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Jn 6, 60-69
Paso a paso, domingo a domingo, con este cinco en total, nos llevas por un tiempo de prueba y criba, sintetizada en la pregunta a los Doce que resuena con un eco de tristeza: “¿También vosotros queréis marcharos?”.
Intentar comprender la contestación de Pedro (“Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”), me llevó hasta al versículo 1 del capítulo 6 de Juan.
Te siguen multitudes que buscan ser alimentados, pero no conocen más que el alimento del cuerpo y el anhelo de una vida mejor. Les enseñas que, con lo poco puesto en común, haces milagros. Pero no entienden: quieren soluciones rápidas y convertirte en el líder que les provea y saque de problemas. Te fuiste, pero volvieron en tu busca… “me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros”. Murmuran, critican, debaten… Tus palabras descolocan, escandalizan.
Y tú seguías avanzando en tu mensaje directo a tus discípulos, esos que se iban uniendo por los caminos y que se sentían atraídos por ti, justo hasta el momento en que tus palabras… “este modo de hablar es duro”… se convirtieron en incomprensibles… “El que come de mi carne y bebe de mi sangre tiene vida eterna… Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Quizás ese compromiso de unión les resultara demasiado complicado y comprometido.
Dejaron de escucharte, taparon sus oídos y muchos se marcharon buscando otros “profetas” más light. No sabían que tus palabras eran, y siguen siendo hoy, espíritu y vida, preludio de la Eucaristía.
Tiempo de poner a prueba. Tiempo de criba. Tiempo de preguntar a los Doce, a los cristianos de nuestro tiempo, a la Iglesia: “¿También vosotros queréis marcharos?… Tiempo de respuestas comprometidas: personales y en comunidad.
Abrámonos desde el silencio interior a la escucha de tu pregunta. Sólo creerá quién se deje tocar por el Espíritu descubriendo ese sutil toque de vida eterna que emana de cada palabra que sale de tu boca.
Cada uno vemos lo que podemos ver. Eso explica que personas que han podido ver un poco más lejos —o, sencillamente, desde “otro lugar”, como ejemplificó magistralmente la “alegoría de la caverna”, de Platón— hayan sido incomprendidas y, en los peores casos, perseguidas o incluso eliminadas.
A lo largo de la historia han existido visionarios de todo tipo: desde los falsarios más burdos hasta quienes han vivido en un nivel de consciencia expandido.
En cualquier caso, no parece sano aceptar lo que pueda decir una persona sin haberlo experimentado uno mismo. De hecho, el verdadero maestro no exige nunca sumisión, sino que indica pautas con las que cada cual pueda verificar la verdad de lo que dice. Por eso, su palabra es fuente de crecimiento y de liberación, de indagación y de autonomía.
En principio, es verdadera aquella palabra que favorece la vida. Y lo notamos porque nos abre el horizonte, nos hace sentir más vivos, manifiesta la unidad y potencia el amor.
Una palabra de ese tipo conecta fácilmente con lo mejor de nosotros mismos, porque resuena en nuestro interior como un “eco” de los más profundos anhelos y aspiraciones.
En todos nosotros hay “Algo” que sabe. Puede suceder que ese centro de sabiduría se halle cegado por distintos motivos o incluso que permanezca ignorado. Con todo, basta que la persona potencie en ella el amor por la verdad para que su capacidad de comprensión se expanda mucho más allá de lo que hubiera imaginado.
Amar la verdad implica vivir en actitud humilde de apertura, asumiendo el riesgo de quedar desnudos de nuestras posturas previas, de creencias antiguas y de las “verdades” con las que nos habíamos venido manejando.
Se trata de una travesía en ocasiones difícil y exigente, porque casi de manera instintiva nos negamos a ser desinstalados. Se requiere humildad y toma de distancia del ego que siempre pretende tener razón. Pero el “premio” habrá valido la pena: la verdad es portadora de luz, de vida, de paz y de amor. La verdad es nuestra “casa”.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Josué reunió a las tribus de Israel.
¿Qué otra cosa son nuestros parlamentos y la democracia?
Las personas, los grupos humanos vivimos en sociedad y como seres sociales -comunitarios- hemos de comportarnos.
No somos seres aislados, que hacemos cada cual lo que nos parece a nuestro aire. Las creencias, los mitos, la familia, el trabajo, los bienes, la cultura, la amistad, la sexualidad, la fiesta, etc. son cuestiones comunitarias
En el mundo occidental hoy en día quien crea legislación y ética son los parlamentos, los senados, los jueces, las ideologías políticas. Ahora bien, uno se pregunta si estas instituciones son capaces de crear un sentido de la vida, una ética sensata, o si, la mayor parte de los problemas y cuestiones de la vida, les son desconocidas o se les escapan a políticos, parlamentarios, jueces y senadores. Lo cual tampoco significa que los obispos doctrinarios tengan la razón fanática que les caracteriza.
Los políticos, jueces, parlamentarios, etc., son como los abogados: no defienden la verdad, sino al cliente que les paga.
La eutanasia, el aborto, la justicia, la vida, etc. son más serias y complejas como para dejarlas en manos de tales personas e instituciones.
Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir:
Aquella asamblea convocada por Josué en el fondo era, como nuestros parlamentos, para ver ante quién nos postramos y cómo vivimos.
Si no os parece bien nuestra traditio, escoged cómo vivir y a qué dioses queremos servir, porque siempre habrá algún dios o ídolo en nuestra vida.
¿A quién servimos y cómo configuramos nuestra vida? ¿Adoramos al dios Dionisios y vivimos desde el placer? ¿Quizás nos postramos ante el dios patria? ¿tal vez nos fascina el dinero o la magia del poder?
¿Doctrina dura?
Por una parte, en la Eucaristía no nos comemos al Jesús histórico. El cuerpo histórico de Jesús, el que nació de María, vivió en Palestina y murió crucificado, ese cuerpo ya no existe, porque resucitó. Y por eso salió de nuestra “inmanencia” y vive ya en la “transcendencia”, (JM Castillo)
Por otra parte, resulta un poco extraño que después de haber multiplicado los panes, (el trabajo, el pan) ¿Cómo o por qué pudieron decir aquellos discípulos que multiplicar los panes y el trabajo, dar de comer a la gente es una doctrina dura? Resulta una postura un tanto absurda
Lo de Cristo va por otros derroteros: el servicio y el amor (Jn 13 / Jn 15). El amor y el servicio crean solidaridad, que es por donde comienza este capítulo del pan de vida, 6º de Juan: la multiplicación de los panes.
El milagro no consiste en que Cristo diera de comer a la gente por arte de magia, sino porque el “asunto Cristo” trastoca los criterios humanos, cambia nuestra mentalidad y comenzamos a ser solidarios.
Esto resulta una doctrina dura. La dificultad está en el servicio, en el amor y en la solidaridad. Es más frecuente y habitual creer en el poder, en la ley del más fuerte y en tener lo mío aumentándolo, si puedo, y los demás que se pudran.
La doctrina dura es que ningún país europeo quiere acoger a los que pasan en pateras, ni ayudarles en sus lugares de origen.
Muchos dejaron de seguir a Jesús. tránsfugas ha habido siempre.
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Cuando san Juan dice que dejaron de seguir o de estar con Jesús, es que “se acabó la conversación”. Rompieron el “carnet” y rompieron con todo. Hasta aquí hemos llegado y no quiero saber nada.
Esta historia del abandono nos es muy familiar en nuestro tiempo y en nuestro pueblo. Mucha gente, muchos estratos de la sociedad han marchado del seno de la Iglesia, otros muchos no han estado dentro nunca. Pensemos en el recorrido de los últimos cincuenta / setenta y cinco años. Entre los compañeros de Jesús, -y en nuestro tiempo- hubo y hay muchos tránsfugas tanto dentro de la Iglesia, como hacia afuera.
