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Fiesta de la Trinidad. 22 mayo, 2016

Domingo, 22 de mayo de 2016
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Trinidad_vidriera

Dice Jesús:

“Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento. Cuando llegue él, el Espíritu de la verdad, os irá guiando en la verdad toda, porque no hablará por su cuenta, sino que os comunicará cada cosa que le digan y os interpretará lo que vaya viniendo”
(Jn 16,12-15).

Compartimos con vosotros, amigas y amigos, la alegría que esta comunidad de monjas trinitarias de Suesa tiene en esta jornada. Entra a borbotones el contento en un corazón cristiano en este día de la fiesta de la Santísima Trinidad. ¿Por qué? Sencillamente por el modo que Dios, nuestro Dios Trinidad, tiene de relacionarse con sus criaturas, con toda la creación y especialmente con el ser humano: “hombre y mujer los creó”. En este día la creación entera es la que desborda de gozo, a pesar de lo que nosotras “sus criaturas” la herimos, la maltratamos. Sin embargo salta de goce y canta a su Creador: “Señor, dueño nuestro, ¡que admirable es tu nombre en toda la tierra!” (Sal, 8).

La fiesta de hoy, puede ser que no sea para los muy pensadores, sesudos, que buscan razones del actuar de Dios… y que te sueltan con la mayor frescura “esta fiesta no hay quien la entienda”; puede ser que les sobrepase.

Es posible que lo entienda mejor la gente sencilla, la que sabe de cercanía, bondad, de perdón para hacer la vida más bella, más en sintonía con nuestro Dios que se nos regala compartiendo con sus hijas e hijos lo que le es más consustancial: el AMOR, “Dios es amor” (1 Jn 1). Y el amor, a todas nos gusta recibirlo, ese amor que no sabe de fronteras, no sabe de listos y tontos, de ricos y pobres, no sabe de encasillados, de que yo soy más que tú, etc. No entiende que los ricos sean cada día más ricos y a los pobres les vayan arrancando la vida a girones por su ambición los poderosos.

“Mucho me queda por deciros, pero no podéis con ello por el momento”. Quizá lo que nos quiere decir Jesús con estas enigmáticas palabras sea que serán los corazones sencillos quienes descubran que será el Espíritu, la Santa Ruah, que perciben las personas humildes: “que el Espíritu de la verdad, os irá guiando a la verdad plena”.

Pues, a esta Santa Trinidad celebramos, con Ella nos gozamos y en Ella por ser “relación-comunión” nos descubrimos hermanas y hermanos; porque creemos en este Dios celebramos y descubrimos la vida más bella, más agradable, que plenifica la existencia. Por eso

¡FELIZ DÍA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD!

Trinidad Santa,

que nos has hecho semejantes a Ti,

que tu Palabra expresada en Jesús, nuestro Maestro,

sea nuestro Camino, Verdad y Vida.

Guíanos con la luz de tu Espíritu,

haznos portadoras del mensaje del Amor.

Gloria al Padre, al Hijo y Espíritu Santo.

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La red más social. 22 mayo, 2016. Dios Trinidad

Domingo, 22 de mayo de 2016
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Trinidadtrinidad

Amor, Amar, Amante.

Fidelidad, Entrega, Dinamismo.

Compañía, Testimonio, Inspiración.

Lo que quieras, y más aún, es Dios Trinidad.

No me pidas que te explique el misterio de la Santísima Trinidad, no puedo entenderlo con mi cabeza. Solo sé que Dios Trinidad no es solo, no es un señor de barba blanca, acompañado de un joven con una cruz, y una paloma revoloteando alrededor. Eso seguro que no es, aunque durante mucho tiempo se ha representado así.

Dios Trinidad es comunión, y es diversidad, es la fuerza que nos empuja a aceptar y a enriquecernos con lo diferente, lo distinto y que, al mismo tiempo, nos incita a unificarnos, a vivir de manera auténtica, pensando sintiendo y diciendo lo mismo.

Dios Trinidad es hoy la gran apuesta de los movimientos alternativos, ¿o no?

¿No buscan la aceptación de todas las razas, culturas, religiones, ideas?

¿No pretenden la interrelación, el aprendizaje de los otros, el intercambio con lo diverso?

¿No se busca compartir todos los conocimientos de manera gratuita, generosa, cordial?

Pues, ¿qué es Dios Trinidad sino la experiencia de enriquecernos en la comunión con la profundidad de quienes somos?

Tan cierto es que hay culturas diversas como que todos los corazones son distintos. Por eso es maravilloso el empeño de querer llegar a lo profundo del corazón del otro. Esto también es alternativo, dentro del movimiemto “slow”, porque lleva tiempo adentrarse en los secretos del alma humana.

Por eso Dios Trinidad promueve la comunicación sincera, desnuda, entre los corazones, fomenta el hecho de compartir, gratuitamente, tus dones, capacidades, tus saberes y teneres, y, cómo no, compartir sobre todo el bello misterio del alma.

No hay red más social, más humana, que la de reconocernos imagen de Dios Trinidad. O Logo, como quieras llamarlo.

Sí, pienso que creer en Dios Trinidad es de lo más alternativo que existe en esta sociedad en la que vivimos.

Este domingo estamos de fiesta. Lo cierto es que ya nos sentimos de fiesta, danzando, alegrándonos, sintiendo, compartiendo con la buena gente que nos rodea…

Te invitamos a celebrar la alternativa de la vida.

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El icono de la Santísima Trinidad

Domingo, 22 de mayo de 2016
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Trinidad-RubliovUn interesantísimo artículo que nos ayuda a mejor comprender este bello y sugestivo icono…

La obra de Andrés Rublev

“Todos invitados al banquete de la boda mística”

(Pedro Langa).- San Sergio de Rádonezh (1313-92) no legó tratado alguno de teología, pero su vida toda estuvo consagrada por entero a la Santísima Trinidad. A solo siete años de su muerte, ya uno de sus discípulos, san Nicono, encargaba al famoso Andrés Rublev pintarla en memoria suya.

Puesto manos a la obra, logró transmitir en su celebérrimo icono (1425) el ritmo mismo de la vida trinitaria, su diversidad única y el movimiento de amor que identifica las Personas sin confundirlas. Icono de los iconos, el Concilio de los Cien capítulos lo erige siglo y medio más tarde en modelo pictórico de la Trinidad adorable.

Es su fuente Juan 17,21: «para que todos sean uno». Y el trasfondo, la historia salutis. Y su inspiración, la «teofanía de Mambré» u «hospitalidad de Abraham» (Gn 18,1-10a). «Hospitalidad» en griego da filoxenía, amor al extranjero, antónimo de xenofobia. Leemos en Heb 13,2: «No os olvidéis de la hospitalidad (filoxenía); gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles». Es decir, a Dios. Junto a la encina de Mambré ofreció Abraham, en efecto, una cena de acogida a unos viajeros desconocidos.

Es idea común en Oriente que tanto el que acoge como el acogido participan de una bendición. Abraham y Sara son bendecidos por sus huéspedes, y dicha bendición hará florecer el desierto de su esterilidad. Nada volverá a ser como antes. Algunos Padres de la Iglesia, san Agustín por ejemplo, llegaron a detectar en estos tres personajes una prefiguración trinitaria. Los tres tienen el mismo rostro. Los tres, teología sublime. Los tres, comunión divina y repercusión ecuménica.

El del centro representa a Cristo, cuyo color marrón de la túnica es signo de su humanidad. Una tira, estola dorada, sobre su hombro derecho muestra que es el Mesías rey. Viene de un largo camino de cruz. De ahí que el cuello de la túnica esté ligeramente descolocado. El árbol a sus espaldas no es sino la encina de Mambré convertida en árbol de vida: el del conocimiento del bien y del mal del que comieron Adán y Eva. La liturgia juega con los árboles del Edén y del Calvario: «el que venció en un árbol fuera en un árbol vencido» (Prefacio de la Exaltación de la Santa Cruz).

La mano se apoya sobre la mesa: los dos dedos extendidos muestran que en Él se unen lo humano y lo divino. Cabeza y mirada se dirigen hacia su derecha. Llevados de este movimiento también nosotros somos conducidos al Padre. Que Cristo no solo no nos retiene, sino que nos muestra el rostro del Padre: «Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras» (Jn 14,10). Su mano derecha reproduce el gesto del Padre: la bendición.

El de la izquierda es el Padre. Un manto de color indefinible cubre la túnica azul. Origen sin origen y Dios inefable, está en postura de reposo. Sus manos sostienen el bastón, símbolo de serena autoridad. La casa sobre su cabeza: morada de Dios, de la que Jesús dice: «En la casa de mi Padre hay muchas mansiones…, voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2). «Si alguno me ama, guardará mi Palabra; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23). El poder de su amor se refleja en la mirada del ángel del centro: «Nadie va al Padre sino por mí» (Jn 14,6).

Las líneas del lado derecho del ángel central se amplifican conforme se acercan al de la izquierda. En el lenguaje simbólico de líneas las curvas convexas designan siempre la palabra, el despliegue, la revelación. Las cóncavas, por contra, denotan obediencia, abnegación, receptividad. El Padre está vuelto hacia el Hijo. Le habla. El movimiento que recorre su ser es el éxtasis. Se expresa enteramente en el Hijo: «Todo lo que tiene el Padre es mío» (Jn 16,15).

El ángel de la derecha representa al Espíritu Santo. Sobre la túnica azul, signo de su divinidad, lleva un manto verde yerba que simboliza su poder para renovar la vida sobre la tierra. Detrás, una montaña, lugar del encuentro con Dios: Moisés, en el Sinaí. Elías, en el Horeb. Jesús en el Tabor. Su mano toca la mesa, y comunica a la Tierra la divina santidad. Parece buscar apoyo en la mesa como para levantarse. Está como inclinado en medio del Padre y del Hijo: es el Espíritu de la comunión. El movimiento parte de él.

El Padre inclina su cabeza hacia el Hijo. La posición vertical del Hijo traduce toda su atención, su rostro está como cubierto por la sombra de la cruz; pensativo, manifiesta su acuerdo con el mismo gesto de la bendición. Si la mirada infinita del Padre contempla el único camino de salvación, la elevación apenas perceptible de la mirada del Hijo traduce su consentimiento. El Espíritu Santo se inclina hacia el Padre; está sumergido en la contemplación del misterio, su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento descendente, Pentecostés.

icono-de-la-copaDe las dos copas, una es visible sobre la mesa. La otra, visualizada siguiendo los perfiles de los personajes que representan al Padre y al Espíritu. Ambas, signo del cáliz eucarístico. La rodean los tres y está ubicada en el corazón de otra más grande que dibujan los dos ángeles laterales. El tema de la conversación no puede ser sino la copa eucarística. En ella está el cordero que Abraham ofreció a los ángeles. Es el Cordero de Dios. A través del amor de Cristo, que se nos ofrece en la Eucaristía, se realiza la nueva creación, tiempo de salvación y apertura a la eternidad de Dios.

Compartir la copa eucarística es adentrarse en el misterio del amor que mana de Cristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte, simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de resurrección y de gloria reflejas en la estola dorada que luce. La invitación de Dios en la Eucaristía es un exhorto a hacernos hijos en el Hijo: no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo.

Las miradas denotan la relación interna de las tres divinas personas. Las manos, su participación en la historia salutis. Hay cruce de miradas entre el Padre y el Hijo en cuyo centro se introduce la del Espíritu Santo: es la vida interna de la Trinidad de Dios, incesante generación de amor entre el Padre y el Hijo e infinita presencia de amor en el Espíritu. Divino amor que, lejos de estar destinado a permanecer encerrado en Dios, se derrama en el mundo. La mesa en el centro es el altar. El mundo entero se convierte así en el ara y relicario de celebración cuando compartimos. La Santísima Trinidad es misteriosa comunión. Pero este círculo, si bien se nota en la tercera foto, no está cerrado. Se abre para incluir un cuarto personaje. ¡Ese personaje eres tú, soy yo, somos los redimidos, invitados todos al banquete de la boda mística!

Al practicar la acogida, Dios mismo nos acoge en la comunión del Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios, que está a punto de levantarse y salir a nuestro encuentro. Ahora se dirige a nuestra vida para colmarla de divinidad. Si al contemplar el Misterio nos adentrábamos en su Vida, es ahora Dios mismo quien quiere posesionarse de la nuestra. Podríamos concluir la escena, bajar el telón y marcharnos, señal en dicho supuesto de habernos sentado a la mesa como convidados de piedra. También cabe, sin embargo, la posibilidad de abrir nuestra historia -¡ojalá!- y dejar que el Unitrino se llegue a ella, la envuelva y plenifique en sus pliegues más íntimos hasta reposarse y regalarnos con su infinita misericordia.

circulo-trinitarioLos colores iconográficos poseen su propio lenguaje. En Rublev alcanzan una riqueza inigualable. El púrpura oscuro (amor divino) y el denso azul (verdad celeste) con el oro rutilante de las alas (abundancia divina) forman armonía perfecta que se perpetúa y se vuelve a encontrar en una tonalidad dulcificada como una revelación con los matices rosa pálido y lila claro a la izquierda, azul más suave y verde plateado a la derecha. El llamado «azul de Rublev» traduce el color del cielo de la Trinidad y del Paraíso.

