Comentarios desactivados en “El proyecto del Reino de Dios”. 3º Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,14-20)
Se han escrito obras muy importantes para definir dónde está la «esencia del cristianismo». Sin embargo, para conocer el centro de la fe cristiana no hay que acudir a ninguna teoría teológica. Lo primero es captar qué fue para Jesús su objetivo, el centro de su vida, la causa a la que se dedicó en cuerpo y alma.
Nadie duda hoy de que el evangelio de Marcos lo ha resumido acertadamente con estas palabras: «El reino de Dios está cerca. Convertíos y creed esta Buena Noticia». El objetivo de Jesús fue introducir en el mundo lo que él llamaba «el reino de Dios»: una sociedad estructurada de manera justa y digna para todos, tal como la quiere Dios.
Cuando Dios reina en el mundo, la humanidad progresa en justicia, solidaridad, compasión, fraternidad y paz. A esto se dedicó Jesús con verdadera pasión. Por ello fue perseguido, torturado y ejecutado. «El reino de Dios» fue lo absoluto para él.
La conclusión es evidente: la fuerza, el motor, el objetivo, la razón y el sentido último del cristianismo es «el reino de Dios», no otra cosa. El criterio para medir la identidad de los cristianos, la verdad de una espiritualidad o la autenticidad de lo que hace la Iglesia es siempre «el reino de Dios». Un reino que comienza aquí y alcanza su plenitud en la vida eterna.
La única manera de mirar la vida como la miraba Jesús, la única forma de sentir las cosas como las sentía él, el único modo de actuar como él actuaba, es orientar la vida a construir un mundo más humano. Sin embargo, muchos cristianos no han oído hablar así del «reino de Dios». Y no pocos teólogos lo hemos tenido que ir descubriendo poco a poco a lo largo de nuestra vida.
Una de las «herejías» más graves que se ha ido introduciendo en el cristianismo es hacer de la Iglesia lo absoluto. Pensar que la Iglesia es lo central, la realidad ante la cual todo lo demás ha de quedar subordinado; hacer de la Iglesia el «sustitutivo» del reino de Dios; trabajar por la Iglesia y preocuparnos de sus problemas, olvidando el sufrimiento que hay en el mundo y la lucha por una organización más justa de la vida.
No es fácil mantener un cristianismo orientado según el reino de Dios, pero, cuando se trabaja en esa dirección, la fe se transforma, se hace más creativa y, sobre todo, más evangélica y humana.
Comentarios desactivados en “Convertíos y creed en el Evangelio”. Domingo 24 de enero de 2021. Domingo tercero del tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida. Salmo responsorial: 24: Señor, enséñame tus caminos. 1Corintios 7,29-31: La representación de este mundo se termina. Marcos 1,14-20: Convertíos y creced en el Evangelio
Como es sabido, en las lecturas de la liturgia de los domingos, la primera y la tercera están siempre unidas temáticamente, mientras que la segunda suele ir por caminos independientes. Hoy la pareja de lecturas principales son la de la predicación de Jonás sobre la ciudad Nínive, y la predicación de Jesús al comenzar su ministerio, precisamente «cuando arrestaron a Juan», o sea, al faltar el profeta.
La lectura sobre Jonás hoy presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, va, predica, y además tiene éxito su predicación, pues la ciudad se arrepiente.
El comentario más simple a este texto puede ir por la línea de la importancia de la predicación profética para la conversión de los que están alejados de Dios. Es un tema conocido. Y, como decíamos, hace un paralelismo con el texto del evangelio: Jesús es un nuevo profeta, que empalma con la línea de los profetas clásicos, que también se lanza por los caminos para predicar un mensaje de conversión.
Para unos oyentes más críticos, esta segunda lectura es preocupante. Porque el conjunto entero de lo que en ella se expresa pertenece a un marco de comprensión hoy insostenible: un Dios arriba, directamente imaginado como un gran rey, que envía su mensajero para predicar un mensaje de conversión, mensaje que antes no pudo surtir efecto porque el profeta no quiso ir a predicar, pero que ahora es atendido y obedecido por los ninivitas. «Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció, y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó». Esta imagen de un Dios arriba, que toma decisiones, envía mensajeros, les insiste, se comunica con los seres humanos por medio de esos mensajeros profetas, y que «al ver» las obras de penitencia «se compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a la ciudad»… es, obviamente, humana, muy humana, demasiado humana, sin duda. Es, claramente, un «antropomorfismo». Dios no es un Señor que esté ahí «arriba, ahí afuera», ni que esté enviando mensajeros, ni es alguien que pueda amenazar, ni que se pueda arrepentir… Hoy sabemos que Dios no es así, que lo que llamamos «Dios» es en realidad un misterio que no puede ser reducido a una imagen o una imaginación antropomórfica semejante.
Sería bueno, incluso necesario, referirse a esta calidad de antropomorfismo que tiene esta lectura –como tantísimas otras–, y hacer caer en la cuenta a los oyentes que no los estamos tomando por niños, sino que, simplemente, estamos utilizando un texto compuesto hace más de veinticinco siglos, y que la imagen de Dios que aparece en él nos resulta hoy inviable. Es importante decirlo, y no es bueno darlo por sobreentendido, porque puede haber –con razón- personas que se sientan mal al escuchar estas imágenes, como si se sintieran retrotraídas al tiempo de la catequesis infantil. Y, desde luego, es recomendable abordar –en esta u otra ocasión– el tema de las imágenes de Dios, y aclarar que si somos personas de hoy, lo más probable es que no nos encaje bien el lenguaje clásico (o ancestral) sobre Dios, y que tenemos todo el derecho a ser críticos y a utilizar otro.
Éste podría ser, sin más, el buen tema de reflexión central para la homilía de hoy. Es más que suficientemente importante. Recomendamos el libro del obispo anglicano John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial», Abya Yala, Quito 2011, tiempoaxial.org).
La lectura de la 1ª carta de Pablo a los corintios también puede iluminarse hoy con la del evangelio de Marcos: ante el reinado de Dios que ha sido instaurado por la actuación de Jesús -su predicación, sus milagros, sus controversias, especialmente su muerte y resurrección-, todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido: comprar, vender, llorar, reírse, casarse o permanecer célibe, todo es diferente y su valor distinto. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús vino a poner en marcha. Por eso Pablo puede afirmar que “la presentación de este mundo se termina”, es decir, que Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino en donde pobres y tristes, enfermos y condenados, excluidos y ofendidos de la tierra son rescatados y acogidos, y en donde los ricos y los poderosos son llamados urgentemente a la conversión.
Después de narrarnos los comienzos del evangelio con Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, Marcos nos relata, en unas frases muy condensadas, los comienzos de la actividad pública de Jesús: es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, la próspera pero mal–afamada Galilea, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el entero contenido de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado –es que se ha cumplido el plazo de su espera– y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.
Muchos reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos, descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado.
Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e injustos.
A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo. Leer más…
Comentarios desactivados en 24.01.21: Día de la Palabra. Fiesta de la comunicación universal
Del blog de Xabier Pikaza:
El Papa Francisco instituyó el 30.09.2019 (Motu proprio “Aperuit illis”)la Fiesta de la Palabra,para el tercer domingo del tiempo ordinario, como día de celebración, reflexión y difusión de la Palabra de Dios. En ese contexto, quiero recordar las tras biblias, y el compromiso y tarea de comunicación (Palabra) que se encuentra al fondo de ellas.
Los cristianos confesamos que la Palabra de Dios (Jesús) se ha encarnado y que su testimonio ha sido recogido en la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento, como presencia y tarea universal de salvación. Pero la Palabra de Dios no es Jesús por aislado, sino en la historia de la vida humana, expresada en los “tres biblias”: Naturaleza, interioridad e historia.
Partiendo de esas biblias presentaré el sentido de la Palabra humana como revelación de Dios y principio de comunicación entre los hombres, desarrollando así el sentido de esta Fiesta de la Palabra, que celebramos el domingo, 24.01.2021.
Por mi vocación y “oficio” de teólogo he escrito diversos estudios sobre Dios-Palabra y su revelación en la historia de los hombres, como verá quien siga leyendo.
Aprovecho esta Fiesta de la Palabra para felicitar a mis amigos y editores del Verbo Divino (Palabra de Dios), agradeciéndoles en nombre de miles y miles de lectores la obra cultural y religiosa que realizan al servicio de la Palabra de Dios.
| X. Pikaza
1 Biblia de la Naturaleza: Creación, Palabra para todos
Los cristianos aceptamos la biblia de la naturaleza, entendida como Palabra de Dios, que habla por ella, como saben los que afirman que hay dos “revelaciones”, una natural (por el mundo) y otra sobrenatural (en la historia de la salvación culminada en Cristo). Desde nuestra perspectiva, esa revelación “natural” ha de entenderse también como “sobrenatural”, es decir, como expresión de la gracia universal de Dios, que actúa a través del mundo. En ese sentido, los cristianos seguimos siendo de alguna forma paganos: vemos a Dios y oímos su voz en el hermano sol, en la hermana luna, en la madre tierra y en la hermana muerte, que forman parte del libro universal de Dios.
Como puso de relieve Francisco en Lodato si (2015) y como ha destacado el Sínodo de la Amazonia (2019), el primer libro de Dios es el mundo entero, el despliegue de la vida de la que formamos parte. Esta primera Biblia de la naturaleza nos permite entender mejor la Biblia escrita más tarde, desde la perspectiva de Israel y de la Iglesia primitiva; y por su parte la Biblia del Antiguo y Nuevo Testamento, tiene que ayudarnos a reconocer el valor sagrado de la naturaleza y a dialogar con las religiones cósmicas no cristianas. En ese sentido, tenemos que hablar de una Biblia Ecológica, Biblia abierta al sentido de la creación, de toda la creación; por eso, ella empieza con el Dios creador (Gen 1‒3) y culmina con la nueva creación. Una Biblia que lo olvide no es Biblia.
De un modo consecuente, la Biblia cristiana no quiere destruir el valor de las religiones cósmicas (paganas), sino abrir con ellas un camino de humanidad, en una línea de respeto mayor hacia la naturaleza sagrada, como han puesto de relieve algunos movimientos ecológicos. En esa perspectiva debemos recuperar el carácter religioso del mundo y de la misma vida humana, el valor del varón y la mujer, en igualdad y complementariedad, el valor sagrado de la tierra, del agua, de la atmósfera, al servicio de la vida humana y de la justicia.
Sólo un Jesús que recupere y potencia la Palabra cómica y vital de Dios podrá ser inspirador y fuente de una Biblia abierta a todos los seres humanos. De un modo convergente, debemos recuperar por Jesús el valor de todos los pueblos y culturas de la tierra (con su biblia cósmica y vital), superando el exclusivismo de algunos grupos judíos que se consideraban depositarios privilegiados (y a veces únicos) de la revelación de Dios, como si ellos solos fueran dueños de la Palabra de Dios.
La Biblia de los seguidores de Jesús sólo será Palabra de Dios en la medida en que nos permita recuperar, por tanto, el valor sagrado de la naturaleza, la igualdad entre varones y mujeres y la apertura a todos los pueblos y culturas de la tierra. No será una Biblia para algunos, en contra de otros, sino Libro abierto a todos, desde el mundo (en fidelidad al cosmos), en una historia dirigida al encuentro universal. Sólo leída en esa línea puede entenderse de verdad.
2. Biblia de la interioridad: Palabra de todos
Hay una Biblia de la interioridad, como ha sabido San Pablo cuando dice que la Escritura o Carta de Dios está escrita en nuestros propios corazones (cf. 2 Cor 3-4). Sin esa voz interior, sin la Palabra/Dios que resuena en la intimidad de cada ser humano, no se puede hablar después de una Biblia de Jesús. La primera Palabra de Dios no es un libro exterior (que puede escribirse con tinta o grabarse en un soporte electrónico), sino aquella Voz que se graba de una forma viva en cada corazón de hombre o mujer que la escucha o responde.
Según eso, el libro exterior del mundo está al servicio de ese “libro interior de la vida humana”, que es la verdadera Biblia de Dios, escrita en la conciencia y corazón, en la libertad y tarea personal cada uno de los hombres y mujeres. De esa Biblia interior (del Dios que inscribe su vida en aquellos que le acogen) han hablado no sólo las religiones orientales (budismo, hinduismo…), sino también los judíos y los musulmanes, que saben que existen un “libro celeste” que es la Voz del único Dios en la altura que se expresa en la vida y palabra de los hombres y mujeres que le escuchan y dialogan con él. Ésta es la Biblia de la Libertad de los pueblos y los individuos, la Biblia del diálogo con las religiones orientales y con la modernidad…, pero sin olvidar que ella es, al mismo tiempo, Biblia de la naturaleza y de la justicia social, Biblia de la resurrección de todas las cosas (Ap 21, 5).
Ésta es la biblia del Tao y de las Analectas de Confucio, lo mismo que el canon Pali del budismo, con los Vedas, las Upanshadas o la Vagavad Gita del hinduísmo…En muchos libros y formas se expresado la Palabra de Dios en los miles y millones de palabras de los hombres, que son distintas para iluminarse mutuamente y dialogar. Por eso, este domingo de la Palabra es, al mismo tiempo, el Domingo del Diálogo de todos los que escuchan y comparten la Palabra de Dios en la historia.
No tiene sentido hablar de un libro externo (de una Biblia multiplicada en miles y miles de letras hebreas o arameas, griegas o árabes, castellanas o inglesas…) si es que no hablamos primero del libro o Biblia interior, universal, que se expresa y se despliega en cada ser humano en la medida en que es capaz de escuchar la gran “Voz” y de dejarse llenar por la presencia sagrada. Al servicio de esa Biblia interior está la Toráh de los judíos, lo mismo que el Nuevo Testamento de los cristianos y el Corán de los musulmanes. Por eso, antes que hablar de disputa entre libros, debemos hablar de la unidad del Libro de Dios que se expresa en aquellos que le acogen en su interior, en una línea que vincula a todos los pueblos de oriente y occidente. Sólo leída así se entiende y aplica de verdad la Biblia cristiana.
