“Las Moradas Teresianas: Una guía no solo personal sino pastoral”, por José Ignacio González Faus
De su blog Miradas Cristianas:
Artículo largo- De: Iglesia Viva /abril-junio 2024
Este comentario-resumen ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y pueda ayudar a otros acompañantes y acompañados.
| José Ignacio González Faus
Las Moradas: un libro muy famoso pero poco leído. En parte porque no tiene la frescura y la amenidad de la Vida. Aunque se ha alabado mucho el estilo de Teresa, creo que en este libro concreto no vale esa alabanza: no tiene ese decir encantador, dicharachero y serio o ingenuo y sabio a la vez, de La Vida, sino que a veces da sensación de esfuerzo, casi como de dolores de parto.
Se nota que es un libro escrito, por así decir, “a ratos perdidos”: a veces con interrupciones de meses y sin volver a leer lo ya redactado: pues se movía entre problemas de salud o trabajo y la orden que le habían dado de escribir. Y dada la temática y las acusaciones que ya le habían hecho, si había que cuidar el lenguaje era más para evitar problemas con la inquisición que para aspirar a un premio literario. En mi modesta opinión, hubiera necesitado una segunda redacción, evitando repeticiones y minucias, corrigiendo faltas de ortografía y dándole más agilidad.
En cualquier caso, lo anterior no quiere ser un veredicto técnico sino una impresión de lectura. Por otro lado, los idiomas suelen tener su evolución imprevisible y hoy a nosotros eso de las moradas nos suena más a “pasarlas moradas” que a las diversas estancias de un palacio. Y lo de castillo nos suena a algún edificio, de valor arqueológico pero, por lo general, vacío.
Sin embargo, allá donde la madre Teresa mete baza, conviene abrir los oídos porque seguro que encontramos algo importante. Este comentario-resumen que va a seguir, ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y ojalá pudiera ayudar a otros acompañantes y acompañados.
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I.- DESCRIPCIÓN DE LAS MORADAS
Introducción.- Algunas claves de lectura.
Nuestro interior es como un espléndido palacio real (“castillo”) con diversas estancias o suites (“moradas”) que van acercándose cada vez más a la asombrosa e increíble habitación regia donde podemos decir que está el mismo Dios. Pero, en coherencia con esa verdad de que todo está en Dios y también Dios está en todo, Teresa usa las moradas en doble sentido: aluden a ese cielo o entorno sublime que nos envuelve y donde está Dios; pero también a “la morada interior adonde está Dios en nuestra alma”.
También puede dar la sensación de que Teresa habla de cada morada como si fueran etapas definitivas que se van sucediendo y se superan; pero pueden darse también como experiencias breves o estados de conciencia a los que te asomas sin llegar a quedarte definitivamente en cada uno, dado que los hombres nunca estamos hechos del todo. Vamos a intentar acercarnos a ellas.
1ª.- La primera de esas habitaciones es el autoconocimiento. Que es uno de los primeros frutos de la entrada en la oración. Teresa habla también de “entrar dentro de sí”: darse cuenta de que esta estancia está “llena de sabandijas y suciedades”. Y que todo eso negativo que hay en nosotros nos impide percibir “la hermosura y dignidad de nuestras almas”: “imagen y semejanza de Dios”.
2ª.- La segunda morada es, a partir de lo anterior, un cierto afianzamiento en la plegaria que, en el fondo, es también una iniciación a la confianza. Lo cual tiene una dimensión de dificultad y lucha, y otra dimensión de devoción que va generando paz.
Teresa no habla de nuestros “métodos de oración” sino que la primera pretensión de quien comienza oración ha de ser “determinarse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conforme con la de Dios”. Ahí está el principio y el final de todo.
3ª.- La tercera morada es como la anterior pero ya con toda la habitación limpia. Lo cual genera los primeros consuelos. Esas experiencias positivas sirven para que luego “saquéis de las sequedades humildad y no inquietud”: que, aunque Dios no dé regalos, da “paz y conformidad”.
Todo lo cual lleva a la decisión de no juzgar a los demás que no gozan de esos consuelos, y a la necesidad de un director: porque el alma puede quedarse encallada aquí sin seguir adelante.
