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Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. 10 de octubre de 2021

Domingo, 10 de octubre de 2021
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A estas palabras, él frunció el ceño, y se marchó pesaroso, porque era muy rico.”

(Mc 10, 17-30)

“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.

Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.”

Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.

Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.”

Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.

Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.

Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.

Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.

No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.

¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?

Oración

No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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No se trata de renunciar a algo sino de elegir lo mejor.

Domingo, 10 de octubre de 2021
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cristoy-jovenEs un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.

El llegar corriendo, indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse, es un signo exagerado de respeto y admiración.

“Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoe aionion” que es una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús es asegurar la misma felicidad para el más allá.

Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla, que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva manera de religiosidad: la humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios.

¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela donde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios.

Una cosa te falta. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’ basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. No está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el grupo.

¡Qué difícil será entrar en el Reino al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre o, peor aún, a costa de él es lo que impide al hombre alcanzar una meta humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es más desolador. Los discípulos quedan hundidos en la miseria.

Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, tal y como entendemos hoy la salvación, sino a quién podrá mantener una vida verdaderamente humana si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios.

Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla. La propuesta de Jesús es la total superación del hedonismo, es decir, satisfacción y seguridades.

Buscar la propia salvación individual aquí abajo, o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para más acá o para el más allá.

Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado es demagogia. El hecho de tener o no tener bienes materiales no es lo significativo. El que no tiene nada puede estar más apegado a los bienes que ambiciona que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita vivir humanamente y no nos impida darnos al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio.

Otra trampa es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esto, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular riquezas. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades.

El relato no ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales.

El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero y más poder.

La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Bienaventurados los pobres.

Domingo, 10 de octubre de 2021
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jesus-e-o-jovem-ricoMc 10, 17-30

«Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes»

Permítanme una versión libre del diálogo de hoy: “Maestro, siempre he guardado los mandamientos, pero ¿hay más?”… “Claro que hay más; mucho más, pero con ese enorme equipaje que llevas a cuestas no vas a poder seguir mi paso. Deshazte de él, vente con nosotros y verás lo que es bueno”

En esta sencilla escena encontramos varios temas que nos pueden interpelar. Por ejemplo: ¿Qué significa para mí, aquí y ahora, «vende cuanto tienes y dáselo a los pobres?»… ¿Viajo por la vida ligero de equipaje y listo para ir a donde marca mi conciencia, o vivo abrumado y aplastado por un enorme baúl que me impide caminar?… ¿Hasta qué punto mis riquezas —o mis anhelos de riqueza— me inhabilitan para compadecerme de la desgracia ajena y comprometerme con ella?…

Y esto a nivel individual, pero también es aplicable a nivel colectivo. Nuestra sociedad es rica —opulenta comparada con la que describe el evangelio—, y esta riqueza nos ha hecho tan duros de corazón, que nos parece natural explotar a los míseros en lugar de socorrerlos, o expoliar los recursos naturales que habían sido encomendados a nuestra tutela, condenando a los que vengan detrás a una vida que nada tendrá que ver con la nuestra.

Y es que cuando uno se percata de las calamidades que está provocando la cultura de la riqueza, no tiene por menos que recordar la expresión de Jesús: «Bienaventurados los pobres»… Fiel a esta máxima, Ignacio Ellacuría, jesuita asesinado en El Salvador, propugnaba una civilización asentada en cultura de la pobreza. En esa misma línea, Jon Sobrino, compañero de Ellacuría, se expresaba así en una charla que dio en Pamplona hace ya mucho tiempo:

«Durante muchos años nos han dicho que lo que nos iba a salvar era la riqueza y la abundancia, pero eso no nos ha salvado. Por una parte no ha resuelto el problema de la vida. A una gran parte de la humanidad le cuesta sobrevivir; no da por supuesta la vida; su mayor problema es mantenerse vivos cada día. Por otra parte no ha civilizado, es decir, no ha humanizado ni a los del Norte ni a los del Sur».

Sobrino terminó diciendo que como la expresión de Ellacuría —cultura de la pobreza—es muy dura y podía ser malinterpretada, podríamos plantearla en términos más templados: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida»

Un último apunte. El desastre al que nos ha abocado la cultura de la riqueza y el despilfarro solo nos deja dos alternativas de futuro: una austeridad voluntaria desde ahora, o una austeridad caótica y trágica dentro de unos años. Y ya sabemos que la primera fórmula choca frontalmente contra todo principio económico —y que la quiebra de la economía afecta gravemente al empleo—, pero si alguien piensa que vamos a salir indemnes de ésta, es que no se ha enterado de nada.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Fortuna y añoranza. Memoria del joven rico.

Domingo, 10 de octubre de 2021
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los-jovenes-se-apartan-de-la-religionVanias, mi administrador, acaba de comunicarme con satisfacción que la última vendimia ha sido espléndida y que tenemos ya comerciantes de Antioquía dispuestos a comprarla a un precio más alto de lo que esperábamos. Por otra parte, el negocio de pieles que heredé de mi padre es cada día más floreciente y todos me dan la enhorabuena por ello y me recuerdan, con un tono obsequioso en el que adivino cierta adulación, las palabras de la Escritura que he oído tantas veces de nuestros sabios: “La fortuna del rico es su plaza fuerte; como muralla inexpugnable es su opinión” (Pr 18,11). “La bendición de Yahvé es la que enriquece y nada le añade el trabajo a que obliga” (Pr 10,22).

