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IMPRESENTABLE: Francisco, sobre la entrada de homosexuales al seminario: “Si hay dudas, mejor que no entren”

Viernes, 25 de mayo de 2018
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papa-franciscofrases-citas-y-pensamientos-31Podríamos ser durísimos pero los gestos del verdadero Bergoglio ya no engañan a nadie. Eso sí, comparar Homosexualidad con Pederastia, es sencillamente una canallada.

El Papa pide un “cuidadoso discernimiento” sobre las vocaciones al sacerdocio

Invita a evitar riesgos que pueden poner en peligro la vida del seminario

¿Se puede admitir a los jóvenes que tienen dudas sobre su homosexualidad?Ante la duda, mejor que no entren, apuntó el Papa en un encuentro con los obispos italianos, reunidos en el Vaticano.

Se debe tener “cuidado con las admisiones a los seminarios, los ojos abiertos”, apuntó el Papa, de acuerdo con Vatican Insider. Francisco también habló de la disminución de las vocaciones, una de sus tres preocupaciones para la Iglesia italiana; sin embargo, fue más directo e invitó a los obispos a preocuparse por la calidad de los futuros sacerdotes, más que en la cantidad, y mencionó explícitamente los casos de personas homosexuales que desean, por diversas razones, ingresar al seminario.

Luego invitó a los obispos de la Conferencia Episcopal de Italia (CEI) a un “cuidadoso discernimiento”, y agregó: “Si tienen la más mínima duda, es mejor no dejarlos entrar”.

Expresando su profunda preocupación, el Papa advirtió que estas tendencias, cuando están “profundamente arraigados” y llevan a “la práctica de actos homosexuales” pueden poner en peligro la vida del seminario, y pueden generar esos “escándalos” que “desfiguran el rostro de la Iglesia“.

Este mensaje del Papa se asocia a su preocupación por los problemas que se produjeron en seminarios donde obispos y superiores religiosos confiaron la dirección a sacerdotes sospechosos de practicar la homosexualidad.”

Lo expresado por Francisco va en línea con el documento Ratio Fundamentalis, publicado en diciembre de 2016 por la Congregación para el Clero. Es un espeso documento, titulado “El don de la vocación sacerdotal”, con la que el dicasterio ha actualizado las normas, costumbres y disfraces para acceder al seminario, brindando sugerencias prácticas sobre salud, nutrición, actividad motriz y descanso.

En el párrafo 199 se lee:

“En lo que respecta a las personas con tendencias homosexuales que acuden a los seminarios, o descubren en el transcurso de la formación esta situación, de acuerdo con su magisterio, la Iglesia, mientras que profundamente el respeto a las personas en cuestión, aquellos que practican la homosexualidad no pueden ser admitidos al seminario y a las órdenes sagradas, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o apoyan la llamada cultura gay”.

Las expresiones del Papa se dan a conocer después de que el periodista chileno Juan Carlos Cruz, una de las víctimas emblemáticas de los abusos sexuales del sacerdote Fernando Karadima, expresara que el Papa le había dicho que Dios “lo había hecho gay” y lo quería tal cual es.


Fuente Religión Digital/Valores Religiosos

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Cardenal Joseph Tobin: “Jesucristo no hizo ningún pronunciamiento” sobre gays, aborto o anticonceptivos

Lunes, 8 de enero de 2018
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cardtobincssr“No hay ninguna razón teológica por la que una mujer no pueda ser cardenal”

“Entiendo la frustración. Tengo ocho hermanas. Sé que para algunas mujeres esto las aleja” 

(Cameron Doody).- “No hay ninguna razón teológica convincente por la que el Papa no pueda nombrar cardenal a una mujer”. El cardenal de Newark, Joseph Tobin, ha denunciado el “escollo” que representa para muchos el hecho de que las mujeres no pueden ascender a cargos de alta responsabilidad en la Iglesia.

En una entrevista con el New York Times, el purpurado norteamericano ha simpatizado con la sensación generalizada de frustración y retroceso que produce la continuada prohibición de la Iglesia a que las mujeres puedan recibir las órdenes sagradas.

“Es un escollo para la gente, especialmente en este país y en esta cultura, que mientras todas las áreas de la vida se van abriendo a las mujeres este ministerio particular no lo hace“, ha deplorado Tobin. “Entiendo la frustración. Tengo ocho hermanas. Sé que para algunas mujeres este tipo de escollo las aleja de la Iglesia.

Pero aunque no puedan acceder al sacerdocio, el arzobispo de Newark es optimista. No solo porque “el Papa Francisco ha prometido encontrar un papel más incisivo en la Iglesia para las mujeres” que “tiene que ir más allá” de los “incidentes aislados de mujeres siendo nombradas a puestos bastante influyentes en la Curia Romana”. También porque la pertenencia al Colegio cardenalicio no tiene por qué ir ligada a si uno es cura, ya que, como ha recordado Tobin, “en el siglo XIX había laicos que eran cardenales”.

Además del papel de la mujer en el catolicismo, el cardenal también se mostraba especialmente preocupado en la entrevista por los refugiados e inmigrantes, y eso a expensas de las tres preocupaciones tradicionales de la Iglesia –la homosexualidad, el aborto y los contraceptivos– sobre las cuales, a juicio de Tobin, “Jesucristo no hizo ningún pronunciamiento”.

Realmente creo que la administración actual está avanzando hacia una deportación masiva, confesó el purpurado. “Mi gente ya está aterrorizada. Mucho me temo que a no ser encontremos una manera de convertir a los corazones, la vayan a hacer”, añadió, explicando que, bajo su punto de vista, los EEUU están desarrollando una “catarata nacional” que les impide ver humanamente a los marginados, en fuerte contraste con las maneras de Jesucristo.

Lo que hacía el Señor, explicó Tobin, era “criticar en términos inequívocos a las personas que no ven [a los pobres], que no los ven tal y como son”. La misma ceguera, lamentó, que afecta actualmente a los gobernantes del país norteamericano.

 

Fuente Religión Digital

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“Mesa compartida, sí. Ni sacrificio, ni sacerdocio”, por José María García-Mauriño.

Jueves, 19 de octubre de 2017
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eucaristia0Todas las culturas tienen su religión. Todas las religiones tienen su sacerdocio. Esta institución, la religión, tiene la tarea de mediación entre los dioses y el pueblo. Los dioses imponen su voluntad a la gente, tienen que cumplir las normas que provienen del Olimpo. Y el que no las cumpla es objeto de castigo, personal o socialmente. Se castiga a los individuos y al pueblo entero que no cumplen sus mandatos. Las enfermedades son un “castigo” divino, personal. Las tormentas, la sequía, son un castigo colectivo. Así, Júpiter, el rey de los dioses, se “enfada” enviando rayos y truenos, al territorio de un pueblo que no obedece sus órdenes. Entonces, el sacerdote ofrece sacrificios para aplacar la ira de los dioses. El sacerdote es un ser especial, apartado de la gente, una persona sagrada y consagrada para ejercer un culto a los dioses. Es una persona que tiene poder para tener propicios a los dioses, celebrando cultos, sacrificios, ritos expiatorios, como la inmolación del cordero pascual. Se le da carácter divino, como personas escogidas por dios. Existe, pues, una relación entre el sacerdote, el sacrificio y el pueblo. El acceso al dios se realiza mediante los ritos que el sacerdote ofrece a los dioses, en reparación por los pecados. El sacerdote está más cerca del dios que el resto de la gente. Por eso, se acude a él y le ofrecen dones, animales, dinero, etc. para estar a buenas con dios.

Esta mentalidad ancestral es la que se ha trasladado al cristianismo. El sacerdocio hace de mediación entre Dios y la comunidad cristiana. El sacerdocio de Cristo es el único mediador entre el Padre y los fieles. Los fieles han pecado, han desobedecido órdenes, mandatos, (los 10 mandamientos), y necesitan una reparación para no cargar con la ira de Dios (“ab ira tua, libera nos, Domine”. “De tu ira líbranos Señor”, ¿recuerdan?) La muerte de Cristo, dicen algunos teólogos, es una reparación sacrificial por nuestros pecados. Esto es lo que dice la teología tradicional. “Dios no perdona ni a su propio Hijo y lo entrega por todos nosotros”. La idea de que Dios necesita del sacrificio y muerte, para perdonar los pecados, es sencillamente repugnante. ¿Qué clase de Dios es éste? ¿Acaso la muerte de Cristo fue un sacrificio sacerdotal? Recuerdo la grandiosa afirmación del profeta Oseas (6, 6): “Misericordia quiero y no sacrificios”.

Las primeras comunidades judeocristianas asocian la celebración eucarística con los sacrificios del AT que están muy presentes en su cultura religiosa. Eran práctica habitual en el templo de Jerusalén. No podía ser de otro modo. Seguían lo ritos propios de las religiones antiguas. Durante mucho tiempo se decía, y todavía se sigue repitiendo, que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Todo esto se ha ido fraguando en el cristianismo, y surge la imagen de la Eucaristía como sacrificio. Se repite el tema de las religiones: la liberación del pecado por medio del rito de la muerte. Se ha dicho con machacona insistencia por teólogos, pastores y el pueblo cristiano que el culto al que hay que asistir los domingos y fiestas de guardar, le llamen el “santo sacrifico de la Misa”. Resulta sorprendente la cantidad de veces que se emplea la palabra sacrificio en los textos de la Misa.

Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre Todopoderoso. El Señor reciba de tus manos este sacrificio

En la Plegaria Eucarística II, se dice textualmente:

“Así, pues, Padre, 
al celebrar ahora el memorial
de la pasión salvadora de tu Hijo, 
de su admirable resurrección y ascensión al cielo, 
mientras esperamos su venida gloriosa, 
te ofrecemos, en esta acción de gracias, 
el sacrificio vivo y santo.

De nuevo, el sacrificio. Pero continúa la Plegaria

“Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, 
y reconoce en ella la Víctima
por cuya inmolación 
quisiste devolvernos tu amistad,…”

Estas frases suenan a blasfemia: Dios nos devuelve su amistad gracias a la inmolación de una víctima que es su Hijo… El Hijo es sustituido por el Cordero. Y el cordero hay que inmolarlo en el altar de los sacrificios para aplacar al Dios que está enojado con su pueblo por sus pecados ¿Tan cruel es Dios? ¿Necesita la sangre y la sangre de su Hijo, para recuperar la amistad con los seres humanos (SH)? El Dios de Jesús no necesita sangre para perdonar los pecados. Jesús fue ejecutado, no “sacrificado”. Se ha sustituido el altar por la mesa. El sacrificio, por el disfrute de la mesa compartida, es decir, por la comensalía, en la que se comparte la comida para todos, que nadie pase hambre en el mundo, se comparte la vida, para todos los seres humanos, porque todos son hijos de Dios.

