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Eucaristía de Año Nuevo en familia: Rito para celebrar en ausencia de presbítero

Lunes, 17 de enero de 2022
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Eucaristia-Ano-Nuevo-familia_2410268968_15864327_660x371Interesante fórmula que nos ha parecido traer al blog para esas pequeñas comunidades domésticas, que desean celebrar la Eucaristía siguiendo su invitación: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,15-20).

Y que hemos recogido del blog  de Juan Masiá sj Vivir y pensar en la frontera:

En torno a tu mesa, Señor, la familia comulga

Rito para una eucaristía familiar (en ausencia de presbítero celebrante durante circunstancias especiales: confinamiento, guerra, desgracia sísmica, etc)

Reunidos en torno a la mesa (donde se coloca la Cruz, el Pan y Vino y los Evangelios), recitamos a coro las invocaciones al Espíritu de Vida

Rito para una eucaristía familiar (en ausencia de presbítero celebrante durante circunstancias especiales: confinamiento, guerra, desgracia sísmica, etc).

Reunidos en torno a la mesa (donde se coloca la Cruz, el Pan y Vino y los Evangelios), recitamos a coro las invocaciones al Espíritu de Vida.

 Lector/a:  El Espíritu de Vida nos reúne para la cena del Señor

Él está en medio de nosotros

Que la bendición de paz y bien descienda sobre nuestra familia.En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Amén  

Lector/a – Proclamación del Evangelio, según Juan (Jn 1): Al principio ya existía la Palabra de Vida, la Palabra se dirigía a Dios y la Palabra era el mismo Dios. Mediante ella se hizo todo; sin ella no se hizo nada de lo creado. La Palabra era Vida y esa Vida era luz para todo el mundo. Esa luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no pueden sofocarla. La luz verdadera que alumbra a toda persona está desde siempre alumbrando al mundo, aunque el mundo no la reconozca. Vino a su casa, pero los suyos no la recibieron. Quienes la reciben reconocen que son hijos e hijas de Dios.La Palabra se encarnó y acampó entre nosotros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Es Jesús, la Palabra de Vida, que es uno con Dios, quien nos lo ha explicado.

-Esta es Palabra de Vida, Palabra de Luz

Tu Palabra nos da Vida, confiamos en Ti, Señor

– (CREDO)Confesemos en familia nuestra fe. ¿Creemos en Dios, Fuente de Vida?

* Sí, creemos

– ¿Creemos en Jesucristo, rostro de Dios hecho humano?

Sí, creemos

¿Creemos en su Espíritu de Vida que nos da vida en cada momento?

Sí, creemos

   -(OFERTORIO) Ofrecemos a Dios los alimentos, frutos de la tierra y del trabajo humano. Levantamos el corazón hacia la Fuente de la Vida

Damos gracias a Dios por la vida.

 -(CONSAGRACIÓN) Agradecemos la victoria de Jesús sobre la muerte, que anima la esperanza de vivir eternamente con El. Le pedimos que su Espíritu consagre y transforme nuestra vida en vida de Cristo para bien del mundo. Recordamos el encargo de Jesús que, en la Cena, tomó el pan y el vino, y los repartió diciendo: Tomad, comed y bebed, esta es mi vida que se entrega por vosotros. Cada vez que repitáis esta acción de gracias, mi Espíritu de Vida estará realmente presente entre vosotros. Este es el misterio de nuestra fe.

 *Anunciamos tu muerte hacia la vida, proclamamos tu resurrección en la vida eterna. ¡Ven, Señor, Jesús!

 – (COMUNIÓN ESPIRITUAL) Nos preparamos para recibir la Comunión, rezando la oración que nos enseñó Jesús para alabar a Dios, darnos vida, perdonarnos mutuamente y confiar en la liberación de todo mal:

Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. Amén.

Deseamos y esperamos recibir la comunión del cuerpo glorioso de Cristo y ser recibidos dentro de Él para vivir unidos con su Vida. *Señor, no soy digno de que vengas a mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

(Silencio mientras se reparte el pan y vino, bendecidos y nconsagrados para comulagar con la vida eterna de Jesucristo, El Que Vive)

 (INTERCESIONES)

 -Presentemos nuestras súplicas en unión con todas las comunidades creyentes del mundo entero. Por la paz del mundo entero y la unión de las religiones y las iglesias, oremos. * Te rogamos, óyenos.

 – Por todas las personas que sufren enfermedades, violencias, pobreza o injusticias, oremos. Te rogamos, óyenos.

Por nuestra familia. Para que vivamos en paz y concordia, dándonos mutuamente fuerza de vivir, oremos. Te rogamos, óyenos

 Por nuestros difuntos, oremos. Que descansen en paz y rueguen por nosotros.