Soy consciente de que mi posición económica provoca cierta envidia y también extrañeza ante mis frecuentes crisis de melancolía. «Todos te admiran por tu conducta intachable y además posees todos los bienes que un hombre puede desear – me dicen a veces mis amigos – y, sin embargo, tu talante es casi siempre sombrío y ausente… ». Y es que ellos ignoran la causa de la pesadumbre secreta que se alberga en mi corazón y que nunca he confesado a nadie.

Hubo un momento en mi juventud en que viví inquieto y en búsqueda: como hijo de fariseo, estaba habituado desde niño a la observancia escrupulosa de nuestra Ley y nunca quebranté a sabiendas ni una sola de sus prescripciones. Pero dentro de mí bullían la insatisfacción y las preguntas: había oído hablar tanto de la bondad de nuestro Dios, que me parecía imposible que lo único que pidiera de nosotros era un aburrido cumplimiento de normas y leyes. Soñaba con una vida plena y libre pero, cuando preguntaba a algún rabbí, sus consejos me exhortaban siempre a hacer algo más por Dios y a esmerarme en cumplir hasta la menor de sus mandatos, como agradecimiento a las abundantes riquezas con que había bendecido a nuestra familia.

Como la fama del rabbí Jesús se había extendido por toda Judea, decidí acudir a él buscando, una vez más, consejo y orientación. Me dijeron que estaba saliendo de la ciudad, parece ser que en dirección a Jerusalén, y eché a correr hasta alcanzar al grupo con el que caminaba. Cuando me vio llegar se detuvo: yo me puse de rodillas ante él como señal de respeto y para hacerle ver mi deseo sincero de encontrar una salida a mi incertidumbre. «¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?» , le pregunté mirándole a los ojos. Y aunque sentí en el acto que de él a mí comenzaba a fluir una corriente de afecto, su respuesta me decepcionó porque era la misma que había escuchado ya de muchos otros: «Ya sabes los mandamientos… » Sin embargo, algo me hizo intuir que no era eso sólo lo que quería decirme y, ante mi insistencia, me hizo una extraña propuesta: «Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo».

Se apoderó de mí el estupor y me sentí como un corredor que, de pronto, se encuentra al borde de un abismo. O, mejor, ante una encrucijada en la que se le invita a dejar atrás todos los caminos ya frecuentados para adentrarse en uno absolutamente nuevo y lleno de incógnitas: ¿Cambiar el hacer que todos me recomendaban por el des-hacerme de mis bienes? ¿Dejar atrás la seguridad de mis posesiones para emprender la aventura incierta de irme con alguien del que se decía que no tenía ni domicilio fijo? ¿Atreverme a creer una palabra que afirmaba que la vida plena, feliz y desbordante que iba buscando estaba más en el dejar que en el poseer? ¿Admitir como verdadera la afirmación de aquel hombre de que «me faltaba algo», precisamente a mí que había recitado tantas veces lleno de fe: «El Señor es mi pastor, nada me falta… »?

Me estaba pidiendo que renunciara no sólo a mis posesiones materiales, sino también a todo aquello que hasta ese momento constituía mi seguridad y mi riqueza y sentí vértigo. Miré al grupo de sus discípulos: era gente ruda y sencilla, con vestiduras descuidadas y sandalias polvorientas, y recordé la solidez de mi hogar, las tierras que sabía me corresponderían en la herencia y la reverencia y el respeto que mi fortuna me otorgaría en el futuro.

Tomé la decisión. Me puse en pie lentamente, evitando mirarle, temeroso de que el afecto que había sentido en su mirada fuera demasiado convincente, y me alejé despacio, consciente de que sus ojos continuaban fijos en mí y de que quizá esperaba que me decidiera a regresar.

No lo hice y desde aquel momento no ha habido hora, ni día, ni año, en que no me haya arrepentido de ello. Vivo sin carecer de nada, pero me falta la alegría. Soy alguien a quien se considera y se consulta, pero daría mi vida por haberme hecho discípulo de aquel Maestro que me habló desde otra sabiduría. El dinero, el saber y el poder se han convertido en ataduras tan fuertes que han ahogado mis sueños y me han encerrado dentro de unas vallas que me impiden caminar libre de trabas.

Y ya nunca me abandonarán la nostalgia y la añoranza por no haber confiado en la promesa de vida que me ofreció aquel galileo itinerante que un día se cruzó en mi camino.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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El camino a la Vida.

Domingo, 10 de octubre de 2021
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002.-TituloDomingo XXVIII del Tiempo Ordinario

10 octubre 2021

Mc 10, 17-30

En todo lo que hacemos -y en lo que dejamos de hacer-, los humanos buscamos ser felices, es decir, vivir en plenitud o, en el lenguaje del texto evangélico, “vida eterna”.

Esta simple constatación plantea, de entrada, una doble cuestión: por qué y por dónde buscamos la vida.

Buscamos la vida porque hemos “olvidado” que, en nuestra identidad profunda, ya la somos. Tal olvido, que nace de la ignorancia original, nos hace creer que estamos desgajados de ella y la proyectamos fuera. La “vida eterna” o vida en plenitud -pensamos en nuestra ceguera- debe ser “algo” que está en “otro lugar” y que debemos alcanzar a partir de nuestro esfuerzo.