El rito, el culto religioso, que se realiza es para establecer o restablecer, la comunicación con Dios. Cristo estableció una comunicación perfecta, directa y definitiva entre el SH y Dios. No necesita de mediaciones. Jesús, al morir como murió, no ofreció a Dios, ni un rito religioso, ni una ceremonia sagrada, ni un culto reparador, sino que se ofreció a sí mismo. No ofreció sangre de animales, ni pan ni vino, sino que ofreció su vida, su propia sangre. Su ofrenda consistió en ofrecer su propia humanidad. Jesús rompió con las normas y prácticas religiosas, porque para él lo importante no son los ritos sagrados que le relacionan con Dios, sino la relación humana solidaria entre todos los seres humanos en la realidad de la vida, la fraternidad universal. Lo importante en cualquier religión, no es Dios, sino la gente, las personas. Dios no necesita nuestra adoración, ni nuestra alabanza ni nuestro servicio, ni nuestros ritos. Para muchos jerarcas, sacerdotes y teólogos, el culto es el centro de la religión. Es lo que pasa en muchas religiones que el culto lo es todo. En la iglesia católica actual el culto tiende a ser casi la única expresión de la iglesia.

La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los seres humanos otro camino de relación con Dios, distinta del culto, de lo sagrado, distinta de los ritos y ceremonias religiosas. Es decir, el camino sencillo de la relación con el prójimo que no pasa por la Ley. Y la relación ética, no religiosa, vivida como servicio al prójimo y llevada hasta el sacrificio de uno mismo. Jesús abrió otra vía de acceso a Dios a través de su propia persona, aceptando pagar con su vida al combatir esa creencia de que el culto religioso de los sacerdotes tenía el monopolio de la salvación. La salvación venía de otra parte. Jesús denunció los abusos del poder religioso y del poder político. “Jesús dejó sentado que el camino hacia Dios no pasa por el Poder, ni por el Templo, ni por el Sacerdocio, ni por la Ley. Pasa por los excluidos de la historia.” (González Faus) En adelante ya no hay sacerdocio que valga. La comunicación con Dios es una relación filial, de Padre a Hijos, no de mediación sacerdotal. Ni el sacerdocio personal, ni el llamado sacerdocio de los fieles.

Sacerdocio, propiamente tal, no existe ninguno en la Iglesia. En todo el N.T. sólo se habla de sacerdocio cristiano aplicándolo a Cristo, pero en el sentido de una transformación revolucionaria en el concepto mismo de sacerdocio. Porque el sacerdocio de Cristo no es un sacerdocio ritual, sino existencial. Es decir, se trata del sacerdocio que se realiza y se vive en la existencia entera. No limitado a los ritos y ceremonias del Templo y del culto sagrado.

En la Iglesia se empezó a hablar de sacerdocio en el s. III, aplicado a los dirigentes (presbíteros) de las comunidades. Hay una alusión en la 1 Carta de Pedro donde se habla de un “pueblo sacerdotal”, pero eso no pasa de ser una pura denominación. Y además una usurpación que hizo la Iglesia de algo que correspondía, más bien, al judaísmo.

El sacerdocio de los fieles, del pueblo de Dios, es una de tantas interpretaciones, bonita, pero innecesaria. ¿Qué intermediación o qué sacrificio ofrecen? La comunidad como tal no es tampoco mediadora entre Dios-Padre y los creyentes. Son los creyentes mismos los que se relacionan directamente con Dios. La religión que Dios quiere, la comunicación con Dios que nos ha dejado Jesús como horizonte, es el culto, personal y comunitario de la propia vida, la vida honrada, honesta, bondadosa, compasiva, servicial y solidaria.

José María García-Mauriño

Enero de 201

Fuente Fe Adulta

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“Sí, soy homosexual, y vivo mi llamada al sacerdocio desde la castidad acogida con alegría”

Domingo, 9 de julio de 2017
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estu_560x280¿Qué significa eso de que “Sí, soy homosexual”… ” pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida.” ???

Alfonso Ruiz de Arcaute estudia Teología en la Facultad de Vitoria

Carta al Papa de Alfonso Ruiz de Arcaute, vetado por Elizalde para el sacerdocio

“La orientación sexual es la que es. La vida, la vocación y el compromiso también es el que es”

(Jesús Bastante).- Alfonso Ruiz de Arcaute vive en Vitoria, acaba de cumplir 50 años y preside la celebración de la palabra en su comunidad de Santa Teresa de Jesús. Con 14 años, sufrió abusos por parte de un religioso. Lejos de perder la fe, continúo participando en la vida parroquial. Desde hace unos años, siente con fuerza la llamada al sacerdocio.

Así se lo contó a su obispo, Juan Carlos Elizalde, a quien “le conté los abusos sufridos, la experiencia en la Orden de Predicadores, mi trabajo pastoral posterior, mi etapa de pareja con un chico hace ya bastantes años, y mi compromiso eclesial actual en la parroquia y en el estudio de la teología”. De hecho, estudió hace años en San Esteban (de los dominicos en Salamanca), y ahora concluye Teología en la Facultad de Vitoria.

El obispo, sin embargo, “ve inviable el camino hacia el sacerdocio” por su tendencia homosexual, pese a que “llevo varios años viviendo desde la castidad acogida con alegría al poner en mi compromiso eclesial el centro de mi vida”.

comunidad-de-santa-teresa-en-vitoriaUn aparente callejón sin salida (Elizalde sólo le ofrecía que, si lo tenía tan claro, buscara un obispo que le ordenase), para el que Alfonso propuso una solución: escribir una carta al Papa Francisco, contando su desgarradora -y esperanzadora- historia. El obispo se comprometió a entregar en mano a Bergoglio. Semanas después, se le ha solicitado que vuelva a enviarla, por otro conducto.

“Sí, yo soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos, con mi personalidad entera. Pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida”, explica

Alfonso pide al Papa que acepte su vocación, pues “de esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso”.

Ésta es su carta al Papa Francisco:

Padre Francisco: jamás imaginé que iba a encontrarme escribiendo una carta al Papa. Mi nombre es Alfonso, tengo cuarenta y nueve años y vivo en Vitoria-Gasteiz, una pequeña ciudad en el norte de España donde siempre he desarrollado mi vida como agente de pastoral en ambiente parroquial.

Desde pequeño he participado en diversos grupos. Desgraciadamente a partir de los 14 años sufrí abusos por parte de un religioso de la parroquia. Sin embargo esto no me alejó de la comunidad sino que seguí participando en la vida parroquial hasta que decidí probar la vida religiosa con veinte años.

Aquello no fructificó pero seguí colaborando cada vez más activamente en la vida parroquial. Ahora mi trabajo pastoral se desarrolla en la Comunidad Parroquial Santa Teresa de Jesús, donde desarrollo diversos ministerios, incluido la presidencia de la celebración de la Palabra. Además participo activamente en la animación y planificación de toda la vida parroquial en comunión con Tasio, nuestro párroco.

El trabajo pastoral y el contacto directo y continuado con la comunidad ha hecho que a lo largo de estos dos últimos años haya vuelto a surgir de manera muy fuerte la llamada al sacerdocio. La oración, la búsqueda junto a personas muy significativas en mi vida, tanto seglares, como religiosos o sacerdotes, y el impulso y ánimo de una comunidad que desea y alienta mi compromiso eclesial, me ha llevado a pedir a mi obispo la admisión al seminario con vistas a la ordenación sacerdotal.

Con mi edad y trayectoria vital, consideré oportuno que el obispo conociera toda mi vida y circunstancias, con mayor razón todavía al ser recién nombrado y llegado a la diócesis. Por eso, con toda sinceridad, le conté los abusos sufridos, la experiencia en la Orden de Predicadores, mi trabajo pastoral posterior, mi etapa de pareja con un chico hace ya bastantes años, y mi compromiso eclesial actual en la parroquia y en el estudio de la teología.

Desgraciadamente, basándose en la instrucción del año 2005 sobre la admisión a las Órdenes Sagradas de las personas homosexuales, mi obispo ve inviable el camino hacia el sacerdocio. Yo, desde la lectura atenta del documento me hago varias preguntas que hoy quiero compartir con usted, Padre Francisco, para buscar luz en la respuesta a la llamada que cada vez siento con mayor fuerza.

El citado documento prohíbe la acogida a las Órdenes a aquellos que practiquen la homosexualidad. Creo que es algo evidente, igual que a aquellos que practiquen la heterosexualidad pues al sacerdote se le pide una vida entregada desde el celibato. Personalmente llevo varios años viviendo desde la castidad acogida con alegría al poner en mi compromiso eclesial el centro de mi vida.

De igual manera se prohíbe la acogida a aquellas personas que presentan una tendencia homosexual profundamente arraigada. Sinceramente creo que quien presente una tendencia heterosexual profundamente arraigada tampoco debería ser acogido al sacerdocio. Sí, yo soy homosexual y cada día doy gracias a Dios por haberme creado tal como soy, con todas mis virtudes y todos mis defectos, con mi personalidad entera. Pero no considero la homosexualidad una tendencia profundamente arraigada pues, afortunadamente, no domina toda mi vida.

Finalmente, también prohíbe la acogida a aquellas personas que defienden la cultura gay. Si por defender la cultura gay se entiende defender a los que sufren porque se ven marginados, atacados incluso físicamente o rechazados social, eclesial o familiarmente, sí me pongo a su lado, como al lado de los marginados de cualquier condición.

Y por todo ello, Juan Carlos, nuestro obispo, considera que no puedo ser admitido al sacerdocio. Sin embargo, humildemente, creo que se centra en la letra de la ley y no en su espíritu: se ha de exigir una madurez afectiva suficiente. Creo que el no esconderme y ser siempre sincero me ha ayudado a alcanzar esta madurez. Me gustaría que mi obispo hubiera consultado con aquellas personas que me conocen, aquellas con quien comparto mi vida académica en la facultad de teología, aquellos con los que he compartido fe y vida en la Orden de Predicadores o con las que comparto ilusiones y decepciones, alegrías y tristezas, preocupaciones, labor pastoral y sobre todo oración y celebración de la fe en mi comunidad. Quizá puedan dar cuenta de mi madurez afectiva y de mi vocación sacerdotal.

De esta forma se evitaría también la circunstancia tan injusta de que aquel que en su día abusó sexualmente de mí pueda seguir ejerciendo su sacerdocio mientras que yo, víctima de la situación, veo negado el acceso.

Por eso me atrevo, Padre Francisco, a pedirle mirar con ojos de misericordia y desde el discernimiento personal y no únicamente desde la legislación, cambiante por otra parte, las vocaciones sacerdotales y la mía en concreto. La orientación sexual es la que es. La vida, la vocación y el compromiso también es el que es. Ojalá el sábado no siga cerrando los caminos del hombre.