Ser creyente es una opción razonable y seria. Ser ateo, también. Para ser un buen cristiano, hay que ser un buen pagano.
Configurar la vida desde Cristo es muy valioso y razonable. Puede que haya personas que por circunstancias de recorridos personales, sociales, históricos, por vivencias eclesiásticas, etc. piensen configurar su vida desde otras posturas laicas, ateas. Quien, tras una seria reflexión, decide vivir y estructurar su vida en otros ámbitos, es digno de ser respetado y es una opción seria y válida.
Otra cuestión es la frivolidad. Frívolo es, según el diccionario de la real Academia: Ligero, veleidoso, insustancial. Es cierto que en la vida hay de todo y todos podemos tener algo de todo. Pero una cosa es ser “ateo como Dios manda” y otra muy distinta es ser ligero, veleidoso e insustancial.
Me parece a mí que hoy en día tenemos frívolos, ligeros y superficiales. ¡Ya quisiéramos tener ateos como Dios manda!
“¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios;
Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna
Humildad de la fe
Cristo es hombre de Palabra y su Palabra es Luz y Vida (Jn 1).
A ciertas alturas de la vida uno ya no cree, ni estamos para medias palabras, medias verdades y tontadas de tipo político, cultural, eclesiásticas.
¿A dónde vamos a ir? Solamente Cristo tiene palabras de vida eterna.
¿Vamos a acudir a los humanismos ideológicos que hemos, más o menos, conocido? ¿A la mística del humanismo fascista que vivimos y padecimos hace unas décadas? ¿A la épica del supuesto humanismo étnico-nazi? ¿Al falso humanismo de un capitalismo desaforado? ¿Al humanismo épico patriótico (sea la patria que sea)? ¿al fundamentalismo fanático-religioso de algunos obispos doctrinarios? ¿a la teología retrógrada de algunos teólogos y clérigos “cortesanos”?
Cuando -ya más que adulto- uno comienza a ser anciano, creer, lo que se dice creer solamente cree en Dios por medio de JesuCristo y desde Él confíanos, servimos, respetamos y amamos la vida y al ser humano. Amemos la Palabra y seamos personas de palabra y amemos la Luz y la Vida.
Fe es confiar
La fe no es un catecismo o un conjunto de doctrinas, sino que la fe es confianza, fiarse, confiar en JesuCristo. La fe es algo muy humilde, incluso frágil y pobre.
La fe no sirve para solucionar los problemas técnicos de la vida. Para construir un hospital, un polideportivo, una casa de cultura hay que ir al Ayuntamiento, a la Diputación, al Gobierno Vasco, etc. La fe no construye, pero la fe es la última instancia crítica con todas las mediaciones, instituciones, ideologías, etc. La fe es una reserva crítica y esa es su eficacia.
Creer es humilde como la semilla, que también es pequeña, pero llena de vida. La semilla de la fe es la que da sentido a nuestra vida y su transcurrir. Podremos tener dudas de fe, cosas que no entendemos, pero la confianza en la Palabra es la raíz de nuestra fe.
Recogiendo lo que dice Josué: lejos de nosotros abandonar a Dios para adorar y servir a dioses extranjeros:
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Hoy recordamos, en su festividad, a este ejemplo de entrega sin límites…
Nació en Polonia en 1894. A los 13 años entró en los menores conventuales. Una vez terminados sus estudios filosóficos y teológicos en Roma, instituyó en ella la «Milicia de la Inmaculada», en 1917. Tras ser ordenado sacerdote en 1927, fundó en su patria la «Ciudad de la Inmaculada», centro de vida espiritual y de actividad editorial. Ejerció como misionero en Japón y volvió a Polonia en 1936, donde prosiguió su intensa obra de apostolado. Durante la Segunda Guerra Mundial fue deportado al campo de concentración de Auschwitz, donde murió al ofrecer su vida por la de un compañero de prisión, el 14 de agosto de 1941. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado con el título de mártir por Juan Pablo II en 1 982.
*
***
En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.
«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas de los hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.
«Sólo el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la magna y profunda herencia. La herencia espiritual de san Maximiliano María Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener «algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho, actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María Kolbe y en muchos de sus seguidores
*
(L. Faccenda [ed.], «Un cuore donato. San Massimiliano María Kolbe», suplemento a Milizia Mariana 4 [1994] 11; 51ss; 75).
Hace años se usaba la expresión “se armó la de Dios” para expresar una discusión violenta pero pocos sabíamos que la frase no terminaba en los puntos suspendidos con los que yo he titulado mi blog, sino que el final era “es Cristo”. Hoy nos parece inconcebible que muchas personas se pelearan y riñeran a raíz del concilio de Nicea (318 d.C) sobre la definición de las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana. La corriente más defendida era la oficial que admitía ambas naturalezas en la persona de Jesucristo y la heterodoxa era la de Arrio, que admitía la filiación divina pero no la naturaleza y en la discusión participaba el pueblo llano
Una encuesta que se realizó en EEUU, un país rico con dinero para hacer encuestas, en el 2020 desveló que un tercio de sus habitantes atestiguaba no pertenecer a ninguna religión oficial y no albergaban casi ninguna creencia. No son ni ateos ni agnósticos, personas que podían entablar discusiones religiosas, son indiferentes y sienten aversión para ser clasificados en alguna categoría. Su número está creciendo exponencialmente.
Sociológicamente no son jóvenes, sino que pertenecen al grupo de personas maduras con un número semejante de hombres y mujeres. La mayoría cree en Dios y algunos frecuentan el templo esporádicamente, pero son escépticos con respecto a las instituciones eclesiásticas. Tienen poca educación ya que sólo la quinta parte ha cursado el bachillerato y sus salarios son bajos. No son ni de derechas, los evangelistas blancos votaban republicano, ni de izquierdas, los de la raza negra votaba en general al ticket demócrata y por este motivo no participan en protestas y manifestaciones. El mejor vocablo para calificarlos es la apatía
Una de las razones para no definirse es que el cristianismo no está de moda y perjudica a los que se declaran cristianos pero la realidad es que han salido del armario los que nunca se han considerado seguidores de Jesucristo. Se ha hecho realidad lo que previamente estaba oculto. El aspecto económico también ha influido pues este grupo ha visto un descenso en sus salarios mientras que los obreros, un segmento a los que ellos no pertenecen, ha aumentado los suyos. Tienen la sensación de que están fuera de la sociedad flotando en una balsa que va a la deriva
No creo que muchos aspectos de esta encuesta se pueden aplicar a nuestro país, pero me parece que la indiferencia y la apatía religiosa si están creciendo entre nuestros ciudadanos ya que algunos sólo eran cristianos de boquilla, pues estaba mal visto no serlo y en estos momentos aflora la verdad
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Oda al Santísimo Sacramento del Altar
I – Exposición
Pange lingua gloriosi
corporis misterium.
Cantaban las mujeres por el muro clavado
cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento,
palpitante y desnudo, como un niño que corre
perseguido por siete novillos capitales.
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio.
Punzado por tu Padre con aguja de lumbre.
Latiendo como el pobre corazón de la rana
que los médicos ponen en el frasco de vidrio.
Piedra de soledad donde la hierba gime
y donde el agua oscura pierde sus tres acentos,
elevan tu columna de nardo bajo nieve
sobre el mundo de ruedas y falos que circula.
Yo miraba tu forma deliciosa flotando
en la llaga de aceites y paño de agonía,
y entornaba mis ojos para dar en el dulce
tiro al blanco de insomnio sin un pájaro negro.
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte.
Panderito de harina para el recién nacido.
