino con el tesoro, pero en la segunda se identifica con el comerciante que busca perlas. Puede ser una pista para descubrir que la comparación no es con uno ni con otro, sino que hay que buscarla en el conjunto del relato. Las dos opciones se hacen con un grado de incertidumbre. Los dos se arriesgan al dar el paso.

La parábola no juzga la moralidad de las acciones narradas; simplemente propone unos hechos para que nosotros nos traslademos a otro ámbito. En efecto, tanto el campesino, como el comerciante, obran de forma fraudulenta y por lo tanto injusta (aunque legal). Los dos se aprovechan de unos conocimientos privilegiados para engañar al vecino. No actúan por desprendimiento sino por egoísmo. “Renuncian” a unos bienes para conseguir bienes mayores. No es su objetivo vivir de otra manera, sino conseguir una vida material mejor. Da un ejemplo material pero en el orden espiritual las cosas no funcionan así.

En estas dos parábolas vemos claro cómo no todo lo que dicen es aprovechable. Jesús en el evangelio advierte una y mil veces del peligro de las riquezas; no puede aquí invitarnos a conseguirlas en sumo grado. El mensaje es muy concreto. El punto de inflexión en las dos parábolas es el mismo: “vende todo lo que tiene y compra”. Sería sencillamente una locura. Si vende todo lo que tiene para comprar la perla, ¿qué comería al día siguiente? ¿Dónde viviría? Esa imposibilidad radical en el orden material, es precisamente lo que nos hace saltar a otro orden, en el que sí es posible. Ahí está la clave del mensaje.

Hay dos matices interesantes. El primero es el abismo que existe entre lo que tienen y lo que descubren. El segundo es la alegría que les produce el hallazgo. Yo la haría todavía más simple: Un campesino pobre, que solo tiene un pequeño campo, en el que cava cada vez más hondo, un día encuentra un tesoro. O un comerciante de perlas que un día descubre, entre las que tiene almacenadas, una de inmenso valor. Evitaríamos así poner el énfasis en la venta de lo que tiene, que solo pretende indicar el valor de lo encontrado. Todo lo contrario, se trata de un minucioso cálculo, que les lleva a la suprema ganancia.

No damos un paso en nuestra vida espiritual porque no hemos encontrado el tesoro en lo que ya somos. Sin este descubrimiento, todo lo que hagamos por alcanzar una religiosidad auténtica, será pura programación y por lo tanto inútil. Nada vamos a conseguir si previamente no descubrimos lo que somos. Nuestra principal tarea será tomar conciencia de esa Realidad. Si la descubrimos, prácticamen­te está todo hecho. La parábola al revés, no funciona. El vender todo lo que tienes, antes de descubrir el tesoro, que es lo que siempre se nos ha propuesto, no es garantía ninguna de éxito.

Un ancestral relato nos ayudará: cuando los dioses crearon al hombre, pusieron en él algo de su divinidad, pero el hombre hizo un mal uso de esa divinidad y decidieron quitársela. Se reunieron en gran asamblea para ver donde podían esconder ese tesoro. Uno dijo: pongámoslo en la cima de la montaña más alta. Pero otro dijo: No, que terminará escalándola y dará con él. Otro dijo: lo pondremos en lo más hondo del océano. Alguien respondió: No, que terminará bajando y la descubrirá. Por fin dijo uno: ¡Ya sé dónde lo esconderemos! La pondremos en su corazón. Allí nunca lo buscará.

Tenemos que aclarar que el tesoro no es Jesús, como deja entender Pablo, y sobre todos los santos padres. Jesús descubrió la divinidad dentro de él. Éste es el principal dogma cristiano. “Yo y el Padre somos uno”. Tampoco la Escritura puede considerarse el tesoro. En muchas homilías, he visto estas interpretaciones de las parábolas. La Escritura es el mapa que nos puede conducir al tesoro, pero no es el tesoro. Tampoco podemos presentar a la Iglesia como tesoro o perla. En todo caso, sería el campo donde tengo que cavar (a veces muy hondo) para encontrarme a mí mismo.

Jesús no pide más perfección sino más confianza, más alegría, más felicidad. Es bueno todo lo que produce felicidad en ti y en los demás. Solamente es negativa la alegría que se consigue a costa de las lágrimas de los demás. Cualquier renuncia que produzca sufrimiento, en ti o en otro, no puede ser evangélica. Fijaos que he dicho sufrimiento, no esfuerzo. Sin esfuerzo no puede haber progreso en humanidad, pero ese esfuerzo tiene que sumirme en la alegría de ser más. Lo que el evangelio valora no es el hecho de renunciar. Lo que me tiene que hacer feliz es descubrir la plenitud que ya soy.

El tesoro es el mismo Dios presente en cada uno de nosotros. Es la verdadera realidad que soy, y que son todas las demás criaturas. Lo que hay de Dios en mí es el fundamento de todos los valores. En cuanto las religiones olvidan esto, se convierten en ideologías esclavizantes. El tesoro, la perla no representan grandes valores sino una realidad que está más allá de toda valoración. El que encuentra la perla preciosa, no desprecia las demás. Dios no se contrapone a ningún valor, sino que potencian el valor de todo. Presentar a Dios como contrario a otros valores, es la manera de hacerle ídolo.

Vivimos en una sociedad que funciona a base de trampas. Si fuésemos capaces de llamar a las cosas por su nombre, la sociedad quedaría colapsada. Si los políticos nos dijeran simplemente la verdad, ¿a quién votaríamos? Si los jefes religiosos dejaran de meter miedo con un dios justiciero, ¿qué caso haríamos a sus propuestas? En cambio, si de la noche a la mañana todos nos convenciéramos de que ni el dinero ni la salud ni el poder ni el sexo ni la religión eran los valores supremos, nuestra sociedad quedaría purificada. Los intereses materiales y egoístas son lo que de verdad mueven los hilos de la sociedad.

Tener claro que soy el tesoro supremo, la perla más valiosa, me permite valorar en su justa medida todo lo demás. No se trata de despreciar el resto sino de tener claro lo que vale de veras. El “tesoro” nunca será incompatible con todos los demás valores que nos ayudan a ser más humanos. Es una constante tentación de las religiones ponernos en el brete de tener que elegir entre el bien y el mal. Esta postura es radicalmente equivocada. Lo que hay que tener muy claro es cuales son las prioridades, dentro de los valores. Debemos tener claro dónde está el valor supremo y qué valores son relativos o falsos.

Meditación

Eres el mayor tesoro que puedas imaginar.
Si aún no te has dado cuenta,
es que has buscado algo imaginado por ti
o que no has bajado al centro de tu ser.
Una vez descubierto lo que hay de Dios en ti,
todo lo demás es coser y cantar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Vivir el Evangelio.

Domingo, 26 de julio de 2020
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hidden-treasure“Son muchos los que ni siquiera hacen el esfuerzo de imaginar el tesoro que duerme en el corazón de los demás”.

26 de julio. DOMINGO XVII TO

Mt 13, 44-52

El reinado de Dios se parece a un mercader en busca perlas finas, y al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra.

El entorno presupone que alguien ha enterrado un tesoro y más tarde murió, y el propietario actual del campo no es consciente de su existencia.

El buscador, tal vez un trabajador agrícola, tiene derecho a ella, pero es incapaz de extraer convenientemente a menos que compre el campo. Para un campesino, un descubrimiento de tal tesoro representaba el gran sueño.

El hombre, que encontró el tesoro, descubrió lo que no buscaba. No se entra en el reino de Dios por los propios méritos, sino que se trata de un don que pide una respuesta y a los afortunados del hallazgo les queda una vida para ello.

Esta parábola se interpreta generalmente como ilustrando el gran valor del reino de los cielos, y por lo tanto tiene un tema similar a la parábola de la perla.