4ª.- La cuarta suite, que podemos llamar “recogimiento” y “humildad”, es la más complicada porque ahora la búsqueda de Dios es “en lo interior”. Plenamente limpia, nuestra habitación interior abunda en consuelos que la embellecen. Aquí distingue Teresa unos “contentos” más naturales que pueden ser fruto de la reflexión o el esfuerzo humanos, y otros “gustos” que da Dios directamente (y que me recuerdan la expresión ignaciana de “consolación sin causa”).
Pero con los dones positivos aumentan los peligros negativos, como que los consuelos queden “envueltos con nuestras pasiones humanas”. Y la experiencia de la riqueza del recogimiento puede sugerir una tentación sutil de presunción o de superioridad, mucho más seria que la vanidad usual [1]. Por eso escribe aquí Teresa que “de soberbia y vanagloria nos libre Dios”: que por la humildad “se deja vencer el Señor”.
También sucede a veces que, de todo eso, “participa el cuerpo”: hoy podríamos hablar de somatizaciones. Y es importante notar que ahí es donde sitúa Teresa esos signos exteriores de sollozos, arrobamientos o éxtasis que nosotros tendemos a valorar más positivamente. La superación de ese peligro es lo que Teresa llama recogimiento, y que distingue del “abobamiento”, el cual suele ser fruto de un exceso de penitencia corporal, que se supera comiendo y durmiendo lo necesario. Porque “no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho”. Por eso el verdadero recogimiento tampoco es encerrarse en sí mismo.
5ª.- Superada la crisis de la cuarta, la quinta morada podría describirse con una sola palabra: unión. Con ella crecen los “deleites” y las “fuerzas del alma” (no las del cuerpo). El alma ama más que entiende; pero de lo que no puede dudar es de que “estuvo en Dios y Dios en ella”.
Pero esa unión tiene dos rasgos muy característicos. En primer lugar es una unión solo incipiente: comparable al noviazgo (“desposorios”, dice la santa). Ello implica una preparación ya más inmediata, que Teresa compara con el proceso del gusano de seda: de algo “feo y que muere” aparece la maravilla de una seda que se convierte en mariposa. Pero es típico de esa mariposa el desasosiego y el movimiento constante, que Teresa explica así: primero porque no sabe bien a dónde ir (ya no se trata “de gustos espirituales ni de contentos de la tierra”) y además, porque ahora percibe el alma cuánto duele a Dios lo mal que el mundo le trata.
Además, y paradójicamente, esa unión lleva al amor al prójimo: de modo que “si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada perder esa devoción”. Sin ese amor resulta claro que no se ha llegado a la unión: porque “obras quiere el Señor”, y porque solo el Señor “os da con perfección ese amor al prójimo”. Queda entonces claro que la espiritualidad “no está en gustos espirituales ni en contentos de la tierra”.
6ª.- La sexta es larguísima y complicadísima. Podemos definirla como como la llamada del Esposo que está ya en la habitación siguiente; y la respuesta será “no querer sino lo que Dios quiere”. Está referida totalmente a la oración: busca el alma “más lugar para estar sola”. Serán solo momentos (“querría el alma siempre estar allí y no puede ser”), pero que condicionan toda la vida.
Tiene además un carácter dialéctico: por un lado el Esposo se muestra como gran rey, estremecedor, sobrecogedor; por otro lado el alma no se siente asustada por eso sino plenamente acogida: “como si el sol” se acercase y en lugar de quemarnos, nos identificara con él.
Esas experiencias momentáneas suscitan muchas dudas sobre su verdad pero, cuando Dios quiere darlas del todo, el alma no puede dudar. Será quizás tachada de loca o hipócrita, tal vez incluso “los que tenía por suyos se apartan de ella”, pero recibirá todo eso con una fortaleza que no es suya.
Esa llamada del Esposo engendra un dolor, pero un “dolor sabroso” y una “herida sabrosa” a los que no se quiere renunciar, o también una experiencia como de noche en el camino. Cabría pensar, aunque no lo diga así Teresa, en todos los dolores y esfuerzos que implica el iniciarse en un deporte. Y puede tener sus somatizaciones (de éxtasis etc.) pero que no tienen nada que ver con los arrobamientos de temperamentos frágiles.
