“Sigue demasiado vivo el fantasma de una omnipotencia abstracta, según la cual Dios podría hacer lo que quisiera, sin resistencias de ningún tipo. No nos damos cuenta de que por su parte no hay límites, evidentemente; en sí misma y en abstracto, su omnipotencia lo puede todo; pero, en su funcionamiento concreto, la omnipotencia dice relación al otro, y el otro tiene necesariamente límites: el círculo no puede hacerse cuadrado sin desaparecer, y la libertad finita no puede, sin quedar anulada, ser forzada a obrar bien siempre. Dios, por lo que a Él respecta, lo puede todo y quiere lo mejor para nosotros; pero no todo es posible en sí mismo. El amor de Dios consiste en “estar siempre trabajando” (Jn 5,17), contra toda inercia y resistencia, por nosotros y por nuestra salvación”.
“Acaso estemos empezando, por fin, a comprender, como de manera simbólica pero unívoca nos lo muestra la vida de Jesús, que, más que “señor“, Dios es “servidor” de sus criaturas; que jamás es el “verdugo” de sus sufrimientos, sino siempre, con ellas y a favor de ellas, la “víctima“. Empezamos a intuirlo con san Juan de la Cruz, como “océano de amor” que trata de inundarlo todo con su gracia y su gozo, que trabaja en todo, con todo y a través de todo: la tierra que nos sostiene, el aire que respiramos o el alimento que comemos, la mano amiga que nos acaricia o nos ayuda, el trabajo y la lucha de tantos por un mundo mejor… Si todo ello resulta posible es porque Dios lo creo así, en esa dirección y con esas capacidades, que Él está sosteniendo y apoyando a cada instante. Que se logre, es lo único que Él quiere y por lo que trabaja. Cuando no se logra, Él es el primer contrariado: el fracaso o la desgracia suceden contra Él en la misma e idéntica medida en que suceden contra nosotros”.
“Lo malo que acontece nunca “estaba de Dios“, por la sencilla razón de que eso es justamente lo que Él no quería: lo soporta con nosotros y nos apoya en la lucha por superarlo; y cuando la superación inmediata no resulta posible, nos asegura que la derrota no es definitiva, que la última palabra palabra de nuestra existencia se llama salvación“.
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Leído en su blog:
Prólogo de ‘San Juan de la Cruz. Clave para la liberación y la esperanza’ (Tirant)
“Antonio es un excelente conocedor de la vida, la obra y el pensamiento del más reconocible carmelita descalzo del siglo XVI y quizá de todos los tiempos, sobre el que ha escrito páginas de gran hondura mística y humanista”
“La obra está escrita desde una hermenéutica creativa de la personalidad de Juan de la Cruz con un enfoque que es difícil encontrar en otros estudios de especialistas sanjuanistas”
“Me parece de gran fuerza intelectual el diálogo que Mialdea establece entre el místico descalzo y algunas tendencias teológicas actuales. Me parece de gran originalidad la aproximación a su pensamiento a través de cuatro categorías: liberación, esperanza, compasión y a-teología”
“Me ha sorprendido gratamente la relación que establece entre Juan de la Cruz y la teología de la liberación”
Muchas veces oí decir a mi padre: “El agua y los consejos cuando te los pidan”. Yo aplico este refrán a los prólogos: “Los prólogos cuando te los pidan”. A decir verdad, no faltan peticiones de personas amigas que me piden prólogos para sus libros. Mi respuesta es siempre afirmativa, y no considero que con ella esté haciendo un favor. Todo lo contrario: para mí la petición en sí ya es un privilegio, porque me permite leer el libro, unas veces en temas en los que puedo aportar algo y otras en los que tengo mucho que aprender.
Cuando mi entrañable amigo y colega Antonio Mialdea me pidió con voz queda que escribiera el prólogo a su libro San Juan de la Cruz. Clave para la liberación y la esperanza(Tirant, Valencia, 2024) acepté desde el minuto uno. En primer lugar, porque me resultaba atractivo el tema o, mejor, la figura del carmelita descalzo Juan de la Cruz. Y junto a su figura, el tratamiento y el enfoque tan originales y creativos, de los que voy a dar cuenta a continuación. La tercera razón fue porque Antonio es un excelente conocedor de la vida, la obra y el pensamiento del más reconocible carmelita descalzo del siglo XVI y quizá de todos los tiempos, sobre el que ha escrito páginas de gran hondura mística y humanista. Con tan favorable predisposición me puse a leer el libro y no he quedado defraudado.
La obra está escrita desde una hermenéutica creativa de la personalidad de Juan de la Cruz con un enfoque que es difícil encontrar en otros estudios de especialistas sanjuanistas. Su perfil humano, religioso y literario comienza con una primera experiencia que va a iluminar su vida posterior: “consigue la plenitud de su libertad de ser desde los primeros años de su vida”, afirma Mialdea. Pobreza como práctica evangélica -que la teología de la liberación traduce hoy como “opción por los pobres”-, inconformismo, heterodoxia, espíritu reformador y, como consecuencia, persecución religiosa son los rasgos de su personalidad y de su estilo de vida, que no dejan de sorprendernos en tiempos de fanatismo e intransigencia dentro de la teocracia entonces vigente, como era la época en la que vivió Juan de la Cruz.
Este perfil coincide con el que traza Lola Josa, una de las mejores especialistas mundiales en la obra sanjuanista, en su edición del Cántico espiritual: “Qué incómodo tuvo que ser el místico para las fuerzas y la vigilancia oficiales, poco menos que un revolucionario que defendía la no necesidad de absolutamente nada de lo que pudiera ofrecer el orden implantado. Él, pobre de nacimiento, que cuidó a enfermos desahuciados, sabía que la bondad y la caridad, atributos de la voluntad del vacío, pueden más que cualquier gobierno”. Juan de la Cruz, persona compasiva con las personas más vulnerables, como desarrollaré más adelante.
Juan de la Cruz no necesitó nada de lo que ofrecía el poder, del que tan alejado estuvo. Me recuerda a otra figura poética, mística, pobre por opción, subversiva del desorden establecido y comprometida con la liberación de las personas y colectivos empobrecidos del siglo XX: Pedro Casaldáliga, que define su vida en pobreza en el poema “Pobreza evangélica” de esta guisa:
No tener nada.
No llevar nada.
No poder nada.
No pedir nada.
Y, de pasada, no matar nada;
no callar nada.
Solamente el Evangelio, como una faca afilada.
Y el llanto y la risa en la mirada.
Y la mano extendida y apretada.
Y la vida, a caballo dada.
Y este sol y estos ríos
y esta tierra comprada,
para testigos de la Revolución ya estallada.
¡Y “mais nada”!
Entrando ya en el contenido del pensamiento de Juan de la Cruz, me parece de gran fuerza intelectual el diálogo que Mialdea establece entre el místico descalzo y algunas tendencias teológicas actuales. Me parece de gran originalidad la aproximación a su pensamiento a través de cuatro categorías: liberación, esperanza, compasión y a-teología. Leyendo esta aproximación me ha recordado la afirmación del padre de la Iglesia Gregorio Nacianceno: “la Biblia crece con sus lectores”. Efectivamente, con su nueva interpretación Mialdea ha dado actualidad, relevancia y resignificación al autor del Cántico espiritual.
Me ha sorprendido gratamente la relación que establece entre Juan de la Cruz y la teología de la liberación. No, no es fruto de alucinaciones mentales del autor, ni de una cercanía forzada y ajena a la realidad de los textos sanjuanistas, sino que ambos se encuentran en sintonía. Mialdea habla certeramente de la liberación de todas las esclavitudes, interiores y exteriores, en el carmelita descalzo, y vincula la libertad con la liberación, ambas inseparables: “la libertad solo se alcanza si hay un proceso de liberación previa”, afirma. Son los propios teólogos y teólogas de la liberación quienes confirman dicha sintonía al alimentar su teoría y praxis de liberación y su espiritualidad en las fuentes de la poesía y la experiencia sanjuanistas. Estos son algunos ejemplos: Gustavo Gutiérrez, Segundo Galilea, Camilo Maccise, Ernesto Cardenal, Pedro Casaldáliga, el papa Francisco, etc.
En el caso de Casaldáliga la convergencia no solo es ideológica, sino literaria, ya que ambos hablan de la liberación poéticamente. La mejor forma de comprobarlo es la reciente publicación Antología poética, del obispo-profeta hispano brasileño de Mato Grosso (Monte Carmelo, Burgos, 2023), que inaugura un nuevo género literario en la teología de la liberación: la teo-poética de la liberación, junto con Ernesto Cardenal y Rubem Alves. He leído los poemas mayores de Juan de la Cruz y el libro de Casaldáliga y he podido comprobar la afinidad entre ambas concepciones de la liberación. El obispo poeta y místico dedica un poema a San Juan de la Cruz. Considero, por ello, magistrales y sólidamente argumentadas la páginas dedicadas a la relación entre el carmelita descalzo y la teología de la liberación. Las he leído con verdadera fruición.
Lúcido, extenso y creativo es el estudio de Mialdea sobre la centralidad de la esperanza en la obra sanjuanista, cuyo rastro sigue en detalle en cada uno de sus libros. Para Juan de la Cruz, la esperanza no es la huida hacia adelante, sino la posibilidad del ser humano de escapar de situaciones-límite extremadamente negativas y la apertura hacia la U-topía: “vuelo de esperanza hacia las cosas que no se poseen”, subraya el místico.
Especial interés me ha causado la conexión que establece Antonio entre Juan de la Cruz y algunos pensadores de los orígenes del cristianismo como Pablo de Tarso y de los actuales como el filósofo de la utopía Ernst Bloch, el teólogo de la esperanza Jürgen Moltmann y yo mismo. Le agradezco que me cite junto a los pensadores mayores en torno a la esperanza. De Bloch subraya la esperanza no solo como virtud, sino como Principio (Das Prinzip Hoffnung) y el Todavía-no-ser (Noch-Nicht-Sein). En mi caso retoma la definición que doy de la persona como ser-en-esperanza y su carácter proyectivo. De Moltmann cabe destacar la esperanza como anticipación del futuro y como virtud subversiva y desestabilizadora. Con Pablo de Tarso concuerda en la idea fontal de la esperanza contra toda esperanza cuya mejor demostración es que logra vencer incluso a la muerte. Así lo manifiesta en la petición que hizo al prior de la comunidad en su lecho de muerte de que le leyera el siguiente verso del Cantar de los cantares: “Fuerte como la muerte es el amor” (8,6).
Quizá la principal aportación del Mialdea a la categoría de la esperanza en Juan de la Cruz sea que implica el olvido del propio yo egoísta y lleva derechamente al reconocimiento de la alteridad, a la apertura a los otros. La identidad se convierte entonces en alter-identidad o inter-identidad, en consonancia con la antropología africana Ubuntu: “Yo solo soy si tú también eres”.
La tercera categoría a la que recurre el autor para interpretar la obra y la vida de Juan de la Cruz es la compasión que, si bien aparece pocas veces en sus escritos, constituye el horizonte de su senti-pensar y relaciona con mi definición del ser humano como “ser compasivo”. Hoy la compasión es una palabra devaluada, incluso en los diccionarios, y se ha convertido en una virtud bajo sospecha porque se entiende y se vive como sentir pena y lástima ante el sufrimiento de las víctimas desde fuera y con cierto complejo de superioridad, sin asumir como propio el dolor de los otros. Antonio depura esa palabra de sus connotaciones negativas y la presenta como el fundamento de la ética, de los juicios morales y de los comportamientos humanos. La compasión no es misericordia, ni debilidad, sino, en palabras de Mialdea, “el único camino hacia la nueva Humanidad”. O dicho en otras palabras: la compasión es la que nos hace realmente humanos; su ausencia nos torna inhumanos.
Juan de la Cruz relaciona la compasión con la “Noche oscura”: “grande compasión -afirma- debe tener el alma que Dios pone en esta tempestuosa y horrenda Noche”, y vincula su crecimiento con la unión amorosa con Dios: “la compasión de los prójimos tanto más crece cuanto más el alma se junta con Dios por amor”. Experiencia religiosa, compasión y amor: he aquí los tres elementos que conforman la personalidad del místico descalzo y uno de los mejores legados que nos deja.
La cuarta categoría, de reciente creación, es a-teología. Mialdea establece una certera distinción entre ateísmo y a-teología y sitúa a Juan de la Cruz del lado de esta última o, si se prefiere, de la teología apofática, que, en la tradición cristiana, arranca del Peudo-Dionisio y tiene su culminación en las diferentes tradiciones místicas. Asimismo, pone en relación al místico descalzo con el Maestro Eckhart. Los dos hablan de la nada de Dios, Juan de la Cruz lo hace implícitamente en la primera estrofa del Cántico espiritual. Eckhart define a Dios como la Nada. Los dos coinciden en que Dios es Misterio, inescrutable, inmanipulable, innombrable. Pero es Juan de la Cruz quien lo lleva hasta las últimas consecuencias al no nombrar a Dios en ninguno de sus grandes poemas.
Otro coincidencia entre Juan de la Cruz y Eckhart radica en que el vacío y la desnudez son las formas de acceder a Dios. Para encontrarlo y saborearlo hay que desnudarse, descalzarse y vaciarse. En su edición del Cántico espiritual Lola Josa afirma que la espiritualidad judía convirtió la desnudez del cuerpo humano en la mejor representación física del vacío y llega a aseverar que en el Cántico la desnudez es el mismo Dios.
Aquí termina mi función, que no es otra que la de pórtico para acceder al libro y ofrecer algunas claves de lectura para no perderse en tan maravilloso recorrido por la vida, la obra y pensamiento de San Juan de la Cruz. Ahora dejo a las lectoras y los lectores con el libro cara a cara, que les llevará a conocer mejor y reconocer la personalidad irrepetible de Juan de la Cruz, autor del Cántico espiritual, uno de los poemas mayores de la literatura universal y una de las cumbres de la poesía mística de todos los tiempos. Gracias, Antonio, por este regalo.
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Lola Josa y su edición a la luz de la mística hebrea del ‘Cántico espiritual‘
Es uno de los comentarios más bellos y lúcidos desde el punto literario y estético, escrito por la doctora Lola Josa, catedrática de Literatura del Siglo de Oro Español en la Universidad de Barcelona y una de las grandes especialistas mundiales en la obra del Carmelita Descalzo
El resultado final de esta edición es una escritura estética, un acercamiento simbólico y una hermenéutica creativa que da nueva vida a tan memorable poema, estudiado hoy desde las diferentes disciplinas con aportaciones siempre nuevas dada su profundidad inagotable
Durante estas semanas he vuelto a leer el Cántico espiritual, de san Juan de la Cruz. Y lo he hecho acompañado de uno de los comentarios más bellos y lúcidos desde el punto literario y estético, escrito por la doctora Lola Josa, catedrática de Literatura del Siglo de Oro Español en la Universidad de Barcelona y una de las grandes especialistas mundiales en la obra del carmelita descalzo. La perspectiva desde donde escribe el comentario es la mística hebrea (Cántico espiritual,de San Juan de la Cruz, nueva edición de Lola Josa a la luz de la mística hebrea, Lumen, Barcelona, 2023, 366 páginas). Ofrezco a continuación las que considero nuevas aportaciones de esta edición de un texto tantas veces estudiado, comentado y pluralmente interpretado.
La noche del 2 al 3 de diciembre de 1577 entraron en la casa de Juan de la Cruz unos carmelitas calzados con el apoyo de voluntarios civiles armados, dirigidos por Hernando Maldonado, prior de Toledo, lo maniataron y lo llevaron al convento abulense del Carmen. Logró escapar, pero pronto cayó en manos de sus enemigos, que lo condujeron a lomos de un mulo al convento de Nuestra Señora del Carmen de Toledo y lo encerraron en una oquedad de seis pies de ancho y unos diez de largo, donde estuvo encarcelado nueve meses. Allí concibió y escribió las primeras estrofas del Cántico espiritual, nacido de la experiencia de abandono, oscuridad, hambre y sufrimiento, de la meditación corporeizada, del exilio exterior e interior, la heterodoxia religiosa y la teología simbólica en un riguroso silencio, sin duda uno de los más creativos estética y poéticamente.
Numerosas han sido las ediciones del Cántico, uno de los poemas mayores de la literatura universal y cumbre de la poesía mística de todos los tiempos. En su edición de la Poesía, de San Juan de la Cruz, Domingo Ynduráin afirma que el misticismo español del Siglo de Oro hay que estudiarlo a partir de un profundo conocimiento de la Cábala. Certera observación que sigue Lola Josa. Ahí radica precisamente la peculiaridad y originalidad de esta nueva edición: en el análisis riguroso y la interpretación creativa del Cántico a través de la mística hebrea, liberada de dogmas tanto religiosos como filológicos, campo poco trabajado en los estudios de San Juan de la Cruz.
El autor del Cántico, subraya Lola Josa, fue un “sagaz conocedor de la Biblia”, sobre todo de la Biblia hebrea, que sabía casi de memoria. En las aulas de la Universidad de Salamanca siguió las enseñanzas de los grandes hebraístas del siglo XVI y de Fray Luis de León, traductor del Cantar de los Cantares, y vivió la influencia del humanismo entonces subversivo basado en los estudios bíblicos y singularizado por el saber hebreo. Es precisamente ese humanismo, basado en la “verdad hebraica”. el que rezuma el Cántico, frente al fanatismo y la intransigencia de la teocracia entonces vigente, que llevó a la cárcel a los cultivadores de dicho humanismo, entre ellos a Fray de León.