En clave de «economía divina», los tres forman «el consejo eterno» y el paisaje entonces cambia de significado: la tienda de Abraham se convierte en palacio-templo; la encina de Mambré, en árbol de la vida. El ternero ofrecido como alimento hace sitio a la copa eucarística. Los tres muestran cuerpos muy alargados, de alada contextura que lleva a lo inmaterial. Conversan entre sí, quizás sobre el texto de Juan: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16).

Detrás del Padre se alza un edificio que simboliza la casa de Dios. Aparecen los ángeles con la cabeza ligeramente inclinada, serenos ellos y concordes: suaves, aplacientes. Cuesta diferenciarlos, pues tienen el mismo rostro, como si nos invitaran a meditar sobre el misterio trinitario. No faltan especialistas para quienes el personaje del centro no sería Cristo sino el Padre. Sea quien fuere, el propio Rublev, en todo caso, nunca quiso identificarlos: su voluntad era, más bien, que el alma, lejos de pararse sobre ninguno en concreto, se adentrase a la vez en los tres dejándose abismar en la Trinidad Santísima: Icono de los iconos en alabanza al Misterio de los misterios.

Icono, en resumen, de gran belleza y armonía, modélico para la iconografía bizantina rusa de las épocas posteriores a san Sergio de Rádonezh y hasta san Serafín de Sarov, el san Francisco de Asís ortodoxo del siglo XIX. Sublime compendio pictórico de teología oriental, a menudo tan diversa ella de la occidental en sus manifestaciones iconográficas, aunque siempre idéntica en la realidad misma de los misterios.

Fuente Religión Digital

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Trinidad y/5. Trinidad. Dios Persona en la vida de los hombres

Lunes, 8 de junio de 2015
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TrinidadDel blog de Xabier Pikaza:

La Trinidad es la forma de ser persona en Dios (y de Dios):

‒ Cerrado en su identidad individual o puramente humana, el hombre no sería persona, en el sentido radical de la palabra. Todos los intentos de fundar su personalidad del hombre separándole de Dios (por dominio de sí, trabajo material o puro encuentro intramundano) son al fin insuficientes, en sentido cristiano. Quizá podamos añadir que, en un plano puramente antropológico, el hombre (varón/mujer) es un camino de búsqueda personal, un ser que tiende a sí mismo, desde y con los otros, no una persona estricta, pues esa palabra (persona), elaborada en perspectiva teológica (aplicada a Cristo de forma trinitaria), sólo puede entenderse en relación con el Dios de Jesús.

‒ El hombre es persona, en sentido cristiano, haciéndose persona en Dios, por medio de Cristo, que la primera persona humana (desde el Padre-Dios, que es primera persona trinitaria). Jesús despliega, así, en forma humana el misterio divino del Hijo de Dios, realizando al mismo tiempo, en forma divina, su relación plena con los hombres. Sólo en su encarnación (es decir, en su historia personal) se puede afirmar que él es persona divina siendo, al mismo tiempo (surgiendo así en la historia como) persona humana. En esa línea decimos que él ha podido realizar y ha realizado, en plenitud, en una historia humana su mismo itinerario personal de Hijo de Dios (y que él ha realizado en forma divina su itinerario humano) .

De esta forma culmina la reflexión trinitaria, que me ha venido ocupando en los últimos días. Gracias a todos los que me han seguido en este camino fuerte de “estudio” del Dios cristiano.

1. Tema de nuestro tiempo, un tema “eterno”.

Estas reflexiones podía haber terminado la postal anterior, pero he querido añadir, casi a modo de apéndice, unas ideas sobre la identidad del Espíritu Santo, en línea de esperanza, evocando abriendo un camino de estudio sobre la persona y tarea del Espíritu Santo (Señor y Dador de Vida, Concilio de Constantinopla I), que no ha sido todavía suficientemente analizado, y menos aún resuelto, por la teología.

La primera idea que debemos tener firme es que, como sabe la tradición teológica, las personas de la Trinidad no son unívocas (las “tres” iguales), sino que cada una “es” de una forma distinta, el Padre como ingénito que engendra, el Hijo Jesús como engendrado que entrega la vida al Padre, dándola a los hombres, y el Espíritu como el amor que procede del Padre (por el Hijo), abriendo un camino de historia y comunicación interhumana, impulsando por dentro a los hombres para que sean personas en comunión y esperanza de vida.

(a) Una tradición que va de San Agustín a Santo Tomás (con K. Barth y K. Rahner) tiende a decir que, en sentido estricto, Dios es sólo una persona, que se revela en tres modos internos de subsistencia.

(b) Pues bien, en contra de eso, en la línea de Ricardo de San Víctor y Juan de la Cruz, vengo afirmando que Dios es Uno siendo comunión de personas, del Padre con el Hijo Jesús, en el Espíritu Santo, abriendo así un camino en el que su misma realidad eterna (inmanencia) se expresa e identifica con su economía (con el despliegue de la historia de la salvación).

En esa línea he venido diciendo que ser persona es un estar abierto no sólo hacia el futuro de uno mismo y de los otros, sino al mismo Dios, como ha puesto de relieve una tradición teológica, que podemos centrar en Joaquín de Fiore, monje calabrés que en el siglo XII, que anunciaba el cumplimiento definitivo de la historia desde una perspectiva trinitaria: ha pasado el tiempo del Padre, que vino a definirse como servidumbre; también se ha realizado ya el tiempo del Hijo, desplegado como infancia o sumisión filial; viene ahora el reino del Espíritu, abierto hacia la plena libertad en el amor. Pues bien, en ese itinerario de Dios, que se desvela plenamente como Espíritu en la historia de los hombres, estamos implicados nosotros, no sólo de una forma contemplativa (conocer el misterio), sino activa, comprometiéndonos con Dios y por Dios, en la línea ya evocada al tratar de San Juan de la Cruz y de Etty Hillesum, cuando decía que “tenemos que ayudar a Dios”.

Con esto hemos entrado, imperceptiblemente, en un dominio nuevo. Hemos pasado de un plano más teórico, en el que importan las definiciones conceptuales bien precisas, al espacio de la praxis donde las cosas sólo se entienden comprometiéndose por ellas, dejándose cambiar en el intento de cambiar el mundo y conociendo en la medida en que uno hace (se hace). Este cambio de nivel, que puede entenderse como ruptura epistemológica, nos capacita para interpretar cristianamente el misterio del Espíritu, en línea de compromiso creyente y de transformación de la historia.

En esa línea he venido suponiendo que el hombre tiene, por su misma humanidad, una estructura personal abierta hacia el misterio, de manera que puede escuchar a Dios si Dios le habla (como supone K. Rahner). Pero la verdad concreta de su vida, la realidad de su persona, sólo puede entenderse como resultado de la gracia, como inclusión en el misterio Trinidad por medio de Jesús, el Cristo, en una historia. En sentido originario podríamos decir no existen más personas que las trinitarias: el encuentro de Dios Padre con el Hijo en (por) el Espíritu. Por eso, los hombres sólo pueden ser personas, como dueños de sí mismos en un gesto de apertura hacia los otros, en apertura radical al Dios de Cristo, superando así las barreras de la muerte, si es que se introducen (de un modo consciente o sin saberlo) en la vida del misterio trinitario (tal como se expresa en la pascua de Jesús).

Ciertamente, el tema de la persona se puede situar en otros planos: familiares y sociales, jurídicos y económicos… Pero sólo adquiere su verdadero contenido cristiano y su verdad en Jesucristo, en referencia mesiánica (en perspectiva trinitaria). Así decimos que, en sentido radical, el hombre es libre porque está abierto al infinito, per ser hijo de Dios Padre que le ha “redimido”, es decir, la ha creado plenamente en Jesucristo, concediéndole dignidad infinita; es persona porque él puede y debe realizarse como hijo de Dios, desde la experiencia de su Espíritu. Leer más…

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Trinidad 4. Juan de la Cruz, la alternativa trinitaria

Domingo, 7 de junio de 2015
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resizeimag.aspDel blog de Xabier Pikaza:

Se dice que muchos se extrañaban de que Juan de la Cruz concediera tanta importancia a la Trinidad, y que un día respondió con humor a una curiosa devota:

Es que la Santa Trinidad es la mayor santa del cielo.

Sea como fuere, la aportación trinitaria de San Juan de la Cruz (=JC) resulta fundamental en la modernidad. Tres son, a mi juicio, los supuestos que definen y permiten entender la aportación de su poesía y pensamiento trinitario, y los tres están desarrollados a lo largo de una obra que, pareciendo dispersa, resulta fuertemente unitaria:

‒ En contra de toda idolatría. Éste es, a mi juicio, el supuesto clave de su obra, su opción bíblica fundante, su oposición a la idolatría, tal como se formula en el comienzo de los mandamientos («Yo soy el Señor, no tendrás otros dioses frente a mí», Ex 202-3; Dt 5, 5-7) y tal tal como se expande y expresa en la palabra del Shema israelita: «Escucha Israel, nuestro Dios es solamente uno» (Dt 6, 4-5). En ese sentido, aunque algunos le llamen platónico y digan que su Dios está en la cumbre de un ascenso místico, JC rechaza de una forma radical el método y visión de la mística natural que conocería a Dios por el orden y jerarquía del mundo.

‒ La encarnación y las nadas. Desde esa total trascendencia de Dios, retomando un motivo clave de la Biblia Israelita, JC ha destacado la paradoja de Dios, que siendo distinto de todo lo que existe y puede existir, “sale” de sí mismo por amor a los hombres y se encarna dando la vida por ellos en Jesús. En esa línea él sabe y añade, desde la experiencia radical del Evangelio que Dios es (existe) en sí saliendo de sí mismo, en una experiencia radical de unidad en la alteridad, que vincula y unifica Trinidad y encarnación.

‒ Un esquema nupcial. Sólo en esa perspectiva puede y debe hablarse del modelo “nupcial” del encuentro o comunión que es Dios en sí (Trinidad) siendo divino en la vida de los hombres. JC asume para ello el simbolismo poético y teológico del Cantar de los Cantares, que aparece como valor fundante y meta de su pensamiento.

Retomo en esa perspectiva un tema básico de mi libro La Trinidad, itinerario de Dios, Sigueme, Salamanca 2015, y en especial,Amor de Hombre, Dios enamorado (Desclée de B., Bilbao 206)

1. Punto de partida. Dios en el pesebre “allí lloraba y gemía”.

Muchos han dicho y siguen diciendo que JC (Juan de la Cruz) es un platónico, y en esa línea entienden algunos su Cántico como una versión renovada, pero en el fondo equivalente, del ascenso espiritual del alma, que Platón habría propuesto por boca de Sócrates (Diótima) en el Simposio o Banquete. Su camino de contemplación se entendería, según eso, a modo de proceso de subida de la mente que se va elevando del plano sensible al espiritual, de la materia a las ideas eternas, dentro de un todo sagrado o divino, que nos permite ir dejando los planos inferiores para introducirnos en los superiores, dentro de un esquema sagrado de conjunto, donde Dios es en el fondo el Todo de la realidad, sin verdadera identidad ni trascendencia.

Ciertamente, según la tradición de un cristianismo que había dialogado desde tiempo antiguo con Platón, y dentro del esquema mental del renacimiento, JC tiene elementos que parecen propios de esta mística ascensional. (a) Da la impresión de que a su juicio la realidad se encuentra dividida en planos o escalones jerárquicos, que el hombre debe superar para introducirse en lo divino, saliendo así de la materia baja, oscura. (b) Parece así que el hombre es un ser caído (encerrado) en la materia inferior de lo sensible (en cárcel o cueva del mundo, en un “lago” de infierno), de manera que debe superar ese nivel de imperfección para ascender así hasta la luz superior de lo divino.

Pero, en contra de eso, debemos afirmar que su forma de entender la vida y pensamiento es más cristiana o, quizá mejor, más bíblica que platónica. JC es portador y testigo de un Dios de encarnación, que no nos hace salir de la materia, sino que se revela (encarna) en ella, que no nos separa de la muerte, sino que se (y nos) introduce en ella, pues afirma que Dios «en el pesebre allí lloraba y gemía» (RT= Romance de la Trinidad, 301-302). Este pesebre en el que Dios mismo padece no es un adorno sentimental, ni es la expresión de algún mito cósmico, ni consecuencia de algún pecado, sino expresión de la identidad del Dios cristiano.