Daniel Ricardo, un joven preuniversitario venezolano que habitualmente confronta su vida de fe conmigo me escribía el otro día: “tu caso me recuerda a Fray Martín de Porres. En el seminario no le querían porque era negrito y eran racistas y le costó mucho que le admitieran. Pero mira ahora, él es santo y hemos logrado acabar con el racismo”. Esta frase ha sido uno de los mayores alientos para atreverme a escribirle.

Me he alargado mucho más de lo que era mi intención. Le agradezco profundamente el tiempo que me ha dedicado, pero le agradezco todavía mucho más el nuevo impulso e ilusión que está generando en nuestra Iglesia.

Desde el primer día que nos lo pidió en el balcón de San Pedro le he hecho caso y he rezado por usted y lo seguiré haciendo. Ahora, con emoción, le pido que rece también usted por mi.

En Jesús, nuestro hermano mayor, el Señor del sábado, un abrazo fraterno

N. de la R.: este escrito fue entregado en mano, hace unos meses, por el obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, al Papa Francisco. Hace unas semanas, se pidió al autor que lo hiciera llegar directamente al Pontífice.

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Fuente Religión Digital

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La gracia (o no) de ser mujer

Domingo, 26 de marzo de 2017
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“‘Ordinatio sacerdotalis’, una puerta mal cerrada”

“El machismo tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia” 

(Manuel Regal).- Hace pocos días Christina Moreira hizo pública a través de los medios de comunicación su condición de mujer ordenada como cura y de su práctica pastoral como tal en la comunidad “Home Novo” de A Coruña.

La primera mujer gallega, la primera también española que da este paso, dentro de las 240 existentes en todo el mundo, entre las que se encuentra una docena de mujeres obispas, eso sí, sin ninguna estructura de poder. Lo hacía siendo conocedora de que con todo eso ella y la comunidad que la acompaña rompían con las normas eclesiásticas vigentes, pero desde el convencimiento de que respondía así a una vocación personal muy discernida, asentada en la condición de igualdad que hombre y mujer tienen por naturaleza como miembros de la familia cristiana a través del bautismo.

Ya hemos transmitido en estas mismas páginas nuestro opinión sobre la cuestión de la ordenación de las mujeres como cuidadoras de la comunidad. Cuando después del Vaticano II el Papa Paulo VI hubo de dar respuesta a la demanda eclesial de un debate sobre la cuestión, solicitó el parecer al respecto de un equipo de expertos en temas bíblicos; estos manifestaron unánimemente que desde un punto de vista exegético no había ningún impedimento para que las mujeres pudiesen ser ordenadas como cuidadoras de la comunidad.

Aún así, por indicación de este Papa, la Comisión para la Doctrina de la Fe, presidida por el cardenal Seper, en el año 1976, publicó la declaración Inter insigniores, en la que se cerraba esta posibilidad echando mano básicamente de dos argumentos: Cristo, designando a los Doce apóstoles creó el servicio sacerdotal sólo para hombres, y la actuación sacramental in persona Christi demanda que sea hombre quien lo pueda representar.

Pensamos, con muchísimas personas creyentes, con muchísimos teólogos también, que esos dos argumentos son muy discutibles; el primero, porque no existe la seguridad de que la designación de los Doce hubiese tenido para Jesús el alcance de crear un cuerpo sacerdotal tal como después fue apareciendo en la Iglesia; y el segundo, por lo mismo y además porque condicionar con el sexo la capacidad representativa de Cristo, hoy parece simplemente aberrante. Quién mejor representará a Cristo será la persona, hombre o mujer, que más viva en la actitud de servir hasta el extremo de dar la vida.

Pero esos fueron también los argumentos de los que echó mano el Papa Juan Pablo II para cerrar el debate en su breve carta Ordinatio sacerdotalis del año 1994. Y así no tiene reparos en afirmar en ella que es “una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del Universo”(n. 3). Permítaseme la vulgaridad, pero es mucho decir de Dios poder afirmar tal cosa por muy Papa que uno sea, máximo cuando no existen evidencias que lo justifiquen y las consecuencias son tan graves para todo el conjunto eclesial y para la mujeres en concreto, en un momento histórico en el que el feminismo se presenta como un signo de los tiempos que demanda escucha fiel, discernimiento atento y prácticas cuidadosamente maduradas.

Sin dudar para nada de sus rectísimas intenciones, a muchísimas personas de la Iglesia esa declaración nos ha llegado como una manera de esquivar el debate de un tema ciertamente espinoso, pasándole al mismísimo Dios la patata caliente.

El arzobispado de Santiago, en su declaración esquemática y aséptica, no hace sino emplear estas mismas argumentaciones para declarar ilícita e inválida la ordenación como cura de Christina Moreira y, por lo tanto, también los sacramentos que ella y su comunidad realizan y viven.

Pero así están las cosas. El deseo del Papa Juan Pablo II de que el asunto quedase definitivamente cerrado no se ha cumplido, porque la sociedad está ahí apretando y porque una parte muy considerable de la Iglesia seguimos pensando que esa fue una puerta mal cerrada.

Corremos el riesgo de convertirnos en una institución anacrónica, quizás ya lo estamos siendo en buena medida, y no precisamente por apegarnos en cuerpo y alma al estilo de vida de Jesús, lo cual merecería la pena el aislamiento, sino por vincularnos artificialmente a unos modelos eclesiales que podrían cambiar precisamente buscando ser más fieles al espíritu de Cristo.

Algo que una vecina nuestra, mujer de aldea, sin conocimientos teológicos, pero con fina sensibilidad cristiana, resolvía a su manera con esta argumentación simple en un momento en que en pequeño grupo se hablaba de estas cosas: “A mí me da igual que el médico sea hombre o mujer, que el profesor de nuestros hijos sea hombre o mujer, que el veterinario sea hombre o mujer; yo lo que quiero es que sea buena persona y que cumpla bien su oficio”. Lo más sencillo es casi siempre lo más verdadero.

La respuesta en los medios digitales ante la actuación de Christina Moreira demuestra hasta qué punto la desconsideración hacia la mujer, el machismo, tiene carta de ciudadanía en determinados sectores de la Iglesia, como la tiene también por desgracia en la sociedad de la que formamos parte.

Suponemos que Christina Moreira hace pública su condición y práctica de cura porque lo ve como algo normal, porque entiende que puede ser un signo profético en bien de la Iglesia y de las mujeres, porque piensa que puede ayudar a que el debate se mantenga vivo a pesar de todo. Suponemos que estará dispuesta a poner las espaldas bajo los golpes que le van a caer encima, como le caen a quien a tales cosas se arriesga. Deseamos que pueda vivir todo esto sin afán ninguno de méritos y prestigios cristianamente anacrónicos. De nuestra parte reciba respeto, cierta admiración y agradecimiento y oración: que los golpes no la hundan, que los aplausos no la confundan. Y Dios dirá.

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Fuente Religión Digital

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“El futuro de la Iglesia”, por José Mª Castillo

Sábado, 4 de febrero de 2017
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sacerdote02De su blog Teología sin Censura:

Tal como se han puesto las cosas, en el momento que vivimos, el futuro de la Iglesia da que pensar. Porque produce la impresión de que la Iglesia, tal como está organizada y tal como funciona, tiene cada día menos presencia en la sociedad, menos influjo en la vida de la gente y, por tanto, un futuro bastante problemático y demasiado incierto.

Cada día hay menos sacerdotes, cada semana nos enteramos de conventos que se cierran para convertirlos en hoteles, residencias o monumentos medio arruinados. El descenso creciente en las prácticas sacramentales es alarmante. Más de la mitad de las parroquias católicas de todo el mundo no tienen párroco o lo tienen nominalmente, pero no de hecho.

Hace pocos días, el papa Francisco decía en una entrevista: “El clericalismo es el peor mal de la Iglesia, que el pastor se vuelva un funcionario”. Y es verdad que hay curas, que se metieron en un seminario o se fueron a un convento, porque no querían pasarse la vida siendo unos “nadies” que no pintan nada en la vida. Esto sucede así, más de lo que imaginamos.

Pero, aunque se trate de personas generosas y decentes, ¿cómo no van a terminar siendo meros “funcionarios” unos individuos, que, para cumplir con sus obligaciones, tienen que ir de un lado para otro, siempre de prisa, sin poder atender sosegadamente a nadie? Y conste que me limito a recordar sólo esta causa de que en la Iglesia haya tantos “clérigos funcionarios”. No quiero ahondar en la raíz profunda del problema, que no es otra que la cantidad de individuos que se hacen curas porque, en el fondo, lo que quieren es tener un nivel de vida, una dignidad o una categoría, que no se corresponden ni con el proyecto de vida que nos presenta el Evangelio, ni con lo que de ellos espera y necesita la Iglesia.

Además – y esto es lo más importante -, ¿es la Iglesia una mera empresa de “servicios religiosos”? ¿cómo puede ser eso la Iglesia, si es que pretende mantener vivo el recuerdo de Jesús de Nazaret, que fue asesinado por los hombres del sacerdocio y del templo, los más estrictos representantes de los “servicios religiosos”?

Ya sé que estas preguntas nos enfrentan a un problema, que la teología cristiana no tiene resuelto. Pero hay cosas, que la Iglesia tuvo muy claras, en tiempos ya lejanos, y que hoy nos vendría muy bien recuperar. Me refiero en concreto a dos asuntos capitales: la “vocación” al ministerio pastoral y la “perpetuidad” de dicho ministerio.

La vocación. Se entiende por “vocación” un “llamamiento”, una llamada. Por eso decimos que se va al seminario o entra en el noviciado el que se siente “llamado” para eso. Pero llamado, ¿por quién? Desde hace siglos, se viene diciendo que el obispo “ordena de sacerdote” al que es “llamado por Dios”. Pero es claro que a cualquiera se le ocurre preguntarse: ¿y por qué será que ahora a Dios se le ocurre llamar a menos gente precisamente en los países más necesitados de buenos párrocos, teólogos, etc? No. Eso de que la vocación es la llamada de Dios, eso no hay quien se lo crea en estos tiempos. ¿Entonces…?

El mejor historiador de la teología de la Iglesia, Y. Congar, publicó en 1966 un memorable estudio (“Rev.Sc.Phil. ey Théol. 50, 169-197) documentado hasta el último detalle, en el que quedó demostrado que la Iglesia, desde sus orígenes hasta el s. XIII, no ordenaba (de sacerdote o de obispo) al que quería ser ordenado y alcanzar la dignidad que eso lleva consigo, sino al que no quería. La vocación no se veía como un llamamiento de Dios, sino de la comunidad cristiana, que era la que elegía y designaba al que la asamblea consideraba como el más capacitado para el cargo. Es lo que se venía haciendo en las primeras “iglesias” ya desde la misión de Pablo y Bernabé, que elegían “votando a mano alzada” (“cheirotonésantes”) (Hech 14, 23) a los ministros de cada comunidad.