Desnudarse y descalzarse para encontrar a Dios
El inspirador del Cántico es el Cantar de los cantares, libro de la Biblia hebrea escrito en términos eróticos profanos que transforma el amor erótico en símbolo divino. De él destaca la profesora Josa su carácter despatriarcalizante, ya que el amado y la amada se buscan, mantienen una relación igualitaria y se encuentran en la desnudez, como despatriarcalizante es también el Cántico. Dos son las razones que aporta para justificar dicha inspiración. La primera, porque el Cantar fue el libro más estudiado por los humanistas hispánicos del siglo XVI. La segunda, porque en él se pone de manifiesto que la mística judía convirtió la desnudez del cuerpo humano en la mejor representación física del vacío. Para encontrar y saborear a Dios hay que desnudarse y descalzarse. Es más, para Juan de la Cruz, la desnudez es el mismo Dios. Ya en la primera estrofa deja implícita la idea de la “nada de Dios” en plena sintonía con el místico medieval Maestro Eckhart: “¿Adónde te escondiste,/ amado, y me dejaste con gemido?/ Como el ciervo huiste/ habiéndome herido,/ salí tras ti clamando, y eras ido”. Estamos ante una de las manifestaciones más lúcidas y coherentes de la teología apofática, que tiene su inicio en el siglo IV con el Pseudo Dionisio, y que el místico abulense lleva hasta sus últimas consecuencias no nombrando a Dios en ninguno de sus grandes poemas.
De esta edición puede decirse lo que afirma Juan de la Cruz del monte o del collado: “do mana el agua pura”
Los comentarios de Lola Josa a cada una de las 39 estrofas identifican la voluntad mística y lírica que se dan en el carmelita descalzo de Fontiveros de manera unitaria e inseparable, al tiempo que, siguiendo a Eckhart, descubren la luminosidad en la noche oscura del poeta y la claridad en las tinieblas. El resultado final de esta edición es una escritura estética, un acercamiento simbólico y una hermenéutica creativa que da nueva vida a tan memorable poema, estudiado hoy desde las diferentes disciplinas con aportaciones siempre nuevas dada su profundidad inagotable. De esta edición puede decirse lo que afirma Juan de la Cruz del monte o del collado: “do mana el agua pura”. Cierto, el agua pura de las fuentes del saber hebreo, que la autora de este comentario conoce a la perfección y prioriza en la vida, la obra y el pensamiento del carmelita descalzo.
Texto de San J7an de la Cruz
Sin que este libro sea una biografía del descalzo abulense, me parece una pieza maestra el perfil que de él traza Lola Josa: “Qué incómodo tuvo que ser el místico para las fuerzas y la vigilancia oficiales, poco menos que un revolucionario que defendía la no necesidad de absolutamente nada de lo que pudiera ofrecer el orden implantado. Él, pobre de nacimiento, que cuidó a enfermos desahuciados, sabía que la bondad y la caridad, atributos de la voluntad del vacío, pueden más que cualquier gobierno” (p. 100).
La revolución de Juan de la Cruz estuvo guiada por el amor, una palabra que recorre toda su obra y da fin a su vida. Estando en el lecho de muerte, mientras el prior estaba haciendo las oraciones de despedida del místico, le pidió las interrumpiera y leyera los versos del Cantar de los cantares, que había inspirado su Cántico espiritual: “El amor es más fuerte que la muerte […]./ Los océanos no podrían apagar el amor,/ ni los ríos anegarlos./ Quien quisiera comprar el amor,/ con todas las riquezas de su casa/sería despreciable” (Cantar de los cantares 8.6-7).
Fuente Blog de Juan José Tamayo en Religión Digital
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Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador.
En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.
En la Fiesta del poeta enamorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo inefable.
La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:
“Buscando mi amores…
¡Oh cristalina fuente…!
Mi Amado las montañas…
La música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora”.
*
Cántico espiritual
***
“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.”
* Oración de alma enamorada
*
San Juan de la Cruz
***
Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2).
Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar».
La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora».
¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno».
Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios.
La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas.
Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» .
*
Carta apostólica Maestro en la fe,
en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10.
***
“Fuera de su nativa España, San Juan de la Cruz nunca fue un santo muy popular. Su doctrina es considerada como “difícil”, y le exige a los demás la misma austeridad intransigente que él practicó durante su vida entera. Sin embargo, un estudio más ceñido a su doctrina…, probaría que San Juan de la Cruz poseía todo el equilibrio, la prudencia y la “discreción” que caracteriza a la más elevada santidad. No es un fanático aplicado a sobrecargar a sus subordinados con fardos insoportables que acabarían por reducirlos a ruinas morales y físicas. Las exigencias que formula son inflexibles en lo esencial pero flexibles en sus aspectos accidentales. Su único propósito consiste en situar al hombre entero, cuerpo y alma, bajo la guía del Espíritu de Dios. En la práctica, San Juan de la Cruz se opuso inexorablemente al formalismo y la inhumanidad de quienes comparaba con “herreros espirituales” que martillaban violentamente las almas de sus víctimas para hacerlas calzar en algún modelo convencional de perfección ascética. Sabía muy bien que este tipo de ascetismo era uno de los más defectuosos, porque a menudo era una manifestación de incorregible orgullo espiritual. La claridad y la lógica de este carmelita español, sumada a su insuperable y experimentado conocimiento de las cosas de Dios, lo sitúan de lejos como uno de los más grandes y más confiables de todos los teólogos místicos”.
Comentarios desactivados en 14.12.23. Juan de la Cruz, ecología enamorada
Del blog de Xabier Pikaza:
Hoy es el día de Juan de la Cruz, representante supremo de la ecología enamorada. El concibe la naturaleza como espacio y camino de amor, en este tiempo de experiencia y tarea ecológica.
En Dubai, COP 28, se busca la manera de reducir los carburantes tóxicos para que el mundo pueda tener mejor salud, de forma que sea espacio de amor para los hombres.
Preparando la Navidad, plazas y calles se adornan con motivos ecológicos: Renos y abetos… Mi amado las montañas, los valles solitario, nemorosos.
Es tiempo para recordar dos cantos ecológicos supremos de Juan de la Cruz: Cántico Espiritual B: Canto 5 y 14/15.
| Xabier Pikaza
Juan de la Cruz (1542-1591), poeta y mítico católico de Castilla, España, ha sido, heredero de una intensa tradición ecológica judía y musulmana, medieval y renacentista, en comunión de espíritu con los grandes creadores y reformadores cristianos. Sus versos marcan lo que puede ser el punto de partida de la nueva espiritualidad cósmica y enamorada.
Benito Espinosa (1632-1677), el iniciador judío (hispano-holandés)de la modernidad dijo “Deus sive natura”, Dios es principio viviente (humano-divino) de la naturaleza. Juan de la cruz, le abrió camino, desde una perspectiva hispano-judía universal, elevando su inmenso canto cósmico sagrado de la naturaleza, del que tomo y comento una estrofa simple (Canto 4) y una doble (Canto 14-14).
CANTO 5. Mil gracias derramando pasó por estos sotos
Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.
Este pasaje ofrece rasgos de fábula (los mismos bosques hablan), pero, a diferencia de las fábulas, ofrece una revelación de Dios por la naturaleza, en la línea de muchos salmos del AT, como ratifica el libro de Sabiduría o Rom 1-3. La Biblia sabe que “cielo y tierra proclaman la gloria de Dios” (Sal 19) y que el mismo cosmos actúa así como mensajero de su voz, señal de su misterio. A diferencia de Francisco, Juan de la Cruz no empieza preguntando a los astros del alto (sol, luna y estrellas…), sino a “sotos”, lugares bajos de Dios por los que pasan los pastores…
Las criaturas son como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sabiduría. Según dice san Pablo, el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Heb 1,3). Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural…El mirarlas mucho buenas (cf. Gen 1,31) era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo (CE 5, 3.4).
De este paso de amor (Dios) por el mundo trata nuestro texto, hablando así de la creación, por la que Dios refleja su gloria y hermosura en todo lo creado, de manera que ellas, las creaturas del mundo, son positivas, buenas, amorosas, aunque no sean sin más el Amado en contra de lo que sucede en algunos dualismos extremos, que condenan el mundo como malo. En contra de ellos, Juan de la Cruz interpreta el mundo como encarnación y presencia de Dios [1].
Esta es una ecología de la mirada. Las ovejas, que ella había guardado en su tiempo de pastora, no causaban sobresaltos ni problemas: estaban quietas, domesticadas, dóciles a perros y pastores y podíamos hallarlas siempre que quisiéramos, entre las majadas al otero. Pero ahora, al iniciar su ejercicio de amor, alejándose de los caminos trillados del trabajo de la tierra, la Amante ha preguntado a bosques, flores y espesuras, y ellos han podido y querido responderle, recogiendo así la voz del Amado [2].
El paso del Amado, Dios excelso, presencia de Belleza, por los sotos o espacios inferiores, define y establece todo lo que existe, como experiencia primordial de hermosura, que sólo en amor logra conocerse.La tarea primordial del hombre, el gozo que marca y configura su existencia, consiste en vincularse a la hermosura del paso del Amado Dios entre las cosas.
Mil gracias derramando. En el fondo de este verso, parece reflejarse el signo del sol-fuego que expande sin cesar sus rayos, como fuente de Vida que mana y derrama el agua por los campos, de manera desbordada, generosa, estando en todo, siendo, al mismo tiempo, lejana y esquiva. Es como un foco o manadero múltiple de gracia, que es totalmente nuestro, pero se evade y desaparece tan pronto como intentamos poseerle por la fuerza. Es nuestro, todo nuestro, y sin embargo ya no está si queremos agarrarle [3].
Pasó por estos sotos con presura. El Amado va cruzando y derramando gracia, porque ser es crear en amor, como saben los que aman. De esa forma actúa Dios: Lo hace todo, pero no se impone sobre nada, ni exige cosa alguna. De esa forma “es”, haciendo que las cosas sean. Lo enriquece todo, pero nada se reserva; todo lo puede, de nada se apodera. Por eso va pasando raudo, abriendo sendas con su propia vida.
Pasar por los sotos es criar los elementos, que aquí llama sotos; por los cuales dice que derramando mil gracias pasaba, porque de todas las criaturas los adornaba que son graciosas… Y dice que este paso fue con presura, porque las criaturas son las obras menores de Dios – que las hizo como de paso –, porque las mayores… eran las de la Encarnación del Verbo y misterios de la fe cristiana… (CE 5, 3).
El Amado es Pascua, paso y presencia de amor, como ciervo que aparece y lo ilumina todo con su rayo y después desaparece, a fin de que podamos buscarle mejor, de manera que buscándole seamos, pues si no pudiéramos hacerlo moriríamos. Más tarde, cuando la Amante vaya encontrando al Amado (al final del itinerario), el tiempo podrá retardarse, de modo que la presura del paso se vuelva eternidad y la rapidez se vuelva calma amorosa, como evoca otro poema: “Quedéme y olvidéme /el rostro recliné sobre el Amado; /cesó todo y déjeme /dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado” (Noche 8) [4].
Y, yéndolos mirando, con sola su figura. Todo lo que existe es mirada de Amado, de forma que la misma hermosura de montes y prados es reflejo de sus ojos que nos miran, haciendo así que todo sea hermoso y todo bueno porque miró Dios y descubrió que las cosas eran buenas, haciéndolas buenas, como dice Juan de la Cruz (CE 5,4; cr.Gén 1,31). El Amado miró y con sus ojos fue llenando todo de hermosura, para que pudiéramos ser al responderle también con nuestros ojos [5]
Con sola su figura. Los científicos del siglo XVII y XVIII decían que Dios era matemático, pues todo lo había construido con números, leyes y signos de geometría (o álgebra). Juan de la Cruz ha penetrado en un nivel más hondo pues sabe que Dios no ha creado las cosas con leyes de ciencia, sino con la luz de su mirada. La realidad menos perfecta, de tipo material, puede empezar a medirse con leyes sobre átomos y fuerzas que están ante nosotros, pero la misma física sabe que la realidad más honda es luz, un cruce misterioso de miradas.
La mirada posesiva viola, desnuda y destruye al mirado. Al contrario, la mirada gratuita del Amado viste de gracia y enriquece a quienes mira [6]. Conforme a Gén 3, los hombres caídos se vieron desnudos, tuvieron vergüenza y debieron vestirse con ropas externas (de fibra de higuera). El deseo posesivo nos desnuda de manera que debemos revestirnos de materia opaca (ropas), pues no somos ya capaces de vivir en un espacio de miradas transparentes. Pero aquí se ha invertido ese proceso de recubrimiento, porque el amor, cuando es profundo y verdadero, no tiene ya necesidad de trajes exteriores, pues viste y reviste de hermosura a personas y a cosas [7].
Canto 14‒15: Mi amado las montañas
Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos (CE 14)
El Papa Francisco habla de la ecología “enamorada” de Juan de la Cruz, destacando unas palabras centrales de su comentario: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para mí» (CE XIV-XV, 6-7).
San Francisco de Asís había cantado, una por una, las grandes criaturas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire…). Más que hermanas, ellas son para San Juan de la Cruz realidad y presencia del Amado. No hay ecología sin enamoramiento de vida, que se expresa en forma de amor hacia los otros.
Dice la amante que todas estas cosas (montañas, valles…) es su Amado en sí y lo es para ella, porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas!
La ecología es un tema político y económico, científico y social, pero es sobre todo fondo un tema de enamoramiento. Sólo por amor se respeta, se admira y se cuida el mundo, para gloria de Dios, para bien de los demás seres humanos. El mundo es, según eso, Un don que se da y comparte gratuitamente, sabiendo que cuanto más doy y comparto más tengo, pues las cosas sólo se disfrutan cuando se regalan y comparten. Los cinco elementos aquí cantados (montes, valles, islas, ríos, silbido del aire) no son referencia al Amado, sino el mismo Amado, que es montes y valles…
– Elección de elementos. San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. Juan de la Cruz ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CE 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CE 39. Pues bien, ese universo simbólico “es” Dios, no un simple camino que lleva a Dios.
– Naturaleza, Dios en amor. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CE 3), Juan de la Cruz había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres. Ahora, al ver/admirar el mundo está viendo a Dios, pues como decía San Agustín: Ves la Trinidad si ves la caridad (Vides Trinitatem si caritatem vides, De Trinitate, VIII, 8,12).
– Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando un famoso título de K. Rahner, “Oyente de la palabra”),definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento.
La amante había dicho descubre tu hermosura (CE 11) y el Amado, apareciendo como ciervo vulnerado en el otero, ha respondido, CE 13). De esa forma, la amante recupera en el Amado todas las cosas, transfiguradas en amor, en un canto cósmico que vincula (identifica mundo y Dios). Hasta ahora, el mundo había ofrecido diversos perfiles de majadas y oteros (CE 2), montes y riberas (CE 3), bosques y espesuras (CE 4) donde podían rastrearse las huellas del Amado (CE 5). Pero ahora, el Amado/Dios se revela como mundo (CE 14) [8].
San Francisco había cantado, una por una a las criaturas como hermanas (sol y luna, estrellas y elementos: tierra y agua, fuego y aire…). Más que hermanas, ellas son para Juan de la Cruz expansiones y presencia del Amado. No las separa, diciendo “amada montaña, amados valles”, sino que las une y vincula con el único Amado, pues Dios se identifica con ellas, un Dios que no es ya padre ni madre, ni siquiera creador, sino, sencillamente Amado (divino, humano), en cada una de las cosas:
Dice la esposa que todas estas cosas (montañas, valles…) es su Amado en sí y lo es para ella, porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco, es a saber: ¡Dios mío y todas las cosas! De donde, por ser Dios todas las cosas al alma y el bien de todas ellas, se declara la comunicación de este exceso por la semejanza de la bondad de las cosas… Que, por cuanto en este caso se une el alma con Dios, siente ser todas las cosas Dios, según lo sintió San Juan, cuando dijo: Lo que fue hecho en Él era vida Y así no se ha de entender que lo que aquí se dice que siente el alma es como ver las cosas en la Luz o las criaturas en Dios, sino que en aquella posesión siente serle todas las cosas Dios (Jn 1, 4. Juan de la Cruz CE, 14, 5).
Juan de la Cruz sabe que las cosas no son Dios (ni un amado humano) y pocos han destacado como él la fragilidad y finitud del mundo. Pero, en otro sentido, vinculándose al Amado, él sabe o, mejor dicho, siente que todas son Dios para él, siendo el Amado. En el ámbito del conocimiento racional, ellas son diferentes del amado, en dura objetividad. Pero en contemplación de amor son hermanas, son el mismo Amado. Sólo quien ama descubre y sabe que, desbordando argumentos y razones, todas las cosas son Amado, pues en él existen y se hacen presentes (cf. Jn 1, 1-5; Col 1, 15-18) [9].
Mi Amado, las montañas. Ellas son lo primero: altura de Dios que se desvela sobre la fuente de amor, cuando el Amado “asoma por el otero” de su vida hecha belleza que se expande de manera generosa, imponente y cercana.
Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, hermosas, graciosas, floridas y olorosas. Esas montañas es mi Amado para mí (CE 14-15, 6)
Los valles solitarios nemorosos. El mismo monte es valle solitario por el que discurre el agua de la fuente fresca, plenitud de enamorados, espacio nemoroso, bosque sagrado del Dios que en todas las cosas nos ama:
Los valles solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en la variedad de sus arboledas y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Esos valles es mi Amado para mí (CE14-15, 7).
Las ínsulas extrañas. El Amado es lo más alto y lo más bajo, monte y valle. Pues bien, aquí aparece, al mismo tiempo, como el más lejano, sorprendente y distinto, allende los mares. Las ínsulas más raras son Dios para el amante:
Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres… Y así por las grandes y admirables novedades y noticias extrañas, alejadas del conocimiento común, que el alma ve en Dios, le llama (a Dios) ínsulas extrañas (CE14-15, 8).