John Nolland comenta que la suerte del hallazgo refleja un privilegio especial y una fuente de alegría, pero también un desafío. El hombre de la parábola renuncia a todo lo que tiene afirmando que el tesoro encontrado es mayor.

Y la mejor manera de guardarlo, no es llevándolo al Banco, sino a la caja fuerte del corazón, que es donde sin duda estará más seguro.

 

Las dos primeras de estas parábolas están destinadas a instruir a los creyentes a preferir el reino de los cielos antes que todo lo que hay en el mundo, y por lo tanto les invita a negarse a sí mismos todos los deseos de la carne. Nada puede evitar la obtención de tan valiosa posesión que representa el tesoro de Israel.

Por lo tanto, aquellos que llevan su tesoro abiertamente, que vigilen, porque los ladrones van a intentar robarle en el camino.

Y cuando digo esto; no quiero decir que nuestros vecinos no vean nuestras obras, sino que en lo que hacemos, no hay que buscar la alabanza desde el exterior.

El evangelista Mateo nos lo recuerda igualmente cuando dice que… El reinado de Dios se parece a un mercader en busca perlas finas, y al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra.

El reino de los cielos se compara con las cosas de la tierra para que la mente pueda pasar de cosas familiares a cosas desconocidas, y pueda aprender a amar lo desconocido por lo que conoce. Se ama cuando se conoce y cuando se ama, lleno de gozo, se vende todo lo que se tiene.

En mi libro Yo amo la Tierra, escribí este poema:

El violín del Evangelio
sonaba en las cuerdas de mis venas.
Jesús, estaba trepidante
como siempre en ellas.
……………………………
Sobre los trastes
de la guitarra del Planeta,
unos dedos divinos
pulsan las temblorosas cuerdas.
Evangelio y Planeta hechos Uno,
hacen sonar la Canción de la Tierra:
“Atesora la abundancia de vino
en tu bodega”.
Lo escribió Gustav Mahler
cuando le brumaban las penas.
También cantó:
“Te llenarás de flor en primavera”.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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El tesoro más valioso, por el que merece la pena venderlo todo.

Domingo, 26 de julio de 2020
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Mt 13, 44-52

Vivimos rodeados y rodeadas de ofertas seductoras de consumo que nos ofrecen una falsa, efímera y parcial sensación de felicidad a cambio de dinero. La lógica del reino es a la inversa. Su valor es la gratuidad y la integralidad. Por eso abrirnos a su don requiere estar dispuestos y dispuestas a venderlo todo, como el mercader de perlas finas o el campesino al que se refiere este texto. Poner nuestra seguridad no en el dinero, en la apariencia o en el poder, sino en los valores del Evangelio: la libertad, la hondura del ser, la autenticidad de las relaciones, la bondad del corazón, la confianza, el valor del encuentro humano, la solidaridad y el compromiso con la liberación del sufrimiento.

El contexto de pandemia global que atravesamos y la incertidumbre radical que se nos impone como compañera de camino nos fuerza como personas y como comunidades cristianas a hacernos preguntas incómodas y desinstaladoras. Una de ellas sin duda es ¿cuál es hoy nuestro tesoro? porque sólo desde ahí entenderemos también que es lo que nos moviliza, donde están nuestros miedos, nuestros riesgos, nuestras confianzas, ya que como   nos recuerda también el Evangelio donde esta nuestro tesoro esta nuestro corazón (Mt 6,19-23).

Nuestros aparatos ideológicos pueden autoengañarnos, pero hay un criterio de objetividad que desvela siempre la realidad y desnuda nuestros discursos y opciones es el criterio de los afectos: las razones del corazón. Las convicciones son importantes, pero más poderosas que ellas son el amor y la fuerza de los vínculos: historias de vida, relaciones, geografías, concretas que nos ayudan a descubrir que el Evangelio es verdad y entre quienes decidimos aventurar la vida más allá de todo pragmatismo y calculo.

En un contexto en el que impera un mercado salvaje y no se distingue valor y precio el Evangelio encarnado en las vidas de los y las descartables se nos revela como un bien mayor  irreductible  por el que merece la pena apostarlo todo, aunque no suponga más “ventaja” que la propia libertad y plenitud de una vida colmada más allá de todo pronóstico y calculo económico.

Pepa Torres

Fuente Fe Adulta

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Buscar el tesoro que somos

Domingo, 26 de julio de 2020
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Ciervo-almizcleroDomingo XVII del Tiempo Ordinario

26 julio 2020

Mt 13, 44-52

La metáfora del tesoro escondido u oculto, presente en diferentes tradiciones sapienciales, constituye una invitación a encontrar o descubrir aquello que, aun sin saberlo, anhelamos: lo que realmente somos.

          Y contiene varias indicaciones valiosas: el tesoro está ahí todo el tiempo, se trata simplemente de descubrirlo; no es algo separado de nosotros ni algo de lo que carezcamos, sino justamente aquello que somos; cuando se descubre, todo lo demás empieza a ser visto como algo secundario; y ese descubrimiento se traduce en alegría estable.

          Todo ser humano añora ese tesoro. De hecho, es ese anhelo el que nos mueve, nos hace iniciar la búsqueda y recorrer diferentes caminos, atraídos siempre por su aroma de plenitud.

          Sin embargo, en esa búsqueda puede suceder de todo: nos despistamos y terminamos enredados; nos conformamos con pequeñas “golosinas” o nos entretenemos con “juguetes”, olvidando el tesoro real; acallamos la voz del anhelo aturdiéndonos con múltiples ruidos; nos decimos a nosotros mismos que el anhelo es inventado y que es necesario ser “prácticos” y no creer en “cuentos” ilusorios…

          Y aun en el mejor de los casos, cuando la búsqueda se apoya en una fuerte determinación, no resulta fácil superar la trampa que nos incita a buscar el tesoro en “algo” fuera, lejos o en el futuro.

          Lo cual me trae a la memoria el relato del ciervo almizclero. Fascinado por un olor exquisito cuya procedencia ignoraba, inició una carrera alocada por atraparlo. Por más que corría, el olor no lo abandonaba, aunque tampoco conseguía descubrir su procedencia. En un salto desafortunado, el ciervo se golpeó en el pecho con una rama puntiaguda, muriendo en el acto. Su pecho abierto guardaba el perfume que equivocadamente había buscado fuera.

          Como el ciervo, no podemos negar el “olor” de la plenitud. Pero nuestra mente, al reducirnos a la “forma” de nuestra persona –al identificarnos con el yo separado–, nos hace creer que la plenitud se halla fuera y ahí empezamos la carrera que no conduce a ninguna parte.

          La parábola nos recuerda: tú –en tu verdadera identidad– eres ya lo que estás buscando. No corras hacia fuera, porque donde tienes que llegar es a ti mismo. Acalla la mente y, si tienes paciencia y perseveras en ello, el silencio te mostrará el tesoro que desde siempre has añorado. Cuando eso ocurra, la búsqueda habrá concluido: has descubierto lo que siempre has sido y que, sin embargo, te permanecía oculto.

¿Cómo vivo la búsqueda? ¿Qué, dónde, cómo busco?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Qué es lo más importante en mi vida?

Domingo, 26 de julio de 2020
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OLYMPUS DIGITAL CAMERADel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Si nos preguntásemos ¿qué es lo que más interesa de la vida? ¿Cuál es el tesoro, lo que más aprecio de la vida? ¿Qué me gustaría que me diera la vida? ¿Qué nos contestaríamos a nosotros mismos?

Muchos de nuestros contemporáneos contestarían “pidiendo a la vida”: dinero, algunos logros políticos (poder), quizás notoriedad y fama, quizás el sueño de la patria, el placer … ¿Cuál es tu tesoro, cuál es la perla de tu vida? ¿Por qué estarías dispuesto a dejarlo todo?

