Hace años se usaba la expresión “se armó la de Dios” para expresar una discusión violenta pero pocos sabíamos que la frase no terminaba en los puntos suspendidos con los que yo he titulado mi blog, sino que el final era “es Cristo”. Hoy nos parece inconcebible que muchas personas se pelearan y riñeran a raíz del concilio de Nicea (318 d.C) sobre la definición de las dos naturalezas de Cristo, la divina y la humana. La corriente más defendida era la oficial que admitía ambas naturalezas en la persona de Jesucristo y la heterodoxa era la de Arrio, que admitía la filiación divina pero no la naturaleza y en la discusión participaba el pueblo llano
Una encuesta que se realizó en EEUU, un país rico con dinero para hacer encuestas, en el 2020 desveló que un tercio de sus habitantes atestiguaba no pertenecer a ninguna religión oficial y no albergaban casi ninguna creencia. No son ni ateos ni agnósticos, personas que podían entablar discusiones religiosas, son indiferentes y sienten aversión para ser clasificados en alguna categoría. Su número está creciendo exponencialmente.
Sociológicamente no son jóvenes, sino que pertenecen al grupo de personas maduras con un número semejante de hombres y mujeres. La mayoría cree en Dios y algunos frecuentan el templo esporádicamente, pero son escépticos con respecto a las instituciones eclesiásticas. Tienen poca educación ya que sólo la quinta parte ha cursado el bachillerato y sus salarios son bajos. No son ni de derechas, los evangelistas blancos votaban republicano, ni de izquierdas, los de la raza negra votaba en general al ticket demócrata y por este motivo no participan en protestas y manifestaciones. El mejor vocablo para calificarlos es la apatía
Una de las razones para no definirse es que el cristianismo no está de moda y perjudica a los que se declaran cristianos pero la realidad es que han salido del armario los que nunca se han considerado seguidores de Jesucristo. Se ha hecho realidad lo que previamente estaba oculto. El aspecto económico también ha influido pues este grupo ha visto un descenso en sus salarios mientras que los obreros, un segmento a los que ellos no pertenecen, ha aumentado los suyos. Tienen la sensación de que están fuera de la sociedad flotando en una balsa que va a la deriva
No creo que muchos aspectos de esta encuesta se pueden aplicar a nuestro país, pero me parece que la indiferencia y la apatía religiosa si están creciendo entre nuestros ciudadanos ya que algunos sólo eran cristianos de boquilla, pues estaba mal visto no serlo y en estos momentos aflora la verdad
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Oda al Santísimo Sacramento del Altar
I – Exposición
Pange lingua gloriosi
corporis misterium.
Cantaban las mujeres por el muro clavado
cuando te vi, Dios fuerte, vivo en el Sacramento,
palpitante y desnudo, como un niño que corre
perseguido por siete novillos capitales.
Vivo estabas, Dios mío, dentro del ostensorio.
Punzado por tu Padre con aguja de lumbre.
Latiendo como el pobre corazón de la rana
que los médicos ponen en el frasco de vidrio.
Piedra de soledad donde la hierba gime
y donde el agua oscura pierde sus tres acentos,
elevan tu columna de nardo bajo nieve
sobre el mundo de ruedas y falos que circula.
Yo miraba tu forma deliciosa flotando
en la llaga de aceites y paño de agonía,
y entornaba mis ojos para dar en el dulce
tiro al blanco de insomnio sin un pájaro negro.
Es así, Dios anclado, como quiero tenerte.
Panderito de harina para el recién nacido.
Brisa y materia juntas en expresión exacta,
por amor de la carne que no sabe tu nombre.
Es así, forma breve de rumor inefable,
Dios en mantillas, Cristo diminuto y eterno,
repetido mil veces, muerto, crucificado
por la impura palabra del hombre sudoroso.
Cantaban las mujeres en la arena sin norte,
cuando te vi presente sobre tu Sacramento.
Quinientos serafines de resplandor y tinta
en la cúpula neutra gustaban tu racimo.
II – Mundo Agnus Dei qui tollis pecata mundi.
Miserere nobis
Noche de los tejados y la planta del pie,
silbaba por los ojos secos de las palomas.
Alga y cristal en fuga ponen plata mojada
los hombros de cemento de todas las ciudades.
La gillette descansaba sobre los tocadores
con su afán impaciente de cuello seccionado.
En la casa del muerto, los niños perseguían
una sierpe de arena por el rincón oscuro.
Escribientes dormidos en el piso catorce.
Ramera con los senos de cristal arañado.
Cables y media luna con temblores de insecto.
Bares sin gente. Gritos. Cabezas por el agua.
Para el asesinato del ruiseñor, venían
tres mil hombres armados de lucientes cuchillos.
Viejas y sacerdotes lloraban resistiendo
una lluvia de lenguas y hormigas voladoras.
Noche de rostro blanco. Nula noche sin rostro.
Bajo el sol y la luna. Triste noche del mundo.
Dos mitades opuestas y un hombre que no sabe
cuándo su mariposa dejará los relojes.
Debajo de las alas del dragón hay un niño.
Caballitos de cardio por la estrella sin sangre.
El unicornio quiere lo que la rosa olvida,
y el pájaro pretende lo que las aguas vedan.
Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio
aquietaba la angustia del amor desligado.
Sólo tu Sacramento, manómetro que salva
corazones lanzados a quinientos por hora.
Porque tu signo es clave de llanura celeste
donde naipe y herida se entrelazan cantando,
donde la luz desboca su toro relumbrante
y se afirma el aroma de la rosa templada.
Porque tu signo expresa la brisa y el gusano.
Punto de unión y cita del siglo y el minuto.
Orbe claro de muertos y hormiguero de vivos
con el hombre de nieves y el negro de la llama.
Mundo, ya tienes meta para tu desamparo.
Para tu horror perenne de agujero sin fondo.
¡Oh Cordero cautivo de tres voces iguales!
¡Sacramento inmutable de amor y disciplina!
III – Demonio
Quia tu es Deus, fortitudo mea, quare me sepulisti? et quare tristis incedo dum affligit me inimicus?
Honda luz cegadora de materia crujiente,
luz oblicua de espadas y mercurio de estrella,
anunciaban el cuerpo sin amor que llegaba
por todas las esquinas del abierto domingo.
Forma de la belleza sin nostalgias ni sueño.
Rumor de superficies libertadas y locas.
Medula de presente. Seguridad fingida
de flotar sobre el agua con el torso de mármol.
Cuerpo de la belleza que late y que se escapa.
Un momento de venas y ternura de ombligo.
Amor entre paredes y besos limitados,
con el miedo seguro de la meta encendida.
Bello de luz, oriente de la mano que palpa.
Vendaval y mancebo de rizos y moluscos.
Fuego para la carne sensible que se quema.
Níquel para el sollozo que busca a Dios volando.
Las nubes proyectaban sombras de cocodrilo
sobre un cielo incoloro batido por motores.
Altas esquinas grises y letras encendidas
señalaban las tiendas del enemigo Bello.
No es la mujer desnuda ni el duro adolescente
ni el corazón clavado con besos y lancetas.
No es el dueño de todos los caballos del mundo
ni descubrir el anca musical de la luna.
El encanto secreto del enemigo es otro.
Permanecer. Quedarse en la luz del instante.
Permanecer clavados en su belleza triste
y evitar la inocencia de las aguas nacidas.
Que al balido reciente y a la flor desnortada
y a los senos sin huellas de la monja dormida
responda negro toro de límites maduros
con la flor de un momento sin pudor ni mañana.
Para vencer la carne del enemigo bello,
mágico prodigioso de fuegos y colores,
das tu cuerpo celeste y tu sangre divina
en este Sacramento definido que canto.
Desciendes a la materia para hacerte visible
a los ojos que observan tu vida renovada
y vences sin espadas, en unidad sencilla,
al enemigo bello de las mil calidades.
¡Alegrísimo Dios! ¡Alegrísima Forma!
Aleluya reciente de todas las mañanas.
Misterio facilísimo de razón o de sueño,
si es fácil la belleza visible de la rosa.
Aleluya, aleluya del zapato y la nieve.
Alba pura de acantos en la mano incompleta.
Aleluya, aleluya de la norma y punto
sobre los cuatro vientos sin afán deportivo.
Lanza tu Sacramento semillas de alegría
contra los perdigones de dolor del Demonio,
y en el estéril valle de luz y roca pura
la aguja de la flauta rompe un ángel de vidrio.
IV – Carne
Qué bien os quedasteis galán del cielo, que es muy de galanes quedarse en cuerpo
Lope de Vega
Canto de los cantares
Por el nombre del Padre, roca luz y fermento,
por el nombre del Hijo, flor y sangre vertida,
en el fuego visible del Espíritu Santo,
Eva quema sus dedos teñidos de manzana.
Eva gris y rayada con la púrpura rota,
cubierta con las mieles y el rumor del insecto.
Eva de yugulares y de musgo baboso
en el primer impulso torpe de los planetas.
Llegaban las higueras con las flores calientes
a destrozar los blancos muros de disciplina.
El hacha por el bosque daba normas de viento
a la pura dinamo clavada en su martirio.