Los ríos sonorosos. El Amado que era Fuente plateada es aquí fluir de vida, corriente de agua creadora que discurre con fragor inmenso y poder inasequible (cf. Ez 1, 24-25). Corrientes y aguas bravías no son enemigas de Dios (cf. Gn 1, 1-2; Sal 46, 3-4), sino potencia del Amado:
Los ríos tienen tres propiedades: la primera, que todo lo que encuentran embisten y anegan; la segunda, que hinchen todos los bajos y vacíos que hallan delante; la tercera, que tienen tal sonido que todo otro sonido privan y ocupan. Y porque, en esta comunicación de Dios que vamos diciendo, siente el alma en Él estas tres propiedades, dice que su Amado es los ríos sonorosos… voz infinita… (CE14-15, 9).
El silbo de los aires amorosos… La voz perene del río, que todo lo arrastra y aturde, voz del Dios fuerte, se vuelve suave silbo amoroso, llamada de vida que invita, en lo más íntimo del alma, susurro de gracia que anima en nosotros la existencia:
Llámale silbo porque, así como el silbo, del aire causado, se entra agudamente en el vasillo del oído, así esta sutilísima y delicada inteligencia se entra con admirable sabor y deleite en lo íntimo de la sustancia del alma, que es muy mayor deleite que todos los demás(cf. CE 14-15, 14).
Los grandes fenómenos (montes y valles, ínsulas y ríos) desembocan y culminan en este silbido de amor en la hondura de Dios (cf. 1 Rey 19, 11-13). Pero ahora este silbido no se opone a los signos anteriores (huracán, terremoto, fuego), que Elías había sentido sin ver allí a Dios, sino que los asume y culmina. La naturaleza entera silba desde Dios en amor. Posiblemente existen otros tipos de enamoramiento, que estrechan y reducen la atención del amante, que queda así achicado, cerrado en el mundo reducido de sus propias visiones. Pero nuestro amor ensancha y amplía la mirada del amante, que ahora puede contemplarlo todo de un modo más hondo, como el primer día de la creación, aprendiendo así a nombrar en Dios en todas las cosas.
San Francisco había sido más tradicional, citando, con el sol, luna y estrellas, las cuatro esencias o elementos básicos: tierra y agua, aire y fuego. Juan de la Cruz ha prescindido de los astros y del fuego (que aparece sólo en CE 39) y ha destacado algunos rasgos importantes de tierra, agua y aire, construyendo un universo simbólico de gran densidad que contrapone montes y valles, islas y ríos, para insistir finalmente en el silbo del viento, que volveremos a escuchar en CE 39. Pues bien, ese universo simbólico no es un camino que lleva a Dios, sino el mismo Dios, revelándose en su belleza y misterio [10].
– Naturaleza virgen. Este es un canto a la naturaleza, sin intervención humana. Aquí no hay ciudades ni plazas, no hay estados políticos ni pueblos. En un momento anterior (CE 3), Juan de la Cruz había aludido a los fuertes y fronteras, dejando abierta la amenaza de las divisiones y luchas sociales, la lucha de unos hombres contra otros. Pues bien, aquí han desaparecido esos rasgos de una guerra inter-humana y nos hallamos ante un mundo virgen, abierto sólo al amor, sin castillos ni campos militares. Es como si todas las restantes cosas hubieran quedado superadas y sólo contara el amor universal que vincula todo lo que existe, un amor que es Dios, unas realidades (montes, ríos…) que son Dios para los hombres [11].
– Un silbo de amor. Todas las criaturas culminan en el aire hecho llamada de amor. En esa línea (adaptando el título de un libro de K. Rahner, “Oyente de la palabra”),definimos al hombre como aquel que puede escuchar y acoger el silbo amoroso de Dios. Pastores, ganados y perros guardianes se comunican muchas veces por silbidos que sólo ellos entienden. También los enamorados en la noche silban y así se reconocen, de un modo personal, enviando sus mensajes. Pero sólo los enamorados de Dios escuchan el silbo de Dios (su llamada) en la voz del viento [12].
NOTAS
[1] El mundo es presencia del Amado (Dios), pues los hombres no han sido criados para servir y someterse a Dios, como han dicho algunos moralistas ilustrados, sino para acoger y gozar su belleza enamorada en todas las cosas (bosques, prados…; cf. Jn 1, 1-3).
[2] Bosques y praderas han escuchado a la Amante y le responden. No hablan de ovejas que pastan en rebaños, sino del Ciervo de Amor que pasa y penetra en la espesura, sin que podamos aferrarle o encerrarles en los cortijos o majadas que vamos construyendo Para la Amante enamorada, el mundo entero habla del Ciervo de amor, que aparece ante ella como fuente de todas las palabras, manantial de creación (Jn 1, 1-14, cf. Col 1, 15), multiforme Amor, Amado.
[3] El Dios Amado de SJC no es una simple efusión de bondad impersonal, sino Alguien a quien queremos amar, una persona, que desea ser buscada y que así se va y se oculta cuando pensamos haberla poseído, de manera que debemos dejar todo y salir a buscarle, hasta que él quiera respondernos.
[4] Este paso parece estar marcado por la prisa, es decir, por el deseo de que Dios se encarne del todo. Pero esa prisa no es signo de la imperfección del mundo (y mucho menos de Dios), sino expresión de nuestra propia imperfección en el amor, pues no hemos penetrado todavía en las “subidas cavernas” de su misterio (cf. CE 37). De esa forma, aquello que pudiera parecer impotencia (el Amado se va tan de prisa que parece que jamás le alcanzaremos) se vuelve estímulo, aguijón que nos impulsa para seguirle raudos en la marcha hacia su amor, en inquietud amorosa.
[5] En este momento, el Amado es ante todo una mirada que nos saca de la oscuridad para que existamos, una conversación de ojos que nos provoca y eleva, tras despertarnos cuando estábamos dormidos, un brillo de Pasión que nos alza, nos enciende y nos pacifica, haciéndonos capaces de emprender la marcha hacia la verdad de nuestra vida, que es Vida en-amorada (en el Amor que es Dios).
[6] Los ojos no son para mirar cosas sin más, sino para mirarse unos a otros y descubrirse en amor.
[7] El bosque y la pradera se convierten de esa forma en lugar para el encuentro, lugar donde el Amado se irá mostrando en gratuidad abierta a la hermosura (cf. CE 11). En un determinado nivel, Dios ha hecho el mundo para que los hombres trabajen en sus cosas y así puedan construir su vida. Lo ha creado para que piensen, resuelvan los problemas que ese mismo mundo les plantea y de esa forma se piensen a sí mismos… Pero todo eso acaba siendo al fin subordinado. Dios ha creado este mundo para que así contemplemos su belleza, viviendo de esa forma en ella.
[8] Juan de la Cruz cita a Francisco, asumiendo el espíritu y fuerza de su Canto de las Criaturas.
[9] Muchos contemplativos y amantes, neoplatónicos, cabalistas judíos y renacentistas, sufíes musulmanes o místicos cristianos, han tenido una experiencia parecida, en perspectiva filosófica y/o religiosa. Muchos grandes pensadores de la modernidad, Espinosa y Schelling, Hegel y Nietzsche, parecen haber vislumbrado esa experiencia de la totalidad divina del mundo (aunque en forma menos amorosa). Juan de la Cruz vincula mundo y Amado, en enamoramiento personal y trasfiguración cósmica.
[10] En un momento anterior (CE 4), SJC había contrapuesto montes y riberas, como signo de totalidad; pero había evocado también otras oposiciones (flores y fieras: lo que atrae y lo que aleja). Aquí evoca la totalidad de elementos también contrapuestos (montañas-valle, ríos-islas), que culminan en el silbo del aire.
[11] SJC ha querido llevarnos a la naturaleza primigenia para que encontremos allí a Dios en soledad y en comunión completa con el mundo. Ciertamente, esa contemplación cósmica de Dios resulta inseparable de la justicia de la comunión interhumana y de la experiencia de la cruz, pero este elemento cósmico resulta fundamenta-
[12] En este contexto ha recordado SJC el carácter paciente o receptivo del entendimiento humano, que puede acoger la “inteligencia sustancial” de Dios, como Elías “a la boca de la cueva”, cuando escuchó el “silbo de aire delgado” de Dios (1 Rey 19, 12; cf. CE14, 13). Para SJC, el aire tiene otras funciones, que culminan en el “boca a boca” del beso enamorado (CE 17 y 39), pero aquí aparece como portador del “divino silbo que entra por el oído del alma”. El Cántico se vuelve así un ejercicio de escucha, en la línea de las revelaciones bíblicas, desde Elifaz que recibió en su oído “las venas de un susurro” divino (Job 4, 12-16), hasta Pablo “que oyó palabras secretas que al hombre no es lícito hablar” (2 Cor 12, 4).
[13]Montes y valles, ínsulas o ríos parecen apagarse en la noche, y queda el cosmos en su unidad, como música de cielo, sobre las restantes melodías A la música de las esferas astrales ha dedicado fray Luis de León varios poemas, que he comentado en Cántico Espiritual, Paulinas, Madrid 1992, 74-93
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–“Paz a vosotros.”
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-“Hemos visto al Señor.”
Pero él les contestó:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-“Paz a vosotros.”
Luego dijo a Tomás:
-“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”
Contestó Tomás:
-“¡Señor mío y Dios mío!“
Jesús le dijo:
-“¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
*
Juan 20,19-31
***
En el evangelio de hoy encontramos un cenáculo y una puerta cerrada. Una puerta cerrada por temor a alguien es una historia de todos los días, anticipada en el siervo de la parábola que entierro el talento por miedo a perderlo. Afortunadamente, al Señor no le importan nada nuestros cerrojos, y entra y sale como quiere su caridad. Camina o se detiene, trabaja y descansa, habla o se calla, sin que le importen nuestros temores. El Señor muestra que no se ofende por la incredulidad de Tomás, incluso la convierte en un argumento para nuestra fe. No es verdad que al Señor le disgusten ciertas resistencias. Cuando se trata de resistencias razonables, cuando el hombre obra con lealtad, con honestidad, como un hombre que, antes de fiarse de otro, prueba si puede hacerlo por sí solo, entonces el Señor no puede estar descontento. Basta con profundizar un poco en el episodio de Tomás.
Es cierto que este último se mostró reservado y reacio y que, antes de exclamar «¡Señor mío y Dios mío!», quiso asegurarse con la pequeña garantía que ofrecen los sentidos, pero añora el Señor sabe que puede contar con él más que con los otros, que ese grito es un credo que continuará también ante el martirio. Los tipos como Tomás tardan algo en arrodillarse, pero cuando lo hacen se arrodillan de verdad, cuando aman lo hacen de verdad. Cuando Tomás se ofrece, es un hombre el que se ofrece. Y si ofrece a Cristo su propio corazón, es un corazón de hombre el que le ofrece. Y si inclina su cabeza ante él, es una cabeza de hombre la que se inclina. De este modo comienza la adoración «en espíritu y en verdad».
*
P. Mazzolari,
La parola che non passa,
Vicenza 1984, pp. 138s, passim
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La publicación de hoy es del colaborador invitado Nicholas Hayes-Mota. Nicholas es candidato a doctorado y docente en ética teológica en Boston College. Su investigación incluye exploraciones de la conexión entre la agencia moral y política; el papel público de la religión en las democracias liberales contemporáneas; y la relación entre las teologías pública, política y de la liberación. Para obtener más información sobre Nicolás, haga clic aquí.
La publicación de hoy es una reseña del nuevo libro de Miguel H. Díaz “Queer God de Amor” de Fordham Press, una entrega de la serie “Disruptive Cartógrafos: Doing Theology Latinamente”. Puedes encontrar más información sobre el libro haciendo clic aquí.
Dentro del rico linaje de maestros espirituales católicos, San Juan de la Cruz (1542-1591) tiene una figura distintiva. En el mundo de habla inglesa, quizás sea más conocido por su tratado sobre La noche oscura, una gran obra de misticismo a la que debemos la idea popular de una “noche oscura del alma”. Aunque el mismo San Juan en realidad no usó esa frase, sí describió experiencias de angustia espiritual y ausencia divina, de maneras que todavía hablan poderosamente hasta el día de hoy, una de las razones del interés permanente en su trabajo.
Sin embargo, dentro del mundo de habla hispana, San Juan de la Cruz es igualmente conocido como uno de los más grandes estilistas poéticos en el idioma español, que era su lengua materna. De hecho, sus obras teológicas emblemáticas, incluida La noche oscura, toman la forma de elaborados comentarios sobre poemas místicos que compuso especialmente para ese propósito. Y en español, es aún más difícil pasar por alto el hecho de que los poemas de San Juan son sexys. muy sexys. En un lenguaje sorprendentemente hermoso, figura la relación entre Dios y el alma humana como un romance entre amantes, que culmina en el éxtasis de la unión. Es más, aunque Juan no siempre genera el alma, o Dios, de la misma manera, en algunas de sus representaciones, tanto el amante como el amado son (implícita o explícitamente) masculinos.
¿Qué vamos a hacer hoy con el misticismo eróticamente cargado de Juan y sus sugerencias de homoerotismo? Esa pregunta es el punto de partida del nuevo libro de Miguel Díaz, Queer God de Amor, que ofrece una lectura teológica queer, latina y católica de San Juan. [1] Como algunos lectores sabrán, el viaje del libro hasta la publicación fue tenso, ya que el editor original de Díaz (Orbis) se retiró abruptamente en el último minuto antes del lanzamiento programado del libro. Es una suerte que el libro encontrara otro hogar en Fordham University Press en poco tiempo. Como estudio de Juan de la Cruz, Queer God de Amor es maravillosamente provocativo e iluminador. Y para los católicos queer y latinos, como yo, es un salvavidas teológico.
Uno podría pensar que el erotismo de San Juan sugeriría su trabajo como un recurso para todos aquellos que luchan por dar sentido teológico a la sexualidad humana, ya sean teólogos profesionales, católicos practicantes (especialmente católicos LGBTQ) o buscadores espirituales de muchas tendencias. Sin embargo, como observa Díaz, la mayoría de los estudiosos y muchos lectores de San Juan minimizan el aspecto erótico de sus escritos, tendiendo en cambio a “espiritualizarlo” (“él no está hablando realmente de eso”…) o simplemente ignorarlo. Sin embargo, simplemente “no se puede negar la sexualidad” evidente en la poesía de Juan, argumenta Díaz. Lejos de ser incidental, la sexualidad era parte integral de la espiritualidad de Juan, que reconocía la unión sexual humana como el análogo más apropiado para la unión mística con Dios.
La famosa “Noche Oscura” en sí misma, por ejemplo —el poema, más que el comentario— no trata inmediatamente sobre la angustia espiritual o la ausencia divina en absoluto. Basándose en un género consolidado de poesía amorosa ibérica, narra la furtiva cita nocturna entre un amante y su amada, y la “transformación del uno en el otro” que tiene lugar cuando se unen. “Sobre mi pecho florido que le guardé solo/allí se durmió/y yo acariciándolo”, exclama San Juan en una estrofa, antes de contar cómo su amante “me hirió el cuello, suspendiendo todos mis sentidos”. Asimismo, en otro poema llamado “Llama de amor viva”, Juan comienza rogándole a su amante que deje de ser tímido y “rompa el velo de este dulce encuentro” (“rompe la tela de este dulce encuentro”). A partir de ahí, la seducción —de Juan por Dios y del lector por la poesía de Juan— sólo se intensifica.
Sin embargo, para ser claros, el objetivo de Díaz en Queer God de Amor no es argumentar que la teología de San Juan es solo, o incluso principalmente, sobre el sexo. Menos aún es afirmar que Juan, un fraile carmelita y célibe por votos, era él mismo sexualmente activo o gay; como señala Díaz, no hay evidencia para ninguna de las afirmaciones. En cambio, el libro de Díaz está tramando algo más plausible y profundo. En esencia, Queer God de Amor es una exploración de cómo Juan de la Cruz entendió la conflictiva relación entre la espiritualidad y la sensualidad, especialmente, pero no solo, la sexualidad. Es también un argumento apasionado que, en este sentido, el santo todavía tiene mucho que enseñarnos hoy.
Lo que más aprecié del libro de Díaz fue su profundidad teológica. En sus capítulos centrales, el autor lleva a sus lectores al corazón trinitario de la teología de San Juan, enfocando la visión distintiva de Dios que informó la piedad del santo, su poesía y, sí, su erotismo. Para Juan, muestra Díaz, Dios es ante todo una comunión relacional de Personas, cuya esencia es el amor, y cuyo amor extático el uno por el otro se desborda tanto que no pueden resistirse a crear a otros para compartir su amor. Mientras tanto, nosotros, como personas humanas, somos los recipientes doblemente bendecidos del amor divino. A través de la Encarnación, Dios nos invita a la unión, ya través del fuego del Espíritu, Dios nos seduce a entregarnos cada vez más plenamente a esa unión, en cuerpo y alma. Y debido a que nosotros mismos somos creados a la imagen del Dios Triuno, nuestras relaciones con otras personas humanas, incluidas nuestras relaciones sexuales, reflejan y participan del mismo Amor por y para Quien fuimos hechos.
Díaz invita a sus lectores a dibujar esta visión amorosa del Dios de San Juan como recurso para nuestra propia espiritualidad. Para los lectores queer en particular, sugiere, tanto la teología de Juan como su poesía tienen un potencial único para ayudarnos a discernir la gracia que obra en nuestro diario vivir y amar, y a ver nuestras relaciones queer como lo que realmente son: no fuentes de vergüenza, sino participaciones en la “llama viva” del amor de Dios.