 -(BENDICIÓN) Que Dios misericordioso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, derrame su bendición sobre nuestra familia.  Amén

 -Disfrutemos en paz de la cena.  Demos gracias a Dios.

NOTA EXPLICATIVA:

He publicado ya en otras ocasiones en este blog semejantes rituales para celebrar en familia la Pascua, Pentecostés o Navidad. Se publicaron primero en la revista JUNTOS, que distribuye el equipo de pastoral para las comunidades latinoamericanas de migrantes en Japón. Durante el confinamiento por la pandemia, enviamos estos rituales a los miembros de las comunidades que participan en las misas en lengua portuguesa o española, con la invitación y recomendación de que celebrasen en familia la eucaristía, ya que se había restringido la celebración pública en las iglesias por causa de la pandemia.

Con este motivo hubo que aclarar algunos puntos como los siguientes.

1 El Padre Nuestro es la oración más apropiada para la confesión y la comunión. Cuando lo rezamos dentro de la celebracin eucarística, pedimos y recibimos sacramentalmente el perdón, y pedimos y recibimos sacramentalmente la vida de Cristo y unirnos con su vida.

2 Hemos puesto en este ritual la palabra “comunión espiritual”, sintonizando  con la recomendación de los obispos que aconsejaron hacer “un acto para recibir  espiritualmente la comunión” cuando anunciaron la difusión de la Misa por zoom. Creo  que se puede y se debe ir más lejos. No limitarse a ver la misa por tele, sino celebrarla en familia. Cualquier persona bautizada puede ejercer en esas circunstancias el sacerdocio de los fieles. Además, no olvidemos que quien realiza la bendición y consagración del pan de vida es el Espíritu Santo, el Espiritu de Vida, el Espíritu del Resucitado.

3 En realidad toda comunión es comunión espiritual porque la recibimos del Espíritu y el cuerpo de Cristo que recibimos es el cuerpo glorioso del Resucitado. Comulgar no es antropofagia, sino cristificación que trae la eternidad al presente.

4 Tampoco se puede decir que el perdón que pedimos y recibimos al princicipio de la misa y durante el rezo del Padre Nuestro sea un perdón de “mentirijillas” distinto del de la confesión auricular postridentina. Es auténtico perdón sacramental. Hemos tenido que aclarar esto al poner en practica la confesión y unción de los enfermos por teléfono o zoom en circunstancias terminales o de aislamiento etc. Ya se sabe que los liturgistas y canonistas no lo aprueban, pero…¿quién son ellos para controlar al Espírtu de Vida y las conciencias de las personas creyentes?

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General, Pedagogía oracional , ,

Celso Alcaina: “Jesús no instauró un determinado rito en la Última Cena”

Lunes, 17 de agosto de 2020
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Compartir_el_pan“Dejó a sus seguidores un proyecto de vida en igualdad, justicia, libertad y amor”

“Toledo y su Corpus Christi, Lugo y su Sacramento, las Adoraciones Nocturnas, los Congresos Eucarísticos Internacionales, miles de presbíteros sin excluir altos jerarcas que ‘dicen’ Misa y, finalmente, los crédulos cristianos que aceptan y defienden la presencia real de Jesús en la Eucaristía. A estos se unirán los que en torno al templo han constituido sus negocios: restaurantes, tiendas textiles y otras”

“No sólo les metemos en sus cabecitas un absurdo integral y un trágala porque lo digo yo. Les obligamos, además, a pasar previamente por el confesionario, suscitando en ellos, inocentes, el sentimiento de culpa”

“Los cristianos primitivos eran conocidos por su estilo de vida, por cómo se comportaban con los demás y no por congregarse en templos”

“Entre los siglo IX y XV, los teólogos especulan sobre la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Surge el término ‘transustanciación’: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús”

Comprenderé el desagrado de personas e instituciones al leer este artículo. Intolerable, dirán. Toledo y su Corpus Christi, Lugo y su Sacramento, las Adoraciones Nocturnas, los Congresos Eucarísticos Internacionales, miles de presbíteros sin excluir altos jerarcas que “dicen” Misa y, finalmente, los crédulos cristianos que aceptan y defienden la presencia real de Jesús en la Eucaristía. A estos se unirán los que en torno al templo han constituido sus negocios: restaurantes, tiendas textiles y otras.

El que esto escribe se cree con derecho y obligación de desenmascarar una práctica secular que ha de ser calificada como falsa. Me avalan mis títulos académicos, mi actividad en el Vaticano, el estudio y la reflexión de medio siglo.