Hilos y nervios tiemblan en la sección fragante
de la luna y el vientre que el bisturí descubre.
En el diván de raso los amantes aprietan
los tibios algodones donde duermen sus huesos.
¡Mirad aquel caballo cómo corre! ¡Miradlo
por los hombros y el seno de la niña cuajada!
¡Mirad qué tiernos ayes y qué son movedizo
oprimen la cintura del joven embalado!
¡Venid, venid! Las venas alargarán sus puntas
para morder la cresta del caimán enlunado,
mientras la verde sangre de Sodoma reluce
por la sala de un yerto corazón de aluminio.
Es preciso que el llanto se derrame en la axila,
que el mano recuerde blanda goma nocturna.
Es preciso que ritmos de sístole y diástole
empañen el rubor inhumano del cielo.
Tienen en lo más blanco huevecillos de muerte
(diminutos madroños de arsénico invisible),
que secan y destruyen el nervio de luz pura
por donde el alma filtra lección de beso y ala.
Es tu cuerpo, galán, tu boca, tu cintura,
el gusto de tu sangre por los dientes helados.
Es tu carne vencida, rota, pisoteada,
la que vence y relumbra sobre la carne nuestra.
Es el gesto vacío de lo libre sin norte
que se llena de rosas concretas y finales.
Adán es luz y espera bajo el arco podrido
las dos niñas de lumbre que agitaban sus sienes.
¡Oh Corpus Christi! ¡Oh Corpus de absoluto silencio,
donde se quema el cisne y fulgura el leproso!
¡Oh blanca forma insomne!
Angeles y ladridos contra el rumor de venas.
*
Federico García Lorca
(Homenaje a Manuel de Falla)
Oda al Santísimo Sacramento del altar
(Fotografías: Dalí y Jim Ferringer)
***
Yo soy el Pan de Vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed
En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
– “Maestro, ¿cuándo has venido aquí?”
Jesús contesto:
– “Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.“
Ellos le preguntaron:
– “Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?”
Respondió Jesús:
– “La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.”
Le replicaron:
– “¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.””
Jesús les replicó:
– “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.”
Entonces le dijeron:
– “Señor, danos siempre de este pan.”
Jesús les contestó:
“Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.”
*
Juan 6,24-35
***
Cada día trae consigo una sorpresa, pero sólo podemos verla, oírla, sentirla cuando llega, si la esperamos. No debemos tener miedo de acoger la sorpresa de cada día, tanto si llega como un dolor o como una alegría. Ella abrirá un nuevo espacio en nuestro corazón, un lugar en el que podremos acoger nuevos amigos y celebrar de un modo más pleno nuestra humanidad compartida.
Con todo, el optimismo y la esperanza son dos actitudes radicalmente diferentes. El optimismo significa esperar que las cosas -el tiempo, las relaciones humanas, la economía, la situación política y otras cosas como éstas- mejoren. La esperanza es la verdadera confianza en que Dios cumplirá las promesas que nos ha hecho de conducirnos a la verdadera libertad. El optimista habla de cambios concretos en el futuro. La persona de esperanza vive en el momento presente sabiendo que en la vida todo está en buenas manos. Todos los grandes de la historia han sido personas de esperanza. Abrahán, Moisés, Rut, María, Jesús, Rumi, Gandhi…, todos ellos vivieron guardando en su corazón la promesa que les guiaba hacia el futuro, sin necesidad de saber exactamente cómo habría de ser.
*
H. J. M. Nouwen, Pan para el viaje: una guía de sabiduría y de fe para cada día del año,
Ediciones Obelisco, Barcelona 2001.
Comentarios desactivados en Siguiendo tus huellas, Señor.
Partir con quien nada tiene,
pero que es digno de todo lo mejor
a sus ojos tristes y rojos,
y a los de Dios que nos mira a todos.
Partir no sólo lo sobrante,
también lo que hemos robado,
lo que hemos trabajado,
y hasta lo que nos es necesario.
Partir por justicia, por amor,
por encima de lo que es legal,
sin intereses y sin llevar la cuenta,
hasta que el otro sienta la hermandad.
Partir con sencillez y entrega,
sin creerse mejor ni superior,
sin exigir cambio, ni recompensa,
ni reconocimiento a nuestra actitud.
Partir, y aceptar decrecer
sin agobio, sin temor, sin tristeza,
con la confianza puesta en ti
para hacer posible la fraternidad.
Partir evangélicamente
en todo tiempo, en todo lugar,
dentro y fuera de nuestro hogar,
en toda ocasión, aquí, ahora ya.
Partir, o al menos intentarlo cada día,
nunca en solitario, siempre en compañía;
pero sin pretensiones ni vanidad,
sólo para hacer posible el compartir.
Para el camino, Señor,
no llevo oro, ni plata,
ni dinero en el bolsillo
me fío de tu palabra.
Ni tengo alforja con provisiones y repuestos,
que me basta tu compañía
y el pan de cada día.
Túnica, la puesta, sin más,
que no tengo que ocultar nada,
y el frío y el calor se atemperan
cuando se comparten, en familia.
Tampoco llevo bastón,
aunque tú dijiste que podíamos,
pues mis hermanos me sostienen y dan la mano
cuando el camino se hace duro,
y sangro, tropiezo y caigo.
Y sandalias, unas de quita y pon,
abiertas y bien ajustadas,
para evitar callos y rozaduras
en el cuerpo y en el alma,
andar ligero
y no olvidarme del suelo que piso
cuando tu Espíritu me levanta,
me mece libre, al viento,
me lleva y me arrastra.
Eso sí, voy en compañía,
desbordando ternura y paz
regalando salud y buena noticia
y caminando con alegría.
Casi ligero de equipaje,
fiándome de tu palabra,
yo te sigo y…
eso me basta.
Comentarios desactivados en Magda Bennásar: Verano, ¿un kairós?
¿Es el verano un tiempo especial? En la mitología griega Kairos representa un lapso de tiempo diferente al tiempo habitual. Su significado literal es “momento adecuado u oportuno”. En la teología cristiana se lo asocia con el “tiempo de Dios”.
Para el teólogo Paul Tillich, los kairoi, en plural, son las crisis recurrentes de la historia, que crean una oportunidad para que se provoque una decisión existencial de la persona.
Estamos iniciando, en el hemisferio norte del planeta, ese maravilloso tiempo de verano, cuyo nombre, para nuestros países mediterráneos, evoca calor, mar, río, descanso vacaciones, tiempo sin reloj, tiempo para tener tiempo de perder tiempo y así cargar de creatividad nuestro cerebro y espíritu constreñidos por el deber, la tarea, y las prisas existenciales que caracterizan nuestras culturas.
El tiempo de verano, en esas condiciones que para muchos son de descanso- aunque no para todos- es un tiempo oportuno que crea una oportunidad, como dice Tillich, para que se pueda producir una llamada a tomar una decisión existencial que emerja de ese Fondo común que nos hace Uno con el todo y con todxs.
Súper interesantes las lecturas de estos días. Y hasta redundantes algunos de los temas, por ejemplo el de “la otra orilla”. Esa otra orilla o mirada desde otra perspectiva a nuestra vida: familia, comunidad, trabajo, sociedad… nos puede aportar muchísima luz para con franqueza cristiana preguntarnos desde el sosiego interior que nos da la confianza en la Ruah, si quiero seguir igual, procurando que nada se mueva demasiado o desde dentro y como quien se mete en el agua todavía fría del océano, despacito o de cabeza, según tú elijas, ir abrazando el cambio, que siempre, siempre, el Espíritu de Dios nos indica.
De ahí el contundente SÍGUEME, de las lecturas de este tiempo. Sígueme porque es en esta relación donde está escondido el misterio del kairós. Del tiempo oportuno para empezar de nuevo. Seguirle a la otra orilla, este es el reto y el regalo que nos hace el Resucitado: el de una amistad genuina que nos capacita para andar con él y como él.
Seguirle a la otra orilla, ¡qué lujo! ser invitados por el Maestro a navegar para cruzar al otro lado de nuestra mente y sobre todo de nuestro corazón. Tal vez ese espacio de kairós que tenemos a la sombra, de manera que no lo vemos, pero sí lo ven los otros y no se pueden creer que nosotros no lo veamos.
Ese lugar de kairós que no atiendes puede ser la otra orilla que tienes que visitar antes de ir a los otros con cantinelas de que la iglesia no tal o cual. Jesús no funda una iglesia, Jesús llama a personas por su nombre, y las invita a ir con él a orillas diferentes y llenas de gente interesante e interesada en kairós, en tiempos y oportunidades diferentes, nuevas.
En tres días he tenido dos experiencias importantes y diferentes: pasé el fin de semana con mi comunidad de laicos y consagradas, todos juntos y encantados, abriendo caminos por dentro y por fuera, disfrutando de la frescura de la familia, de las casadas feministas, de las hijas empoderadas por la libertad del evangelio. Todxs revelando nuestro kairós, ese momento vital a los demás, compartiendo nuestra realidad y dejando que la comunidad entrara, de puntillas, donde usualmente tenemos cerrado. Al abrir puertas se abren caminos, y creo que cada unx de nosotrxs pudo intuir un paso, un apoyo, un espaldarazo y un abrazo en aquello que intuimos constituye la otra orilla a la que se nos convoca.