Por supuesto, Díaz también reconoce que nuestras relaciones no siempre son vehículos de gracia. Nuestra sexualidad, como muchas otras cosas sobre nosotros, puede salir mal de varias maneras, especialmente cuando olvidamos que su propósito y destino final es la unión con Dios. Como ético teólogo, terminé el libro con la curiosidad de que Díaz dijera más sobre cómo sería en la práctica llevar nuestras vidas sexuales queer sanjuanistamente (“a la manera de San Juan”). Asimismo, deseé una mayor discusión sobre el papel apropiado del ascetismo, tan importante para Juan, en nuestras relaciones con Dios y con los demás. Sin embargo, aunque Queer God de Amor solo comienza a abordar estas preguntas, proporciona una sólida base teológica para explorarlas más a fondo. Eso, en sí mismo, es una gran contribución.
Permítanme concluir con una nota personal. Aparte de ser teólogo, soy un costarricense-americano gay católico, casado con un mexicano-americano católico gay; También soy hijo y sobrino de dos profesores de literatura española, quienes me enseñaron a amar a San Juan de la Cruz mucho antes de que estudiara teología o aceptara mi sexualidad. Para mí, por lo tanto, una alegría particular al leer este libro fue experimentarlo entretejiendo tantas partes de mi vida juntas: mi familia y mi fe, mi herencia cultural y mi formación teológica, mi sexualidad y mi espiritualidad. Sospecho que estoy lejos de ser el único lector que tendrá esta experiencia. Queer God de Amor nos recuerda que esos mismos aspectos de nosotros mismos que podemos ver separados, Dios los ve unidos, y así lo están, envueltos en el amor extático y todo-inclusivo de nuestro Amante divino. Para todos los católicos, pero especialmente, quizás, para aquellos que son homosexuales, esta es una teología que vale la pena tomar en serio. Más importante aún, es un Evangelio por el cual podemos vivir.
———
[1] Los editores de la serie del libro observan acertadamente, en su introducción, que aquellos que pertenecen a la comunidad “latina” se refieren a nosotros mismos ya nuestras comunidades en una multiplicidad de formas. Díaz, escribiendo como un cubanoamericano gay, usa con mayor frecuencia “latin@” o “latinx”, el último de los cuales tiene como objetivo incluir a aquellos que no se identifican con el género binario normativo. Para ese propósito, prefiero el término “latino”, que actualmente es menos conocido en los EE. UU., pero más utilizado por las comunidades queer en América Latina, y mucho menos difícil de manejar en español.
Comentarios desactivados en Tuyo es todo esto, y todo es para ti.
Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador.
En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.
En la Fiesta del poeta enamorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo inefable.
La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:
“Buscando mi amores…
¡Oh cristalina fuente…!
Mi Amado las montañas…
La música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora”.
*
Cántico espiritual
***
“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.”
* Oración de alma enamorada
*
San Juan de la Cruz
***
Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2).
Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar».
La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora».
¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno».
Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios.
La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas.
Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» .
*
Carta apostólica Maestro en la fe,
en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10.
***
“Fuera de su nativa España, San Juan de la Cruz nunca fue un santo muy popular. Su doctrina es considerada como “difícil”, y le exige a los demás la misma austeridad intransigente que él practicó durante su vida entera. Sin embargo, un estudio más ceñido a su doctrina…, probaría que San Juan de la Cruz poseía todo el equilibrio, la prudencia y la “discreción” que caracteriza a la más elevada santidad. No es un fanático aplicado a sobrecargar a sus subordinados con fardos insoportables que acabarían por reducirlos a ruinas morales y físicas. Las exigencias que formula son inflexibles en lo esencial pero flexibles en sus aspectos accidentales. Su único propósito consiste en situar al hombre entero, cuerpo y alma, bajo la guía del Espíritu de Dios. En la práctica, San Juan de la Cruz se opuso inexorablemente al formalismo y la inhumanidad de quienes comparaba con “herreros espirituales” que martillaban violentamente las almas de sus víctimas para hacerlas calzar en algún modelo convencional de perfección ascética. Sabía muy bien que este tipo de ascetismo era uno de los más defectuosos, porque a menudo era una manifestación de incorregible orgullo espiritual. La claridad y la lógica de este carmelita español, sumada a su insuperable y experimentado conocimiento de las cosas de Dios, lo sitúan de lejos como uno de los más grandes y más confiables de todos los teólogos místicos”.
Comentarios desactivados en “Juan de la Cruz, un amor que no sabe de pecado”
Del blog de Xabier Pikaza:
Celebra hoy la Iglesia Católica la memoria de San Juan de la Cruz, el más poderoso de los testigos del amor en la historia de occidente.
En esta postal (tomado de mi libro Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004),quiero presentar su figura y comentar una estrofa de su Cántico Espiritual, para indicar que en el amor no hay pecado. Esto dice el hombre o mujer que ama:
Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal
Muchas veces he presentado en este blog a Jesús con los pecadores, y algunos lectores creyeron que decía que Jesús era pecador. Pero es todo lo contrario. Precisamente porque no tenía pecado Jesús podía (y debía) hacerse presente en amor entre los pecadores.
Quizá nadie con San Juan de la Cruz ha entendido este misterio y compromiso: vivir en amor, sin pecado; andar con los pecadores, sin juzgarles, vivir en la inocencia. Esto que dice SJC es el centro de la vida cristiana, el mensaje de Jesús. Éste debía ser el mensaje y ejemplo de la iglesia: vivir en inocencia de amor.
Con Juan de la Cruz quiero dejar a mis lectores este día. Presento primero la estrofa de bebida de amor, a vida sin pecado, en amor enamorado. Resume después, de un modo erudito, su vida y obra. Quien sólo se interese por la vida, lea sólo la primera parte; quien se interesa por la experiencia, lea la segunda.
1. En el amor no hay pecado CB 26).
En el Cántico Espiritual B, estrofa 26. En la interior bodega. Ignorancia de amor ha expuesto San Juan de la Cruz la experiencia más honda de una vida sin pecado, en inocencia «original»:
En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía.
Esta bebida transforma el entendimiento y juicio de la Amante, haciéndole olvidar lo que sabía (en un nivel de ley), de manera que ella puede saber-saborear el amor inocente, más allá del pecado
1. En la interior bodega.
Parece que hay siete bodegas y que ésta es la más honda, el amor más profundo (cf. Cant 2, 4), que transforma al hombre en Dios:
Y lo que Dios comunica al alma en esta estrecha junta es totalmente indecible y no se puede decir nada, así como del mismo Dios no se puede decir algo que sea como Él, porque el mismo Dios es el que se le comunica con admirable gloria de transformación de ella en Él, estando ambos en uno, como si dijéramos ahora: la vidriera con el rayo de sol, o el carbón con el fuego
(Coment 26, 4).
El amante queda así transfigurado en el calor y luz de Dios, renaciendo en el vino de Cristo. Esta es la eucaristía teológica, la embriaguez del hombre que nace y crece en la bodega del Amado, al interior del ser divino. En esa línea, los hombres y mujeres (re)nacen al amarse.
2. De mi Amado bebí.
Los hombres “beben de su Amado” (Dios), como los amantes se beben entre sí. Ciertamente, han nacido de unos padres (de una madre); ahora renacen de aquellos que les aman y en ellos viven y así se transforman unos en los otros.
Como la bebida se difunde y derrama por todos los miembros y venas del cuerpo, así se difunde esta comunicación de Dios sustancialmente en toda el alma o, por mejor decir, el alma se transforma en Dios, según la cual transformación bebe el alma de su Dios, según la sustancia de ella y según sus potencias espirituales; porque según el entendimiento bebe sabiduría y ciencia, y según la voluntad bebe amor suavísimo y según la memoria bebe recreación… (Coment 26, 5).
Este beber y transformarse en Dios es la eucaristía más honda, que no está hecha de celebraciones aisladas (en momentos especiales), sino de la misma vida de Dios en amor, sobre todas las exigencias moralistas. No nacemos ni vivimos para “merecer el cielo” por las obras buenas, sino para recibir y asumir el don de la vida, el mismo Dios, nuestro cielo.
3. Y cuando salía por toda aquesta vega ya cosa no sabía.
El conocimiento de Dios se vuelve olvido del mundo, como habían destacado los griegos, hablando de la embriaguez o manía religiosa y del río Leteo, hecho de aguas frías o fuego, donde los muertos olvidan lo viejo cuando pasan al mundo interior (inferior o superior) de lo divino:
Aquella bebida de altísima sabiduría de Dios que allí bebió le hace olvidar todas las cosas del mundo y le parece al alma que lo que ante sabía y aún lo que sabe todo el mundo, en comparación de aquel saber, es pura ignorancia… (El alma queda así informada de ciencia sobrenatural… ante la cual) todo el saber natural y político del mundo antes es no saber que saber
(Coment 26, 13).
4. Y el ganado perdí que antes seguía.
La amante era pastora acompañando y guardando su ganado. “Y de este ganado unos tienen más y otros menos…, hasta que, entregándose a beber en esta interior bodega, lo pierden todo, quedando (como habemos dicho) hechos todos en amor” (Coment 26, 19). Lógicamente, el alma que ha bebido de Dios y se ha embriagado se pierde al mundo viejo, como seguirán destacando las próximas estrofas (CB 27- 29.
Tanto Platón como Filón, judío alejandrino (Vida contemplativa), habían comparado el conocimiento de Dios con una embriaguez. También la amante de SJC ha entrado en la bodega de ebriedad o entusiasmo de amor, que en-ajena al hombre, quedando fuera de sí, en el éxtasis más hondo. Por eso, cuando sale “por toda aquesta vega” de las leyes racionales, programadas de un modo “político”, el hombre enamorado siente y dice que ya no sabe nada.
“La sabiduría de los hombres y de todo el mundo es pura ignorancia”, porque “las mismas ciencias naturales y las mismas obras que Dios hace, delante de lo que es saber a Dios es como no saber, porque donde no se sabe a Dios no se sabe nada” (Coment 26, 13).
En este contexto ha presentado SJC la exigencia de superar una lógica de mundo o de sistema, donde cada cosa se demuestra a partir de lo anterior, en un conjunto bien organizado, en un nivel de juicio.
Aquel endiosamiento y levantamiento de mente en Dios en que queda el alma como robada y embebida en amor, toda hecha en Dios, no la deja advertir a cosa alguna del mundo, porque no sólo de todas las cosas, más aún de sí queda enajenada y aniquilada, como resumida y resuelta en amor, que consiste en pasar de sí al Amado… Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente
que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal,
y oirá cosas muy malas y las verá con sus ojos
y no podrá entender que lo son, porque no tiene en sí hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos y la ignorancia (… del pecado) con el hábito perfecto de la verdadera sabiduría (Coment 26, 14).
La hermosura y fuerza del amor pone a la Amante en contemplación directa del Amado, sobre todo conocimiento particular, sobre todo interés, en amor puro y total, de manera que podemos hablar de una experiencia de sublimidad. Por eso, la Amante se encuentra más allá del bien y del mal, no en indiferencia, como si todo le diera lo mismo, sino en sobreabundancia bondadosa, conforme a la palabra de Jesús: “no juzguéis, perdonad…” (Cf. Mt 7, 1).
. APÉNDICE: San Juan de la Cruz (=SJC(, poeta de amor. Vida y obra
Nace en 1542, Fontiveros (Avila), de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. Queda pronto huérfano de padre. Su madre, tejedora de oficio, sin protección familiar ni dinero, busca trabajo en Arévalo (1548) y Medina del Campo (1551), rica ciudad de Castilla. SJC conoce la estrechez y pobreza rigurosa de los pobres de su tiempo.
1559–1563:
Trabaja en el hospital de infecciosos (de enfermedades venéreas) de Medina, entrando así en contacto con la miseria y dureza de la vida. Al mismo tiempo cursa humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús, uno de los centros más prestigiosos de cultura humanista y literaria de su tiempo. Conoce a los clásicos latinos, se familiariza con la poesía renacentista.
1563-1968:
Ingresa en la Orden de los Carmelitas, en Medina (1963), con el nombre de Juan de San Matías. Estudia en la Universidad Salamanca, donde es delegado de estudiantes, interesándose por la espiritualidad y teología bíblica más que por la escolástica. Abandona la Universidad sin acabar los estudios. Se ordena presbítero (1567) y encuentra a Teresa de Jesús.
1568-1877:
Inicia la Reforma del Carmelo masculino en Duruelo y Mancera, junto a Peñaranda (Salamanca), siendo maestro de novicios y rector en Alcalá de Henares. De 1572 a 1577 es Confesor del Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús es superiora. Realiza una intensa función de maestro y director espiritual, especialmente de religiosas.
1577-1578:
Acusado de falta de obediencia contra la Orden de los Carmelitas (Calzados) y contra la Iglesia, es recluido en una cárcel conventual de Toledo, de donde se evade a los ocho meses. Vive allí sus más hondas experiencias de amor en soledad y las recoge en sus poemas, especialmente en el Cántico Espiritual, que expresan su madurez personal y le permiten realizar su tarea de maestro de almas.
1578-1591:
Como Prior o Rector de los conventos de Jaén, Baeza, Granada y Segovia y como Definidor de los Descalzos, viaja por las dos castillas, Andalucía y Portugal. Comenta sus poemas y escribe tres libros de iniciación y dirección espiritual. (1) Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura (básicamente de 1578 a 1582), que pueden tomarse como dos obras o dos partes de una misma obra. (2) Cántico Espiritual, con dos redacciones: la primera, CA, de 39 estrofas (1584); la segunda, CB, de 40 estrofas (1585-1586) que aquí comentaremos. (3) Llama de amor viva, fue redactada al mismo tiempo que CB (entre 1585-1586); de ella se conservan también dos versiones (LA y LB), realizadas por el mismo SJC.
1591:
Culminada básicamente su producción literaria en 1586, tras haber realizado una obra muy intensa de dirección espiritual y de organización de la Reforma del Carmelo, SJC cae en desgracia ante las nuevas autoridades de la Orden, siendo relegado por los superiores. Quieren destinarle para la fundación de México. Muere en Úbeda (Jaén), el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, pidiendo que lean en su lecho de agonía el Cantar de los Cantares.
Podrían destacarse algunas fechas y datos: hospital de infecciosos, universidad de Salamanca, colaboración con Teresa de Jesús, cárcel en Toledo, organización de la Reforma del Carmelo, dirección espiritual… Viajó mucho, pero fue hombre de acción interior más que exterior, de contacto personal más que de organización. Murió casi fracasado: la Reforma del Carmelo masculino que él había iniciado e impulsado parecía tomar otros caminos de institución y ascesis; pero quedó su testimonio y, sobre todo, quedaron sus libros.
Los libros de San Juan de la Cruz nacieron de su experiencia personal y de su contacto con personas a quienes dirigía y, en general, son un comentario de sus versos. Había escrito y divulgado también otros poemas significativos, por su contenido teológico o espiritual (Romance de la Trinidad, El Pastorcico, La Fonte, Super Flumina Babylonis); pero sólo comentó por escrito tres de ellos, porque le parecían más significativos o porque así se lo pidieron las personas de su entorno:
* La Subida y La Noche empiezan siendo comentarios paralelos de las ocho estrofas del poema En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada… Pero en un caso y en otro, SJC olvida pronto los versos y escribe de hecho un tratado (en dos partes o dos libros) sobre el proceso de purificación de aquellos que quieren encontrar a Dios, esto es, ascender (ser elevados) hasta su presencia.
* El Cántico Espiritual comenta las 39 (CA) o las 40 (CB) estrofas del poema del mismo nombre, donde SJC ofrece una versión nueva del Cantar de los Cantares de la Biblia, en la que se expresa como poeta y analista, creador y hermeneuta del amor enamorado. Siguen influyendo en esta obra las negaciones de Subida y Noche, pero ellas son ahora un presupuesto o medio. Lo que importa es el encuentro de amor.
* La Llama de Amor Viva, que expone y comenta cuatro canciones que empiezan Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres…, es la obra teológicamente más honda de SJC y en ella muestra que al fin sólo importa y queda Dios, como fuego interior que consume y consuma la vida de los hombres. Desaparecen las restantes referencias: no hacen falta purificaciones ni caminos largos. El fuego de Dios lo llena todo.
Estos son los libros. Parecen escritos al azar y, sin embargo, ofrecen una poderosa visión de conjunto de la experiencia de un hombre que ha visto el amor de Dios en la experiencia del amor humano. SJC es poeta de ese amor. Pero, siendo poeta, es también hermeneuta: no sólo dice y despliega en amor su experiencia, sino que la interpreta, desde su visión del cristianismo (de la Biblia) y la cultura de su tiempo. Vive en una época de crisis humana y religiosa, al interior de la gran aventura imperial y colonial de la corona española. Pero esa aventura no le importa, ni tampoco las luchas de católicos contra protestantes, ni la gloria externa de la Iglesia católica. Sólo le importa una cosa: que hombres y mujeres aprendan a querer a Dios y que se quieran.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
– “Paz a vosotros.”
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
– “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
– “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.“
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
– “Hemos visto al Señor.”
Pero él les contesto:
– “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “Paz a vosotros.”
Luego dijo a Tomás:
– “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”
Contestó Tomás:
– “¡ Señor mío y Dios mío!”