Brisa y materia juntas en expresión exacta,
por amor de la carne que no sabe tu nombre.
Es así, forma breve de rumor inefable,
Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno,
repetido mil veces, muerto, crucificado
por la impura palabra del hombre sudoroso.
Cantaban las mujeres en la arena sin norte,
cuando te vi presente sobre tu Sacramento.
Quinientos serafines de resplandor y tinta
en la cúpula neutra gustaban tu racimo.
II – Mundo Agnus Dei qui tollis pecata mundi.
Miserere nobis
Noche de los tejados y la planta del pie,
silbaba por los ojos secos de las palomas.
Alga y cristal en fuga ponen plata mojada
los hombros de cemento de todas las ciudades.
La gillette descansaba sobre los tocadores
con su afán impaciente de cuello seccionado.
En la casa del muerto, los niños perseguían
una sierpe de arena por el rincón oscuro.
Escribientes dormidos en el piso catorce.
Ramera con los senos de cristal arañado.
Cables y media luna con temblores de insecto.
Bares sin gente. Gritos. Cabezas por el agua.
Para el asesinato del ruiseñor, venían
tres mil hombres armados de lucientes cuchillos.
Viejas y sacerdotes lloraban resistiendo
una lluvia de lenguas y hormigas voladoras.
Noche de rostro blanco. Nula noche sin rostro.
Bajo el sol y la luna. Triste noche del mundo.
Dos mitades opuestas y un hombre que no sabe
cuándo su mariposa dejará los relojes.
Debajo de las alas del dragón hay un niño.
Caballitos de cardio por la estrella sin sangre.
El unicornio quiere lo que la rosa olvida,
y el pájaro pretende lo que las aguas vedan.
Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio
aquietaba la angustia del amor desligado.
Sólo tu Sacramento, manómetro que salva
corazones lanzados a quinientos por hora.
Porque tu signo es clave de llanura celeste
donde naipe y herida se entrelazan cantando,
donde la luz desboca su toro relumbrante
y se afirma el aroma de la rosa templada.
Porque tu signo expresa la brisa y el gusano.
Punto de unión y cita del siglo y el minuto.
Orbe claro de muertos y hormiguero de vivos
con el hombre de nieves y el negro de la llama.
Mundo, ya tienes meta para tu desamparo.
Para tu horror perenne de agujero sin fondo.
¡Oh Cordero cautivo de tres voces iguales!
¡Sacramento inmutable de amor y disciplina!
III – Demonio
Quia tu es Deus, fortitudo mea, quare me sepulisti? et quare tristis incedo dum affligit me inimicus?
Honda luz cegadora de materia crujiente,
luz oblicua de espadas y mercurio de estrella,
anunciaban el cuerpo sin amor que llegaba
por todas las esquinas del abierto domingo.
Forma de la belleza sin nostalgias ni sueño.
Rumor de superficies libertadas y locas.
Medula de presente. Seguridad fingida
de flotar sobre el agua con el torso de mármol.
Cuerpo de la belleza que late y que se escapa.
Un momento de venas y ternura de ombligo.
Amor entre paredes y besos limitados,
con el miedo seguro de la meta encendida.
Bello de luz, oriente de la mano que palpa.
Vendaval y mancebo de rizos y moluscos.
Fuego para la carne sensible que se quema.
Níquel para el sollozo que busca a Dios volando.
Las nubes proyectaban sombras de cocodrilo
sobre un cielo incoloro batido por motores.
Altas esquinas grises y letras encendidas
señalaban las tiendas del enemigo Bello.
No es la mujer desnuda ni el duro adolescente
ni el corazón clavado con besos y lancetas.
No es el dueño de todos los caballos del mundo
ni descubrir el anca musical de la luna.
El encanto secreto del enemigo es otro.
Permanecer. Quedarse en la luz del instante.
Permanecer clavados en su belleza triste
y evitar la inocencia de las aguas nacidas.
Que al balido reciente y a la flor desnortada
y a los senos sin huellas de la monja dormida
responda negro toro de límites maduros
con la flor de un momento sin pudor ni mañana.
Para vencer la carne del enemigo bello,
mágico prodigioso de fuegos y colores,
das tu cuerpo celeste y tu sangre divina
en este Sacramento definido que canto.
Desciendes a la materia para hacerte visible
a los ojos que observan tu vida renovada
y vences sin espadas, en unidad sencilla,
al enemigo bello de las mil calidades.
¡Alegrísimo Dios! ¡Alegrísima Forma!
Aleluya reciente de todas las mañanas.
Misterio facilísimo de razón o de sueño,
si es fácil la belleza visible de la rosa.
Aleluya, aleluya del zapato y la nieve.
Alba pura de acantos en la mano incompleta.
Aleluya, aleluya de la norma y punto
sobre los cuatro vientos sin afán deportivo.
Lanza tu Sacramento semillas de alegría
contra los perdigones de dolor del Demonio,
y en el estéril valle de luz y roca pura
la aguja de la flauta rompe un ángel de vidrio.
IV – Carne
Qué bien os quedasteis galán del cielo, que es muy de galanes quedarse en cuerpo
Lope de Vega
Canto de los cantares
Por el nombre del Padre, roca luz y fermento,
por el nombre del Hijo, flor y sangre vertida,
en el fuego visible del Espíritu Santo,
Eva quema sus dedos teñidos de manzana.
Eva gris y rayada con la púrpura rota,
cubierta con las mieles y el rumor del insecto.
Eva de yugulares y de musgo baboso
en el primer impulso torpe de los planetas.
Llegaban las higueras con las flores calientes
a destrozar los blancos muros de disciplina.
El hacha por el bosque daba normas de viento
a la pura dinamo clavada en su martirio.
Hilos y nervios tiemblan en la sección fragante
de la luna y el vientre que el bisturí descubre.
En el diván de raso los amantes aprietan
los tibios algodones donde duermen sus huesos.
¡Mirad aquel caballo cómo corre! ¡Miradlo
por los hombros y el seno de la niña cuajada!
¡Mirad qué tiernos ayes y qué son movedizo
oprimen la cintura del joven embalado!
¡Venid, venid! Las venas alargarán sus puntas
para morder la cresta del caimán enlunado,
mientras la verde sangre de Sodoma reluce
por la sala de un yerto corazón de aluminio.
Es preciso que el llanto se derrame en la axila,
que el mano recuerde blanda goma nocturna.
Es preciso que ritmos de sístole y diástole
empañen el rubor inhumano del cielo.
Tienen en lo más blanco huevecillos de muerte
(diminutos madroños de arsénico invisible),
que secan y destruyen el nervio de luz pura
por donde el alma filtra lección de beso y ala.
Es tu cuerpo, galán, tu boca, tu cintura,
el gusto de tu sangre por los dientes helados.
Es tu carne vencida, rota, pisoteada,
la que vence y relumbra sobre la carne nuestra.
Es el gesto vacío de lo libre sin norte
que se llena de rosas concretas y finales.
Adán es luz y espera bajo el arco podrido
las dos niñas de lumbre que agitaban sus sienes.
¡Oh Corpus Christi! ¡Oh Corpus de absoluto silencio,
donde se quema el cisne y fulgura el leproso!
¡Oh blanca forma insomne!
Angeles y ladridos contra el rumor de venas.
*
Federico García Lorca
(Homenaje a Manuel de Falla)
Oda al Santísimo Sacramento del altar
(Fotografías: Dalí y Jim Ferringer)
***
Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
– “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”
Jesús contesto:
– “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.“
Ellos le preguntaron:
– “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”
Respondió Jesús:
– “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.”
Le replicaron:
– “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.””
Jesús les replicó:
– “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.”
Entonces le dijeron:
– “Señor, danos siempre de este pan.”