¿No ha llegado todavía la hora de ir modificando la actual legislación canónica, para recuperar las sorprendentes intuiciones organizativas que vivió la Iglesia en sus orígenes?

La perpetuidad. Desde la tardía Edad Media, se viene repitiendo en teología que el sacramento del orden “imprime carácter”, un “signo espiritual e indeleble”, que marca al sujeto para siempre (Trendo, ses. VII, can. 9. DH 1609). El concilio no pretendió, en este caso, definir una “doctrina o dogma de fe”. Porque el tema del “carácter” fue introducido en teología por los escolásticos del s. XII. Y, en definitiva, lo único que se veía como seguro es que hay tres sacramentos, bautismo, confirmación y orden, que solo se pueden administrar una vez en la vida, es decir, son irrepetibles, como indica el citado canon de Trento.

Lo importante aquí está en saber que, durante el primer milenio, la Iglesia enseñó y practicó de manera insistente lo que repitieron y exigieron los concilios y sínodos de toda Europa. A saber: los clérigos, incluidos los obispos, que cometían determinadas faltas o escándalos (que detallaban los concilios), eran expulsados del clero, se les privaba del ministerio, perdían los poderes que les había conferido la ordenación sacerdotal y, en consecuencia, quedaban reducidos a la condición de laicos.

Este criterio se repitió tantas veces, durante más de diez siglos, que la Iglesia se comportaba, en aquellos tiempos, como cualquier otra institución que se propone ser ejemplar. Los responsables, que no son ejemplares, no son trasladados a otra ciudad o se les encierra en un convento. Se les pone de patas en la calle. Y que se busquen la vida, como cualquier otro funcionario, que no cumple con sus obligaciones.

Si la Iglesia quiere en serio acabar con los clérigos funcionarios y con los clérigos escandalosos no puede depender de los jueces y tribunales civiles. Tiene que ser la misma Iglesia la que les quite la llamada “dignidad sacerdotal” a los “trepas”, a los “vividores”, a los “aprovechados”, que se sirven de la fe en Dios, del recuerdo de Jesús y su Evangelio, para disfrutar de un respeto o de una dignidad que, en realidad, ni tienen, ni merecen.

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Comunicado del grupo ICHTHYS (Cristianos y Cristianas LGTBH de Sevilla), sobre “El don de la vocación presbiteral”

Sábado, 17 de diciembre de 2016
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menuichthysICHTHYS, CRISTIAN@S LGBT+H DE SEVILLA, EN RELACIÓN AL DOCUMENTO DEL VATICANO REAFIRMANDO LA INCAPACIDAD DE LAS PERSONAS LGBT PARA SER SACERDOTES O ACCEDER A LAS ÓRDENES SAGRADAS, MANIFIESTA:

Las personas creyentes LGBT nos confesamos en un continuo descubrimiento de Jesucristo, hijo de Dios, en quien confiamos y ante quien ponemos todas nuestras esperanzas. Él está preferentemente con las personas débiles, marginadas, perseguidas.

Así, nuestra identidad sexual nos conforma también como mujeres y hombres profundamente creyentes. Confesamos nuestra fe en Dios Padre y Madre, quien nos creó a su imagen y semejanza, sin menoscabo de nuestra diversidad sexual y de género.

Pese a cualquier gesto de desprecio, seguimos confiando en la Iglesia santa, heredera del mensaje de Jesús. Somos Iglesia. La Iglesia de Cristo no rechaza a ningún hijo e hija de Dios por su color de piel, estatura, lengua, ni por su diversidad sexual y/o de género. Reclamamos una Iglesia auténtica, cercana e inclusiva, sin distinción y sin condiciones.

Forman parte de nuestra historia colectiva y de nuestras historias individuales no pocas personas lgbt que son sacerdotes, religiosas y religiosos, hombres y mujeres de Iglesia, estudiantes en noviciados y seminarios, honesta y coherentemente fieles a la fe que nuestro Señor Jesucristo quiso que a través de ellos perdurara como pastores de la Iglesia. Hombres y mujeres que -tristemente en su mayoría- han de mantener en secreto buena parte de su auténtica personalidad, con sus dones y sus riquezas, pese a ser criaturas preciosas de Dios, perfectamente dignas de ejercer su misión en el sacerdocio, tanto o más que quienes no sufren el estigma de ser homosexuales o lesbianas, pues su fe es puesta a prueba día a día superando los inconvenientes y los obstáculos que se les presentan desde la sociedad y la propia jerarquía y sus normas doctrinales.

Las personas LGBT creyentes vivimos en el Espíritu Santo, fuente que sacia nuestra sed, luz que nos ilumina en la oscuridad, fuego que prende nuestros corazones y nos hace perseverar por encima de todas las dificultades.

Ponemos nuestros ojos en María, la madre que no pide explicaciones, que se fía de la voluntad de Dios, que vive conforme a la fe y no abandona jamás a su Hijo bajo ninguna circunstancia.

Desde la oración, la reflexión y la formación, celebramos a la luz del Evangelio y nos fortalecemos para mantener viva una de nuestras razones de ser, esto es colaborar activamente para que la normalización y visibilidad de la realidad LGBT en nuestra sociedad y en la Iglesia sean un hecho.

Nos ponemos al servicio de cuantas personas se sientan heridas en este momento a causa de la inoportunidad de esta noticia. Desde nuestra experiencia de Dios confiamos en la misericordia, por cuanto rogamos al Padre haga posible que el papa Francisco reconsidere la vigencia de este decreto, puesto que ciertamente es razón de gran tristeza para muchas personas, y causa de escándalo para otras que no dudarán en abandonar la Iglesia.

En claro compromiso con el nuevo mandamiento de Jesús, no podemos callar nuestras voces, y clamamos para que la Verdad nos haga libres.

Ichthys, Cristian@s LGBT+H de Sevilla, 8 de diciembre de 2016. Fiesta de la Inmaculada Concepción.

Fuente Ichthys,

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Ministerio femenino

Domingo, 23 de octubre de 2016
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mujeres-sacerdotes1Las mujeres, no solo las feministas, se preguntan por qué en la Iglesia católica las mujeres no forman parte de la jerarquía (diaconado, presbiterado, episcopado), cuando en la Iglesia Luterana y en la Iglesia Anglicana hay pastoras ordenadas y obispas.

El argumento que se suele dar en contra del ministerio femenino es que Jesús eligió 12 apóstoles varones. En este sentido tanto Pablo VI como Juan Pablo II cerraron la puerta al ministerio femenino en la Iglesia católica.

Pero estas decisiones papales no son infalibles y los argumentos que aducen son más sociológicos y anatómicos que teológicos. El patriarcalismo dominante en Israel impedía que Jesús hubiera nombrado a mujeres entre los 12 apóstoles que representaban a las 12 tribus de Israel. Por otra parte Jesús no quiso establecer una nueva sociedad religiosa sino inspirar un camino evangélico que con el tiempo se tenía que estructurar a la luz del Espíritu. Además, Jesús, en contra de la costumbre de su tiempo, habla con mujeres, las sana y perdona y las admite en su grupo de discípulos. Jesús resucitado se aparece a las mujeres antes que a los apóstoles y María Magdalena es considerada la apóstol de los apóstoles. En Pentecostés el Espíritu desciende sobre hombres y mujeres.

En las comunidades fundadas por Pablo aparecen mujeres en cargos importantes de gobierno: Febe, Junia, Prisca, María, Trifena, Trifonia, Pérside, etc. Teológicamente hablando tanto el varón como la mujer son imagen de Dios.

Lo que sucedió es que las estructuras patriarcales greco-romanas, los prejuicios acerca de  la inferioridad de las mujeres, el ansia de poder patriarcal… excluyeron a las mujeres de los ministerios. Las razones de tal exclusión son sociológicas, no teológicas y nacen de una lectura literalista y fundamentalista de la Escritura y del ansia de poder.

El 12 de mayo último, en una reunión del Papa Francisco con la Unión  de Superioras Generales, una de ellas preguntó qué impide que la Iglesia ordene diaconisas como sucedió en la Iglesia primitiva, puesto que las mujeres trabajan en la Iglesia, enseñan, acompañan a enfermos y pobres, presiden la liturgia en ausencia del sacerdote… El Papa ante este cuestionamiento ha nombrado una comisión de expertos y expertas para estudiar el diaconado femenino y su presencia en la Iglesia primitiva.

Se abre pues una puerta al ministerio femenino, una puerta que hasta ahora parecía definitivamente cerrada. Confiamos que esta apertura pueda conducir a los demás ministerios femeninos en la Iglesia. Esto nos daría una imagen de Iglesia jerárquica menos hierática y poderosa, más humana y tierna, más alegre y sencilla, más cercana al pueblo y a los pobres.

Víctor Codina

Cristanisme i Justicia

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Iglesia, comunidades y ministerios: Hacia un modelo de cura no clerical

Viernes, 8 de enero de 2016
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orthodox-calendar-2014-6“Sin esos grupos vivos que comparten su fe no hay Iglesia”

“La opcionalidad (y no la imposición) es más fiel al mensaje liberador de Jesús”

“Es preciso reconocer a estas comunidades el derecho a elegir y encomendar las tareas, servicios y ministerios a las personas que consideren más preparadas y adecuadas para cada tarea, sin distinción de sexo ni de estado. Que puedan de esta forma llegar a ser comunidades abiertas, inclusivas, desde la pluralidad y el respeto mutuo.” Y sin distinción de orientación sexual… ¿verdad hermanos?

(Moceop).- Tras casi cuarenta años de recorrido compartido (7 congresos internacionales, 7 latinoamericanos y otros muchos nacionales), el Movimiento internacional de curas casados en su actual configuración como Federación Latinoamericana y Federación Europea, tras haberse reunido en un congreso en Guadarrama (Madrid, España), bajo el lema “Curas en unas comunidades adultas”, hemos decidido hacer público este comunicado.

A todo el Pueblo de Dios

Acabamos de celebrar el 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II; y las esperanzas y compromisos sembrados por aquel acontecimiento histórico nos han animado a ofrecer una vez más nuestra experiencia y nuestra reflexión como movimiento eclesial y como integrantes de la comunidad universal de creyentes en Jesús de Nazaret.

En nuestro origen está la reivindicación de un celibato opcional para los curas de la Iglesia católica de Occidente: libertad que debería ser reconocida y respetada no sólo por ser un derecho humano, sino también porque la opcionalidad (y no la imposición) es más fiel al mensaje liberador de Jesús y a la práctica milenaria de las iglesias, así como por estar íntimamente relacionado con el derecho de las comunidades a tener servidores dedicados a su atención, hoy insuficientemente satisfecho.

Pero nuestro recorrido como colectivo ha ido ampliando esa perspectiva inicial -centrada en torno al celibato- para aspirar y avanzar hacia un modelo de cura no clerical y un tipo de iglesia no asentada férreamente sobre un cura exclusivamente varón, célibe y clérigo.