Sin duda, el Dios del cosmos (de los filósofos y sabios) tiene cierta hermosura y en algún sentido puede ayudarnos a entender la realidad, pero al fin nos cierra en el mundo, dentro de nosotros mismos, en nuestros conocimientos y acciones, que nos acaban destruyendo, es decir, dominando. Pues bien, en contra de eso, el Dios de Jesús no es principio de sacralidad del cosmos (como suponen de algún modo las vías de Santo Tomás), ni justificación del pensamiento humano (como dirá más tarde Descartes), ni sacralización de algún sistema social o religioso, sino que es originalmente extraño, y se manifiesta como poder de amor, más allá de lo sabido y lo desconocido, un Dios que se vincula con el camino de Israel y con la Iglesia, pero que desborda todas las estructuras y organizaciones de tipo político o social, intelectual o religioso, un Dios crucificado.

Éste es sin duda un Dios poderoso, pero no en línea de poderío del mundo, un Dios al que ninguna religión o política sagrada puede manejar, pues él se manifiesta y viene desde sí mismo (distancia infinita), encarnándose en la pobreza radical del mundo, en el dolor y llanto de la historia, como dice RT 302: “allí lloraba y gemía”. De esa forma, oponiéndose al Dios de la Elevación Sagrada de la mística y de la política ascendente (de tipo cósmico), que termina estando al servicio de un poder separado de los pobres y trabajadores (Platón, Republica), JC nos sitúa ante el Dios de la encarnación en la pequeñez y dolor de la historia, para expresar en ella su ser de amor infinito, su “matrimonio” trinitario .

En este contexto resulta esencial su forma de vincular la Trinidad (es decir, la identidad de Dios) con la encarnación (allí lloraba y gemía) y con la muerte en cruz, tal como aparece en el grito de (¡Dios mío, dios mío ¿por qué me has abandonado? Mc 15, 34), que JC ha colocado en el centro de su experiencia, no para negar a Dios, sino para descubrir su presencia en la entrega de amor de Jesús al Padre. Para afirma que Dios llora y que muere en amor, JC ha debido realizar una fuerte inversión teológica (humana), de tipo trinitario, superando la ontología tradicional de occidente .

Dios se revela en el llanto de Jesús niño y en su dolor final de crucificado, no como pura negación, sino como afirmación más alta de su vida, pues él está presente y actúa allí donde los hombres nacen y viven en pequeñez (gemido) y mueren en injusticia (pasión), consumando el amor divino en claves de entrega personal humana. JC rechaza se opone así a una divinización mística del mundo, no porque el mundo sea malo, sino porque el hombre ha sido creado para introducirse y realizarse en el amor de lo divino, que es entrega radical de vida, pero no fuera del mundo, sino el mismo mundo.

A Dios no se le encuentra en la cumbre de un monte cósmico, subiendo desde los niveles más bajos de la realidad a los más excelsos, para justificar así, desde arriba, lo que existe en los planos inferiores, a través de políticas o religiones que sacralizan el orden actual de la realidad. Al contrario, el Dios de la “montaña cristiana” se revela precisamente en la pequeñez del mundo, pero entendida y vivida en forma inversa, como itinerario de amor.

Llevada hasta el final, esta postura no es una negación del mundo, sino una puerta abierta para su afirmación más alta, en gesto de entrega gratuita, pues en (por) ella se revela el Dios de Jesucristo, conforme a la kénosis de Flp 2, 5-9, que nos lleva a vincular el tema de la Trinidad (Dios como amor en sí) con la encarnación del mismo Dios (que vive y ama en forma humana), con eso que pudiéramos llamar la “mística nupcial”, que nos introduce en la entraña de este mundo (no nos saca de él) en gesto radical de amor.

2. Trinidad y bodas, Cántico Espiritual.

9788433033574Sólo en este contexto, tras haber afirmado el carácter radicalmente “mundano” de la vida y obra de JC (más allá de todo platonismo o mística evasiva), y tras haber insistido en su experiencia de encarnación (Dios llora en la cuna y muere en la Cruz), podemos destacar el carácter nupcial de su experiencia trinitaria, con símbolos tomados del Cantar de los Cantares, que él entiende y comenta como expresión definitiva del encuentro del hombre con Dios. Sólo desde la extrañeza de Dios (totalmente distinto) y desde su encarnación paradójica en el llanto y en la cruz de Jesús (expulsado del mundo, condenado por la religión del cosmos) se puede hablar de Trinidad.

Ciertamente, en un sentido, la Trinidad parece y es lo primero (Dios amor, en el principio; cf. RT 1-4); pero, en otro sentido, ella está al final, como plenitud y sentido de toda lo que existe, pues en ella se vinculan Dios y Cristo, su Hijo, en el Espíritu, y los hombres con Dios. No hay dos formas de ser, una para Dios y otra para los hombres en el mundo, sino un solo Dios que es amor abierto y crucificado que suscita, promueve y acoge a los hombres en su misma pequeñez:

1. La Trinidad es kénosis, vaciamiento (de Padre). Sólo es posible el amor cristiano (ágape) desde la negación radical, por la que el amante sale de sí mismo, y se da y se entrega al “otro”, quedando en sus manos, para que de esa forma sea. No se trata de querer al otro para mí (como eros ontológico, en la línea de la filosofía griega), sino de quererle como es en sí, negándome a mí para afirmarle. En ese sentido, todo amor implica muerte (kénosis), que no empieza simplemente en la historia de los hombres, sino en el mismo Dios que es el primero que se vacía y se entrega como Trinidad en la cruz (según Flp 2, 5-9). Por eso, arraigarse en la Trinidad, como hace JC en RT 1-76, no es dejar a Cristo y olvidar la Cruz, sino encontrar y formular su norma y sentido divino.

2. La Trinidad es fuente de creación desde la muerte (Hijo), es decir, desde el don de sí de Dios, no para dominar sobre lo creado, sino para que lo creado sea, por sí mismo. En ese sentido, desde la creación, amar es negarse, salir de sí mismo, decir “nada, nada, nada”, para poder encontrarnos con Dios (que se afirma al negarse, haciendo que seamos), y para encontrarnos así con otros seres humanos, para hacer de esa manera que ellos sean (¡que sea el mismo Dios, que los otros en concreto sean!). Este amor así dado (realizado) en la muerte, no es algo que empieza en la historia de los hombres, sino que forma la entraña de la Trinidad de Dios en Cristo. Leer más…

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Trinidad 3: Santa Teresa, pechos fecundos del Dios enamorado

Sábado, 6 de junio de 2015
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ZTX- MATRIMONIO ESPIRITUAL. jpgDel blog de Xabier Pikaza:

Piero Coda, de la Comisión Teológica Internacional, acaba de publicar un Manual Trinitario (Desde la Trinidad. El Advenimiento de Dios entre Historia y Profecía, Sec. Trinitario, Salamanca 2014) en el que por vez primera, por lo que yo sepa, introduce una reflexión teológica de fondo sobre Santa Teresa de Jesús en un manual o libro de texto trinitario .

Yo había dedicado al tema unas páginas finales de mi libro Fiesta del Pan, fiesta del vino (Verbo Divino, Estella 2001) en las que ponía de relieve el fondo trinitario de la experiencia humana y teológica de Santa Teresa de Jesús pero aquel era un ensayo de estudio de Biblia, no un manual escolar.

Ambos nos fundamos, como es lógico, en las páginas finales del libro de las Moradas. En este año del 5 Centenario del Nacimiento de Teresa de Ávila, entre las grandes reflexiones que se vienen haciendo sobre su vida y figura, será bueno recordar su teología y/o mística trinitaria, como haré ofreciendo primero una página de mi amigo y colega P. Coda, para desarrollar después mi visión de la tema.

PIERO CODA, DESDE LA TRINIDAD. TERESA DE JESÚS

Teresa de Jesús y Juan de la Cruz han subrayado el hecho de que la vía que conduce a Dios es la negación de uno mismo (el nada, nada, nada de Juan de la Cruz), vivida en la unión con Jesucristo Crucificado, a través del bautismo, la fe, la Eucaristía. Una vez que se alcanza y se pone al desnudo en ese aniquilamiento el centro del alma, ese centro se convierte como en “polo negativo” che se une en el amor a Dios, que es el “polo positivo” . Y de esa forma, la vida trinitaria se comunica entre Dios y el alma, que queda totalmente iluminada y habitada por la Santísima Trinidad. Pero escuchemos el testimonio Teresa.

Ella describe in estos términos la clara inteligencia que logra alcanzar, por experiencia directa, del misterio trinitario:

A las personas ignorantes parécenos que las Personas de la Santísima Trinidad todas tres están -como lo vemos pintado- en una Persona, a manera de cuando se pinta en un cuerpo tres rostros ; y ansí nos espanta tanto, que parece cosa imposible y que no hay quien ose pensar en ello, porque el entendimiento se embaraza y teme no quede dudoso de esta verdad y quita una gran ganancia. Lo que a mí se me representó, son tres Personas distintas, que cada una se puede mirar y hablar por sí. Y después he pensado que sólo el Hijo tomó carne humana, por donde se ve esta verdad. Estas Personas se aman y comunican y se conocen (…). En todas tres Personas no hay más de un querer y un poder y un señorío, de manera que ninguna cosa puede una sin otra, sino que de cuantas criaturas hay es sólo un Criador. ¿Podría el Hijo criar una hormiga sin el Padre? No, que es todo un poder, y lo mismo el Espíritu Santo; así que es un solo Dios todopoderoso, y todas tres Personas una Majestad (Relaciones 33 (versión it. Opere, Roma 1981).

Conforme a la metáfora que Teresa ha hecho célebre, el alma ha sido creada para convertirse en “castillo interior” donde habita la Santísima Trinidad.

(Podemos) considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza (Castillo interior I, 1,1, versión it. En Opere, 761-762).

El testimonio de Teresa aparece, por tanto, en esta luz, como la exégesis carismática y casi como la encarnación de la palabra de Jesús: Si alguien me ama, cumplirá mis palabras, y mi Padre le amará y vendremos a él y pondremos en él nuestra morada (Jn 14,23). Así cuenta Teresa:

Y metida en aquella morada , por visión intelectual, por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma, podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo, porque no es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor: que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y guarda sus mandamientos .

Parecióme se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua; así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad y por cierta manera gozaba en sí y tenía las tres Personas. También entendí: «No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí». Parecíame que de dentro de mi alma – que estaban y vía yo estas tres Personas- se comunicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo .
Comenzó a inflamarse mi alma, pareciéndome que claramente entendía tener presente a toda la Santísima Trinidad (…). Y así me parecía hablarme todas tres Personas, y que se representaban dentro en mi alma distintamente (…). Entendí aquellas palabras que dice el Señor: que estarán con el alma que está en gracia las tres divinas Personas, porque las veía dentro de mí por la manera dicha (cf. Jn 14,23) .

Se trata del comienzo de la séptima morada del Castillo Interior, que constituye la última etapa en el itinerario hacia la plena comunión con Dio Trinidad, que culmina en la perfecta unión esponsal con Cristo.

(cf. Castillo Interior, VII, 1,69; Relaciones 18 y 16(
(Tomado de P. Coda, Manual Trinitario (Desde la Trinidad. El Advenimiento de Dios entre Historia y Profecía, Sec. Trinitario, Salamanca 2014, 505-507).

XABIER PIKAZA. IMÁGENES TRINITARIAS DE SANTA TERESA

Recogemos las tres famosas imágenes de Dios que Teresa de Jesús puso al fin de su Camino, en las Séptimas Moradas (7, 2):

Dios es Padre, Gracia original, Madre de pechos divinos, de los que mana Leche de Vida gozosa para todos los humanos. En ese principio, Fuente de toda realidad, estamos sustentados.
Dios es Hijo, Amigo, Vida en rasgos de Alteridad y Compañía, como vemos en Jesús y descubrimos cuando interpretamos la existencia como matrimonio, encuentro de amor con el Amado.
Dios es Espíritu Santo, Familia, Comunicación o Diálogo de amor, de tal forma que el Padre y el Hijo habitan uno en otro e in-habitan en el alma, que se vuelve así “una misma cosa con el Padre y con Jesús”.

1. Dios es Madre más que Padre: Tierra divina, Don de la vida.

Hablar de un Dios separado de esa tierra común, un Dios abstracto, que planea como pura ley sacral, sobre la naturaleza y la historia, constituye para la Biblia una falta de sentido, una blasfemia. Por eso, el problema de la religión no consiste en saber si hay o no hay Dios, como después se ha planteado. El Dios en sí puede quedar en silencio, según la Biblia israelita. La tarea “divina” está en saber cómo se sitúan los humanos ante las fuentes poderosas de la vida, ante el don sagrado de la Tierra, que ellos reciben con amor, y con justicia y cariño deben compartir.