3. Biblia profética: Palabra hecha historia (carne de todos)
Las tres religiones “proféticas” (judaísmo, cristianismo, Islam) condensan su experiencia la revelación o Palabra de Dios hecha “libro sagrado”,testimonio de la verdad definitiva (biblia judía, biblia cristiana, Corán). Pero a pesar de tener una revelación histórica (o, mejor dicho, por tenerla) o pueden negar ni rechazar las biblias anteriores, sino que suponen su existencia, pues su Dios se manifiesta también por la naturaleza (como saben las religiones cósmica) y por la vida interior de cada ser humano (como saben las religiones de la interioridad, Tao, budismo, hinduísmo).
A veces se ha pensado que este “revelación especial” inutiliza (o condena) las revelaciones, como si fueran menores, imperfectas o perversas. Así, los magos y sacerdotes paganos, que conciben a Dios como poder del cosmos, serían impostores, puros idólatras a quienes se debe “convertir” por la fuerza o exterminar. Por su parte, los místicos de la interioridad, que buscan a Dios dentro de sí mismos, estarían al fin equivocados, pues Dios no habla en el interior de cada uno, sino que lo ha hecho sólo a través de un profeta especial (Moisés, Cristo, Mahoma).
Pues bien, en contra de eso, los auténticos cristianos (y judíos y musulmanes) saben que sus profetas y sus “biblias” no van en contra de los libros de la naturaleza y de la interioridad, sino que nos ayudan a entenderlos, descubriendo y desarrollando mejor su sentido. Los profetas (autores de los libros sagrados de las religiones monoteístas) no son puros sacerdotes cósmicos, ni expertos en mística interior, sino hombres y mujeres que se atreven a escuchar y recoger la palabra de Dios en la historia, asumiendo así un camino y tarea de revelación que se expresa en la liberación de los oprimidos (judaísmo), de los pobres (Jesús) y de los marginados de su tiempo (Mahoma).
El domingo pasado, el evangelio de Juan nos contó cómo Jesús entró en contacto con algunos de los que más tarde serían sus discípulos. Este domingo volvemos al evangelio de Marcos, que será el usado básicamente durante el Ciclo B. En tres escenas, las dos últimas estrechamente relacionadas, nos cuenta la forma sorprendente como comienza a actuar Jesús.
1ª escena: Anuncio del Reino y la conversión (Mc 1,14-15).
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía:
̶ Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio.
Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.
Momento.«Cuando detuvieron a Juan». Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío. Mc no se detiene en contar las causas de esta prisión (lo dirá más adelante), y parece dar por conocidos los hechos. ¿Qué hizo Jesús desde la estancia en el desierto hasta entonces? ¿Cuánto tiempo transcurrió? Mc no informa de ello. Lo único que sugiere es que el “precursor“, el mensajero, tiene que desaparecer de la escena antes de que Jesús comience su actividad.
Lugar de actividad. Galilea. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo. Galilea era una región de 70 km de largo por 40 de ancho, con desniveles que van de los 300 a los 1200 ms. En tiempos de Jesús era una zona rica, importante y famosa, como afirma Flavio Josefo (Guerra III, 41-43), aunque su riqueza estaba muy mal repartida, igual que en todo el Imperio romano. Zona también conflictiva y politizada. En ella se moverá Jesús. Podemos imaginarlo solo (siempre lo imaginamos acompañado de sus discípulos), subiendo cuestas, bajando al lago, recorriendo las aldeas de la orilla, deteniéndose a hablar con la gente.
Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).
Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el plazo, el reinado de Dios está cerca») y una invitación («convertíos y creed en la buena noticia»).
El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».
Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.
Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.
Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.
Cualquier persona de buena voluntad aceptaría la invitación a convertirse. Pero las personas de buena voluntad pueden ser también muy escépticas. Ante la idea de que «se ha cumplido el plazo» podrían sonreír, como nosotros cuando diversas sectas nos anuncian el inminente fin del mundo.
Para comprender bien el evangelio es importante que adoptemos ante Jesús una postura de distanciamiento. Sería bueno rebelarnos ante este aspecto de su mensaje y resistirnos a creer. Así entenderemos mejor lo que él quiere transmitir realmente y captaremos que no habla de un cataclismo, del fin del mundo, sino de la aparición de algo nuevo.
2ª escena: llamamiento de Simón y Andrés
Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo:
̶ Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres.
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.
Este acto fundamental de la vida de Jesús lo cuenta Marcos como la cosa más normal del mundo. Pasando por la orilla ve a dos muchachos. Se supone que no es una mirada rápida y superficial, como solemos ver a la gente que nos cruzamos por la calle. Es la visión de uno que busca seguidores e intuye lo profundo de la persona, lo que puede llegar a ser más que lo que es.
Marcos dice que son hermanos y cómo se llaman: Simón y Andrés. Queda claro quién es el primer discípulo llamado por Jesús: Pedro, que terminará siendo el más importante [1]. Están en la orilla, tirando el esparavel (avmfi,blhstron), una red pequeña que se lanza con la mano. (En Internet hay videos sobre este sistema de pesca, que sigue practicándose en nuestros días).
Jesús no los invita a seguirlo, se lo ordena: «Venid conmigo», y les promete una nueva profesión: «pescadores de hombres». La orden de seguirlo carece de paralelo en los grandes profetas. Isaías, Jeremías, Ezequiel, tuvieron discípulos; pero, que sepamos, a ninguno de ellos le ordenaron: «Vente conmigo». A lo sumo se podría citar el caso de Elías, que echa su manto sobre Eliseo, dándole a entender que quiere que lo siga (1 Re 19). Pero hay una diferencia esencial entre Elías y Jesús. Elías llama a Eliseo porque Dios se lo ha ordenado (1 Re 19,15). Jesús actúa por propia iniciativa y poder. También existe diferencia entre Jesús y los rabinos. Los rabinos tenían discípulos, y era típico de ellos seguir al maestro. Pero el rabino no los llamaba ni les daba la orden de seguirlo.
En cuanto a la promesa de convertirlos en «pescadores de hombres», lo más probable es que Simón y Andrés la interpretaran de forma muy sencilla, sin las complicaciones que pretenden algunos comentaristas.
En cualquier caso, «inmediatamente dejaron las redes (di,ktua) y lo siguieron». El cambio de sustantivo parece sugerir que, además del esparavel, tenían otras redes, y las dejaron todas.
3ª escena: llamamiento de Santiago y Juan
Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. A continuación los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él.
A Santiago y Juan los encuentra también en la orilla, dentro de la barca con su padre Zebedeo, remendando o preparando sus redes (di,ktua). En este caso se trataría de la red de trasmallo, para la que se requiere un bote de unos cinco o seis metros y, al menos, cuatro o cinco personas. A ellos no les habla de convertirse en pescadores de hombres, pero lo siguen «abandonando a su padre en la barca con los jornaleros». Quien conoce la historia de Elías y Eliseo advierte enseguida la diferencia: cuando Elías llama a Eliseo, este pide permiso para despedirse de sus padres y organiza un gran banquete. Elías se lo permite, con tal de que vuelva. No hay prisa. Cuando es Jesús quien llama no cabe dilación ni despedida. Se deja todo de inmediato.
Marcos parece sugerir que el sacrificio de estos dos hermanos es mayor: no dejan solo unas redes, sino a su padre y una barca. La presencia del padre, pescador, es normal. En cambio, la barca sugiere una diferencia social entre las dos parejas de hermanos. Basándose en este texto, Santiago Guijarro distingue entre los pescadores tres grupos bien diferenciados: «el de aquellos que tenían barca y redes, el de los que solo poseían redes, y el de quienes no poseían ninguna de las dos cosas y tenían que trabajar como jornaleros». Al primer grupo pertenecen Santiago y Juan; al segundo, Pedro y Andrés. En los dos casos, independientemente de la posición económica, es clara la radicalidad en el seguimiento de Jesús.
Unos protagonistas desconcertantes y misteriosos
Estos dos relatos de vocación, aparentemente tan fáciles de entender, están plagados de misterios cuando se piensa en los principales protagonistas.
Empezando por Jesús, ¿quién contrataría a cuatro pescadores para fundar y dirigir una multinacional? Solo un loco. No necesitan un título de las universidades de Jerusalén o Babilonia. No es preciso que hayan estudiado con los mejores rabinos ni que se sepan la Torá de memoria. Basta que quieran seguirlo renunciando a todo. Pero, ¿qué pretende Jesús? En este momento del evangelio, sin disponer de más datos, solo podemos decir que Jesús busca unas personas que lo acompañen, con intención de que le ayuden a aumentar el números de sus seguidores. ¿Con qué finalidad? No lo sabemos.
Si misteriosa resulta la conducta de Jesús, también lo es la de los cuatro llamados. ¿Qué los mueve a dejarlo todo, incluso al padre (de Simón no sabemos todavía que está casado) y seguir a Jesús sin conocerlo previamente? Aquí hay dos cuestiones distintas: el conocimiento previo y el seguimiento radical.
Que ya conocían a Jesús lo dan por seguro algunos aludiendo al cuarto evangelio, donde se dice que Jesús entró en contacto con ellos cuando el bautismo (Jn 1,35-51). O afirmando que el verdadero orden de los acontecimientos es el que se ha conservado en el evangelio de Lucas (4,31-5,11): después de curar a un hombre con espíritu inmundo, a la suegra de Pedro, después de otras muchas curaciones y expulsiones de demonios, cuando Jesús es ya de sobras conocido, es cuando llama a los cuatro primeros discípulos y estos lo siguen.
Pero este conocimiento previo no resuelve el problema del seguimiento radical, renunciando a todo. ¿Qué les movió a ello? Marcos no lo dice en este momento. Más adelante indicará que Santiago y Juan lo hicieron, al menos en parte, por ambición política: estaban convencidos de que Jesús llegaría a reinar en Jerusalén y ellos pretendían los dos primeros puestos en su corte (Mc 10,35-37). También Simón, al confesar a Jesús como Mesías, rechazando el sufrimiento y la muerte, demuestra una preocupación política. Sin embargo, esta explicación, aunque sea válida, supone adelantar datos. En este momento nos quedamos sin saber qué movió a los cuatro a seguir a Jesús.
Lo que no admite duda es que lo siguieron. Y esto debía provocar en los primeros lectores del evangelio de Marcos un profundo asombro ante el poder de atracción de Jesús y la disponibilidad absoluta de los discípulos. Algo en lo que se verían reflejados, porque también ellos y ellas habían sentido la llamada de Jesús y, a pesar de todas las dificultades y críticas, lo habían seguido.
Estos cuatro discípulos representan el primer fruto de la predicación de Jesús: creen en la buena noticia del Reinado de Dios, lo siguen y cambian radicalmente de vida.
La conversión de los ninivitas (Jonás 3,1-5.10)
La primera lectura ha sido elegida porque los ninivitas, los nazis de aquella época, al convertirse gracias a la predicación de Jonás, nos sirven de modelo. Mucho más motivo tenemos nosotros para convertirnos al escuchar la predicación de Jesús. Sin embargo, los motivos que aducen Jesús y Jonás son muy distintos: Jesús anima anunciando la cercanía del reinado de Dios; Jonás asusta anunciando que «dentro de cuarenta días Nínive será arrasada».
El Señor dirigió la palabra a Jonás: «Ponte en marcha y ve a la gran ciudad de Nínive; allí le anunciarás el mensaje que yo te comunicaré.
Jonás se puso en marcha hacia Nínive, siguiendo la orden del Señor. Nínive era una ciudad inmensa; hacían falta tres días para recorrerla. Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando:
– Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada.
Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron el ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al menor.
Vio Dios su comportamiento, como habían abandonado el mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles. Así que no la ejecutó.
«Señor, enséñame tus caminos» (Salmo 24)
El salmo encaja mucho más con el evangelio que con la primera lectura. Porque Jonás no enseña nada, solo amenaza. En cambio, Jesús, proclamando el evangelio de Dios, nos enseña a caminar por el camino que Dios quiere y nos recuerda que «el Señor es bueno y es recto, y enseña el camino a los pecadores». Aparte de agradecérselo, debemos pedirle: «haz que camine con lealtad»
[1] El cuarto evangelio, como vimos el domingo pasado, ofrece una tradición distinta: el primero en entrar en contacto con Jesús es Andrés, junto con otro muchacho anónimo (¿Juan?); y Andrés le habla a su hermano Simón Pedro de Jesús.
Te invito a ponerte en situación. Vas por la calle, un viernes por la tarde, por ejemplo; es una calle céntrica de tu ciudad, llena de tiendas, de cafeterías, de tráfico… y está repleta de gente. Caminas sola, e inevitablemente inmersa en tus pensamientos. Da igual cuáles sean, si son sobre tus preocupaciones o tus alegrías, incluso tus quehaceres; lo que sea, vas enfrascada. De pronto alguien te llama al mismo tiempo que te coge del brazo: “¡Lolaaa!». Contestas un poco alterada: “¡Ay!, perdona Marta, no te había visto”.
No la habías visto. Por un momento puedes pensar en la razón de ese no ver. Había mucha gente, está claro, o tal vez por el ruido, o porque te distraen las luces de la calle, los carteles, los escaparates, los bocinazos del tráfico… bla, bla, bla, todas son razones externas a ti.
Si quieres ponte en esta otra situación. Un atardecer de invierno vas caminando sola por el paseo de la playa, del faro o del puerto, con la vista y la mente perdidas a ratos en el horizonte, a ratos en las olas. La pobre Marta aquí también te tiene que hacer parar para oírte decir lo mismo: “¡no te había visto!”.