“El día más feliz de mi vida”. Es la frase que padres y educadores ponen en boca de sus inocentes niños el día de su primera comunión. Les hacen creer que el cuerpo de Jesús entra en su estómago cuando comen un pedacito de pan, la hostia, que el cura les entrega. Que beben sangre de Jesús al tomar unas gotas de vino. Habéis leído bien. El cuerpo vivo de Jesús de Nazaret, todo su cuerpo. La sangre borboteante de Jesús. No, no puede ser. Eso no puede ser. Es absurdo.

Los responsables eclesiásticos, incluidos Concilios y Papado, disfrazan esa tomadura de pelo con la palabra “mística”. Es decir, misteriosa, incomprensible, sin posible explicación. Lo mismo que la Trinidad, que la divinidad de Jesús o que el pecado original. Lo crees porque lo digo yo, aunque sea irracional y absurdo.

Limitándonos a los niños, cabe invocar la expresión “abuso de menores”. No sólo les metemos en sus cabecitas un absurdo integral y un trágala porque lo digo yo. Les obligamos, además, a pasar previamente por el confesionario, suscitando en ellos, inocentes, el sentimiento de culpa, de pecado. Y, lo más sorprendente y repugnante. Ese lavado de cerebro se protrae, incuestionado perezosamente, a la adolescencia y adultez. Incrustado durante toda la vida de los cristianos.

No haría falta recurrir a la historia del Cristianismo para ratificar el fraude que entraña la “transustanciación” o conversión del pan y vino en cuerpo y sangre. Siendo un absurdo, toda mente humana podría y debería rechazarla. Ello, independientemente de los pretendidos fundamentos históricos o bíblicos. Pero es que la historia y el movimiento cristiano avalan cuanto aquí denunciamos.

En el siglo I de nuestra era, años 50 – 100, los pocos seguidores de Jesús solían reunirse para conmemorar la vida de su Cristo. Lo hacían en casas particulares: cenas fraternales y solidarias. Todavía vivían apóstoles y discípulos directos de Jesús. Reproducían la última cena jesuánica. Ya entonces se observaron disfunciones. Excesos en el beber, segregación de los pobres. De las casas particulares se pasó a lugares comunes, embriones de las iglesias. A partir del siglo II, en sinagogas o centros comunitarios, las cenas declinaron y desaparecieron. Las reuniones se limitaban a oraciones, cánticos, homilías.

Todo cambió o se aceleró a partir del año 313. El emperador Constantino dio carta de naturaleza al Cristianismo, albergó en sus basílicas a los cristianos, se impuso el latín como lengua común y mandó construir iglesias tan espaciosas como necesario para dar cabida al creciente número de creyentes..

Del siglo IV al VIII, la Eucaristía (acción de gracias) sufre un importante cambio de significado. En base al dogma de la divinidad de Jesús proclamado en Nicea, se pasa a considerarla sacrificio como valor central, lo que provoca temor, distanciamiento y nula disposición a comulgar.

Entre los siglo IX y XV, los teólogos especulan sobre la presencia real de Jesús en el pan y el vino. Surge el término transustanciación: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y sangre de Jesús. La Misa es la reproducción del “sacrificio”, el que Jesús culminó en la cruz. Se celebra en el “altar”, como los antiguos sacrificios judíos. Los sacerdotes son los funcionarios sagrados encargados de realizar ese sacrificio. Son los líderes de las comunidades que ya no dejarán de llamarse “sacerdotes”. Los fieles acuden pasivamente a esa Misa y se limitan a adorar al Señor en esa Eucaristía. Pero no comulgan, acaso por reverente temor. En el siglo XIII, el Concilio Lateranense IV tuvo que disponer y obligar a comulgar una vez al año por Pascua Florida…

A partir de ese siglo, surgen multitud de devociones y manifestaciones eucarísticas. Elevación del cáliz y de la hostia, exposición del Santísimo, fiesta del Corpus Christi, congresos eucarísticos, etc.

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Aclarar que la cultura judía prohibía consumir sangre de cualquier animal, más aún si era sangre humana. Por el contrario, otros ritos paganos daban sentido al “comer el cuerpo y la sangre de sus dioses”. Durante un milenio, a nadie se le ocurrió hablar de la “transustanciación” o presencia real de Jesús en el pan y vino. La Eucaristía, el recuerdo de la última cena, se limitaba a recordar y vivir el estilo de vida de Jesús. Los cristianos primitivos eran conocidos por su estilo de vida, por cómo se comportaban con los demás y no por congregarse en templos.

Jesús no pudo dejar en herencia bienes temporales. No los poseía. Tampoco instauró un determinado rito en la Última Cena. Dejó a sus seguidores un proyecto de vida en igualdad, justicia, libertad y amor. Por ese “Reino de Dios” luchó hasta entrar en conflicto con las autoridades políticas y religiosas. El resultado, la crucifixión.