Ciertamente, la Tierra no es Dios, pero es signo divino: principio del que varones y mujeres nacen, lugar donde comparten la existencia, unos con otros, en respeto y generosidad. Descubrir y agradecer la vida, que nos viene por la Tierra (agua y viento, plantas y animales, todo el universo) es el primero y más hondo de los gestos religiosos. Lógicamente, ella puede recibir rasgos divinos y maternos, expresados de manera humana. Así la ha visto Teresa de Jesús, que hace a Dios Fuente de vida, Pechos de madre que ofrece su propio alimento a los humanos:

[Dios Vida]
Se entiende claro, por unas secretas aspiraciones, ser Dios el que da vida a nuestra alma…, que en ninguna manera se puede dudar…, que producen algunas veces unas palabras regaladas, que parece no se pueden excusar de decir: ¡Oh Vida de mi vida y Sustento de mi sustento!… y cosas de esta manera.
[Pechos divinos]
Porque de aquellos Pechos Divinos, adonde parece está Dios siempre sustentando el alma, salen unos rayos de leche que toda la gente del castillo conforta, que parece que quiere el Señor que gocen de alguna manera de lo mucho que goza el alma,
[Río-Fuente]
y de aquel río caudaloso, adonde se consumió esta fontecita pequeña, salga algún golpe de aquel agua para sustentar a los que en lo corporal han de servir a estos dos desposados (Moradas 7, 2, 7).

Están esposo y esposa (Cristo y el alma, Jesús y Teresa) bien unidos, en desposorio radical, como luego mostraremos. Desde esa unión de amor descubre Teresa el misterio original divino, que ella ha presentado en términos vitales (Dios es Vida de mi vida), maternos (unos Pechos que manan gozo y leche que sustenta a los humanos) y cósmicos (fuente original de la que brota agua de gracia y existencia para los humanos, en especial los enamorados).

De la Tierra Madre cósmica, que sustenta generosa a los humanos, haciéndoles hermanos, pues deben compartirla (jubileo israelita), pasamos a la Madre Personal divina de Teresa de Jesús: creer en Dios es para ella una experiencia original de fe en la vida. No hay en Dios de imposición paterna (ley, juicio), sino generación vital materna: Él aparece así como Fuente de la Vida, Pechos abundantes, acogedores y gozosos, que alimentan a todos los humanos, no sólo al alma interna, sino a “la gente del castillo”, que son las potencias y facultades corporales.

Al hablar de esta manera, Teresa no ofrece un argumento conceptual, filosófico o científico, sino una experiencia vital. La filosofía y ciencia resultan secundarias, lo mismo que la teología escolar. Incluso el nombre dios es posterior, de manera que puede evitarse, si alguien lo siente impositivo, apresurado. Teresa habla de algo previo a todo razonamiento: del gozo de Ser, de saberse acunada en la Vida, del misterio de esos “pechos divinos” que nos amamantan para así crearnos.

2. Dios Hijo y Amigo, el Dios enamorado.

De esa forma, la misma generación (expresión de amor materno) conduce al surgimiento del Otro (Hijo/a) y al encuentro de amor entre persona. En perspectiva humana, la relación generativa y esponsal han de distinguirse, pues de lo contrario la corriente de vida se cerraría en sí misma, de forma incestuosa: no es bueno que el hijo quede fijado en la madre, clausurándose en ella de manera indefinida; es bueno que salga, que rompa el cordón, que encuentre a un amigo/a diferente, para descubrir y desplegar con él o ella la inmensa maravilla del encuentro enamorado.

Dentro del símbolo divino, ambos momentos pueden vincularse y se vinculan de forma paradójica: entre el Padre/Madre divino y el Hijo divino Jesucristo se establece una relación de Encuentro eterno, de gozo incesante de pareja enamorada, que la iglesia identifica con el Espíritu Santo. De manera consecuente Teresa de Jesús ha desarrollado en esa perspectiva la visión del Dios amigo, la fe como esponsales:

[Eucaristía]
Pues vengamos ahora a tratar del divino y espiritual matrimonio… A esta persona de quien hablamos (=Teresa de Jesús) se le representó el Señor, acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, y le dijo que
[Matrimonio]
era ya tiempo de que sus cosas (de Jesús) tomase ella por suyas
y Él tenía cuidado de las suyas (de Teresa) (Moradas 7, 2, 1).
[Pascua]
Aparécese el Señor en este Centro del Alma sin visión imaginaria, sino intelectual…, como se apareció a los Apóstoles sin entrar por la puerta, cuando les dijo “pax vobis” (Moradas 7, 2, 3; cf. Jn 20, 21).

La misma eucaristía se expresa en claves esponsales, conforme al simbolismo israelita de la alianza (¡Yo seré vuestro Dios, vosotros seréis mi Pueblo!), que aquí se despliega en formas personales: Jesús da su cuerpo a Teresa, es decir, se ocupa de sus cosas; Teresa da su cuerpo a Jesús, es decir, se ocupa de sus cosas. Este es un desposorio de comunicación completa, en libertad y entrega reversibles, sin que uno sea más o mande sobre el otro, pues los dos ofrecen lo que son (la esencia) uno al otro.

Este Dios amigo, que suscita y ratifica todo amor esponsal sobre la tierra, no es ya poder patriarcalista, ni donación de un superior (del padre al hijo), sino principio de armonía simétrica y comunicación enamorada. Sólo aquí recibe su sentido la eucaristía, como expresión de un matrimonio total entre Jesús y los humanos, es decir, entre los humanos que aceptan su camino y responde a la voz de su llamada. Esta es la eucaristía del Jesús resucitado, que se expresa y expande en toda la vida del cristiano, que toma formas esponsales, de comunicación personal y gratuita, en cuerpo y alma.

Del Dios materno que cuida generosamente a los humanos (sus hijos) venimos al Dios esponsal y fraterno, que goza en amar y ser amado, en cercanía y comunicación transformadora, que culminan por Cristo en el símbolo eucarístico: sólo un hombre o mujer enamorado/a puede pedir ¡come, bebe, esto es mi cuerpo!, dando al otro y compartiendo con el otro el pan y vino de la vida. Lo que él ofrece no es ya un cuerpo de Madre divina (pechos abundosos, manantial de leche), ni el poder de un padre que planea por arriba, con autoridad dictatorial, sino el rostro y cuerpo humano del amigo/a, que goza y/o sufre a nuestro lado y que nos pide pan o una palabra de conocimiento, dignidad, ternura.

Jesús se ha vuelto así cuerpo ofrecido (se da a sí mismo: eucaristía) y necesitado (quiere que le alimentemos y acojamos en los pobres: cf. Mt 25, 31-46). Dios no se revela, por tanto, en los principios de la totalidad social, que pueden ser manipulados, al servicio del sistema o del estado, tampoco en la intimidad de la pura conciencia, sino en la comunión concreta de amor entre los hombres y/o mujeres de la tierra. Por eso, el símbolo supremo del Dios Hijo en el mundo es el pan y vino compartido: la solidaridad concreta de hermanos y amigos. o fiesta eucarística de amor.

Cambiando un verso de Juan de la Cruz, en la dedicatoria de este libro, nos atrevimos a presentar la eucaristía como cena que libera y enamora. Quizá se debería invertir el orden de los términos. Esta es una cena que enamora, abriendo a los humanos, varones y mujeres, la más honda experiencia de la comunicación personal transformadora. Este es cena que libera, es decir, re-crea, pues en ella podemos descubrir y descubrimos nuestra propia libertad, re-creando el mundo y pudiendo ofrecer espacio y camino de liberación a los excluídos de la tierra.

3. Dios Familia. Eucaristía y Trinidad

Hemos venido suponiendo que los rasgos anteriores se unifican, en clave trinitaria: el mismo Dios es Madre fundante, que nos hace ser, y Amigo que comparte nuestra vida, haciéndonos capaces de dar y recibir en amor enamorado. Podemos y debemos afirmar, con la tradición de la iglesia, que son dos personas (Padre/Madre, Hijo/Amigo), siendo el mismo Amor transcendental (en sí mismo valioso), que ha querido expresar y realizar su misterio entre nosotros (como amor humano), en forma de comunión definitiva (Espíritu Santo).

El despliegue de la comunicación de amor, perfecta y plena, en plenitud pascual: eso es Dios para siempre, todo en todos, en formas de regalo culminado. Esto es el cielo. Así lo ha indicado el judaísmo, cuando los profetas (especialmente Is 41-56) han interpretado el jubileo en forma escatológica: la tierra compartida (Lev 25) se ha vuelto un símbolo muy hondo de la Nueva Tierra y Nuevo Cielo, donde los salvados comerán y beberán unos con otros (unos de otros), en gozo fuerte, comunicación perfecta. Lógicamente, Teresa de Jesús ha interpretado este motivo en forma trinitaria:

[Apóstoles]
Orando una vez Jesucristo Nuestro Señor por sus Apóstoles (Jn 17, 21), dijo que fuesen una cosa con el Padre y el Él, como Jesucristo nuestro Señor está en el Padre y el Padre en Él.
[Universalidad]
¡No sé que amor puede ser mayor que este! Y no dejaremos de entrar aquí todos, porque así dijo Su Majestad: “No sólo ruego por ellos, sino por todos aquellos que han de creer en mí también” y dice “yo estoy en ellos” (Jn 17, 20.23) (Moradas 7, 2, 9-10).
[Servicio]
¿Sabéis que es ser espirituales de veras? ¡Hacerse esclavos de Dios!… Así que, hermanas, para que (vuestra vida) lleve buenos cimientos, procurad ser la menor de todas (las hermanas) y esclava suya (de las hermanas), mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir… (Moradas 7, 4, 9).

Pasamos así del matrimonio (unión íntima con Jesús y/o con otros creyentes) a la comunión más extensa de la iglesia, representada por los apóstoles. En ellos habita la Trinidad, siendo ellos signo de Dios sobre la tierra. Esto es creer en Dios, expresar su misterio: abrirse en comunión de amor y servicio mutuo hacia los otros. He destacado la universalidad, pues en esta comunión que brota del Jesús enamorado entran todos, como expresamente afirma Teresa, re-interpretando Jn 17, 20 de manera universalista. Así se expande la familia divina: el Dios que aparecía primero como Madre y luego como Amor Enamorado será al fin y plenamente Comunión donde los humanos se regalan y sirven unos a los otros, descubriendo y desplegando el placer de la existencia compartida, envuelta en gloria.

Un tema abierto. La Trinidad de A. Rublev

En este contexto se sitúa uno de los iconos teológicos más conocidos: la Trinidad de Rublev y otros artigas orientales, que evocan la escena de los “Convidados de Mambré” (Gen 18, 1-15), citada al principio de este libro (Parte 1ª, Cap. 1º): tres seres divinos caminan por la tierra como peregrinos; Abraham les invita a comer y ellos se sientan, compartiendo vida y alimento. Así los ha visto el pintor, así los ha venerado la iglesia: sentados a la mesa, en torno a un plato de Cordero (signo de la entrega amorosa de Jesús), que puede estar simbolizado también por el pan y vino compartido. Son tres, ángeles del cielo, peregrinos en la tierra, revestidos de cielo (cada uno con su color celeste) y sentados a la mesa, dialogando en gesto de felicidad completa. Ellos representan la belleza de Dios, la gloria que esperamos y se expresa ya (anticipada y fuerte) en la mesa compartida de Jesús. La familia humana, reunida en comunicación vital y personal, palabra y comida: este es el supremo signo trinitario, esta es la iglesia.

Por eso, la Trinidad cristiana es misterio del gozo y gloria que mana del ser fundante (Madre) y se expresa en la vida compartida (unión de Padre/Madre con el Hijo, en el Espíritu), superando así todo egoísmo y toda muerte. De esa forma, el amor es misterio de Dios, que no aparece ya como Padre o Madre, que nos tiene sometidos, sino como familia, comunión de amor, en la que estamos todos implicados. No podemos hablar de esa familia de manera objetiva, como si se hallara fuera de nosotros, pues sólo en la medida en que acogemos su amor y nos amamos mutuamente podemos entenderla.

No hay al fin supremacía ni inferioridad: Dios no quiere ni puede humillarnos, poniéndose encima de nosotros, como Alguien que por pura condescendencia nos visita y saluda a la caída de la tarde, sino que viene a quedarse. Y no se queda como superior, siempre mandando, sino como Vida en nuestra propia vida, de manera que en él somos (nos hacemos) plenamente hermanos y amigos, en fiesta de amor y resurrección. Por eso, el signo trinitario final no son el padre o la madre en cuanto tales, sino la familia entera, reunida en torno a la mesa, la comida fraterna, pan y vino, entre los hermanos.

Este es un Dios que era, es y vendrá, como ha dicho el Apocalipsis (1, 4). Por eso, conocerle únicamente como Padre/Madre significa quedarse en el principio, no haber recorrido con Él el camino de la vida, en generosidad eucarística. Quien lo haya recorrido, avanzando por los varios paisajes de este libro y de la historia israelita y cristiana, sabe que Dios acaba siendo todo en todos (cf. 1 Cor 15, 28), libertad y plenitud de nuestra vida, expresada en la fiesta del pan y vino compartido.