Ahora no vale que busques echar la culpa de tu distracción a los escaparates y a los bocinazos. Piensa, más bien, en tu mirar. ¿Cómo miras para no ver?
Jesús pasa junto al lago y ve a Simón y a Andrés, a Santiago y a Juan. Ve lo que son, no su apariencia o su vestimenta. Ve lo profundo de su ser, porque él mira el corazón.
Y cuando sientes su mirada, tu corazón desnudo ante él, haces lo mismo que Simón, Andrés y tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos que se han encontrado con la mirada del Maestro… lo dejas todo y le sigues.
Oración
Trinidad Santa, ayúdanos a mirar con amor. Ayúdanos a mirar como tú. Amén.
Comentarios desactivados en Rectifica tu manera de ver y todo cambiará.
Mc 1, 14-20
Seguimos con el evangelio de Marcos que vamos a leer durante todo este año. Es el primero que se escribió y tiene aún la frescura de los comienzos. Es el más conciso. No tiene grandes discursos de Jesús ni cuenta muchas parábolas. Le interesa sobre todo la vida cotidiana de Jesús. Su actitud vital para con los pobres y oprimidos es la verdadera salvación. Las curaciones y la expulsión de demonios, entendidos como liberación, son la clave para comprender el verdadero mensaje de salvación de este evangelio.
Cuando arrestaron a Juan. Quiere resaltar el evangelista que Jesús va a continuar la tarea del Bautista, pero a la vez deja clara la diferencia. ¡Recordad!: Los datos cronológicos no tienen importancia en la elaboración de un “evangelio”. En el evangelio de Juan, después de haber narrado el seguimiento de los primeros discípulos, después de contarnos la boda en Caná, la purificación del templo y el encuentro con Nicodemo, nos dice que Jesús fue con sus discípulos a la región de Judea y bautizaba allí, a la vez que Juan estaba bautizando en otro lugar y dice: “esto ocurrió antes de arrestar a Juan”.
Llegó Jesús a Galilea. Está claro que el evangelista quiere desligar la predicación de Jesús de toda connotación oficial. Lejos de las autoridades religiosas, lejos del templo y de todo lo que significaban ambas instituciones. Galilea era tierra fronteriza y en gran parte habitada por gentiles. Esto para un judío era, de entrada, una descalificación, pero tenía la ventaja de menor control oficial y mayores posibilidades de que la gente le entendiese.
Se puso a proclamar la “buena noticia” de parte de Dios. Había empezado él su evangelio diciendo que se trataba de exponer los orígenes de la “buena noticia de Jesús”. Estos textos son los que dieron origen a la palabra “evangelio”, cuyo género literario se inaugura con el escrito atribuido a Marcos. No debemos confundir el concepto de buena noticia con el que hoy tenemos de evangelio (género literario muy concreto). Por extraño que parezca, “euangelio” no significa “evangelio”. Hemos caído en un monumental fraude. Hemos confundido el estuche con la joya que debía contener. Aquí “euangelio” significa esa estupenda noticia que Jesús descubrió y nos comunicó de parte de Dios.
Se ha cumplido (colmado) el kairos. En la fiesta de Año Nuevo, hablamos del significado de “Cronos” y “Kairos”. Aquí el texto dice kairos, es decir, se trata del tiempo oportuno para hacer algo definitivo. No es que algún cronos sea especial. Cualquier cronos lo podemos convertir en kairos si nuestra actitud vital es adecuada. El texto nos está recordando que todos los kairos se han concentrado en el que ahora está presente.
Está despuntando el Reino de Dios. Esta expresión es la clave. No se trata de que Dios reine. Se trata de que Dios se haga presente entre nosotros, gracias a las actitudes de los seres humanos. Jesús hace presente ese Reino, que es Dios, porque sus relaciones con los demás, basadas en el amor y la entrega, hacen surgir en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista una verdadera empatía y compasión. Ese Reino está ya presente en Jesús porque fue capaz de eliminar toda injusticia.
¡Cambiad de mentalidad! “Convertíos”, no expresa bien el sentido del texto griego. ‘metanoeite’ no significa hacer penitencia ni arrepentirse sino cambiar de mentalidad, pensar de otra manera y afrontar la vida desde otra perspectiva. Lo que pide Jesús es una manera nueva de ver la realidad que no tiene por qué partir de una situación depravada. El cambio se exige como actitud que no de debe abandonarse nunca.
La llamada de los discípulos a continuación les obliga a hacer su personal cambio de rumbo (metanoya): “Dejan la barca y a su padre y le siguieron”. Aquí debemos hacer todos un serio examen de conciencia. ¿Cuántas veces hemos descubierto nuestros fallos y nos hemos conformado con ir a confesarlos, pero no hemos cambiado el rumbo? ¿De qué puede servir toda esa parafernalia si continuamos con la misma actitud?
Tened confianza en la buena noticia. La traducción oficial del griego “pisteuete” nos puede llevar a engaño. No se trata de creer la noticia sino de confiar en que es buena noticia para nosotros. Tanto en el AT como en el nuevo, la fe no es el asentimiento a unas verdades, sino la confianza en una persona. Si la buena noticia que Jesús predica viene de parte de Dios, podemos tener confianza plena en que es buena.
A la llamada de Jesús que acabamos de comentar, corresponden las primeras respuestas personales, de parte de unos simples pescadores sin preparación alguna, que se fiaron y fueron detrás de Jesús. Es muy significativo que el primer instante de su andadura pública, Jesús cuenta con personas que le siguen de cerca y están dispuestas a compartir con él su manera de entender la vida. La comunidad, por muy reducida que sea, es clave para poder emprender una vida cristiana.
Darse cuenta de que hemos emprendido un camino equivocado es la única manera de evitarlo. Cada vez que rechazamos un camino falso, nos estamos acercando al verdadero. Convertirse es rectificar la dirección para apuntar mejor a la meta. Pecado en el AT era errar el blanco. Da por supuesto que intentas dar en el blanco, pero te has desviado. Somos flechas disparadas que tienden a desviase del blanco y que constantemente tienen que estar contrarrestando esas fuerzas que nos distorsionan.
Convertirse no es abandonar el mal por el bien, porque el mal y el bien en el ser humano no se pueden separar nunca del todo. Para el maniqueísmo está todo demasiado claro: Son realidades distintas que deben estar separadas. Nunca hemos superado esa tentación. La realidad es muy distinta: ni el bien ni el mal se pueden dar químicamente puros. Siempre que trazamos una línea divisoria entre el bien y el mal, nos estamos equivocando. Lo que llamamos mal no tiene entidad propia, es solo ausencia de bien.
El mal (ausencia de perfección) no es un accidente, sino que pertenece a la misma estructura del hombre. Sin esa limitación, que hace posible el error, pero que también hace posible el crecimiento, no habría persona humana. La hondura del misterio del mal está precisamente ahí. Del mismo mal surge el bien y el mal acompaña siempre al bien. El afán maniqueo de eliminar el mal a toda costa no tiene nada de evangélico. Dice un proverbio oriental: si te empeñas en eliminar todos los errores dejarás fuera la verdad.
Con frecuencia necesitamos la advertencia de alguien que nos saque del error en el que estamos. Aún con la mejor voluntad podemos estar equivocados. Las mayores barbaridades de la historia de la humanidad se hicieron en nombre de Dios. Aún con la mejor intención de caminar hacia la meta, siempre estaremos necesitados de rectificar. Tenemos que aprender de los errores. Los humanos no tenemos otra manera de crecer.
Meditación
Lo que Jesús nos ha dicho es increíble, pero cierto.
Dios es amor, don total, absoluto y eterno.
Jesús me invita a experimentar esta realidad.
Seguirle es entrar en su misma relación con Dios.
Esa relación hará cambiar mi existencia
y empezaré al verlo todo de otra manera.
No hay lugar adonde ir salvo a cualquier parte, así que sigue caminando. (Jack Kerouac)
24 de enero. DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
MC 1, 14-20 Venid conmigo y yo os aliviaré (V17)
Acompañar a los demás en el camino de la vida es un servicio que nos demanda la existencia, pues la soledad no es buena compañera de viaje.
Jesús nos acompaña cada día bajo los parámetros de un proyecto de fraternidad, depositada en la memoria del recuerdo: una sucesión de lecciones que ben ser vividas con otros para ser mejor comprendidas.
Él era un caminante infatigable -y sigue siéndolo- que siempre nos acompaña a cuantas partes vayamos.
Por otra parte, basta un paseo por las estanterías destinadas a temas de acompañamiento para percatarnos de lo importante que es esta materia tan humana.
Y el evangelista Marcos dice en 11, 28: “Venid a mí los que andáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”.
“No temas, que contigo estoy yo te acompañaré, desde oriente traeré a tu estirpe; desde oriente te reuniré”, dijo el Señor a Isaías” (Is. 43, 5)
“No hay lugar adonde ir salvo a cualquier parte, así que sigue caminando” Jack Kerouac
Poema Serafín de Sarob (monje ruso del siglo XVIII-XIX)
Cuando ores, sé como el océano: calmado en lo profundo, aunque sus olas suban y bajen.
Mantén la calma en tu corazón y los malos pensamientos desaparecerán por sí solos.
Cuando ores, recuerda que el aliento que nos convirtió́ en vivientes de Dios procede y a Él regresa.
Une la palabra y la oración con la corriente de esta vida y nada se interpondrá entre ti y el Dador de todo don.
Cuando ores, sé como el pájaro que canta sin cesar ante el Creador, elevando como incienso su melodía.
Ora como la tórtola con la alegría de la libertad confiada y Dios hará nido en ti.
Comentarios desactivados en El Reino de Dios está cerca: De la expectación a la implicación comunitaria.
Mc 1, 14-20
Vivimos tiempos convulsos, cargados de incertidumbres, tiempos de desastres ecológicos y pandemias, de crisis económica, precariedades y pobreza por desposesión de bienes comunes. Es en este contexto en el que la Palabra de Dios se nos revela de forma provocadora y desinstaladora como una buena noticia inesperada desde el corazón del caos en el que estamos inmersas: “El Reino de Dios está cerca” o, dicho de otra manera, hay un futuro alternativo para la humanidad y la creación toda. Pero ese futuro implica pasar de la expectación, a la implicación, de la indiferencia o la impotencia a la corresponsabilidad y el cuidado de la vida en todas sus dimensiones, empezando por la más frágil y vulnerada.
Así lo descubrió también Jesús tras la detención de Juan Bautista, que fue para él un detonante, como hoy en nuestra vida hay también acontecimientos y personas que nos obligan a replantearnos opciones, formas de vida, estilos de relación y compromiso y que nos hacen descubrir que la realidad no es nunca un inconveniente sino una oportunidad, que todo tiempo, por duro que sea, puede convertirse en un kairós, en una posibilidad para transformar-nos y transformar y que más allá de las miradas exitosas y superficiales de la realidad la vida resiste y estalla desde abajo, abriendo grietas en situaciones inciertas, que piden otros ojos, otras miradas desde la interdependencia y el sentido comunitario y cuidadoso de la vida .
Como aquellos primeros discípulos y discípulas Jesús nos sigue invitando hoy, en la encrucijada de nuestro momento histórico y la cotidianidad de nuestra vida, a ser sus compañeros y compañeras. Etimológicamente compañeros vienen de “cum-panis”, que significa es compartir el mismo pan, el mismo sueño, su proyecto de inclusión, fraternidad y sororidad, empezando por los últimos y últimas. La cotidianidad es lugar de reconocimiento y encuentro. Jesús sabe mirarla en profundidad y por eso capta los deseos más hondos de aquellos pescadores que desde la sencillez de sus vidas nunca habían intuido otro horizonte. Como a ellos, si nos dejamos, el Evangelio nos abre a nuevas perspectivas de vida, nos trasforma la sensibilidad y nos convierte en servidores y servidoras del Reino. Para ello tenemos que dejar las viejas redes, soltar amarras y seguridades: estilos de vida, relaciones, consumo, etc, que no nos llevan a una mayor humanización y sostenibilidad sino al colapso.
¿Qué cambios pide de nosotros y nosotras la crisis que estamos viviendo? ¿en qué signos descubrimos la novedad del reino y cómo empujarlos con vigor y energía comunitaria?
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Domingo III del Tiempo Ordinario
24 enero 2021
Mc 1, 14-20
En un sentido profundo, la búsqueda es signo de ignorancia, porque nace de nuestra identificación con el yo separado y, por tanto, con la carencia. Sin embargo –en una muestra más de nuestra constitución paradójica o de los “dos niveles” que nos constituyen–, necesitamos buscar para llegar a comprender que la búsqueda es innecesaria. Ahora bien, en este camino, ¿cómo buscar?
En la literatura teísta hay un cuento que habla de un joven que estaba decidido a ver a Dios. Se puso en camino y encontró a un anciano sabio al que le preguntó cómo conseguirlo. El anciano le pidió que lo acompañara hasta un lago que se hallaba cerca. Una vez dentro del agua, puso sus manos en la cabeza del joven y empujó con fuerza hacia abajo hasta sumergirla por completo. Tras unos momentos que al muchacho se le antojaron eternos, el anciano aflojó la presión y dirigiéndose a él le preguntó: “¿Qué es lo que más deseabas cuando estabas debajo del agua?”. “El aire”, respondió el joven. “Pues bien, concluyó el anciano, hasta que no desees a Dios con la misma fuerza con que deseabas el aire nunca lo podrás encontrar”.
La búsqueda sincera es sumamente exigente. Requiere entrega radical, atención plena, desprendimiento de todo lo demás que pudiera entretenernos o distraernos. Lo cual no significa abogar por un camino “ascético” –en el sentido habitual que se le da a este término– ni privilegiar la renuncia. Más bien al contrario, es la puerta que abre a una vida en plenitud y en coherencia con lo que realmente somos.