Fuente Religión Digital

Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , ,

Algo más que un rito

Lunes, 19 de noviembre de 2018
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cristojesusMe duele. Veo que en muchas parroquias se repiten siempre los mismos ritos: misas sin predicación, celebraciones, rosarios a toda marcha…  Pero los que escuchan, no profundizan en lo oído. Incluso muchas veces casi ni se entiende lo que se dice. Se cumplen los ritos y ya está, Y está habiendo un problema serio. Muchos sacerdotes son mayores y ya ni siquiera se les entiende cuando hablan. En los pueblos pequeños se celebra a toda prisa para ir al pueblo siguiente a todo correr y entonces no hay explicación ni comentario de la Palabra.

Todo ello repercute en que cada día va descendiendo la catequesis de la homilía. Cada vez sabemos menos del evangelio. Ya muchas veces ni conocemos el texto. Hay una necesidad urgente en nuestra iglesia de proclamar, profundizar, ahondar en la Palabra.

Hay mucho riesgo de rutina. Necesitamos creatividad para ayudar a que llegue la palabra a las personas. Ya hay muchas abuelas que leen cada día el evangelio del día. Y es una labor estupenda que se hace en general con mucha seriedad. Pero podemos dar un paso más.

Tan importante como la eucaristía, en las parroquias, resulta la lectura del  Evangelio. ¿Podemos crear grupos con los abuelos, donde con letra grande vayamos acercándonos a la Buena Noticia? ¿Podemos  hacer algún programa de radio o tele local?   ¿Podemos pasar unas hojas por las casas? ¿Sería mucho disparate sustituir la misa algún domingo por media hora de lectura comentada, muy sencilla, pero bajando al fondo?

Y por supuesto, hay oportunidades que aprovechar a tope: entierros, bautizos si se dan, novenas, fiestas… Esto requiere una programación hecha concienzudamente y trabajada.

Podríamos pedir a los obispos que se seleccionen las lecturas de distinta manera y se lean dos lecturas con el mismo tema y que traigan un mensaje fácil, positivo, animador.

Siento que las celebraciones, son muy a menudo, rutinarias ¿No se podría dar lugar a la creatividad y decir las oraciones más vivas, más creativas? Ahí tenemos los distintos prefacios, que se prestan a una catequesis más expansiva y que dicen mucho más.  Aprovechar todos los textos posibles y evitar repetir todos los días las mismas fórmulas. Y la oración de los fieles que no sea para pedir “la paz”, sino que nos supongan implicación propia en esa petición: “que construyamos nosotros la paz…” Y así en todas las peticiones.

Que los cantos no sean de oficio sino que expresen el sentimiento de la comunidad, que vayan de acuerdo con la Palabra, que sean nuevos y con ganas.

Que se recuerde y se traiga al altar la realidad, los problemas y las alegrías de hoy. Que las celebremos y las contemplemos.

Y hay un elemento fundamental. A ver si lo conseguimos: somos una comunidad de seguidores de Jesús, que le hacemos presente. Por eso, que estemos cerca físicamente del altar y unidos. No, uno en cada banco y muy atrás.

Que al salir de la celebración, podamos decir con alegría “cuánto lo he vivido” y no aquello de “ya me he quitado un cuidado”.

Se van dando cada día más las celebraciones de la Palabra. Pero que no caigamos en los mismos errores. Que sean sencillas, cercanas, acomodadas y con toda la participación de los fieles.  Puede ser una oportunidad maravillosa de escuchar y acoger la Palabra y para expresarse los fieles.

Todo menos hacer unos ritos, siempre iguales, a toda marcha y sin prisa. “Podemos celebrar en paz”.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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“Eucaristía, la erótica de la ritorrea”, por Rufo González

Lunes, 17 de julio de 2017
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eucaristia-720_270x250De su blog Atrévete a orar:

“Jesús no instituyó ningún ritual”

“¿No sería estimulante pasar de la misa ritual a la eucaristía celebrativa?” 

(Pepe Mallo).- “Se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

“Animales rituales”

“Oir misa”, “ir a misa”, “decir misa”, “dar misa”… Estos populares (o vulgares) giros y expresiones vienen a demostrar el (sin)sentido que mucha gente tiene de… y atribuye a… la Eucaristía. Es voz común que los humanos somos “animales rituales”, necesitamos gestos y signos para comunicarnos. Toda actividad humana se desarrolla con signos; gestos que expresan un mensaje, un sentimiento, emoción, vivencia…, expresiones que no pueden formularse si no a través de estos signos o gestos.

