Al Racismo, y la LGTBIfobia se le suma la serofobia o discriminación hacia las personas con VIH.
“Aquí las cosas no son tan bonitas como las cuentan, pero por lo menos no sientes ese miedo constante de que te están siguiendo por tu orientación sexual o por tener VIH”.
Con motivo del Día Mundial de la Salud Sexual, que se celebra el 4 de septiembre, desde Kifkif, la asociación de Migrantes y Refugiados Lesbianas, Gays,Transexuales y Bisexuales de Madrid, reivindicamos una mayor conciencia social en torno a la salud sexual de las personas migrantes y refugiadas LGBTI.
La salud sexual es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un “estado de bienestar físico, mental y social en relación con la sexualidad”. Para que pueda garantizarse la salud sexual, deben respetarse los derechos sexuales de todas las personas. En efecto, para lograrla, la OMS asegura que se requiere un “enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener relaciones sexuales placenteras y seguras, libres de coerción, discriminación y violencia”.
Bajo esta premisa y para conmemorar este día, impulsado en 2010 por la Asociación Mundial para la Salud Sexual, prepararon un panel de experiencias que se expusieron en el CEPI Centro Madrid-Arganzuela, desde las 17 horas. A través de él tendremos la posibilidad de meternos en la piel de las personas migrantes y refugiadas LGBTI y conocer en primera persona cómo viven su salud sexual: sus necesidades, sus emociones y sentimientos, y las barreras con las que se topan en la sociedad debido a la discriminación y la estigmatización.
Vulnerabilidad frente al VIH
El ‘mito del amor romántico’, asociado a la dependencia de la pareja, tiene un papel destacado en muchas infecciones de transmisión sexual (its) que se observa entre chicos migrantes LGBTI, especialmente entre latinoamericanos, a causa de la pérdida de la autonomía en la negociación del uso del preservativo.
La situación de desamparo, soledad, falta de redes sociales y amistad y desinformación con la que se encuentran los migrantes al llegar al país de destino implica, en muchas ocasiones, conceder una gran importancia a la pareja y a depositar una ‘excesiva’ confianza en el compañero sexual, incluso cuando la relación no es exclusiva. Existe también una cierta tensión entre la apertura a un gran número de contactos sexuales y la ‘necesidad’ de apoyo emocional y de confianza en una pareja.
La experiencia de Thiago, un joven brasileño de 25 años, evidencia la especial vulnerabilidad frente al vih por parte de las personas migrantes LGBTI que proceden de Latinoamérica, donde la educación sexual apenas se imparte en los centros educativos. En Brasil -cuenta este joven- ni siquiera se habla de sexo seguro ni de prácticas sexuales en las escuelas. “El vih está mal visto, tampoco se habla de ello”, sentencia.
Cuando Thiago vino a España vio toda la libertad que se vive aquí y sufrió un choque cultural. “Los latinos nos soltamos las trenzas, como decimos en Brasil, y empezamos a vivir a lo loco, tenemos sexo entre nosotros y también con la población autóctona. Quiere decir que la vulnerabilidad no está en el hecho de que seamos latinos, sino en el hecho de que tengamos una mayor necesidad de integrarnos”.
La discriminación múltiple
Las personas migrantes y refugiadas LGBTI que tienen vih sufren una múltiple discriminación, ven vulnerados sus derechos y están expuestos a una estigmatización cotidiana. Al racismo y la lgbtifobia, se le suma la serofobia o discriminación hacia las personas con VIH.
Esta serofobia la tienen, incluso, muy interiorizada muchas personas que han sido diagnosticadas con el virus. Así lo atestigua Charlie, un peruano de 33 años que descubrió que era seropositivo tras hacerse una prueba rápida. “Una vez confirmado el positivo, me sentí como un monstruo infectado y peligroso para la sociedad. En mi cabeza empezaron a rondar pensamientos como que nadie me querría, depresión, paranoia, miedo al rechazo y la soledad. La amargura se apoderaba de mí, se esfumaron mis emociones y mis alegrías”, recuerda con aflicción.
Desgarrador es también el relato de un compañero activista hondureño de 27 años que prefiere mantenerse en el anonimato. Su pertenencia a un colectivo LGBTI en su país le convirtió en blanco de las violentas maras, cuyas amenazas le obligaron a buscar refugio en Costa Rica. Allí fue víctima de una violación en la que contrajo el vih, el elevado coste de los antiretrovirales le hizo regresar a Tegucigalpa, donde volvió a ser extorsionado por las maras a cuenta de sus medicamentos. Finalmente cruzó el Atlántico y llegó a España. “Aquí las cosas no son tan bonitas como las cuenta, pero por lo menos no sientes ese miedo constante de que te están siguiendo. Algunas enfermeras se negaron a hacerme exámenes por ser extranjero, me hicieron sentir muy mal, como que a nadie le importa lo que había pasado”, denuncia.