Jesús le dijo:
– “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
*
Juan 20, 19-31
***
¡Encontrar a Dios! Mira, estoy sin luz. Me parece que podría decir frases bonitas (y entusiasmarme con ellas), pero justamente pronunciadas demasiado deprisa, de manera superficial. Me encuentro en una situación en la que mi creer ya no se me presenta como un conocer algo sobre Dios, como un «Credo», sino como la piedra de toque de mi fe. Si yo creyera de verdad, ¿seguiría siendo aún presa de insignificantes contrariedades con tanta frecuencia? No, entonces nada sería objeto de desprecio, sino que todo quedaría iluminado por este inimaginable y rico cumplimiento de todo. En consecuencia, es mi fe la que tiene que ser reanimada…
Pero ¿dónde se encuentra su debilidad? Creo, a buen seguro, que Jesús es Dios que ha venido entre nosotros y ha dado vida a mi vida. Creo, ciertamente, en Jesús, verdadero hombre, que murió crucificado y resucitó de entre los muertos: como Dios verdadero, «la muerte ya no tiene poder sobre él». Sí, Jesús, creo que has resucitado. Tú, el Hijo de Dios encarnado, «la fidelidad encarnada de Dios», has resucitado con tu cuerpo de hombre. Creo que has vencido a la muerte, también la mía. ¿Pero creo de una manera vital en esta resurrección de la carne, de mi carne, como afirmo en el Credo? ¿Justamente como la vivió Jesús y como la leo en los cuatro evangelios? No entraré de verdad en la resurrección de Jesús más que si digo un «sí» incondicional a mi resurrección. Este «sí» a mi destino personal es el que debo pronunciar antes que nada, más allá de todas las falsas apariencia de los sentidos, un «sí» a un «yo que continúa en una vida nueva».
Es preciso que mi voluntad se comprometa con este «sí» a mi supervivencia gloriosa, para aue mi «sí» a Cristo sea algo diferente a un simple sonido vocal.
*
Jacques Loew, Dios incontro alí’uomo,
Milán 1985, pp. 164-167, passim.
Comentarios desactivados en Tuyo es todo esto, y todo es para ti.
Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador.
En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.
En la Fiesta del poeta enamorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo inefable.
La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:
“Buscando mi amores…
¡Oh cristalina fuente…!
Mi Amado las montañas…
La música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora”.
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Cántico espiritual
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“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.”
* Oración de alma enamorada
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San Juan de la Cruz
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Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2).
Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar».
La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora».
¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno».
Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios.
La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas.
Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» .
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Carta apostólica Maestro en la fe,
en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10.
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“Fuera de su nativa España, San Juan de la Cruz nunca fue un santo muy popular. Su doctrina es considerada como “difícil”, y le exige a los demás la misma austeridad intransigente que él practicó durante su vida entera. Sin embargo, un estudio más ceñido a su doctrina…, probaría que San Juan de la Cruz poseía todo el equilibrio, la prudencia y la “discreción” que caracteriza a la más elevada santidad. No es un fanático aplicado a sobrecargar a sus subordinados con fardos insoportables que acabarían por reducirlos a ruinas morales y físicas. Las exigencias que formula son inflexibles en lo esencial pero flexibles en sus aspectos accidentales. Su único propósito consiste en situar al hombre entero, cuerpo y alma, bajo la guía del Espíritu de Dios. En la práctica, San Juan de la Cruz se opuso inexorablemente al formalismo y la inhumanidad de quienes comparaba con “herreros espirituales” que martillaban violentamente las almas de sus víctimas para hacerlas calzar en algún modelo convencional de perfección ascética. Sabía muy bien que este tipo de ascetismo era uno de los más defectuosos, porque a menudo era una manifestación de incorregible orgullo espiritual. La claridad y la lógica de este carmelita español, sumada a su insuperable y experimentado conocimiento de las cosas de Dios, lo sitúan de lejos como uno de los más grandes y más confiables de todos los teólogos místicos”.
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Del blog de Xabier Pikaza:
Celebra hoy la Iglesia Católica la memoria de San Juan de la Cruz, el más poderoso de los testigos del amor en la historia de occidente.
En esta postal (tomado de mi libro Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004), quiero presentar su figura y comentar una estrofa de su Cántico Espiritual, para indicar que en el amor no hay pecado. Esto dice el hombre o mujer que ama:
Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal
Muchas veces he presentado en este blog a Jesús con los pecadores, y algunos lectores creyeron que decía que Jesús era pecador. Pero es todo lo contrario. Precisamente porque no tenía pecado Jesús podía (y debía) hacerse presente en amor entre los pecadores.
Quizá nadie con San Juan de la Cruz ha entendido este misterio y compromiso: vivir en amor, sin pecado; andar con los pecadores, sin juzgarles, vivir en la inocencia. Esto que dice SJC es el centro de la vida cristiana, el mensaje de Jesús. Éste debía ser el mensaje y ejemplo de la iglesia: vivir en inocencia de amor.
Con Juan de la Cruz quiero dejar a mis lectores este día. Presento primero la estrofa de bebida de amor, a vida sin pecado, en amor enamorado. Resume después, de un modo erudito, su vida y obra. Quien sólo se interese por la vida, lea sólo la primera parte; quien se interesa por la experiencia, lea la segunda.
1. En el amor no hay pecado CB 26).
En el Cántico Espiritual B, estrofa 26. En la interior bodega. Ignorancia de amor ha expuesto San Juan de la Cruz la experiencia más honda de una vida sin pecado, en inocencia «original»:
En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía.
Esta bebida transforma el entendimiento y juicio de la Amante, haciéndole olvidar lo que sabía (en un nivel de ley), de manera que ella puede saber-saborear el amor inocente, más allá del pecado
1. En la interior bodega.
Parece que hay siete bodegas y que ésta es la más honda, el amor más profundo (cf. Cant 2, 4), que transforma al hombre en Dios:
Y lo que Dios comunica al alma en esta estrecha junta es totalmente indecible y no se puede decir nada, así como del mismo Dios no se puede decir algo que sea como Él, porque el mismo Dios es el que se le comunica con admirable gloria de transformación de ella en Él, estando ambos en uno, como si dijéramos ahora: la vidriera con el rayo de sol, o el carbón con el fuego
(Coment 26, 4).
El amante queda así transfigurado en el calor y luz de Dios, renaciendo en el vino de Cristo. Esta es la eucaristía teológica, la embriaguez del hombre que nace y crece en la bodega del Amado, al interior del ser divino. En esa línea, los hombres y mujeres (re)nacen al amarse.
2. De mi Amado bebí.
Los hombres “beben de su Amado” (Dios), como los amantes se beben entre sí. Ciertamente, han nacido de unos padres (de una madre); ahora renacen de aquellos que les aman y en ellos viven y así se transforman unos en los otros.
Como la bebida se difunde y derrama por todos los miembros y venas del cuerpo, así se difunde esta comunicación de Dios sustancialmente en toda el alma o, por mejor decir, el alma se transforma en Dios, según la cual transformación bebe el alma de su Dios, según la sustancia de ella y según sus potencias espirituales; porque según el entendimiento bebe sabiduría y ciencia, y según la voluntad bebe amor suavísimo y según la memoria bebe recreación… (Coment 26, 5).
Este beber y transformarse en Dios es la eucaristía más honda, que no está hecha de celebraciones aisladas (en momentos especiales), sino de la misma vida de Dios en amor, sobre todas las exigencias moralistas. No nacemos ni vivimos para “merecer el cielo” por las obras buenas, sino para recibir y asumir el don de la vida, el mismo Dios, nuestro cielo.
3. Y cuando salía por toda aquesta vega ya cosa no sabía.
El conocimiento de Dios se vuelve olvido del mundo, como habían destacado los griegos, hablando de la embriaguez o manía religiosa y del río Leteo, hecho de aguas frías o fuego, donde los muertos olvidan lo viejo cuando pasan al mundo interior (inferior o superior) de lo divino:
Aquella bebida de altísima sabiduría de Dios que allí bebió le hace olvidar todas las cosas del mundo y le parece al alma que lo que ante sabía y aún lo que sabe todo el mundo, en comparación de aquel saber, es pura ignorancia… (El alma queda así informada de ciencia sobrenatural… ante la cual) todo el saber natural y político del mundo antes es no saber que saber
(Coment 26, 13).
4. Y el ganado perdí que antes seguía.
La amante era pastora acompañando y guardando su ganado. “Y de este ganado unos tienen más y otros menos…, hasta que, entregándose a beber en esta interior bodega, lo pierden todo, quedando (como habemos dicho) hechos todos en amor” (Coment 26, 19). Lógicamente, el alma que ha bebido de Dios y se ha embriagado se pierde al mundo viejo, como seguirán destacando las próximas estrofas (CB 27- 29.
Tanto Platón como Filón, judío alejandrino (Vida contemplativa), habían comparado el conocimiento de Dios con una embriaguez. También la amante de SJC ha entrado en la bodega de ebriedad o entusiasmo de amor, que en-ajena al hombre, quedando fuera de sí, en el éxtasis más hondo. Por eso, cuando sale “por toda aquesta vega” de las leyes racionales, programadas de un modo “político”, el hombre enamorado siente y dice que ya no sabe nada.
“La sabiduría de los hombres y de todo el mundo es pura ignorancia”, porque “las mismas ciencias naturales y las mismas obras que Dios hace, delante de lo que es saber a Dios es como no saber, porque donde no se sabe a Dios no se sabe nada” (Coment 26, 13).
En este contexto ha presentado SJC la exigencia de superar una lógica de mundo o de sistema, donde cada cosa se demuestra a partir de lo anterior, en un conjunto bien organizado, en un nivel de juicio.
Aquel endiosamiento y levantamiento de mente en Dios en que queda el alma como robada y embebida en amor, toda hecha en Dios, no la deja advertir a cosa alguna del mundo, porque no sólo de todas las cosas, más aún de sí queda enajenada y aniquilada, como resumida y resuelta en amor, que consiste en pasar de sí al Amado… Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente
que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal,
y oirá cosas muy malas y las verá con sus ojos
y no podrá entender que lo son, porque no tiene en sí hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos y la ignorancia (… del pecado) con el hábito perfecto de la verdadera sabiduría (Coment 26, 14).
La hermosura y fuerza del amor pone a la Amante en contemplación directa del Amado, sobre todo conocimiento particular, sobre todo interés, en amor puro y total, de manera que podemos hablar de una experiencia de sublimidad. Por eso, la Amante se encuentra más allá del bien y del mal, no en indiferencia, como si todo le diera lo mismo, sino en sobreabundancia bondadosa, conforme a la palabra de Jesús: “no juzguéis, perdonad…” (Cf. Mt 7, 1).
. APÉNDICE: San Juan de la Cruz (=SJC(, poeta de amor. Vida y obra
Nace en 1542, Fontiveros (Avila), de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. Queda pronto huérfano de padre. Su madre, tejedora de oficio, sin protección familiar ni dinero, busca trabajo en Arévalo (1548) y Medina del Campo (1551), rica ciudad de Castilla. SJC conoce la estrechez y pobreza rigurosa de los pobres de su tiempo.
1559–1563:
Trabaja en el hospital de infecciosos (de enfermedades venéreas) de Medina, entrando así en contacto con la miseria y dureza de la vida. Al mismo tiempo cursa humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús, uno de los centros más prestigiosos de cultura humanista y literaria de su tiempo. Conoce a los clásicos latinos, se familiariza con la poesía renacentista.
1563-1968:
Ingresa en la Orden de los Carmelitas, en Medina (1963), con el nombre de Juan de San Matías. Estudia en la Universidad Salamanca, donde es delegado de estudiantes, interesándose por la espiritualidad y teología bíblica más que por la escolástica. Abandona la Universidad sin acabar los estudios. Se ordena presbítero (1567) y encuentra a Teresa de Jesús.
1568-1877:
Inicia la Reforma del Carmelo masculino en Duruelo y Mancera, junto a Peñaranda (Salamanca), siendo maestro de novicios y rector en Alcalá de Henares. De 1572 a 1577 es Confesor del Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús es superiora. Realiza una intensa función de maestro y director espiritual, especialmente de religiosas.
1577-1578:
Acusado de falta de obediencia contra la Orden de los Carmelitas (Calzados) y contra la Iglesia, es recluido en una cárcel conventual de Toledo, de donde se evade a los ocho meses. Vive allí sus más hondas experiencias de amor en soledad y las recoge en sus poemas, especialmente en el Cántico Espiritual, que expresan su madurez personal y le permiten realizar su tarea de maestro de almas.
1578-1591:
Como Prior o Rector de los conventos de Jaén, Baeza, Granada y Segovia y como Definidor de los Descalzos, viaja por las dos castillas, Andalucía y Portugal. Comenta sus poemas y escribe tres libros de iniciación y dirección espiritual. (1) Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura (básicamente de 1578 a 1582), que pueden tomarse como dos obras o dos partes de una misma obra. (2) Cántico Espiritual, con dos redacciones: la primera, CA, de 39 estrofas (1584); la segunda, CB, de 40 estrofas (1585-1586) que aquí comentaremos. (3) Llama de amor viva, fue redactada al mismo tiempo que CB (entre 1585-1586); de ella se conservan también dos versiones (LA y LB), realizadas por el mismo SJC.
1591:
Culminada básicamente su producción literaria en 1586, tras haber realizado una obra muy intensa de dirección espiritual y de organización de la Reforma del Carmelo, SJC cae en desgracia ante las nuevas autoridades de la Orden, siendo relegado por los superiores. Quieren destinarle para la fundación de México. Muere en Úbeda (Jaén), el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, pidiendo que lean en su lecho de agonía el Cantar de los Cantares.
Podrían destacarse algunas fechas y datos: hospital de infecciosos, universidad de Salamanca, colaboración con Teresa de Jesús, cárcel en Toledo, organización de la Reforma del Carmelo, dirección espiritual… Viajó mucho, pero fue hombre de acción interior más que exterior, de contacto personal más que de organización. Murió casi fracasado: la Reforma del Carmelo masculino que él había iniciado e impulsado parecía tomar otros caminos de institución y ascesis; pero quedó su testimonio y, sobre todo, quedaron sus libros.
Los libros de San Juan de la Cruz nacieron de su experiencia personal y de su contacto con personas a quienes dirigía y, en general, son un comentario de sus versos. Había escrito y divulgado también otros poemas significativos, por su contenido teológico o espiritual (Romance de la Trinidad, El Pastorcico, La Fonte, Super Flumina Babylonis); pero sólo comentó por escrito tres de ellos, porque le parecían más significativos o porque así se lo pidieron las personas de su entorno:
* La Subida y La Noche empiezan siendo comentarios paralelos de las ocho estrofas del poema En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada… Pero en un caso y en otro, SJC olvida pronto los versos y escribe de hecho un tratado (en dos partes o dos libros) sobre el proceso de purificación de aquellos que quieren encontrar a Dios, esto es, ascender (ser elevados) hasta su presencia.
* El Cántico Espiritual comenta las 39 (CA) o las 40 (CB) estrofas del poema del mismo nombre, donde SJC ofrece una versión nueva del Cantar de los Cantares de la Biblia, en la que se expresa como poeta y analista, creador y hermeneuta del amor enamorado. Siguen influyendo en esta obra las negaciones de Subida y Noche, pero ellas son ahora un presupuesto o medio. Lo que importa es el encuentro de amor.
* La Llama de Amor Viva, que expone y comenta cuatro canciones que empiezan Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres…, es la obra teológicamente más honda de SJC y en ella muestra que al fin sólo importa y queda Dios, como fuego interior que consume y consuma la vida de los hombres. Desaparecen las restantes referencias: no hacen falta purificaciones ni caminos largos. El fuego de Dios lo llena todo.
Estos son los libros. Parecen escritos al azar y, sin embargo, ofrecen una poderosa visión de conjunto de la experiencia de un hombre que ha visto el amor de Dios en la experiencia del amor humano. SJC es poeta de ese amor. Pero, siendo poeta, es también hermeneuta: no sólo dice y despliega en amor su experiencia, sino que la interpreta, desde su visión del cristianismo (de la Biblia) y la cultura de su tiempo. Vive en una época de crisis humana y religiosa, al interior de la gran aventura imperial y colonial de la corona española. Pero esa aventura no le importa, ni tampoco las luchas de católicos contra protestantes, ni la gloria externa de la Iglesia católica. Sólo le importa una cosa: que hombres y mujeres aprendan a querer a Dios y que se quieran.
Comentarios desactivados en 14.XII. Juan de la Cruz: Ya no guardo ganado, nueva iglesia enamorada
Xabier Pikaza siempre hace un buen acercamiento a la figura de Juan de la Cruz, el Mudejarillo…
La Iglesia Católica celebra hoy (por ayer) la fiesta de San Juan de la Cruz (=SJC), y el mejor “retrato” de su vida lo ofrece Cántico Espiritual B 28-29 (CA 19-20) donde presenta a a Iglesia como mujer libre, enamorada, que no guarda ganado
SJC sabe por Jn 21 que en la iglesia está Pedro, pastor de ganado, a quien Jesús le preguntó ¿me amas? antes de pedirle que “guarde” sus ovejas. Pero, como el Discípulo amado, SJC no guarda ganado; simplemente ama. No tiene ganado que custodiar, sino amigos con quienes compartir amor.
Actualmente (2020) está en crisis un tipo de “ganado” de la iglesia: Las ovejas de oficio se van; los pastores se quedan sin rebaño… Por eso es bueno volver a SJC, que no quiso ser “pastor” (no guardo ganado…), sino amante/amado, testigo de un Cristo enamorado. Desde ese fondo comentaré las dos estrofas citadas del CB, que ofrecen la mejor biografía de SJC, y las más honda experiencia y misión de la Iglesia que es ejercicio y espacio de amor, algo que un tipo de iglesia-institución puede seguir olvidando.
| X Pikaza
Introducción
La iglesia es un “cuerpo” místico. Por eso, todo lo que dice SJC del amor enamorado tiene que aplicarse y se aplica al “cuerpo social” de una iglesia que no “guarda ganado” (no es un cuerpo de guardianes), sino que es un campo abierto de amor enamorado, entendido en forma de mística “corporal” (social) en el sentido más hondo de la palabra.
Desde ese fondo ofrezco, este 14. 12 una visión fundamental de la iglesia del amor, en la línea de SJC. Lo hago de una forma básica, comentando los diez versos de estas dos estrofas. El lector interesado podrá aplicarlas a la experiencia y camino de la Iglesia.