Si el sujeto “se tiene por mejor” es señal de que esta experiencia no viene de Dios. Si aborrece más sus pecados, puede serlo. Y las pequeñas faltas que quedan pueden servir para conocer mejor nuestro corazón. Teresa las compara con las espinas de la zarza en que Dios se dio a conocer a Moisés.
En cambio desaparecen los miedos, incluso aparecen unas ganas de morirse y ver a Dios a las que Teresa responde: “no está en llorar mucho sino en obrar mucho”. Tampoco hay que huir de cosas corpóreas como si eso fuera más espiritual; y ello implica no abandonar nunca la humanidad de Jesús como si eso supusiera más perfección. Implica también una lucidez sobre “la barahúnda de cosas” en torno a las cuales se mueven los ricos (con alusión expresa a la duquesa de Alba).
7ª.- La séptima es más breve pero decisiva: es “el centro de nuestra alma” y “cosa difícil de decir”. Estamos en el paso del desposorio al matrimonio espiritual; en el palacio real hay una estancia donde solo tiene acceso el rey: así el alma tiene “una parte” donde solo mora Dios y no llegan las sacudidas de las moradas anteriores. Es el fundamento de la paz (la cual es algo muy distinto de la ausencia de sufrimientos): porque “lo esencial del alma jamás se movía de aquel aposento”.
Otra vez se trata de pequeños momentos que son como anticipo del cielo y donde el Señor quiere “mostrar el amor que nos tiene”. Y en esta unión ya no cabe la separación: es como el agua de la lluvia que cae desde el cielo en un río, “donde queda hecho todo agua”. También creo que es aquí la primera vez que aparece la Trinidad en toda la obra, pero no por eso se abandona la humanidad de Jesús.
Finalmente, de esta morada pueden surgir unos “rayos” que llegan y animan a todas las demás. Y si el alma siente “pena y confusión” es “de ver lo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada”. La mariposa del gusano de seda muere ahora y esto produce: pleno olvido de sí; deseo de que se cumpla la voluntad de Dios (aunque esto signifique algún padecimiento para ella); un gran gozo interior en la persecución; ningún temor de la muerte (aunque ahora el alma ya no desea morirse pronto como antes, sino poder trabajar más por el Esposo); más una transformación de los deseos y una “memoria y ternura con nuestro Señor”.
Todo esto pasa “con tanta quietud y tan sin ruido” que desaparecen incluso los arrobamientos y otras somatizaciones antes aludidas. Y todo esto no significa “que no les falta cruz, sino que no las inquieta ni hace perder la paz”.
Pero lo dicho no supone que todo eso pasa siempre: a veces las deja el Señor, aparecen las desolaciones y vuelven las fragilidades y “todas las cosas ponzoñosas del arrabal de ese castillo”. Solo que duran menos.
Y cerramos todo este itinerario con dos conclusiones:
1) En esta séptima morada siembra Teresa dos principios que pueden resumir perfectamente una auténtica vida espiritual:
A.- “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios a quien Él los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue”.
B.- “Marta y María han de andar siempre juntas para tener al Señor consigo y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer…”. Y “si María había escogido la mejor parte es porque antes ya había hecho de Marta regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarle con sus cabellos”.
Esta genialidad, dicha por una contemplativa y por una mujer que escribe con faltas de ortografía y con un lenguaje descuidado, debería darnos vergüenza cuando más de 500 años después, todavía no la hemos asimilado, y hemos utilizado muchas veces la supuesta superioridad de la contemplación como una excusa para ser servidos en vez de servir.
2) Conviene además llamar la atención sobre tres puntos quizás inesperados: es precisamente conforme se va avanzando en la vida espiritual, o en la cercanía a Dios, cuando aparecen la necesidad del amor al prójimo; más la presencia de dolores que somos capaces de soportar, y la necesidad de actividad (moradas 4, 5 y 6). Con el detalle de que la última morada es la más compleja y la más indecible.
II.- APLICACIONES PASTORALES
Ya la primera vez que leí Las Moradas pensé en la posibilidad de hacer una aplicación desde la mística a la pastoral, precisamente para cumplir aquello que decía Teresa en su vida: “de devociones a bobas nos libre Dios” (13,16), y que a veces puede ser más culpa del acompañante que del acompañado. Va pues aquí como mera sugerencia,
Dos observaciones previas.
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