Estos rasgos parecen apreciarse en el texto evangélico, un relato estereotipado de seguimiento. Seguramente, las cosas no sucedieron así –ni en la forma de llamar ni en la forma de seguir–, pero al autor le interesa subrayar las actitudes: abandonar todo lo demás y convertirse en “pescadores de hombres”.
Al soltar, nos entrenamos en la desapropiación y la gratuidad, rasgos característicos de la búsqueda honesta. Y eso nos va convirtiendo en “pescadores de hombres”, es decir, en personas que ayudan a vivir a otras, liberándolas del “mar” de la confusión y del sufrimiento.
Y ahí se descubre la “buena noticia”: el “Reino de Dios” ya está aquí. Ya somos aquella plenitud –la “búsqueda de Dios”, en el cuento inicial– que impulsó nuestra búsqueda. Su comprensión ha transformado nuestro modo de ver y de vivir: esa es la “conversión”.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Nínive: un breve dibujo animado, un jonás nada católico.
El libro de Jonás es una novela muy breve, quizás unos dibujos animados o un power point.
Dios le dice a Jonás: ve a Nínive, que allí las cosas van de mal en peor, la corrupción es enorme. El pobre Jonás no estaba para muchas filosofías y encíclicas; estaba cansado, más bien harto, de aquella postmodernidad que le tocaba vivir.
Nínive era una ciudad próspera, muy populosa, pero lamentablemente su situación humana y espiritual era peor que mala. Tal vez como nuestra postmodernidad, aunque en estos momentos estemos atrapados por la pandemia.
Jonás quiere que le dejen de líos y se le antoja irse de vacaciones, a un crucero. Jonás se embarca en una nave y, aunque espera que el viaje transcurra como si fuese el mejor trasatlántico del mundo, sin embargo el barco de Jonás es zarandeado por el temporal y la cosa se pone mal hasta el punto de que los tripulantes le echan la culpa de la tempestad y arrojan a Jonás por la borda al mar.
Entonces es cuando aparece la ballena (que es el mismo símbolo del arca de Noé y la barca de la iglesia), que se traga y salva así a Jonás. La ballena devuelve a Jonás a tierra firme.
Dios le llama y le dice por segunda vez a Jonás, sano y salvo: Haz el favor de ir a Nínive y proclama el mensaje de vida que yo te diré.
Dios no deja nunca de su mano a nadie. Dios no abandona nunca la nave. Jonás se lo pensó, pero fue a Nínive, rezongando y a disgusto, y allí proclamó el mensaje de salvación.
Y Nínive -los ninivitas- cambiaron de vida. Dios perdona siempre (Jonás 3,10). (Conversión).
Un apéndice poco -nada- cristiano
Un detalle curioso es que Jonás se enfada porque Dios ha perdonado a Nínive, a los ninivitas. Jonás dice: después de esto, que has hecho con Nínive (perdonarles), mejor morirse a seguir viviendo. (Jonás 4,3.8). Y Jonás se dijo a sí mismo: “que paren el mundo, que me bajo”, y se fue al “monte” con una tienda de campaña, se puso a la sombra de un ricino y a vivir. Pero hasta el ricino (el árbol) se le secó y Jonás se enfada hasta con aquel árbol al que un gusano había dañado
Dios le dice: ¿te enfadas ya hasta con los árboles? (Jonás 4,9).
Sí, me parece bien enfardarme hasta la muerte, responde Jonás.
Y Dios termina como lo que es, como un buen padre y un Dios, con un gran sentido común: ¿por qué no voy a tener compasión de Nínive en la que hay más de 120.000 personas que aún no distinguen entre el bien y el mal?
La postura de Jonás es la de muchos católicos: ¿cómo va a recibir la misma recompensa ese o esa que han vivido “perdidamente” que yo, que me he privado o he sido austero, he vivido en ayunos, penitencias, con cilicios y entre liturgias. ¿Por qué esos perdidos van a recibir la misma recompensa, que yo, etc.?
¡Mucho cambiarían las cosas en la Iglesia, y fuera de ella, si en vez del “ordeno y mando”, viviéramos en bondad y misericordia, comprensión y libertad!
Jonás era un buen católico.
Dios era ya un espléndido “cristiano”.
De Jonás a Jesús.
Jesús anuncia también la salvación, la vida, “el Reino de los cielos está cerca”. Y nos llama, como a los ninivitas, a creer en Él y a convertirnos. (La iniciativa salvífica siempre es de Dios).
Conversión (metanoia) significa transformación personal, cambio de mentalidad.[1] Pero para que se dé un cambio tan profundo en mi ser, he de ver algo muy valioso que me llama con fuerza, algo que merece la pena, capaz de cambiar y mejorar mi persona, mi vida y la de mi iglesia, familia, la vida de mis conciudadanos.
Se podría decir que la conversión “no la realizo yo”, sino que algo o Alguien me llama irresistiblemente.
Muchas de las cosas y palabras que se barajan y presentamos en la iglesia no tienen el más mínimo interés, ni la más mínima fuerza y valor como para cambiar la vida de una persona.
Solo el amor es digno de la fe, decía von Balthasar.
Una iglesia que no sirve (servicio) no sirve para nada escribía, (Gaillot).
Uno se convierte, dirige su mirada solamente al amor, a la bondad, al servicio, a la ayuda. Valores que el entramado eclesiástico actual son muy poco tenidos en cuenta. El Derecho canónico, la ley, los ritos litúrgicos convierten poco, más bien nada. Son poco más que el Código de tráfico. Una Iglesia que sirve a los pobres, pecadores, enfermos, encarcelados, adictos, que trabaja por la paz, es creíble, lo demás es papel mojado…
Jesús trataba y comía con pecadores y publicanos, daba de comer, curaba enfermos, defendía a la mujer, sentía lástima de las gentes porque andaban como ovejas sin pastor. A Jesús nunca se le ve presidiendo una liturgia o un acto religioso en el Templo…
Es ya clásica la afirmación del filósofo alemán M. Heidegger (1889-1976): solamente Dios puede salvarnos. Solamente el buen Dios de Jesús puede salvarnos.
Conversión en la debilidad humana.
Tal vez, por nuestra tradición tridentina frente al protestantismo naciente, en la que afirmamos nuestros méritos, pensamos que la conversión la realizamos nosotros con nuestra fuerza y nuestras capacidades.
Nos parece que la conversión es un acto potente que yo realizo en unos Ejercicios espirituales o en un retiro, cuando en realidad el comienzo de la conversión está precisamente en nuestra incapacidad, en nuestra debilidad física, moral, espiritual, psíquica.
El hijo pródigo recapacita cuando se ve hundido en la miseria. Seguro que al hijo perdido le vendrían a la mente unos cuantos retazos de los salmos, de la vida: Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi vida», (salmo 114). Dios mío, ¡qué desgraciado soy!, (salmo 115). En estos momentos no soy nada, no tengo nada, ni fuerzas para pedirte perdón (Daniel 3). Espera en el Señor, ten ánimo, sé valiente, (salmo 26). Estando yo sin fuerzas, me salvó.
La conversión en muchas ocasiones es únicamente ponerse como el publicano de la parábola y decir sin palabras: “Señor, ¡ten paciencia conmigo!”.
La conversión la realiza Dios en nosotros, el Dios de Jesús, el Dios perdonador de Nínive y de San Sebastián.
Creed en la Buena nueva de Jesús
[1] Meta: más allá; nous conocimiento, mentalidad. En castellano hay algunas palabras que llevan esta componente: dia – nóus (diagnóstico), pro – nous (pronóstico).
Una mujer muy militante cristiana me preguntaba el otro día cómo se hace eso de evangelizar. Yo le comentaba que sobre todo escuchando. Escuchar es mucho más que oír, es acoger, penetrar en las personas y en su vivencia, contactar con el Dios que vibra en cada corazón. Llegar al fondo de sus vivencias de fe.
Hoy quiero añadirle otra pista: dialogando, resonando… Después de escuchar, ya empezamos a descubrir, a hablar, a anunciar… A prestar oído al eco de la presencia divina en todas las personas y realidades. Oír esa resonancia. Ahí nos habla Dios.
Se trata de contemplar primero la realidad de la vida, los hechos. Pero contemplar a fondo, saboreando la presencia de Dios en nuestra realidad, escuchando lo profundo de los asuntos.
“Todos somos misioneros de todos. Misión ya no es proselitismo, sino reciprocidad. Es dejarte permeabilizar por el otro tanto como tú compartes lo tuyo con él. La misión es irradiación gratuita de lo que a ti te da vida. Compartir tu luz, pero dejando que el otro también irradie la suya. El proselitismo, por el contrario, es una devoración del otro”. X. Melloni
Necesito entrar en diálogo con los demás: con sus pensamientos, sugerencias, ideas… y experimentar a Dios Palabra. Irradiar su ser sin anular el ser del prójimo, sino compartiendo.
Por eso, para anunciar, para evangelizar, me evangelizo yo, contrasto en fe vivencial con otras personas. No les doy mis pensamientos, mis mensajes, sino que soy capaz de poner en diálogo permanente lo mío y lo de los demás. Dios se hace ahí actuante.
Vengo de participar en una eucaristía donde el predicador nos ha dicho que Jesús es la LUZ y que nosotros tenemos que ser luz. “Por eso hay que luchar para defenderla”. Así que ha hablado contra el aborto y la eutanasia… Era imposición, enseñar, adoctrinar.
Me hubiese gustado más el ofrecer: “¿mi verdad?, no, ¿tu verdad?, no”. Encontrémosla juntos.
Muchas veces me encuentro dando ideas, mensaje, doctrina. Y serán necesarios, pero sobre todo se trata de transmitir que soy seguidor de Jesús y escuchar el sentir del otro para poder empezar un diálogo.
No podemos entender literalmente todos los textos de las celebraciones de Navidad. Son mucho más. Son la descripción de una epifanía que me llega, no a la cabeza, sino a mi persona entera, para evocar su mensaje en mi corazón. Igual que María que pasaba estas cosas “meditándolas en su corazón”.
Comentarios desactivados en Éste es el Cordero de Dios.
Todo comenzó con un encuentro fortuito
un día cualquiera
a eso de las cuatro de la tarde,
una hora sin programaciones.
Tú pasaste cerca
y alguien les dijo quién eras;
ellos te siguieron sin decir nada,
e, intrigado, les preguntaste:
¿Qué buscáis?;
y te respondieron al estilo gallego:
¿Dónde vives, Rabbí?
Tú seguiste el diálogo diciéndoles:
Venid y lo veréis.
Y en un solo día se enamoraron de ti.
Así comenzó a tejerse el tapiz de tus sueños,
y el de ellos,
y el nuestro,
y el de otros que no sabemos…
Los primeros hilos fueron dos amigos y vecinos
que compartían inquietudes y maestro,
Andrés y Juan Zebedeo;
después, el hermano de uno de ellos, Simón Pedro;
y a continuación, Felipe,
un vecino de todos conocido e inquieto,
que se lo contó a su amigo de siempre,
Natanael, que era recto y bueno
y un poco escéptico,
al cual tú ya le habías echado el ojo
viéndolo ocioso.
Así, con muchos hilos finos y gruesos,
y de colores muy diversos…
hasta llegar a nosotros.
Y gracias a este tejer, en red y gratis,
tu nombre y buena noticia resuenan todavía
en nuestro mundo e historia
como algo que merece la pena y da alegría.
Y nosotros
vamos aprendiendo a ser discípulos tuyos
en esta tierra, día a día, Señor.
*
Florentino Ulibarri
Fuente Fe Adulta
***
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
-“Éste es el Cordero de Dios.”
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
–“¿Qué buscáis?”
Ellos le contestaron:
-“Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”
Él les dijo:
-“Venid y lo veréis.“
Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
-“Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).”
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
–“Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).”
*
Juan 1,35-42
***
Señor Jesús, te miro, y mis ojos están fijos en tus ojos. Tus ojos penetran el misterio eterno de lo divino y ven la gloria de Dios. Y son los mismos ojos que vieron Simón, Andrés, Natanael y Leví […]. Tus ojos, Señor, ven con una sola mirada el inagotable amor de Dios y la angustia, aparentemente sin fin, de los que han perdido la fe en este amor y son «como ovejas sin pastor».
Cuando miro en tus ojos me espantan, porque penetran como lenguas de fuego en lo más íntimo de mi ser, aunque también me consuelan, porque esas llamas son purificadoras y sanadoras. Tus ojos son muy severos, pero también muy amorosos; desenmascaran, pero protegen; penetran, pero acarician; son muy profundos, pero también muy íntimos; muy distantes, pero también invitadores.
Me voy dando cuenta poco a poco de que, más que «ver», deseo «ser visto»: ser visto por ti. Deseo permanecer solícito bajo tu morada y crecer fuerte y suave a tu vista. Señor, hazme ver lo que tú ves -el amor de Dios y el sufrimiento de la gente-, a fin de que mis ojos se vuelvan cada vez más como los tuyos, ojos que puedan sanar los corazones heridos.
*
H. J. M. Nouwen,
In cammino verso l’alba di un giorno nuovo,
Brescia 1997, pp. 88ss.
Comentarios desactivados en “Hacernos más cristianos”. 2 Tiempo ordinario – B (Juan 1,35-42)
¿Esto que vivo yo es fe?, ¿cómo se hace uno más creyente?, ¿qué pasos hay que dar? Son preguntas que escucho con frecuencia a personas que desean hacer un recorrido interior hacia Jesucristo, pero no saben qué camino seguir. Cada uno ha de escuchar su propia llamada, pero a todos nos puede hacer bien recordar cosas esenciales.
Creer en Jesucristo no es tener una opinión sobre él. Me han hablado muchas veces de él; tal vez he leído algo sobre su vida; me atrae su personalidad; tengo una idea de su mensaje. No basta. Si quiero vivir una nueva experiencia de lo que es creer en Cristo, tengo que movilizar todo mi mundo interior.