Y la buscamos, con frecuencia, de mil modos diferentes. Las religiones han priorizado el camino de las creencias y de las normas: “si crees…, si cumples…, la conseguirás”.

El joven protagonista del relato “ha cumplido todo”, pero solo siente frustración. Y es entonces cuando el sabio de Nazaret le indica el camino acertado: no se trata de “hacer méritos” -que, con facilidad, solo consiguen engordar al ego-, sino de soltar, liberarse de todo aquello con lo que, en nuestra ignorancia, nos habíamos identificado.

La creencia de estar separados de la vida produjo en nosotros un vacío insoportable, que intentamos llenar con mil objetos. Hasta que descubrimos que era una tarea inútil. Y, como el joven del relato, seguimos preguntando: ¿qué más puedo hacer?

No hay nada que hacer, excepto comprender que la vida no es “algo” que haya que lograr, sino que es lo que ya somos y nunca podemos perder. Somos vida. Ahí termina la búsqueda y la tensión. Y, al reconocerlo, en lugar de embarcarnos en un esfuerzo nunca suficiente para intentar alcanzar un objetivo siempre elusivo, nos dejamos fluir en una acción adecuada, creativa y eficaz, la que cada momento nos reclama.

¿Me reconozco como vida, más allá de la persona en la que me experimento?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Rico y cristiano?

Domingo, 10 de octubre de 2021
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hqdefaultDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

Homilía Domingo XXVIII per annum

  1. Algunas constataciones iniciales

         Podemos hacernos conscientes de algunas cuestiones iniciales:

  •  Todos queremos ser felices, vivir en paz y serenidad y queremos vivir felizmente.

Aquel hombre, -joven o no-, se acerca a Jesús porque quiere vivir: ¿Qué tengo que hacer para tener vida, vida eterna-definitiva?

  •  Si aquel hombre se acerca a Jesús es porque no encuentra la vida en el “sistema religioso” y en los criterios culturales de su tiempo. El mero cumplimiento de la ley, de los mandamientos no parece que lleve a una vida amable y serena. Aquella persona que se acerca a Jesús lo había cumplido todo, pero no vivía: su vida era un “sin vivir”.
  •  Se trata de vivir no solamente en el “más allá”, sino ya desde ahora, en el “más acá”. Es decir, no es que ahora tengamos que “rellenar” una buena hoja de servicios religiosos para que luego, post mortem, Dios nos premie. No es esa la cuestión, sino que se trata de vivir y vivir bien desde ahora, en el tiempo, caminado hacia la eternidad.
  •  Otra constatación -evidente según me parece- es que el dinero es el gran “dios-ídolo” ante el que nos postramos. Quien manda y reclama adoración en el mundo es el dinero. Podríamos decir que el rico, -cuando somos ricos-, no es tanto una cuestión moral, sino que el dinero nos convierte en idólatras. Adoramos al “dios dinero”, y tal es nuestro “dios”. Socialmente también la cosa funciona así: “tanto tienes, tanto vales” porque “poderoso caballero es Don dinero”.
  1. ¿Quién es o cuándo somos ricos?

Rico es aquel que pone su confianza (fe) en el dinero. Cuando ponemos nuestra confianza en el dinero somos creyentes, idólatras. Rico es quien vive conforme a la mentalidad de la riqueza. Entonces nos hacemos esclavos del dinero y lejanos del Reino de Dios: lejanos de la gratuidad, distantes de la misericordia, de la justicia y de la solidaridad.

  1. ¿Por qué amamos tanto el dinero? ¿puede el hombre hacerse feliz a sí mismo?

         Si nos apegamos al dinero es porque la riqueza supuestamente nos ofrece seguridad. Un buen sueldo y una cuenta corriente saneada nos asegura la vivienda, alimentación, el placer del consumismo, incluso la salud …

Ahora bien, ¿Puede el hombre hacerse feliz y darse vida a sí mismo? Creo que no. Por naturaleza deseamos y esperamos una plenitud de vida que no está en nuestra naturaleza. La vida es gracia y regalo desde el nacimiento hasta después de la muerte. Nadie compró la vida para nacer y nadie la compra después de la muerte.

         Es cierto que el dinero es necesario para vivir, pero nunca el dinero es bastante y nos solemos “autoengañar” pensando que con dinero nos vamos a solucionar los problemas más fundamentales de la vida, lo cual creo que no es cierto.

Los grandes valores de la vida no se compran con dinero: el amor, la libertad, el sentido de la vida, la esperanza, el respeto, la solidaridad, la ética no salen a la venta en la bolsa ni en el supermercado de “al lado”.

La riqueza no deja espacio a la gratuidad, a la confianza ni a la solidaridad.

Ser rico es no fiarse de Dios Muchos católicos no se fían de Dios. Prefieren asegurarse la vida: esta y la otra. Por esto prefieren la seguridad que les pueda dar el dinero, una persona, un confesor, el mero cumplimiento de la ley. Pero no cumplen por afecto, sino por terror a Dios: la gente religiosa desconfía de Dios. Por eso mucha gente lo que le importa es la seguridad absoluta y pretende comprar a Dios, con actos, con Misas y ritos, etc.

Sin embargo, la relación con Dios es de balde, gratuita: de ahí viene la palabra gracia. El cristianismo no es una banca religiosa.