*Tomado de X. Pikzaza, Fiesta del Pan, fiesta del Vino, Verbo Divino, Salamanca 2001

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Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro!

Domingo, 31 de mayo de 2015
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Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro! Ayúdame a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, ¡oh mi Inmutable!, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.
Inunda mi alma de paz; haz de ella tu cielo, la morada de tu amor y el lugar de tu reposo. Que nunca te deje allí solo, sino que te acompañe con todo mi ser, toda despierta en fe, toda adorante, entregada por entero a tu acción creadora.

¡Oh, mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para tu Corazón; quisiera cubrirte de gloria amarte… hasta morir de amor! Pero siento mi impotencia y te pido «ser revestida de Ti mismo»; identificar mi alma con todos los movimientos de la tuya, sumergirme en Ti, ser invadida por Ti, ser sustituida por Ti, a fin de que mi vida no sea sino un destello de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.

¡Oh, Verbo eterno, Palabra de mi Dios!, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero hacerme dócil a tus enseñanzas, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz. ¡Oh, Astro mío querido!, fascíname para que no pueda ya salir de tu esplendor.

¡Oh, Fuego abrasador, Espíritu de Amor, «desciende sobre mí» para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo. Que yo sea para El una humanidad suplementaria en la que renueve todo su Misterio.

Y Tú, ¡oh Padre Eterno!, inclínate sobre esta pequeña criatura tuya, «cúbrela con tu sombra», no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien has puesto todas tus complacencias.

¡Oh, mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo!, yo me entrego a Ti como una presa. Sumergíos en mí para que yo me sumerja en Vos, mientras espero ir a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas.

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Elisabeth Catez, beata Isabel de la Trinidad

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En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

“Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

Mateo 28,16-20

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“Lo esencial del Credo”. Santísima Trinidad – B (Mateo 28,16-20)

Domingo, 31 de mayo de 2015
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Trinidad-RubliovA lo largo de los siglos, los teólogos cristianos han elaborado profundos estudios sobre la Trinidad. Sin embargo, bastantes cristianos de nuestros días no logran captar qué tienen que ver con su vida esas admirables doctrinas.

Al parecer, hoy necesitamos oír hablar de Dios con palabras humildes y sencillas, que toquen nuestro pobre corazón, confuso y desalentado, y reconforten nuestra fe vacilante. Necesitamos, tal vez, recuperar lo esencial de nuestro credo para aprender a vivirlo con alegría nueva.

«Creo en Dios Padre, creador del cielo y de la tierra».

No estamos solos ante nuestros problemas y conflictos. No vivimos olvidados, Dios es nuestro «Padre» querido. Así lo llamaba Jesús y así lo llamamos nosotros. Él es el origen y la meta de nuestra vida. Nos ha creado a todos solo por amor, y nos espera a todos con corazón de Padre al final de nuestra peregrinación por este mundo.

Su nombre es hoy olvidado y negado por muchos. Nuestros hijos se van alejando de él, y los creyentes no sabemos contagiarles nuestra fe, pero Dios nos sigue mirando a todos con amor. Aunque vivamos llenos de dudas, no hemos de perder la fe en un Dios Creador y Padre pues habríamos perdido nuestra última esperanza.

«Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor».

Es el gran regalo que Dios ha hecho al mundo. Él nos ha contado cómo es el Padre. Para nosotros, Jesús nunca será un hombre más. Mirándolo a él, vemos al Padre: en sus gestos captamos su ternura y comprensión. En él podemos sentir a Dios humano, cercano, amigo.

Este Jesús, el Hijo amado de Dios, nos ha animado a construir una vida más fraterna y dichosa para todos. Es lo que más quiere el Padre. Nos ha indicado, además, el camino a seguir: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». Si olvidamos a Jesús, ¿quién ocupará su vacío?, ¿quién nos podrá ofrecer su luz y su esperanza?

«Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida».

Este misterio de Dios no es algo lejano. Está presente en el fondo de cada uno de nosotros. Lo podemos captar como Espíritu que alienta nuestras vidas, como Amor que nos lleva hacia los que sufren. Este Espíritu es lo mejor que hay dentro de nosotros.

José Antonio Pagola

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“Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Domingo 31 de mayo de 2015. Santísima Trinidad. Visitación

Domingo, 31 de mayo de 2015
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35-trinidadB cerezoDe Koinonia:

Deuteronomio 4,32-34.39-40: El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro.
Salmo responsorial: 32: Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Romanos 8,14-17: Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: “¡Abba!” (Padre).
Mateo 28,16-20: Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

Conscientes de que el material teológico para una predicación tradicional sobre la Trinidad es muy fácil de encontrar entre las varias decenas de servicios bíblico-litúrgicos que se ofrecen actualmente en internet, nosotros, fieles a nuestro «carisma», vamos a tratar de completar los enfoques tradicionales con algunas perspectivas críticas, para las comunidades que no quieren simplemente repetir lo de siempre, sino replanteárselo.

La reflexión teológica podría centrarse en la «trinidad» misma, o sea «el hecho de que Dios sea TRES personas», y la relación de esta trinidad con el monoteísmo. Veamos.

Jesús era y fue siempre judío, y como tal, fue absoluta y celosamente monoteísta. Jesús nunca habló de, ni siquiera pudo pensar en una «trinidad» de personas en Dios, lo que le hubiera sonado prácticamente a una blasfemia. Para Jesús, Dios es uno y sólo uno y nada más que uno.

Ello quiere decir algo que muchos cristianos no saben, y que algunos se extrañan al llegarlo a saber: que la doctrina de la Trinidad no es del tiempo de Jesús, sino muy posterior. De hecho se adjudica al Concilio de Nicea (325) su primera formulación definitiva. Ello quiere también decir que los evangelios no nos pueden hablar de la Trinidad directamente tal como nosotros la conocemos, y que esas frases que la citan –como la del evangelio de este domingo- son inclusiones posteriores.

Si la doctrina de la Trinidad es una elaboración de los primeros siglos de la Iglesia, que sólo en el siglo IV comenzaron a adquirir una formulación que quedaría luego consagrada oficialmente, ello significa que tiene un componente de construcción teológica, «construcción humana», pues. No es, como dice la simplificación al uso, que Jesús vino del cielo a revelarnos este misterio que no sabíamos, y que nos lo contó, como se daba por supuesto que el Evangelio decía.

Otro filón importante de este bloque temático es la tremenda huella de la filosofía griega que la doctrina de la Trinidad transpira: persona, sustancia, naturaleza, hipóstasis… Todo en ella es una articulación de conceptos de la filosofía griega. De alguna manera, la doctrina de la Trinidad es la respuesta que el cristianismo de aquel momento histórico dio, en una sociedad imbuida de filosofía griega, con la que estaba tratando de dialogar el cristianismo, a la pregunta por el dios en que creía esa religión que estaba saliendo de las catacumbas y luchaba por conseguir un puesto reconocido en la sociedad. No cabe duda de que la doctrina de la Trinidad es un modelo ejemplar de lo que es la «inculturación» de una religión en una cultura ajena. El judeocristianismo, que no sabía nada de aquellas categorías filosóficas helénicas, acabó expresándose, reformulándose a sí mismo en un lenguaje que nada tenía que ver con el lenguaje bíblico neotestamentario. Esta «inculturación» ha sido puesta frecuentemente como «modelo» de lo que debería ser la inculturación de la fe cristiana en otras culturas. Es la «helenización del cristianismo», tan ejemplar por una parte, como nefasta por otra.

El problema es que aquella filosofía griega hoy sólo se puede encontrar en los libros de historia; en la vida real nadie echa mano de aquella filosofía para responder a las preguntas actuales. Mientras el mundo y la cultura han dejado de creer en la filosofía griega, la Iglesia sigue formulándose a sí misma –y sus doctrinas- en aquella filosofía, y teniendo esas fórmulas como oficiales. Más aún, como intocables, y en no pocos casos como ininterpretables.

(Un ejemplo distinto al de la Trinidad, pero no al margen del domingo: la «transubstanciación», que es «hilemorfismo» aristotélico, pura filosofía griega, de la que nadie echa mano para comprender cosmológicamente la realidad… De ahí que un elemento central de la eucaristía resulte ininteligible para todo cristiano de hoy que no comparta esa filosofía de hace 25 siglos. En el último diálogo teológico que hubo al respecto, los censores romanos desecharon toda otra explicación –se habían presentado varias, muy buenas- y decidieron que sólo la explicación de la «transubstanciación» era reconocida oficialmente como correcta. Desde entonces se acabó el diálogo teológico y pastoral sobre ese tema. Quedó sobreseído y archivado).

Otro elemento es el mismo concepto de «persona». Se trata de un concepto también griego, y más ampliamente occidental, pero que no es universal. En toda su concreta riqueza cultural resulta intraducible a otras culturas, en las que esa categoría no cuadra exactamente. Pero a los occidentales nos parece la categoría suprema, como «lo máximo» que podríamos atribuir a Dios, y también como un mínimo que no podríamos dejar de atribuirle. Así, frente al hinduismo, al budismo, a la espiritualidad «no dual»… a muchos cristianos les resulta imposible aceptar una idea de Dios menos «personal»… Pero si lo pensamos bien, Dios no es persona… Llamarle así no deja de ser un «antropocentrismo». No debiéramos estar tan seguros de que «persona» es una categoría bien aplicada a Dios, un concepto que «le calza bien»… No hay ninguna palabra en la que quepa Dios… y tampoco cabe en la palabra «persona». Más que «personal», puede ser que tuviéramos que decir que Dios es transpersonal, suprapersonal…

Un último elemento de reflexión respecto a la teología trinitaria es la frecuencia con la que los cristianos entendemos mal la doctrina oficial misma de la Trinidad. En la práctica muchos cristianos guardan en su espiritualidad la imagen de «tres personas como tres dioses», a pesar de la proclamación meramente verbal de la unicidad de Dios… Transcribimos más abajo algunas cautelas que Schillebeeckx expresara al respecto.

Habría todo otro tema a revisar, debajo mismo del plano de la Trinidad, y sería el tema del «teísmo» mismo. Demasiado fácilmente hablamos de «Dios», como si supiéramos lo que decimos, y como si en esa palabra sí que cupiera Dios, y le viniera justa la talla… No es tema para desarrollar ahora, pero sí que puede ser bueno simplemente apuntarlo: «Dios tampoco es dios», no es theos, no se le ajusta ese concepto… En los últimos siglos muchos hombres y mujeres no han aguantado lo mal que se sentían ante esa creencia de identificar el Misterio de la Realidad con un theos, esa forma de creer que lo llama «Dios», y tuvieron que optar por el «a-teísmo» para no asfixiarse. Hoy, a estas alturas de los tiempos, afortunadamente, ya muchas personas sabemos que el «teísmo» no es más que un «modelo», una forma de modelar mentalmente ese Misterio de la Realidad, para entendernos. Y por eso mismo sabemos que no hay que darle más importancia a lo que es simplemente un modelo. La alternativa ya no es teísmo/ateísmo. Ahora conocemos la posibilidad del pos-teísmo… Podemos seguir creyendo en el Misterio de la Realidad, en todo aquello que nuestros abuelos y ancestros modelaron en la categoría theos, dios, sabiendo que no es sino un modelo, y desestimándolo si no nos sirve. Si aquellas creencias no nos resultan asumibles –en cuanto creencias, en cuanto modelos útiles- hoy podemos ser igualmente espirituales, e incluso concretamente cristianos, sin tener que ser teístas, ni ateos, sino «pos-teístas». El tema sería largo… Recomendamos para los interesados solamente el libro de John Shelby Spong, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial» (tiempoaxial.org). Leer más…

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31.5.15. Domingo de la Trinidad (1): Dios es historia y camino

Domingo, 31 de mayo de 2015
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872_4_45b907a8d6b2fDel blog de Xabier Pikaza:

La fe cristiana se expresa en tres “símbolos” (no demostraciones, ni dogmas que se imponen, ni razonamientos…) que dicen:

(1) Creo en Dios Padre, creador…
(2) Creo en Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, que nació, murió y resucitó…
(3) Y Creo en el Espíritu Santo, el perdón, la comunión, la vida.

Esos símbolos, que pueden llamarse también “artículos/articulaciones” de la fe cristiana evocan una experiencia histórica (centrada en Jesús) y una tarea de transformación de la historia, en la línea de Dios.

Así podemos hablar y hablamos de tres personas (que no son “numéricamente” tres, pues no se suman) y de un solo Dios verdadero, que han de vivirse en forma de Don (Dios es regalo de vida) y camino (una tarea que consiste en mostrar que Dios es Trinidad porque camina y vive en todo).