África: ocultos por el VIH
En el caso del África subsahariana, si eres homosexual y tienes vih es probable que vivas oculto por el fuerte estigma social que existe hacia estas personas. La situación de estas personas es especialmente sangrante en este continente. “El VIHen mi país es muerte, un impacto, se queda todo a oscuras. Está asociado a personas muy demacradas”, declara Duma, un joven senegalés de 27 años.
También impera un enorme estigma social sobre la homosexualidad en la mayor parte de África. Un estigma que se mantiene en la sociedad de acogida, como es el caso de las diferentes comunidades de africanos que residen en Madrid. “Los homosexuales africanos no solemos romper fácilmente con nuestra sociedad de origen y el entorno de nuestros compatriotas en Madrid, por lo que la necesidad de ocultarse sigue existiendo en gran medida en los entornos africanos”, subraya Duma.
Resiliencia desde Venezuela
Desde Venezuela un joven gay de 26 años, cuyo nombre quiere que permanezca en el anonimato, se ha encontrado también con muchas barreras al llegar a España. Tras escapar de su país bajo amenazas de muerte, descubrió que tenía VIH. “No sabía que lo tenía y que tendría que iniciar un tratamiento. Gracias a Dios aquí es posible y sé que podré vivir sin miedo a morirme en poco tiempo”, confiesa.
Pese a “sentirse arropado” en el plano médico y conseguir la residencia gracias a una solicitud de asilo político, la ley le impide trabajar hasta transcurridos nueve meses. “Llegas a un país desarrollado a pasar más miserias que en el tuyo. Por suerte yo vine con mi pareja, que es español y gracias a él puedo seguir adelante, si no, no sé cómo lo haría”, señala. Sin embargo, ninguno de estos obstáculos ha frenado su amor por la vida y su lucha por conseguir sus sueños y ser feliz.
Una historia de resiliencia parecida es la que ha vivido otro compatriota suyo, un joven de 29 años que también prefiere mantenerse en el anonimato. Su mundo dio un giro de 180 grados tras llegar a España con su pareja y enterarse de que tenía vih. “En mi país mis esperanzas de vida hubiesen sido reducidas a cero, por la escasez de medicamentos y la mala calidad de servicio en el sector de salud”, subraya.
Escondido en un armario en Venezuela. Así se sentía otro de los miembros de la familia de Kifkif que ha querido expresar sus vivencias, un venezolano de 35 años, cuya esposa e hijos desconocían su bisexualidad, que tuvo que escapar a España tras ser chantajeado con revelar su orientación sexual y recibir su familia amenazas por ello. “Allí es como si la sociedad nos obligara a escondernos, aquí por lo menos encuentras más variedad”, asegura este joven que tampoco quiere dar su nombre por miedo a que sus hijos, que se quedaron con su madre, sufran represalias o burlas en su entorno.
De la opresión en sus países de origen a la libertad
Algunas sociedades están tan cerradas aún a la diversidad que asfixian y oprimen a aquellas personas con una orientación sexual y/o identidad de género que no se adecúa a la heteronormatividad que se pretende imponer. Huir o esconderse suele ser en la mayoría de los casos las únicas opciones para estas personas en países donde la lgbtfobia campa a sus anchas y domina todos los estamentos desde la esfera pública a la privada. Así se sentía Juan Carlos, un colombiano gay de 29 años que emigró a nuestro país en busca de una mayor libertad sexual. “Las celebraciones entre amigos y familiares en Colombia invisibilizan la homosexualidad, mientras que en la televisión se la ridiculiza a través de la feminidad o la parodia de personajes travestidos” recuerda.
Una sensación que le es familiar a un venezolano de 24 años llamado Sergio que se vio forzado a salir de su país para escapar de contextos homófobos. “En Latinoamérica el gay es representado como enfermo, transformado, cambiante de sexo, anormal, sin posibilidades de derecho y autonomía”, lamenta. “Es como si hubiéramos estado muchos años encarcelados… y, de repente, eres libre”. De esta manera ilustra Kevin, un ecuatoriano de 26 años, cómo se siente en España al poder expresar más libremente su orientación sexual. “Los chicos latinos hemos vivido la sexualidad en nuestros países de origen de una manera muy encorsetada…, por la homofobia, por el machismo, y entonces cuando salimos del país y venimos aquí… lo tenemos todo”, añade.
Fuente República, vía Cáscara Amarga
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