Hemos llegado a una situación en la que ni tan siquiera interesa ya la cultura, ni la sabiduría; lo que interesa es un título académico o unos conocimientos pero en función de obtener un puesto de trabajo bien remunerado (dinero). Ya no se trata ni de saber, ni de cultura, sino de que te den una cartulina (título) en una universidad con la que puedas obtener un cargo político, eclesiástico, empresarial. El mismo trabajo (por desgracia dentro de la escasez y crisis que estamos atravesando), ya no es un medio de realización personal y una satisfacción de hacer las cosas bien y de colaborar con Dios en la tarea de la “conclusión” de la creación, sino que el trabajo se ha convertido únicamente en un medio de obtener un sueldo, un dinero. (Marx tenía razón cuando decía que el obrero vende su trabajo al capital).

No digamos nada de otros valores cómo la libertad, la honradez, la justicia, etc. A mí me que me den un buen sueldo a fin de mes y déjame de libertades, conciencia, lealtad, honradez, jugar limpio en la vida, etc.

Lo más importante que hacemos muchos conciudadanos es comprar, es decir: llenar el carro en las “grandes superficies”, lo cual no deja de tener algunas similitudes con las prácticas religiosas: no dejan de ser “ritos profanos”. Ir a “Eroski” para muchos ciudadanos es el “rito satisfactorio religioso” de nuestro tiempo.

Pero una persona y un pueblo son grandes no por lo que comen y consumen, sino por lo que piensan, por sus utopías e idealismos, por aquello que alienta su alma y su vida. Estamos en un momento en el que nos ha podido el “sanchopanzismo” más burdo y los idealismos ya no son más que un “quijotismo“, una mera quimera para nuestra cultura.

El ser humano siempre tiende a religarse (religión) con algo o con alguien. No podemos vivir por largo tiempo y sensatamente sin algo que estructure nuestra vida. Los humanos necesitamos siempre vivir en referencia a una realidad última. Esa ultimidad es como la piedra angular que sostiene todo el edificio humano. La fe, la religación es absolutamente necesaria no para ser buenos, sino para ser personas. Siempre tiene que darse algo en torno a lo cual el ser humano estructura su vida. Conviene no equivocarse a la hora de escoger esa ultimidad que tradicionalmente hemos concretado en Dios. Dios es el nombre de la preocupación última del ser humano. Dios, el Reino de Dios y lo que ello supone para nosotros es un tesoro, una perla: algo valioso, definitivamente valioso por lo que merece la pena dejarlo todo y seguir a Cristo. Si la ultimidad, si el tesoro y la perla del ser humano no son Dios y lo que Dios significa, otra realidad se alzará como dios-ídolo y nos esclavizará. Viviremos esclavos del consumismo, de la raza, del placer. ¿Nuestro dios será el vientre que decía San Pablo?


¿Cuál es la realidad última de nuestra vida? ¿Cuál es nuestro tesoro, nuestra perla?

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Señor… Señor…

Miércoles, 1 de julio de 2020
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Pero la separación provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesan su fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir “Jesús es señor” sino por influjo del Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas, con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de Jesús.

Esto resulta tanto más incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos…». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los Cielos.

La separación se producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.

Jesús revela aquí a sus discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús, hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas… pero sin amor, es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo.

*

Dietrich Bonhoeffer,
El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 51999, pp. 127-129.

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Vinculación a Jesucristo

Sábado, 20 de junio de 2020
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La vinculación a Jesucristo no abre paso al placer que carece de amor, sino que lo prohíbe a los discípulos. Puesto que el seguimiento es negación de sí y unión a Jesús, en ningún momento puede tener curso libre la voluntad propia, dominada por el placer, del discípulo. Tal concupiscencia, aunque sólo radicase en una simple mirada, separa del seguimiento y lleva todo el cuerpo al infierno.

Con ella, el hombre vende su origen celestial por un momento placentero. No cree en el que puede devolverle una alegría centuplicada por el placer al que renuncia. No confía en lo invisible, sino que se aferra al fruto visible del placer. De este modo se aleja del camino del seguimiento y queda separado de Cristo.

La impureza de la concupiscencia es incredulidad. Por eso hay que rechazarla. Ningún sacrificio que libere a los discípulos de este placer que separa de Jesús es demasiado grande. El ojo es menos que Cristo y la mano es menos que Cristo. Si el ojo y la mano sirven al placer e impiden a todo el cuerpo la pureza del seguimiento, es preferible renunciar a ellos a renunciar a Jesús.

Las alegrías que proporciona el placer son menores que sus inconvenientes; se consigue el placer del ojo y de la mano por un instante, y se pierde el cuerpo por toda la eternidad. Tu ojo, que sirve a la impura concupiscencia, no puede contemplar a Dios.

*

Dietrich Bonnoeffer,
El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 51999, p. 83.

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Llamada.

Lunes, 8 de junio de 2020
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«Señor Jesús,
¿Qué flaquezas has visto en nosotros que te han decidido a llamarnos, a pesar de todo, a
colaborar en tu misión?

Te damos gracias por habernos llamado, y te rogamos no olvides tu promesa de estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Con frecuencia nos invade el sentimiento de haber trabajado en vano toda la noche, olvidando quizá que tú estás con nosotros.

Te pedimos que te hagas presente en nuestras vidas y en nuestro trabajo, hoy, mañana y en el futuro que aún está por llegar.

Llena con tu amor estas vidas nuestras, que ponemos a tu servicio.

Quita de nuestros corazones el egoísmo de pensar en ‘lo nuestro’, en ‘lo mío’, siempre excluyente y carente de compasión y de alegría.

Ilumina nuestras mentes y nuestros corazones, y no olvides hacernos sonreír cuando las cosas no marchan como querríamos.

Haz que al final del día, de cada uno de nuestros días, nos sintamos más unidos a Ti, y que podamos percibir y descubrir a nuestro alrededor más alegría y mayor esperanza.

Te pedimos todo esto desde nuestra realidad. Somos débiles y pecadores, pero somos tus amigos.

Amén».

*

Adolfo Nicolás sj
Superior General de la Compañía de Jesús
(2008-2016)

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¿Cómo celebrar la resurrección en estos tiempos que vivimos?

Miércoles, 15 de abril de 2020
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La vigilia pascual nos invita a renovar nuestra confesión de fe:El Señor ha resucitado, “ÉL vive”, “Él se queda para siempre con nosotros”, “Su espíritu impulsa nuestra vida y renueva la faz de la tierra”. Pero ¿qué resonancia tienen esas confesiones de fe cuando estamos confinados en casa y las noticias de cada día solo son números de más contagiados, de más muertos, de más pobres por las consecuencias que de todo esto se están derivando? ¿Para qué nos sirve creer si a todos está situación nos está afectando por igual sin importar el credo? ¿No está Dios escuchando nuestros ruegos que se han multiplicado porque casi todos los clérigos están transmitiendo las liturgias o sus devociones por las redes y muchos cristianos asisten a estas o hacen sus propios rezos y demandas? Con todo esto ¿se puede hablar del Cristo que venció a la muerte? ¿del Resucitado que nos trae vida en abundancia?

Contra todos los pronósticos esta circunstancia nos permite afirmar con más fuerza: ¡Sí! ¡el Señor ha resucitado y por eso estamos alegres! En efecto, la resurrección no significa que la cosas vayan bien, que los problemas se arreglen, que no haya sufrimiento, ni muerte. La resurrección significa que el espíritu del Señor nos fortalece y vive en nosotros para afrontar la vida como ella es, como la hemos construido, como la bondad humana la defiende, como la irresponsabilidad humana la destruye.