Durante esos largos años, quienes hoy hacemos este comunicado, hemos estado integrados y comprometidos, con sencillez y fidelidad, en muchos grupos comunitarios, buscando sentido cristiano a nuestras vidas y ayudando a quienes nos hemos encontrado, a descubrir su dignidad como seres humanos y como hijos de nuestro Padre-Madre Dios.

Desde esos compromisos, nos atrevemos a decir:

1º.- Estamos convencidos -y en ello coincidimos con otras comunidades y movimientos de iglesia, parroquiales y no parroquiales- de que el modelo de cristianismo mayoritariamente imperante está desfasado; y lejos de ayudar a la implantación del Reinado de Dios y su justicia, es con frecuencia un obstáculo para la vivencia de los valores evangélicos. Un nuevo tipo de iglesia y de comunidades es urgente para poder aportar algo válido frente a los retos que el ser humano tiene planteados hoy.

celibato2º.- El eje de este nuevo modelo de iglesia debe ser la comunidad, la vida comunitaria de los creyentes en Jesús. Sin esos grupos vivos que comparten su vida y su fe, que intentan descubrir el Reinado de Dios y vivirlo, no hay Iglesia. Y no podemos ignorar que las estructuras parroquiales en un gran porcentaje son dispensarios de servicios religiosos y cultuales más que comunidades vivas.

3º.- Para la renovación de la Iglesia y de las comunidades de creyentes hacia un modelo activamente comunitario de asamblea del Pueblo de Dios, es preciso un cambio estructural; no son suficientes los meros esfuerzos personales. Hay una inercia de siglos (Estado Vaticano, curias, leyes, tradiciones…) que actúa como un peso muerto y dificulta cualquier reforma progresiva.

4º.- Nuestro recorrido nos ha hecho experimentar y comprender que el motor de esa transformación se encuentra en el interior de las mismas comunidades: solamente unas comunidades adultas, maduras, pueden llevar a cabo esa transformación estructural necesaria y urgente. La estructura actual -preferentemente centrada en la parroquia y el culto- no tiende sino a perpetuar el inmovilismo y a adoptar cambios de forma sin ir al fondo.

5º.- También hemos comprendido y experimentado que los curas -sean célibes o no: no es esa la cuestión principal- no pueden seguir concentrando todo en sus personas y pretender asumir todas las tareas y responsabilidades. Su misma identidad y la calidad de su servicio imponen una evolución hacia una mayor participación y hacia un pluralismo de modelos en función y en dependencia de las comunidades concretas.

6º.- Esas comunidades adultas existen ya; en ocasiones son ignoradas o perseguidas; pero es necesario incentivarlas. Son pequeños grupos de dimensiones reducidas, donde sus componentes se conocen, comparten, viven la igualdad, la corresponsabilidad, la fraternidad y sororidad. Tenemos que seguir luchando por ese estilo de comunidades, perfectamente aceptables dentro de la pluralidad de modelos eclesiales.

7º.- Esa adultez y mayoría de edad les permite adaptarse a las exigencias culturales de nuestro mundo cambiante, vivir y formular la fe de forma y en lenguaje comprensibles y organizarse desde dentro según sus necesidades. Esas comunidades son libres y ejercen la libertad de los hijos e hijas de Dios; no viven ancladas en el pasado. Su referencia no es la obediencia, sino la creatividad desde la fe. Y desde ahí, pueden ser entendidas en nuestras sociedades.

iglesia-de-los-pobres8º.- Desde esta óptica, resulta cada vez más contradictoria e injusta la situación de las mujeres: mayoritariamente presentes en la vida eclesial, pero apartadas tradicionalmente de las tareas de estudio, responsabilidad y gobierno. No existe ningún fundamento para mantener esta discriminación, que además supone la pérdida de un potencial humano irremplazable. Se puede razonablemente esperar al mismo tiempo que su presencia cambiará las estructuras de animación y de gobierno a mejores, más justas y más equilibradas.

9º.- Y, finalmente, es preciso reconocer a estas comunidades el derecho a elegir y encomendar las tareas, servicios y ministerios a las personas que consideren más preparadas y adecuadas para cada tarea, sin distinción de sexo ni de estado. Que puedan de esta forma llegar a ser comunidades abiertas, inclusivas, desde la pluralidad y el respeto mutuo.

Hemos encontrado y participamos en comunidades de este tipo. No son una quimera sino una realidad a pesar de sus deficiencias y dificultades. Y estamos decididos a seguir luchando para que cada día sean más numerosas y auténticas. Este camino no es sencillo. Somos conscientes de que los compromisos que asumimos, pueden crear problemas: en ocasiones bordeamos la ilegalidad, aunque no por capricho o arbitrariedad; y sabemos que, con frecuencia, la vida va muy por delante de la normativa legal y que el Espíritu no está sometido a leyes.

Los retos actuales nos exigen abrir caminos de diálogo y encuentro; y en esos campos tan necesitados de cambio, ser creativos, asumir el protagonismo de las comunidades y hacer así realidad aquellas intuiciones y declaraciones del Vaticano II (vida fraterna, solidaria, ecuménica, comprometida por la paz y la justicia con todos los hombres y mujeres de buena voluntad…) que tanta ilusión despertaron, que fueron arrinconadas como peligrosas y que hoy, con la llegada del papa Francisco, han cobrado actualidad y recuperado su carta de ciudadanía en nuestra Iglesia.

Invitamos a todos los creyentes en Jesús a ser valientes y adentrarse en estas sendas de creatividad, adultez y libertad, para hacer cada día más real el Evangelio de la misericordia y de la responsabilidad ante los seres humanos y ante nuestra Madre Tierra.

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¿Se puede ser gay y sacerdote católico?

Miércoles, 7 de octubre de 2015
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monsenor-charamsa-con-su-parejaLos gays no pueden ser curas, según una decisión canónica tomada en 2005

Las filas clericales están repletas de curas, frailes, monjas, obispos con tendencias homosexuales

(José M. Vidal).- La homosexualidad descoloca a la Iglesia católica, que se debate entre la “igual dignidad de cualquier persona ante los ojos de Dios” y el tabú del sexo no heterosexual. Porque el homosexual rompe sus esquemas. “Varón y mujer los creó”, dice el Génesis. ¿Se puede ser gay y católico? ¿El homosexual nace o se hace? ¿El homosexual es un enfermo, un desviado, un vicioso o un hijo de Dios?

Hasta la llegada de Francisco al solio pontificio, la homosexualidad era un línea roja en la Iglesia católica, uno de los llamados “principios doctrinales innegociables”. Es decir, la homosexualidad se consideraba un vicio y un pecado contra natura. Por lo tanto, había que acoger al pecador, pero sin bendecir su pecado. Es decir, acogida teórica, sí, pero en la práctica los gays no sólo no pueden casarse por la Iglesia, sino que ni siquiera pueden ser curas, según una decisión canónica tomada por la Congregación para la Educación Católica en el año 2005.

Hasta entonces, los homosexuales podían ordenarse sacerdotes, siempre que se mantuviesen castos y no rompiesen el celibato, que obliga tanto a heteros como a homos. Y, de hecho, las filas clericales están repletas de curas, frailes, monjas, obispos y cardenales con tendencias homosexuales. Se habla, incluso, desde hace años, de la existencia de un poderoso lobby gay en el Vaticano.

El caso del polaco Charamsa y su explosiva salida del armario, el día antes de la inauguración de la segunda parte del Sínodo sobre la familia ejemplifica a las claras esta situación. Hay homosexuales en la Curia, que mantienen su condición en secreto y la viven en las sombras. Hasta que no aguantan más y explotan. Y algunos, como el teólogo polaco, reúnen las fuerzas suficientes no sólo para salir del armario, sino para dejar en evidencia la “homofobia paranoica” de la sala de máquinas vaticana, donde los homosexuales reprimidos ocupan puestos de relieve.

 Charamsa no era un funcionario de tercera de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Joven, preparado e inteligente, llegó al dicasterio que vigila la doctrina católica en 2003, en la época en la que estaba regido por el entonces cardenal Ratzinger. Y llegó a tener un puesto importante en ella, además, de ser elegido, secretario de la comisión teológica internacional y profesor en la Universidad Gregoriana y en la Pontificia Regina Apostolorum de Roma.

Tras su outing, la maquinaria del Vaticano se puso en marcha y el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, anunció inmediatamente que no podrá seguir en sus cargos, le acusó de “irresponsable” y denunció que las declaraciones de Charamsa buscan “someter la asamblea sinodal a una presión mediática injustificada”.

Charamsa no lo niega. Al contrario, admite que su revelación pública busca sacudir las estructuras eclesiales. “Quiero con mi historia sacudir un poco la conciencia de la Iglesia”, reconoció. Y añadió: “Me gustaría decir al Sínodo que el amor homosexual es un amor familiar, que necesita de la familia. Todas las personas, incluso los gays, lesbianas o transexuales, llevan en su corazón el deseo de amar y de la familiaridad”.

El bombazo de Charamsa sacude desde dentro las entrañas de la Iglesia, pone a la institución ante un espejo, pero, al mismo tiempo, da armas a su Internacional rigorista y provoca su reacción defensiva a ultranza. Una dinámica que puede obligar al Papa a afrontar las tendencias centrífugas de los dos extremos eclesiásticos. Y no mover ficha ni en éste ni en otros temas, hasta que se imponga el consenso eclesiástico. Posiblemente, en un próximo pontificado.

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Los cristianos no tienen templos ni celebran sacrificios

Viernes, 21 de agosto de 2015
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the-last-supper-sarah-jenkinsDe Reflexión y Liberación:

 El espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión….
(José Ruiz de Galarreta, SJ).

La Cena del Señor, la Fracción del Pan, no nace en el templo sino en la Sinagoga. La Sinagoga Cristiana toma la estructura de la Judía, pero la modifica y la completa.

Su local no es el Templo, ni la preside un sacerdote (ni un doctor); en ella no se celebran sacrificios sino que se lee la palabra y se hace oración. La modifica, porque la palabra del AT se ve sustituida por los hechos y dichos de Jesús, no narrados y explicados por sabios doctores sino por los Testigos; y los participantes ponen en común lo que el Espíritu da a cada uno (profetas). La completa, porque termina con la Fracción del Pan, que no tiene precedente en el AT. En esa reunión no hay sacerdotes, ni aparece alguien que por oficio la presida, ni aparece por ninguna parte que se ofrezca un sacrificio, ni se nombre la palabra altar.

Nuestra pregunta tendrá que ser, necesariamente, ¿de dónde ha salido la interpretación sacrificial de la Eucaristía, llamada “el santo sacrificio de la Misa”, con todos sus ritos, su clericalización y la mera “asistencia y participación” de los “laicos”?