Hasta ahí bien. Contenta. Pero el siguiente contacto fue menos alegre. Por colaborar nos metimos en un terreno institucional, rígido y analítico, cuestionador y tremendamente decepcionante, de nuevo, creyendo que por estar emplazado en plena naturaleza tendría la frescura de la Vida, y…Y hoy, que celebro mi aniversario de entrada en mi primera comunidad, me dicen por todos lados el corazón, la mente y lxs que me quieren, que reconozco son más de lo que parece, que no me equivoqué, y que siga hacia la otra orilla. Ahí me espera el kairós, el momento oportuno y vibrante que da sentido a todo lo vivido y a lo que está por venir. ¿Te vienes?
Con muchos nos vemos en Haro, nuestro retiro de verano que también podéis hacer online.
Os deseamos, desde aquí un verano de kairós. No os lo perdáis, yo no pienso perdérmelo.
Yo, pecador y obispo, me confieso de haber llegado a Roma con un bordón agreste; de sorprender el Viento entre las columnatas y de ensayar la quena a las barbas del órgano; de haber llegado a Asís, cercado de amapolas.
Yo, pecador y obispo, me confieso de soñar con la Iglesia vestida solamente de Evangelio y sandalias, de creer en la Iglesia, a pesar de la Iglesia, algunas veces; de creer en el Reino, en todo caso -caminando en Iglesia-.
Yo, pecador y obispo, me confieso de haber visto a Jesús de Nazaret anunciando también la Buena Nueva a los pobres de América Latina; de decirle a María: «¡Comadre nuestra, salve!»; de celebrar la sangre de los que han sido fieles; de andar de romerías…
Yo, pecador y obispo, me confieso de amar a Nicaragua, la niña de la honda. Yo, pecador y obispo, me confieso de abrir cada mañana la ventana del Tiempo; de hablar como un hermano a otro hermano; de no perder el sueño, ni el canto, ni la risa;
de cultivar la flor de la Esperanza entre las llagas del Resucitado.
*
Pedro Casaldáliga, Todavía estas palabras. 1994
*
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió:
– “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.”
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
*
Marcos 6, 7-13
***
El mensaje y la actividad de los mensajeros no se distinguen en nada de la de Jesucristo. Han participado de su poder. Jesús ordena la predicación de la cercanía del Reino de los Cielos y dispone las señales que confirmarán este mensaje. Jesús manda curar a los heridos, limpiar a los leprosos, resucitar a los muertos, expulsar los demonios. La predicación se convierte en acontecimiento, y el acontecimiento da testimonio de la predicación.
Reino de Dios, Jesucristo, perdón de los pecados, justificación del pecador por la fe, todo esto no significa sino aniquilamiento del poder diabólico, curación, resurrección de los muertos. La Palabra del Dios todopoderoso es acción, suceso, milagro. El único Cristo marcha en sus doce mensajeros a través del país y hace su obra. La gracia real que se ha concedido a los discípulos es la Palabra creadora y redentora de Dios.
Puesto que la misión y la fuerza de los mensajeros sólo radican en la Palabra de Jesús, no debe observarse en ellos nada que oscurezca o reste crédito a la misión regia. Con su grandiosa pobreza, los mensajeros deben dar testimonio de la riqueza de su Señor. Lo que han recibido de Jesús no constituye algo propio con lo que pueden ganarse otros beneficios. «Gratuitamente lo habéis recibido». Ser mensajeros de Jesús no proporciona ningún derecho personal, ningún fundamento de honra o poder. Aunque el mensajero libre de Jesús se haya convertido en párroco, esto no cambia las cosas. Los derechos de un hombre de estudios, las reivindicaciones de una clase social, no tienen valor para el que se ha convertido en mensajero de Jesús. «Gratuitamente lo habéis recibido». ¿No fue sólo el llamamiento de Jesús el que nos atrajo a su servicio sin que nosotros lo mereciéramos? «Dadlo gratuitamente». Dejad claro que con toda la riqueza que habéis recibido no buscáis nada para vosotros mismos, ni posesiones, ni apariencia, ni reconocimiento, ni siquiera que os den las gracias. Además, ¿cómo podríais exigirlo? Toda la honra que recaiga sobre nosotros se la robamos al que en verdad le pertenece, al Señor que nos ha enviado. La libertad de los mensajeros de Jesús debe mostrarse en su pobreza.
El que Marcos y Lucas se diferencien de Mateo en la enumeración de las cosas que están prohibidas o permitidas llevar a los discípulos no permite sacar distintas conclusiones.
Jesús manda pobreza a los que parten confiados en el poder pleno de su Palabra. Conviene no olvidar que aquí se trata de un precepto. Las cosas que deben poseer los discípulos son reguladas hasta lo más concreto. No deben presentarse como mendigos, con los trajes destrozados, ni ser unos parásitos que constituyan una carga para los demás. Pero deben andar con el vestido de la pobreza. Deben tener tan pocas cosas como el que marcha por el campo y está cierto de que al anochecer encontrará una casa amiga, donde le proporcionarán techo y el alimento necesario.
Naturalmente, esta confianza no deben ponerla en los hombres, sino en el que los ha enviado y en el Padre celestial, que cuidará de ellos. De este modo conseguirán hacer digno de crédito el mensaje que predican sobre la inminencia del dominio de Dios en la tierra. Con la misma libertad con que realizan su servicio deben aceptar también el aposento y la comida, no como un pan que se mendiga, sino como el alimento que merece un obrero. Jesús llama «obreros» a sus apóstoles. El perezoso no merece ser alimentado. Pero ¿qué es el trabajo sino la lucha contra el poderío de Satanás, la lucha por conquistar los corazones de los hombres, la renuncia a la propia gloria, a los bienes y alegrías del mundo, para poder servir con amor a los pobres, los maltratados y los miserables? Dios mismo ha trabajado y se ha cansado con los hombres (Is 43, 24), el alma de Jesús trabajó hasta la muerte en la cruz por nuestra salvación (Is 53,11).
Los mensajeros participan de este trabajo en la predicación, en la superación de Satanás y en ¡a oración suplicante. Quien no acepta este trabajo, no ha comprendido aún el servicio del mensajero fiel de Jesús. Pueden aceptar sin avergonzarse la recompensa diaria de su trabajo, pero también sin avergonzarse deben permanecer pobres, por amor a su servicio.
*
Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento,
Sígueme, Salamanca 1999, pp. 136-138.
Comentarios desactivados en “Lo de Jesús”, por Miguel Ángel Munárriz.
Decía Nietzsche —gran admirador de Jesús en una etapa de su vida— que «el último cristiano murió en la cruz», lo cual, aun distando mucho de la realidad, nos puede hacer reflexionar sobre la enorme divergencia que existe entre “lo de Jesús”, y las actitudes de quienes respondemos el apelativo de cristianos.
Pero ¿por dónde empezar esta reflexión?… Pues parece lógico iniciarla por nosotros mismos; esa mayoría de miembros de a pié de la Iglesia, que hemos hecho el milagro de compatibilizar el cristianismo con la sociedad de consumo (lo que en términos evangélicos equivale a hacer pasar el camello por el ojo de la aguja); que hemos olvidado que en un mundo lleno de injusticia y opresión, la única forma de que «los hombres vean el amor del Padre» es a través de las buenas obras de quienes lo proclaman; y que ése es nuestro compromiso.
Una vez hecha la autocrítica, ya podemos permitirnos extender la reflexión a otros ámbitos de la Iglesia. Y aquí nos topamos en primer lugar con la jerarquía, quizá más comprometida con su propia importancia y sus propios problemas, que con la misión de promover el evangelio en todos sus actos y decisiones. Nos encontramos también con los encargados de proclamar la Palabra, en demasiadas ocasiones más empapados de escolástica que fascinados por Jesús.
También podemos ampliar nuestra reflexión a esa teología erudita que a veces olvida que solo sabemos de Dios lo que hemos visto en Jesús, y que nos ofrece, también a veces, una visión de Dios ajena al evangelio que enturbia la mejor parábola de Jesús: Abbá. Tampoco ayudan esas presuntas vanguardias que, lejos de reconducirnos hacia criterios y actitudes evangélicas (que buena falta nos hace), promueven filosofías iniciáticas, filo-gnósticas, en las que ponen todo el énfasis, relegando la fe en Jesús a un discreto segundo plano…
Negro panorama. Tan negro que, si nos parásemos aquí, no tendríamos más remedio que dar la razón a Nietzsche. Pero afortunadamente la Iglesia no se queda ahí (ésa es solo la periferia), pues falta por mencionar ese cogollo escogido donde el cristianismo se abraza con fuerza a lo de Jesús. Nos referimos a esas minorías comprometidas que han decidido tomar en serio la misión de hacer visible el evangelio a todas las gentes, y que lo hacen, no desde el púlpito o la cátedra, sino desde la cercanía, desde el servicio a los más necesitados, bien sea en el propio lugar donde viven, o bien, abandonándolo todo para ir a compartir con ellos penurias, enfermedades y muerte en aquellos lugares donde la necesidad es más acuciante.