En principio no habría que utilizar el nombre “Trinidad” (y no se utilizó en la Iglesia durante casi siglo y medio), pues todo estaba dicho en la confesión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y en ella consistía el dogma. Pero ha sido bueno reunir y condensar de forma unitaria esa fe, que es triple y única, diciendo “Santa Trinidad, un solo Dios”.

Entendida así, esta “fe en los tres que no son tres” (no se suman ni restan) constituye, con la Encarnación, el signo clave del misterio, pues muestra a Dios como fuente inagotable y comunión creadora de amor que anima y sostiene la historia (Padre), es hombre (Jesús) y es fuerza-amor de nuestra vida (Espíritu).

La Trinidad no es un “dogma aparte”, sino un resumen de la fe del NT y de la Iglesia, y vincula a Dios Padre con Jesús y el Espíritu, a quienes la tradición llama “personas”, utilizando una terminología sugerente y novedosa que debemos precisar en lo que sigue, retomando en clave más sistemática lo ya dicho en el capítulo anterior. No es un problema de matemática (tres son uno), ni de especulación teórica que pueda resolverse a través de algún tipo de demostración, sino una experiencia radical que ha de ser vivida antes que pensada.
(Comienzo hoy una breve sección de postales trinitarias, que dedico en especial a mis amigos y hermanos de la Orden de la Santísima Trinidad).
Buen domingo de la Trinidad a Todos.

1. Nuevo Testamento, un esquema trinitario

En esa línea, desde lo ya dicho en las partes anteriores sobre Dios Padre y Jesucristo su Hijo, en el Espíritu Santo, expondremos el tema de la Trinidad, como expresión y compendio del misterio cristiano. Jesús no predicó la Trinidad, pero abrió el camino que conduce al Padre y nos legó su Espíritu. Tampoco hablaron de ella los cristianos más antiguos (Pedro, Pablo, los evangelistas, los Padres apostólicos), pero todos confesaron su fe en el Padre y el Hijo Jesús por medio del Espíritu Santo. Pues bien, a finales del siglo II y principios del III algunos teólogos audaces empezaron a hablar expresamente de una Trinidad o Tríada divina y descubrieron que ese nombre era cómodo para referirse al mismo tiempo al Padre, a Jesús y al Espíritu.

De esa forma, desde entonces, sin ser en cuanto tal un dogma, el término Trinidad ha entrado en el lenguaje de la iglesia y así lo seguimos empleando. No ha sido un descubrimiento teórico, de teólogos, sino una expresión de la fe de Jesús, a quien que sus seguidores han unido con Dios Padre y el Espíritu Santo.

− En ciertos momentos se ha empleado un modelo binario, centrándose en Dios y Jesús (dejando en penumbra al Espíritu Santo). Ese modelo subyace en muchas confesiones, a partir de la palabra más antigua de Rom 4, 24, donde se afirma que Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos, de manera que ambos (Dios y Jesús) se vinculan de manera inseparable. Éste modelo está al fondo de la aclamación de 1 Co 8,6, donde se habla de un solo Dios… y un solo Señor (heis theos, heis Kyrios). En esa línea 1 Tm 2,5-6 dirá que tenemos un sólo Dios y un sólo mediador Jesucristo.

− Pero en conjunto se ha extendido y dominado el modelo ternaria (con el Espíritu Santo unido a Jesús y al Padre), vinculando la experiencia pascual (Jesús) y la pentecostal (Espíritu Santo), mostrando así que el Hijo y el Espíritu son inseparables del Padre (aunque la forma de entender la “realidad” de cada uno, Padre, Jesús y Espíritu) ofrezca matices distintos. En esa línea podemos decir que todo el NT se encuentra sustentado por un esquema o modelo trinitario (ternario) que unifica y vincula los diversos momentos de la fe: El itinerario de Dios lleva del Padre (AT), por medio de Jesús (mensaje de Reino, revelación pascual), hacia la nueva experiencia del Espíritu que vincula a los creyentes (Pentecostés, iglesia). Junto al Dios Uno de la confesión israelita y junto al único-Jesucristo de la afirmación pascual se introduce el único-Espíritu de la experiencia escatológica de liberación cristiana, formando así tres “artículos” unidos .
Leer más…

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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo B

Domingo, 31 de mayo de 2015
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24.the_trinity-blanchard-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad. Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Cambiando el orden de las lecturas subrayo la relación especial de cada una de ellas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Dios Padre (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)

Moisés habló al pueblo, diciendo:  

– «Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre.»

Como es lógico, un texto del Deuteronomio, escrito varios siglos antes de Jesús, no puede hablar de la Trinidad, se limita a hablar de Dios. Su autor pretende inculcar en los israelitas tres actitudes:

1) admiración ante lo que el Señor ha hecho por ellos, revelándose en el Sinaí y liberándolos previamente de la esclavitud egipcia;

2) reconocimiento de que Yahvé es el único Dios, no hay otro; cosa que parece normal en un mundo como el nuestro, con tres grandes religiones monoteístas, pero que suponía una gran novedad en aquel tiempo;

3) fidelidad a sus preceptos, que no son una carga insoportable, sino el único modo de conseguir la felicidad.

Dios Hijo (Mateo 28, 16-20)

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

̶  «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

El texto del evangelio, el más claro de todo el Nuevo Testamento en la formulación de la Trinidad, pero al mismo tiempo pone de especial relieve la importancia de Jesús.

A lo largo de su evangelio, Mateo ha presentado a Jesús como el nuevo Moisés, muy superior a él. El contraste más fuerte se advierte comparando el final de Moisés y el de Jesús. Moisés muere solo, en lo alto del monte, y el autor del Deuteronomio entona su elogio fúnebre: no ha habido otro profeta como Moisés, «con quien el Señor trataba cara a cara, ni semejante a él en los signos y prodigios…» Pero ha muerto, y lo único que pueden hacer los israelitas es llorarlo durante treinta días.

Jesús, en cambio, precisamente después de su muerte es cuando adquiere pleno poder en cielo y tierra, y puede garantizar a los discípulos que estará con ellos hasta el fin del mundo. A diferencia de los israelitas, los discípulos no tienen que llorar a Jesús sino lanzarse a la misión para hacer nuevos discípulos de todo el mundo. ¿Cómo se lleva a cabo esta tarea? Bautizando y enseñando. Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo equivale a consagrar a esa persona a la Trinidad. Igual que al poner nuestro nombre en un libro indicamos que es nuestro, al bautizar en el nombre de la Trinidad indicamos que esa persona le pertenece por completo.

En la primera lectura, Dios exigía a los israelitas: «guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo»; en el evangelio, Jesús subraya la importancia de «guardar todo lo que os he mandado».

Dios Espíritu Santo (Romanos 8, 14-17)

Hermanos: Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

            La formulación no es tan clara como en el evangelio, pero Pablo menciona expresamente al Espíritu de Dios, al Padre, y a Cristo. No lo hace de forma abstracta, como la teología posterior, sino poniendo de relieve la relación de cada una de las tres personas con nosotros.

Lo que se subraya del Padre no es que sea Padre de Jesús, sino Padre de cada uno de nosotros, porque nos adopta como hijos.

Lo que se dice del Espíritu Santo no es que «procede del Padre y del Hijo por generación intelectual», sino que nos libra del miedo a Dios, de sentirnos ante él como esclavos, y nos hace gritarle con entusiasmo: «Abba» (papá).

Y del Hijo no se exalta su relación con el Padre y el Espíritu, sino su relación con nosotros: «coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados».

Reflexión final

La fiesta de la Trinidad provoca en muchos cristianos la sensación de enfrentarse a un misterio insoluble, no es la que más atrae del calendario litúrgico. Sin embargo, cuando se escuchan estas tres lecturas la perspectiva cambia mucho.

            El Deuteronomio nos invita a recordar los beneficios de Dios, empezando por el más grande de todos: su revelación como único Dios. (Esto no debemos interpretarlo como una condena o infravaloración de otras religiones).

            El evangelio nos recuerda el bautismo, por el que pasamos a pertenecer a Dios.

            La carta a los Romanos nos ofrece una visión mucho más personal y humana de la Trinidad.

Finalmente, las tres lecturas insisten en el compromiso personal con estas verdades. La Trinidad no es solo un misterio que se estudia en el catecismo o la Facultad de Teología. Implica observar lo que Jesús nos ha enseñado, y unirnos a él en el sufrimiento y la gloria.

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“Fuente, Faz y Brisa: fe trinitaria sin escolástica trinidad”, por Juan Masiá, sj

Domingo, 31 de mayo de 2015
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trinite-misericordieuse-486598_2De su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

La Fuente, La Faz y la Brisa: tres concreciones de la vivencia de fe (por cierto, en femenino las tres!).

Fe trinitaria, sí, pero sin misteriosa trinidad.

Me preguntaban en Japón personas de otras religiones si los cristianos somos politeístas creyentes en tres dioses. Y alguien llegó a preguntar si eran cuatro, al añadir a “Maria-Sama” (Santa María) a la lista.

Nuestras sutilezas teológicas occidentales son culpables de estos equívocos.por haber hablado de “la Trinidad” como si fuera información objetiva sobre Dios.

“Trinidad” es un nombre abstracto, que no sirve para hablar de nuestra fe en el Dios Único, ni siquiera acentuando el tratamiento reverente con el nombre de Santísima Trinidad. Al contrario, el nombre de “Trinidad”, por muy bien que se explique, acaba sugiriendo tres divinidades.

En vez del nombre abstracto “Trinidad”, es preferible el adjetivo concreto: “trinitaria”, con el que calificamos la manera de creer.

Es trinitaria la manera de encontrarnos mediante la fe con el Dios Único, El Que Vive. Es trinitaria la estructura del Credo: Creo en el Dios Unico, al que llamamos Padre y Madrre. Creo en Jesús, Rostro y Símbolo de Dios que nos lo reveló. Creo en el Espíritu, Presencia y Energía de Dios en nosotros.

También es trinitario el cuestionario bautismal, en el que respondemos así a sus tres preguntas por la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo:

1) Creo en Dios, Fuente de la Vida. Creemos en silencio, cuando contemplamos las maravillas de la Creación y de todo viviente.

2) Creo en su epifanía mediante Jesús, el Enviado/Revelador del rostro divino. Creemos al encontrarnos -en su vida, palabras y obras- con el misterio del Dios Único, manifestado en Cristo.

3) Creo en su Espíritu de Vida, presente en el interior de todo viviente. Creemos, porque su espíritu nos hace creer.

En esta manera triple o trinitaria de vivenciar la fe, nos encontramos con el Dios Único: la Fuente, la Faz y la Brisa, Vida de la vida.

No son simétricas las frases de la tercera parte del Credo: “Creo en el Espíritu, creo en la Iglesia, en el perdón, etc.”. Cuando se alinearon simétricamente en latín las frases “creo en el Espiritu, en la iglesia, en el perdón, en la resurreccion…” , se difuminó la subordinación de las afirmaciones sobre la iglesia, el perdón y la resurreción a la confesión de fe en el Espíritu, de la que forman parte.

Pero no son estas afirmaciones paralelas; creer en el Espíritu, creer en la iglesia, creer en el perdón, etc… Se trata de una única afirmación de fe en el Espíritu: “Creo en el Espíritu estando en la Iglesia, creo en el Espíritu que nos da el perdón, creo en el Espíritu que nos resucita”.

El Espíritu es el símbolo de la presencia continua en el mundo de la Fuente Creadora de la Vida. El Espíritu que animaba y empujaba a Jesús (Mc 1,12) es la clave para una cristología articulada desde el pneuma de Jesús, en vez de expresarla con las imágenes del entorno del logos.(Véase el magnífico libro de Roger Haight, Jesús símbolo de Dios, en Ed. Trotta),

El Espíritu nos hace creer, nos hace orar y poder dirigirnos a la Fuente de la Vida diciéndole: ¡Abba! Padre, Madre! (Rom 8, 15). Con razón dijo Jesús: “Os conviene que yo me vaya, porque entonces os enviaré mi Espíritu para que os acompañe siempre”. (Jn 16, 7).

“No apaguéis el Espíritu” , dice la Carta a la iglesia de Tesalónica (1 Thes 5,19), es decir, no extingáis la energía que hace creer, crear y resucitar. Cada vez que, a lo largo de la historia, las religiones apagan el fuego del Espíritu, hay que reavivar el brasero de la espiritualidad más allá de las religiones. Jesús trae fuego que no destruye, sino renueva: fuerza vivificadora y, a la vez, desenmascaradora y discernidora de los poderes de muerte que intentan sofocarlo.

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“Sentir esta presencia”, por Gema Juan OCD

Domingo, 31 de mayo de 2015
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17289537513_58a2945c90_mDe su blog Juntos Andemos:

Hay misterios que piden silencio, que invitan a encender la mirada interior, que llevan a la adoración. Misterios que huyen de las palabras y que, a lo más, se pueden balbucir –como decía Juan de la Cruz– sin poder decir «aquello de que altamente sienten».