Celebrar la vida, ritualismo y narcisismo

Las celebraciones de los Sacramentos son expresiones comunitarias y públicas de experiencias y aspiraciones comunes de nuestra fe. La celebración “pública” (aspecto comunitario) de estos acontecimientos es la liturgia. No se trata de una serie de ceremonias, ritos, palabras y gestos, sino de la expresión de las vivencias de la comunidad a través de esas actitudes.

Cuando se gesticula demasiado o se exageran los ritos, se enturbian las vivencias. La liturgia no pasaría de ser una exhibición de rutinarios gestos o burdos aspavientos incoherentes. Al traer a cuento en el título la “erótica de la ritorrea”, ironizo atendiendo a la excitación que provocan los ritos en ciertas personas al ejercer las funciones religiosas, y a realizarlos cada vez de manera más evidente y notoria, a la búsqueda de un clímax, de una fascinación no sé si pasional o mística.

El limitarse a repetirlos automáticamente aunque no se comprenda bien el porqué de cada movimiento, de cada gesto, de cada palabra, de cada oración, se llama ritualismo, y cuando el “oficiante” (de oficio) se regodea sensibleramente en ceremoniosos ritos, se llama afectación o “narcisismo.

El abandono de la misa dominical tiene mucho que ver con el ritualismo

Hay un hecho innegable. La gente se está alejando de manera imparable de la práctica dominical, a mi entender, porque no encuentra en nuestras celebraciones el clima, la palabra clara, el rito expresivo, la acogida estimulante que necesita para alimentar su fe.

Uno de los males que afectan a la Iglesia es que está aprisionada en los ritos, en gestos que el pueblo no entiende o le resultan “familiarmente extraños”. La imagen del sacerdote ritualista continúa profundamente arraigada en la cultura de la Iglesia, en la rutina de los ritos de misas y sacramentos. Todo se ha reducido a actos vacíos de significado, a liturgias recargadas que alejan de la “Cena del Señor”.

La celebración litúrgica no puede ser totalmente espontánea, y menos anárquica; pero tampoco debe imponerse una reglamentación tan estricta y determinada que el rito resulte agobiante y recargado.

Las ceremonias, debido a la rigidez en el cumplimiento de las normas, a veces constituyen un fin en sí mismas. En la celebración de la Eucaristía, se aprecia en el ritual y en el ceremonial un excesivo barroquismo liturgista, que no litúrgico. Su contenido, oraciones, lecturas, plegarias eucarísticas, están elaboradas sobre y desde los dogmas; sus expresiones, por teológicas, no están encarnadas en la vida de los fieles, las plegarias resultan incomprensibles. El “nuevo” Misal Romano, entrado en vigor este año, da la impresión que todo el empeño de la CEE se ha centrado en “la traducción más literal” de los formularios (“por todos” o “por muchos”) y en la supervivencia del ritualismo tridentino.

¿Qué es más importante: los ritos o la comunidad?

¡Qué sencilla fue la “cena de despedida” de Jesús y las restantes “cenas del Señor” celebradas por las primeras comunidades! Jesús no instituyó ningún ritual.

Ni la última cena fue un ceremonial. Al contrario. Los gestos de Jesús en su cena de despedida como en otras tantas ocasiones son bien sencillos: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo repartió”. Así de sobrio y escueto. Estos son los gestos propios de la eucaristía y de la vida cristiana: partir el pan (Jesús), repartirlo y compartirlo. “Todos los días acudían unidos al templo, compartían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hech. 2,46).

Hoy día, a las “funciones” litúrgicas les sobran gestos y ceremonias como para que los asistentes tengamos conciencia de participar en la auténtica eucaristía. Resalto la palabra “funciones” porque considero que hay gestos que están más cerca del espectáculo teatral que de la celebración litúrgica. ¿Puede alguien imaginar a Jesús en la última cena inclinarse y acodarse sobre la mesa ante el pan y el vino y pronunciar lentamente, como enigmáticas, arcanas o sibilinas, las palabras “Tomad y comed… tomad y bebed…”? ¿Puede alguien pensar que en ese momento los discípulos se arrodillan fervorosamente para adorar las “especies sacramentales”? No menos curioso resulta el hecho de hacer tintinear en ese instante las bulliciosas campanillas. ¿Qué sentido tiene esta alharaca?

Más gestos inútiles, por superfluos, de los “funcionarios del rito”

De un tiempo a esta parte, en la mayoría de las parroquias de mi entorno, y en la mía por supuesto, se ha introducido un chocante protocolo al iniciar la misa: Hacer sonar una campana de “aviso”. Perdón por mi insolencia, pero el gesto me retrae a aquel ancestral factor de estación con su proverbial “¡Viajeros al tren!”.