La experiencia cristiana es la confianza absoluta en la ultimidad: sólo en Dios descansa mi vida, sólo Dios basta.

         El discípulo de Jesús, el cristiano es un agradecido radical y la vida, los bienes los vive como regalo, como don.

         La primera condición para tener vida es el amor. La vida está en el amor, no en el dinero.

Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor.

  1. ¿Se salvan los ricos?

         Esta pregunta es de amplio espectro y la respuesta también.

Dios quiere que todos nos salvemos y nos salvamos porque para Dios no hay nada imposible.

         La salvación es un don de Dios, no algo que yo conquisto.

         Los ricos se salvan por la misma razón que nos salvamos todos, hasta el más humilde pecador de la historia.

         Que vamos a vivir bien allá es evidente desde el Evangelio. Lo que hace falta vivir bien -vida eterna- desde aquí. Y esa vida no se consigue con riqueza, sino con gratuidad, amor y libertad.

Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor.

  1. No se trata de discutir mucho qué es la pobreza.

Jesús le mira con misericordia a aquella persona rica y siente lástima de ella, porque era rica.

La cuestión de la pobreza crea enseguida un cierto escozor y discusión. Comúnmente pensamos que el dinero es la base de la felicidad. Si tienes dinero -o bienes- eres feliz.

Pero la experiencia nos dice que la riqueza no da la felicidad, ni la vida. El dinero, la riqueza nunca son bastante, nunca satisfacen plenamente. Más bien vemos que la riqueza, el ansia de dinero y riqueza crea insatisfacción y neurosis, pero no vida.

Podemos discutir, pero según JesuCristo, No se puede ser rico y feliz. El rico puede ser una buena persona, un hombre/mujer honestos, religiosos, pero no cristianos felices, con vida abundante. Y es infinitamente más importante ser viviente feliz que ser religioso y que ser rico.

Es difícil hablar de la pobreza y casi imposible tratar de convencer a nadie de que “Bienaventurados los pobres” es verdad.

Apelo a la propia experiencia que podamos tener Estas son vivencias, experiencias que se tienen en el fondo de la vida, del ser.

  1. La pobreza crea tres ámbitos de vida.

Vivir pobremente (no digo miserablemente) crea espacios de libertad, compasión-solidaridad y austeridad.

Libertad: la pobreza crea un estilo de vida sencillo, desprendido, libre, de estima de lo realmente valioso y definitivo, y eso no se compra con dinero.

compasión-solidaridad: La pobreza hace brotar sentimientos de misericordia y solidaridad. Y la compasión hace bien al que la recibe y al que la ofrece.

La limosna y la solidaridad han perdonado y perdonan más pecados que todas las confesiones del mundo

Austeridad: En la vida nos hace bien vivir austeramente. Una cosa es la celebración, la fiesta y otra la vida cotidiana de trabajo y sencillez. Austeridad en el estilo de vida, en la vestimenta, en la comida, en el consumismo, en el trabajo, etc.

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Carpe Diem versus Codicia

Domingo, 4 de agosto de 2019
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¿En qué consiste esto al fondo vivir plenamente las horas de su existencia, ?

No restrasarse a lo que contradice la plenitud del instante; no contrariar ni a la naturaleza, ni a su propia naturaleza; cazar las nubes amenazadoras de las dudas, el viento contrario de las adversidades, la degradación de las predisposiciones positivas y benévolas; desbordar los territorios apretados de la rutina abriéndose en horizontes más amplios.

El Carpe Diem de Horacio nos invita a recoger el día como una fruta llena de jugo. “Nada es más precioso que este día” decía a Goethe para celebrar el el esplendor de lo inédito que brota de la ganga ordinaria de los días.

Abordar mañana por la mañana, y cada mañana, en su frescura aperitiva, en su candor inaugural.

Encontrar la fuente pura de los comienzos, el apetito constante de los descubrimientos y de los encuentros fundacionales, el fervor no comenzado frente a un destino que hay que dar a luz.

Recuerda que hoy es el primero de los días que te quedan por vivir …

*

François Garagon

***

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.”

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

*

Lucas 12, 13-21

***

***

La primera lectura y el evangelio nos ofrecen estímulos no sólo para la meditación y la oración, sino también para obtener una visión más amplia de las cosas en Dios.

El drama de la «vanidad» consiste en el hecho de que las cosas tienen su belleza y su bondad, que atraen el ojo y el corazón del hombre, el cual, en un segundo momento, experimenta con decepción su falacia. De este proceso habla el autor del libro de la Sabiduría. Para él, está claro el principio fundamental: «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador» (13,5). Sin embargo, los hombres corren el riesgo de mostrarse miopes: «Se dejan seducir por la apariencia» y «maravillados por su belleza, las tomaron por dioses». De ahí el reproche: «Verdaderamente necios…» (13,1.3.6.7). El espíritu humano, «si se libera de la esclavitud de las cosas» (GS 57), puede pasar de una manera expedita de la admiración por ellas a la contemplación del Creador: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20).