CB: 28. Mi alma se ha empleado
Mi alma se ha empleado /y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado / ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
1. Mi alma se ha empleado… La Amante no ha buscado un empleo en el mercado laboral donde se compra y vende todo, sino que se ha dejado transformar “por la entrega que hizo al Amado de sí” (CB 28, 3). Un tipo de trabajador moderno ha tenido que vender su trabajo y su tiempo (y en el fondo su vida) para subsistir. En contra de eso, el alma enamorada no se vende, ni vende nada suyo, sino que se emplea y se aplica por amor, voluntariamente, para bien de su Amado (de sus amados, los hombres y mujeres con los que comparte su camino).
En general, los hombres actuales, que no tienen acceso directo a los trabajos de la tierra, en línea de agricultura de subsistencia, buscan un “empleo” (de implicare, implicarse), un trabajo estable dentro del gran sistema económico-social y/o de administración del Estado. En otro tiempo, un trabajo asalariado había parecido impropio de hombres libres (que vivían de sus tierras, y del trabajo de sus siervos). Pero en el tiempo de SJC los hombre y mujeres empezaban a definirse por su empleo… Pues bien, la Iglesia no tiene ni ofrece otro empleo que el del amor enamorado.
2. Y todo mi caudal en su servicio. El alma (=la persona) enamorada tiene un “caudal” de sentidos y potencias exteriores e interiores, con sus habilidades naturales y personales (CB 28, 4), y así las emplea para gozo del Amado: sus ojos para verle, sus labios para besarle, sus manos para acariciarle… Éste es el tesoro o capital que ella utiliza, entregándose al Amado, no para ofrecerle cosas, ni para conseguir ganancias exteriores, sino para hacerle feliz. Así actúa como sierva (al servicio del Amado), siendo al hacerlo totalmente libre, esto es, persona, dueña de sí, sin que nadie ni nada le obligue en un plano legal y laboral.
‒ La palabra caudal es un derivado de caput, cabeza (no de cauda, cola), y tiene el mismo sentido y origen que capital. Así, en principio significa aquello que resulta importante y abundoso, como el caudal de un río o como las águilas caudales. El capital de nuestro tiempo suele entenderse sólo como “dinero”. En contra de eso, el caudal o capital del alma enamorada es sólo su amor, al servicio del Amado (en quien se incluyen de algún modo todos los hombres de la tierra).
‒ Por su parte, la palabra servicio se relaciona con servus, siervo, y en principio alude a los trabajos que realizan los criados, a diferencia de los amos o señores que sólo efectuaban tareas libres (liberales), no serviles. Pero la modernidad ha superado esa distinción entre trabajos libres y serviles.. Todos somos servidores, unos de los otros… Pues bien, en la iglesia de Jesús no hay más servicio que el de amar a los demás.
3. Ya no guardo ganado. Guardan ganado los pastores, boyeros o cabreros, vaqueros y ovejeros, defendiendo el rebaño de fieras y ladrones, para obtener beneficios (leche, carne, dinero). Entre ellos había vivido la Amante (cf. CB 2). Pero, tras beber en la interior bodega del Amado, ha perdido sus haberes, de forma que se ha hecho perdidiza, como seguirá diciendo (cf. CB 29).
El mundo actual vive obsesionado por la cantidad de ganado (caudal-capital) y por la seguridad: ha logrado producir ingentes bienes materiales, creando así una gran división entre los hombres (los que tienen, los que no tienen), de manera que los dueños de “ganado” han de guardarlo y se defienden de ladrones, que desean los mismos tesoros y buscan la manera de lograrlos (por robo violento o por nuevo reparto del ganado). La economía y política mundial guarda en esa línea unos ganados que no son ya animales (rebaños de ovejas y vacas, de cabras o cerdos…), sino un Capital monetario (en gran parte “virtual”) al servicio de sí mismo. Pues bien, el alma enamorada no guarda ganado, no vive para poseer, ni se esfuerza por defender lo que tiene de asaltantes, cuatreros o ladrones de caballos. No le preocupa la ganancia entendida en forma de posesión particular de bienes exteriores, de forma que no necesita guardia militar o policía.
4. Ni ya tengo otro oficio. Un oficio (=opus) básico del mundo antiguo era guardar rebaños (de animales u hombres), con la ayuda de pastores, ejércitos y policías. Este sigue siendo un oficio principal de nuestro tiempo, a comienzos del siglo XXI: media humanidad parece atesorar “ganados” (bienes de consumo), guardándolos con técnicas de fuerza; y la otra mitad se afana en robarlos, en guerra sin fin, de deseos cruzados y odios crecidos.
En el campo socio-religioso existía ya en tiempo de SJC el “oficio” de la Inquisición, que se llamará después el Santo Oficio, para organizar, definir y “proteger” las verdades de la fe y buenas costumbres, conforme a un tipo de visión de la Iglesia. Hay en esa línea un opus Dei, oficio de Dios, que en tiempo de SJC se entendía en forma litúrgica (oficio divino de monjes) y administrativa (oficio divino de inquisidores y jerarcas de Iglesia, con gran poder). Pues bien, en contra de eso, la Amante de SJC dirá que ya no guarda ganado (cabras u ovejas), ni siquiera en un plano religioso, ni tiene oficio regulado o reglamentado desde fuera, por instituciones oficiales, pues sólo “en amor es su ejercicio”. Así aparece liberada para el amor, en gratuidad, sin lucha ni competencia contra otros.
5. Que ya sólo en amor es mi ejercicio. El mundo moderno se ejercita en muchas cosas, de una forma organizada, con la ayuda de una administración y policía capitalista. Hemos aprendido a producir y para ello el sistema económico-social ha unido a millones de personas, como en una inmensa fábrica de objetos de consumo, de manera que los mismos hombres y mujeres (en especial los pobres, miles de millones) se convierten en puro objeto de consumo, al servicio del capital (del “ganado”). Hemos aprendido a producir (y quizá a guardar lo producido, al servicio de algunos privilegiados), pero no sabemos ni queremos compartir lo que tenemos y menos lo que somos.
Hemos aprendido a organizarnos de un modo eficaz, pero nos cuesta avanzar en amor, más allá de las programaciones que pueden imponerse. En contra de eso, el alma enamorada sólo tiene un ejercicio o tarea, que es Dios, para amarse en él unos a otros, por encima de las coordenadas de poder de esta sociedad clasista (de oficios al servicio del “ganado”). Ejercitarse en amor, ése es el sentido y tarea de la Iglesia.
CB: 29. Pues ya si en el ejido…
Pues ya si en el ejido /de hoy más no fue vista ni hallada,
diréis que me he perdido; /que andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
1. Pues ya si en el ejido de hay más no fuere vista ni hallada… El ejido es “un lugar común donde la gente se suele juntar a tomar solaz y recreación y donde también los pastores apacientan sus ganados” (CB 29, 5). De ordinario se encuentra a la salida (exire, exitus, éxodo)del pueblo, como plaza exterior grande y abierta, con corrales de ganado y eras comunales, donde para trillar y limpia el trigo.
Pues bien, tras su experiencia radical de amor, retirada de un trabajo productivo, la “persona” enamorada viene allí, para decir a todos que ha salido de una iglesia de poder social, de autoridad política… Ya no quiere realizar trabajos de guarda de ganado, no quiere ser funcionaria de una iglesia de poder…Los creyentes/amantes de la iglesia de Jesús no van por el “ejido” pidiendo y buscando amores de poder, sino que se liberan para el amor gratuito. Ésta ha sido la experiencia más honda de SJC. Por un lado han querido expulsar (o ganar para su causa) los partidarios del Poder, para someterle a su estilo de trabajos y conventos. Pero, en un sentido mucho más profundo, él mismo quiere irse, buscando un exilio de amor, no sólo para él, sino para otras personas que quieran seguir su ejemplo.
2. Diréis que me he perdido. La Amante había encargado a los pastores que dijeran al Amado “que adolezco, peno y muero” (CB 2), poniéndose en camino sin esperar respuesta, como suponiendo que ellos no podrían hallar al Amado, ni transmitirle su encargo. Ahora, en cambio, ella vuelve, porque piensa que debe darles razón de su cambio: Quiere que los pastores y el resto de las gentes que vienen al ejido conozcan y transmitan su experiencia. Habla “con perfecta osadía y determinación…, no mirando a lo que dirán o qué parecerá”, sin vergüenza alguna” (CB 29, 8).
Algunos piensan que ella debería seguir en el ejido, donde pastores y vecinos programan los trabajos comunales. Pero ya no acude (¡no guarda ganado!). ¿No será una desertora? ¿No será una fugitiva que abandona sus deberes, para vivir a su capricho, sin compartir vida y tarea con otros? Es posible que le hayan acusado, que quieren exigirle que vuelva a los trabajos comunes. Pero ella no cambia, no se deja impresionar. Ha encontrado otro valor, ha iniciado otra experiencia (cf. perla del reino: Mt 13, 44-46) y deja (vende) todo aquello que tenía, no para abandonar a otros a su suerte, sino para iniciar y ofrecer para todos un camino de vida diferente.
3. Que andando enamorada me hice perdidiza y fue ganado. Así culmina la inversión laboral (social) y eclesial de la estrofa anterior, y así podemos conocer las consecuencias de aquello que ha pasado en la interior bodega (CB 26-27), donde la Amante ha quedado transformada, perdiéndose y dejándose ganar para una vida en amor. Al perderse a sí misma, lo ha perdido todo, para así encontrarlo (=encontrarse) de un modo más alto, como dice Pablo en Flp 1, 21-26: “todo lo consideré pérdida…” (cf. Mt 16, 25: “el que perdiere su vida ese la ganará”).
En este momento de transformación cesan por amor todos los negocios y consideraciones anteriores, no para que el hombre deje de trabajar y se destruya a sí mismo como humano (¡se suicide como especie!), sino para trabajar de un modo más alto, elevando su protesta contra los intereses de un mundo que sólo busca seguridades, que todo lo compra y vende, en comercio de cuerpos y almas, en trabajo dirigido al poder y dominio sobre los demás. Pues bien, en contra de eso, la Amante sólo busca el don y gozo del amor, siendo ganada sino por el Amado[1]:
Conclusión
La Amante se ha separado, según eso, del ejido, de la junta de pastores que administran el ganado, de manera que aparece como desertora; no la ven cuando miran, no la encuentran cuando buscan en los lugares donde se decide el orden violento de este mundo. En ese sentido, es una prófuga, pues abandona su puesto anterior, deja un vacío en los lugares de poder que frecuentaba, de tal forma que los mismos pastores que llevaban antes su mensaje “allá por las majadas al otero” (cf. CB 2), no pueden encontrarla.
¿No habrá traicionado a sus colegas pastora? La Amante responde que es todo lo contrario. Por eso vuelve y les confiesa su verdad, confiándoles su encargo, “diréis que me he perdido”.
(a) Antes de su encuentro de amor, ella les había encargado que dijeran al Amado, si le vieran por fortuna, “que adolezco, peno y muero” (CB 2); en cierto sentido, ella podía actuar así de por egoísmo, queriendo que los pastores la ayudaran.
(b) Ahora, tras el encuentro de amor, no les pide nada, sólo que digan que ha logrado aquello que anhelaba, a fin de que conozcan y puedan sumarse a su dicha, anunciando la ventura de su encuentro enamorado, más allá de los caminos sociales y eclesiales que van de las majadas al otero, sin atreverse a buscar de verdad, dejándose ganar por el Amado.
Ciertamente, no quiere transformar el mundo con sus obras (sus acciones exteriores), pues eso sería un gesto de poder, una señal de prepotencia, contraria a su decisión de amor, pero debe y quiere decir con su palabra y vida aquello que ha vivido, dando testimonio de su unión con el Amado (cf. CB 29,7-9), para que corra esta voz o buena nueva de renovación pascual. De esa forma se vuelve misionera del amor, como debieron hacerse las mujeres de la tumba vacío (cf. Mc 16, 1-8).
Ella no tiene más autoridad ni ministerio que su amor y el testimonio de su vida, un ministerio que para SJC es el más importante de la Iglesia, el más hondo, más transformador. Así quiere que todos conozcan la verdad de su nueva experiencia amorosa, ofreciendo su experiencia de amor. Así deben decir los que la escuchan que se ha perdido, que no sigue ya las costumbres honorables de su antiguo ejido (¡la Aldea Global de la Iglesia!), que se ha exilado de este mundo viejo. Ha dejado el orden social anterior, ha superado el nivel de las obras como tales, se ha hecho transgresora, y de esa forma se presenta y pronuncia su palabra como testimonio de evangelio[2].
Es significativo el tono profano de esta declaración por la que ella comunica su pérdida-ganancia en la misma calle, en el ejido, plazao campo comunal (las eras y majadas), donde proclama abiertamente su experiencia. Así anuncia su verdad, en la línea de Mt 16, 25: el que pierda su vida la ganará… De esa manera, las palabras más intensamente espirituales, más evangélicas (ganar y perder la vida), aparecen como testimonio de amor enamorado, en la plaza del mundo (ejido)[3].
NOTAS
[1] He desarrollad este motivo, con el riesgo de “suicidio” de la especia humana si no ama en Teodicea. Itinerarios del hombre a Dios,Sígueme, Salamanca 2014. En ese contexto confiesa la Amante su ruptura: no pide nada al mundo viejo de las gentes del ejido; no pone pleitos, no exige compensaciones, no busca seguridades, pues sólo le importa el amor y de esa forma “ni cansa ni se cansa” (Dichos de Amor. Beas 18).
[2] Ésta es la buena noticia de su vida, la pascua que SJC desea transmitir a sus compañeros del mismo Carmelo y de la Iglesia, haciéndoles testigos de su decisión. Sabe que no puede servirse a dos señores (cf. Mt 6, 24; citado en CB 29,10). Por eso ha optado por Dios, perdiendo al ser ganado. Éstos son los tres momentos de su testimonio. (1) Que andando enamorada. No es él quien ha dado el primer paso, ha salido a su encuentro el Amado y le ha hecho “andar enamorado”. (2) Me hice perdidiza. Él misma ha querido hacerse encontrar por Dios (cf. CB 29,10). (3) Y fui ganada. De esa forma ha culminado su camino, y ha ganado “dejándose ganar”, poniéndose en manos del Amado, para que él viva en su vida.
[3] En esa línea, esta mujer enamorada viene a presentarse como evangelista: ha descubierto el amor y lo proclama con su vida; ya no compite en el nivel de los trabajos por ganar, ni expandir externamente el poder de la Iglesia, sino sólo para amar, al servicio de todos. Más allá de los niveles anteriores, tanto sociales (producir, disputar por lo producido), como eclesiales (crear obras al servicio de la comunidad establecida), ha descubierto un gran campo de amor, ha iniciado un camino más alto de Vida, en la Vida de Dios, y en ella permanece.
Comentarios desactivados en Tuyo es todo esto, y todo es para ti
Juan de Yepes, hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, nació en Fontiveros (Ávila) en el año 1542. Tras una niñez llena de miseria, entró en 1563 en el Carmelo. En 1567, año de su ordenación sacerdotal, conoció a Teresa de Jesús en Medina del Campo y decidió seguirla en la fundación de la nueva familia del Carmelo. Fue primero carmelita descalzo en Duruelo, en 1568, y ocupó a continuación el cargo de maestro y formador.
En 1572 lo reclamó Teresa para confesor del monasterio de la Encarnación del que era priora. Fue perseguido y encerrado, entre diciembre de 1577 y agosto de 1578, en la cárcel conventual de Toledo, donde realizó una fuerte experiencia del sufrimiento y de la «noche oscura». Tras salir de la cárcel, se incorporó a la vida de la naciente Reforma y ocupó el cargo de superior en Segovia. Murió en Ubeda el 14 de diciembre de 1591. Fue canonizado por Benedicto XIII en 1726 y proclamado doctor de la Iglesia por Pío XI el 24 de agosto de 1926.
En la Fiesta del poeta enmorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo indecible.
La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:
“Buscando mi amores…
¡Oh cristalina fuente…!
Mi Amado las montañas…
La música callada
la soledad sonora
la cena que recrea y enamora”.
*
Cántico espiritual
***
“Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre.”
* Oración de alma enamorada
*
San Juan de la Cruz
***
Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con él, hablaba constantemente de él. Lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de él con pasión y con dotes de persuasión no comunes: «Ponderaban los que le oían, que así hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales». Gracias al don de la fe, los contenidos del misterio llegan a formar para el creyente un mundo vivo y real. El testigo anuncia lo que ha visto y oído, lo que ha contemplado, a semejanza de los profetas y de los apóstoles (cf. 1 Jn 1,1-2).
Como ellos, el santo posee el don de la palabra eficaz y penetrante; no sólo por la capacidad de expresar y comunicar su experiencia en símbolos y poesías transidos de belleza y lirismo, sino por la exquisitez sapiencial de sus dichos de luz y amor, por su propensión a hablar «palabras al corazón, bañadas en dulzor y amor», «de luz para el camino y de amor en el caminar».
La viveza y el realismo de la fe del doctor místico estriban en la referencia a los misterios centrales del cristianismo. Una persona contemporánea del santo afirma: «Entre los misterios que me parece tenía grande amor era al de la Santísima Trinidad y también al del Hijo de Dios humanado». Su fuente preferida para la contemplación de estos misterios era la Escritura, como tantas veces atestigua; en particular, el capítulo 17 del evangelio de san Juan, de cuyas palabras se hace eco: «Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).
Teólogo y místico, hizo del misterio trinitario y de los misterios del Verbo Encarnado el eje de la vida espiritual y el cántico de su poesía. Descubre a Dios en las obras de la creación y en los hechos de la historia, porque lo busca y acoge con fe desde lo más íntimo de su ser: «El Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca. Ahí le desea, ahí le adora».