El Resucitado en todas sus apariciones envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia de que su espíritu se queda con nosotros para siempre y por eso la vida humana se vuelve vida en el espíritu, vida con afecto, vida con fuerza, vida con paz, vida con alegría, vida con fortaleza, vida con mansedumbre, vida con sabiduría, vida con Dios. Es decir, la confesión de fe no es una afirmación sino una acción. Creer en Jesús Resucitado es ponernos en camino para vivir la misión que Él nos confía.

Pero me preocupa que los cristianos estemos como los discípulos de Emaús que, aunque habían escuchado decir que algunas mujeres  habían ido al sepulcro y no lo habían encontrado y unos ángeles les habían dicho que Él estaba vivo y que otros discípulos habían ido y habían encontrado todo como lo habían dicho las mujeres pero a Él no lo habían visto (Lc 24, 22-24), aún así, ellos volvían a Emaús desanimados y abandonando el camino que habían recorrido con Jesús.

Nos puede estar pasando como a estos discípulos. Esta circunstancia actual puede no dejarnos ver los frutos de la resurrección. Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús cuando parte el pan con ellos. Pero ¡atención! Ese partir del pan no es el rito litúrgico con el que ahora lo celebramos, es la vida compartida de Jesús de darse y entregarse a todos y, especialmente, a los más necesitados. Pues bien, la pandemia actual nos hace ir a lo esencial y ojalá lo sepamos hacer.

Los frutos de la resurrección en este tiempo podrían ir por ese gozo que surge de dentro porque nos hemos dado cuenta que lo importante no son los templos, sino la presencia de Dios en nuestra historia; lo importante no son los ritos, sino la capacidad de vivir lo que cada día nos depara con toda la atención y cuidado que amerita; lo importante no es invocar al Señor de los cielos sino ver al Cristo sufriente en todos los afectados por esta pandemia, no sólo por la situación de salud sino por las consecuencias económicas, familiares, laborales, culturales que nos está trayendo.

Cristo habrá resucitado en nosotros si nos sacudimos esa tristeza que cargaban los discípulos de Emaús y lo reconocemos en este pan partido del sufrimiento actual de nuestro mundo que nos hace volver a Jerusalén para lanzarnos a la apasionante tarea de la evangelización, no desde la abstracción de unas normas que deben cumplir los que nos escuchan, sino desde la realidad que nos invita a ser profetas de esperanza, de solidaridad, de misericordia, de conciencia lúcida para afrontar lo que vivimos, señalar las causas de lo que nos está pasando y hacer todo lo que está en nuestra manos para superarlo.

Se dice mucho, ¡y con razón! que ojalá esta circunstancia nos haga tomar conciencia del cuidado urgente que necesita la creación ya que, gracias a la cuarentena, la contaminación ha disminuido, los paisajes están más claros y se ven volcanes y montes que era imposible divisar a la distancia, los animales se han acercado a las ciudades porque ahora no son territorios hostiles, en otras palabras, parece que el mundo ha respirado un poco mejor y esto será beneficioso.

Pero ¿esta circunstancia nos ayudará a crecer en nuestra fe o, tan pronto podamos, volveremos a la práctica del rito y a la religión sin rostros sufrientes? Seria maravilloso y signo de resurrección que todo lo que hemos reflexionado, palpado, discernido, propuesto sobre el ser iglesia, sobre las celebraciones litúrgicas, sobre el papel del laicado, sobre otros medios de evangelización, sobre el Cristo sufriente y vivo en cada hermano/a, no se quedará en ideas sino lo pusiéramos en práctica. La pandemia no puede dejarnos igual en muchos sentidos, pero tampoco en nuestra manera de vivir y expresar la fe. Que el Señor Resucitado en verdad nos purifique de todo lo accesorio y nos lance al apostolado de la vida, del compromiso, de la transformación de nuestro mundo en un lugar habitable y justo para todos y todas.

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“El otro discípulo, el que amaba Jesús”, por Carlos Osma.

Jueves, 2 de abril de 2020
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man-solDe su blog Homoprotestantes:

Según el Evangelio de Juan el primer testigo de la resurrección de Jesús fue María Magdalena. Ciertamente el evangelista conocía otros evangelios cuando puso por escrito su relato, sin embargo tiene cierta credibilidad histórica que María Magdalena, junto a otras mujeres, fuese la primera en anunciar que Jesús había resucitado. Eso es lo que dicen los testimonios de fe de las primeras comunidades cristianas, y eso es lo que recoge también el Evangelio de Juan. Aunque no hay que olvidar que el evangelista con una evidente intención teológica, modifica la tradición a la que tenía acceso para hacerla encajar en su teología, y nos dice, que María no fue la primera en entrar al sepulcro donde habían puesto el cuerpo de Jesús, tampoco la primera en creer en la resurrección, ya que al principio pensó que el cuerpo de Jesús había sido robado.

María Magdalena no tenía credibilidad al anunciar que Jesús había resucitado, el testimonio de una o varias mujeres en ese momento no tenía demasiado valor. Pero en testimonios poco creíbles como ella, es donde está basada la fe cristiana. Porque si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe. Y me imagino a muchos hombres religiosos respetables diciendo que no se podía hacer caso de lo que un puñado de mujeres pudieran decir, que la Biblia exigía dos o tres testigos, pero que fueran hombres. Sin embargo, desde una perspectiva de fe parece que a Dios le atrae eso de escoger lo que no puede ser, aunque lo diga la Biblia. Y que tiene preferencia por aquellas personas en las que la religiosidad encuentra poca credibilidad, y en este caso concreto, mucha feminidad.

El Evangelio de Juan muestra más sensibilidad por las mujeres que siguieron o tuvieron algún contacto con Jesús que otros evangelios. Pero nos dice, al contrario que los evangelios sinópticos, que Pedro fue el primero en entrar al sepulcro vacío. Este dato es relevante, porque no debemos perder de vista que aquí se nos está transmitiendo una teología y que los hechos históricos que se relatan están a su servicio. Pedro era una figura muy respetada en el cristianismo donde el Evangelio de Juan surgió, así que no solo María Magdalena, sino cualquier otra persona hubiera cedido el honor a Pedro de entrar el primero al sepulcro. Sin embargo hay que seguir leyendo entre líneas, porque Pedro, aun siendo el primero en entrar al sepulcro, tampoco creyó que Jesús había resucitado, y se volvió a su casa como si nada.

Si exceptuamos el último capítulo del Evangelio de Juan, Pedro por muy hombre y respetado que fuese, no era un discípulo ejemplar. Podemos repasar parte de su historial: en la cena de despedida no quería que Jesús le lavara los pies, en varias ocasiones fue incapaz de entender lo que había detrás de las palabras del maestro, por miedo negó ser un seguidor de Jesús… La verdad es que Pedro por un lado es el personaje en el que todos nos vemos reflejados alguna vez, porque nos cuesta entender el evangelio, y porque nuestras palabras no suelen estar a la altura de nuestras acciones. Pero por otro, si lo vemos como cristianos LGTBIQ, también descubrimos en su personaje a los representantes de ese cristianismo que entra en los sepulcros donde fuimos puestas las víctimas de la LGTBIQfóbia que ellos previamente crucificaron, y son absolutamente incapaces de darse cuenta de que Dios nos ha sacado de allí. Cristianismo que habla de lo que se tiene o no se tiene que hacer y olvida el servicio, que se queda en la letra que mata el alma de las palabras de Jesús, o que lo único que le mueve es el miedo, la cobardía.

