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Obispos poco realistas

Sábado, 17 de septiembre de 2016
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documento-de-los-obispos-espanoles(José Sánchez Luque del Foro Diamantino).- En estos meses se divulgará el último documento publicado por los obispos españoles: Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo. Pretendo señalar algunos de sus aspectos mejorables desde la teología progresista del siglo XXI.

Les recuerdo unas luminosas palabras de Guillermo Rovirosa, fundador de la HOAC, en una carta que escribió a un seminarista catalán y con las que, en el pasado mes de julio, iniciábamos en Salamanca el Curso de Verano de la HOAC:

“La gran dificultad para el contacto de un sacerdote y un obrero es establecer el diálogo sobre el tema religioso. Pues resulta que el obrero (o el laico) solo sabe hablar en el lenguaje habitual de la vida ordinaria, y el cura (o el obispo) solo sabe hablar el lenguaje eclesiástico. Y para que los dos se entiendan es necesario, en primer lugar que hablen un lenguaje común. En caso contrario se llega necesariamente a un diálogo de sordos… La solución a este problema es que el cura (o el obispo) aprendan a hablar el lenguaje ordinario… El Nuevo Testamento nos ayuda a reencontrar el lenguaje perdido”.

Estamos llamados a descubrir una nueva forma de hacer teología. Nuestro lenguaje sobre Dios no puede ser atemporal y alejado de la realidad. Una parábola de Buda de hace ya 2.500 años nos da que pensar: Una persona recibió un flechazo mientras atravesaba un bosque. Cuando sus amigos quisieron ayudarle, no permitió que le quitaran la flecha hasta saber quién había disparado, su nombre, edad, pueblo… e insistió en saber si las plumas de la flecha eran de buitre, cigüeña o halcón.

Esta parábola era una crítica mordaz de Buda contra la teología de los brahanes de su tiempo y sus abstractas especulaciones metafísicas que no tenían ninguna importancia en la praxis. Buda llamó a todos a que respondieran al sufrimiento humano con compasión y misericordia, y sin demora. Hace unos días me encontré en Madrid con un obispo amigo y le pregunté su opinión sobre el documento que comentamos. Me decía que lo veía en un lenguaje demasiado técnico e incomprensible. Alejado de la realidad concreta. Al lado de los escritos del papa Francisco, tan realistas y catequéticos, la instrucción de nuestros obispos se nos cae de las manos, me aseguraba el obispo.

Cuando la casa está ardiendo solo tenemos tiempo para salvar lo esencial. Cuando la humanidad y la naturaleza se encuentran en una crisis profunda, e inmersas en la desigualdad y la exclusión, necesitamos elaborar teologías que aborden la situación de la crisis de la humanidad y de la creación. Nos dice el papa Francisco que el llanto de la naturaleza está ligado al llanto de los pobres. Puede ser apasionante discutir sobre el arrianismo, el docetismo, el adoptionismo, el dogma de Cristo, el gnosticismo, el Jesús histórico y el Cristo de la fe, los métodos histórico-críticos en el estudio de la Biblia, lo misterios helenistas, el uno en lo múltiple (del Cusano o de Melloni) o la ciencia de las religiones.

Pero todas estas preocupaciones doctrinales han de pasar a segundo plano ante la magnitud de los problemas que afronta la humanidad: desigualdad, exclusión, violación de los derechos humanos y los derechos de la madre Tierra, los problemas medio ambientales, la tercera guerra mundial a trozos (como dice Francisco), el hambre, el terrorismo, etc. Desgraciadamente gran parte de la teología actual evade estos temas.

Una teología que se limita a explicar e interpretar aspectos doctrinales del cristianismo no sirve a la humanidad. Necesitamos volver la mirada al mundo e intentar responder a aquellas cuestiones cruciales de los seres humanos. Hay que mojarse… Existe un abismo entre la llamada teología clásica y la experiencia real cotidiana de la vida y de las luchas que implica. ¡Superemos las teologías de escritorio!, nos recomienda Francisco.

Dios se ha identificado con la humanidad (“El Verbo se ha hecho carne”). Exilar a Dios y al prójimo del horizonte de la economía, de la política y de lo social constituye el mayor desafío para la teología actual. Les recordaba la parábola de Buda. Quinientos años después de Buda, Jesús se identificó con la humanidad sufriente. Nos habló de un Dios que es Padre/Madre, que está profundamente implicado en la vida de los seres humanos y en sus sufrimientos.

Tenemos un gran mensaje de esperanza para “continuar el camino abierto por Jesús” como bellamente nos dice el teólogo José Antonio Pagola. Un camino que consiste en llevar a la práctica el programa del Nazareno que nos propone el capítulo 4, 16-21 del Evangelio de Lucas. Texto que leemos todos los años en la llamada Misa Crismal en Semana Santa y al que nuestros obispos parece que les tienen miedo a explicarlo y aterrizarlo. Parece que les cuesta trabajo ser contraculturales como lo fue Jesús según nos dice la carta a los Filipenses 2, 5-9 y que también se lee en la citada Misa.