Jesús les contestó:
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.”
*
Juan 6,24-35
***
Cada día trae consigo una sorpresa, pero sólo podemos verla, oírla, sentirla cuando llega, si la esperamos. No debemos tener miedo de acoger la sorpresa de cada día, tanto si llega como un dolor o como una alegría. Ella abrirá un nuevo espacio en nuestro corazón, un lugar en el que podremos acoger nuevos amigos y celebrar de un modo más pleno nuestra humanidad compartida.
Con todo, el optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo significa esperar que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política y otras cosas como éstas- mejoren. La esperanza es la verdadera confianza en que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho de conducirnos a la verdadera libertad. El optimista habla de cambios concretos en el futuro. La persona de esperanza vive en el momento presente sabiendo que en la vida todo está en buenas manos. Todos los grandes de la historia han sido personas de esperanza. Abrahán, Moisés, Rut, María, Jesús, Rumi, Gandhi…, todos ellos vivieron guardando en su corazón la promesa que les guiaba hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo habría de ser.
*
H. J. M. Nouwen, Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año,
Ediciones Obelisco, Barcelona 2001.
Comentarios desactivados en Siguiendo tus huellas, Señor.
Partir con quien nada tiene,
pero que es digno de todo lo mejor
a sus ojos tristes y rojos,
y a los de Dios que nos mira a todos.
Partir no sólo lo sobrante,
también lo que hemos robado,
lo que hemos trabajado,
y hasta lo que nos es necesario.
Partir por justicia, por amor,
por encima de lo que es legal,
sin intereses y sin llevar la cuenta,
hasta que el otro sienta la hermandad.
Partir con sencillez y entrega,
sin creerse mejor ni superior,
sin exigir cambio, ni recompensa,
ni reconocimiento a nuestra actitud.
Partir, y aceptar decrecer
sin agobio, sin temor, sin tristeza,
con la confianza puesta en ti
para hacer posible la fraternidad.
Partir evangélicamente
en todo tiempo, en todo lugar,
dentro y fuera de nuestro hogar,
en toda ocasión, aquí, ahora ya.
Partir, o al menos intentarlo cada día,
nunca en solitario, siempre en compañía;
pero sin pretensiones ni vanidad,
sólo para hacer posible el compartir.
Para el camino, Señor,
no llevo oro, ni plata,
ni dinero en el bolsillo
me fío de tu palabra.
Ni tengo alforja con provisiones y repuestos,
que me basta tu compañía
y el pan de cada día.
Túnica, la puesta, sin más,
que no tengo que ocultar nada,
y el frío y el calor se atemperan
cuando se comparten, en familia.
Tampoco llevo bastón,
aunque tú dijiste que podíamos,
pues mis hermanos me sostienen y dan la mano
cuando el camino se hace duro,
y sangro, tropiezo y caigo.
Y sandalias, unas de quita y pon,
abiertas y bien ajustadas,
para evitar callos y rozaduras
en el cuerpo y en el alma,
andar ligero
y no olvidarme del suelo que piso
cuando tu Espíritu me levanta,
me mece libre, al viento,
me lleva y me arrastra.
Eso sí, voy en compañía,
desbordando ternura y paz
regalando salud y buena noticia
y caminando con alegría.
Casi ligero de equipaje,
fiándome de tu palabra,
yo te sigo y…
eso me basta.
Comentarios desactivados en Magda Bennásar: Verano, ¿un kairós?
¿Es el verano un tiempo especial? En la mitología griega Kairos representa un lapso de tiempo diferente al tiempo habitual. Su significado literal es “momento adecuado u oportuno”. En la teología cristiana se lo asocia con el “tiempo de Dios”.
Para el teólogo Paul Tillich, los kairoi, en plural, son las crisis recurrentes de la historia, que crean una oportunidad para que se provoque una decisión existencial de la persona.
Estamos iniciando, en el hemisferio norte del planeta, ese maravilloso tiempo de verano, cuyo nombre, para nuestros países mediterráneos, evoca calor, mar, río, descanso vacaciones, tiempo sin reloj, tiempo para tener tiempo de perder tiempo y así cargar de creatividad nuestro cerebro y espíritu constreñidos por el deber, la tarea, y las prisas existenciales que caracterizan nuestras culturas.
El tiempo de verano, en esas condiciones que para muchos son de descanso- aunque no para todos- es un tiempo oportuno que crea una oportunidad, como dice Tillich, para que se pueda producir una llamada a tomar una decisión existencial que emerja de ese Fondo común que nos hace Uno con el todo y con todxs.
Súper interesantes las lecturas de estos días. Y hasta redundantes algunos de los temas, por ejemplo el de “la otra orilla”. Esa otra orilla o mirada desde otra perspectiva a nuestra vida: familia, comunidad, trabajo, sociedad… nos puede aportar muchísima luz para con franqueza cristiana preguntarnos desde el sosiego interior que nos da la confianza en la Ruah, si quiero seguir igual, procurando que nada se mueva demasiado o desde dentro y como quien se mete en el agua todavía fría del océano, despacito o de cabeza, según tú elijas, ir abrazando el cambio, que siempre, siempre, el Espíritu de Dios nos indica.
De ahí el contundente SÍGUEME, de las lecturas de este tiempo. Sígueme porque es en esta relación donde está escondido el misterio del kairós. Del tiempo oportuno para empezar de nuevo. Seguirle a la otra orilla, este es el reto y el regalo que nos hace el Resucitado: el de una amistad genuina que nos capacita para andar con él y como él.
Seguirle a la otra orilla, ¡qué lujo! ser invitados por el Maestro a navegar para cruzar al otro lado de nuestra mente y sobre todo de nuestro corazón. Tal vez ese espacio de kairós que tenemos a la sombra, de manera que no lo vemos, pero sí lo ven los otros y no se pueden creer que nosotros no lo veamos.
Ese lugar de kairós que no atiendes puede ser la otra orilla que tienes que visitar antes de ir a los otros con cantinelas de que la iglesia no tal o cual. Jesús no funda una iglesia, Jesús llama a personas por su nombre, y las invita a ir con él a orillas diferentes y llenas de gente interesante e interesada en kairós, en tiempos y oportunidades diferentes, nuevas.
En tres días he tenido dos experiencias importantes y diferentes: pasé el fin de semana con mi comunidad de laicos y consagradas, todos juntos y encantados, abriendo caminos por dentro y por fuera, disfrutando de la frescura de la familia, de las casadas feministas, de las hijas empoderadas por la libertad del evangelio. Todxs revelando nuestro kairós, ese momento vital a los demás, compartiendo nuestra realidad y dejando que la comunidad entrara, de puntillas, donde usualmente tenemos cerrado. Al abrir puertas se abren caminos, y creo que cada unx de nosotrxs pudo intuir un paso, un apoyo, un espaldarazo y un abrazo en aquello que intuimos constituye la otra orilla a la que se nos convoca.
Hasta ahí bien. Contenta. Pero el siguiente contacto fue menos alegre. Por colaborar nos metimos en un terreno institucional, rígido y analítico, cuestionador y tremendamente decepcionante, de nuevo, creyendo que por estar emplazado en plena naturaleza tendría la frescura de la Vida, y…Y hoy, que celebro mi aniversario de entrada en mi primera comunidad, me dicen por todos lados el corazón, la mente y lxs que me quieren, que reconozco son más de lo que parece, que no me equivoqué, y que siga hacia la otra orilla. Ahí me espera el kairós, el momento oportuno y vibrante que da sentido a todo lo vivido y a lo que está por venir. ¿Te vienes?
Con muchos nos vemos en Haro, nuestro retiro de verano que también podéis hacer online.