La novedad que introduce el Evangelio de Juan, y con la que pretende transmitirnos un mensaje, es un personaje ausente por completo en el resto de evangelios. Me refiero al discípulo al que amaba Jesús, ese que en la última cena tenía su cabeza recostada sobre el pecho de Jesús. Ese que tenía una relación tan íntima con el maestro que incluso Pedro acudía a él para que le preguntará cosas. Y este discípulo que pone tan nerviosos a algunos traductores bíblicos, también fue al sepulcro junto a Pedro para ver qué había ocurrido. No entró primero, le cedió el lugar a Pedro, pero cuando entró tras él “vio y creyó”. Para el evangelista, el discípulo al que amaba Jesús fue el primero en creer en la resurrección, y lo hizo sin entender la Escritura. Interesante la manera en la que el evangelista encaja la tradición de María Magdalena como primera testigo, la autoridad de Pedro para las comunidades receptoras de su obra, y la relevancia del discípulo al que amaba Jesús.

Muchas veces nos puede costar entender la Escritura, sobre todo cuando las lecturas que se realizan de ella nos hacen daño a las personas LGTBIQ. Lecturas que no nacen de la experiencia del amor, sino del legalismo y el temor. Pero el discípulo al que amaba Jesús “vio y creyó” al instante, porque las personas que se sienten próximas a Jesús y se saben amadas por él, rápidamente se dan cuenta de que los sepulcros no son capaces de contener por mucho tiempo a Jesús. Y que, si quieren seguir su ejemplo, es mejor que salgan rápidamente de ellos. Quizás no puedan dar razón de esa convicción con la Escritura, el discípulo que amaba Jesús tampoco lo fue, pero no pareció importarle. Porque las personas que se saben amadas por Jesús, y que han vivido la experiencia de la cruz y el abandono de la persona que amaban, saben que a su amado lo encontrarán siempre fuera, donde está la vida. La fe del discípulo que amaba Jesús no nació de la Escritura, sino de la convicción profunda de sentirse amado. Escritura y amor deberían ir siempre de la mano, pero si tenemos que decantarnos por una de ellas, el amor es la prioridad. Quienes se guían por él, son los primeros en llegar a la fe, son capaces de percibir la vida que otros seguidores del maestro todavía no pueden ni imaginar.

Carlos Osma

Si todavía no lo has leído mi libro “Solo un Jesús marica puede salvarnos”, el libro está disponible en nuevos países, puedes ver el listado actualizado de donde está disponible AQUÍ.

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Ser luz, ser sal…

Domingo, 9 de febrero de 2020
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El canto quiere ser luz…

El canto quiere ser luz.
En lo oscuro el canto tiene
hilos de fósforo y luna.
La luz no sabe qué quiere.
En sus límites de ópalo,
se encuentra ella misma,
y vuelve.

*

Federico García Lorca

***

El Señor ha puesto su mirada sobre nosotros;
ha puesto su confianza y su esperanza;
el Señor Dios ha hablado y cuenta con nosotros.

Nos pusiste , Señor, en esta tierra,
como luz, como hoguera abrasadora,
a nosotros que apenas mantenemos encendida
la fe de nuestras lámparas.

Nos dejaste , Señor, como testigos,
como anuncio brillante entre la gente,
a nosotros, tu pueblo vacilante,
tus seguidores de lengua temblorosa.

No te oirán si nosotros nos callamos,
si tus hijos te apartan de sus labios.
no verán el fulgor de tu presencia,
si tus fieles te ocultan con sus sombras.

Fortalece , Señor, nuestra flaqueza,
que tus siervos anuncien tu Palabra;
resuene tu voz en nuestra boca;
que tu Luz resplandezca en nuestras vidas;
que tu fuego sea siempre llama viva en nuestros corazones.

Quiero entrar en el ritmo gozoso de tu Palabra;
quiero encontrar en tu llamada, mi libertad.
Dame tu fe, que rompan los esquemas que me cercan;
Dame tu fe, que entre en la luz de tu camino.
Dame tu fe, para que ame la verdad de corazón.

Aquí estoy , Señor,
desbordado por el sermón de la montaña,
fascinada por tus retos,
desconcertada ante tus exigencias.

Aquí estoy, Señor, apasionado por la utopía,
eres audaz, eres arriesgado en tu mensaje,
eres un imposible al corazón de la persona,
sólo posible en tu Espíritu.

Necesito un corazón pobre, humilde , sencillo,
capaz de firmeza y esperanza,
capaz de buscar tu voluntad y hacerla ley en mi comportamiento.
Un corazón misericordioso, compasivo,
que acoge al que sufre,
que vive en la verdad y la transparencia,
que trabaja por la paz y la justicia.

Jesús, Señor del camino lleno de exigencias, de utopía, de esperanza,
abre mi corazón a tu horizonte,
y alienta mi empeño con tu Espíritu de vida.

Jesús ha puesto su mirada en nosotros
y nos dice que seamos sal y luz de la tierra.
Sal y luz para dar sentido a la vida;
para hacer ver que merece la pena ser vivida
desde el proyecto de Jesús.

*

(De una celebración de las Hijas de la Caridad)

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo.”

*

Mateo 5,13-16

***

 

Y lo que le sucede a la Iglesia nos sucede también a cada uno de nosotros en particular. Sus peligros son nuestros peligros. Sus combates son nuestros combates. Si la Iglesia fuera en cada uno de nosotros más fiel a su misión, ella sería, sin duda ninguna, lo mismo que su mismo Señor, mucho más amada y mucho más escuchada; pero también, sin duda alguna, sería, como él, más despreciada y más perseguida “Yo les he dado Tu Palabra y el mundo los aborreció” (Jn 17,iA; ci i5,10-2]   Si los corazones se manifestaran más claramente, el escándalo sería mucho más evidente, y este escándalo supondría un nuevo impulso para el cristianismo, porque “adquiere un poder mayor cuando es aborrecido por el mundo” (san Ignacio de Antioquía, Ad Ro- manos Ill, 3). El que el anticlericalismo esté “en baja”, cosa de lo que solemos felicitarnos, puede no ser siempre una señal feliz. Es verdad que este fenómeno puede ser debido o un cambio en la situación objetiva o a un mejoramiento tanto de una parte como de la otra, pero también podría significar que aquellos por quienes se conoce a la Iglesia, aun proponiendo todavía al mundo algunos valores dignos de estimación, se hubiesen acomodado a él, a sus ideales, a sus cláusulas y a sus costumbres.

En ese caso, dejarían de ser embarazosos. Que la sal se puede desazonar es cosa que nos repite el Evangelio. Y si vivimos —me refiero a la mayor parte de los hombres – relativamente tranquilos en medio del mundo, esto quizá sea debido a que somos tibios.

*

Henri-Marie de Lubac,
Meditación sobre la Iglesia,
Ediciones Encuentro, Madrid °1988, 162

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Tú caminas a mi lado

Martes, 4 de febrero de 2020
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       Tú caminas a mi lado, Señor. No deja huellas en la tierra tu paso. No te veo: siento y respiro tu presencia en cada tallo de hierba, en cada átomo de aire que me nutre.

        Por el sendero oscuro que discurre entre los prados me llevas a la iglesia de la aldea, mientras arde la puesta del sol detrás del campanario. Todo en mi vida ardió y se consumió como la hoguera que ahora prende a occidente y dentro de poco será cenizas y sombra: sólo me queda salva esta pureza de infancia que remonta, intacta, el curso de los años por la alegría de volver a encontrarte. No me abandones más. Hasta que no caiga mi última noche -aunque sea esta misma-, colma sólo de ti desde los rocíos a los astros, y transfórmame en gota de rocío para tu sed y en luz de astro para tu gloria.

*

A. Negri,
Fons Ámoris, Milán 1946

***

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Ven y sígueme, y te haré pescador de personas.

Domingo, 26 de enero de 2020
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 Pescador de hombres

Tú has venido a la orilla,
No has buscado ni a sabios ni a ricos.
Tan sólo quieres que yo te siga.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú sabes bien lo que tengo,
En mi barca no hay oro ni espadas,
Tan sólo redes y mi trabajo.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú necesitas mis manos,
Mi cansancio que a otros descanse,
Amor que quiera seguir amando.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

Tú, pescador de otros lagos,
Ansia eterna de almas que esperan.
Amigo bueno que así me llamas.

