Llegar a hacer silencio ¿es un proceso?
Me pregunto mucho estos días en que a raíz de evaluar el curso con algunos grupos emerge una constante: “me cuesta parar, silenciarme, orar…”
El silencio no es dejar de hablar, es una peregrinación hacia nuestro centro, donde el silencio se convierte en presencia, en palabra habitada. No es poesía, es espiritualidad tangible. Te invito a probar. Y me cuentas.
¿Por qué peregrinación? Porque es un proceso de desprendimiento de capas: de cosas, de ruidos, de relaciones, que nos agobian, que nos quitan la energía porque son una carga.
Cosas: para llegar a un silencio habitado molesta todo lo que no es necesario. Requiere un estilo de vida solidario con personas y planeta. Una vida minimalista, donde lo que se tiene se usa y respeta con agradecimiento y solidaridad. Y donde lo que no se usa se comparte con justicia y sobriedad.
Ruidos: Los ruidos de fuera son fáciles de silenciar o integrar si son de tráfico o de la calle…Los más interesantes son los de dentro. ¿Qué voces me hablan cuando me pongo a la escucha atenta? Esas voces de nuestro ego, de nuestro pasado y presente pueden ser muy insistentes y no se callan hasta que se les atiende. Y esta es la prueba de los fuertes. A diferencia de lo que cree el ego que considera fuerte al que aguanta y puede solo, el fuerte en sentido humano y evangélico es el humilde, el que está en su verdad y busca acompañamiento porque sabe que el ego “mandonea” pero no acompaña.
Y justo ahí se da la criba. Los que asumen su “humus”, su tierra, y se dejan lavar los pies por algún Jesús en su vida como amiga o amigo o pequeña comunidad que con respeto nos dicen la verdad o ahí pierde el rumbo. “Déjalo todo y sígueme”: efectivamente, si no soy capaz de dejarme ayudar no puedo seguir a Jesús, porque no le veo. Son caminos diferentes: uno sigue hacia la Jerusalén de la vida donde poco a poco se nos invita a dar la vida, a entregar el ego para que se transforme en hermana y hermano. El otro sigue su propia carrera de obstáculos, su escalada a una cima donde al llegar nadie te espera porque has dejado atrás lo mejor de los demás: su presencia y compañía con sus limitaciones e imperfecciones, carácter y sueños.
Relaciones: La he dejado la última porque cuando se dan las otras dos, a veces las relaciones se recolocan porque ya no exigimos tanto, o no tenemos tanto miedo que muchas veces se convierte en proyección y ataque…pero no siempre es así.
Las relaciones son siempre buenas cuando se da el principio de respeto. Es el barómetro que no falla. ¿Te respetan?, entonces te dejarán expresar, te dejarán ser tú, te pedirán que les dejes expresar y que les dejes ser ellos o ellas. Cuando algo de esto falla, cuando uno de los dos impone, domina…puede haber cariño pero no respeto. La empatía es el fruto del silencio respetuoso.
El ruido de la falta de respeto en las relaciones humanas es el más difícil de integrar. De hecho no se calla nunca porque es Dios mismo quien grita dentro de nosotras con respeto para que nos dejemos respetar y también para que respetemos íntegramente las diferencias en las personas de nuestro entorno. Dios, el Silencio, nos indica el camino de liberación, nos pone hermanas que tienen Ruah o sea espíritu de sabiduría para ayudarnos a discernir…
¿Es el silenciamiento un proceso? Tampoco se trata de darle demasiada importancia a nuestro ruido, sólo el justo para llegar al respeto que es el bálsamo sanador. Si le damos demasiada importancia, je je, el ego ha ganado.
Y cuando consigues un poco de sosiego interior porque le dejas al Maestro vivir en tu centro, entonces su Palabra es Vida. Cada palabra del evangelio se convierte en tu riqueza, y ya no necesitamos tantas cosas y personas y actividades… es como construir en familia o comunidad la casita en el bosque con las piedras y maderas del mismo bosque, naturalmente, sin cementos armados, ni a golpe de talonario. Con sencillez y respeto a la naturaleza, a nuestra naturaleza, quitando la maleza y preparando el espacio…¡Precioso el proceso!
Magdalena Bennásar Oliver
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