Y ésta es sin duda la vanguardia, la quintaesencia, la que mejor nos muestra al Dios de Jesús, la que marca el camino, la que nos hace tener confianza en el futuro, la que compensa el escándalo que nosotros damos al mundo… Y cuando alguien diga que la vanguardia del cristianismo está en otra parte, haremos bien en confrontarla con el evangelio para ver si aguanta la prueba o se estrella estrepitosamente contra ella.
A veces me pregunto si el cristianismo es viable de cara al futuro, y siempre llego a la conclusión que lo será si es consecuente con lo de Jesús, y que no lo será si se desentiende de él. ¿Y por qué?… pues porque el evangelio es sumamente contagioso, y la mejor prueba de ello es que las primeras comunidades crecían sin cesar a pesar de las persecuciones que sufrían y las dificultades a las que se enfrentaban… El problema es que nadie se contagia si no se pone en contacto con al agente infeccioso, y es aquí donde entramos nosotros; la sal de la Tierra y la luz del mundo… pero… «si la sal se vuelve insípida ¿con qué se la salará?…
Comentarios desactivados en Jesús es nuestra regla de vida.
Del blog de Thomas Merton:
El cristianismo es una religión de amor. La moralidad cristiana es una moralidad de amor. El amor es imposible sin la obediencia que une las voluntades del amante y del Amado. Pero el amor es destruido por la unión de voluntades que resulta forzada Y no es espontánea. El hombre que obedece a Dios porque es compelido a hacerlo, realmente no lo ama. Dios no quiere la adoración de la compulsión, sino una adoración que sea libre, espontánea, sincera, “en espíritu y en verdad”. Ciertamente, siempre debe haber un límite donde la debilidad humana sea protegida de sí misma por una orden categórica: “¡No lo harás!” No puede haber un amor a Dios que ignore tales órdenes. Sin embargo, un amor genuino y maduro obedece no porque es ordenado, sino porque ama.
El cristianismo no es la religión de una ley sino la religión de una persona. El cristiano no es sólo alguien que cumple las reglas que le impone la Iglesia. Es un discípulo de Cristo. Por cierto que respeta los mandamientos de Dios así como las leyes de la Iglesia, pero su razón para hacer tal cosa no debe buscarse en algún poder de decretos legales: es hallada en Cristo. El amor es especificado no por leyes sino por personas. El amor tiene sus leyes, pero son leyes concretas, existenciales, basadas en valores ocultos en la mismísima persona del Amado. En el Sermón de la Montaña, cuando Jesús comparó la antigua Ley con la nueva, introdujo sanciones, pero eran hiperbólicas: “el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo en la gehenna de fuego” (Mateo 5, 22).
El mismo Jesús, al vivir en nosotros por su Espíritu, es nuestra regla de Vida. Su amor es nuestra ley, y es absoluto. La obediencia a esta ley nos amolda a Él como persona. Por lo tanto, perfecciona la imagen divina en nosotros. Hace que nos parezcamos a Dios. Nos colma con la vida y la libertad que Él nos enseñó a buscar. Éste es el valor que determina todas las acciones de un cristiano. Éste es al mismo tiempo el cimiento del humanismo cristiano y del misticismo cristiano: el cristiano vive por amor y, consiguientemente, por libertad.
Lejos queda el temor a que nuestra religión no sea la verdadera. Lejos, también, aquel concepto de fe como aceptación de un conjunto de postulados dogmáticos, y no como confianza en alguien por quien se puede apostar: «Tengo fe en mi médico, y me pongo en sus manos para que me extirpe el riñón enfermo».
Lejos queda el tiempo de buscar certezas; ahora es tiempo de apostar. Nuestra vida es una permanente sucesión de apuestas, aunque bien es cierto que la mayoría de ellas son nimias: ¿Me quedo en casa leyendo un libro, o salgo a dar un paseo? ¿Me pongo una camisa blanca, o a cuadros?… Otras son más importantes: ¿Estudio esta carrera, o la otra? ¿Formo una familia, o huyo de compromisos que coartan mi libertad?…
También hay apuestas trascendentes.
¿Apuesto por buscar en Dios el sentido de mi vida, o apuesto por buscarlo fuera de Él?… es decir: ¿Planteo mi vida con la esperanza de más vida después de la muerte, o limito mi expectativa a la vida sensible que conozco?… Porque claro, si esperamos sobrevivir a la muerte, el acierto o desacierto de nuestras acciones deberá estar referido a la vida entera; la de antes y la de después de la muerte. Si por el contrario creemos que nuestra realidad se limita a lo biológico, el sentido de nuestra vida consistirá en aprovechar al máximo el regalo irrepetible y fugaz de la propia vida: «Carpe diem», decía Horacio.
La siguiente gran apuesta es por el cauce a seguir para llegar a Dios. Hay muchos cauces —al menos tantos como religiones—, pero es que, además, podemos crear el nuestro propio. La búsqueda de Dios se puede comparar a la ascensión a una montaña que no conocemos. Podemos apostar por intentarlo por nuestra cuenta, con el riesgo evidente de perdernos por el camino y no llegar nunca a la cima, y podemos apostar por hacerlo con un guía que conozca el camino. En esta segunda opción es importante elegir bien al guía, pues no todos nos sirven para ver cumplidas nuestras expectativas.
En principio, es cristiano quien apuesta por Jesús; quien pone su fe en Jesús para que le guíe hasta la cima. Ruiz de Galarreta decía que el itinerario hacia la fe en Jesús presenta varios niveles: «Conocerle y admirarle es el punto de partida; aceptar sus valores y su modo de vivir es ya una opción de vida; reconocer en él la imagen misma de Dios y el modelo de lo humano, es la fe cristiana explícita».
Pero el conocimiento de Jesús ha sido siempre una ardua tarea para quien lo busca de veras. Si miramos a los ambientes tradicionales de la Iglesia, vemos que tanto la personalidad de Jesús como su propuesta de vida, quedan en buena medida veladas por la carga dogmática y ritual de la religión oficial; pero si volvemos la vista a lo que se podrían llamar ambientes ilustrados, la cosa no resulta menos peliaguda. Estos movimientos ilustrados se presentan siempre como vanguardia, invitan a rechazar todo lo anterior y venden el resultado como “progreso”. En este caso, el resultado es la relativización de la figura de Jesús y de su valor como cauce hacia Dios. A veces lo presentan tan revestido de ropajes ajenos, que resulta imposible identificarle.
Y todo esto ocurre cuando la exégesis independiente nos muestra con más rigor que nunca la fe de las primeras comunidades, y por ende, a Jesús (pues en ellas había Testigos para desmentir lo que no se ajustase a la realidad). Quizá la mejor forma de entender el “progreso” sea como profundización en el conocimiento de Jesús para así reforzar la apuesta por él; en la aceptación del Jesús del evangelio sin ropajes, añadidos ni mutilaciones; es decir, de ese Jesús imagen viva de Abbá, ungido por Dios con Espíritu y con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal… porque Dios estaba con él.
En la narración evangélica relativa a María hemos de señalar una circunstancia muy importante: ella fue, a buen seguro, iluminada interiormente por un carisma de luz extraordinario, como su inocencia y su misión debían asegurarle; en el evangelio se manifiesta la limpidez cognoscitiva y la intuición profética de las cosas divinas que inundaban su privilegiada alma. Y, sin embargo, la Señora tuvo fe, la cual supone no la evidencia directa del conocimiento, sino la aceptación de la verdad a causa de la palabra reveladora de Dios. «También la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe», dice el Concilio (LG 58). Es el evangelio el que indica su meritorio camino, que nosotros recordaremos y celebraremos con el único elogio de Isabel, elogio estupendo y revelador de la psicología y de la virtud de María: «¡Dichosa tú, que has creído!» (Lc 1,45).
Y podremos encontrar la confirmación de esta virtud fundamental de la Señora en todas las páginas del evangelio donde aparece lo que ella era, lo que dijo, lo que hizo, de suerte que nos sintamos obligados a sentarnos en la escuela de su ejemplo y a encontrar en las actitudes que definen la incomparable figura de María ante el misterio de Cristo, que en ella se realiza, las formas típicas para los espíritus que quieren ser religiosos según el plan divino de nuestra salvación; son formas de escucha, de exploración, de aceptación, de sacrificio; y, a continuación, también de meditación, de espera y de interrogación, de posesión interior, de seguridad calma y soberana en el juicio y en la acción, y, por último, de plenitud de oración y de comunión, propias, ciertamente, de aquella alma única llena de gracia y envuelta por el Espíritu Santo, pero formas también de re, y por eso próximas a nosotros, no sólo admirables por nosotros, sino imitables.
*
Pablo VI, Audiencia general del 10 de mayo de 1967,
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He ido de aldea en aldea,
anunciando la buena nueva
curando enfermedades,
liberando a la gente de sus demonios
personales y grupales
y acercando tu amor de Padre
a todas las personas necesitadas
y con las entrañas abiertas…
El Reino ha llenado mi vida,
día a día, plenamente.