Esteban, hace un virulento ataque contra el Templo: “no se pueden hacer casas en el Altísimo”. Los primeros seguidores de Jesús no tienen Templos, lugares de presencia de Dios y de adoración. Pero más tarde fueron surgiendo. ¿Es un retorno al Antiguo Testamento, una traición a Jesús? La magnificencia de los templos cristianos ¿tiene que ver con Jesús o más bien con el Templo de Jerusalén?

Aquí llegamos a la conjunción de varias líneas que ya hemos tratado: el aumento del número, la progresiva crecimiento de la clase clerical, el cambio de teología, de banquete a sacrificio, la posesión de riquezas y la concepción de los templos como esplendorosos monumentos a la gloria de Dios, son un peligro mortal para la Cena del Señor.

Recordemos: Dios no necesita nada, solo que cuidemos de sus hijos. Todo el dinero que tenga la Iglesia es para los pobres. Sólo cuando nadie en el mundo padezca ninguna necesidad podremos dedicar dinero a la gloria de Dios.

El espíritu está en la asamblea, no en la cabeza aislada. En la Iglesia no hay poder sino misión. Hemos comprobado que, invariablemente, las decisiones importantes se toman en la asamblea, que aparece siempre como órgano supremo a la hora de decidir, aun cuando estén presentes los apóstoles y el mismo Pedro.

Esto sucede desde el principio, con la elección de Matías, hasta el final, con el que llamamos “Concilio de Jerusalén”, a cuyas autoridades se someten Pedro y Pablo, con reticencias de los de Santiago.

¿Cómo se tomarán las decisiones importantes en el futuro? El modo asambleario fue declinando, dejando paso al modo monárquico. ¿Cuándo comenzó esta sustitución? ¿Se parece algo este modo asambleario original al modo actual de ejercerse la autoridad del Papa, de los obispos y de los Concilios?

La función de los Doce, y muy especialmente de Pedro: “Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la Palabra”, dejando la administración a otras, elegidas por la comunidad. Los Doce, y más tarde los apóstoles, tienen la misión de la Palabra, para cumplir la cual les es necesaria la oración. Eso les da autoridad, pero nunca aparece esta autoridad como un poder ni lejanamente semejante a poderes civiles, ni menos aún militares o económicos. El caso de Pedro es llamativo:

– toma iniciativas aceptadas por todos (elección de Matías (1,12);
– propone a la comunidad y a ésta le parece bien (ibid.);
– es enviado por la comunidad, junto con Juan, a la evangelización de Samaria (8,14);
– toma por su cuenta y riesgo de decisión de entrar en casa de paganos y bautizarlos (10,34);
– tiene que dar explicaciones a la comunidad de Jerusalén, cosa que hace con toda naturalidad (11, 1);
– opina, con autoridad pero sin carácter de decisión definitiva, en el “Concilio de Jerusalén” (15,7);
– recibe la reprimenda de Pablo (Gal. 2,11) “porque era digno de reprensión”.

Las formas de gobierno. Hemos comprobado que existen varias formas. La comunidad de Jerusalén parece regirse por un consejo de ancianos presididos por Santiago, “el hermano del Señor”.En otras comunidades aparecen sin más “los presbíteros”, que parecen ser también consejos de ancianos, unas veces espontáneos y otras nombrados por Pablo o algún otro apóstol. Finalmente aparecerán los epíscopos, que una veces son presidentes del consejo de ancianos y otras se presentan con autoridad más personal. De todas estas formas solamente ha subsistido en la Iglesia el episcopado, monárquico.

Tendremos que preguntarnos por qué declinaron las otras formas y también si no podrían existir hoy en la Iglesia sistemas de gobierno diferentes. Aparecen los diáconos, como encargados de temas económicos, como encargados de los aspectos físicos de la Fracción del Pan y como auxiliares de los epíscopos.

Tanto los epíscopos como presbíteros, los diáconos, y profetas son casados; más aún los textos no aparecen tolerarlo sino exigirlo. 1Tim 3,2-5: Es, pues, necesario que el epíscopo sea irresprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?

Incluso se habla de los apóstoles, y expresamente de Pedro, como “acompañados por una mujer cristiana” (1 Corintios 9,5). Solamente se habla de célibes refiriéndose a Pablo y Bernabé y no para ponerlos como modelos por su celibato sino precisamente para justificar su carácter excepcional… ¿De dónde ha salido el celibato sacerdotal obligatorio? Ha ido surgiendo más tarde en la Iglesia, puesto que no la encontramos en las primeras comunidades.

No hay más sacerdotes que los del Templo de Jerusalén. Las comunidades cristianas no tienen sacerdotes. ¿Cómo nacieron y qué significan? De todo esto se deduce algo muy claro. Todos estos modos de gobierno pueden ser convenientes o inconvenientes, eficaces o inútiles, pero nunca podrán decir que provienen de Jesús, y por tanto pueden modificarse. Pero lo sí es de Jesús, y resplandece en las primeras comunidades, es que se sienten responsables de sí mismas, que no hay división ninguna entre los que mandan y los demás, que no hay clase clerical, que nadie se siente con poderes divinos. Las formas pueden cambiar, pero si no cabían con el Espíritu de Jesús son traición y llevan al fracaso.

Las mujeres. Son muy importantes: lo fueron en la vida de Jesús y más aún en la Resurrección; son parte mayoritaria de la primera comunidad de Jerusalén y probablemente también de otras. Son citadas con mucha frecuencia en Hechos como magníficas colaboradoras, y aparecen ostentando los cargos de apóstoles, diaconisas y profetas. Incluso aparecen breves citas en que da la impresión de que es la pareja, el matrimonio, el que es sujeto de la misión.

Esto fue desapareciendo e la Iglesia. No desapareció su importancia real, pero sí toda la participación en cargos de las iglesias. ¿Cuál es la causa de su exclusión a lo largo del tiempo, y cuáles son sus reales y posibles funciones en la Iglesia hoy? Sería largo de explicarlo pero es fácil hacer una afirmación: su exclusión no viene de Jesús.

Al rechazar el sacerdocio para las mujeres se suelen aducir dos argumentos: que Jesús en la última cena ordenó sacerdote a solo varones; y que en la tradición de la Iglesia no ha habido nunca mujeres-sacerdotes. La respuesta a estos argumentos es muy sencilla: en los Hechos de Apóstoles aparece claramente que en las primeras comunidades no hubo sacerdotes, muestra evidente de que Jesús no ordenó de sacerdotes a nadie; pero en todos los servicios a la Iglesia que aparecen en esas comunidades, apóstoles, profetas, diaconisas… aparecen mujeres.

Convertíos: cambiar. El vino nuevo rompe los odres viejos. Si el Antiguo Testamento era fidelidad al pie de la letra a lo antiguo, lo formulado, inmutable, lo de Jesús va a ser muy diferente, y así se muestra en Hechos.

Las primeras comunidades no tuvieron inconveniente en cambiar: abandonaron el Templo, la circuncisión, las restricciones alimentarías, la prohibición de tratar con paganos, el modo de autoridad, la función de las mujeres…

Y se atrevieron a cambiar dos cosas que pasan desapercibidas y son radicalmente importantes: Cambiaron de idioma. Abandonaron el sagrado hebreo de las escrituras y el arameo en que se expresó a Jesús. Hablaron a la gente, tradujeron a Jesús al idioma de todo el mundo. Y es que no tenían un idioma sagrado, ni fórmulas sacras o mágicas.

En el mismo sentido, cambiaron de cultura. No hace falta ser judío, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura para seguir a Jesús. Ni hace falta ser occidental, ni romano, ni en idioma ni en costumbres ni en cultura. Leer más…

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Jesús fue un Laico

Martes, 11 de agosto de 2015
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tumblr_ml9lfd38yk1rg8z06o1_500Ya es costumbre entre escrituristas y teólogos decir que Jesús fue un «laico», que se enfrentó con los grandes problemas de su pueblo, y parece que no sin razón.

Parece claro que los sumos sacerdotes lo condenaron a muerte, porque se había metido a saco con lo que pasaba en el templo de Jerusalén, y no estaba dispuesto a admitir que se hubiera convertido en cueva de bandidos; «volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas» (Mt 21, 12-13), al fin cogió un látigo y, sin más miramientos, los echó a todos fuera del templo.

Habría que recordar aquí la parábola del buen samaritano, que Jesús emplea para explicar a un jurista quién es su «prójimo»: sucedió que bajaba un hombre por aquel camino que iba de Jerusalén a Jericó, y en aquel momento unos bandidos arremetieron contra él y le dejaron allí medio muerto. Por allí pasaba un “sacerdote” que, “al verlo, dio un rodeo y pasó de largo”. Y lo mismo pasó con un “levita” que, al acercarse por aquel mismo lugar, “dio un rodeo y pasó de largo” (Lc 10, 30-32).

Se da por supuesto en esta parábola que ya se sabe para qué están los sacerdotes y levitas del templo: para el gran negocio de atender al servicio del altar, y que eso les dispensa de las demás preocupaciones, entre ellas hacerse el desentendido ante un problema tan grave como aquel hombre al que los bandidos habian dejado maltrecho y casi muerto en el camino.

Ante él surge un samaritano, un hereje para los judíos, que hace con ese hombre todo lo que había que hacer para semejante caso: «le dio lástima; se acercó a él y le vendó las heridas, echándoles aceite y vino; luego le montó en su propia cabalgadura, le llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: cuida de él, y lo que gastes de más te lo pagaré a la vuelta»(Lc 10, 30-35).

Es decir, hizo por él lo que Jesús, que no se porta como el sacerdote y el levita del templo, hubiera hecho por aquel hombre, e hizo por los más necesitados de su pueblo. Lo que no hacen los sacerdotes del templo es exactamente lo que hace el laico Jesús por aquella persona.

Jesús fue permanentemente un Laico

Pero aquí las cosas comienzan a estar claras cuando a alguien se le ocurre escribir eso que en el Nuevo Testamento se llama la Carta a los Hebreos. Una carta donde se dice, sin más, que Jesús es sacerdote. Se dice rotundamente, y además se dice con una tal novedad que no entronca para nada con el sacerdocio del pueblo de Israel. Con toda intención se contrapone el sacerdocio de Melquisedec al sacerdocio de Aarón, para concluir que Jesús es sacerdote «en la línea de Melquisedec, no en la línea de Aarón» (Hb 7, 11).

Era un tiempo en que vivía un personaje llamado Melquisedec, en tiempos de Abrahán, cuando no existía para nada el pueblo de Israel, y Melquisedec quer1a decir «rey de justicia», «rey de paz», cuando era a la vez «sacerdote del Altísimo», y de este hombre se dice en la carta a los Hebreos que Jesús era «sacerdote en la línea de Melquisedec».