Otra. En el ceremonial existe la “procesión de entrada” portando el leccionario, la cruz, los ciriales y el incensario, que suele realizarse con boato en algunas fiestas. Pues bien, en mi parroquia, tras el “campanillazo” de salida, el sacerdote, precedido de “inexpertos” monaguillos, “ejecuta” el ritual sin solemnidad alguna, recorriendo la iglesia como el que hace el “paseíllo”. Queda ridículo. Y más. Me he preguntado con frecuencia, por qué cada vez que pasan por delante del sagrario, realizan un apresurado ademán que remeda una genuflexión, como obligado vasallaje, y otras veces se contentan con una simple inclinación de cabeza.

¿Y por qué al evocar el nombre de María, se hace una respetuosa reverencia y no al nombre de Jesús? Tampoco me entretengo en preguntar por el sentido del resurgimiento de los primorosos monaguillos… ¿Hemos de seguir “estancados” en un modo de celebración eucarística tan poco sugestivo para los hombres y mujeres de hoy?

¿Qué nos queda de la Eucaristía como banquete del Reino?

¿No sería estimulante pasar de la misa ritual a la eucaristía celebrativa? No vamos a “oir misa”, ni el cura “dice la misa”. Vamos a “celebrar” la Cena del Señor. (No hay celebración sin “algo” que celebrar). Celebración significa alegría, no “severidad”, participación, no “pasividad”. La mesa es símbolo de celebración, de fiesta, de conmemoración, de encuentro. Se ha invertido el orden de los valores: se da preferencia a ritos, ceremonias y solemnidades, y tardíamente, o nunca, se llega al encuentro con Jesús y con la comunidad.

P. D. de Rufo González

El clericalismo imposibilita cualquier reforma, incluso litúrgica

Comparto la crítica de Pepe Mallo, lúcida y sugerente, sobre la celebración de la Eucaristía de muchos clérigos. Real y esperanzada denuncia. Pero abocada a un callejón sin salida ante la actitud real de los dirigentes eclesiales: “resistencia a la reforma litúrgica conciliar de la que se han dado ya repetidas muestras”.

Por ellos no vendrá solución. Serán las comunidades celebrantes las que vean cambios necesarios para expresar mejor y vivir lo que celebran. Deberán suscitar personas creativas para animar, cantar, inventar gestos nuevos, usar palabras inteligibles y significativas actualmente, crear momentos de silencio y comunicación adecuados… Esto sólo podrá hacerse liberándose de la norma clerical, del clericalismo tan denostado por el Papa Francisco.

Con dirigentes vitalicios, inmóviles, dominadores de parroquias sin voz ni voto decisivo, cargados de rutinas facilonas.., y comunidades infantilizadas, con celebraciones sociales y folklóricas, sin compromiso con la vida cristiana…, las reformas serán como la del Misal Romano. Recuerda el refrán: “parirán los montes, nacerá un ridículo ratón”:

“Ha causado estupor, por no decir escándalo, el cambio de las palabras de la consagración eucarística, ordenado por la Congregación del Culto y asumido por nuestros obispos, imponiendo el “entregado por vosotros y por muchos” en vez del “por todos” pacíficamente arraigado. Si desde el principio se hubieran traducido así las palabras de Jesús en la institución de la Eucaristía, ya sería discutible, pero el cambio tardío no puede dejar de producir la impresión de que el “muchos” deroga el “todos”, y de que Jesucristo no murió por todos los hombres. ¿Habrán nacido algunos predestinados a la condenación eterna?… En el fondo de esta aparente fidelidad al texto original hay que ver una resistencia a la reforma litúrgica conciliar, de la que se han dado ya repetidas muestras”. (Hilari Raguer Suñer, monje benedictino de Monserrat, en su Blog de RD, 23.06.2017).

Fuente Religión Digital

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“Lo más importante, ¿los ritos o las personas?”, por José Mª Castillo

Sábado, 11 de febrero de 2017
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31942992934_f355c55ee8_zDe su blog Teología sin Censura:

No obstante la crisis religiosa, que estamos viviendo, son bastantes los cristianos que se ponen nerviosos si se les habla de innovaciones o cambios en la liturgia de la misa y demás sacramentos.

Esta postura es comprensible. Lo que seguramente no saben quienes defienden esta posición -y la defienden no sólo con energía sino incluso con indignació – es que, sin darse cuenta, quienes adoptan tal postura de forma intolerante, en el fondo, lo que hacen es aceptar y –sin saberlo- reafirmar una de las ideas típicas de Sigmund Freud.