Os deseamos, desde aquí un verano de kairós. No os lo perdáis, yo no pienso perdérmelo.
Yo, pecador y obispo, me confieso de haber llegado a Roma con un bordón agreste; de sorprender el Viento entre las columnatas y de ensayar la quena a las barbas del órgano; de haber llegado a Asís, cercado de amapolas.
Yo, pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias, de creer en la Iglesia, a pesar de la Iglesia, algunas veces; de creer en el Reino, en todo caso -caminando en Iglesia-.
Yo, pecador y obispo, me confieso de haber visto a Jesús de Nazaret anunciando también la Buena Nueva a los pobres de América Latina; de decirle a María: «¡Comadre nuestra, salve!»; de celebrar la sangre de los que han sido fieles; de andar de romerías…
Yo, pecador y obispo, me confieso de amar a Nicaragua, la niña de la honda. Yo, pecador y obispo, me confieso de abrir cada mañana la ventana del Tiempo; de hablar como un hermano a otro hermano; de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa;
de cultivar la flor de la Esperanza entre las llagas del Resucitado.
*
Pedro Casaldáliga, Todavía estas palabras. 1994
*
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
– “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.”
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
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Marcos 6, 7-13
***
El mensaje y la actividad de los mensajeros no se distinguen en nada de la de Jesucristo. Han participado de su poder. Jesús ordena la predicación de la cercanía del Reino de los Cielos y dispone las señales que confirmarán este mensaje. Jesús manda curar a los heridos, limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos, expulsar los demonios. La predicación se convierte en acontecimiento, y el acontecimiento da testimonio de la predicación.
Reino de Dios, Jesucristo, perdón de los pecados, justificación del pecador por la fe, todo esto no significa sino aniquilamiento del poder diabólico, curación, resurrección de los muertos. La Palabra del Dios todopoderoso es acción, suceso, milagro. El único Cristo marcha en sus doce mensajeros a través del país y hace su obra. La gracia real que se ha concedido a los discípulos es la Palabra creadora y redentora de Dios.
Puesto que la misión y la fuerza de los mensajeros sólo radican en la Palabra de Jesús, no debe observarse en ellos nada que oscurezca o reste crédito a la misión regia. Con su grandiosa pobreza, los mensajeros deben dar testimonio de la riqueza de su Señor. Lo que han recibido de Jesús no constituye algo propio con lo que pueden ganarse otros beneficios. «Gratuitamente lo habéis recibido». Ser mensajeros de Jesús no proporciona ningún derecho personal, ningún fundamento de honra o poder. Aunque el mensajero libre de Jesús se haya convertido en párroco, esto no cambia las cosas. Los derechos de un hombre de estudios, las reivindicaciones de una clase social, no tienen valor para el que se ha convertido en mensajero de Jesús. «Gratuitamente lo habéis recibido». ¿No fue sólo el llamamiento de Jesús el que nos atrajo a su servicio sin que nosotros lo mereciéramos? «Dadlo gratuitamente». Dejad claro que con toda la riqueza que habéis recibido no buscáis nada para vosotros mismos, ni posesiones, ni apariencia, ni reconocimiento, ni siquiera que os den las gracias. Además, ¿cómo podríais exigirlo? Toda la honra que recaiga sobre nosotros se la robamos al que en verdad le pertenece, al Señor que nos ha enviado. La libertad de los mensajeros de Jesús debe mostrarse en su pobreza.
El que Marcos y Lucas se diferencien de Mateo en la enumeración de las cosas que están prohibidas o permitidas llevar a los discípulos no permite sacar distintas conclusiones.
Jesús manda pobreza a los que parten confiados en el poder pleno de su Palabra. Conviene no olvidar que aquí se trata de un precepto. Las cosas que deben poseer los discípulos son reguladas hasta lo más concreto. No deben presentarse como mendigos, con los trajes destrozados, ni ser unos parásitos que constituyan una carga para los demás. Pero deben andar con el vestido de la pobreza. Deben tener tan pocas cosas como el que marcha por el campo y está cierto de que al anochecer encontrará una casa amiga, donde le proporcionarán techo y el alimento necesario.
Naturalmente, esta confianza no deben ponerla en los hombres, sino en el que los ha enviado y en el Padre celestial, que cuidará de ellos. De este modo conseguirán hacer digno de crédito el mensaje que predican sobre la inminencia del dominio de Dios en la tierra. Con la misma libertad con que realizan su servicio deben aceptar también el aposento y la comida, no como un pan que se mendiga, sino como el alimento que merece un obrero. Jesús llama «obreros» a sus apóstoles. El perezoso no merece ser alimentado. Pero ¿qué es el trabajo sino la lucha contra el poderío de Satanás, la lucha por conquistar los corazones de los hombres, la renuncia a la propia gloria, a los bienes y alegrías del mundo, para poder servir con amor a los pobres, los maltratados y los miserables? Dios mismo ha trabajado y se ha cansado con los hombres (Is 43, 24), el alma de Jesús trabajó hasta la muerte en la cruz por nuestra salvación (Is 53,11).
Los mensajeros participan de este trabajo en la predicación, en la superación de Satanás y en ¡a oración suplicante. Quien no acepta este trabajo, no ha comprendido aún el servicio del mensajero fiel de Jesús. Pueden aceptar sin avergonzarse la recompensa diaria de su trabajo, pero también sin avergonzarse deben permanecer pobres, por amor a su servicio.
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Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 1999, pp. 136-138.
Comentarios desactivados en “Lo de Jesús”, por Miguel Ángel Munárriz.
Decía Nietzsche —gran admirador de Jesús en una etapa de su vida— que «el último cristiano murió en la cruz», lo cual, aun distando mucho de la realidad, nos puede hacer reflexionar sobre la enorme divergencia que existe entre “lo de Jesús”, y las actitudes de quienes respondemos el apelativo de cristianos.
Pero ¿por dónde empezar esta reflexión?… Pues parece lógico iniciarla por nosotros mismos; esa mayoría de miembros de a pié de la Iglesia, que hemos hecho el milagro de compatibilizar el cristianismo con la sociedad de consumo (lo que en términos evangélicos equivale a hacer pasar el camello por el ojo de la aguja); que hemos olvidado que en un mundo lleno de injusticia y opresión, la única forma de que «los hombres vean el amor del Padre» es a través de las buenas obras de quienes lo proclaman; y que ése es nuestro compromiso.
Una vez hecha la autocrítica, ya podemos permitirnos extender la reflexión a otros ámbitos de la Iglesia. Y aquí nos topamos en primer lugar con la jerarquía, quizá más comprometida con su propia importancia y sus propios problemas, que con la misión de promover el evangelio en todos sus actos y decisiones. Nos encontramos también con los encargados de proclamar la Palabra, en demasiadas ocasiones más empapados de escolástica que fascinados por Jesús.
También podemos ampliar nuestra reflexión a esa teología erudita que a veces olvida que solo sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y que nos ofrece, también a veces, una visión de Dios ajena al evangelio que enturbia la mejor parábola de Jesús: Abbá. Tampoco ayudan esas presuntas vanguardias que, lejos de reconducirnos hacia criterios y actitudes evangélicas (que buena falta nos hace), promueven filosofías iniciáticas, filo-gnósticas, en las que ponen todo el énfasis, relegando la fe en Jesús a un discreto segundo plano…
Negro panorama. Tan negro que, si nos parásemos aquí, no tendríamos más remedio que dar la razón a Nietzsche. Pero afortunadamente la Iglesia no se queda ahí (ésa es solo la periferia), pues falta por mencionar ese cogollo escogido donde el cristianismo se abraza con fuerza a lo de Jesús. Nos referimos a esas minorías comprometidas que han decidido tomar en serio la misión de hacer visible el evangelio a todas las gentes, y que lo hacen, no desde el púlpito o la cátedra, sino desde la cercanía, desde el servicio a los más necesitados, bien sea en el propio lugar donde viven, o bien, abandonándolo todo para ir a compartir con ellos penurias, enfermedades y muerte en aquellos lugares donde la necesidad es más acuciante.