He deseado tanto que todos comenzaran
a vivir y caminar en la tierra
como hijos y hermanos,
con la paz en las manos
la justicia en el corazón,
la mirada serena y limpia,
el rostro sonriente
y sus bienes y dones en común…
Y sigo creyendo, hoy como el primer día,
que el Reino es posible para todos,
aunque la semilla apenas haya surgido
y sea todavía tan débil,
y el fruto no tenga garantía,
y este momento me turbe
y rompa mis quereres y expectativas…
Al principio, cuando era primavera,
quise alegrar el corazón de todos
los que se aman y lo celebran
convirtiendo el agua en vino.
Pero nadie lo entendió,
ni el maestresala,
ni los invitados,
ni los que se casaban…
He vivido minuto a minuto,
procurando que esta tierra sea el lugar
donde Tú, Padre, y todas las personas
se encuentren y se quieran.
Algunas veces se ha realizado el milagro
y ha brotado con fuerza la vida.
Pero la mayoría de las veces
los hombres y mujeres no acuden a su cita…
La muerte me acecha, no hacen falta profecías.
Los que mandan me la tienen jurada
pues no les gusta mi manera.
Quizá ya lo hayan previsto todo.
Pero antes de que ocurra nada,
quiero partir y entregar mi persona
en el pan y el vino, fruto de la cosecha,
para que todos tengan vida
y puedan sentarse en la mesa del Reino,
y sepan que mi entrega por ellos
siempre ha sido auténtica y que voy a llegar
hasta las últimas consecuencias…
Hoy mismo quiero que tengan una tierra nueva,
primicia de sus sueños y mis promesas,
donde no haya hambre ni tristeza,
a menos que queden transformadas en esperanza.
¡Cuánto deseo que el universo entero se recree
y adquiera la bondad de la primera hora,
y encuentre la luz recién amanecida!
¡Qué distinto sería todo, ya desde ahora,
si hombres y mujeres descubrieran,
en su pequeñez su grandeza,
en su libertad su fuerza creadora
y en su amor la unidad y la vida florecida!
También ellos vivirían en pascua continua
y serían capaces de soñar estas cosas…
Por eso, hoy, tomo de la tierra su esfuerzo,
su sudor y fruto, su canto y grito.
Tomo el pan como mi propio cuerpo,
y lo parto y entrego a cada uno en esta mesa
porque es mesa de esperanzas compartidas…
Los que comieron conmigo otras veces
el pan de cada día
en la mesa de los pecadores,
en los caminos polvorientos,
en los descampados yermos y sedientos,
entenderán mi gesto…
Y alzo, de nuevo, la copa de vino
para crear una nueva alianza
que sacie a todos los sedientos,
que quite los miedos más íntimos
y comparta los secretos.
Quiero hacer nuevas todas las cosas.
Voy a hacerme yo mismo vino
para recorran la vida
y entiendan y gocen sus caminos.
No puedo más, ni alcanzo a llegar a otros sitios,
mas quiero que mi entrega y muerte sea por todos,
presentes y ausentes, creyentes e indiferentes…
… … …
Tomad y comed, esto es mi cuerpo.
Tomad y bebed, es el vino de la vida nueva.
Y aprended que no es tan dura ni oscura
la vida que os espera.
Ponedle canto, banquete y un poco de fiesta,
y haced nuevas eucaristías.
Comentarios desactivados en Juan Zapatero: Con flores a porfía.
“Con flores a porfía, con flores a María”. Era el canto que, llegado el mes de mayo, resonaba cada tarde, siempre al finalizar la jornada laboral, y de qué manera, en las iglesias de todas ciudades y pueblos y, cómo no, en las capillas de todos los seminarios, noviciados, centros de formación religiosa y conventos en general. Era un mes muy especial, vaya, era el mes dedicado por excelencia a cantar las alabanzas a la Virgen, figura clave en la vida cristiana en general, pero de manera muy especial en la de los futuros sacerdotes, religiosos y religiosas. Era el mes en que los campos rebosaban de vida y de belleza de manera exuberante, con sus flores por doquier y rosas, muchas rosas que adornaban todos los parques y jardines; unas rosas algunas que parecían hechas de terciopelo. Vaya, un mes en el que cantar a María resultaba fácil, muy fácil y tremendamente gratificante a nivel interior.
No se puede poner en duda el enorme entusiasmo con que en aquellos momentos se cantaba a María, porque, no en vano, como rezaba la letra del canto “madre nuestra es”.
Qué lástima que toda aquella fuerza, aquella “porfía” a ver quién cantaba más y con más vehemencia, etc., no dio como resultado un descubrimiento de María como la mujer a quien imitar como modelo de persona, de ciudadana, de madre y, sobre todo, de modelo de “confianza” en el proyecto de Jesús: “Haced lo que Él os diga”; a “Jesús por María”.
Posiblemente era debido, entre otras cosas, a que el sentimiento jugaba un papel excesivo. Y no es que el sentimiento sea malo; tampoco, por supuesto, cuando lo referimos a la religión y a la vivencia de la fe o a la expresión de lo espiritual. Sí que puede convertirse en un obstáculo para conseguir los mejores propósitos, cuando dicho sentimiento deja de ser un medio o un instrumento para quedar convertido en un fin en sí mismo: el sentimentalismo. Había demasiada sublimación en aquellos cantos; había que buscar algo, o alguien para ser más exactos, que justificara tanta afectividad reprimida o, por lo menos, mal enfocada y peor proyectada. Y qué mejor que la figura de aquella muchacha de Nazaret, en plena efervescencia de la vida, que se ofrece para ser la madre de Dios “sin conocer varón” y, por tanto, consiguiendo que su virginidad quedase “intacta”.
Era, sin embargo, una muchacha demasiado parecida a la mayoría de las que aparecen pintadas en cuadros y óleos de los mejores pintores de siempre; a las que abundan en museos, iglesias y lugares de culto. Y muy poco, en cambio, a las chicas y jóvenes mujeres que la vida nos acostumbra a mostrar por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Y, si se me permite, nada en absoluto a esas otras jóvenes y mujeres explotadas, abusadas, violadas, maltratadas, asesinadas y un suma y sigue de ignominias a cuál más grande y peor. Era la chica ideal, “purísima doncella”, joven y guapa, tierna, que justificaba con creces todas las renuncias y más respecto no solo al goce y disfrute legítimo del sexo como parte integrante de la persona, vivido y compartido con amor; sino incluso a la relación sexual como condición necesaria en todos los seres pertenecientes a la especie animal para engendrar una nueva creatura.
Creo que lo que se ponía en juego muchas veces era una especie de urgencia y de necesidad de destacar por encima de todo la virginidad física, aunque la “virginidad de corazón” brillase por su ausencia. O, a lo mejor, se pretendía potenciar las dos, ¿por qué no?, pero con la intención de salvaguardar la primera por encima de todo. Una virginidad física, por otro lado, que apareciera como tal a la vista de todos, aunque a nivel privado pudiera estar mancillada por haberla transgredido en algún momento o estar transgrediéndola de manera habitual; eso sí, siempre de manera oculta. Era esa virginidad que concedía una especie de “estatus” superior socialmente; más aún en un país como el nuestro, en el que, por entonces, el catolicismo, y la Iglesia en concreto, gozaba de privilegios suculentos y de reconocimientos excelsos.
Qué oportunidad perdida para haber descubierto a María como verdadero modelo de fe, no precisamente como cúmulo de verdades, sino como actitud confiada en un proyecto capaz de llenar de sentido la vida “Dichosa tú, que has creído”. Como modelo de absoluta confianza en Jesús, respecto al que no tuvo el más mínimo reparo en cuanto al momento de avanzar su manifestación mesiánica. “Haced lo que Él os diga”.
Para haber descubierto, también, el valor del servicio humilde, decidido y generoso como actitud obligada y necesaria de la fe. “María se encaminó con presura hacia la montaña a visitar a su prima Isabel que estaba embarazada”.
Una María creyente en todo momento, confiada y servicial desde la actitud de mujer del pueblo; no desde una actitud de “virgen”, que más bien ha sido sinónimo durante siglos, para la mayoría de las personas cristianas, de mujer “selecta y apartada”, a quien venerar sobre todo y pedirla también intercesión para “poder sobrellevar” la vida en este “valle de lágrimas”.
Con flores a porfía, con flores a María, pues, además de madre, es, sin ningún tipo de dudas, para quienes intentamos vivir el proyecto de su hijo, nuestro mejor modelo de fe y de confianza, desde su manera de vivir como mujer, como ciudadana, como creyente.
El ejemplo de Tomás Moro demuestra que le es posible a un cristiano vivir en el mundo según el Evangelio y actuar en él a imitación de Cristo; y ello en medio de su propia familia, de sus posesiones y de la vida política: es posible llevar una vida santa en medio de estas distintas situaciones, con sobriedad, sencillez y honestidad, sin caer en fanatismos ni “beaterías”, de modo serio y alegre al mismo tiempo.
