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“La sangre de los inocentes clama a mí”, por P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Sábado, 28 de diciembre de 2024
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“La sangre de los inocentes clama a mí -Génesis 4, 10 y Apocalipsis 6, 10-“.
Con motivo de la Fiesta de los Santos Inocentes el 28 de diciembre.

Dios, interrogado por Job (este es el cuarto diálogo del libro), niega en primer lugar a los tres que creían apoyar las razones de Dios, y muestra que quiere tomar en serio todas las preguntas de Job, incluso aquellas que parecían demasiado pesadas y blasfemas, como: ¿por qué me trajiste al mundo? ¿solo para sufrir? Pensemos con qué frecuencia escuchamos este argumento: ¿qué hice mal para merecer todo esto? Era mejor ni siquiera venir al mundo, era mejor morir. Dios, repito, niega los tres y da la razón a Job porque reconoce que con razón se rebeló contra un dolor injusto, reconoce su derecho a clamar su inocencia, a quejarse, a protestar.

Y aquí hay una conexión muy importante con el Nuevo Testamento: el momento en el que el mismo Jesús clama a Dios: ¿por qué me has abandonado? Existe este momento, luego será superado, pero está ahí. Por tanto, si incluso el mismo Jesús supo gritarle esto a Dios, significa que, cuando nos encontramos ante personas que gritan su dolor, su sufrimiento, del que no se sienten culpables, no debemos silenciarlos, sino dejarles que se desahoguen, que transcurra en modo y tiempo este momento. Porque en esos momentos y en esas situaciones son inútiles todas las supuestas palabras de ánimo y consuelo.

Entonces Dios responde a la objeción de Job: ¿para qué vine al mundo si tengo que sufrir tanto? Pero es una respuesta muy diferente de lo que Job (¡y nosotros con él!) esperaría. De hecho, no le dice nada sobre el significado de su inocente sufrimiento, ni tampoco le dice nada sobre el significado de todo el mal que existe en el mundo.

¿Qué le dice en su lugar? ¿Qué hace Dios realmente? Cambiar el eje del discurso. Job le preguntó: ¿por qué el sufrimiento? Y Dios le dice: “¿Pero eres capaz de hacer todo lo que yo he hecho? Y en cierto momento, llega incluso a proponer invertir los papeles.En definitiva, Job, ¿quieres intentar ser Dios? Mientras tanto, primero, empieza a hacer un mundo, como lo hice yo. Y luego sigue adelante y ataca a todos los malvados de la tierra, ¿lo harías mejor que yo?

Observamos que este procedimiento es típico de las Escrituras. Dios deja hablar al hombre, porque lo respeta y lo creó libre, pero luego lo corrige, si es necesario, en sus preguntas. De hecho, el hombre a menudo hace preguntas equivocadas y Dios no puede responder a esas preguntas, porque la pregunta es incorrecta. Cuántas veces Jesús no responde en los evangelios, sino que desplaza la discusión, precisamente para dejar claro que la pregunta es errónea, que el verdadero problema no es el planteado, sino otro.

¿Y cuál es el debate principal aquí? Dios dice: tú Job tienes razón al clamar tu inocencia y esos tres estúpidos amigos tuyos, que estaban ocupados tratando de defenderme, se equivocaron. Tienes toda la razón. Pero a las preguntas que me hagas, responderé esto: piensa en tu condición, no eres Dios, no puedes crear un universo, no puedes reemplazarme porque eres una criatura. Yo te hice, te di vida, eres criatura y por eso tienes límites; tienes que reconocer tus límites. Y eso significa que nunca podrás explicarlo todo.

Este discurso, entiendo, también puede verse como una especie de estratagema, no sé si una solución del todo conveniente al problema según nuestras expectativas, pero es la respuesta de la Palabra de Dios, sobre el tema del sufrimiento inocente: es un gran misterio.

No existe una explicación racional para el misterio del mal y del sufrimiento; si repasamos todas las explicaciones dadas por la filosofía, nos damos cuenta de que ninguna es verdaderamente satisfactoria. En mi opinión, la explicación más convincente sigue siendo este misterio, porque los demás fracasan por todos lados. Ésta es la gran enseñanza que quiere dejarnos el autor bíblico del libro de Job, en esa parte escrita en poesía que se interpuso entre las dos prosas.