¿Cómo consigue el místico español extraer de la fe cristiana toda esa riqueza de contenidos y de vida? Sencillamente, dejando que la fe evangélica despliegue todas sus capacidades de conversión, amor, confianza, entrega. El secreto de su riqueza y eficacia estriba en que la fe es la fuente de la vida teologal: fe, caridad, esperanza. «Estas tres virtudes teologales andan en uno».
Una de las aportaciones más valiosas de san Juan de la Cruz a la espiritualidad cristiana es la doctrina acerca del desarrollo de la vida teologal. En su magisterio escrito y oral centra su atención en la trilogía de la fe, la esperanza y el amor, que constituyen las actitudes originales de la existencia cristiana. En todas las fases del camino espiritual son siempre las virtudes teologales el eje de la comunicación de Dios con el hombre y de la respuesta del hombre a Dios.
La fe, unida a la caridad y a la esperanza, produce ese conocimiento íntimo y sabroso que llamamos experiencia o sentido de Dios, vida de fe, contemplación cristiana. Es algo que va más allá de la reflexión teológica o filosófica. Y la reciben de Dios, mediante el Espíritu, muchas almas sencillas y entregadas.
Al dedicar el Cántico espiritual a Ana de Jesús, anota el autor: «Aunque a Vuestra Reverencia le falte el ejercicio de teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística que se sabe por amor en que no solamente se saben, mas juntamente se gustan». Cristo se les revela como el Amado; aún más, como el que ama con anterioridad, como canta el poema de «El pastorcico» .
*
Carta apostólica Maestro en la fe,
en el IV centenario de la muerte de san Juan de la Cruz, 8-10.
***
“Fuera de su nativa España, San Juan de la Cruz nunca fue un santo muy popular. Su doctrina es considerada como “difícil”, y le exige a los demás la misma austeridad intransigente que él practicó durante su vida entera. Sin embargo, un estudio más ceñido a su doctrina…, probaría que San Juan de la Cruz poseía todo el equilibrio, la prudencia y la “discreción” que caracteriza a la más elevada santidad. No es un fanático aplicado a sobrecargar a sus subordinados con fardos insoportables que acabarían por reducirlos a ruinas morales y físicas. Las exigencias que formula son inflexibles en lo esencial pero flexibles en sus aspectos accidentales. Su único propósito consiste en situar al hombre entero, cuerpo y alma, bajo la guía del Espíritu de Dios. En la práctica, San Juan de la Cruz se opuso inexorablemente al formalismo y la inhumanidad de quienes comparaba con “herreros espirituales” que martillaban violentamente las almas de sus víctimas para hacerlas calzar en algún modelo convencional de perfección ascética. Sabía muy bien que este tipo de ascetismo era uno de los más defectuosos, porque a menudo era una manifestación de incorregible orgullo espiritual. La claridad y la lógica de este carmelita español, sumada a su insuperable y experimentado conocimiento de las cosas de Dios, lo sitúan de lejos como uno de los más grandes y más confiables de todos los teólogos místicos”.
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Del blog de Xabier Pikaza:
Celebra hoy la Iglesia Católica la memoria de San Juan de la Cruz, el más poderoso de los testigos del amor en la historia de occidente.
En esta postal (tomado de mi libro Amor de hombre, Dios enamorado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2004), quiero presentar su figura y comentar una estrofa de su Cántico Espiritual, para indicar que en el amor no hay pecado. Esto dice el hombre o mujer que ama:
Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal
Muchas veces he presentado en este blog a Jesús con los pecadores, y algunos lectores creyeron que decía que Jesús era pecador. Pero es todo lo contrario. Precisamente porque no tenía pecado Jesús podía (y debía) hacerse presente en amor entre los pecadores.
Quizá nadie con San Juan de la Cruz ha entendido este misterio y compromiso: vivir en amor, sin pecado; andar con los pecadores, sin juzgarles, vivir en la inocencia. Esto que dice SJC es el centro de la vida cristiana, el mensaje de Jesús. Éste debía ser el mensaje y ejemplo de la iglesia: vivir en inocencia de amor.
Con Juan de la Cruz quiero dejar a mis lectores este día. Presento primero la estrofa de bebida de amor, a vida sin pecado, en amor enamorado. Resume después, de un modo erudito, su vida y obra. Quien sólo se interese por la vida, lea sólo la primera parte; quien se interesa por la experiencia, lea la segunda.
1. En el amor no hay pecado CB 26).
En el Cántico Espiritual B, estrofa 26. En la interior bodega. Ignorancia de amor ha expuesto San Juan de la Cruz la experiencia más honda de una vida sin pecado, en inocencia «original»:
En la interior bodega de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, ya cosa no sabía y el ganado perdí que antes seguía.
Esta bebida transforma el entendimiento y juicio de la Amante, haciéndole olvidar lo que sabía (en un nivel de ley), de manera que ella puede saber-saborear el amor inocente, más allá del pecado
1. En la interior bodega.
Parece que hay siete bodegas y que ésta es la más honda, el amor más profundo (cf. Cant 2, 4), que transforma al hombre en Dios:
Y lo que Dios comunica al alma en esta estrecha junta es totalmente indecible y no se puede decir nada, así como del mismo Dios no se puede decir algo que sea como Él, porque el mismo Dios es el que se le comunica con admirable gloria de transformación de ella en Él, estando ambos en uno, como si dijéramos ahora: la vidriera con el rayo de sol, o el carbón con el fuego
(Coment 26, 4).
El amante queda así transfigurado en el calor y luz de Dios, renaciendo en el vino de Cristo. Esta es la eucaristía teológica, la embriaguez del hombre que nace y crece en la bodega del Amado, al interior del ser divino. En esa línea, los hombres y mujeres (re)nacen al amarse.
2. De mi Amado bebí.
Los hombres “beben de su Amado” (Dios), como los amantes se beben entre sí. Ciertamente, han nacido de unos padres (de una madre); ahora renacen de aquellos que les aman y en ellos viven y así se transforman unos en los otros.
Como la bebida se difunde y derrama por todos los miembros y venas del cuerpo, así se difunde esta comunicación de Dios sustancialmente en toda el alma o, por mejor decir, el alma se transforma en Dios, según la cual transformación bebe el alma de su Dios, según la sustancia de ella y según sus potencias espirituales; porque según el entendimiento bebe sabiduría y ciencia, y según la voluntad bebe amor suavísimo y según la memoria bebe recreación… (Coment 26, 5).
Este beber y transformarse en Dios es la eucaristía más honda, que no está hecha de celebraciones aisladas (en momentos especiales), sino de la misma vida de Dios en amor, sobre todas las exigencias moralistas. No nacemos ni vivimos para “merecer el cielo” por las obras buenas, sino para recibir y asumir el don de la vida, el mismo Dios, nuestro cielo.
3. Y cuando salía por toda aquesta vega ya cosa no sabía.
El conocimiento de Dios se vuelve olvido del mundo, como habían destacado los griegos, hablando de la embriaguez o manía religiosa y del río Leteo, hecho de aguas frías o fuego, donde los muertos olvidan lo viejo cuando pasan al mundo interior (inferior o superior) de lo divino:
Aquella bebida de altísima sabiduría de Dios que allí bebió le hace olvidar todas las cosas del mundo y le parece al alma que lo que ante sabía y aún lo que sabe todo el mundo, en comparación de aquel saber, es pura ignorancia… (El alma queda así informada de ciencia sobrenatural… ante la cual) todo el saber natural y político del mundo antes es no saber que saber
(Coment 26, 13).
4. Y el ganado perdí que antes seguía.
La amante era pastora acompañando y guardando su ganado. “Y de este ganado unos tienen más y otros menos…, hasta que, entregándose a beber en esta interior bodega, lo pierden todo, quedando (como habemos dicho) hechos todos en amor” (Coment 26, 19). Lógicamente, el alma que ha bebido de Dios y se ha embriagado se pierde al mundo viejo, como seguirán destacando las próximas estrofas (CB 27- 29.
Tanto Platón como Filón, judío alejandrino (Vida contemplativa), habían comparado el conocimiento de Dios con una embriaguez. También la amante de SJC ha entrado en la bodega de ebriedad o entusiasmo de amor, que en-ajena al hombre, quedando fuera de sí, en el éxtasis más hondo. Por eso, cuando sale “por toda aquesta vega” de las leyes racionales, programadas de un modo “político”, el hombre enamorado siente y dice que ya no sabe nada.
“La sabiduría de los hombres y de todo el mundo es pura ignorancia”, porque “las mismas ciencias naturales y las mismas obras que Dios hace, delante de lo que es saber a Dios es como no saber, porque donde no se sabe a Dios no se sabe nada” (Coment 26, 13).
En este contexto ha presentado SJC la exigencia de superar una lógica de mundo o de sistema, donde cada cosa se demuestra a partir de lo anterior, en un conjunto bien organizado, en un nivel de juicio.
Aquel endiosamiento y levantamiento de mente en Dios en que queda el alma como robada y embebida en amor, toda hecha en Dios, no la deja advertir a cosa alguna del mundo, porque no sólo de todas las cosas, más aún de sí queda enajenada y aniquilada, como resumida y resuelta en amor, que consiste en pasar de sí al Amado… Está el alma en este punto en cierta manera como Adán en la inocencia, que no sabía qué cosa era mal, porque está tan inocente
que no entiende el mal, ni cosa juzga a mal,
y oirá cosas muy malas y las verá con sus ojos
y no podrá entender que lo son, porque no tiene en sí hábito de mal por donde lo juzgar, habiéndole Dios raído los hábitos imperfectos y la ignorancia (… del pecado) con el hábito perfecto de la verdadera sabiduría (Coment 26, 14).
La hermosura y fuerza del amor pone a la Amante en contemplación directa del Amado, sobre todo conocimiento particular, sobre todo interés, en amor puro y total, de manera que podemos hablar de una experiencia de sublimidad. Por eso, la Amante se encuentra más allá del bien y del mal, no en indiferencia, como si todo le diera lo mismo, sino en sobreabundancia bondadosa, conforme a la palabra de Jesús: “no juzguéis, perdonad…” (Cf. Mt 7, 1).
. APÉNDICE: San Juan de la Cruz (=SJC(, poeta de amor. Vida y obra
Nace en 1542, Fontiveros (Avila), de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez. Queda pronto huérfano de padre. Su madre, tejedora de oficio, sin protección familiar ni dinero, busca trabajo en Arévalo (1548) y Medina del Campo (1551), rica ciudad de Castilla. SJC conoce la estrechez y pobreza rigurosa de los pobres de su tiempo.
1559–1563:
Trabaja en el hospital de infecciosos (de enfermedades venéreas) de Medina, entrando así en contacto con la miseria y dureza de la vida. Al mismo tiempo cursa humanidades en el Colegio de la Compañía de Jesús, uno de los centros más prestigiosos de cultura humanista y literaria de su tiempo. Conoce a los clásicos latinos, se familiariza con la poesía renacentista.
1563-1968:
Ingresa en la Orden de los Carmelitas, en Medina (1963), con el nombre de Juan de San Matías. Estudia en la Universidad Salamanca, donde es delegado de estudiantes, interesándose por la espiritualidad y teología bíblica más que por la escolástica. Abandona la Universidad sin acabar los estudios. Se ordena presbítero (1567) y encuentra a Teresa de Jesús.
1568-1877:
Inicia la Reforma del Carmelo masculino en Duruelo y Mancera, junto a Peñaranda (Salamanca), siendo maestro de novicios y rector en Alcalá de Henares. De 1572 a 1577 es Confesor del Monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús es superiora. Realiza una intensa función de maestro y director espiritual, especialmente de religiosas.
1577-1578:
Acusado de falta de obediencia contra la Orden de los Carmelitas (Calzados) y contra la Iglesia, es recluido en una cárcel conventual de Toledo, de donde se evade a los ocho meses. Vive allí sus más hondas experiencias de amor en soledad y las recoge en sus poemas, especialmente en el Cántico Espiritual, que expresan su madurez personal y le permiten realizar su tarea de maestro de almas.
1578-1591:
Como Prior o Rector de los conventos de Jaén, Baeza, Granada y Segovia y como Definidor de los Descalzos, viaja por las dos castillas, Andalucía y Portugal. Comenta sus poemas y escribe tres libros de iniciación y dirección espiritual. (1) Subida al Monte Carmelo y Noche Oscura (básicamente de 1578 a 1582), que pueden tomarse como dos obras o dos partes de una misma obra. (2) Cántico Espiritual, con dos redacciones: la primera, CA, de 39 estrofas (1584); la segunda, CB, de 40 estrofas (1585-1586) que aquí comentaremos. (3) Llama de amor viva, fue redactada al mismo tiempo que CB (entre 1585-1586); de ella se conservan también dos versiones (LA y LB), realizadas por el mismo SJC.
1591:
Culminada básicamente su producción literaria en 1586, tras haber realizado una obra muy intensa de dirección espiritual y de organización de la Reforma del Carmelo, SJC cae en desgracia ante las nuevas autoridades de la Orden, siendo relegado por los superiores. Quieren destinarle para la fundación de México. Muere en Úbeda (Jaén), el 14 de diciembre de 1591, a los 49 años, pidiendo que lean en su lecho de agonía el Cantar de los Cantares.
Podrían destacarse algunas fechas y datos: hospital de infecciosos, universidad de Salamanca, colaboración con Teresa de Jesús, cárcel en Toledo, organización de la Reforma del Carmelo, dirección espiritual… Viajó mucho, pero fue hombre de acción interior más que exterior, de contacto personal más que de organización. Murió casi fracasado: la Reforma del Carmelo masculino que él había iniciado e impulsado parecía tomar otros caminos de institución y ascesis; pero quedó su testimonio y, sobre todo, quedaron sus libros.
Los libros de San Juan de la Cruz nacieron de su experiencia personal y de su contacto con personas a quienes dirigía y, en general, son un comentario de sus versos. Había escrito y divulgado también otros poemas significativos, por su contenido teológico o espiritual (Romance de la Trinidad, El Pastorcico, La Fonte, Super Flumina Babylonis); pero sólo comentó por escrito tres de ellos, porque le parecían más significativos o porque así se lo pidieron las personas de su entorno:
* La Subida y La Noche empiezan siendo comentarios paralelos de las ocho estrofas del poema En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada… Pero en un caso y en otro, SJC olvida pronto los versos y escribe de hecho un tratado (en dos partes o dos libros) sobre el proceso de purificación de aquellos que quieren encontrar a Dios, esto es, ascender (ser elevados) hasta su presencia.
* El Cántico Espiritual comenta las 39 (CA) o las 40 (CB) estrofas del poema del mismo nombre, donde SJC ofrece una versión nueva del Cantar de los Cantares de la Biblia, en la que se expresa como poeta y analista, creador y hermeneuta del amor enamorado. Siguen influyendo en esta obra las negaciones de Subida y Noche, pero ellas son ahora un presupuesto o medio. Lo que importa es el encuentro de amor.
* La Llama de Amor Viva, que expone y comenta cuatro canciones que empiezan Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres…, es la obra teológicamente más honda de SJC y en ella muestra que al fin sólo importa y queda Dios, como fuego interior que consume y consuma la vida de los hombres. Desaparecen las restantes referencias: no hacen falta purificaciones ni caminos largos. El fuego de Dios lo llena todo.
Estos son los libros. Parecen escritos al azar y, sin embargo, ofrecen una poderosa visión de conjunto de la experiencia de un hombre que ha visto el amor de Dios en la experiencia del amor humano. SJC es poeta de ese amor. Pero, siendo poeta, es también hermeneuta: no sólo dice y despliega en amor su experiencia, sino que la interpreta, desde su visión del cristianismo (de la Biblia) y la cultura de su tiempo. Vive en una época de crisis humana y religiosa, al interior de la gran aventura imperial y colonial de la corona española. Pero esa aventura no le importa, ni tampoco las luchas de católicos contra protestantes, ni la gloria externa de la Iglesia católica. Sólo le importa una cosa: que hombres y mujeres aprendan a querer a Dios y que se quieran.
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Interesante libro y entrevista…
“En España, y en la Iglesia católica, se ha tenido mucho miedo a la mística”
“Mucha gente, estos días, ha buscado una luz interior, no pensar… pensamos demasiado, y esos pensamientos nos torturan. Y cuando estás encerrado en una habitación es peor. El místico, o bien se santifica, o bien se vuelve loco”
“Todo lo que nos conduce al silencio es bueno. En un mundo como el nuestro, donde hay tanto ruido, hace falta estar en silencio un rato. Si Jesús dice que el Reino de los cielos está dentro de nosotros, si haces silencio en tu vida te estás encontrando con Dios, como sea”
‘La noche enamorada de San Juan de la Cruz‘, es la última novela de Pedro Miguel Lamet, sj., publicada, con éxito, en Mensajero. En ella, nos relata una frustrada historia de amor que tiene como involuntario protagonista al místico, y que se ha revelado muy oportuna en estos tiempos raros de coronavirus y confinamiento.
Lamet ha vivido el confinamiento “en comunidad, en una comunidad bastante longeva (media de 80 años), y hemos sobrevivido todos”. ¿Recuerdas una situación similar?, le preguntamos “Nada, ni siquiera la guerra, que es una cosa muy triste. Yo no viví la guerra, pero la situación es de ciencia ficción, es algo tan nuevo que lo ves en una peli y no te lo crees…. Son unos ejercicios espirituales obligados”.
¿Eso lo habéis notado?
Aquí hay dos posibilidades. Una es alimentar la esperanza y otra es desesperarse, muy humanas las dos. La gente ha salido como de un internado, por eso hay tanto problema con la desconfinación.