¿Qué es, pues, lo más importante para un cristiano que vive en el mundo? Realizar, en la fe, una opción radical por Dios, por el Señor y por su Reino, a pesar de todas las inclinaciones pecaminosas, y conservarla intacta a través de los acontecimientos ordinarios de cada día. Conservar, viviendo en el mundo, la libertad fundamental respecto al mundo, en medio de la familia, de las posesiones y de la vida política, al servicio de Dios y de los hermanos. Poseer la alegre prontitud que permite ejercer esta libertad, en cualquier momento, a través de la renuncia, y cuando estemos llamados a hacerlo, a través de la renuncia total. Sólo en esta libertad respecto al mundo, buscada por amor a Dios, es donde el cristiano, que vive en el mundo, pero recibe la libertad como don de la gracia de Dios, encuentra la fortaleza, el consuelo, el poder y la alegría que son su victoria.
*
Hans Küng, Liberta nel mondo. Sir Thomas More,
Brescia 1966, 44s
La máxima de cualquier teología del papel de aluminio es la conservación, y su meta, envolver cualquier reflexión, principio, idea, institución, o identidad cristiana, en una finísima capa de este material para asegurar la inmutabilidad. En ocasiones se les va un poco de las manos y lo que envuelven en tan elástico papel plateado es el cerebro de los cristianos y cristianas que asumen como verdad revelada dichas teologías. Hay que reconocer su éxito, no hay más que mirar los principales medios de comunicación cristianos en castellano, pero de la misma manera deberíamos indicar lo contaminantes y cancerígenas que pueden llegar a ser. Después, proponer teologías más respetuosas con el medio ambiente, con nuestros cuerpos, con nuestras identidades. Teologías que nazcan, crezcan, mueran y se pudran, para dar lugar a otras nuevas y más significativas en los lugares donde logren renacer.
En muchas teologías hay una fiebre que no entiendo por la conservación, porque todo sea como siempre fue, cuando lo que yo leo en el evangelio es una llamada a hombres y mujeres para que cambien su identidad, su manera de ver el mundo, al prójimo y a dios. No existe el mensaje de la resignación, del “te aguantas”, del “asume lo que te ha tocado”, o del “toda la vida ha sido así”, sino el “déjalo todo y sígueme”. El cristianismo es una propuesta de cambio y transformación, de construir otros mundos posibles, otras personas diferentes. Es la relativización de cualquier identidad, lo más alejado del esencialismo, de las ideologías que dicen quiénes somos y cómo se espera que nos comportemos por el lugar donde hemos nacido, la clase social, el género que se nos ha impuesto, o los deseos que nos son permitidos. “Déjalo todo”, todo, no te quedes con nada, “y sígueme”.
Es evidente que no podemos dejarlo todo, ¡ya nos gustaría a veces!, que el seguimiento de Jesús solo es posible desde lo que somos, y eso son un montón de identidades que nos configuran a todas. Pero en el momento en el que nos ponemos en camino, estamos diciendo que esas identidades no son inmutables, que en el seguimiento nos abrimos al cambio, a la transformación. El cristianismo es esencialmente trans, sin lo trans, no hay cristianismo. Y quienes pretenden envolvernos con sus teologías del papel de aluminio, lo que pretenden es que no nos movamos, que no respondamos a la llamada de Jesús. Por eso no son teologías cristianas, por muy bendecidas que estén por quienes manejan el cotarro de lo religioso. El evangelio, la buena noticia, es que podemos ser cambiadas, que no tenemos que asumir ninguna esencia, biología, naturaleza, o ley de dios. Asumir ser cristiana, es lanzar todo eso por el retrete, y abrirse a la transformación, dejándose guiar por el evangelio de Jesús.
Todo esto tiene también otra consecuencia para quienes reivindicamos los derechos de todas las identidades, y es que no podemos hacer fotos fijas de una identidad, no podemos caer en el error de envolver lo trans, lo gay, lo bi, lo queer, lo lesbico, lo +, en nuestro propio papel de aluminio, aunque sea de colores. No hay una meta de la identidad donde alguien nos espera para decirnos que lo hemos logrado, que eso es lo que somos, que ya nos hemos encontrado por fin… En el seguimiento de Jesús no hay papel de aluminio que valga, habrá veces que seremos más conscientes de los cambios, y otras menos, pero el seguimiento de Jesús, con la transformación que necesariamente trae consigo, es nuestra identidad fundamental.
No lo lograremos completamente, vamos a fracasar, si esa convicción es demasiado perturbadora para nosotros, mejor abandonarse a las teologías del papel de aluminio, porque con ellas al final si se vencerá y se alcanzará la meta deseada. Pero si optamos por no engañarnos, mejor aceptar que siempre habrá un sueño no realizado, una justicia no alcanzada, una caricia que nos gustaría volver a hacer, un abrazo pendiente. Siempre quedará algo que nos hubiera gustado ser, una mirada que nos hubiera gustado recibir, un perdón que no dimos, una forma de ser hombre o mujer que jamás nos atrevimos a explorar. Lo importante del seguimiento, es el camino y su compañía, aquello que sí hicimos, las identidades de las que logramos escapar, y aquellas otras que asumimos como nuestras porque nos hacían felices. Lo esencial es lo que vivimos, quienes amamos y nos amaron, pero también lo que logramos amarnos y perdonarnos. Ojalá que lo último que nos robe la muerte no sea el recuerdo de un versículo sobre cómo deberíamos haber sido, ni un suspiro, sino la voluntad de seguir viviendo, de seguir transformándonos mientras caminamos con el maestro. Y ojalá también, que la muerte no sea el último paso que demos junto a él.
Carlos Osma
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“Nadie se libra de verse herido. Todos hemos recibido alguna que otra herida, ya sea en nuestro cuerpo, ya en nuestros sentimientos, ya en nuestros espíritus. La principal pregunta no es: ¿cómo disimular nuestras heridas para que no nos resulten molestas? sino ¿cómo poner al servicio de los demás las heridas recibidas? Cuando nuestras heridas dejan de ser fuente de vergüenza para convertirse en fuente de sanación, nos habremos convertido en sanadores heridos.
Jesús es el sanador herido de Dios. Por medio de sus heridas somos sanados nosotros. Los sufrimientos y la muerte de Jesús, trajeron alegría y vida. Su humillación trajo gloria; su rechazo trajo una comunidad de amor.
Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos hacer que nuestras heridas traigan sanación a los demás.”
Si tuviéramos que elegir el personaje más queer del Evangelio de Juan muchos se decantarían por Lázaro, un joven inseparable de sus hermanas María y Marta que hizo una salida del sepulcro por todo lo alto después de que su íntimo amigo Jesús llorara ante su tumba. Otros lo harían por el ya entrado en años Nicodemo, que se acercó a Jesús de noche por miedo a que alguien pudiera descubrirlo, y fue incapaz de entender qué era lo que le atraía de Jesús, ni la invitación que este le hizo para que naciera de nuevo y se desprendiera del legalismo y la religiosidad que lo paralizaban y le impedían ver el reino de dios.
Pero a mi hoy, y esto reconozco que va a días, al leer la última conversación entre Jesús y Simón Pedro que encontramos en el capítulo 21, creo que este discípulo merece ser reconocido como el más queer de todos. Y la razón no tiene nada que ver con su expresión de género, ni con su identidad sexual, sino más bien con su convicción de que no encajaba en el estereotipo, en el molde de lo que es un verdadero discípulo. Y percibo que esa identidad queer la vivía con culpa, al igual que muchas cristianas y cristianos LGTBIQ, impidiéndole sentirse amado por Jesús.
Después de haber comido en la playa con el resto de discípulos, Jesús y Simón Pedro se quedaron solos y el maestro le preguntó: «¿me amas más que estos?». La respuesta del discípulo tenía un matiz que lo delataba: «tú sabes que te quiero». Jesús volvió a preguntarle por segunda vez: «¿me amas?», y Simón Pedro le repitió: «tú sabes que te quiero». La diferencia entre amar, que es lo que Jesús le preguntó, y querer, que es lo que Simón Pedro respondió, puede parecer baladí, pero considero que no lo es tanto, y en ese pequeño matiz, es donde creo que el discípulo explicitó que después de haber negado a Jesús tres veces antes de que lo crucificaran, él no sentía que encajara en la imagen del discípulo que podía responder tranquilamente que amaba a Jesús sin sentirse un poco hipócrita. Es verdad que podría haber mentido, pero aquella vez el sentimiento de culpa que arrastraba le obligó a reconocer que la palabra amor le quedaba grande, que no era digno de utilizarla, y por eso (quizás) prefirió responder con otra más pequeña.
En la playa, cerca de donde Jesús y Simón Pedro dialogaban sobre sus amores y sus quereres, se encontraba un discípulo que hubiera confesado a Jesús con rotundidad: «pues claro que te amo». Era el discípulo amado, el perfecto, el discípulo por excelencia, el valiente que no huyó y acompañó hasta la cruz a su maestro, el discípulo al que Jesús encomendó su propia madre, el primero que creyó en la resurrección, el que no dudó en ningún momento, el que no falló, el que siempre estuvo en el lugar adecuado en el momento exacto, el discípulo con una fe inquebrantable, el único que descansó su cabeza sobre el pecho de Jesús. Frente al discípulo amado, Simón Pedro se debió sentir acomplejado, incómodo, porque cualquier comparación con él lo dejaba en mal lugar. Él era mucho más humano y contradictorio, más cobarde y mentiroso. Supongo que, por eso, no se atrevió a responder a Jesús: «tú sabes que te amo».