Sin embargo, intentemos abordar el tema en profundidad. Ciertamente el tema del dolor, y sobre todo el dolor inocente de los niños, constituye una de las cuestiones más dramáticas de la vida del hombre. ¡La historia de la humanidad está marcada por millones de muertes inocentes! Según estimaciones de la OMS de hace unos años, más de 500 millones de personas en todo el mundo viven con discapacidad. Más del 5% de los niños en el mundo nacen con una malformación congénita o hereditaria y de ellos aproximadamente más de 3 millones con trastornos muy graves, que provocan la muerte de los niños enfermos en los primeros tres años de vida. Pensando en una escala diaria, esto significa que cada día vienen al mundo más de 8.000 niños con discapacidades graves.

El teólogo belga Edward Schillebeeck escribía: “Tanto la teología como la filosofía se encuentran desorientadas y sin palabras ante este complejo conjunto de males y sufrimientos humanos causados por la naturaleza, las personas y las estructuras. Hay demasiado dolor inocente y absurdo como para racionalizarlo ética o teológicamente”.

Es significativo que el teólogo Romano Guardini dijera, poco antes de su muerte: “En el día del juicio responderé a las preguntas que Dios me haga; pero yo mismo le haré preguntas como ésta, que ningún libro, ni siquiera las Escrituras mismas, puede responder: “¿Por qué, oh Dios, existen caminos de salvación tan retorcidos y tan terribles? ¿Por qué el dolor, el dolor de los inocentes?”. Incluso el protagonista de la película “Cien clavos” de Ermanno Olmi le dice al sacerdote que le recuerda el juicio universal: “¡Es Dios quien en el día del juicio tendrá que responder por todos los sufrimientos del mundo!

Es cierto que en esta tierra no hay una respuesta satisfactoria a esta pregunta. Ante el sufrimiento de los inocentes, como ante todas las grandes experiencias de la vida, hay quienes rechazan el dolor, se rebelan y no logran aceptarlo. Hay quien culpa a Dios y en consecuencia pierde la fe. Llegué a conocer una persona discapacitada que todos los días maldecía a su madre y a Dios por su situación. También en el libro “Cartas desde Stalingrado”, en la terrible situación de la guerra, vemos una rebelión sorda y enojada por parte de algunos soldados. En este sentido, quedan famosas algunas frases de la literatura de Fyodor Dostoievski, después de un episodio terrible en el que un niño sufre un castigo terrible. Cuando es cruelmente mutilado por una jauría de perros, Iván dice: “No quiero una armonía de este tipo, no la quiero por amor a el mundo, así que me apresuro a devolver mi billete de invitación. No es que no quiera que haya un Dios, pero con mucho respeto le doy mi boleto de regreso a ese mundo“.

En “La peste” de Albert Camus, el doctor De Rieux dice: “Tendré otra idea del amor y me negaré hasta morir a amar esta creación, donde tanto se atormenta a los niños”. E incluso en la Biblia existe una reacción negativa ante el mal. Menciono el libro de Eclesiastés que clama –todo es vanidad– y que expresa una forma de profunda rebelión. Debemos tener un gran respeto por el dolor de las personas que reaccionan con ira; a veces simplemente no hay palabras para decir; es mejor el silencio y, en todo caso, la caridad amorosa activa.

Del libro de Job se desprende que Dios mismo permite a Job desahogar todo su dolor. Pero, siempre ante el sufrimiento, hay quien, por el contrario, precisamente en el dolor, descubre o redescubre la fe, se encuentra con Dios mismo, como fue el caso de Job. Y en efecto Job lo comprende: “Entiendo que Tú todo lo puedes; nada es imposible para vosotros… He expuesto sin discernimiento cosas demasiado superiores a mí, que no comprendo [por eso reconoce su orgullo]. Escúchame y hablaré, te interrogaré y tú me instruirás. Te conocía de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso cambio de opinión y siento arrepentimiento por encima del polvo y la ceniza”.

Hermoso, porque primero dice que será enseñado por Dios, y luego: ahora mis ojos te ven de verdad, antes te conocía “de oídas”, es decir, superficialmente. Te tenía veneración, seguía tus mandamientos, también fui piadoso y devoto; pero “ahora mis ojos te ven”, es decir: ¡sólo ahora te conozco realmente, te he conocido, te he experimentado!

En la Escritura el sufrimiento no se explica, sino que se ve como una oportunidad -la mayor oportunidad que tenemos- de LIBERTAD, es decir, de no dejarnos aplastar por el sufrimiento mismo, es la oportunidad de conocer mejor a nosotros mismos y Dios, es una oportunidad para vivir menos superficialmente, más profundamente. Asimismo en el citado libro de ‘Cartas de Stalingrado’, si hay soldados que se rebelan contra Dios, otros en cambio, precisamente en el drama de la guerra, lo redescubren. Hay situaciones de sufrimiento tan terribles que no hacen falta consoladores humanos. Ninguna palabra puede atravesar la oscuridad, el manto plúmbeo de ciertas tragedias. Quien puede entrar en tales tinieblas es sólo el Espíritu consolador de Dios, aquel Dios que se hizo “cercano” (del latín “proximus” = lo más cercano que pudo) a cada uno de nosotros en su Hijo Jesucristo.