¿Por qué dice esto el autor de este escrito? Porque, según él, en Jesús se da radicalmente un «cambio del sacerdocio», pasa a ser otra cosa muy distinta del sacerdocio de Israel. Es cosa bien sabida que «Jesús nació de Judá, y de esta tribu nunca habló Moisés tratando del sacerdocio»(Hb 7, 13-14), no pertenecía a la tribu de Levi, que era la tribu del «sacerdocio levítico».

Así pues, Jesús era de la tribu de Judá y, como tal, nunca perdió la categoría de «laico» que presentó durante toda su vida, por más que en esta carta del Nuevo Testamento se cargue sobre él la categoría de «sacerdocio». Por más que en esta carta se trate de decir que Jesús es «sacerdote», y aun «sumo sacerdote», o «gran sacerdote», no habrá que perder de vista jamás este cambio radical que se ha realizado en Jesús, por lo cual él permanece siendo un laico para poder así ejercer un nuevo tipo de sacerdocio.

Es de gran interés para esta carta precisar bien esta gran novedad del sacerdocio de Jesús, por lo cual se contradistingue bien de todo otro tipo de sacerdocio: Jesús fue sacerdote «según la fuerza de una vida indestructible» (Hb 7, 16).

Lo cual nos remite directamente a la vida histórica de Jesús: Jesús hizo de su vida una tal «ofrenda de si mismo», una entrega tan radical por la liberación de su pueblo, que terminó en la cruz. Pero la muerte de Jesús no fue su destrucción, sino al revés: la que consumó su vida como una realidad indestructible, la que le convirtió en «el hombre consumado para siempre» (7, 27-28).

Es evidente que llamar a esto «sacerdocio» obliga a salirse de las categorías habituales, y acercarse a él como a una realidad absolutamente nueva. Es lo que se hace en este escrito del Nuevo Testamento: lo mismo que el «sumo sacerdote» del templo lleva la sangre de los cadáveres de los animales para el rito de la expiación, pero luego esos cadáveres «se queman fuera del campamento», pues de la misma manera Jesús, para consagrar al pueblo con su propia sangre, «murió fuera de las murallas» (13, 10-12). Jesús fue expulsado fuera de la ciudad por los sacerdotes del templo, y allí, en contradicción con todo lo que se hace en el templo de Jerusalén, Jesús aparece como un laico por más que se le represente convertido en sacerdote: «nosotros tenemos un altar (el altar de la cruz) del que no tienen derecho a comer los que dan culto en el tabernáculo» (13, 10).

Rasgos fundamentales del mensaje de Jesús como Laico

news_jv73wr9o50sy2pmJesús permanece siempre laico. Todo lo que hizo en su vida histórica fue claramente laica, determinado por su condición de ser de la tribu de Judá, no de la tribu de Levi. Jesús aparece tan claramente como un laico, tan distante de toda realidad sacerdotal, que lo que siempre habrá que tener en cuenta es que en él se ha realizado un «cambio del sacerdocio» por lo que no se parece en nada al sacerdocio del pueblo de Israel. La cuestión de Jesús se va siempre por unos derroteros que contradicen su condición de sacerdote: se va, por ejemplo, por los pobres, que fue siempre lo que fascinó a Jesús. Así continúa puntualmente su función como laico.

a) Los privilegiados de Dios son los pobres: Hasta tal punto se distancia Jesús del sacerdocio del templo que esto le obliga a preocuparse de algo que ha sido desde el principio muy querido por él: los pobres de su pueblo.

Pero esto nos fuerza a poner en primer plano las «Bienaventuranzas» de Jesús, que fue lo primero de que se preocupó Jesús al poco tiempo de haber comenzado su misión en Cafarnaún. «Dichosos vosotros los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios»: esta es la primera bienaventuranza que proclama Jesús. Los pobres, que eran la gran mayoría del pueblo de Israel, pasan a ser los preferidos de Jesús, porque eran también los preferidos de Dios, cuyo Reino comienza a proclamar Jesús como la gran alternativa entre ricos y pobres en que va a centrar su misión.

Jesús sabía muy bien cuán deteriorada y falsificada estaba la imagen de Dios en su mundo, y más directamente en los dirigentes religiosos de su pueblo. En tales circunstancias, no basta con que los dirigentes digan que representan a Dios, ni de actuar en su nombre. En la primera bienaventuranza aparece con toda claridad que Dios está en otra parte que donde solemos colocarle los hombres para manipularlo en favor nuestro. Más exactamente: Dios está en la parte contraria de donde le han colocado los poderosos de su tiempo, lo mismo los dirigentes religiosos judíos como el poder imperial romano en Palestina. Esa parte contraria es el ámbito de los pobres, de los sometidos y marginados, dentro del pueblo de Israel.

No es nada fácil captar la carga subversiva de este mensaje de Jesús: los que hasta entonces no habían contado para nada en la construcción de aquella sociedad, porque en realidad no servían para nada, son los que cuentan para Dios a la hora de construir su Reino. No era de la parte «religiosa» de su pueblo, ni siquiera del templo de Jerusalén, de donde cabría esperar las promesas de Dios para su pueblo, sino de las manos de un laico como Jesús.

Pero no hay que olvidarse de las malaventuranzas que Jesús dedica a los prepotentes de su pueblo: “¡Ay de vosotros los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo!» (Lc 6, 20-24). En otra ocasión, cuando Jesús se encuentra con un joven rico, que renuncia a seguirle porque “tenía muchas posesiones”, aprovecha para decirles a sus discípulos: “¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!…Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios” (Me 10, 22-25).

No podría decirlo Jesús más claro: emplea un símil, que pronto se convertirá en proverbio, para explicar lo difícil que es que un rico entre en el Reino de Dios. Y esto nos obliga a considerar quiénes son los ricos dentro de su pueblo: los poderosos y los opulentos, que son los que tienen el dinero en el pueblo de Israel. Estos son, sin duda, los sacerdotes del templo, que lo han convertido en un «mercado» (Jn 2, 16) Y en la irrisión de la gente. Nadie podía lanzar en nombre de Dios la corrupción del templo sino un laico como Jesús, que había puesto en vigencia, contra los ricos, los preferidos de Dios que son los pobres, de manera que la Buena Noticia que es el Evangelio pertenece únicamente a los pobres.

b) El buen samaritano: Jesús presenta siempre como un «prójimo» a toda la inmensa mayoría de los pobres que forman parte de todo el pueblo de Israel. Ese “prójimo» que, para el sacerdote y el levita «dan un rodeo y pasan de largo», sucede que a Jesús «le dio lástima», es decir, «le conmovieron las entrañas» al ver lo que acababa de ver.

En otra ocasión, cuando da de comer a cinco mil hombres, y ocasionó un entusiasmo popular en torno a él, «le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor» (Mc 6, 34). ¿Qué es lo que ocurrió a Jesús? Pues le ocurrió que «se le conmovieron las entrañas» al ver a tanta gente a quien los dirigentes del pueblo habían abandonado a su suerte. Un laico como Jesús, que se compadece de los pobres, es capaz de responder como nadie a la inmensa muchedumbre de los pobres que los sacerdotes del templo habían dejado abandonados como ovejas sin pastor. El laico Jesús sabe que «mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y les doy vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano» (Jn 10, 27-28).

c) El «pueblo sacerdotal»: Jesús fue el «arrojado fuera de la ciudad» por los sacerdotes de su pueblo. Sólo desde él nosotros los cristianos somos un «pueblo sacerdotal» que estamos llamados a salir donde él fue arrojado: «Salgamos, pues, donde él fuera del campamento, cargando con su oprobio, pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la futura». Y se nos recuerda lo que deberíamos tener siempre presente: «No os olvidéis de hacer el bien, ni de la puesta en común de los bienes: esos son los sacrificios que agradan a Dios» (Hb 13, 13-16).

d) El final de la historia: Jesús fue definitivamente un laico. Sólo al final de la historia, todos los hombres serán llamados a aparecer delante de él: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme». ¿Cuándo pasó todo esto? «Cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo» (Mt 25, 35-40). «El criterio determinante del juicio de Dios sobre la historia no va a ser un criterio religioso, sino estrictamente laico»,dice un conocido teólogo Latinoamericano.

Rufino Velasco

Reflexión y Liberación Nº 93 / Junio de 2012
Santiago de Chile.

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“¿Quién tiene autoridad para lanzar la excomunión en una comunidad eclesial sacerdotal?”, por Benjamín Forcano, teólogo

Domingo, 7 de septiembre de 2014
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lanovedaddejesus_005421_9788496146761Leído en la página web de Redes Cristianas

Con empeño especial he sintetizado (en 10 páginas) la primera parte (118 páginas) del libro de Xabier Pikaza: “La Novedad de Jesús-Todos somos sacerdotes”. Desde siempre se nos ha hablado del sacerdocio común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco. Ese sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser exclusivo de los hoy llamados clérigos.

El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios , ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.

Hay que volver al origen y retomar el Evangelio, porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida sobre él como una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los fieles.

Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con desigualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”.

Es el único texto donde se señala que la diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva Iglesia. Asignar a un “grupo” -los hoy clérigos- una participación singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia esencial, es un invento posterior. EL Vaticano II recalca en mil partes la posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación.

El sacerdocio “jerárquico” no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de las tareas o servicios que producirá y designará la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero.
El sacerdocio de Jesús es laical en él y en consecuencia en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones, tareas, carismas o servicios (ministerios) sean necesarios
.
Es bueno cuestionar ciertos procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la  praxis y enseñanza de Jesús y también con la manera de ser y obrar de la Iglesia primitiva. El tema de la excomunión aplicada y comentada estos días   a personas cristianas, no hay por donde reconocerlo confrontado con el  Evangelio y el vivir de los cristianos del comienzo.

Como he dicho, ilustra sobremanera y sugiere modos de obrar distintos el estudio que un buen y reconocido biblista como Xabier Pikaza acaba de hacer: “La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes”. Estudio sereno, riguroso, superdocumentado y que ayuda a poner en su lugar el poder  abusivo de la clase clerical.

En este momento de crisis y de inevitable y creativa renovación según propugna el Papa Francisco, se necesitan estudios así, para entender, aclarar y estimular propuestas que seguramente a muchos van a  sorprender. Los caminos, que ahí   se abren al futuro y que hay que ensayar y crear son innovadores,  fecundos seguramente, si sabemos asumirlos responsablemente. Nada tienen que ver con el capricho, la indisciplina, o la  rebeldía instintiva u otros motivos que algunos puedan imaginar.
Surgen y hay que crear nuevas soluciones. PAZ  y  BIEN.

(Cfr. Xabier Pikaza, La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, Nueva Utopía, Páginas, 224).

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“Mujeres en el altar”, por Juan José Tamayo

Domingo, 3 de agosto de 2014
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José Manuel Vidal: Mujeres obispas

Dos escenas religiosas diferentes, dos imágenes distintas de mujeres, dos sensibilidades en las antípodas, dos paradigmas de Iglesia cristiana.