Por mucho que se diga que todos somos pecadores, que no hay nadie perfecto, la realidad es que existe una imagen idealizada, como la del discípulo amado en el evangelio de Juan, sobre cómo es el discípulo que puede responder tranquilamente que ama a Jesús más que el resto de los mortales. Evidentemente nosotras no estamos incluidas en ese imaginario, claro, nuestra identidad es terrenal, humana, contradictoria y efímera, como la de Simón Pedro, somos demasiado queer para poder ser integradas en idealizaciones sin nombre, en proyecciones como la de los discípulos perfectos. Y por eso, nos sentimos toleradas, aceptadas, respetadas, queridas, pero no amadas. Para poder serlo, deberíamos ser distintas, mucho más heterosexuales, jóvenes, fundamentalistas, cisgénero, rubias, fieles, masculinas, espirituales, delgadas, musculosas, ricas, perfectas, sumisas… Deberíamos ser algo totalmente inalcanzable para nosotras, deberíamos ser de mentira, puro humo, un holograma en 3D como los discípulos amados que nos rodean.
La verdad es que siempre nos queda mentir, afirmar que le amamos como se supone que deberíamos hacerlo, parecer humildes y respetables, tener cara de no haber roto nunca un plato, incrustarnos dentro de su holograma en 3D y dejar que esa imagen nos destroce la vida. Podemos convertirnos en personas reconocidas como piedras sobre las que su comunidad se sostiene, mientras nuestra vida se tambalea. O podemos, como Simón Pedro, agachar la cabeza y responder únicamente que le queremos, que somos queer, que no somos como sus discípulos amados, esos a los que todo el mundo alaba y no necesitan justificar que son cristianos. Y estoy convencido, por mi experiencia, que si hacemos eso, nos encontraremos con un Jesús más humano y más próximo que se pone a nuestro nivel y se dirige a nuestras contradicciones e incongruencias, porque así somos todas, para preguntarnos por tercera y última vez: «¿me quieres?». Y al escuchar que, a pesar de todo, está a nuestro lado, que sabe que tenemos mucho que avanzar, pero que no va a abandonarnos, quizás nos atrevamos a levantar la cabeza y mirarle a los ojos para decirle como Simón Pedro: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero». Si eso ocurre, si nos armamos de valor para hacerlo, descubriremos que el discípulo amado no es nuestra meta, que nuestra meta es Jesús. Y es entonces cuando entenderemos de verdad de qué se trata eso de ser cristianas, que más que imitar una imagen idealizada, lo que se nos pide es responder a la llamada de quien nos dice: «Sígueme».
Carlos Osma
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Comentarios desactivados en Ser cristiano es vivir como Cristo y quedar unido a él.
Del blog Amigos de Thomas Merton:
El siguiente texto es un prefacio, escrito por Thomas Merton, para una edición japonesa de su libro VIDA Y SANTIDAD, uno de los más exitosos en cuanto a acogida de los lectores se refiere. En mi caso particular he leído ese libro muchas veces y me he aprovechado de él, académica y espiritualmente. A unos días de celebrar otro aniversario del natalicio del monje trapense, lo comparto acá:
El hecho de que el cristianismo se desarrollara en Occidente, y de que la cristiandad o la «cultura cristiana» se haya identificado durante tanto tiempo con la cultura europea, nos hace olvidar que el cristianismo es, desde el punto de vista europeo, «oriental» en su origen. Los rasgos culturales que el cristianismo adquirió desde que se aclimató a Europa no son necesariamente cristianos. De ahí que el cristianismo en ocasiones presente la apariencia de un sistema marcadamente activo, individualista y ético, basado en un cuerpo de verdades dogmáticas que tienden a definir a Dios objetivamente y a ofrecernos una explicación clara y definida de Su voluntad y de Sus planes para el mundo. Lo que le queda al hombre es aceptar esas descripciones y explicaciones especulativas y vivir una vida energética, progresista y productiva llena de rectitud y buenas obras.
Este concepto activo del cristianismo parece implicar que ser «cristiano» comporta también ser «moderno», «progresista» y «occidental». Para quienes son partidarios de las ideas occidentales, esa visión del cristianismo les puede resultar atractiva. Ciertamente se trata de una religión que mira hacia el futuro, pero no pone sus esperanzas meramente en el progreso humano. Del mismo modo, la esperanza del cristiano es sin duda una esperanza en el hombre, pero deposita su confianza en Dios y no en el hombre.
El Dios escondido, de cuyo ser nos damos cuenta oscuramente cuando somos conscientes de nuestra propia vida y libertad, pero al que no podemos ver, ni definir de forma adecuada o explicar con claridad, sin duda alguna se ha revelado. Pero no ha expuesto a la luz claramente el misterio interior de Su naturaleza escondida, tal y como Él es en Sí mismo. Lo que ha revelado en el Evangelio es Su amor al hombre. Este amor nos ha abierto un camino de salvación, en el que oímos Su voz llamándonos a una plenitud que al principio no podemos entender, pero que puede alcanzarse si obedecemos Su voluntad misteriosa. Esa voluntad es algo más que una ley externa. Es una vida en la que Dios mismo vive en nosotros, a través de Su Espíritu Santo.
El cristianismo es en primer lugar un modo de vida antes que una forma de pensar. Limitarse a estudiar las verdades cristianas y obtener de ese modo comprensión intelectual no basta. De hecho, el estudio, por sí solo, no nos aporta una comprensión completa de las mismas. Únicamente si vivimos la vida cristiana podemos llegar a entender el significado completo del mensaje cristiano. El sentido de ese mensaje es precisamente que Dios ha venido a morar en el hombre y a mostrar, en él, que las penas, los sufrimientos y los fracasos inherentes a la existencia humana jamás pueden privar al hombre de sentido siempre que sea capaz de decidir vivir como un hijo de Dios y que permita que Dios viva y triunfe en su corazón. Eso no es tan solo cuestión de consuelo individual sino de amor fraterno. El cristiano da testimonio del amor de Dios al mundo viviendo una vida comunitaria en la cual la presencia de Cristo se manifiesta oscuramente en el amor que los hermanos se muestran entre sí.
No se puede vivir la vida cristiana tal como se debe sin aspirar a ser santo. Para ser santo se ha de estar libre de la tiranía y de las ataduras del pecado, la lujuria, la ira, el orgullo, la ambición, la injusticia y el espíritu de violencia. Cuando se renuncia sinceramente al pecado y a la vida egoísta, se comienza a encontrar algo de la paz y de la serenidad que vienen de la conciencia de que Dios vive y obra en nosotros. Sin embargo, el «hombre viejo» y pecador todavía no ha muerto en nosotros. Pronto tiene lugar una nueva fase de lucha e incertidumbre en la que nos damos cuenta de que la santidad no es fácil, y no consiste solamente en fuerza de voluntad y en buenas intenciones. En esta lucha difícil ganamos experiencia de nuestras propias limitaciones y flaquezas. Pero también aprendemos, por experiencia, que si confiamos en el poder de Dios, y buscamos imitar a Su Hijo amado, Jesucristo, en Su pasión y en Su victoria, recibimos una fuerza misteriosa cuya fuente no es humana. Entonces comenzamos a identificarnos más con Cristo y a darnos cuenta, al menos en el silencio del corazón que ama y confía en Él, que Él mismo vive en nosotros y es nuestra fuerza. Jesucristo es nuestro nuevo y secreto yo. Nuestro verdadero camino a la vida pasa, pues, por renunciar a nuestro yo externo, con sus deseos e ilusiones egoístas a fin de que Cristo pueda vivir en nosotros. Así es como empezamos a ser auténticamente cristianos. Pues entonces la vida nueva que comenzó en nosotros sacramentalmente por el bautismo se convierte en una cuestión de experiencia cotidiana, puesto que Cristo toma posesión de nuestro ser a fin de ser Él mismo la vida, la santidad y la sabiduría en nosotros.
El camino cristiano necesariamente comienza aprendiendo a obedecer ciertas normas de conducta, pero pronto se convierte en una forma de simple obediencia a Dios en el Espíritu del amor que mora en su Iglesia, la asamblea de todos los fieles que son Uno en Cristo.
Este aspecto comunitario de la santidad cristiana es importante. La perfección cristiana no es únicamente el severo desapego ascético del individuo que se ha propuesto seguir una vía heroica de renuncia. Es ante todo una comunión en el amor jubiloso de Cristo viviente en Su Iglesia. Es una forma de compartir la alegría de la fe, una participación en la adtextosoración y en la luz espiritual, una vida común en el Espíritu Santo. De esta vida nadie queda excluido, ni el pobre, ni el despreciado, ni el pecador infortunado que consiente en ser amado y en volver a Cristo.
Ser cristiano no consiste, pues, en creer en Cristo sino en vivir como Cristo y, de una manera misteriosa, en quedar unidos a Cristo. En eso se basan al mismo tiempo la vida y la santidad cristianas.