Necesitamos una teología sensible al problema de las desigualdades existentes en nuestro mundo y en nuestro país. Sensible a la exclusión que tantas muertes ocasiona. Tenemos la tarea de desacralizar “el becerro de oro” del mercado libre, de una economía neoliberal que mata, que produce incontables muertes como nos dice Francisco. La teología ha de intentar constantemente entretejer la cuestión de Dios con los graves problemas que afligen a la humanidad.

Nuestra teología no puede ser un entretenimiento intelectual al que no le afectan las urgencias de la humanidad. Ya es hora de que superemos la consabida definición que ve a la teología como la ciencia que nos plantea unos problemas que a nadie le interesan. La teología europea no tiene futuro a menos que esté dispuesta a entrar en diálogo con las nuevas teologías que emergen sobre todo en los países del tercer mundo. No podemos seguir, como denunciaba Jesús, “colando el mosquito y tragándonos el camello”.

Fuente Religión Digital

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“La preocupante teología intemporal de nuestros obispos”, por José Mª Castillo

Jueves, 21 de julio de 2016
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relojes-blandosHace unos días, se ha hecho público un documento de la Comisión de la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española, que presenta lo que piensan (y quieren enseñar) los obispos españoles sobre “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”. Según parece, no todos nuestros obispos están de acuerdo con el contenido de ese texto. Pero el hecho es que el documento se ha dado a conocer “oficialmente”. Lo que ha provocado las lógicas e inevitables reacciones que se suelen producir en estos casos. Desde quienes han elogiado el escrito de la Conferencia Episcopal, hasta los que han lamentado la falta (o debilidad) de una más clara y fuerte dimensión profética o la ausencia de la debida sensibilidad ante el sufrimiento de los pobres.

Por supuesto, en un documento que no es, ni puede ser, una “definición dogmática”, los cristianos podemos (y debemos) sentirnos libres para expresar nuestro punto de vista, e incluso nuestro desacuerdo, en aquellas cuestiones que no lesionen la fe de la Iglesia, sino que, por el contrario, veamos que se trata de cuestiones importantes que pueden fortalecer la fe y la vida cristiana.

Pues bien, supuesto lo dicho, es comprensible que haya quienes echan de menos, en este documento episcopal, el hecho de no destacar la misión profética de Jesús, que tan ampliamente explican y repiten los evangelios. Y quizá más chocante resulta, que, en un país y en una situación en la que el sufrimiento de los pobres se palpa escandalosamente, nuestros obispos no hayan aprovechado la oportunidad que les proporciona ahora mismo hablar y actualizar la misión de Jesús como “salvador” y como “esperanza” precisamente para los que más sufren entre nosotros.

Pero siendo muy cierto lo que – a mi limitado y corto entender – acabo de indicar, me parece que, en este documento episcopal, se advierte algo que resulta mucho más preocupante, por más que, a primera vista, mucha gente quizá no lo advierta. Me refiero a lo siguiente: este escrito sobre Jesucristo, como Dios y como Salvador del mundo, se podría haber escrito hace más de cincuenta o sesenta años, y (menos las indicaciones a ciertos teólogos o papas de los últimos años) tendría la misma actualidad entonces que ahora. Concretamente, en cuanto se refiere a los temas centrales de la “Salvación” y de la “Esperanza”, que son los pilares del documento, en él se repite, una vez más, lo que ya oía yo en mis lejanos tiempos de estudiante de teología, allá por los años 40 y 50 del siglo pasado. Estamos, pues, donde estábamos. El tiempo corre, todo cambia. Todo, menos la teología. Y si la teología, en temas tan fundamentales, sigue estancada, eso nos viene a decir que es la Iglesia jerárquica y docente la que se quedó atascada en un tiempo, unos problemas y unas soluciones que ya no interesan a casi nadie. ¿Y nos extraña que haya gente que se aleja de la Iglesia?

El fondo del asunto, me parece a mí, está en que la cristología (el tratado de la teología que estudia a Cristo) no ha tenido debidamente en cuenta una cuestión capital y, por tanto, indispensable. El “saber cristológico no se constituye ni se transmite primariamente” en determinados conceptos, ideas o especulaciones, sino en los relatos de “seguimiento de Jesús” (J. B. Metz). Es decir, los primeros discípulos y apóstoles, de los que nos hablan los evangelios, no aprendieron cristología oyendo conferencias y estudiando libros, sino “viviendo con Jesús y como vivió Jesús”. Según el Evangelio, quienes no renunciaron a todo, cargaron con su cruz y se fueron con Jesús, pasando miedo y carencias, mucha escasez, y afrontando la conflictividad que afrontó Jesús, quienes no fueron capaces de eso, no se enteraron de quién era Jesús, ni tuvieron idea de lo que Jesús quería, ni – por tanto – pudieron ser cristianos, al menos de forma incipiente.