Señor, me has mirado a los ojos,
Sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca:
Junto a Ti buscaré otro mar.

*

Cesáreo Gabarain

***

 

Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que habla dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.” Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.”

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo:

“Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.”

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.

*

Mateo 4,12-23

***

Hay que conseguir desarmarse.

Yo me afané en esa guerra. Durante años y años.

Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado,

Yo no le tengo miedo a nada, porque “el amor ahuyenta el miedo”.

Aplaqué la pretensión de imponerme, de justificarme a costa de los demás,

Yo no estoy en alerta, celosamente aferrado a mis riquezas.

Acojo y comparto.

No me aferro a mis ideas, a mis proyectos.

Si me proponen otros mejores, los acepto con buen ánimo.

O no mejores, más buenos.

Lo sabéis, he renunciado al comparativo…

Lo que es bueno, verdadero, real, dondequiera que sea, es lo mejor para mi.

Por eso, ya no tengo miedo.

Cuando no se posee nada, ya no se tiene miedo.

“¿Quién nos separará del amor de Cristo?”

Pero si nos desarmamos, si nos despojamos, si nos abrimos al Dios-hombre que hace nuevas todas las cosas, entonces él transforma nuestro pasado ruin y nos restituye a un tiempo nuevo donde todo es posible.

*

Patriarca Atenágoras,

Chiesa Ortodossa e Fufuro ecumenico. Dialoghi con Olivier Clément,
Brescia 1995, 209-211

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“Cómo reformar la Iglesia”, por Carlos Osma

Jueves, 31 de octubre de 2019
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ReformaiglesiaMonumento a la Reforma, Ginebra

Hoy, que celebramos el Día de la Reforma, publicamos este artículo del blog Homoprotestantes:

En ocasiones escucho reflexiones, predicaciones, o leo artículos en los que se anima a reformar la Iglesia. Si además la persona que hace este llamamiento pertenece al ámbito protestante, en algún momento repite la archiconocida frase: “Una iglesia reformada, siempre reformándose”. Bien es cierto que en pocas ocasiones indica en qué debe consistir esa reforma, porqué es necesario hacerla, y qué le ha llevado a pensar así. En realidad, en la mayoría de ocasiones, creo que la frase es más bien una muletilla, un elemento de la tradición que sobrevuela el discurso para indicar que se es protestante, que no se es fundamentalista, o que se está a años luz de otras iglesias en las que no hubo reforma.

En Martín Lutero encuentro también esa voluntad de transformación, de reforma de la realidad religiosa en la que estaba inmerso, pero entiendo que esta voluntad tuvo su origen en una experiencia previa de insatisfacción real, no teórica. Lutero tenía una autocomprensión negativa de sí mismo y esto le limitaba y le producía sufrimiento. Desde muy joven le acompañó el temor a un Dios castigador que le exigía una vida de sacrificios interminables. Por eso se dedicó al ayuno, a la autoflagelación, a la confesión constante; aunque nada de todo esto le hizo sentirse reconciliado con Dios.

Siempre hay casos excepcionales, es verdad, pero el de Lutero no lo es, creo que en la mayoría de ocasiones las reformas no surgen de personas que se encuentran cómodas con el sistema en el que viven, sino de las que padecen sus consecuencias negativas. Jamás una persona satisfecha con su iglesia querrá reformarla. Jamás una persona a la que le va bien con la vida que tiene querrá que ésta cambie. Seguro que en algún momento dirán eso de que es necesario reformarse, adaptarse, transformarse… pero serán sólo palabras. La reforma nace de una insatisfacción profunda con el sistema, no de palabras huecas biensonantes.

El 31 de octubre de 1517 Lutero clavó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittemberg sus 95 tesis. Por aquel entonces el papa León X quería renovar la Basílica de San Pedro en Roma, y desarrolló una campaña para recaudar fondos mediante la venta de indulgencias. Los compradores recibían a cambio una reducción de sus días de castigo en el purgatorio e incluso el perdón de los pecados. Lutero podría haber colaborado con dicha campaña aunque sus planteamientos teológicos no la vieran con buenos ojos, o podría simplemente haberse callado. Pero al leer algunas de sus tesis encontramos que no fue así:

Tesis 21. “En consecuencia, yerran aquellos predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa”.

Tesis 22. “De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas debían haber pagado en esta vida”.

Con sus 95 tesis Lutero convierte su insatisfacción en una denuncia. Porque la insatisfacción que es incapaz de denunciar, no puede reformar ninguna iglesia, ni ninguna vida. Hay un momento en el que la experiencia de opresión debe surgir y convertirse en algo real para que el cambio pueda ser posible. Si Martín Lutero se hubiera callado, no estaríamos hablando hoy de reforma protestante. Evidentemente la denuncia situó a Lutero en un lugar peligroso, y él lo sabía, no era un ignorante ni un loco, tenía conocimiento de lo que les había ocurrido a muchos otros reformadores anteriormente. Para que una iglesia pueda ser reformada, para que sea real la petición de una reforma constante, se necesitan personas que denuncien el status quo y que asuman las consecuencias de hacerlo. En iglesias donde todo esto es imposible, donde las voces discordantes son excomulgadas, o donde éstas no se atreven a levantar la voz por cobardía, no hay posibilidad real de reforma. El Espíritu Santo dirige la iglesia hacia la reforma a través de voces proféticas.

Cuando algunos cristianos y cristianas alaban la respuesta de Lutero ante las exigencias del papa León X para que se retractara de 41 de sus 95 tesis: “No puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro actuar contra la conciencia”. Deberían preguntarse si alguna vez se han enfrentado a una situación como esa dentro de la iglesia, y si actuaron como Lutero, defendiendo su conciencia, o como León X, que trató a Lutero como un delincuente, prohibió la posesión o lectura de sus escritos y dio inmunidad a quien lo asesinara. ¿Dónde se alinearon? ¿Con quienes defendían la conciencia o quienes defendían la ortodoxia?

Martín Lutero vivió una experiencia opresiva y levantó la voz para oponerse a lo que él consideraba erróneo e injusto, pero no se quedó ahí. Se atrevió también a hacer una propuesta basada en la tradición bíblica y eclesial, que le liberaba de sus temores al igual que al resto de cristianos. Se atrevió a dejar sin argumentos a quienes utilizaban las condenas y el temor en beneficio propio. Y lo hizo afirmando que la salvación es un regalo de Dios, dado por gracia a través de Cristo y recibido solamente por la fe. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo [1]”. No tenía mucho sentido el sentirse culpable, el vivir atemorizado, condenado… La liberación no se encontraba ni en la Ley ni en los dirigentes de la iglesia, sino en la fe en el Dios de Jesús. Por eso un cristiano no debía tener como sumo juez al papa, sino a Jesucristo y su Palabra en la que se revela su voluntad.

La liberación que supuso la Biblia para cristianos como Lutero es difícil de entender hoy, ya que la ortodoxia evangélica la ha petrificado y puesto al servicio de la opresión. La Biblia ya no es fuente de liberación, sino una ley que está al servicio del capricho del líder de turno que dice poseer la lectura verdadera. Las lecturas fundamentalistas han debilitado profundamente la percepción de la Biblia como lugar de liberación para los seres humanos. Las personas LGTBI somos unas de las danificadas por este proceso diabólico que pretende destruir cualquier autocomprensión positiva que podamos hacer de nosotros mismos, al mismo tiempo que exige una represión de nuestros deseos y un reconocimiento de culpabilidad por ser como somos. Sólo comprando sus indulgencias con mentiras podemos alcanzar la salvación que ellos nos otorgan.