Así lo explica un autor tan documentado como es Gerd Theissen, comentando un texto importante del volumen 7º de las “Gesammelte Werke” (p. 129-131) de Freud. El rito se constituye en un fin en sí, que se contrapone al caos, que es lo más opuesto al orden. Por eso los ritos sirven para defenderse del caos. O, en otras palabras, los ritos sirven para defenderse del miedo, que precipita al individuo en un caos psíquico. Estas ideas han sido desarrolladas por Víctor Turner y Rolf Gehelen.

De ahí que, para no pocas personas, cambiarles los ritos y, sobre todo, quitar el ritual o su lenguaje (por ejemplo, el latín) es quitarles un factor fundamental de su seguridad en la vida o en su relación con Dios.

Pero, es claro, las personas que se meten de lleno en este proceso y, por eso, se aferran a la exacta observancia de los ritos, aparte del miedo inconsciente que eso entraña, tiene una consecuencia religiosa y social que nos aleja del Evangelio más de lo que imaginamos. ¿Por qué Jesús tuvo tantos conflictos con los maestros de la Ley, con los fariseos y con los sacerdotes? Siempre la misma historia: porque no observaba el sábado, no ayunaba, no cumplía los rituales de pureza cultual, andaba con malas compañías (pecadores, publicanos), tenía amistades peligrosas…

Y todo esto, ¿por qué? La respuesta más clara y más directa la dio Jesús cuando explicó lo que será verdaderamente decisivo en el juicio final. No será la observancia de los “ritos” religiosos, sino la relación que cada cual tiene con la felicidad o el sufrimiento de las “personas” (Mt 25, 31-46).

Cuando el Señor de la Gloria venga a pedir cuentas a cada cual, a nadie le va a preguntar si dijo la misa en latín o en otra lengua, si cumplió con las normas litúrgicas al pie de la letra, si ayunó o dejó de ayunar, etc.

O el Evangelio es mentira o la liturgia le preocupa a Dios bastante menos que al clero y sus más fieles adeptos. Lo que al Dios de Jesús le interesa no es la fiel observancia de los ritos, sino que tengamos sensibilidad para dar de comer al que pasa hambre, para estar con el enfermo, para acoger al extranjero, para interesarse por los que están en la cárcel.

Muchas veces me pregunto por qué en el Vaticano hay una Sagrada Congregación que vigila la observancia de los ritos. Y por qué no hay otra Congregación Sagrada que se preocupe por los millones de criaturas que sufren más de lo que humanamente se puede soportar.

Comprendo que todo esto ponga nerviosos y hasta indigne a algunos cristianos. Pero quienes se ponen nerviosos, al leer esto, ¿no se preguntan por qué hay tantas personas en la Iglesia que no tolerarían ver las parroquias y los templos sucios, descuidados, desordenados, abandonados, misas que no las dice el cura, sino el sacristán; o misas que el cura dice en mangas de camisa…, pero resulta que esas mismas personas no pierden el sueño sabiendo que cada día se mueren de hambre más de 30.000 personas? ¿No será verdad que nuestra exactitud en la observancia y en el cumplimiento de los ritos sagrados nos sirve de “calmante espiritual” que tranquiliza nuestra conciencia?

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“La fuerza de los rituales (II)”, por José Mª Castillo, teólogo

Martes, 18 de agosto de 2015
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el-rostro-de-dios1De su blog Teología sin Censura:

Lo primero, lo más elemental, en el problema planteado a propósito de los rituales religiosos, es tener muy claro que no es lo mismo hablar de Dios que hablar de la religión. Dios es el fin último que podemos buscar o anhelar los mortales. La religión es el medio por el que (y con el que) intentamos acercarnos a Dios o relacionarnos con él. Por tanto, Dios no es un elemento más, un componente más (entre otros) de la religión.

Por otra parte – si intentamos llegar al fondo del problema -, Dios y la religión no se pueden situar en el mismo plano. Ni pertenecen al mismo orden o ámbito de la realidad. Porque Dios es el Absoluto. Y el Absoluto es el Trascendente. Es decir, Dios se sitúa en el orden o ámbito de la “trascendencia”. Mientras que todo lo que no es Dios (incluida la religión) es siempre una realidad que se queda “aquí abajo, o sea en el ámbito de la “inmanencia”.

Todo esto quiere decir que “ser trascendente” significa “ser inabarcable” o “ser inconmensurable”. Es decir, Dios no está a nuestro alcance. Por tanto, Dios no es una realidad “cultural”. En tanto que la religión es siempre un producto de la cultura. Otra cosa es las “representaciones” que los humanos nos hacemos de Dios. Pero eso ya no es “Dios en Sí”, sino nuestra manera (culturalmente condicionada) de representarnos al Trascendente.