El Dios creador es el mismo Dios salvador que nos ha enviado a su Hijo. En el evangelio de hoy, meditado a la luz de su contexto inmediato y el del capítulo siguiente (16), Jesús nos abre de una manera gradual los ojos hacia un horizonte cada vez más extenso, un horizonte que nos introduce en la visión de Dios y de su plan sobre el hombre. Si Qohélet se inclinaba a equiparar a hombres y bestias -«No ha superioridad del hombre sobre las bestias, porque todo es vanidad» (3,19)-, Jesús nos revela, en cambio, que existe una gran diferencia: «La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.. y vosotros valéis mucho más que los pajarillos» (12,23ss). Nos muestra sobre todo que la administración de esta vida, aunque esté revestida de fragilidad, es decisiva para la futura: «Enriquecerse ante Dios» significa tratar con desprendimiento los bienes de la tierra para hacernos «un tesoro inagotable en los cielos» (12,33). Jesús no nos pide que despreciemos las riquezas de este mundo, sino que las valoremos en relación con un bien inmensamente mayor: la vida eterna.

Dios nos ha mostrado que la vida del hombre es preciosa a sus ojos al dejar que su Hijo diera su vida por nosotros. De este modo, el Hijo ha liberado de la «vanidad» a los hijos de Dios y a toda la creación, indicando su sentido último (cf. Rom 8,19-25). Al bordar con «las obras buenas» el tejido de las frágiles realidades humanas, nos preparamos una «feliz esperanza» (Tit 2,13ss). Ahora bien, el arco iris que une la vida presente con la futura sólo es visible para quien cree en el Señor Jesús, muerto y resucitado: el Padre «por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable» (1 Pe l,3ss).

Realizar la experiencia de la contemplación a partir de las lecturas de hoy, tras haber meditado y orado sobre ellas, significa, por tanto, pasar de la reflexión sobre la Palabra de Jesús, que nos ilumina sobre la necia y la prudente administración de los bienes, a la visión de la «extraordinaria riqueza de la gracia» de Dios preparada «para nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,7).

*

***

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“Y mirándole le amó”

Domingo, 14 de octubre de 2018
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jovenRico

El Joven Rico

Rico y apuesto heredero,
alto de alcurnia y de talla,
se llega a Jesús pidiendo:
-Maestro bueno, ¿qué hace falta
para que la vida eterna
posea para mi alma?

-Los mandamientos conoces:
No toques mujer extraña,
no mates, hurtes ni engañes,
sea veraz tu palabra,
respeta de tus mayores
la dignidad de las canas…

-Maestro, todo he guardado.
Dime qué otra cosa falta.

Una muy simple: ve y vende
cuanto a la tierra te ata,
dalo a los pobres, que cubran
su miseria por tu gracia,
y echando tu cruz al hombro
ven a seguir mis pisadas.

Perdió el joven su apostura,
bajó al suelo su mirada
y se encaminó afligido
hacia sus riquezas vanas.

A Jesús le va corriendo
por la mejilla una lágrima
que a contraluz pareciera
de sangre tornasolada.

-¡Pudo y no quiso salvarse,
por su riqueza malvada!
¡Cuán difícil es que un rico
entre en mi eterna morada!
¡Un camello por el ojo
de una aguja, mal se pasa!

*

Santos García Rituerto

***

 

Yendo Jesús de camino, corriendo vino uno y se le inclinó, y le pidió diciendo:

Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

Jesús le dijo:

Lee la Escritura ¿sabes lo que dice?…: No matarás, no adulterarás, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tus padres. Vete y cúmplelo.

Él replicó:

Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.

Y Jesús mirándole le amó, y le dijo:

Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente se fue. Era muy rico

*

Marcos 10, 17 – 30

***

       El miedo a Dios consiste en saber que las exigencias del Dios vivo son mortales, que su beso es mortal y que quien encuentra verdaderamente a Dios se ve llevado a morir a su propia historia, a su propio pasado, para entrar en un mundo desconocido. Y esto resulta difícil.

        De ahí que la gran tentación sea defendernos del futuro de Dios, asegurarnos lo que ya somos, lo que ya poseemos. Usando una imagen bíblica, podríamos decir que la tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre («vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres»), o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. La primera gran escuela para aprender a orar es abrirse al coraje de la libertad, aceptando estar solos ante Dios, renunciando a toda coartada y a toda defensa. Es menester abrirse al coraje de la libertad en el amor.

*

B. Forte,
Nella memoria del Salvatore,
Milán 1992, pp. 242ss, passim).

***

***

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“Con Jesús en medio de la crisis”. 28 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,17-30)

Domingo, 14 de octubre de 2018
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28-852864Antes de que se ponga en camino, un desconocido se acerca a Jesús corriendo. Al parecer tiene prisa para resolver su problema: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?». No le preocupan los problemas de esta vida. Es rico. Todo lo tienen resuelto.

Jesús lo pone ante la Ley de Moisés. Curiosamente, no le recuerda los diez mandamientos, sino solo los que prohíben actuar contra el prójimo. El joven es un hombre bueno, observante fiel de la religión judía: «Todo eso lo he cumplido desde joven».

Jesús se le queda mirando con cariño. Es admirable la vida de una persona que no ha hecho daño a nadie. Jesús lo quiere atraer ahora para que colabore con él en su proyecto de hacer un mundo más humano, y le hace una propuesta sorprendente: «Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, dale el dinero a los pobres… y luego ven y sígueme».

El rico posee muchas cosas, pero le falta lo único que permite seguir a Jesús de verdad. Es bueno, pero vive apegado a su dinero. Jesús le pide que renuncie a su riqueza y la ponga al servicio de los pobres. Solo compartiendo lo suyo con los necesitados podrá seguir a Jesús colaborando en su proyecto.