Pero es desde esta situación opresiva desde la que las personas LGTBI podemos convertirnos en profetas que traen una nueva reforma a la iglesia. Una reforma que no nacerá del legalismo, sino de la experiencia y la liberación del texto bíblico de manos de quienes lo están adulterando. Y esto ocurrirá si nos atrevemos, como Martín Lutero y tantos otros reformadores, a levantar la voz denunciando la opresión heteronormativa aunque esto signifique nuestra expulsión de las iglesias que no dejan espacio al profetismo, y que son más sensibles a las lecturas literalistas y las tradiciones homófobas que al dolor que éstas producen. Y si partimos de nuestra experiencia y somos valientes en la denuncia, también podremos encontrar respuestas que dejen sin sentido al poder heteronormativo. En realidad no tenemos que buscar demasiado, ni ser muy originales, porque la Palabra de Dios siempre ha dado vida a quienes la han visto negada, y es por gracia que vivimos los cristianos, por medio de la fe… no por cualquier otra cualidad humana, ni siquiera la heterosexualidad.

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios. No por vuestra heterosexualidad, para que nadie se gloríe [2]”.

Las cristianas y los cristianos LGTBI somos una oportunidad de reforma para la iglesia, una oportunidad para curar de heteronomatividad sus discursos, sus lecturas, su praxis. Una oportunidad, ni la primera ni la última, de hacer del evangelio una fuente de liberación para toda la Iglesia.

Carlos Osma

[1] Rm 5,1

[2] Ef 2,8-9 El texto pone “obras” donde pongo “vuestra heterosexualidad”.

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“Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó del armario”, por Carlos Osma

Jueves, 17 de octubre de 2019
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cruzarDe su blog Homoprotestantes:

“¡Ordena a los israelitas que sigan adelante! Y tú, levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco”

(Ex 14,15b-16).

En unas sociedades tan secularizadas como las nuestras es lógico que la Biblia no tenga nada que ver con la vida de la gran mayoría de la población. Si no tienes canas es difícil que sepas quienes eran por ejemplo Rut y Noemí, y si por alguna razón te suena el nombre de Sansón, es posible que lo confundas con uno de los cuatro fantásticos. Pero si has nacido en una familia cristiana y las historias bíblicas son para ti el pan nuestro de cada día, eso tampoco significa que tus experiencias se vean reflejadas, cuestionadas o interpeladas por ella. Quizás únicamente sea el lugar desde donde justificas legalmente si lo que haces es o no correcto, pero sin que haya ningún tipo de reinterpretación a partir de tu propia experiencia. Tampoco tiene por qué ser fuente de liberación, ya que quizás es como agua estancada en el pantano que otros construyeron, en vez de ser como aquella otra que avanza decidida hacia el mar por un cauce que, en ocasiones, no puede contenerla y acaba siendo rebasado. Sin embargo, hay personas para las que algunos pasajes bíblicos tienen tanto que ver con sus propias vivencias, que son incapaces de leerlos sin verse como protagonistas de lo que en ellos se relata.

La mayoría de personas LGTBIQ estuvimos durante mucho tiempo frente al Mar Rojo, atrapados entre unos poderes que nos querían sometidos y esclavizados, y el temor paralizante que nos generaba un mar que parecía ser el fin del mundo. La huida de Egipto es un texto que tiene tanto que ver con nosotras, que es difícil leerlo sin que algo dentro nuestro se remueva. Esa experiencia opresiva, de no saber hacia donde tirar, de creer que no hay escapatoria, que únicamente podemos elegir entre la esclavitud y la muerte, nos ha dejado una huella tan profunda, que cuando leemos textos como este, sentimos que nos conectamos no solo con quienes vivieron aquella situación hace miles de años -no entro en el debate sobre los hechos históricos que originaron y moldearon el texto-, sino con tantas y tantas otras que lo siguen viviendo hoy. ¿Recuerdas aquel dolor en el pecho, la falta de aire, el temor, la soledad, o el creer que incluso dios te había abandonado a tu suerte? Pues es similar al que tristemente siguen sintiendo hoy otras personas LGTBIQ que viven a nuestro alrededor. Personas que pueden no haber llegado siquiera a la adolescencia pero que, como nosotras no hace tanto, se debaten entre el poder LGTBIQfóbico esclavizante de Egipto y el de la muerte del Mar Rojo.

Podríamos intentar olvidarlo todo, hacer como que aquello no ocurrió, pero de manera inevitable volvemos continuamente a aquel lugar originario donde adquirimos una nueva identidad, la de ser hijos e hijas de un Dios liberador, porque allí recordamos que la dicotomía a la que se nos sigue obligando a escoger todavía hoy, entre esclavitud o muerte, es absolutamente falsa. La elección se da a otro nivel, creer a un dios fundamentalista que únicamente puede vernos como esclavos a los que es necesario someter y castigar por desear la libertad y la justicia, o en un Dios liberador que conoce el dolor de los seres humanos y se pone del lado de quienes lo padecen y en contra de quienes lo infringen. Y esa elección se repite y se repite constantemente en las decisiones que seguimos tomando en nuestro día a día, por eso es importante volver allí constantemente, frente al Mar Rojo, para recordar qué Dios fue el que nos liberó, y cuál el que quería esclavizarnos. “Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó del armario”, nos diría hoy, para después añadir: “No olvides por tanto al inmigrante, a la mujer maltratada, ni al niño vulnerable”. 

Y es que es verdad que la muerte no tiene la última palabra, lo sabemos por experiencia propia, el Mar Rojo puede parecer inmenso e infranqueable, pero el Dios liberador es capaz de partirlo en dos y dejar un camino de tierra seca por donde únicamente quienes anhelan la libertad pueden pasar. Por allí cruzamos, caminamos durante semanas, meses, años, maravillados de que la vida se abría paso de forma milagrosa. Y es importante compartir con quienes tenemos cerca que ese camino existe, que hay que atreverse a dar el paso y seguir hacia adelante, que el temor no puede ser la única forma posible para mantenerse con vida. Pero igualmente es importante que nosotros tampoco lo olvidemos nunca, porque las situaciones de opresión, aunque diferentes de aquella, siempre vuelven a repetirse. Vivir liberados exige constantemente decisiones valientes por el Dios liberador, y contra el dios de la opresión. La LGTBIQfobia no ha desaparecido, aunque ya no tenga el mismo poder sobre nosotros que cuando salimos de Egipto. Por eso cada día debemos seguir tomando decisiones valientes que hagan que nuestra vida no se rija por ella, sino por la liberación. Y es que el Señor no solo nos “sacó del armario”, sino que nos “saca de cualquier otro Egipto” cada día, y eso hay que afirmarlo, compartirlo, gritarlo, donde sea necesario.

Vivimos muchos tipos de éxodo a lo largo de la vida, cada uno con características bien diferentes. Pero es importante volver a poner nuestra mirada en aquel que nos cambió para siempre, el que nos proporcionó una existencia que no teníamos, el que únicamente fue posible por la intervención de un Dios que sintió nuestro dolor y actuó para liberarnos. Y al recordar ese éxodo que llevamos marcado a fuego dentro de nosotras, el resto de éxodos podemos afrontarlos de una manera más confiada. El Dios liberador está de nuestro lado. Sabemos que hay personas que todavía están frente al Mar Rojo atemorizadas, incapaces de dar un solo paso y sintiendo que no hay otra vida para ellas. Pero para las personas LGTBIQ que fuimos liberadas, en ese texto estamos nosotras mismas. No podemos leerlo sin ver delante nuestro al propio Moisés alzando su vara y partiendo en dos, por la gracia divina, aquel mar que nos paralizaba. Y en su actualización constante, afirmamos confiadamente que pase lo que pase: “Señor, con tu amor vas dirigiendo a este pueblo que salvaste; con tu poder lo llevas a tu santa casa”. (Ex 15,13).