Es muy importante no pensar en Cristo como alguien ausente y lejano. No quedarnos en el «Niño de Belén», el «Maestro de Galilea» o el «Crucificado del Calvario». No reducirlo tampoco a una idea o un concepto. Cristo es una «presencia viva», alguien que está en nuestra vida y con quien podemos comunicarnos en la aventura de cada día.
No pretendas imitarle rápidamente. Antes es mejor penetrar en una comprensión más íntima de su persona. Dejarnos seducir por su misterio. Captar el Espíritu que le hace vivir de una manera tan humana. Intuir la fuerza de su amor al ser humano, su pasión por la vida, su ternura hacia el débil, su confianza total en la salvación de Dios.
Un paso decisivo puede ser leer los evangelios para buscar personalmente la verdad de Jesús. No hace falta saber mucho para entender su mensaje. No es necesario dominar las técnicas más modernas de interpretación. Lo decisivo es ir al fondo de esa vida desde mi propia experiencia. Guardar sus palabras dentro del corazón. Alimentar el gusto de la vida con su fuego.
Leer el evangelio no es exactamente encontrar «recetas» para vivir. Es otra cosa. Es experimentar que, viviendo como él, se puede vivir de manera diferente, con libertad y alegría interiores. Los primeros cristianos vivían con esta idea: ser cristiano es «revestirse de Cristo», reproducir en nosotros su vida. Esto es lo esencial. Por eso, cuando dos discípulos preguntan a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?», ¿qué es para ti vivir? Él les responde: «Venid y lo veréis».
Comentarios desactivados en “Vieron dónde vivía y se quedaron con él”. Domingo 17 de enero de 2021. 2º domingo de tiempo ordinario
Leído en Koinonia:
1Samuel 3,3b-10.19: Habla Señor, que tu siervo escucha. Salmo responsorial: 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. 1Corintios 6,13c-15a.17-20: Vuestros cuerpos son miembros de Cristo. Juan 1,35-42: Vieron dónde vivía y se quedaron con él
La primera y la tercera lecturas se complementan presentándonos el tema de «la vocación»: la vocación del pequeño Samuel en la primera, y la vocación o el llamado de Jesús a sus primeros discípulos.
El libro de Samuel nos presenta la infancia del joven Samuel en el templo al cual fue consagrado por su madre en virtud de una promesa. El niño duerme, pero una voz lo llama. Creyendo que es la voz de su maestro Elí, con ingenua obediencia se levanta el niño tres veces en la noche acudiendo a su llamado. Samuel no conoce aún a Yahvé, pero sabe de la constancia en la obediencia, y sabe acudir al llamado, una vez más, aun cuando en las primeras ocasiones le parecía haberse despertado en vano. Elí comprendió que era Yahvé quien llamaba al niño y le enseñó entonces a crear la actitud de escucha: “Habla señor, que tu siervo escucha”.
La vida actual está llena de ruido, palabras que van y vienen, mensajes que se cruzan y con frecuencia los seres humanos perdemos la capacidad del silencio, la capacidad de escuchar en nuestra interioridad la voz de Dios que nos habita. Dios puede continuar siendo aquel desconocido de quien hablamos o a quien afirmamos, creer pero con quien pocas veces nos encontramos en la intimidad del corazón, para escuchar contemplativamente.
Este texto sobre Samuel niño se ha aplicado muchas veces al tema de la “vocación”, palabra que, obviamente, significa “llamado”. Toda persona, en el proceso de su maduración, llega un día –una noche- a percibir la seducción de unos valores que le llaman, que con una voz imprecisa al principio, le invitan a salir de sí y a consagrar su vida a una gran Causa. Esas voces vagas en la noche, difícilmente reconocibles, provienen con frecuencia de la fuente honda que será capaz más tarde de absorber y centrar toda nuestra vida. No hay mayor don en la vida que haber encontrado la vocación, que es tanto como haberse encontrado a sí mismo, haber encontrado la razón de la propia vida, el amor de la vida. No hay mayor infortunio que no encontrar la razón de la vida, no encontrar la Causa con la que uno vibra, la Causa por la que vivir (que siempre es, a la vez, una causa por la que incluso merece la pena morir).
Pablo, en su carta a los corintios, nos recuerda que el cuerpo es templo, y que toda nuestra vida está llamada a unirse a Cristo, por lo que es necesario discernir en todo momento, qué nos aleja y qué nos acerca al plan de Dios. Por que la relación con Dios, no hace referencia solamente a nuestra experiencia espiritual sino a toda la vida: el trabajo, las relaciones humanas, la política, el cuidado del cuerpo, la sexualidad… En todo momento en cualquier situación debemos preguntarnos si estamos actuando en unidad con Dios y en fidelidad a su plan de amor para con todo el mundo.
En el evangelio de hoy, Juan nos relata en encuentro de Jesús con los primeros discípulos que elige. Es un texto del evangelio, obviamente simbólico, no un relato periodístico o una “crónica” de aquellos encuentros. Todavía, algunos de los símbolos que contiene no sabemos interpretarlos: ¿qué quiso Juan aludir, al especificarnos que… “serían las cuatro de la tarde”? Hemos perdido el rastro de lo que pudo tener de especial aquella hora concreta como para que Juan la detalle.
Dos discípulos de Juan escuchan a su maestro expresarse sobre Jesús como el “cordero de Dios”, y sin preguntas ni vacilaciones, con la misma ingenuidad que el joven Samuel que hemos contemplado en la primera lectura, «siguen» a Jesús, es decir, se disponen a ser sus discípulos, lo que conllevará un cambio importante para sus vidas. El diálogo que se entabla entre ellos y Jesús es corto pero lleno de significado: “¿Qué buscan?”, “¿Maestro donde vives?”, ”Vengan y lo verán”. Estos buscadores desean entrar en la vida del Maestro, estar con él, formar parte de su grupo de vida. Y Jesús no se protege guardando las distancias, sino que los acoge sin trabas y los invita nada menos que a venir a su morada y quedarse con él.
Este gesto simbólico se ha comentado siempre como una de las condiciones de la evangelización: no basta dar palabras, son precisos también los hechos; no sólo teorías, sino también vivencias; no «hablar de» la buena noticia, sino mostrar cómo la vive uno mismo, en su propia carne estremecida de gozo. O sea: una evangelización completa debe incluir una visión teórica, pero sobre todo tiene que ser un testimonio. El evangelizador no es un profesor que da una lección, sino un testigo que ofrece su propio testimonio personal. El impacto del testimonio de vida del maestro, conmueve, transforma, convence a los discípulos, que se convierten en testigos mensajeros.
Seguir a Jesús, caminar con él, no puede hacerse sino por haber tenido una experiencia de encuentro con él. Las teorías habladas –incluidas las teologías–, por sí solas, no sirven. Nuestro corazón –y el de los demás– sólo se conmueve ante las teorías vividas, por la vivencia y el testimonio personal.
En la vida real el tema de la vocación no es tan fácil ni tan claro como lo solemos plantear. La mayor parte de las personas no pueden plantearse la pregunta por su vocación, no pueden «elegir su vida», sino que han de aceptar lo que la vida les presenta, y no pocas tienen que esforzarse mucho para sobrevivir apenas. El llamado de Dios es, ahí, el llamado de la vida, el misterio de la lucha por la sobrevivencia y por conseguirla del modo más humano posible. Este llamado, la «vocación» vivida en estas difíciles circunstancias de la vida, son también un verdadero llamado de Dios, que debemos valorar en toda su dignidad. Leer más…
Comentarios desactivados en 17.01.21. Dom 2 tiempo ordinario ciclo B Jesús fue Bautista antes que Cristo (Jn 1, 35-51), un tema aún abierto
Del blog de Xabier Pikaza:
Antes que cristo, Jesús fue bautista, discípulo y compañero de Juan, con quien compartió misión y discípulos comunes. El cambio de Jesús, dejando a Juan para hacerse testigo y portador del Reino, fue mayor que todos los cambios posteriores de la Iglesia (incluso el que ahora, 2021, debe realizarse).
Según Marcos, Jesús se bautizó con Juan, pero no fue discípulo suyo, sino que inició otro camino junto al “mar”de Galilea,no a la vera del Jordán, con cuatro pescadores (Simón y Andrés, Juan y Santiago: Mc 1, 16-20) a quienes llamó, como si antes no les hubiera conocido.
A diferencia de eso, y querido corregir (resituar) a Marcos, el Evangelio de Juan declara que Jesús fue discípulo de Juan Bautista, cuyo camino “reformó” y algunos de cuyos discípulos tomó como suyos.
Eso significa que Jesús no fue a buscar unos simples “pescadores” junto al lago, para iniciar con ellos su camino, sino que ese camino lo había iniciado con unos “especialistas” religiosos, discípulos de Juan Bautista (Andrés y Simón, Felipe y Natanael y probablemente el Discípulo amado).
Ese “detalle” resulta fundamental para planear y asumir hoy (año 2021) los cambios necesarios en la vida y ministerios de la Iglesia.
| X Pikaza
Evangelio del domingo: Jn 1, 31-51
En aquel tiempo, estaba Juan Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Éste es el Cordero de Dios.” Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?” Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?” Él les dijo: “Venid y lo veréis.” Entonces fueron, y vivieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).” Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).
Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: «Sígueme». Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Es Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». 48Natanael le contesta: «¿De qué me conoces?». Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Natanael respondió: «Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». esús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».
Jesús Bautista
El Cuarto Evangelio supone que, durante algún tiempo, Jesús fue no sólo discípulo de Juan Bautista, sino “colega” suyo, compartiendo su misión bautismal como discípulo suyo, creando de esa forma un grupo propio grupo, de manera que puro haber incluso “competencia” entre unos discípulos y otros (los de Juan y los de Jesús)
Después de esto, se fue Jesús con sus discípulos al país de Judea; y allí permanecía con ellos y bautizaba. Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salim, porque había allí mucha agua, y la gente acudía y se bautizaba. Pues todavía Juan no había sido encarcelado. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y un judío acerca de la purificación… (Jn 3, 22-25).
Este pasaje supone que Jesús creó su propia escuela de “bautistas” junto a la de Juan o, quizá, como una parte de ella, después de haber sido bautizado, quizá para ampliar y universalizar la experiencia de conversión del Bautista, para anunciar y adelantar de esa manera el juicio. En esa línea, de un modo consecuente, el Cuarto Evangelio supone que los primeros discípulos de Jesús fueron (habían sido) antes discípulos del Bautista, de forma que compartieron con Jesús el camino que llevaba del bautismo de Juan al anuncio del Reino con Jesús (cf. Jn 1, 19-51)
Frente a la visión más teológica de Mc 1, 16-20, donde Jesús llama directamente a unos discípulos ajenos al Bautista, para iniciar con él la gran tarea de la pesca del Reino, el Cuarto Evangelio (Jn 1, 19-51) afirma que algunos discípulos de Jesús (Andrés y un desconocido que debe ser el “discípulo amado”, con Pedro, Felipe, Natanael (cinco entre todos), habían sido antes discípulos de Juan, lo mismo que Jesús, de manera que compartieron con él una misma experiencia bautismal, vinculada a la confesión de los pecados y a la esperanza del juicio.
Eso supone que Jesús buscó sus primeros compañeros entre los discípulos de Juan, de manera que su “escuela” (lo que después será su movimiento de Reino) empezó siendo una “escisión” de la de Juan, con quien él había colaborado por un tiempo, después de haber sido bautizado.
– El evangelio habla en este contexto de una discusión entre los discípulos de Juan (en la línea de su maestro) y un “judío”, que parece ser el mismo Jesús, como destacan algunos manuscritos (cf. Novum Testamentum Graece, DB, Stuttgart 1993, 254). Según eso, el mismo Jesús debió “enfrentarse” (=discutir) con algunos discípulos de Juan sobre el sentido del bautismo. Se trataba, sin duda, de disensiones necesarias y lógicas. Si Jesús no hubiera disentido del Bautista no habría creado su propio movimiento.
Quizá por ocultar esa relación (con la dependencia de Jesús respecto a Juan) y el posible enfrentamiento entre discípulos de Juan y de Jesús, Marcos supone que Jesús no estuvo ningún tiempo con Juan Bautista, sino que vino junto a él (al terreno del río), se bautizó y se marchó (Mc 1, 9-11), para ser tentado por el Diablo y comenzar su actividad tras la prisión del Bautista (cf. Mc 1, 14), indicando así que Jesús fue su sucesor (nunca su colaborador).
Pues bien, en contra de eso, el cuarto evangelio (cf. Jn 1, 29-51; 3,22-30 y 4, 1-2) afirma categóricamente que la misión de Jesús (y sus discípulos) estuvo vinculada por un tiempo a la misión de Juan, de forma que tuvieron discípulos “comunes”, de forma que el movimiento de Jesús fue una escisión de Juan, de manera que se aprovechó incluso de algunos de sus discípulos, para iniciar con ellos un camino compartido de Reino.
Enfrentamiento entre Juan y Jesús (o entre sus discípulos)
Cuando Jesús conoció que los fariseos habían oído que él (Jesús) hacía más discípulos que Juan y que bautizaba – aunque no era Jesús quien bautizaba, sino que lo hacían sus discípulos – dejó Judea y fue de nuevo a Galilea (Jn 4, 1-2).
Un texto anterior (Jn 3, 22-25) decía que Juan y Jesús bautizaban en lugares no muy distantes: Juan en Ainón, cerca de Salim, que ser de la Decápolis (de donde pasó a Perea, territorio de Antipas, en cuyas manos le entregaron: Mc 1, 14); Jesús en una zona de Judea, es decir, ya al otro lado del Jordán.
En ese contexto, el Cuarto Evangelio supone que en un momento dado la misión bautismal de Jesús llegó a tener más importancia que la de Juan bautista (cf. también Jn 3, 30), aunque después añade un inciso (paréntesis) justificativo, afirmando que realmente Jesús no bautizaba, que lo hacían los discípulos (4, 2).