El hombre se siente incapaz. Necesita bienestar. No tiene fuerzas para vivir sin su riqueza. Su dinero está por encima de todo. Renuncia a seguir a Jesús. Había venido corriendo entusiasmado hacia él. Ahora se aleja triste. No conocerá nunca la alegría de colaborar con Jesús.

La crisis económica nos está invitando a los seguidores de Jesús a dar pasos hacia una vida más sobria, para compartir con los necesitados lo que tenemos y sencillamente no necesitamos para vivir con dignidad. Hemos de hacernos preguntas muy concretas si queremos seguir a Jesús en estos momentos.

Lo primero es revisar nuestra relación con el dinero: ¿qué hacer con nuestro dinero? ¿Para qué ahorrar? ¿En qué invertir? ¿Con quiénes compartir lo que no necesitamos? Luego revisar nuestro consumo para hacerlo más responsable y menos compulsivo y superfluo: ¿qué compramos? ¿Dónde compramos? ¿Para qué compramos? ¿A quiénes podemos ayudar a comprar lo que necesitan?

Son preguntas que hemos de hacernos en el fondo de nuestra conciencia y también en nuestras familias, comunidades cristianas e instituciones de Iglesia. No haremos gestos heroicos, pero, si damos pequeños pasos en esta dirección, conoceremos la alegría de seguir a Jesús contribuyendo a hacer la crisis de algunos un poco más humana y llevadera. Si no es así, nos sentiremos buenos cristianos, pero a nuestra religión le faltará alegría.

José Antonio Pagola

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“Vende lo que tienes y sígueme”. Domingo 14 de octubre de 2018. Domingo 28º ordinario

Domingo, 14 de octubre de 2018
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55-ordinarioB28 cerezoDe Koinonia:

Sabiduría 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza.
Salmo responsorial: 89Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría.
Hebreos 4, 12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón.
Marcos 10, 17 – 30: Vende lo que tienes y sígueme.

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.

En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).

La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante… hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.

La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama “el joven rico” (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): “no seas injusto” (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.

Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas “agujas”… y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja…

Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?” (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).

Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el “espíritu de sabiduría” (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?

Una lectura ecológica del evangelio de hoy

El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir… no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.

Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.

Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia…

El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).

Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá… sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.

Pero… «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»… una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.

Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso… Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.

Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual… y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra… tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano. Leer más…

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14.10.18. Por el ojo de una aguja ¿Se puede salvar un mundo rico?

Domingo, 14 de octubre de 2018
Comentarios desactivados en 14.10.18. Por el ojo de una aguja ¿Se puede salvar un mundo rico?

parabola-del-camello-negro-l-pjo4qrDel blog de Xabier Pikaza:

Tiempo ordinario, dom 28: Mc 10, 17-30. Es un evangelio largo, y sólo comentaré su parte final: ¿Pueden “salvarse” los ricos? Esto es: ¿tiene sentido y futuro una sociedad como la nuestra que sólo quiere riqueza y más riqueza?

‒ La riqueza es riesgo para quien la tiene, pues tiende a convertirle en un Dios falso, destruyendo así los más hondos valores de la vida (haciéndole cautivo de ella, incapaz de vivir en libertad y gozo). En esa línea se sitúa la mal-aventuranza de Lc 6: ¡Ay de vosotros los ricos…!. Difícilmente puede el rico alcanzar la felicidad, es decir, el Reino de Dios, si no comparte lo que tiene, no sólo en el futuro, sino aquí, en este tiempo.

‒ La riqueza es un riesgo para los pobres, que quedan así a merced de la riqueza de otros propensos también a la ira y venganza, con riesgo de morir de hambre. Nuestra sociedad suele hablar más del riesgo de los pobres. En ciertos momentos, el evangelio insiste más en el riesgo de los ricos a los que hay que salvar de su riqueza, como decían unos versos León Felipe que ahora recreo libremente:

Hay que salvar al rico, hay que salvarlo de la dictadura de su riqueza,porque debajo de su riqueza hay un hombreque tiene que entrar en el reino de los cielos…

camelloHay que salvar al rico y al pobre… El Hombre, el Hombre es lo que importa. Ni el rico, ni el pobre importan nada… Ni el proletario, ni el diplomático,ni el industrial, ni el arzobispo,ni el comerciante, ni el soldado, ni el artista, ni el poeta…

El tema de fondo es por tanto: ¿Se puede “salvar” una sociedad como la nuestra que parece que no quiere ya más que su riqueza? ¿Tiene futuro un mundo cuyo Dios principal es el dinero?

Según el evangelio es difícil, pero no imposible. Ante ese riesgo de la riqueza nos sitúa hoy San Marcos, cuyo texto sigo comentando con mi libro sobre su evangelio.

Imagen 1: Señal de tráfico en el desierto de Judea
Imagen 2: Camellos en fila hacia la tierra prometida por el ojo de la aguja.
Imagen 3: Investigad el evangelio de Marcos.
Buen fin de semana a todos

Marcos 10, 10, 23-28. ¡Hijos míos! El riesgo de la riqueza .

(a. Problema) 23 Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

(b. Primera enseñanza) 24 Los discípulos quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús, respondiendo de nuevo, les dijo: Hijos (qué difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios.