Paul Claudel había dicho: “Dios en Cristo no vino a explicar el sufrimiento, sino que vino a llenarlo con su presencia”. El amor de Dios no nos protege de todo sufrimiento, sino en todo sufrimiento. Y entonces también puede ocurrir este “milagro“.

Kirk Kilgour, estadounidense, campeón mundial de voleibol, irremediablemente discapacitado tras una dramática lesión sufrida en Roma el 8 de enero de 1976, se convirtió en un gran e incomparable campeón de la vida y de la fe, como se desprende de uno de sus célebres poemas, de los cuales cito algunos versos: “Pedí a Dios que fuera fuerte para realizar proyectos grandiosos y Él me hizo débil para mantenerme en la humildad. Le pedí a Dios que me diera salud para realizar grandes empresas y me dio dolor para entenderlo mejor… Le pedí a Dios todo para disfrutar la vida y me dejó la vida para que pudiera ser feliz con todo. Señor, nada recibí de lo que te pedí, pero tú me diste todo lo que necesitaba y casi en contra de mi voluntad. Las oraciones que no hice fueron contestadas. ¡Alabado seas, mi Señor: entre todos los hombres, ninguno tiene más que lo que yo tengo!

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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El día y la hora nadie lo sabe…

Domingo, 17 de noviembre de 2024
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Oda a la Higuera

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

*

***

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La Higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

*

Juana de Ibarbourou

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***

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

*

Marcos 13, 24-32

***

 

Nos encontramos una vez más teniendo que decidir: debemos escoger si queremos limitar la fe al ámbito del sentimiento y orientar nuestros pensamientos según los de todos, o bien si pretendemos ser cristianos también en el modo de pensar. El juicio es el último acto de Dios, y lo lleva a cabo aiquel que sigue siendo durante toda la historia el «signo de contradicción», el momento de la decisión tanto para el individuo como para los pueblos. ¿Cómo se lleva a cabo este juicio? En un primer momento, podemos suponer que el objeto del juicio deben ser las acciones y las omisiones del hombre. Veremos, en cambio, que todo está fundido en una sola entidad: el amor. Pero ¿cómo ha sido fijado y se aplica el criterio del amor? Aquí es donde se manifiesta el carácter extraordinario del anuncio cristiano del juicio: el criterio según el cual seremos juzgados es nuestra actitud respecto a Cristo. El bien definitivo es él, Cristo, y obrar bien significa amar a Cristo. En definitiva, «la verdad» o «el bien» no son ideas o valores abstractos, sino alguien, Jesucristo. Toda buena acción va hacia Cristo y es un bien para él, así como toda acción mala, sea cual sea su finalidad, es en el fondo un ataque contra él. La más real de todas las realidades es alguien: el Hijo de Dios hecho hombre. Y nosotros conocemos la tarea que se nos impone al hacernos cristianos: ver a Cristo en su universalidad, conservar en nuestro corazón su imagen con toda su potencia, para que pueda atravesar los confines del mundo, de la historia y de la obra humana.

*

Romano Guardini,
Le cose ultime,
Milán 1997, pp. 92-96, passim.

***

***

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El día y la hora nadie lo sabe…

Domingo, 14 de noviembre de 2021
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Oda a la Higuera

Como la higuera joven
de los barrancos eras.
Y cuando yo pasaba
sonabas en la sierra.

Como la higuera joven,
resplandeciente y ciega.

Como la higuera eres.
Como la higuera vieja.
Y paso, y me saludan
silencio y hojas secas.

Como la higuera eres
que el rayo envejeciera.

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La Higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

*

Juana de Ibarbourou

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.

Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.”