Ese “inciso” (aunque Jesús no bautizaba) parece probar todo lo contrario, puede debe tomar como una “excusa o justificación” , propia de un cristiana posterior, que no quiere aceptar que Jesús hubiera sido “bautista” y discípulo de Juan. Todo nos lleva a pensar que esa “justificación” no tiene fondo histórico y que Jesús de hecho bautizaba, como Juan, aunque podía ser con unos rasgos o matices diferentes, como muestra el texto anterior de la disputa entre (discípulos de) Juan y Jesús (Jn 3, 22-25). De todas formas, aunque Jesús no se hubiera dedicado a bautizar directamente, sino que lo hicieran sus discípulos, el problema seguía siendo el mismo. Jesús ha creado una “escuela” de bautistas, imitadores de la “escuela” de Juan.
A partir de aquí se deducen algunas consecuencias históricas que son muy importantes para conocer el desarrollo de la conciencia o, mejor dicho, de la identidad y misión de Jesús, que no estuvo de paso con Juan Bautista, sino que formó parte de su escuela, recibió su bautismo y empezó realizando una tarea semejante: Mantenerse junto al agua del río, proclamando un bautismo de penitencia para perdón de los pecados.
Antes de “separarse” de Juan e iniciar su misión propia, Jesús era ya “alguien”: Descubrió y “maduró” su doctrina al lado de Juan y después como “competidor” suyo, en un camino en el que, desde la perspectiva cristiana, el discípulo acabó siendo mayor que el maestro, como Jn 3, 26-36 se ha esforzado por mostrar.
Jesús fue un tiempo discípulo de Juan, de tal forma que no sólo ha recibido su bautismo (ha entrado en su comunidad), sino que se ha sentido llamado a cooperar con él, aunque con variantes, buscando sus discípulos entre los de Juan, y bautizando con ellos. Eso significa que, en ese momento, a los ojos de Jesús, el movimiento de Juan no estaba vinculado de una forma exclusivista a su persona, sino que podía ser asumido, compartido y expandido por otros, que proclamaran también la llegada del juicio, oreciendo un bautismo de “liberación” een el trance del juicio.
Entre Jesús Juan pudo (y debió) haber diferencias de matiz y de lugar, pues se dice que Jesús y sus discípulos estaban en Judea (Jn 3, 22), en la parte occidental del Jordán, que es ya tierra prometida, suponiendo así que habían “cruzado” el río de las promesas, bautizando ya “desde el otro lado”. Por el contrario, parece que Juan y sus discípulos seguían al otro lado, “en Ainón, cerca de Salim” (3, 23), entre Perea y Decápolis, sin entrar en la tierra prometida.
Disputa. En ese contexto, mientras ambos bautizaban en lugares no lejanos, surgió una disputa entre los “discípulos de Juan” y un “judío (o los judíos, o Jesús: según las variantes del texto: Jn 3, 22-25) sobre las purificaciones,es decir, los bautismos. Este pasaje puede recoger una disputa posterior entre judíos sin más (quizá fariseos), discípulos de Juan y discípulos de Jesús (cristianos)…, pero todo nos hace pensar que en el fondo está el recuerdo de una discusión entre (discípulos de) Jesús y (de) Juan. Ese tema (sobre el signo e importancia del bautismo) se hallaba entonces en el centro de las discusiones proféticas y apocalípticas del judaísmo.
En un momento dado, Jesús y sus discípulos dejan de bautizar.Parece que, en aquel momento, el “ministerio de Juan” resultaba públicamente más visible que el de Jesús (y el otros bautista), de forma que Herodes Antipas sólo le condenó a él, y no a Jesús (aunque eso pueda deberse al hecho de que Juan bautiza en territorio de Antipas, mientras Jesús estaría por entonces en un territorio controlado por Pilato, procurador romano). Sea como fuere, Jesús y sus discípulos dejaron de bautizar, como supone no sólo Mc 1, 14-15, sino también Jn 4,3, cuando dice que Jesús dejó el Jordán y vino (volvió) a Galilea. Ese abandono del bautismo tuvo que deberse a un tipo de experiencia fuerte relacionada con Juan (que fue encarcelado) y de Jesús (que empezó a descubrir la novedad de su camino de Reino.
De la escuela bautista de Jesús a su mensaje de Reino:Como vengo diciendo, Jesús fue discípulo y colaborador de Juan, a quien vio como mediador del “juicio escatológico” de Dios, pregonero de su justicia. Sólo partiendo de su origen bautista, en la línea de otros movimientos de purificación y juicio de Israel podremos entender su mensaje y camino posterior de Reino de Dios, en las aldeas de Galilea.
Jesús parece haber empezado “reformando” el bautismo de Juan, pero acabó separándose de él, a partir de una experiencia nueva de Dios, que está en el fondo de Mc 1, 9-11 (tú eres mi Hijo…). Hubo, como es lógico, otros discípulos de Juan que no aceptaron la “reforma” de Jesús y que siguieron actuando con los mismos rasgos de Juan cuando él estaba encarcelado y después, tras su muerte (cf. Mt 11, 2; Mc 2, 18 etc.).
Jesús puso en marcha un movimiento propio, que ya no se centra en el bautismo para perdón de los pecados, sino en el anuncio y presencia del Reino de Dios. Desde ese fondo se entiende la palabra de Mc 1, 14, donde dice que Jesús dejó el Jordán (tierra del bautismo), después que Juan fue “entregado” (quizá traicionado: paradothênai), cayendo en manos de Antipas. Marcos supone así que el mensaje propio de Jesús comenzó sólo después que Juan hubiera culminado el suyo, siendo aprisionado
Jesús debió pensar que el juicio de Dios, anunciado por Juan como hacha-fuego-huracán, se había cumplido de otra forma, de manera que podía y debía proclamarse ya el perdón de Dios (¡llega el Reino!), precisamente allí donde Juan había sido ajusticiado. Jesús nunca rechazó al Bautista, sino que siguió vinculándose a él (cf. Mt 11, 2-18; Mc 1,30-32), pero pensó que su tiempo había terminado y su mensaje se había cumplido (cf. Lc 16, 16).
Ésta novedad de Jesús es comprensible: Cuando se llega al final de un proyecto suele descubrirse un nuevo comienzo, no por fracaso de lo anterior, sino por cumplimiento distinto. Jesús no “abandonó” a Juan porque lo que Juan hacía o decía fuera falso, sino todo lo contrario: porque se había cumplido. En la línea de Juan se llegaba hasta el límite del juicio de Dios. Pues bien, precisamente en ese límite (donde tenía que llegar el juicio y la muerte) se descubre un nuevo nacimiento.
«Uno de los mayores enigmas del evangelio de Jesús es cómo pudo darse esta inversión desde el mensaje del Bautista al de Jesús. Quizá puede explicarse de esta forma: aquel que espera que en cualquier momento llegue el juicio de aniquilación como consecuencia inexorable de la conducta humana equivocada, puede interpretar cada instante de la existencia del hombre y del mundo como una gracia inesperada. Más aún, en ese contexto, el simple hecho de que el sol salga y se ponga y que la tierra esté firme todavía pueden mostrarse como signos de la bondad de Dios, que hace brillar el sol de igual manera sobre malos y buenos y que ofrece a todos la posibilidad de convertirse. El hecho de que el fin del mundo, que se esperaba como algo inminente, no haya sucedido podría confirmar, a mi juicio, la certeza de que Dios es Totalmente-distinto: no es una amenaza para la vida, como el hacha que se eleva contra el árbol. Dios deja que la vida sea y la posibilita de nuevo, a pesar de que todos los vivientes hubieran merecido la muerte. Esta es la experiencia fundamental de Jesús: la vida tiene una posibilidad. Dios es bueno. Por eso, este es un tiempo de alegría (Mc 2, 19). Por eso, esta generación experimenta aquello que habían deseado ver profetas y reyes (Lc 10, 23 ss). Por eso, empieza ya el Reino de Dios ‘en medio de nosotros’ (Lc 17, 20). Por eso está ya escondido en el momento actual, como semilla en la tierra (Mc 4, 26 ss)» (G. Theissen, La fe bíblica, Verbo Divino, Estella 2002, 152-153).
Visión de conjunto
(1) Jesús profeta marginal, una historia verdadera.Reformando el camino de Juan Bautista, Jesús quiso proclamar la llegada del reino de Dios en Galilea. No siguió en el desierto, junto al río (como Juan), pero tampoco en las grandes ciudades de Galilea, ni en Jerusalén, sino en las aldeas de Galilea, a pesar de que en un entorno había dos capitales de cierta importancia (Séforis y Tiberíades), con un entorno de ciudades helenistas muy significativas (Cesárea Marítima, Damasco, Tiro, Hippos, Gadara)… Leer más…
El domingo pasado, después de Epifanía, leímos el relato del bautismo. Si hubiéramos seguido con el evangelio de Marcos, lo siguiente serían las tentaciones de Jesús. Pero, en un prodigio de zapeo litúrgico, cambiamos de evangelio y leemos el próximo domingo un texto de Juan. El cuarto evangelio no cuenta el bautismo de Jesús ni su estancia de cuarenta días en el desierto. Pero sí dice que fue a donde estaba Juan bautizando, y allí entró en contacto con quienes serían sus primeros discípulos. Para ambientar este episodio, y con fuerte contraste, la primera lectura cuenta la vocación de Samuel.
La vocación de un profeta (1 Samuel 3,3b-10.19)
Samuel no es el primer profeta. Antes de él se atribuye el título a Abrahán, y a dos mujeres: María, la hermana de Moisés, y Débora. Pero el primer gran profeta, con fuerte influjo en la vida religiosa y política del pueblo, es Samuel. Por eso, se ha concedido especial interés a contar su vocación, para darnos a conocer qué es un profeta y cómo se comporta Dios con él.
En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel. Este respondió:
̶ Aquí estoy.
Corrió adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado; vuelve a acostarte.»
Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Respondió Elí:
̶ No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.
Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había manifestado todavía la palabra del Señor.
El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Se levantó, fue adonde estaba Elí y dijo:
̶ Aquí estoy, porque me has llamado.
Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven, y dijo a Samuel:
̶ Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”
Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como las veces anteriores:
̶ ¡Samuel, Samuel!
Respondió Samuel:
̶ Habla, que tu siervo escucha.
Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras.
Literariamente, el pasaje utiliza el frecuente recurso de plantear un problema (el Señor llama a Samuel sin que este sepa quién lo llama), con dos intentos fallidos por parte del niño (dos veces acude a Elí) y la solución en un tercer momento («Habla, Señor, que tu siervo escucha»).
Quien solo lea este episodio conocerá muy poco de Samuel: que es un niño, está al servicio del sumo sacerdote Elí, duerme en la habitación de al lado, y todavía no se le había revelado la palabra del Señor. No sabe que su madre lo consagró al templo de Siló desde pequeño, y que, más tarde, en virtud de su vocación profética, jugará un papel capital en la introducción de la monarquía en Israel y en la elección de los dos primeros reyes: Saúl y David.
De los datos que ofrece el texto, el más interesante es la explicación de por qué Samuel confunde a Yahvé con Elí. «Samuel no conocía todavía al Señor». ¿Cómo es esto posible? Su madre lo dejó en el templo cuando era todavía un niño, vive con la familia del sumo sacerdote, ha debido de oír hablar de Yahvé infinidad de veces, escuchar su nombre en cantos y salmos. Samuel debía de tener una buena formación catequética. A pesar de todo, «no conocía todavía al Señor, no se le había revelado la palabra del Señor». Una cosa es conocer a Dios de oídas, por oraciones y lecciones mejor aprendidas, y otra muy distinta ese contacto profundo con él a través de su palabra.
[Este episodio es fundamental para comprender el de Jesús en el templo con doce años. Esa edad tenía Samuel, según Flavio Josefo, cuando «todavía no conocía al Señor». Jesús, en cambio, sabe perfectamente que Dios es su Padre y que él debe entregarse por completo a cumplir sus planes.]
Cabe el peligro de centrarse en la figura de Samuel y pasar por alto lo mucho que dice el texto a propósito de Dios. Ante todo, no comunica su voluntad al pueblo directamente, se sirve de una persona concreta. Al mismo tiempo, se revela como un ser extraño, desconcertante, que elige para esta misión a un niño de pocos años y parece jugar con él al ratón y al gato, haciendo que se levante tres veces de la cama antes de hablarle con claridad.
Además, ese Dios que más tarde se revelará como un ser cercano al profeta, acompañándolo de por vida, se revela también como un ser exigente, casi cruel, que le encarga al niño una misión durísima para su edad: condenar al sacerdote con el que ha vivido desde pequeño y que ha sido para él como un padre. Esto no se advierte en la lectura de hoy porque la liturgia ha omitido esa sección para dejarnos con buen sabor de boca.
En resumen, la vocación de un profeta no sólo le cambia la vida, también nos ayuda a conocer a Dios.
Contacto de Jesús con los primeros discípulos (Juan 1,35-51)
En el cuarto evangelio, Juan no bautiza a Jesús, pero dirige unas palabras a sus discípulos cuando lo ve venir. Lo que les dice se resume en tres puntos: 1) Es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 2) Bautiza con Espíritu Santo. 3) Es el Hijo de Dios. El autor no explica ninguna de estas afirmaciones ni cuenta la reacción del auditorio. Pero, en los días siguientes, Jesús entra en contacto con Andrés y un discípulo anónimo (generalmente se piensa en Juan); Andrés le llevará a su hermano Simón Pedro; Jesús encuentra a Felipe y le ordena: «Sígueme»; y este anima a Natanael a unirse al grupo (Jn 1,35-51). Es una pena que el evangelio de este domingo se limite al encuentro con los tres primeros discípulos, porque el conjunto ofrece un mensaje muy interesante sobre la vocación.