(c. Segunda enseñanza) 26 Ellos quedaron totalmente pasmados, diciendo entre sí: Entonces, ¿quién podrá salvarse? 27 Jesús mirándoles les dijo: es imposible para los hombres, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios .

10, 23. Introducción. El riesgo de las riquezas

evangelio-de-marcosJesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¿Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!

La escena comienza evocando la mirada de Jesús y su comentario sobre riquezas y Reino (10, 23). Antes había mirado con amor en el postulante (10, 21). Ahora se fija en sus discípulos, que le rodean, y así les va mirando en círculo, como había hecho en 3, 34 (periblepsamenos), hablándoles de forma intensa, por los ojos, en gesto de cariñoso desahogo, diciendo que los ricos entrarán difícilmente (dyskolôs) en el Reino de Dios, es decir, en la nueva humanidad curada y reconciliada

Jesús opone así dos tipos de realidad fundamental.

(a) Por una parte alude a la posesión de riquezas (khrêmata), entendidas en sentido fuerte, en un contexto más bien monetario, pues esa palabra alude al dinero (cf. Hech 4, 37; 8, 18; 24, 26), más que a las posesiones agrarias, como parecía suceder en el caso del rico anterior, que tenía mucha ktêmata
(b). Por otra parte se refiere a la entrada en el Reino de Dios. Pues bien, lo que más se opone a la entrada en el Reino, es decir, a la nueva humanidad que Jesús quiere instaurar, en nombre de Dios, es la posesión de riquezas, pues ellas tienen su propia lógica, de manera que impiden al hombre vivir en libertad de amor, es decir, en desprendimiento creador.

Es evidente que para conquistar los reinos de este mundo hacen falta riquezas, es decir, medios económicos, políticos y militares. Pues bien, en contra de eso, para heredar el Reino, es decir, para alcanzar la bienaventuranza y descubrir el secreo de la vida hay que superar la lógica del dinero (que se centra en la posesión y disputa de bienes), para pasar de esa manera a la experiencia de la gratuidad. Aquel que le había preguntado qué debía hacer para heredar la Vida Eterna pensaba que lo había cumplido ya todo, sin advertir que le faltaba lo más importante, que es el desprendimiento radical para amar gratuitamente a los demás.

10, 24-25. Primera enseñanza: por el ojo de la aguja

24 Los discípulos quedaron asombrados ante estas palabras. Pero Jesús, respondiendo de nuevo, les dijo: Hijos ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 25 Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios.

Incluye dos rasgos: consternación de los discípulos y enseñanza básica de Jesús sobre el Reino de Dios y el dinero. Esta escena ha de entenderse no sólo en un plano económico (lo que es evidente), sino también en un plano eligioso, es decir, de visión de Dios (de nueva humanidad). No se trata, pues, de un problema meramente material, sino de un misterio teológico, vinculado a la posibilidad de una “salvación” mesiánica (esto es, de la plenitud del hombre) que no se puede conseguir a través de las riquezas.

(1) Los discípulos quedan consternados (llenos de pavor: ethambounto; 10, 24a).
También otros escritos de aquel tiempo desde Test XII Pat a las Parábolas de Henoc, ponían de relieve el riesgo destructor de las riquezas. Pues bien, Jesús ha insistido en ese tema de un modo radical, en el contexto preciso de la búsqueda del reino. El ser humano tiende a pensar que puede conquistarlo todo por su esfuerzo, por medio de trabajos, riquezas e influjos materiales; pero Jesús ha dicho que, en vez de ser ayuda, como muchos piensan, las riquezas constituyen un estorbo para el Reino (pues encierran al hombre en sí mismo, en sus disputas económicas).

La consternación de los discípulos ante el dicho de Jesús responde a lo que Pablo ha llamado el escándalo y locura de la cruz (1 Cor 1, 23), que no puede entenderse en un sentido puramente intelectual (en línea de doctrina), sino que se expresa y expande en un nivel económico o, mejor dicho, de superación de la economía monetaria (representada por la khrêmata). Jesús sitúa a sus discípulos ante el escándalo de un Reino de Dios que no puede conseguirse con dinero, ante la “locura” de un tipo de riqueza concebida como máximo impedimento para alcanzar la Vida Eterna (lo que el postulante había pedido a Jesús) .

(2) En este contexto se entiende la enseñanza (10, 24b-25), que alude a la dificultad de la salvación de los ricos (¡y de aquellos que quieren ser ricos!), introduciendo el signo sorprendente de un camello ante el ojo de una aguja. Algunos han querido desactivar la extrañeza de ese signo diciendo que el “ojo de aguja” sería en realidad una puerta estrecha del cerco de Jerusalén, una especie de postigo por donde sólo podrían pasar uno a uno los hombres y mujeres, no los camellos más gordos. Pero esa interpretación carece de sentido, como seguirá diciendo 10, 27.

¡Humanamente hablando es imposible que un rico se “salve” (que sea feliz, que viva en paz, en amor gratuito), como es imposible que un camello pase por un ojo de aguja de coser!. En ocasiones semejantes, ante la incomprensión de sus discípulos, Jesús ha respondido de una forma dura, incluso hiriente (cf. 8, 14-21. 33; 9, 42-48). Pues bien, en este momento, Jesús les llama tekna, hijos, como si fueran niños, como si quisiera ofrecerles una enseñanza que ellos tienen dificultad en aprender, acudiendo para ello a la imagen paradójica (incluso irónica, quizá humorística) de un camello grande y del minúsculo agujero de una aguja de coser.