7 de noviembre de 2010: Barcelona. En torno a 250.000 personas aclaman al papa Benedicto XVI por las calles. Iglesia de la Sagrada Familia de Barcelona. Misa solemne presidida por el papa Benedicto XVI en la iglesia de la Sagrada Familia, con presencia de los reyes de España. Acompañan al papa cardenales, arzobispos, obispos, clero, todos varones. El papa procede a la consagración del templo ungiendo el altar con crisma e incensándolo alrededor. Se ha vertido aceite en el suelo que es necesario limpiar. De inmediato aparecen solícitas en el altar siete religiosas pertenecientes a las Auxiliares Parroquiales de Cristo Sacerdote, quienes se agachan para limpiar las gotas de aceite y preparan el altar para la celebración del santo sacrificio de la misa, mientras los varones contemplan la escena sin prestarles ayuda. Luego ponen los manteles para el santo sacrificio de la misa y abandonan el altar. Su función ha terminado.

La escena dio la vuelta al mundo y causó estupor, más aún, consternación e indignación por la falta de paridad, la irrelevancia y la discriminación de las mujeres en la Iglesia católica. Situación que nada tiene que ver con la paridad entre hombres y mujeres que reclama el evangelio, que practicó Jesús de Nazaret y que se vivió en las primeras comunidades cristianas. Las monjas, empero, dijeron sentirse felices y consideraron un verdadero privilegio el haber prestado ese servicio en un momento tan solemne.

11 de septiembre de 1992: el Sínodo General de la Iglesia anglicana de Inglaterra aprueba la ordenación sacerdotal de mujeres. Estas pueden acceder al altar pero no para prepararlo para el culto como auxiliares de los clérigos, sino para presidir la eucaristía. Otras provincias de la Comunión Anglicana comenzaron a incorporar a las mujeres al ministerio sacerdotal a partir de la década de los 70 del siglo pasado. No tardó en plantearse el debate en torno al acceso de las mujeres al episcopado, y varias provincias de la Comunión dieron el paso y ordenaron a mujeres obispas, por ejemplo, Escocia, Irlanda del Norte, Estados Unidos, Canadá, Australia….

mujeres-sacerdotes21El Sínodo Genera de la Iglesia de Inglaterra, sin embargo, se resistió a dar el paso. Hubo un intento en 2102, que fracasó, principalmente por la negativa de los representantes de los laicos. Finalmente se han vencido las resistencias y el Sínodo, formado por obispos, clérigos y laicos, reunido en la ciudad de York, ha dado su aprobación para que las mujeres puedan ser obispas por abrumadora mayoría de los tres sectores sinodales. Tan trascendental decisión cuenta, además, con el apoyo del 74% de los anglicanos. El primero en felicitarse ha sido el arzobispo de Canterbury, quien ha declarado la efemérides en que se aprobó como “un día para la historia” y no ve lejana la posibilidad de que una mujer sea arzobispa de Canterbury.

No es este un gesto aislado de la Iglesia Anglicana en el camino hacia la inclusión. Desde hace varias décadas camina en esa dirección dando pasos firmes y sin vuelta atrás en la construcción de una Iglesia inclusiva. Junto a la incorporación de las mujeres en el ejercicio de los ministerios sacerdotal y episcopal, en las funciones directivas y en la elaboración de la doctrina teológica y moral, hay que valorar positivamente el respeto y reconocimiento a las diferentes identidades sexuales. Los gays y las lesbianas forman parte de la comunión eclesial. Se bendicen los matrimonios homosexuales. La ordenación sacerdotal y episcopal no se limita a las personas heterosexuales, como sucede en la Iglesia católica, sino que se extiende a otras identidades sexuales. Se celebran uniones matrimoniales entre los clérigos homosexuales.

curabritEl sacerdote británico Colin Coward anunció que se casará con su novio nigeriano Bobby Egbele

Una característica de la Comunión Anglicana es el elevado grado de autonomía en sus diferentes provincias, lo que conlleva un importante nivel de creatividad y un amplio pluralismo, en sintonía con la autonomía, la creatividad y el pluralismo en las comunidades cristianas de los orígenes. No todas las iglesias caminan al mismo ritmo
Cada paso dado hacia una Iglesia más abierta e inclusiva no es fruto de un decreto de la cúpula episcopal, sino que tiene lugar a través del diálogo, del debate, incluso de la confrontación, con luz y taquígrafos, democráticamente, respetando a los discrepantes. No se crea, sin embargo, que la Iglesia Anglicana vive situación angelical. Los pasos hacia adelante con frecuencia provocan oposición, resistencias y hasta rupturas. Pero los problemas no le llevan a estancarse en posiciones discriminatorias y excluyentes del pasado, sino a buscar soluciones por la vía de la paridad, respetando a los sectores más conservadores.

Me parece un ejemplo a seguir por la Iglesia católica, donde las mujeres y los homosexuales siguen viviendo una situación de auténtica segregación.

Juan José Tamayo es teólogo, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis, Trotta, Madrid; Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica, Fragmenta, Barcelona, 2013.

(EL PERIODICO DE CATALUÑA, 28 DE JULIO DE 2014)

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“Reemplazar el sacerdocio jerárquico por el sacerdocio de Jesús, que es el de todos”, por Benjamín Forcano, teólogo

Miércoles, 2 de julio de 2014
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lanovedaddejesus_005421_9788496146761Leído en la página web de Redes Cristianas

-Existen en la Iglesia estructuras que pueden condicionar el dinamismo evangelizador-

-La Iglesia vive en permanente reforma de sí por fidelidad a Jesucristo-.

(Papa Francisco, GE)

. Con empeño especial he sintetizado la primera parte del libro de Xabier Pikaza: “La Novedad de Jesús-Todos somos sacerdotes”. Desde siempre se nos ha hablado del sacerdocio común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco. Ese sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser exclusivo de los hoy llamados clérigos.

El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios , ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
Hay que volver al origen y retomar el Evangelio, porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida sobre él como una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los fieles.

Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con desigualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundada en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”.

Es el único texto donde se señala que la diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la primitiva Iglesia. Asignar a un “grupo” -los hoy clérigos- una participación singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia esencial, es un invento posterior. EL Vaticano II recalca en mil partes la posesión y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación. El sacerdocio “jerárquico” no responde al sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo más, una de las tareas o servicios que producirá y designará la comunidad sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero. El sacerdocio de Jesús es laical en él y en consecuencia en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones, tareas, carismas o servicios (ministerios) sean necesarios .

INTRODUCCION

La razón del tema es clara. Nos encontramos, tras dos mil años de historia, con que el tema del sacerdocio cristiano ha entrado en gravísima crisis: los llamados a continuar con la figura tradicional del sacerdocio no responden ni llegan y, al mismo tiempo, la escasez de los existentes y el envejecimiento de la mayor parte, ponen al descubierto una brecha que amenaza el modelo eclesiológico bipolar Clérigos / Laicos.

Puede que la ausencia de vocaciones sea un factor importante en este fenómeno. Pero, independientemente de él, se muestra otro aspecto que considero radical para esclarecer lo que está pasando y alumbrar un nuevo futuro: ¿Se trata simplemente de una crisis vocacional o más bien de un retomar el Evangelio y ver si el sacerdocio de Jesús , propio de todo cristiano, se ha mantenido en su recorrido histórico en lo que de verdad es o se lo ha reemplazado por otro, que lo trastueca profundamente?
Dada la preponderancia absoluta que la figura del sacerdote, tal como la conocemos hoy, ha adquirido por siglos en la cristiandad, a muchos les parece más que temerario cuestionar esta figura y suscitará -de ello no tengo duda- asombro, dudas y protestas inacabables.

No es mi tención entrar a describir la peculiar personalidad del clérigo , que le lleva a renunciar a la propia autonomía y libertad para cumplir incondicionalmente la norma del sistema clerical establecido, sino ver si la figura clerical dominante responde al nuevo sacerdocio de Jesús, con las consecuencias que esto conlleva para sus seguidores.
Esto supone, primero de todo , fijar el significado original del sacerdocio jesuánico y comprobar si , a lo largo de la historia, lo hemos sabido mantener o nos hemos apartado de él. Puedo adelantar que el estudio arroja luz en el sentido de que, a partir del siglo III, esa figura primordial fue adquiriendo rasgos y cualidades, que lo sustraían a la comunidad y se la reservaba a una minoría, como categoría superior al margen de la comunidad.

El inicio y el recorrido histórico nos traen hasta el mundo de hoy y entonces podemos confrontar si el retrato actual del sacerdote concuerda o no con el del comienzo.

EL SACERDOCIO DE JESUS

1.El sacerdocio como poder en el tiempo de Jesús

En las diversas culturas del Antiguo Oriente, existían los sacerdotes. Eran intermediarios entre Dios y los hombres (el mismo “patriarca” o rey del clan, que eran sacerdotes, estaban en simbiosis con Dios); suscitaban su poder y lo controlaban en lugares y fiestas determinadas ; eran creadores de santidad ritual y especialistas en sacrificios.

Dentro del pueblo judío, siglos antes de Jesús, aparecen también santuarios y grupos sacerdotales (levitas), especialistas en sacrificios. El Código Sacerdotal ( libros Levítico y Números ) hablan del Sumo Sacerdote como autoridad máxima , representante de Dios y delegado del Rey persa, quien una vez por año tiene que penetrar en el “Sancta Sanctorum” del templo para interceder por el pueblo.

Hasta la conquista romana (64 a. C) se mantiene esta situación y, a partir de ella, las funciones se dividen: un Gobernante romano con poder civil y un Sacerdote con autoridad religiosa.

2. Jesús fue un laico

Metido Jesús en su vida pública, se lo conoce y actúa como un laico, en la línea de los profetas y de los pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y de los sabios populares. En el punto culminante de su vida, Jesús sube a Jerusalén y se enfrenta con los sacerdotes. Sube a Jerusalén, pero no para “legalizar” sus ritos y someterse a la autoridad de los Sumos Sacerdotes, sino para mostrar que el templo ya no tiene valor sagrado para el pueblo.

A muchos sacerdotes actuales, les sorprenderá que se diga de Jesús que fue un laico. Considero de gran utilidad sintetizar lo que el citado Xavier Pikaza desarrolla sobre este punto (Cfr. La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, pp. 13-31).

“ EL sacerdocio de Jesús coexiste en El desde su condición de laico. El Hijo del hombre, humano a cabalidad, no se atribuyó títulos de honor, pues títulos y honores los tenían otros (sacerdotes y rabinos, presbíteros, pontífices y obispos-inspectores), sino que actuó como un simple ser humano , sin tareas oficiales, ordenaciones jurídicas , ni documentaciones acreditativas. No se llamó sacerdote , ni recibió las sagradas órdenes, sino que fue un judío marginal, de origen galileo y de extracción campesina , obrero de la construcción (albañil o carpintero) sin tierras propias.

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