Andrés y el discípulo anónimo (1,35-39)
En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice:
̶ Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta:
̶ ¿Qué buscáis?
Ellos le contestaron:
̶ Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Él les dijo:
̶ Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima [las cuatro de la tarde].
En el primer encuentro, la iniciativa parte del Bautista que, al ver pasar a Jesús, dice de él lo mismo que había dicho en su discurso anterior: «Ese es el cordero de Dios». Entonces fue más concreto: «Ese es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo». La referencia parece clara al personaje del que habla Isaías 53: uno que salva a su pueblo cargando con sus pecados, y que, cuando lo condenan a muerte, «como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, no abría la boca» (vv.6-7). Así lo entendió también Lucas en los Hechos de los Apóstoles. Cuando el eunuco etíope va leyendo este texto de Isaías y le pregunta al diácono Felipe de quién habla el profeta, este aprovecha la ocasión para hablarle de Jesús. Y la primera carta de Pedro recuerda que nos han redimido «con la preciosa sangre de Cristo, Cordero sin mancha ni tacha» (1 Pe 1,19).
Las palabras de Juan, más que simple información parecen contener una invitación a sus discípulos a entrar en contacto con ese personaje misterioso. Juan, con esta actitud de desprendimiento y generosidad, está anticipando lo que dirá más tarde: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado por delante de él. (…) Él debe crecer y yo disminuir» (Jn 3,28.30).
Y los dos discípulos, aunque quizá no entendieron claramente lo que significaba «Ese es el Cordero de Dios», sintieron gran curiosidad, lo siguen, y escuchan las primeras palabras que pronuncia Jesús en el evangelio: «¿Qué buscáis?» No es una pregunta trivial, suena a desafío. Es la pregunta que Jesús dirige a cualquier lector del evangelio: «¿Qué buscas?». Y el lector se siente obligado a pensar si ha buscado o busca algo en su vida, o si ha dejado de buscar. Los dos muchachos podrían decir, con el salmista: «Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro». Pero su respuesta es más tímida. Se dirigen a él con profundo respeto, llamándolo «rabí», y se limitan a preguntarle dónde vive. Por desgracia, no sabemos de qué hablaron desde las cuatro de la tarde en adelante.
Andrés y Simón Pedro (1,40-42)
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice:
̶ Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo:
̶ Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce: Pedro).
De esa larga conversación cuyo contenido ignoramos, Andrés sacó la conclusión de que aquella persona era alguien más que el Cordero de Dios, o un rabí cualquiera. Así lo comunica entusiasmado a su hermano: «Hemos encontrado al Mesías». ¿Qué quería decir con esto? Ateniéndonos al cuarto evangelio, la mentalidad popular esperaba del Mesías que realizara numerosos milagros, como sugiere la gente de Jerusalén: «¿Cuándo venga el Cristo, hará más signos de los que este ha hecho?» (Jn 7,31). En esta línea prodigiosa, otros piensan que «el Mesías permanecerá para siempre» (Jn 12,34). Sin embargo, el título de Mesías tenía por entonces una fuerte carga política, como se advierte en los Salmos de Salomón 17 y 18, de origen fariseo, procedentes del siglo I a.C. Es posible que esto fuera lo que más entusiasmara a Andrés e intentara transmitir a su hermano Simón Pedro.
La pretensión de haber encontrado al Mesías la considerarían absurda muchos judíos. Los fariseos llevaban más de un siglo pidiendo a Dios que enviara a su Rey Mesías. ¿Iba a encontrarlo precisamente este pobre muchacho galileo? Sin embargo, su hermano le hace caso y marcha al encuentro de Jesús.
Tiene lugar entonces una de las escenas más misteriosas. Cuando Andrés y Simón Pedro llegan ante Jesús, el evangelista introduce una pausa que crea fuerte tensión: «Jesús se le quedó mirando». ¿Qué siente Jesús al ver a Simón Pedro? ¿Qué experimenta este al verse examinado por Jesús? Una vez más, el evangelista omite cualquier comentario.
Jesús no lo saluda. No le pregunta qué busca. No necesita que Andrés se lo presente. Él sabe quién es y quién es su padre. Inmediatamente, con una autoridad suprema, le cambia el nombre por Cefas, sin explicarle por qué se lo cambia ni qué significa ese nombre.
Simón Pedro, a remolque de su hermano Andrés, acude a Jesús pensando encontrar en él al Mesías. Y este, en vez de entusiasmarlo con un discurso o un milagro, lo mira fijamente y le cambia el nombre, que es lo más personal que tenemos. Para un judío, el nombre y la persona se identifican. Lo que advierte Simón es que ese personaje está disponiendo de él sin consultarlo ni pedirle permiso. Sin embargo, no reacciona, no pide una explicación ni se rebela. Quien no lo conozca, imaginará a Simón como un muchacho tímido y callado. Veremos que no es así.
La escena simboliza el poder de Jesús sobre Simón y una cierta predilección por él, ya que es el único al que le cambia el nombre. El lector del cuarto evangelio sabe, desde este momento, que deberá conceder gran importancia a este personaje.
Dos relatos parecidos y diversos
El contraste entre el evangelio y la vocación de Samuel es enorme. Esta ocurre en el santuario, de noche, con una voz misteriosa que se repite y un mensaje que sobrecoge. En el evangelio todo ocurre de forma muy humana, normal: un boca a boca que va centrando la atención en Jesús, cuando no es él mismo quien llama, como en el caso (que no se ha leído) de Felipe. Y las reacciones abarcan desde la simple curiosidad de los dos primeros hasta el escepticismo irónico de Natanael, pasando por el entusiasmo de Andrés y Felipe. Pero hay también elementos parecidos.
En ambos relatos, la vocación cambia la vida. En adelante, «el Señor estaba con Samuel», y los discípulos estarán con Jesús. Este cambio se subraya especialmente en el caso de Pedro, al que Jesús cambia el nombre.
La vocación revela a Dios en el caso de Samuel, y a Jesús en el caso de los discípulos. Cada vocación aporta un dato nuevo sobre la persona de Jesús, como distintas teselas que terminan formando un mosaico: Juan Bautista lo llama «Cordero de Dios»; los dos primeros se dirigen a él como Rabí, «maestro»; Andrés le habla a Pedro del Mesías; Felipe, a Natanael, de aquel al que describen Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, natural de Nazaret; y el escéptico Natanael terminará llamándolo «Hijo de Dios, rey de Israel». Es una pena que la mutilación del texto impida captar este aspecto.
La liturgia nos sitúa al comienzo de la actividad de Jesús. Lo iremos conociendo cada vez más a través de las lecturas de cada domingo. Pero no podemos limitarnos a un puro conocimiento intelectual. Como Samuel y los discípulos, debemos comprometernos con Dios, con Jesús.
«Yo esperaba con ansia al Señor» (Salmo 39)
El Salmo elegido para el día de hoy comienza con las palabras: «Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios» (Sal 39,2). Más que a Samuel, estas palabras se aplican a los futuros apóstoles. Esperaban con ansia al Señor, y por eso han acudido a escuchar a Juan Bautista. Pero el Señor no se ha limitado a poner en sus bocas un canto nuevo. Los ha tomado completamente a su servicio.
Comentarios desactivados en 16 Enero. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo B
“Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: -Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús.”
¡Abróchense los cinturones! Este Tiempo Ordinario arranca con fuerza. Estamos despegando, es un momento delicado y conviene estar muy atentos.
El texto de Juan nos sumerge de lleno en el tema del seguimiento de Jesús, de la vocación. Y en unos pocos versículos hay de todo. Hay material suficiente para varios tratados: mediaciones humanas, iniciativa de Dios, respuesta a la llamada…
Es simpático ver cómo Juan y Andrés convierten su propia vocación en vocación para otros. Hacen de su vida una señal que anuncia el camino.
Juan Bautista, ya en la madurez de su vocación, ha aprendido a descubrir la presencia de Dios. Por eso puede decir a sus discípulos: “-Este es el Cordero de Dios.” El afán de su misión es mostrar a Dios. No está preocupado por su realización personal, ni por conseguir muchos seguidores que sigan haciendo vida su carisma, ¡qué va! Sabe que la llamada que ha recibido es mucho más grande y orienta a quienes le rodean en dirección a esa llamada.
Es hermoso encontrarse con personas que tras años y años de compromiso viven felices su vocación. Monjas que, desgastadas por los años y el trabajo, sonríen trasparentando a Dios. Matrimonios que se miran con los ojos llenos de comprensión, de respeto y de admiración. Presbíteros que palpitan celebrando, que ves que creen en aquello que celebran.
Andrés también es muy interesante. Hace lo mismo. Dice el texto: “Y lo llevó a Jesús”. Pero lo hace desde otro momento vital. Él, que acaba de descubrir su propia vocación, su llamada, ¡no se puede callar! Tiene que ir a buscar a su hermano y compartir con él lo que acaba de encontrar. Es la fuerza de los inicios.
Es la cara que se le queda a una persona cuando se ha enamorado. ¡Se nota! Tiene otra luz, otra mirada, otra sonrisa y todo junto despierta una cierta curiosidad. Cuando alguien descubre el tesoro de su llamada y responde se convierte él mismo en llamada, en reclamo.
Y todo esto, ¿qué puede decirnos a nosotros hoy? Pues que estemos en el punto de nuestra vida en el que estemos, tanto si nos acabamos de encontrar con Jesús, como si somos viejos conocidos, tenemos exactamente la misma responsabilidad, la misma tarea. Tenemos que llevar a Jesús a quienes se encuentren con nosotros.
Oración
Envíanos, Trinidad Santa, grandes cantidades de humildad para que en todo momento sepamos mostrarTE a Ti, que llevemos a todas las personas con las que nos encontremos a Ti. Amén.
Comentarios desactivados en Solo será cristiano el que viva lo que vivió Jesús.
Jn 1, 35-42
Este 2º domingo del tiempo ordinario sigue hablando del comienzo. Juan acaba de presentar a Jesús como el ‘Cordero de Dios’ que quita el pecado del mundo e ‘Hijo de Dios’. Lo que hemos leído, sigue refiriendo otros títulos: ‘Rabí’, ‘Mesías’. En los que siguen y no vamos a leer, se refiriere a aquel de quien han hablado la Ley y los Profetas, para terminar diciendo Natanael: Tú eres el ‘Hijo de Dios’, tú eres el ‘Rey de Israel’. Por fin, el mismo Jesús habla del ‘Hijo de Hombre’. Juan hace un despliegue de títulos cristológicos al principio de su evangelio, para dejar clara la idea que tiene de Jesús. Naturalmente es una reflexión de una comunidad de finales del s. I. Nada que ver con el llamamiento de los primeros discípulos en los sinópticos.
No tiene sentido que nos preguntemos si los primeros discípulos fueron “Andrés y otro” que siguieron a Jesús en Judea o si Pedro y su hermano fueron llamados por él junto al lago de Galilea. No me cansaré de repetir que los evangelios no se proponen decirnos lo que pasó sino comunicarnos verdades teológicas que nos cuentan con ‘historias’ que pueden hacer referencia a hechos reales o pueden ser inventadas en su totalidad. En este caso lo importante es que desde el principio un pequeño grupo siguió a Jesús más o menos de cerca.
Este es el cordero de Dios. El cordero pascual no tenía valor sacrificial ni expiatorio. Era símbolo de la liberación de la esclavitud, al recordar la liberación de Egipto. El que quita el pecado del mundo no es el que carga con nuestros crímenes, sino el que viene a eliminar la injusticia, la esclavitud. No viene a impedir que se cometan, sino a evitar que el que la sufra, sea anulado como persona. En el evangelio de Juan, el único pecado es la opresión. No solo condena al que oprime, sino que denuncia también la postura del que se deja oprimir. Esto no lo hemos tenido claro los cristianos, que incluso hemos predicado el conformismo y la sumisión. Nadie te puede oprimir si no te dejas.
La frase del Bautista no es suficiente para justificar la decisión de los dos discípulos. Para entenderlo tenemos que presuponer un conocimiento más profundo de lo que Jesús es. Si Juan lo conocía es probable que sus discípulos también hubieran tenido una estrecha relación con él. Antes había dicho que Jesús venía hacia Juan. Ahora nos dice que Jesús pasaba… Nos está indicando que le adelanta, que pasa por delante de él. “El que viene detrás de mí…”
Siguieron a Jesús, indica mucho más que ir detrás de él, como hace un perro siguiendo a su dueño. “Seguirle” es un término técnico en el evangelio de Juan. Significa el seguimiento de un discípulo, que va tras las huellas de su maestro, es decir, que quiere vivir como él vive. “Quiero que también ellos estén conmigo donde estoy yo” (17,24). Es la manera de vivir de Jesús lo que les interesa. Es eso lo que él les invita a descubrir.
¿Qué buscáis? Una relación más profunda solo puede comenzar cuando Jesús se da la vuelta y les interpela. La pregunta tiene mucha miga. Juan quiere dejar claro que hay maneras de seguir a Jesús que no son las adecuadas. La pregunta “¿dónde vives?” aclara la situación; porque no significa el lugar o la casa donde habita Jesús, sino la actitud vital de éste. La pregunta podría ser: ¿En qué marco vital te desenvuelves? Porque nosotros queremos entrar en ese ámbito. Jesús está en la zona de la Vida, en la esfera de lo divino.
No le preguntan por su doctrina sino por su vida. No responde con un discurso, sino con una invitación a la experiencia. A esa pregunta no se puede responder con una dirección de correos. Hay que experimentar lo que Jesús es. ¿Dónde moras? Es la pregunta fundamental. ¿Qué puede significar Jesús para mí? Nunca será suficiente la respuesta que otro haya dado. Jesús es algo único e irrepetible para mí, porque le tengo que ver desde una perspectiva única e irrepetible, la mía. La respuesta dependerá de lo que yo busque en Jesús.