Teresa de Jesús sintió aquella presencia prometida por Jesús: la «presencia tan sin poderse dudar de las tres Personas». Y la acogió como se puede acoger el misterio del amor: abriendo el corazón y aceptando la luz. Tal vez, la única manera de que la inteligencia humana se puede acercar al misterio.

Al intentar explicar cómo sentía aquella Presencia, Teresa decía: «Se me representó como cuando en una esponja se incorpora y embebe el agua; así me parecía mi alma que se henchía de aquella divinidad y por cierta manera gozaba en sí y tenía las tres Personas». Y entonces entendió que Dios hace las cosas de manera diferente.

Contaba Teresa que Dios le hizo comprender «que erraba en imaginar las cosas del alma con la representación que las del cuerpo; que entendiese que eran muy diferentes, y que era capaz el alma para gozar mucho». Sin embargo, experimentará el muro de las palabras para poder expresar la inmensa claridad que suscitaba en ella la presencia divina.

Decía: «Esta presencia de las tres Personas que traigo en el alma, era con tanta luz que no se puede dudar el estar allí Dios vivo y verdadero, y allí se me daban a entender cosas que yo no las sabré decir después».

Si hasta entonces Teresa había buscado a Dios, esta Presencia le hizo entender un nuevo modo de unión: «No trabajes tú de tenerme a Mí encerrado en ti, sino de encerrarte tú en Mí». La búsqueda se transformaba en encuentro y el encerrarse en Él, en una salida.

De este modo, comprendió que esa unión era participar de las palabras de despedida de Jesús, que envía a los discípulos a dar a conocer el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso, añadía: «Parecíame que de dentro de mi alma -que estaban y vía yo estas tres Personas- se comunicaban a todo lo criado, no haciendo falta ni faltando de estar conmigo».

Nada iba a quedar encerrado en Teresa, porque eso desharía la verdad profunda de la experiencia cristiana, que se diluye si queda cerrada en sí. De modo que, cuando escribe que ese misterio de los Tres «quiere dar a sentir esta presencia», dice que no se puede dudar ni olvidar y apunta cómo el Señor le hace entender la vida desde esa Presencia: «Piensa, hija, cómo después de acabada [la vida] no me puedes servir en lo que ahora, y come por Mí y duerme por Mí, y todo lo que hicieres sea por Mí, como si no lo vivieses tú ya, sino Yo, que esto es lo que decía San Pablo».

Y hablará de «la paz interior y la poca fuerza que tienen contentos ni descontentos por quitarla de manera que dure», cuando se vive en los Tres y cómo la fuerza con que se siente la Presencia sana el corazón: «Con esto se ha remediado la pena de esta ausencia».

Queda el silencio, después de buscar palabras para expresar la Presencia y queda la mirada, que tantas veces pide Teresa, para ver al Único y para sentir el amor.

Pero ella, que siempre da un paso más y llega más al fondo de las cosas, todavía añade que lo que queda de sentir «con tanta fuerza estar presentes estas tres Personas» –dice– es el deseo de vivir, si Él quiere, para servirle más; y si pudiese, ser parte que siquiera un alma le amase más y alabase por mi intercesión, que aunque fuese por poco tiempo, le parece importa más que estar en la gloria».

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“Confiar en Dios” .15 de junio de 2014. Santísima Trinidad (A.) Juan 3, 16-18.

Domingo, 15 de junio de 2014
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32-TrinidadA cerezoEl esfuerzo realizado por los teólogos a lo largo de los siglos para exponer con conceptos humanos el misterio de la Trinidad apenas ayuda hoy a los cristianos a reavivar su confianza en Dios Padre, a reafirmar su adhesión a Jesús, el Hijo encarnado de Dios, y a acoger con fe viva la presencia del Espíritu de Dios en nosotros.

Por eso puede ser bueno hacer un esfuerzo por acercarnos al misterio de Dios con palabras sencillas y corazón humilde siguiendo de cerca el mensaje, los gestos y la vida entera de Jesús: misterio del Hijo de Dios encarnado.

El misterio del Padre es amor entrañable y perdón contínuo. Nadie está excluido de su amor, a nadie le niega su perdón. El Padre nos ama y nos busca a cada uno de sus hijos e hijas por caminos que sólo él conoce. Mira a todo ser humano con ternura infinita y profunda compasión. Por eso, Jesús lo invoca siempre con una palabra: “Padre”.

Nuestra primera actitud ante ese Padre ha de ser la confianza. El misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos “Dios”, no nos ha de causar nunca miedo o angustia: Dios solo puede amarnos. Él entiende nuestra fe pequeña y vacilante. No hemos de sentirnos tristes por nuestra vida, casi siempre tan mediocre, ni desalentarnos al descubrir que hemos vivido durante años alejados de ese Padre. Podemos abandonarnos a él con sencillez. Nuestra poca fe basta.

También Jesús nos invita a la confianza. Estas son sus palabras: “No viváis con el corazón turbado. Creéis en Dios. Creed también en mí”. Jesús es el vivo retrato del Padre. En sus palabras estamos escuchando lo que nos dice el Padre. En sus gestos y su modo de actuar, entregado totalmente a hacer la vida más humana, se nos descubre cómo nos quiere Dios.

Por eso, en Jesús podemos encontrarnos en cualquier situación con un Dios concreto, amigo y cercano. Él pone paz en nuestra vida. Nos hace pasar del miedo a la confianza, del recelo a la fe sencilla en el misterio último de la vida que es solo Amor.

Acoger el Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús, es acoger dentro de nosotros la presencia invisible, callada, pero real del misterio de Dios. Cuando nos hacemos conscientes de esta presencia contínua, comienza a despertarse en nosotros una confianza nueva en Dios.

Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbre: creyentes y no creyentes, vivimos rodeados de misterio. Pero la presencia, también misteriosa del Espíritu en nosotros, aunque débil, es suficiente para sostener nuestra confianza en el Misterio último de la vida que es solo Amor.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
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“Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”. Domingo 15 de junio de 2014. Santísima Trinidad.

Domingo, 15 de junio de 2014
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24.the_trinity-blanchard-lowresLeído en Koinonia:

Éxodo 34,4b-6.8-9: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso
Interleccional:
Daniel 3. A ti gloria y alabanza por los siglos.
2Corintios 13,11-13: La gracia de Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
Juan 3,16-18: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

La Biblia nos revela en una palabra quien es Dios: Dios es amor (1 Jn 4,8). Amor personal (porque te ama a ti, como si sólo a ti amase) amor total (sin medida, porque la medida del amor es dar sin medida), amor sacrificado (oblativo, entregado y paciente), amor universal (inclusivo, no excluyente), amor preferencial (se inclina más hacia el débil). Las lecturas de hoy nos revelan el perfil, el rostro o la fisonomía de Dios. La lectura del Éxodo lo revela como un Dios “compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia y lealtad” Ex 34,6; y esto inmediatamente después del episodio de adoración al becerro de oro (Ex 32). Como queriendo contrastar la infidelidad del Pueblo y la fidelidad de Dios.

Pablo, en la segunda lectura nos desvela el misterio de un Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, mediante el saludo trinitario a la asamblea: “la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con ustedes” 2 Cor 13, 13.

Finalmente el evangelio de hoy, tomado de San Juan, es uno de esos textos cumbres de la literatura bíblica que revelan una luz especial: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo” (Jn 3,16).

Éstos serían como los versículos fundamentales para nuestra fiesta. En primer lugar el Dios de Israel y de Jesús, es un Dios inserto en la historia. El antiguo y nuevo Pueblo de Dios no llegaron a la experiencia de Dios, ni por la naturaleza (religiones naturalistas, tendentes a divinizar la creación), ni por la filosofía (la elucubración de los filósofos, que a través de las causas segundas, llegaron a una primera causa: Dios), sino por la historia. De ahí que el credo de Israel y el de la Iglesia se definan como credos históricos. Imposible proclamar a este Dios, dejando de lado los grandes acontecimientos salvíficos: que “nació de María, la virgen, que padeció bajo Poncio Pilatos, que fue crucificado, muerto y sepultado”, etc., son datos históricos puntuales. Dejar de lado la historia, sería desencarnar la fe, privarla de su sacramentalidad histórica. Un Dios desentendido de la historia no sería el Dios de los cristianos. En segundo lugar, en esta historia llena de luces y de sombras, pero guiada de la mano de Yahveh, se va dando un avance; lo que los teólogos han llamado “la revelación progresiva”. Cuando éramos niños tuvimos una experiencia de Dios que fue madurando poco a poco hasta hacernos adultos… Se trata de un principio de la pedagogía divina. El misterio de Dios uno y trino es fruto de esta experiencia de revelación progresiva en la historia. Revelación cumbre, expresión de maduración: Dios no es un ser aislado, desentendido de las realidades temporales, solitario. Es un Dios comunitario, familia, sociedad, fraternidad, etc. Por eso como dijimos al principio; la cumbre de toda la revelación bíblica es ésta: Dios es amor. Y el amor nunca es soledad, aislamiento, sino comunión, cercanía, diálogo, alianza.

La naturaleza misma de Dios es todo un proyecto de vida que revela la naturaleza misma del alma humana, creada a imagen y semejanza de Dios. De este modo podemos entender cómo la misma humanidad siente esa necesidad de alianza, aun en medio de la pluralidad. Vivimos en una casa común, somos una familia (humana), tenemos las mismas necesidades, los mismos problemas. Dios en esta hora de la historia habla a través de esos signos de un mundo en búsqueda.

En tercer lugar no hay que estar rompiéndose la cabeza para intentar comprender (desde nuestra lógica natural) un misterio que nos es dado por revelación, y que sólo puede ser aceptado plenamente por la fe. A Dios nadie lo ha visto jamás, sólo el Hijo que estaba en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer (Jn 1,18). La fe ciertamente que pasa del oído a la mente, de la mente al corazón, y del corazón a la vida. No se trata de un proceso meramente racional. Pues la razón se entiende necesitada de la razonabilidad de la fe, al reconocerse humilde ante el misterio de Dios. En efecto Dios revela estas cosas a la gente sencilla, y las esconde a los sabios de este mundo. Esta es la lógica y la sabiduría de nuestro Dios, muy distinta y muy distante de la lógica natural, marcada por los egoísmos humanos. Dios entra más fácilmente en le corazón del niño que en el del adulto, en el corazón del humilde que en el del soberbio, en el corazón del débil que en el del fuerte.

Estamos ante el más grande misterio, que ni ojo vio, ni oído escuchó… Acerquémonos a Dios con Adoración (El Padre)… dispuestos a asumir su proyecto de fraternidad (El Hijo)… con toda la profundidad de nuestro ser (El Espíritu Santo). Leer más…

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Fiesta de la Santísima Trinidad. Ciclo A.

Domingo, 15 de junio de 2014
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tumblr_mt9pkkTpKk1r2geqto1_1280Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj: 

El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.

Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la del Espíritu Santo. Así se explica que el lenguaje usado en el Prefacio sea más propio de una clase de teología que de una celebración litúrgica. En cambio, las lecturas son breves y fáciles de entender, centrándose en el amor de Dios.

La única definición bíblica de Dios

La primera lectura, tomada del libro del Éxodo, ofrece la única definición (mejor, autodefinición) de Dios en el Antiguo Testamento y rebate la idea de que el Dios del Antiguo Testamento es un Dios terrible, amenazador, a diferencia del Dios del Nuevo Testamento propuesto por Jesús, que sería un Dios de amor y bondad. La liturgia, como de costumbre, ha mutilado el texto. Pero conviene conocerlo entero.

Moisés se encuentra en la cumbre del monte Sinaí. Poco antes, le ha pedido a Dios ver su gloria, a lo que el Señor responde: «Yo haré pasar ante ti toda mi riqueza, y pronunciaré ante ti el nombre de Yahvé» (Ex 33,19). Para un israelita, el nombre y la persona se identifican. Por eso, «pronunciar el nombre de Yahvé» equivale a darse a conocer por completo. Es lo que ocurre poco más tarde, cuando el Señor pasa ante Moisés proclamando:

«Yahvé, Yahvé, el Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso y fiel, que conserva la misericordia hasta la milésima generación, que perdona culpas, delitos y pecados, aunque no deja impune y castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Éxodo 34,6-7).

Así es como Dios se autodefine. Con cinco adjetivos que subrayan su compasión, clemencia, paciencia, misericordia, fidelidad. Nada de esto tiene que ver con el Dios del terror y del castigo. Y lo que sigue tira por tierra ese falso concepto de justicia divina que «premia a los buenos y castiga a los malos», como si en la balanza divina castigo y perdón estuviesen perfectamente equilibrados. Es cierto que Dios no tolera el mal. Pero su capacidad de perdonar es infinitamente superior a la de castigar. Así lo expresa la imagen de las generaciones. Mientras la misericordia se extiende a mil, el castigo sólo abarca a cuatro (padres, hijos, nietos, bisnietos). No hay que interpretar esto en sentido literal, como si Dios castigase arbitrariamente a los hijos por el pecado de los padres. Lo que subraya el texto es el contraste entre mil y cuatro, entre la inmensa capacidad de amar y la escasa capacidad de castigar. Esta idea la recogen otros pasajes del AT:

«Tú, Señor, Dios compasivo y piadoso,
paciente, misericordioso y fiel» (Salmo 86,15).