San Juan de la Cruz podría decirnos muchas cosas sobre el confinamiento. ¿Podemos entroncar al protagonista de la novela con lo que nos ha pasado?
Claro que sí, y de forma muy directa. Es uno de los pocos personajes de la historia de la mística que coincide con la idea de la nada, el vacío, lo profundo. El gran descubrimiento de San Juan de la Cruz es que hay que pasar por un desasimiento, a través del vacío, para llegar al todo. Coincide con las búsquedas del zen o el yoga, que exigen olvidarse de todo. Mucha gente, estos días, ha buscado una luz interior, no pensar… pensamos demasiado, y esos pensamientos nos torturan. Y cuando estás encerrado en una habitación es peor. El místico, o bien se santifica, o bien se vuelve loco.
Juan de la Cruz tiene una faceta increíble, que a la vez es enormemente sensual, colorista, poeta, y eso parece una contradicción (ser tan asceta y el Cántico espiritual es un canto de amor, es el cantar de los cantares llevado a la lírica)
¿Qué nos cuentas en esta novela?
Yo ya trabajé en esta novela hace diez años (salió como El Místico). Juan de la Cruz sigue teniendo una vigencia tremenda, y era una oportunidad volverlo a sacar. La historia narra el hecho de un mercader y poeta en Segovia, que se enamora de Ana de Peñalosa, una mujer viuda que le rechaza porque ha sido seducida espiritualmente por San juan de la Cruz. El poeta va por toda España, buscando las razones de este frailecito. Es un camino iniciático por los lugares de la vida del santo.
Hay muchos místicos en esa época…
Santa Teresa aparece en la novela, y toda la España de los alumbrados… El mejor poema de San Juan de la Cruz, el Cántico Espiritual, no salió hasta diez años después de su muerte, porque la Inquisición no lo quería permitir, aunque se hicieron copias a mano y estaban en todos los conventos.
Una época muy complicada, por la reforma, en la que cualquier cosa podía resultar sospechosa…
En la época de la persecución de los luteranos, empiezan a venir a España, y Felipe II les ataca muy duramente. Hay reflejos en la novela de una mujer perseguida por la Inquisición… la historia del amor humano. Confronto el amor humano y el amor divino como parte de un mismo amor.
En España, y en la Iglesia católica, se ha tenido mucho miedo a la mística (…). Una de las cosas por la que Juan de la Cruz tiene una gran actualidad, es que hoy día la gente está dando un salto a la mística, ‘en calderilla’, con el mindfulness, el yoga… algunas relajaciones durante el día. La gente va buscando encontrarse con Dios por libre.
¿Eso es bueno o es malo, sobre todo recordando documentos como el último de la CEE, en el que arremete contra estas prácticas?
Ana María Schlutter, muchos religiosos son considerados maestros zen, muchos jesuitas, el mismo Masiá…. Todo lo que nos conduce al silencio es bueno. En un mundo como el nuestro, donde hay tanto ruido, hace falta estar en silencio un rato. Si Jesús dice que el Reino de los cielos está dentro de nosotros, si haces silencio en tu vida te estás encontrando con Dios, como sea. Y una persona que no ha conocido a Jesucristo… cualquier tipo de oración, o concentración, es buena y es un camino. Igual no llegas a la comunión perfecta, pero hay que caminar andando.
¿Este coronavirus ha servido para algo? Da la sensación de que tras el confinamiento todos salimos corriendo y nos hemos olvidado… ¿ No íbamos a salir mejores?
Esto ha sido como unos ejercicios espirituales obligatorios, que se toman bien o mal. Y luego está el síndrome del internado. El niño que sale del internado tarifando, y buscando irse a la discoteca o de botellón. Y eso es lo que está pasando. Yo creo que algo nos queda: no digo que el miedo sea bueno, pero cierta mieditis nos resitúa en la vida. El coronavirus está ahí, y eso supone una relativización. Nos relativiza lo que teníamos, el tabú, lo más maravilloso era el placer, divertirnos, salir de casa… Llega un momento en que dices, cuidado, primero está la salud. Relativizas muchas cosas. Gente muy querida que ha muerto, médicos… esto de la vida, ¿qué es? Esa pregunta se la ha hecho la gente.
Una de las cosas que llaman la atención es que se desprecia a los monjes y monja de clausura, porque no aportan a la sociedad. Pero son baterías energéticas en medio del mundo irradiando silencio, paz y alegría. En conjunto, esos espacios de silencio en el mundo, son como grandes pilas, y al mismo tiempo armonía, porque el ser humano se realiza en la paz, no en el estrés.
¿Qué nos puede aportar el mensaje de san Juan de la Cruz para la sociedad postcoronavirus?
Un sentido profundo de la libertad. Juan de la Cruz lo pasa fatal con sus hermanos, es encarcelado en Toledo, tiene que escaparse por un ventanuco. Escribió el Cántico en un retrete. Hasta el final de su vida, incluso es aparcado pro Teresa, que lo deja un poco orillado. El se queda totalmente despreciado por sus superiores cuando muere en Úbeda. Sin embargo nunca pierde la libertad interior. Hay una parcela dentro de nosotros que nadie nos puede arrebatar, es la libertad interior. Estemos en casa, fuera, leyendo, trabajando a distancia, si tienes libertad interior y puedes conectar con lo profundo de ti y sentirte bien, estás bien. Eso es comparable a lo de San Ignacio cuando en los ejercicios llega a la conclusión de que lo importante es que yo ame. Y esa es la razón de mi vida: si soy libre en ser amor me estoy realizando.
Una de las cosas que llaman la atención es que se desprecia a los monjes y monja de clausura, porque no aportan a la sociedad. Pero son baterías energéticas en medio del mundo irradiando silencio, paz y alegría. En conjunto, esos espacios de silencio en el mundo, son como grandes pilas, y al mismo tiempo armonía, porque el ser humano se realiza en la paz, no en el estrés.
¿Se le ha hecho justicia a San Jan de la Cruz en España?
Popularmente no, pero intelectualmente sí. Los poetas laicos, agnósticos incluso, dicen que es el mejor poeta en lengua castellana. Los auténticos buscadores de Dios, desde el punto de vista ecuménico, están profundizando en el diálogo interreligioso, piensan que es un adelantado y que a través de san Juan de la Cruz pueden contactar. Esto hace que se abra una vía nueva que está en San Juan de la Cruz, la vía mística. Yo prefiero la vía mística a la vía teológica. Los teólogos razonan y parcelan, dejan de sentir. Karl Rahner dictaba. Dicen que lo mejor de Rahner era cuando estaba tumbado y se inspiraba: la teología con sabiduría interior. Hay un déficit místico. Este debería ser el siglo de la mística….
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–“Paz a vosotros.”
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.”
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-“Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.”
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-“Hemos visto al Señor.”
Pero él les contestó:
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.”
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomas con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-“Paz a vosotros.”
Luego dijo a Tomás:
-“Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”
Contestó Tomás:
-“¡Señor mío y Dios mío!“
Jesús le dijo:
-“¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.”
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
*
Juan 20,19-31
***
En el evangelio de hoy encontramos un cenáculo y una puerta cerrada. Una puerta cerrada por temor a alguien es una historia de todos los días, anticipada en el siervo de la parábola que entierro el talento por miedo a perderlo. Afortunadamente, al Señor no le importan nada nuestros cerrojos, y entra y sale como quiere su caridad. Camina o se detiene, trabaja y descansa, habla o se calla, sin que le importen nuestros temores. El Señor muestra que no se ofende por la incredulidad de Tomás, incluso la convierte en un argumento para nuestra fe. No es verdad que al Señor le disgusten ciertas resistencias. Cuando se trata de resistencias razonables, cuando el hombre obra con lealtad, con honestidad, como un hombre que, antes de fiarse de otro, prueba si puede hacerlo por sí solo, entonces el Señor no puede estar descontento. Basta con profundizar un poco en el episodio de Tomás.
Es cierto que este último se mostró reservado y reacio y que, antes de exclamar «¡Señor mío y Dios mío!», quiso asegurarse con la pequeña garantía que ofrecen los sentidos, pero añora el Señor sabe que puede contar con él más que con los otros, que ese grito es un credo que continuará también ante el martirio. Los tipos como Tomás tardan algo en arrodillarse, pero cuando lo hacen se arrodillan de verdad, cuando aman lo hacen de verdad. Cuando Tomás se ofrece, es un hombre el que se ofrece. Y si ofrece a Cristo su propio corazón, es un corazón de hombre el que le ofrece. Y si inclina su cabeza ante él, es una cabeza de hombre la que se inclina. De este modo comienza la adoración «en espíritu y en verdad» (P. Mazzolari, La parola che non passa, Vicenza 1984, pp. 138s, passim
Comentarios desactivados en Concilium 383. San Valentín, amor queer
Tiene buena pinta este número de la revista teológica Concilium que nos recomienda Xabier Pikaza en su blog:
Jesús: Amor por ínsulas extrañas
Si algo fue Jesús, fue un amor “por ínsulas extrañas”, como decía Juan de la Cruz, amor de hombre por todos los hombre, amor queer. No vino a confirmar ninguna regla, sino a subvertir las leyes del templo y escribas, pues “al principio no era así” (Mt 19, 8). Encontró y sembró amor entre leprosos y excluidos, cojos, mancos, ciegos, centuriones, publicanos, prostituidas, eunucos… Fue un amor en y con ellos, de manera que su iglesia puede y debe llamarse cuerpo queer.
En esa línea recordamos hoy (14.2.20) a San Valentín, obispo de amor queer. El amor era en su tiempo (hacia el III d.C.) un asunto muy legal, reglado por normas imperiales, al servicio del “status”, desde la perspectiva del dinero, en un momento en que únicamente los ricos podían casarse de verdad. Rompiendo esa ley que condenaba al no-amor a muchos pobres (especialmente mujeres), Valentín (obispo real o simbólico de Terracina, en Italia, donde estuve una vez para “honrarle”), quiso que hombres y mujeres pudieran amarse en libertad, gratuitamente, sin necesidad de avales económico-sociales, y así les ofreció dinero y medios para que pudieran “casarse”(hacer casa) como vieran, pudieran y quisieran, en amor.
Demos un salto en los siglos. Actualmente (siglo XXI) el tema no es si es bueno o no es bueno el amor queer en abstracto, sino que hay personas queer (un número significativo)… y que no sólo tienen derecho a amar, sino que están invitados por Jesús a entrar los primeros en el reino del amor (los publicanos os precederán…). Y sobre ellas trata este número extraordinario de Concilium 383, que recomiendo a todos mis lectores.
En esa línea quiero afirmar, en la línea de San Juan de la Cruz, que todo amor es queer, tal como él lo define en el Cántico Espiritual estrofa 14 (siguiendo al Cantar de los Cantares). Todo amor es transgresión, es único y distinto, es queer, sobre todas las leyes. Ciertamente, en un segundo momento, el amor puede reglarse de algún modo, pero no para apagarlo, sino para que brille y arda con más potencia.
Escuchen y sientan el comentario que hago delos versos del Cántico Espiritual 14, precedidos quizá por la palabra de San Agustín, entendida en sentido radical: Ama y haz lo que quieras, ama y atrévete a vivir en libertad, diciendo y sintiendo: Mi Amado, mi Amor las montañas / los valles solitarios nemorosos/ las ínsulas extrañas / los ríos sonorosos/ el silbo de los aires amorosos. Por montes y valles, ínsulas y ríos, escucha y sigue la voz del Amor que te está llamando:
Mi amado/amor… las montañas. Descubrir el amor es escalar la montaña de la vida. Negarse a caminar sin más en la llanura de las vacas, es subir, per vias caprarum (por el camino escarpado de las cabras o los corzos) como decía Huarte de San Juan, el primer psicólogo hispano (vasco de Iparralde*). Quien no haya sentido el impulso de subir y arriesgarse a la montaña del amor no sabrá jamás lo que es la vida. Por eso hay que decir que el amor es queer, contra-corriente.
Mi amado/amor… los valles solitarios, nemorosos. El amor es escalada personal, subir a la montaña para encontrarse allí con él o ella. Pero al mismo tiempo es el descenso aún más arriesgado; bajar al valle y verle allí, verse y gozarse (gocémonos, amado, dirá Juan de la Cruz). Ésa es la única soledad verdadera, soledad a dos, para encontrarse cada uno a sí mismo en el misterio de la vida, en cuerpo y alma. Ese valle de amor es “nemoroso” es el misterio o paraíso original, que todos tienen/tenemos derecho a encontrar, antes de toda ley o norma externa, por principio de Dios, en el valle de la vida húmeda, salada, temblorosa…
Mi amado/amor… las ínsulas extrañas. Todos los legalistas del amor, desde Hammurabi a muchos eclesiásticos cristianos, musulmanes o neo-liberales del siglo XXI se han esforzado por “colonizar” el amor, poniéndolo al servicio de otras cosas (de un Estado, de Iglesia o Capital…). Pero el amor debe transitar siempre por ínsulas extrañas (como repite Juan de la Cruz también en otra estrofa del Cántico, hablando de aquella que va por ínsulas extrañas, al otro lado de la noche). El amor no es recorrer lo ya sabido, lo bien reglamentado, conforme a derecho… En sentido originario, el amor es lo “torcido”, lo queer, las islas extrañas que cada uno ha de arriesgarse a recorrer, como quiere Jesús y por eso llama a los cojos-mancos-ciegos-prostitutas-eunucos… En ese sentido, el amor es siempre queer.
Mi amado/amor… los ríos sonorosos. El amor es también la inundación del agua potente, que desciende irresistible por los riscos de montaña, para todo, como voz que ensordece y acalla todas las restantes voces. Cuando se descubre y se vive así el fragor del río de amor quedan en suspenso (no pueden escucharse) otras voces y leyes, ni de Estado ni de Iglesia. Ese amor fragoroso-sonoroso es lo primero, primero, la palabra-espíritu de Dios en nuestra vida, y así podemos confesar que “somos”: Soy amado y amo, luego existo, somos dos o más en compañía. Sólo en un segundo momento, cuando nos sentemos, podremos pensar en algún tipo de leyes, es decir, de pactos de amor, no para acallar el agua de su voy, sino para mantenerla siempre viva.
Mi amado/amor… el Silbo de los aires amorosos. Tras el fuerte fragor del agua que acalle todas las restantes voces viene el “silbo” amoroso, esto es, el canto enamorado, la música callada, el temblor de estrellas al amanecer… El mismo Dios (la Vida de nuestra vida) nos está silbando/llamado en amor. Ésta es la inspiración suprema, la más honda revelación de lo que somos.
Este es el principio de todo amor queer, es decir, de todo amor… Muchos “escribas” de Estado o Iglesia, de Capitalismo o Comunismo, tienen miedo al amor, y por eso han querido y quieren regularlo, para que los hombres y mujeres sean todos iguales (como vacas por el llano prado amurallado)…, no como cabras monteses (que decía Huarte de San Juan), no como el ciervo enamorado que salta por los altos montes, desciende a los valles, se pierda y encuentra en las ínsulas extrañas…
Ese ciervo enamorado (vulnerado y curado de amor) del que habla San Juan de la Cruz es el protagonista de esta fiesta de San Valentín 2020, el protagonista queer de Concilium 383, que hoy invito a leer a mis lectores.
***
Concilium 383: Teologías queer: devenir el cuerpo queer de Cristo
Stefanie Knauss y Carlos Mendoza-Álvarez: Editorial
Las teologías queer se inspiran en el análisis crítico de la teoría queer, que emergió a finales del siglo XX a partir de las experiencias de sujetos y subjetividades que son marginadas por su sexualidad no normativa (gais, lesbianas, bisexuales) o su identidad de género (transexuales, intersexuales, no binarios).
Partiendo de experiencias personales de exclusión dentro de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, este número de la revista Concilium nos introduce en todas las cuestiones y perspectivas necesarias para que la teología ayude a la Iglesia a «hacerse» realmente el Cuerpo de Cristo inclusivo de todos los cuerpos martirizados por tener «diferencias» que son tan «naturales» como las hegemónicamente sostenidas por la tradición cultural y religiosa.
Fundamentos
1.1. André S. Musskopf: Tan queer como sea posible
1.2. Susannah Cornwall: Perspectivas teológicas constructivas: ¿Qué es la teología queer?
Experiencias
1.3. Murph Murphy: Queer es Dios
1.4. Paul Uchechukwu: La voluntad de Dios
1.5. Lukas Avendaño: Carta de un indio remiso
Teologías
1.6. Gwynn Kessler: «Queerizar» la teología judía en las parábolas
1.7. Carmenmargarita Sánchez de Léon: Los múltiples cuerpos de Jesús
1.8. Sharon A. Bong: Eclesiología: Hacerse el cuerpo queer, poscolonial y (eco)feminista de Cristo en Asia
1.9. Nontando Hadebe: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret? –Ven y verás». Invitación a un diálogo entre teorías queer y teologías africanas
1.10. Ángel F. Méndez-Montoya: El amor en los últimos tiempos: La inscripción escatológica en cuerpos afines a un deseo infinitamente cuir
1.11. Marilú Rojas Salazar: Liturgia queer
1.12. Gerald O. West y Charlene van der Welt: Un (comienzo) queer de la Biblia
1.13. Shanon Shah: Teologías musulmanas queer
2. FORO TEOLÓGICO:
2.1. Conrado Zepeda Miramontes: Los exilios en la aldea global y la compasión política
2.2. Reynaldo D. Raluto: El imperativo de la reforestación a la luz de la lucha contra el cambio climático en Asia
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* Iparralde: En euskera o lengua vasca, Iparralde significa lado norte y se refiere a la zona del País Vasco que pertenece a Francia, siendo Hegoalde -lado sur- la perteneciente a España.
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