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Marcos 13, 24-32

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Nos encontramos una vez más teniendo que decidir: debemos escoger si queremos limitar la fe al ámbito del sentimiento y orientar nuestros pensamientos según los de todos, o bien si pretendemos ser cristianos también en el modo de pensar. El juicio es el último acto de Dios, y lo lleva a cabo aiquel que sigue siendo durante toda la historia el «signo de contradicción», el momento de la decisión tanto para el individuo como para los pueblos. ¿Cómo se lleva a cabo este juicio? En un primer momento, podemos suponer que el objeto del juicio deben ser las acciones y las omisiones del hombre. Veremos, en cambio, que todo está fundido en una sola entidad: el amor. Pero ¿cómo ha sido fijado y se aplica el criterio del amor? Aquí es donde se manifiesta el carácter extraordinario del anuncio cristiano del juicio: el criterio según el cual seremos juzgados es nuestra actitud respecto a Cristo. El bien definitivo es él, Cristo, y obrar bien significa amar a Cristo. En definitiva, «la verdad» o «el bien» no son ideas o valores abstractos, sino alguien, Jesucristo. Toda buena acción va hacia Cristo y es un bien para él, así como toda acción mala, sea cual sea su finalidad, es en el fondo un ataque contra él. La más real de todas las realidades es alguien: el Hijo de Dios hecho hombre. Y nosotros conocemos la tarea que se nos impone al hacernos cristianos: ver a Cristo en su universalidad, conservar en nuestro corazón su imagen con toda su potencia, para que pueda atravesar los confines del mundo, de la historia y de la obra humana.

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Romano Guardini,
Le cose ultime,
Milán 1997, pp. 92-96, passim.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

Íntimo

Jueves, 10 de diciembre de 2020
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En el hombre actúan múltiples fuerzas: conociéndolas, puede abarcar todas las cosas que hay a su alrededor -estrellas y montañas, mares y ríos, plantas y animales, y toda la humanidad que está cerca de él, y de este modo puede enriquecer su mundo interior. Puede amarlas, puede odiarlas y rechazarlas; puede ponerse contra ellas o bien tender a ellas y atraerlas hacia sí.

Puede actuar sobre el mundo que le rodea y modificarlo según su propia voluntad. Un variado fluctuar de alegría y de codicia, de aflicción y de amor, de calma y de excitación acompaña el ritmo del corazón.

Sin embargo, su fuerza más noble es ésta: reconocer que hay algo más elevado por encima de él, venerar este algo más elevado e insertarse en él. El hombre puede conocer a Dios por encima de él, puede adorarle y puede ofrecerse a sí mismo «a fin de que Dios sea glorificado». Ésta es la ofrenda: que la sublimidad de Dios brille en el espíritu; que el hombre adore esta sublimidad; que no se detenga de una manera egoísta en sus propias posesiones, sino que las trascienda, que se comprometa a sí mismo a fin de que sea glorificado el excelso Dios. La fuerza más profunda del alma es su capacidad de ofrenda. Es en lo íntimo del hombre donde tienen su sede la calma y la limpidez de donde sube la ofrenda a Dios (Romano Guardini).

*

Romano Guardini

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La humildad

Lunes, 28 de septiembre de 2020
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(Koldo Chamorro, Christo ibérico)

No es fácil hablar de la humildad; para poder hacerlo, es preciso penetrar a través de un muro de incomprensión y de resistencia -por doquier y en todos los tiempos, también en el nuestro-. Nietzsche se erigió en portavoz del pensamiento de muchos cuando atacó con auténtico furor la humildad, en la que él veía la esencia del cristianismo: en su opinión, era la actitud de los débiles, de los fracasados, de los esclavos, que habían convertido su mezquindad en virtud.

Pero ¿qué es en realidad la humildad? Se trata de una virtud que forma parte de la fortaleza. Sólo quien es fuerte puede ser realmente humilde. Su fuerza no se pliega a la constricción, sino que se inclina libremente para servir a quien es más débil, a quien es inferior. Por lo demás, la humildad no puede tener su origen en el hombre, sino en Dios. Dios es el primer humilde.

Dios es tan grande, tan fuera de toda posibilidad de que cualquier poder pueda constreñirle, que puede «permitirse» -si se me permite hablar de este modo- ser humilde. La grandeza le es esencial; por consiguiente, sólo él puede arriesgarse a rebajar esta grandeza suya hasta la humildad.

*

Romano. Guardini,
El mensaje de San Juan,
Brescia 1984, pp. 24ss

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“Catolicismo no cristiano”, por José Ignacio González Faus.

Jueves, 27 de diciembre de 2018
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BD3FE926-2E69-442F-8A02-DE0277C5F693De su blog Miradas cristianas:

La frase puede parecer dura, pero no es mía. Hacia 1933, Fernando de los Ríos (uno de los pioneros de la Institución libre de Enseñanza) escribió: “¡pobre catolicismo español que no ha llegado nunca a ser cristiano!”. Quítese la dosis de exageración que pueda tener. Pero hoy prefiero fijarme en la dosis de verdad que tiene.

Pocos después, Romano Guardini publicó una de sus obras más famosas (La esencia del cristianismo). En ella venía a decir que la esencia del cristianismo es sencillamente Jesús como el Cristo. Y lo que ahora quisiera destacar es que hay algunas formas de catolicismo conservador donde Jesús está prácticamente ausente y parece sustituido por otros pseudocristos.