«El Señor es compasivo y clemente,
paciente y misericordioso;
no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas;
como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos;
como un padres siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles» (Salmo 103, 8-14).

«El Señor es clemente y compasivo,
paciente y misericordioso;
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas» (Salmo 145,8-9).

«Sé que eres un dios compasivo y clemente,
paciente y misericordioso,
que se arrepiente de las amenazas» (Jonás 4,2).

El amor de Dios al mundo

El evangelio insiste en este tema del amor de Dios llevándolo a sus últimas consecuencias. No se trata sólo de que Dios perdone o sea comprensivo con nuestras debilidades y fallos. Su amor es tan grande que nos entrega a su propio hijo para que nos salvemos y obtengamos la vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

Nuestra respuesta: el amor mutuo

En la carta de Pablo a los corintios Dios se convierte en modelo para los cristianos. La misma unión y acuerdo que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu debe darse entre nosotros, teniendo un mismo sentir, viviendo en paz, animándonos mutuamente, corrigiéndonos en lo necesario, siempre alegres.

Hermanos: Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. Saludaos mutuamente con el beso ritual. Os saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.

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Trinidad 2: Fe y compromiso por la Vida (Dios para bilbaínos)

Domingo, 15 de junio de 2014
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10376315_294065450770654_6391167332274990797_nLeído en el blog de Xabier Pikaza:

Presenté ayer las cuatro primeras tesis de un pequeño manifiesto sobre (a favor) de Dios, que proclamé hace años en Bilbao, en la línea de la famosa apuesta de Pascal.

La fe en Dios es gracia, no necesidad, ni demostración. Quien quiera necesidades o demostraciones vaya a otro lugar, busque otro camino, pues en ese campo, Dios sobra. Dios no es algo que echábamos de menos, sino Alguien a quien echamos de más, sorprendidos, gozosos.

En esta “apuesta de Dios” jugamos a la carta de Jesús, un buen “argumento”, en la línea del compromiso por la vida. Quien quiera seguir con el tema, lea…

Desarrollé estas tesis hace algunos años en una Semana de Pensamiento Cristiano y Diálogo, organizada por la diócesis de Bilbao, cuando me llamaba la gente del obispo. Hace tiempo que no me llama; quizá tendría que llamarles yo, y decirles que me inviten… Pero lo que entonces dije sigue teniendo sentido, y así vuelvo a presentarlo.

Este trabajo (lo de ayer y lo de hoy) está publicado, pero ya no lo encuentro. Por eso, tiro de la “memoria” antigua de mi disco duro… Dejo las notas a pie de página, que son más pesadas, presento sólo el texto, de este “discurso sobre Dios para bilbaínos”. Buen día a todos.

TESIS V

10258051_836954609666969_4561908327869219612_nCreer en Dios supone abrirse a la experiencia de un nosotros que intenta ser gratuito, transparente, dirigido a todas las mujeres y los hombres de la tierra. En esta perspectiva, Dios se puede definir como el nosotros fundamental y primigenio

Creer en Dios supone decidirse por la comunión interhumana, superando los dos riesgos del intimismo burgués y el colectivismo socializante. El intimismo quiebra los caminos de apertura y me confina en los límites pequeños de un grupito de iniciados, mientras todo el resto de los hombres queda condenado a luchar en un nivel de pura competencia. El colectivismo destaca lo genérico y por ello tiende a destruir los individuos, impidiéndoles ser libres dentro del encuentro. Frente a eso la fe de los cristianos se formula como apuesta y compromiso en favor del surgimiento de un nosotros, de una comunión en la que el yo y el tú se plenifiquen en ámbito de encuentro más extenso.

Ciertamente, los cristianos parten de la búsqueda humana del nosotros, como realidad que sobrepasa el ámbito genérico y desborda el simple encuentro dual entre personas. Como dice el Evangelio, es necesario superar un plano de familia natural para encontrarse abiertos a un nosotros de amor y compromiso libre entre personas. Se trata de un nosotros que no es simple suma de individuos previamente independientes y formados. Tampoco es un encuentro tangencial de seres que se tocan sólo en periferia. Entendemos por «nosotros» aquella realidad originariamente personal y personalizante que emerge allí donde los hombres viven en nivel de comunión gratuita, cercana, transparente.

Mirada desde un lado, esta comunión resulta lo más frágil: parece que no tiene sustantividad ni consistencia y siempre se halla a merced de los embates de la moda o los diversos movimientos populares y sociales de los tiempos. Pues bien, tomada más al fondo y desde el Evangelio, esta comunión resultas lo más fuerte: en ella se desvela la potencia decisiva de lo humano. El hombre no culmina desde sí y en relación al otro: es persona desde un ámbito de encuentro más extenso que le asume, le transmite su lenguaje y le introduce en su propio campo de existencia. Por eso hay algo nuevo en el encuentro entre personas: una comunión, una especie de nueva sustantividad, que fundamenta a cada uno de los individuos.

Pues bien, esta realidad de comunión sólo recibe su plena consistencia en la apertura a lo divino: no estamos simplemente dislocados, unos frente a otros; tampoco nos hallamos diluidos en un todo que acaba por quebrarnos. Somos en libertad, unos junto a otros, formando así un espacio de comunión personal donde es posible hacernos transparentes, superando los principios de la pura imposición y de la lucha entre los hombres. Digo que esta comunión sólo es posible en apertura a lo divino. Esto sucede por dos causas: a) En el fondo de la vida humana hay algo que no es tuyo ni tampoco es mío. Es nuestro, en comunión, puesto que el mismo Dios así lo garantiza, b) Esa comunión no es algo que nosotros descubrimos en el mundo o que inventamos en razón de nuestro esfuerzo. Dios mismo es comunión, antes de todos los caminos de los hombres.

Dios es comunión. Es más que un simple yo-absoluto (autoconsciente, encerrado en sí mismo), más que encuentro dual de Padre-Hijo (yo-tú). La Iglesia le presenta como espacio de amor que se comparte, como libertad y transparencia, gratuidad y comunión originaria. Por eso le ¡lamamos Espíritu Santo. Esta es nuestra quinta definición. Partiendo de ella podemos precisar algo mejor lo que supone este nosotros personal que está ligado a la afirmación del yo de los cristianos.

El nosotros de Dios tiene un aspecto fontal, originario: Padre e Hijo, como yo-tú, sólo pueden distinguirse y amarse en plenitud de cercanía partiendo de ese amor abierto que es su misma esencia primigenia. Pero, al mismo tiempo, ese nosotros de Dios tiene un carácter conclusivo: es algo así como la meta de Dios, lo que resulta del proceso de amor en donde el Padre y el Hijo se regalan mutuamente la existencia. Ese nosotros tiene para el cristiano un nombre: es el Espíritu
Santo. Leer más…

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Sobre Dios/Trinidad. Cuatro primeras tesis

Domingo, 15 de junio de 2014
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Se acerca la fiesta de Dios, que es “trinidad”, es decir, despliegue de vida y comunión, principio de responsabilidad y de justicia.

Sobre el sentido de Dios, en en gesto de fe, quiero trazar algunas tesis. Empezaré hoy por las cuatro primeras.

Me han planteado unas preguntas. ¿Qué significa creer en Dios para un cristiano en este tiempo, a principios del siglo XXI? A fin de responderlas he esbozado un pequeño panorama destacando los momentos primordiales de la fe.

Responderé como cristiano, en línea creyente. Mi discurso no se mueve en un nivel teórico, en un plano de principios generales, sino como un hombre ha encontrado en Jesucristo la verdad y plenitud de su existencia; mi discurso es, por lo tanto, confesional, es discurso de creyente.

Hablaré como un cristiano que está determinado por su tiempo y por su espacio. No será necesario que presente mis credenciales y concrete el lugar en que me encuentro. Bastará con afirmar que mi trayectoria de intelectual y creyente está determinada por varios factores:

dolmen-5— la vida: el don de la tierra y familia en que he nacido, con su arraigo en una historia de fidelidad y libertad,

— la Merced donde he vivido más de 40 años, con su ideal concreto de liberación de cautivos y oprimidos,

— la universidad donde he enseñado más de 30 años, con su exigencia de radicalidad intelectual,

— mi nueva familia con Mabel, con una nueva visión de la familia, dentro de una Iglesia en trance de futuro

— la conflictividad social y religiosa de este principio del siglo XXI, con todo lo que ha significado de ruptura con el pasado, descubrimiento de la injusticia estructural del mundo, búsqueda de cauces de humanización y libertad.

Hablaré como intelectual sorprendido y comprometido por la vida. Quizá a primera vista pueda parecer que mi discurso sobrevuela por encima de los grandes temas de la filosofía.Pero en el fondo de las ocho tesis que planteo late aquello que a mi juicio es el gran reto no sólo de la fe, sino de toda la modernidad: el paso desde la seguridad cósmica a la búsqueda de una utopía-esperanza, a través del descubrimiento de la vida, la subjetividad, la alteridad, la comunión y la historia.

Quiero precisar lo que supone ser creyente. Lo diré por medio de ocho tesis o fórmulas significativas, provocadoras, capaces de hacernos pensar y repensar el gran problema de nuestra identidad como cristianos.

TESIS I

1497833_641812059191349_1362383720_o(Imagen, la Trinidad no es un juego de espejos…, tres o quince veces lo mismo).

Creer en Dios supone descubrir el mundo como realidad cargada de sentido y de misterio que, en vez de cerrarnos sobre sí, nos abre hacia un camino de realización personal, en libertad y trascendimiento.

Voy a explicar estas palabras. Los antiguos parecían inclinados a entender el mundo como radicalmente sagrado. Lo divino era la naturaleza, sin más añadiduras, como afirmará en tiempos del racionalismo el gran ESPINOZA.

Por eso, asumir la religión no es otra cosa que adentrarse vitalmente en el secreto de este cosmos: latir con su latido, nacer desde su vida, morir desde su muerte. En esta línea se han movido los más grandes filósofos y artistas de la antigua Grecia. En esta línea interpretaban el mundo los paganos de la antigua Euskadi, por poner sólo un ejemplo.

Con la irrupción del cristianismo el panorama cambia. El cosmos sigue siendo misterioso, pero no aparece ya como divino: es signo que interroga, luz que orienta y nos dirige a un Dios que ahora llamamos trascendente, un Dios que existe por sí mismo y no se confunde con ninguno de los rasgos de la vieja tierra. En esta perspectiva se movían los famosos argumentos de SANTO TOMÁS: aquellas vías o caminos que podían conducirnos desde el movimiento, la causalidad y el orden del mundo hasta el primer motor, la causa originaria, la gran mente que establece y guía el orden de las cosas.

Esta solución continúa siendo parcialmente valiosa: las cosas del mundo parecen abrirnos a Dios. Sin embargo, en los últimos tres siglos, a partir de GALILEO y NEWTON, de KANT y los modernos positivistas, es preciso andar con más cuidado: estudiado con métodos científicos, el mundo se nos cierra; se ha vuelto más complejo, más difícil y más rico en su interior, pero carece ya de profundidad en plano de misterio, no conduce a lo divino.

El cosmos de la ciencia se vuelve autosuficiente; cuanto más complicado lo encontramos y más capacitados nos hallamos para dominarlo con métodos de técnica, menos nos permite subir hacia el misterio radical de lo divino. Todo sucede en línea de este mundo como si Dios no existiera; ya no lo necesitamos en la física ni en la matemática, en la biología ni en sociología, en la psicología ni en la medicina.

Esto es evidente y, sin embargo, después de haber seguido los caminos de la ciencia, los antiguos problemas permanecen planteados. Hay algo en el hombre que desborda los niveles del progreso material y que no puede reducirse a métodos o leyes manejables por la técnica. El mundo sigue siendo lugar de una pregunta que se puede plantear, al menos en nivel ecológico, filosófico y religioso.

Hay un planteamiento ecológico del mundo. Hasta ahora parecía que el camino es evidente: necesitamos progreso y desarrollo; sólo así seremos hombres y podremos realizarnos. En vez del Dios del cielo habíamos optado por el Dios de la riqueza y plenitud en el futuro. Pues bien, en un proceso que resulta rapidísimo, en menos de un siglo, advertimos que ese desarrollo puede convertirse en destructivo: puede conducirnos a la bomba atómica, pone en riesgo elementos de nuestro equilibrio personal, poluciona la naturaleza. Leer más…

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