Y ésta es sin duda la vanguardia, la quintaesencia, la que mejor nos muestra al Dios de Jesús, la que marca el camino, la que nos hace tener confianza en el futuro, la que compensa el escándalo que nosotros damos al mundo… Y cuando alguien diga que la vanguardia del cristianismo está en otra parte, haremos bien en confrontarla con el evangelio para ver si aguanta la prueba o se estrella estrepitosamente contra ella.
A veces me pregunto si el cristianismo es viable de cara al futuro, y siempre llego a la conclusión que lo será si es consecuente con lo de Jesús, y que no lo será si se desentiende de él. ¿Y por qué?… pues porque el evangelio es sumamente contagioso, y la mejor prueba de ello es que las primeras comunidades crecían sin cesar a pesar de las persecuciones que sufrían y las dificultades a las que se enfrentaban… El problema es que nadie se contagia si no se pone en contacto con al agente infeccioso, y es aquí donde entramos nosotros; la sal de la Tierra y la luz del mundo… pero… «si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará?…
Comentarios desactivados en Jesús es nuestra regla de vida.
Del blog de Thomas Merton:
El cristianismo es una religión de amor. La moralidad cristiana es una moralidad de amor. El amor es imposible sin la obediencia que une las voluntades del amante y del Amado. Pero el amor es destruido por la unión de voluntades que resulta forzada Y no es espontánea. El hombre que obedece a Dios porque es compelido a hacerlo, realmente no lo ama. Dios no quiere la adoración de la compulsión, sino una adoración que sea libre, espontánea, sincera, “en espíritu y en verdad”. Ciertamente, siempre debe haber un límite donde la debilidad humana sea protegida de sí misma por una orden categórica: “¡No lo harás!” No puede haber un amor a Dios que ignore tales órdenes. Sin embargo, un amor genuino y maduro obedece no porque es ordenado, sino porque ama.
El cristianismo no es la religión de una ley sino la religión de una persona. El cristiano no es sólo alguien que cumple las reglas que le impone la Iglesia. Es un discípulo de Cristo. Por cierto que respeta los mandamientos de Dios así como las leyes de la Iglesia, pero su razón para hacer tal cosa no debe buscarse en algún poder de decretos legales: es hallada en Cristo. El amor es especificado no por leyes sino por personas. El amor tiene sus leyes, pero son leyes concretas, existenciales, basadas en valores ocultos en la mismísima persona del Amado. En el Sermón de la Montaña, cuando Jesús comparó la antigua Ley con la nueva, introdujo sanciones, pero eran hiperbólicas: “el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo en la gehenna de fuego” (Mateo 5, 22).
El mismo Jesús, al vivir en nosotros por su Espíritu, es nuestra regla de Vida. Su amor es nuestra ley, y es absoluto. La obediencia a esta ley nos amolda a Él como persona. Por lo tanto, perfecciona la imagen divina en nosotros. Hace que nos parezcamos a Dios. Nos colma con la vida y la libertad que Él nos enseñó a buscar. Éste es el valor que determina todas las acciones de un cristiano. Éste es al mismo tiempo el cimiento del humanismo cristiano y del misticismo cristiano: el cristiano vive por amor y, consiguientemente, por libertad.
Lejos queda el temor a que nuestra religión no sea la verdadera. Lejos, también, aquel concepto de fe como aceptación de un conjunto de postulados dogmáticos, y no como confianza en alguien por quien se puede apostar: «Tengo fe en mi médico, y me pongo en sus manos para que me extirpe el riñón enfermo».
Lejos queda el tiempo de buscar certezas; ahora es tiempo de apostar. Nuestra vida es una permanente sucesión de apuestas, aunque bien es cierto que la mayoría de ellas son nimias: ¿Me quedo en casa leyendo un libro, o salgo a dar un paseo? ¿Me pongo una camisa blanca, o a cuadros?… Otras son más importantes: ¿Estudio esta carrera, o la otra? ¿Formo una familia, o huyo de compromisos que coartan mi libertad?…
También hay apuestas trascendentes.
¿Apuesto por buscar en Dios el sentido de mi vida, o apuesto por buscarlo fuera de Él?… es decir: ¿Planteo mi vida con la esperanza de más vida después de la muerte, o limito mi expectativa a la vida sensible que conozco?… Porque claro, si esperamos sobrevivir a la muerte, el acierto o desacierto de nuestras acciones deberá estar referido a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte. Si por el contrario creemos que nuestra realidad se limita a lo biológico, el sentido de nuestra vida consistirá en aprovechar al máximo el regalo irrepetible y fugaz de la propia vida: «Carpe diem», decía Horacio.
La siguiente gran apuesta es por el cauce a seguir para llegar a Dios. Hay muchos cauces —al menos tantos como religiones—, pero es que, además, podemos crear el nuestro propio. La búsqueda de Dios se puede comparar a la ascensión a una montaña que no conocemos. Podemos apostar por intentarlo por nuestra cuenta, con el riesgo evidente de perdernos por el camino y no llegar nunca a la cima, y podemos apostar por hacerlo con un guía que conozca el camino. En esta segunda opción es importante elegir bien al guía, pues no todos nos sirven para ver cumplidas nuestras expectativas.
En principio, es cristiano quien apuesta por Jesús; quien pone su fe en Jesús para que le guíe hasta la cima. Ruiz de Galarreta decía que el itinerario hacia la fe en Jesús presenta varios niveles: «Conocerle y admirarle es el punto de partida; aceptar sus valores y su modo de vivir es ya una opción de vida; reconocer en él la imagen misma de Dios y el modelo de lo humano, es la fe cristiana explícita».
Pero el conocimiento de Jesús ha sido siempre una ardua tarea para quien lo busca de veras. Si miramos a los ambientes tradicionales de la Iglesia, vemos que tanto la personalidad de Jesús como su propuesta de vida, quedan en buena medida veladas por la carga dogmática y ritual de la religión oficial; pero si volvemos la vista a lo que se podrían llamar ambientes ilustrados, la cosa no resulta menos peliaguda. Estos movimientos ilustrados se presentan siempre como vanguardia, invitan a rechazar todo lo anterior y venden el resultado como “progreso”. En este caso, el resultado es la relativización de la figura de Jesús y de su valor como cauce hacia Dios. A veces lo presentan tan revestido de ropajes ajenos, que resulta imposible identificarle.
Y todo esto ocurre cuando la exégesis independiente nos muestra con más rigor que nunca la fe de las primeras comunidades, y por ende, a Jesús (pues en ellas había Testigos para desmentir lo que no se ajustase a la realidad). Quizá la mejor forma de entender el “progreso” sea como profundización en el conocimiento de Jesús para así reforzar la apuesta por él; en la aceptación del Jesús del evangelio sin ropajes, añadidos ni mutilaciones; es decir, de ese Jesús imagen viva de Abbá, ungido por Dios con Espíritu y con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal… porque Dios estaba con él.
En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).
Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables.
*
Pablo VI, Audiencia general del 10 de mayo de 1967,
Comentarios desactivados en Haced nuevas eucaristías.
He ido de aldea en aldea,
anunciando la buena nueva
curando enfermedades,
liberando a la gente de sus demonios
personales y grupales
y acercando tu amor de Padre
a todas las personas necesitadas
y con las entrañas abiertas…
El Reino ha llenado mi vida,
día a día, plenamente.