Hecha esta disquisición, que me parece indispensable, tocamos ya las cuestiones que nos interesan más directamente en esta reflexión. Ante todo, es importante saber que, en la larga historia y prehistoria de la religión, lo primero no fue el conocimiento y la experiencia de Dios, sino la práctica de rituales de sacrificio (así, por lo menos, desde E. O. Wilson, incluso ya antes Karl Meuli). De forma que abundan los paleontólogos que defienden que, desde el paleolítico superior, hay huellas claras de este tipo de prácticas rituales (W. Burkert, H. Kühn, P. W. Scmidt, A. Vorbichler).

Si bien hay quienes piensan que los rituales religiosos relacionados con la muerte se inician a partir del mesolítico (Ina Wunn). En todo caso, se acepta la convicción que ya propuso G. Van der Leeuw: “Dios es un producto tardío en la historia de la religión” (K. Lorenz, W. Burkert). Lo que es comprensible, si tenemos en cuenta que Dios nos trasciende y no está a nuestro alcance, como lo están los rituales religiosos.

Así las cosas, es un hecho que los rituales religiosos, en sus más variadas formas, están más presentes en cada ser humano, ya desde la infancia, que la claridad y la profundidad en la relación con Dios. Dicho más claramente, creo que no es ninguna exageración afirmar que, tanto en los individuos como en la sociedad, están más presentes los rituales y sus observancias que Dios y sus exigencias.

O sea, en la vida de muchos (muchísimos) creyentes, están muy presentes los rituales religiosos y la observancia de los mismos. Mientras que la firmeza, la cercanía y la fiel escucha de Dios es un asunto que son también muchos (muchísimos) los creyentes que no tienen eso resuelto debidamente. Lo que lleva consigo, entre otras cosas, una consecuencia de enorme importancia. Una consecuencia que consiste en que, con demasiada frecuencia, en la conducta de muchas personas se divorcian la observancia de los ritos sagrados, por una parte, y la fidelidad a la honestidad, la honradez y la bondad ética, por otra parte.

Y entonces, nos encontramos con un hecho que lamentamos muchas veces. Me refiero al hecho de tantas personas que son fielmente observantes y religiosas, pero al mismo tiempo son personas que dejan mucho que desear en su conducta ética.

¿Cómo se explica esto? El comportamiento religioso consiste en la fidelidad a la observancia de los rituales sagrados. Pero ocurre que los ritos son acciones que, debido al rigor de la observancia de las normas, se constituyen en un fin en sí (G. Theissen, B. Lang, W. Turner). Y, entonces, lo que ocurre es que el fiel observante del ritual se tranquiliza en su conciencia, se siente en paz consigo mismo, se libera de posibles sentimientos de culpa o de miedos que adentran sus raíces en el inconsciente, al tiempo que la conducta ética, con sus incómodas exigencias queda desplazada.

Y el sujeto se siente en paz con su conciencia, con sus semejantes y con Dios. En lo que he intentado explicar aquí, radica (según creo) la clave para comprender el conflicto de Jesús con los hombres más religiosos y observantes de su tiempo. Es notable que, por lo que narran los relatos evangélicos, Jesús no tuvo enfrentamientos ni con los romanos, ni con los pecadores, los samaritanos, los extranjeros, etc. Los conflictos de Jesús se produjeron precisamente con los más fieles cumplidores de la religión: sumos sacerdotes, maestros de la Ley y fariseos.

¿Por qué precisamente con estas personas y no con los alejados de la religión y sus rituales? Jesús fue un hombre profundamente religioso. Pero Jesús vio el peligro que entraña la fiel observancia de los ritos de la religión. ¿Qué quiere decir esto? Jesús no rechazó el culto religioso. Lo que Jesús hizo fue desplazar el centro de la religión. Ese centro no está ni en el templo y sus ceremonias, ni en lo sagrado y sus rituales.

El centro de la experiencia religiosa, para Jesús, está en hacer lo que hizo el mismo Dios, que se “encarnó” en Jesús. Es decir, Dios se humanizó en Jesús. Dios está presente en cada ser humano, sea quien sea, piense como piense, viva como viva. Sólo reconociendo esta realidad sorprendente y viviéndola, como la vivió el propio Jesús, sólo así estaremos en el camino que nos lleva al centro mismo de la religiosidad que vivió y enseñó Jesús.

¿En qué consiste, entonces, el culto a Dios? La carta a los hebreos lo dice con tanta claridad como firmeza: “No os olvidéis de la solidaridad y de hacer el bien, que tales sacrificios son los que agradan a Dios” (Heb 13, 16). Que no es sino la fórmula tajante que plantea el autor de la carta de Santiago: “Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo (Heb 1, 27).

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