Y es que Jesús no fue primordialmente un “dogma”, sino un “ciudadano” galileo, un ser humano, que vivió entre las gentes de su pueblo, con los problemas que tenían aquellas gentes. Y así, en la cercanía y la convivencia, enseñó quién es Dios y cómo es Dios. Más aún, en su vida y en sus obras, pudimos descubrir a Dios, ver a Dios, palpar la presencia del Dios que puede dar sentido a nuestras vidas. Y así, nos aporta “salvación” y “esperanza”. Dicho de la forma más clara y sencilla posible: Dios no se nos dio a conocer primordialmente en un “dogma”, sino en su Hijo, despojado de toda dignidad, incluso la divina, y viviendo como un “esclavo” (Fil 2, 7). Jesús, despojándose de toda dignidad, nos pudo dar a conocer a Dios. O sea, desde lo humano, “lo ínfimamente humano”, nos dio a conocer lo que los humanos podemos conocer de Dios.

Cuando la teología resulta ser una “teología intemporal”, que puede ser igualmente válida parta cualquier tiempo y situación, semejante teología se incapacita para presentarse como la revelación de Jesús, el Hijo de Dios, que nos reveló y nos sigue enseñando dónde y cómo podemos y debemos encontrar al Dios y Padre de la misericordia, de la justicia y de la bondad. Es el Jesús que nos dice cómo ahora, en el momento que vivimos, podemos y debemos encontrar la Buena Noticia, el Evangelio que nos hace más humanos y más creyentes.

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Conferencia Episcopal Española: “Una ocasión perdida para exponer una Cristología que interpele a la sociedad”

Domingo, 10 de julio de 2016
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Si es que la cara es el espejo del alma… ¿Alguien puede creerse que están anunciando la alegría del Evangelio?… Más bién parece que están anunciando el funeral de la Iglesia Católica… Mientras tanto, los cristianos y cristianas de a pie, al estilo de las primitivas comunidades cristianas, vamos peregrinando en pequeños grupos experimentando la alegre salvación del Resucitado… Con su pan se lo coman, ilustrísimas y llenen sus bocadillos de anatemas, advertencias y nihil obstat varios… Los demás, a lo nuestro, intentar seguir a Jesús, lo mejor que sabemos, al servicio de los más necesitados y marginados de la sociedad.

Documento episcopal: “Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo”

“Se mantienen menciones que no parecen ir en la línea de Francisco”

(Editorial de Vida Nueva).- La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal ha aprobado la instrucción pastoral Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo. Tras una primera lectura, su lenguaje técnico se revela complejo para responder a los fines apostólicos de una instrucción, pues no resulta accesible para sus destinatarios –“a los hombres y mujeres con quienes compartimos sociedad“-, pero tampoco para un cristiano iniciado.

Un análisis detenido del documento genera otras preocupaciones de fondo: los temas abordados y su perspectiva. Elaborado en el seno de la Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe, se echa de menos una visión teológico-pastoral que responda al título y subtítulo de la instrucción que invitan a encontrar una semblanza de Jesucristo. Desde ahí, se echa en falta un retrato poliédrico del Redentor, por ejemplo, a la manera de Benedicto XVI en su trilogía, que expone argumentos en profundidad para un preciso conocimiento del Hijo de Dios desde una redacción accesible a todos.

Portada-VN-2996-GEn la instrucción publicada, se dibuja al Salvador por contraposición a las “desviaciones” del dogma de Cristo, a través de un repaso a las visiones erróneas ya condenadas aquí y en Roma, como el reduccionismo histórico, la cristología adopcionista y arriana…

La relevancia dada a estos puntos puede dar la sensación de que el común de los cristianos vive en una amenaza constante de concepciones subjetivistas y relativistas de la fe, algo que no parece percibirse en el día a día de parroquias, comunidades y movimientos. Como apunta el Papa, urge “guardarnos de una teología que se agota en la disputa académica o que contempla la humanidad desde un castillo de cristal”.

El texto aprobado ha evolucionado desde la intención inicial de algunos para incluir un ajuste de cuentas. Aun así, se mantienen menciones que no parecen ir en la línea de Francisco de promover “el diálogo constructivo, respetuoso y paciente con los autores” en aras de la comunión. Esta actitud defensiva dista también del tono de la actual hoja de ruta del Episcopado Iglesia, servidora de los pobres.

Nadie cuestiona la necesidad de alertar de los peligros y reivindicar la unidad y la integridad de la fe, como se hace al abordar la virginidad de María o la Resurrección. Es más, resulta indiscutible esta misión de los obispos y de Doctrina de la Fe, como un delicado, difícil y poco grato servicio al Pueblo de Dios.

Pero cabe preguntarse si no ha sido esta una ocasión perdida para exponer una Cristología que interpele a la sociedad como lo hace Francisco. Pero, sobre todo, para responder a la pregunta fundamental para cualquier católico, que no aparece en esta instrucción sobre Jesucristo: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.

jesucristo

Fuente Religión Digital

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