He deseado tanto que todos comenzaran
a vivir y caminar en la tierra
como hijos y hermanos,
con la paz en las manos
la justicia en el corazón,
la mirada serena y limpia,
el rostro sonriente
y sus bienes y dones en común…
Y sigo creyendo, hoy como el primer día,
que el Reino es posible para todos,
aunque la semilla apenas haya surgido
y sea todavía tan débil,
y el fruto no tenga garantía,
y este momento me turbe
y rompa mis quereres y expectativas…
Al principio, cuando era primavera,
quise alegrar el corazón de todos
los que se aman y lo celebran
convirtiendo el agua en vino.
Pero nadie lo entendió,
ni el maestresala,
ni los invitados,
ni los que se casaban…
He vivido minuto a minuto,
procurando que esta tierra sea el lugar
donde Tú, Padre, y todas las personas
se encuentren y se quieran.
Algunas veces se ha realizado el milagro
y ha brotado con fuerza la vida.
Pero la mayoría de las veces
los hombres y mujeres no acuden a su cita…
La muerte me acecha, no hacen falta profecías.
Los que mandan me la tienen jurada
pues no les gusta mi manera.
Quizá ya lo hayan previsto todo.
Pero antes de que ocurra nada,
quiero partir y entregar mi persona
en el pan y el vino, fruto de la cosecha,
para que todos tengan vida
y puedan sentarse en la mesa del Reino,
y sepan que mi entrega por ellos
siempre ha sido auténtica y que voy a llegar
hasta las últimas consecuencias…
Hoy mismo quiero que tengan una tierra nueva,
primicia de sus sueños y mis promesas,
donde no haya hambre ni tristeza,
a menos que queden transformadas en esperanza.
¡Cuánto deseo que el universo entero se recree
y adquiera la bondad de la primera hora,
y encuentre la luz recién amanecida!
¡Qué distinto sería todo, ya desde ahora,
si hombres y mujeres descubrieran,
en su pequeñez su grandeza,
en su libertad su fuerza creadora
y en su amor la unidad y la vida florecida!
También ellos vivirían en pascua continua
y serían capaces de soñar estas cosas…
Por eso, hoy, tomo de la tierra su esfuerzo,
su sudor y fruto, su canto y grito.
Tomo el pan como mi propio cuerpo,
y lo parto y entrego a cada uno en esta mesa
porque es mesa de esperanzas compartidas…
Los que comieron conmigo otras veces
el pan de cada día
en la mesa de los pecadores,
en los caminos polvorientos,
en los descampados yermos y sedientos,
entenderán mi gesto…
Y alzo, de nuevo, la copa de vino
para crear una nueva alianza
que sacie a todos los sedientos,
que quite los miedos más íntimos
y comparta los secretos.
Quiero hacer nuevas todas las cosas.
Voy a hacerme yo mismo vino
para recorran la vida
y entiendan y gocen sus caminos.
No puedo más, ni alcanzo a llegar a otros sitios,
mas quiero que mi entrega y muerte sea por todos,
presentes y ausentes, creyentes e indiferentes…
… … …
Tomad y comed, esto es mi cuerpo.
Tomad y bebed, es el vino de la vida nueva.
Y aprended que no es tan dura ni oscura
la vida que os espera.
Ponedle canto, banquete y un poco de fiesta,
y haced nuevas eucaristías.
Comentarios desactivados en Juan Zapatero: Con flores a porfía.
“Con flores a porfía, con flores a María”. Era el canto que, llegado el mes de mayo, resonaba cada tarde, siempre al finalizar la jornada laboral, y de qué manera, en las iglesias de todas ciudades y pueblos y, cómo no, en las capillas de todos los seminarios, noviciados, centros de formación religiosa y conventos en general. Era un mes muy especial, vaya, era el mes dedicado por excelencia a cantar las alabanzas a la Virgen, figura clave en la vida cristiana en general, pero de manera muy especial en la de los futuros sacerdotes, religiosos y religiosas. Era el mes en que los campos rebosaban de vida y de belleza de manera exuberante, con sus flores por doquier y rosas, muchas rosas que adornaban todos los parques y jardines; unas rosas algunas que parecían hechas de terciopelo. Vaya, un mes en el que cantar a María resultaba fácil, muy fácil y tremendamente gratificante a nivel interior.
No se puede poner en duda el enorme entusiasmo con que en aquellos momentos se cantaba a María, porque, no en vano, como rezaba la letra del canto “madre nuestra es”.
Qué lástima que toda aquella fuerza, aquella “porfía” a ver quién cantaba más y con más vehemencia, etc., no dio como resultado un descubrimiento de María como la mujer a quien imitar como modelo de persona, de ciudadana, de madre y, sobre todo, de modelo de “confianza” en el proyecto de Jesús: “Haced lo que Él os diga”; a “Jesús por María”.
Posiblemente era debido, entre otras cosas, a que el sentimiento jugaba un papel excesivo. Y no es que el sentimiento sea malo; tampoco, por supuesto, cuando lo referimos a la religión y a la vivencia de la fe o a la expresión de lo espiritual. Sí que puede convertirse en un obstáculo para conseguir los mejores propósitos, cuando dicho sentimiento deja de ser un medio o un instrumento para quedar convertido en un fin en sí mismo: el sentimentalismo. Había demasiada sublimación en aquellos cantos; había que buscar algo, o alguien para ser más exactos, que justificara tanta afectividad reprimida o, por lo menos, mal enfocada y peor proyectada. Y qué mejor que la figura de aquella muchacha de Nazaret, en plena efervescencia de la vida, que se ofrece para ser la madre de Dios “sin conocer varón” y, por tanto, consiguiendo que su virginidad quedase “intacta”.
Era, sin embargo, una muchacha demasiado parecida a la mayoría de las que aparecen pintadas en cuadros y óleos de los mejores pintores de siempre; a las que abundan en museos, iglesias y lugares de culto. Y muy poco, en cambio, a las chicas y jóvenes mujeres que la vida nos acostumbra a mostrar por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Y, si se me permite, nada en absoluto a esas otras jóvenes y mujeres explotadas, abusadas, violadas, maltratadas, asesinadas y un suma y sigue de ignominias a cuál más grande y peor. Era la chica ideal, “purísima doncella”, joven y guapa, tierna, que justificaba con creces todas las renuncias y más respecto no solo al goce y disfrute legítimo del sexo como parte integrante de la persona, vivido y compartido con amor; sino incluso a la relación sexual como condición necesaria en todos los seres pertenecientes a la especie animal para engendrar una nueva creatura.
Creo que lo que se ponía en juego muchas veces era una especie de urgencia y de necesidad de destacar por encima de todo la virginidad física, aunque la “virginidad de corazón” brillase por su ausencia. O, a lo mejor, se pretendía potenciar las dos, ¿por qué no?, pero con la intención de salvaguardar la primera por encima de todo. Una virginidad física, por otro lado, que apareciera como tal a la vista de todos, aunque a nivel privado pudiera estar mancillada por haberla transgredido en algún momento o estar transgrediéndola de manera habitual; eso sí, siempre de manera oculta. Era esa virginidad que concedía una especie de “estatus” superior socialmente; más aún en un país como el nuestro, en el que, por entonces, el catolicismo, y la Iglesia en concreto, gozaba de privilegios suculentos y de reconocimientos excelsos.
Qué oportunidad perdida para haber descubierto a María como verdadero modelo de fe, no precisamente como cúmulo de verdades, sino como actitud confiada en un proyecto capaz de llenar de sentido la vida “Dichosa tú, que has creído”. Como modelo de absoluta confianza en Jesús, respecto al que no tuvo el más mínimo reparo en cuanto al momento de avanzar su manifestación mesiánica. “Haced lo que Él os diga”.