Venid y lo veréis. Así podemos entender la frase siguiente: “Vieron dónde (cómo) vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él” (como él). No tiene mucho sentido la traducción oficial, (y se quedaron con él aquel día), porque el día estaba terminando, (cuatro de la tarde). Los dos primeros discípulos todavía no tienen nombre; representan a todos los que intentan pasar al ámbito de lo divino, a la esfera donde está Jesús.
Serían las cuatro de la tarde, no es una referencia cronológica, no tendría la menor importancia. Se trata de la hora en que terminaba un día y comenzaba otro. Es la hora en que se mataba el cordero pascual y la hora de la muerte de Jesús. Nos está diciendo que algo está a punto de terminar y algo muy importante está a punto de comenzar. Se pone en marcha la nueva comunidad, el nuevo pueblo de Dios que permite la realización cabal del hombre. Es el modelo del itinerario que debe seguir todo discípulo de Jesús.
Lo que vieron es tan importante para ellos, que les obliga a comunicarlo a los demás. Andrés llama a su hermano Simón para que descubra lo mismo. Hablándole del Mesías (Ungido) hace referencia a la bajada y permanencia del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Unos versículos después, Felipe encuentra a Natanael y le dice: hemos encontrado a Jesús. Estas anotaciones tan simples nos están diciendo cómo se fue formando la nueva comunidad de seguidores.
Fijando la vista en él. Lo mismo que Juan había fijado la vista en Jesús. Indica una visión penetrante de la persona. Manifiesta mucho más que una simple visión. Se trata de un conocimiento profundo e interior. Pedro no dice nada. No ve clara esa opción que han tomado los otros dos, pero muy pronto va hacer honor al apodo que le pone Jesús: Cefas, piedra, testarudo; que se convertirá en fortaleza, una vez que se convenza.
En la Biblia se describen distintas vocaciones llamativas de personajes famosos. Eso nos puede llevar a pensar que, si Dios no actúa de esa manera, no hay vocación. En los relatos bíblicos se nos intenta enseñar, no cómo actúa Dios sino cómo respondieron ellos a la llamada de Dios. El joven Samuel no tiene idea de cómo se manifiesta Dios, ni siquiera sabe que es Él quien le llama, pero cuando lo descubre se abre totalmente a su discurso. Los dos discípulos buscan en Jesús la manifestación de Dios y la encuentran.
Dios no llama nunca desde fuera. La vocación de Dios no es nada distinto de mi propio ser; desde el instante mismo en que empiezo a existir, soy llamado por Dios para ser lo que mi verdadero ser exige. En lo hondo de mi ser, tengo que buscar los planos para la construcción de mi existencia. Dios no nos llama en primer lugar a desempeñar una tarea determinada, sino a una plenitud de ser. No somos más por hacer esto o aquello sino por cómo lo hacemos.
El haber restringido la “vocación” a la vida religiosa es un reduccionismo inaceptable. Cuando definimos ese camino como “camino de perfección” estamos distorsionando el evangelio. La perfección es un mito que ha engañado a muchos y desilusionado a todos. Esa perfección, gracias a Dios, no ha existido nunca y nunca existirá. Mientras seamos humanos, seremos imperfectos, a Dios gracias. Los “consagrados” constituyen un tanto por ciento mínimo de la Iglesia, pero son el noventa y nueve por ciento de los declarados “santos”. Algo no funciona.
Meditación
El primer paso en la vida espiritual será la búsqueda.
Aunque no puedes saber lo que vas a encontrar,
tienes que tener bien clara la dirección en la que debes ir.
Debes conocer cómo se desplegó en Jesús lo humano y lo divino,
cómo se identificó plenamente con Dios y con el hombre.
Lo que es Jesús solo lo descubrirás viviendo lo que él vivió.
El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno (Earl Nightingale)
14 de enero. Domingo II del TO
Jn 1, 35-42
Vieron dónde vivía y se quedaron con él
Era una tarde plácida en las riberas del Mar de Tiberíades. Los pescadores recogían sus redes. También los hermanos Andrés y Simón, pensando en descansar de las duras tareas de la pesca. Pero a una insinuación del Bautista, oyeron hablar a Jesús y le siguieron. “Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dijo: “¿Qué buscáis?” Respondieron: «Rabbí – que significa, “Maestro”- ¿dónde vives?». Les dijo: «Venid y ved.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era las cuatro de la tarde” (Jn 1, 38-39).
¡Qué suerte habéis tenido pudiendo quedaros aquel atardecer con el Maestro! ¡Santa envidia me dais, hermanos! Supongo que la velada transcurrió en plenitud de músicas celestiales. Cuando escucho hoy las notas de su palabra, me viene a la memoria su figura sentada frente al teclado de un órgano barroco de cualquier iglesia –o en el del Covent Garden londinense-, en cuyo teclado interpreta sus mejores composiciones evangélicas. Seguro que os siguen sonando a gloria y alivio todavía, aquellos versos del Oratorio El Mesías -a quien vosotros esperabais- de George Frederic Handel: “Acercaos a Él todos los que estáis abrumados. Él os dará reposo. Cargad con su yugo y aprended de Él, pues es sencillo y humilde y encontraréis paz para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).
Estoy plenamente convencido de que aquel día se os abrieron los ojos a una nueva luz para, como viene a decir el monje alemán Anselm Grün en el subtítulo de su última obra Atrévete a ser tú mismo, “No ser otros: ser vosotros mismos transformados”. Escribe el ilustrado benedictino: “No hay nada en la vida que no tenga sentido, que no pueda ser transformado por Dios en belleza y gloria. La imagen de la zarza ardiendo nos regala unos ojos nuevos: los ojos de la fe, que descubren la luz de Dios justamente lo vacío y árido que hay en mí. Si me contemplo con esos ojos de la fe, experimento mi vida de otra manera. Todo tiene sentido. Todo ha sido bueno; también el fracaso, las crisis, la represión Todo puede ser transformado por Dios; también lo reprimido, lo enfermo”. Esto les ocurre a quienes, como Samuel, mantienen la actitud y el oído afinados y responden a la voz de quien desea parlamentar con ellos: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sm 3, 10). Y dejando que la voz nos afecte procurando imprimir lo que dice, en nuestros corazones.
Así que, desde ahora, a prestar todos la máxima atención a lo que el Rabbí nos diga, y a sumergirnos hasta lo más recóndito de las palabras, ahondando en lo profundo hasta descubrir lo caudaloso de sus mensajes; y, por supuesto, siguiendo el consejo de Lady Goodman que, en la novela El fuego invisible de Javier Sierra, motivaba a su equipo a que buscaran citas con las que defender sus argumentos: “Y cuando lo encontréis, dejad que vuestra alma vuele con ellas”, les repetía en cada clase como si fuera un mantra. De este modo los invitaba a trascender lo textual, a ir más allá de la física de las palabras para descubrir el tesoro oculto en cada libro”.
Un entrañable quehacer que Ágata recomienda a la Bestia en la película de fantasía The Beauty and The Beast (2017), dirigida por el estadounidense Bill Condon, porque: “El amor puede transformar cosas sin valor en cosas bellas.El amor no mira con los ojos sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido”.
Andrés y Simón “vieron dónde vivía y se quedaron con él”, y seguro que también hicieron luego como Felipe el de Betsaida, que compartió con Natanael el encuentro para que viera donde vivía Jesús y se quedara con él. Certero hecho que nos insta a hacer nosotros otro tanto y así, como sugiere el autor y locutor de radio norteamericano Earl Nightingale (1921-1989) podamos llevar a la práctica su consejo: “El éxito es concretar de manera progresiva una meta o ideal digno”. Seguir a Jesús supone, como apunta Fray Marcos en su homilía de este domingo, significa el seguimiento de un discípulo que va tras las huellas de su Maestro, quiere vivir como él vive. Un ineludible propósito de todos sus seguidores, que debe llevarnos a escuchar su palabra, ponerla en práctica y compartirla generosamente con otros.
La súplica que Patxi Loidi nos invita en su libro Creer como adultos, a estar con Jesús y a cambiar todo entero.
PLEGARIA
¡Te busco, Jesús! ¡Quiero ver tu rostro! ¡Quiero ver tu rostro!
Saliste a mi encuentro una mañana de primavera. Me tomaste de la mano y estuvimos un rato juntos.
Te vi un poco, te sentí. Quiero conocerte más y tenerte más cerca. No me cierres la puerta. Abre y déjame entrar. Te estoy llamando.
Ábreme para que te vea y esté contigo y cambie todo entero: mis entrañas y mi corazón, mis manos y mi cabeza.
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Juan 1, 35-42
En aquel tiempo, bastantes años después de la muerte de Jesús, el grupo de seguidores de Juan Bautista seguía creciendo. Con espíritu misionero habían extendido la doctrina de su maestro por muchos lugares. En Éfeso habían bautizado a parte de la población “con el bautismo de Juan”; el de Jesús ni se conocía.
Para muchas comunidades cristianas la situación era preocupante. La figura del Bautista, tras ser decapitado por Herodes, se había ido agrandado, hasta el punto de que en algunas zonas eclipsaba a Jesucristo, muerto y resucitado. ¿Qué podían hacer?
El autor del cuarto evangelio puso su granito de arena. En su relato, dejó a un lado la infancia de Jesús y comenzó su evangelio con un himno muy significativo para las comunidades. En ese himno se afirmaba que el Verbo no solo estaba junto a Dios, sino que era Dios; ese Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Sin embargo, Juan Bautista solo era testigo; él no era la luz, sino que daba testimonio de la luz. Como Isaías, era voz que clamaba en el desierto, pero no era la Palabra hecha carne. No nombró el bautismo de Jesús, ni quiso resaltar la figura del Bautista en ningún lugar de su evangelio, al contrario, Jesús debía crecer, y él debía menguar (Juan 3, 28-30).
El evangelio de este domingo nos presenta un ejemplo de cómo Juan daba testimonio. Cuando ve pasar a Jesús dice: “Este es el Cordero de Dios”. ¿No se saludan? ¿No se produjo un encuentro entre los dos? Lo que importa no es lo que pudo ocurrir, o no, desde el punto de vista histórico, sino el papel de Juan “introduciendo” o presentando la figura de Jesús.
Pero ¿cómo pudo decir esta frase que se formuló muchos años después? Es como si nos dijeran que alguien habló del Covid 19 hace 50 años. Imposible. Llamar a Jesús “Cordero de Dios” es una expresión (confesión de fe) que las comunidades cristianas acuñaron tras la experiencia de Pascua, en un proceso lento y muy elaborado.
El evangelista no nos ha querido engañar. Simplemente ha dejado a un lado la perspectiva histórica para ofrecer una catequesis, un relato de vocación sobre el seguimiento de Jesús.
En este contexto, tiene sentido el texto: los discípulos de Juan le abandonan para buscar algo nuevo junto a Jesús. No importa que le siguieran en ese mismo momento, o no. Esas decisiones repentinas que encontramos varias veces en el Evangelio nos indican (al estilo judío) que es una decisión importante, no necesariamente inmediata.
Es decir, la búsqueda conduce a dos discípulos de Juan hacia Jesús, para convivir con él. Y el “lugar” en el que habita Jesús expresa cómo vive su escala de valores. El evangelio nos recuerda en diferentes pasajes ese “lugar existencial”: era itinerante, no tenía dónde reclinar su cabeza, algunas mujeres le sostenían con sus bienes y estaba rodeado de personas marginadas y pecadoras. Una vergüenza en su tiempo. ¿Merecía la pena seguir a un Rabí, a un Maestro que vivía de ese modo? Los dos discípulos dan testimonio de que merece la pena seguirle y animar a otras personas a hacerlo.
En otros relatos de vocación, Jesús es el que llama. En este nos muestra la importancia de buscar y experimentar. Nos invita a aguzar el oído y mirar atentamente. A tomar en serio nuestras búsquedas, fuera de nosotr@s y en nuestro interior. A leer los signos de los tiempos, como brújulas que nos orientan. A buscar como zahoríes los manantiales de agua viva que brotan en nuestras entrañas.
Nos habla de la hora undécima, quizá se refiere a las cuatro de la tarde, cuando el día ya declinaba y era hora de recogerse y volver al hogar. No olvidemos que el día empezaba al amanecer, con la salida del sol. Los dos discípulos reconocen que ese día ha merecido la pena ¡porque han encontrado a Cristo, al Mesías! La experiencia les ha dejado una huella tan honda que no quieren olvidar esa hora, ese Kairós.
¿Qué horas recordamos? ¿Las de los partos? ¿Las de algunos encuentros inolvidables? ¿La de la muerte de algún ser querido? Cada encuentro con Jesús “deja una huella en nuestro tiempo”, nos marca un antes y un después… A menos que pasemos superficialmente por esos encuentros o a carrera limpia. Y cada encuentro con Jesús hace más denso y comprometido el encuentro con cada hermano y hermana.
Era habitual en las primeras comunidades que el bautismo llevara aparejado un cambio de nombre, sobre todo cuando dejaban a un lado un nombre pagano y asumían el de alguien que había muerto como mártir de la fe. El evangelista nos dice que el encuentro entre Jesús y Pedro fue tan hondo que le cambió la identidad, fue como un segundo nacimiento. Aunque ese cambio lo fuera experimentando a lo largo de los años. Algo similar ocurre en las experiencias de enamoramiento, cuando alguien dice: “Desde que conocí a…, mi vida cambió totalmente”.
Hoy podemos preguntarnos: ¿Con qué nombre o título presentamos o anunciamos a Jesús? ¿Cómo experimentamos su mirada? ¿La sostenemos o la rechazamos? ¿Cómo miramos al mundo, con la mirada de Jesús? ¿Qué nombre nuevo recibimos? ¿Cómo expresa ese nombre nuestra misión, en un mundo injusto y desigual? ¿Cómo y con quién compartimos lo que encontramos, la perla preciosa?
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