Confesar a Jesús como el Ungido, el empapado de Dios (eso significa Cristo) implica seguirle en su anuncio y en su trabajo por lo que él llamaba “reinado de Dios”. Ese reinado de Dios (consecuencia del anuncio jesuánico de que Dios es padre de todos) significa que el ser humano está por encima de todo lo sagrado (Mc 2,27-29), que los condenados de la tierra son los preferidos de Dios (Lc 6,20-26), que lo que se les hace a ellos se le hace a Dios (Mt 25, 31ss), que el seguidor de Jesús debe perdonar y amar a los enemigos (Mt 5, 43-38) y que hay una incompatibilidad radical entre Dios y el dinero (Mc 10, 17ss)…

El catolicismo no cristiano olvida (o desconoce) esos rasgos del anuncio jesuánico. Al olvidarlos no sigue en realidad a Jesús como Cristo de Dios y lo sustituye por otros “pseudocristos”, que apelarán quizás a la palabra Cristo, pero dándole un rostro distinto al de Jesús. Los ejemplos más frecuentes son.

1.- Una cristificación del obispo de Roma. En el siglo XIX se llegó a escribir que el papa es como “el Verbo encarnado que se prolonga” y se le atribuyeron expresiones que la tradición cristiana aplicaba a Jesucristo (“más alto que los cielos, santo y separado de los pecadores…”). El título de “Santo Padre” que aún usamos tranquilamente es un vestigio de eso. Y hoy estos grupos acusan a Francisco de “desacralizar el papado”, ignorando que la herejía está en haber sacralizado ellos al papado.

2.- Una piedad mariana que no parece dirigida a la sencilla muchacha de Nazaret, sino a una figura semidivina, o a una diosa griega coronada como Reina y vestida con unas joyas que María nunca llevó. De manera vaga se la envuelve en un nimbo de pureza etérea que ha cuajado en la expresión “ave María purísima” que no molesta nada. Pero si les pidieran sustituirla por un “ave María pobrísima” se negarían a ello, ignorando que de esa pobreza brota la pureza de María.

3.- Una devoción a la eucaristía convertida en una especie de “Dios hecho cosa, desligada de la Cena de despedida de Jesús y de sus gestos de partir el pan (símbolo de la necesidad) y pasar la copa (símbolo de la alegría). Así cosificado, Dios puede ser adorado tranquilamente y podemos ir a comulgar casi al margen de toda la celebración eucarística, sólo para “recibir gracia”, pero sin que esa gracia nos lleve a nosotros a compartir la necesidad y a comunicar la alegría.

4.- Un último rasgo de ese catolicismo no cristiano puede ser una forma de relación “contractual” con Dios que nos permite convertirlo en propiedad nuestra con sólo que cumplamos nuestra parte del contrato. Exactamente la relación con Dios que Jesús criticó como “fariseísmo”: teniendo a Dios como propiedad privada nuestra, somos los mejores y podemos sentirnos superiores a los demás. Es lo de aquel viejo chiste (puesto en labios de una pobre viejita, pero que está en bastantes corazones no tan viejos): “el papa puede cambiar lo que quiera, que al final nos salvaremos los de siempre”.

Y “nos salvaremos” porque este tipo de catolicismo ha sustituido la confianza, que es lo más característico de la fe, por la seguridad que nos libera de la entrega confiada. Por eso suelo decir que el mayor enemigo de la fe verdadera no es propiamente la incredulidad sino la tentación de la seguridad.

Realmente, poco cristiano es ese panorama, aunque se presente como “muy católico”: su rasgo más distintivo no es la confianza en Jesús, sino el miedo a Jesús y a su anuncio de ese “reinado de Dios” que, por así decir, horizontaliza todas las verticalidades pseudoreligiosas: y lo hace, no sustituyendo la vertical por la horizontal (cosa en la que nunca pensó Jesús), pero sí sustentando la horizontal en la vertical.

En este sentido, lo típico del cristianismo frente a otras cosmovisiones, religiosas o increyentes, es la síntesis, imposible quizá pero a la que hay que tender, entre la máxima afirmación de la Trascendencia y la más plena afirmación de la inmanencia: la entrega completa al más-allá y la plena dedicación al más-acá. Porque, por incomprensible que parezca, Dios es el infinitamente lejano, el increíblemente cercano y el profundamente íntimo.

Ojalá pues que, cuando Azaña dijo aquello de “España ha dejado de ser católica”, hubiera querido decir que España está empezando a poder ser cristiana…

Espiritualidad, Iglesia Católica , , , , ,

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