Para haber descubierto, también, el valor del servicio humilde, decidido y generoso como actitud obligada y necesaria de la fe. “María se encaminó con presura hacia la montaña a visitar a su prima Isabel que estaba embarazada”.
Una María creyente en todo momento, confiada y servicial desde la actitud de mujer del pueblo; no desde una actitud de “virgen”, que más bien ha sido sinónimo durante siglos, para la mayoría de las personas cristianas, de mujer “selecta y apartada”, a quien venerar sobre todo y pedirla también intercesión para “poder sobrellevar” la vida en este “valle de lágrimas”.
Con flores a porfía, con flores a María, pues, además de madre, es, sin ningún tipo de dudas, para quienes intentamos vivir el proyecto de su hijo, nuestro mejor modelo de fe y de confianza, desde su manera de vivir como mujer, como ciudadana, como creyente.
El ejemplo de Tomás Moro demuestra que le es posible a un cristiano vivir en el mundo según el Evangelio y actuar en él a imitación de Cristo; y ello en medio de su propia familia, de sus posesiones y de la vida política: es posible llevar una vida santa en medio de estas distintas situaciones, con sobriedad, sencillez y honestidad, sin caer en fanatismos ni “beaterías”, de modo serio y alegre al mismo tiempo.
¿Qué es, pues, lo más importante para un cristiano que vive en el mundo? Realizar, en la fe, una opción radical por Dios, por el Señor y por su Reino, a pesar de todas las inclinaciones pecaminosas, y conservarla intacta a través de los acontecimientos ordinarios de cada día. Conservar, viviendo en el mundo, la libertad fundamental respecto al mundo, en medio de la familia, de las posesiones y de la vida política, al servicio de Dios y de los hermanos. Poseer la alegre prontitud que permite ejercer esta libertad, en cualquier momento, a través de la renuncia, y cuando estemos llamados a hacerlo, a través de la renuncia total. Sólo en esta libertad respecto al mundo, buscada por amor a Dios, es donde el cristiano, que vive en el mundo, pero recibe la libertad como don de la gracia de Dios, encuentra la fortaleza, el consuelo, el poder y la alegría que son su victoria.
*
Hans Küng, Liberta nel mondo. Sir Thomas More,
Brescia 1966, 44s
La máxima de cualquier teología del papel de aluminio es la conservación, y su meta, envolver cualquier reflexión, principio, idea, institución, o identidad cristiana, en una finísima capa de este material para asegurar la inmutabilidad. En ocasiones se les va un poco de las manos y lo que envuelven en tan elástico papel plateado es el cerebro de los cristianos y cristianas que asumen como verdad revelada dichas teologías. Hay que reconocer su éxito, no hay más que mirar los principales medios de comunicación cristianos en castellano, pero de la misma manera deberíamos indicar lo contaminantes y cancerígenas que pueden llegar a ser. Después, proponer teologías más respetuosas con el medio ambiente, con nuestros cuerpos, con nuestras identidades. Teologías que nazcan, crezcan, mueran y se pudran, para dar lugar a otras nuevas y más significativas en los lugares donde logren renacer.
En muchas teologías hay una fiebre que no entiendo por la conservación, porque todo sea como siempre fue, cuando lo que yo leo en el evangelio es una llamada a hombres y mujeres para que cambien su identidad, su manera de ver el mundo, al prójimo y a dios. No existe el mensaje de la resignación, del “te aguantas”, del “asume lo que te ha tocado”, o del “toda la vida ha sido así”, sino el “déjalo todo y sígueme”. El cristianismo es una propuesta de cambio y transformación, de construir otros mundos posibles, otras personas diferentes. Es la relativización de cualquier identidad, lo más alejado del esencialismo, de las ideologías que dicen quiénes somos y cómo se espera que nos comportemos por el lugar donde hemos nacido, la clase social, el género que se nos ha impuesto, o los deseos que nos son permitidos. “Déjalo todo”, todo, no te quedes con nada, “y sígueme”.
Es evidente que no podemos dejarlo todo, ¡ya nos gustaría a veces!, que el seguimiento de Jesús solo es posible desde lo que somos, y eso son un montón de identidades que nos configuran a todas. Pero en el momento en el que nos ponemos en camino, estamos diciendo que esas identidades no son inmutables, que en el seguimiento nos abrimos al cambio, a la transformación. El cristianismo es esencialmente trans, sin lo trans, no hay cristianismo. Y quienes pretenden envolvernos con sus teologías del papel de aluminio, lo que pretenden es que no nos movamos, que no respondamos a la llamada de Jesús. Por eso no son teologías cristianas, por muy bendecidas que estén por quienes manejan el cotarro de lo religioso. El evangelio, la buena noticia, es que podemos ser cambiadas, que no tenemos que asumir ninguna esencia, biología, naturaleza, o ley de dios. Asumir ser cristiana, es lanzar todo eso por el retrete, y abrirse a la transformación, dejándose guiar por el evangelio de Jesús.
Todo esto tiene también otra consecuencia para quienes reivindicamos los derechos de todas las identidades, y es que no podemos hacer fotos fijas de una identidad, no podemos caer en el error de envolver lo trans, lo gay, lo bi, lo queer, lo lesbico, lo +, en nuestro propio papel de aluminio, aunque sea de colores. No hay una meta de la identidad donde alguien nos espera para decirnos que lo hemos logrado, que eso es lo que somos, que ya nos hemos encontrado por fin… En el seguimiento de Jesús no hay papel de aluminio que valga, habrá veces que seremos más conscientes de los cambios, y otras menos, pero el seguimiento de Jesús, con la transformación que necesariamente trae consigo, es nuestra identidad fundamental.
No lo lograremos completamente, vamos a fracasar, si esa convicción es demasiado perturbadora para nosotros, mejor abandonarse a las teologías del papel de aluminio, porque con ellas al final si se vencerá y se alcanzará la meta deseada. Pero si optamos por no engañarnos, mejor aceptar que siempre habrá un sueño no realizado, una justicia no alcanzada, una caricia que nos gustaría volver a hacer, un abrazo pendiente. Siempre quedará algo que nos hubiera gustado ser, una mirada que nos hubiera gustado recibir, un perdón que no dimos, una forma de ser hombre o mujer que jamás nos atrevimos a explorar. Lo importante del seguimiento, es el camino y su compañía, aquello que sí hicimos, las identidades de las que logramos escapar, y aquellas otras que asumimos como nuestras porque nos hacían felices. Lo esencial es lo que vivimos, quienes amamos y nos amaron, pero también lo que logramos amarnos y perdonarnos. Ojalá que lo último que nos robe la muerte no sea el recuerdo de un versículo sobre cómo deberíamos haber sido, ni un suspiro, sino la voluntad de seguir viviendo, de seguir transformándonos mientras caminamos con el maestro. Y ojalá también, que la muerte no sea el último paso que demos junto a él.
Carlos Osma
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“Nadie se libra de verse herido. Todos hemos recibido alguna que otra herida, ya sea en nuestro cuerpo, ya en nuestros sentimientos, ya en nuestros espíritus. La principal pregunta no es: ¿cómo disimular nuestras heridas para que no nos resulten molestas? sino ¿cómo poner al servicio de los demás las heridas recibidas? Cuando nuestras heridas dejan de ser fuente de vergüenza para convertirse en fuente de sanación, nos habremos convertido en sanadores heridos.
Jesús es el sanador herido de Dios. Por medio de sus heridas somos sanados nosotros. Los sufrimientos y la muerte de Jesús, trajeron alegría y vida. Su humillación trajo gloria; su rechazo trajo una comunidad de amor.
Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos hacer que nuestras heridas traigan sanación a los demás.”
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