El camino a la santidad cristiana no exige una extraordinaria virtud ni poderes milagrosos sino la fidelidad y el amor sencillos en el día a día de la vida ordinaria. El trabajo, la vida de familia, los consuelos sencillos y los sufrimientos ordinarios de los cristianos se viven con un nuevo Espíritu, y están llenos del amor y de la fe que persiguen solamente la voluntad de Dios, y no el provecho y la gratificación personales.
Este libro está escrito para cristianos que han decidido que no pueden contentarse con una práctica exclusivamente externa de su religión. No les basta con limitarse a «cumplir sus obligaciones» y con vivir vidas «correctas». Son conscientes de que se puede ser bueno exteriormente sin conocer a Cristo, pero no les satisface una vida que no Lo conozca. Creen que su vocación cristiana entraña una revolución interior en la que lo que parece ser su «yo» se destruye gradualmente y a cambio aparece otro ser más profundo, el Espíritu de Cristo. Esos cristianos son verdaderos cristianos que saben que «Dios es amor» y que no buscan sino abandonarse a ese amor. Amando a Dios es como aprenden a amar a los demás como a sí mismos. Su amor pone de manifiesto que Dios mora en ellos.
Pero vivir esa vida de amor hoy en día requiere un gran valor y paciencia. El mundo está en crisis. La sociedad humana está asolada por una especie de locura que amenaza con destruirla en su totalidad. La fe, el amor y la paciencia de los santos son las únicas fuerzas que pueden salvarnos de esa destrucción. El cristiano, con profunda compasión, debe intentar ayudar a sus semejantes a escapar de las terribles consecuencias de la avaricia y el odio. Debe interesarse por la justicia social y la paz en la tierra. Sería un error grave confundir el cristianismo con la ideología del poder y la fuerza que a veces influye en las políticas de ciertas naciones que apelan al cristianismo para verse legitimadas.
Está claro que los cristianos de Asia y de África han de aprender cada vez más a crear formas auténticas de testimonio cristiano que sean propias y no estén dominadas por las ideas culturales y los prejuicios importados del mundo occidental.
Esta traducción permite al autor expresar su profundo amor hacia sus hermanos y hermanas de Corea, y asegurarles que ora por ellos, al tiempo que les pide que también ellos recen por él para que pueda ser fiel a la tarea que tiene asignada dentro de la Iglesia.
*
Thomas Merton, LA VOZ SECRETA.
Reflexiones sobre mi obra en Oriente y Occidente
(Sal Terrae, 2015)
Comentarios desactivados en La ética ha desplazado al dogma
Juan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).
ECLESALIA, 25/01/21.- Cada año, durante los días 18 al 25 de enero, se celebra el Octavario de Plegaria por la Unión de las Iglesias Cristianas que se disgregaron desde hace siglos; unas desde más atrás, otras más tarde. En todos los casos fue una cuestión dogmática, acompañada también de una actitud disciplinar casi siempre, la que motivó el enfrentamiento y, a la postre, la ruptura. Las acusaciones, fundamentadas en puntos de vista diferentes según cada una de las partes, tenían siempre su punto de arranque en uno u otro texto del Evangelio. Concretamente, Roma siempre puso el “Tú eres Pedro y sobre esta piedra…” (Mt 16, 13-20), apoyada además por el deseo de Jesús a los suyos “Que todos sean uno…” (Ju 17,21), en el discurso de despedida, según el evangelista Juan. Aunque, a decir verdad, en el caso del protestantismo fue la corrupción de la propia Iglesia católica, la que impulsó a Lutero a dar el golpe definitivo de ruptura. Sin llegar a este extremo, cabe recordar que, ya desde los primeros tiempos de la Iglesia, las grandes disputas que surgían estaban motivadas casi de manera constante por cuestiones de dogma. Cabe decir que los concilios se encargaron de evitar la división o la ruptura, aún peor, en momentos en que el crecimiento y la expansión de la Iglesia era uno de los objetivos primeros, aprovechando el apoyo y favor de emperadores y mandatarios. Todo ello fue provocando que los aspectos de compromiso fueran quedando poco a poco más al margen; oscurecidos por las “verdades de fe” que iban surgiendo de los concilios.
En medio de una sociedad secularizada, para la que la religión en general, y las iglesias cristianas en particular, no cuenta prácticamente nada, van surgiendo y avanzando grupos de personas cristianas, comunidades populares y de base, etc., que van dejando cada vez más el dogma de lado para abrazar el compromiso como opción preferencial. Muchos de ellos son comunidades y grupos nuevos, aunque también otros vienen ya de épocas anteriores, concretamente de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, en que el restauracionismo se impuso de manera general; en la mayoría de los casos con imposiciones férreas de silencio y prohibición de enseñar. Pero, paradojas de la vida, aquellos teólogos otrora denostados son los que en estos momentos abren camino y sirven de fundamento a todos estos grupos de vanguardia que dejan totalmente de lado un dogma trasnochado y tedioso, junto a un tipo de moral esclavizante, para hacer de la ética del Evangelio su mejor signo de pertenencia.
Solamente una cosa al hilo de lo referido hace un momento: sería interesante puntualizar que le religión y las iglesias cristianas no cuentan ya para la sociedad de nuestro tiempo no por una cuestión de animadversión sin más; sino porque las creencias, las ideas, los dogmas de aquellas y también muchos de los principios de su moral no dan respuesta o la dan de manera bastante desenfocada a las preguntas y cuestiones más acuciantes de la mayoría de hombres y mujeres que forman esta sociedad de nuestro tiempo.
Por tanto, ya no es la dogmática, la liturgia, la rúbrica, etc., lo que interesa a todos aquellos grupos y personas que van descubriendo día a día que Jesús, su palabra y su testimonio, nada tienen que ver con todo eso, y sí, en cambio y mucho, con la vida de las gentes, de todas, pero de manera especial de quienes más sufren las consecuencias de las tragedias y del mal de los hombres. Porque ya no es la fe en Jesús lo que les mueve y les impulsa a actuar, sino el seguimiento tras Él, contribuyendo desde y con su compromiso a hacer cada día un poco más efectivo su Reino, en el que todas y todos tengan cabida, siendo los más pobres quienes al final acudirán al sentirse de verdad invitados (Mt 22,2-14).
Pues, tal y como escribe un teólogo de nuestros días, la pertenencia de la persona al grupo de los llamados por Jesús no viene dada por la fe que profesa en Él, sino por su opción de cara a seguirlo. El “Ven y sígueme” que de manera más que constante sale en los Evangelios. Y, por tanto, no serán precisamente los dogmas cristológicos, ni otros tampoco por supuesto, los que marcarán la ortodoxia o la heterodoxia del creyente, sino su opción por los hambrientos, sedientos, presos, desnudos, enfermos, etc., (Mt 25,31-46). Porque, al final, es la ética y el comportamiento, lo único que de verdad vale la pena de cara a unir a hombres y mujeres, por encima precisamente de creencias, entre otros, que, a la postre, suelen ser las que más inciden a la hora de crear secta y división.
¿Qué mejor propósito de cara a unir esfuerzos que el que tienen por objetivo el bien de las personas, especialmente de las que se encuentran más necesitadas? Y, ¿qué mayor desgracia que el enfrentamiento entre personas, grupos y comunidades carentes de entrega y de compromiso?.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Comentarios desactivados en “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”
Jesús les dijo:
“Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios:
convertíos y creed en el Evangelio.”
“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron…
y se marcharon con él.
*
Marcos 1, 14-20
***
Aprendiendo a ser discípulo
Paseando por la orilla del lago,
o recorriendo pueblos y ciudades,
o adentrándote en el silencio del desierto,
o deteniéndote en las plazas públicas,
o contemplando las muchedumbres derrengadas,
o invitándote a comer en nuestra casa,
o haciéndote presente en las sendas y encrucijadas
que frecuentamos, y en las que nos perdemos…
nos ves tan atrapados
en las redes del ayer y del presente
-en el trabajo, en la familia,
en el ocio o en el negocio,
en el paro o en el confort,
en los viajes y en las soledades,
en internet y facebook,
en los msn, twitter y skype,
en las drogas con nombre o sin él,
en las migajas de placer….
Pero Tú nos invitas y llamas a seguirte,
dejando lo que nos ata libremente,
y ofreciéndonos un nuevo horizonte
si creemos y acogemos el reino que traes.
Y nosotros te escuchamos,
y dejando todas las redes,
nos convertimos
y nos vamos contigo,
y gustamos tu buena noticia al instante.
Mas al poco tiempo,
como casi siempre,
viene la crisis,
se nos nubla el horizonte,
nos hacemos reticentes
y nos olvidamos de que nos enamoraste.
Pero Tú, que eres fiel,
vuelves a llamarnos por nuestro nombre
y a susurrarnos tus quereres
invitándonos a ser tus seguidores
para que vivamos felices.
*
Florentino Ulibarri
***
Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención […] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.
Los primeros discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así debe marcar también la nuestra.
*
Gustavo Gutiérrez,
Condividere la Parola, Brescia 1996, pp. 170ss
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