Carlos Osma

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La autonomía radical del discípulo de Jesús

Miércoles, 16 de octubre de 2019
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end.

Lc 14,25-33
José Rafael Ruz Villamil
Yucatán (México).

ECLESALIA, 04/10/19.- “Caminaba con él mucha gente…”. Con esta acotación, Lucas precisa que los destinatarios tanto de las dos sentencias como de las dos parábolas del texto en cuestión, vienen a ser aquéllos que acompañan a Jesús de Nazaret en su subida a Jerusalén: gente que camina con él, simpatizantes pues de la causa del Reino de Dios pero que no le siguen, esto es, que no han decidido ser discípulos suyos y a quienes advierte que, para serlo, es necesaria la autonomía total para enfrentar al establishment hasta las últimas consecuencias.

 Y es que resulta más que probable que quienes quieran seguir como discípulos al Galileo encuentren un escollo harto difícil de remontar en su propia familia. Y es que en la Palestina del primer tercio del siglo I, la familia suele ser un núcleo compacto que, girando en torno al paterfamilias, viene a ser una unidad de producción en la que cada miembro es como un engranaje necesario para su funcionamiento. Se trata, pues, de familias extensas en las que los varones al contraer matrimonio raramente devienen en familias nucleares, sino que se agregan al grupo aumentando, además, la fuerza de trabajo con la esposa y los hijos. Se echa de ver fácilmente que el destino de las mujeres habrá de ser el integrarse a la familia del marido en su rol de madre y de cuidadora de todo cuanto forme el menaje y la dinámica interna de la casa, o, en caso de permanecer solteras, hacer otro tanto en la propia casa.

A cambio, la familia brinda a sus miembros la seguridad económica no tanto como un asunto meramente monetario cuanto un estado de bienestar integral, a más de una posición en la sociedad estable y aceptada, asunto no menor ya que habrá de permitirle al individuo todo tipo de relaciones: transacciones comerciales exitosas, ocupación de puestos significantes en la estructura social, un matrimonio ventajoso, y más.

Ahora bien, para recibir los beneficios arriba apuntados, el individuo habrá de someterse a las necesidades de del núcleo doméstico y a los roles que le sean asignados en función de cubrir dichas necesidades. Dicho de otro modo, la autonomía personal resulta prácticamente impensable, a menos que medie la decisión de desafiar el peso de una institución que, para su propia supervivencia, acaba siendo harto conservadora e inmovilista. Tal desafío produce una situación de rechazo no sólo familiar sino también social: bien lo sabe Jesús habiendo constatado el repudio tanto de su familia como de sus coterráneos cuando, después de abandonar su rol de tékton —trabajador manual de piedra, madera y metal— en un alarde de autonomía radical, regresa a Nazaret como predicador itinerante.

Es por todo lo anterior que Jesús de Nazaret habla de “odiar” a la propia familia de una manera tan radical cuanto chocante. No cabe, empero, escándalo si se considera que Lucas respeta el giro semítico derivado del arameo de Jesús que suele expresar por un contraste —brutal para la sensibilidad contemporánea— lo que nuestras lenguas dicen por un comparativo de preferencia.

En cuanto a la cruz puede decirse que, de un modo análogo al rechazo que experimenta quien toma distancia del núcleo familiar por abrazar un proyecto autónomo, es la manera con la que Roma, que domina la Palestina de entonces, castiga a quienes manifiestan su autonomía frente a los requerimientos del Imperio. Así, la cruz se convierte en el destino final de quienes el poder romano considera sediciosos, esto es, todo aquel judío —más aún si es galileo— que muestre su desacuerdo u oposición a la ocupación. Así, el hablar de libertad, dignidad, autonomía, igualdad, justicia, en una palabra, optar por la fidelidad a la voluntad del Yahvé de Israel, acaba siendo sinónimo de sedición y, por consiguiente, de muerte en cruz. Una vez más, la experiencia de Jesús, sabedor de las crucifixiones ejecutadas por el Imperio, le permite prever con objetividad cuál puede ser el horizonte existencial de él y de quienes le siguen.

De este modo, la exigencia del Maestro de analizar y reflexionar antes de seguirle —tal como la propone en las parábolas de la construcción de la torre y de la guerra— muestran a un Jesús consciente de lo que supone ser discípulo suyo y que, lejos de engañar, invita al realismo. Y no vale pensar que lo hace con una invectiva contra la familia como si de un inadaptado social se tratase, ni mucho menos con un ofrecimiento de sufrimiento derivado de un masoquismo estéril. La decisión por el seguimiento de Jesús de Nazaret como discípulo trae consigo la propuesta —por demás seductora en cualquier caso de sometimiento— de la autonomía adulta a la que tiene derecho todo ser humano por el mero hecho de serlo, a pesar del costo que suponga la desaprobación y el rechazo de cualquier institución.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Eventos y catequesis”, por Gerardo Villar

Viernes, 11 de octubre de 2019
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20190913224323-liderazgoLeo en un documento oficial de la iglesia que nos invita a participaren eventos y que quiere evangelizar con ellos: grandes concentraciones, consagración al Corazón Jesus, procesiones, manifestaciones romerías, peregrinaciones…

Me da mucho miedo el intentar educarnos en la fe cristiana a base de eventos, de acontecimientos solemnes y llamativos.

Encuentro que en muchas parroquias hay cuatro o cinco hechos llamativos, seductores, chocantes, multitudinarios. Ahí cantamos, llevamos pancartas (estandartes) imágenes… Y veo que hasta surgen lágrimas conmovidos por esa imagen de nuestra señora o de tal santo. Me parece mucho más educativo una catequesis, un seguimiento constante descubriendo el evangelio y descubriéndolo en nuestras vidas, día a día, semana a semana.

Ha habido en la comunidad eclesial y sigue existiendo un método de revisión de vida: ver, juzgar y actuar. Ese sistema sí que me ayuda a descubrir la realidad en profundidad, a ver valores y contravalores humanos y evangélicos, a ir transformando poco a poco esa realidad que vemos y que usamos. La religiosidad eventual no me llega a lo hondo del corazón. Las cuatro lágrimas me conducen a entregar un ramo de flores, a ir descalzo, a hacer actos puntuales de penitencia o de generosidad, pero no llegamos a cambiar las motivaciones del corazón y de la mente.

No podemos olvidar que nuestra meta como cristianos es cambiar la realidad e irla conformando con el Reino de Dios. Eso exige trabajo constante día a día, reunión a reunión, acción a acción. La oración que surge de ahí, nos trastoca, convierte los valores, mueve los corazones. Mientras caminemos en la iglesia con eventos puntuales, no construimos el Reino de Jesús. ¿Qué queda de los encuentros del papa con los jóvenes o de las visitas papales a distintos lugares? ¿Qué queda de los años de jubileo, que suponen fuertes gastos económicos? Más sencillo y más cercano ¿qué queda cada año de las procesiones y de las ofrendas de flores en la fiesta de María?

Jesús iba constantemente recorriendo pueblos, hablando con las personas, anunciando mensajes. Y cuando ya veía que aquello se podía convertir en evento, se iba a otra parte a predicar y sanar.

Vamos comprobando que la fuerza del Evangelio llega a las personas por el anuncio de tú a tú, por la lectura personal, por la oración, por el encuentro en pequeños grupos. Temo los eventos y no creo en ellos. Me fío más de la semilla sencilla sembrada en el campo, grano a grano. Y si en alguna ocasión se da un hecho, que sea significativo por los valores evangélicos y que luego lleve consigo una catequesis que eduque y evangelice.

Me da mucho miedo una pastoral a base de eventos llamativos, que se quedan en flores, cohetes, andas e imágenes. Se educa persona a persona, transmitiendo el Mensaje de Jesús persona a persona.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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