Esta dificultad no alude al “reino de los cielos-cielos” (es decir, a la salvación eterna, en el más allá), sino al Reino de Dios (basileia tou Theou: 10, 24. 25), que ha de empezar sobre la tierra, en este mismo mundo, en la nueva Jerusalén, hacia donde se dirigen, en la Iglesia, en la humanidad reconciliada. Lo que Jesús busca, lo que él quiere (la llegada del Reino en la tierra) no se consigue con dinero, es decir, con los medios normales que emplean los poderosos del mundo para conseguir unos objetivos de tipo social, político o religioso. El Reino de Dios no es resultado de algo que el hombre realiza y consigue (por la fuerza de las armas o el dinero), sino expresión y despliegue de la nueva humanidad que Jesús busca y promueve, esperando recibirla como don de Dios.

10, 26-27. Segunda enseñanza. Todo es posible para Dios

26 Ellos quedaron totalmente pasmados, diciendo entre sí: Entonces, ¿quién podrá salvarse? 27 Jesús mirándoles les dijo: es imposible para los hombres, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios

Marcos vuelve a presentar el mismo tema, llevando hasta el final la paradoja de la salvación (de la plenitud humana, de la nueva humanidad), que se había iniciado con la pregunta del hombre rico de (10, 17), que ya se ha ido. Éste es el momento en que Jesús ofrece a los discípulos que no se han marchado (como el rico anterior) su última enseñanza, aunque quizá no la entiendan, en gesto que incluye también dos partes:

(1) Nueva admiración y pregunta de los discípulos (10, 26). Ellos se espantan aún más, llenos de pasmo (perissôs exeplêssonto; cf. 1, 22; 6, 2; 7, 37), pues Jesús no les ha aquietado, sino que les ha inquietado aún más, dejándoles fuera de sí. El hombre de 10, 17 venía con la confianza de que Jesús respondería a su deseo y le enseñaría a conseguir la vida eterna, sin desprenderse de sus riquezas. Pero se ha ido (¡quizá porque ha entendido bien y no quiere comprometerse con lo que Jesús le ha dicho!), mientras que los discípulos siguen con él, pero quedan sin comprender, diciendo entre sí: «En ese caso ¿quién podrá salvarse?» (ser salvado: sôthênai).

El rico preguntaba ¿qué haré?, como si la salvación dependiera de sus obras (en el fondo, de sus riquezas); los discípulos, en cambio, preguntan, en pasivo divino: ¿quién podrá ser salvado? No cuestionan ya lo que ellos pueden o deben hacer, sino lo que puede Dios, que es muy distinto? Ya no hablan de conseguir el Reino, sino de salvarse, en palabra que tiene un fondo más religioso (más espiritual), aunque es inseparable de la realización del Reino de Dios en este mundo. Estamos ante una iglesia que “sabe” (Marcos supone que Roca y los otros conocen el proyecto de Jesús), pero que “no entiende” las implicaciones de ese “saber”, en sentido general, y para la vida de la comunidad. Roca y sus compañeros han oído lo que dice Jesús, pero en el fondo no le “creen”, no confían en él, no se atreven a poner en marcha, de un modo tajante, el proyecto que él ha ofrecido al hombre rico, que se ha marcado de su lado.

(2) Nueva mirada de Jesús, que responde: (todo es posible para Dios! (10, 27). Jesús vuelve a mirar a sus discípulos (emblepsas autois) y al hacerlo parece llamarles al Reino, afirmando que Dios existe y puede manifestarse y realizar su obra por encima de la esclavitud de las riquezas. De esa forma, al menos implícitamente, Jesús rompe la oposición que el texto del rico (10, 17-22; cf. Mt 6, 24) parecía establecer entre Reino de Dios y riquezas de este mundo, como si ambas realidades pudieran situarse en un mismo plano. Ciertamente, el don de Dios (el Reino) supera el nivel de las riquezas. Leer más…

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Salomón, el joven rico y los discípulos. Domingo 28 Ciclo B

Domingo, 14 de octubre de 2018
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Joven-Rico-600x708Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

  Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirlo.

1. Salomón: la sabiduría vale más que el oro

El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:

Supliqué y se me concedió la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos,
y en su comparación tuve en nada la riqueza;
no le equiparé la piedra más preciosa,
porque todo el oro a su lado es un poco de arena,
y, junto a ella, la plata vale lo que el barro;
la quise más que a la salud y la belleza
y me propuse tenerla por luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
en sus manos había riquezas incontables.

2. El joven rico: la riqueza vale más que Jesús

El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús.

Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
‒ Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?
Jesús le respondió:
‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él le contestó:
‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.
Jesús lo miró con cariño y le dijo:
‒ Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.
A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.

El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV d.C.).

La pregunta

El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, “formar parte de la vida futura” o “del mundo futuro”; lo que muchos entre nosotros entienden por “salvarse”. Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para “salvarse“, las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: “Procu­raos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro”.

La respuesta de Jesús

Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).

Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo.

Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.

Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.

La reacción del rico

Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

No es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios

Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.

Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:
‒ Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.
Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:
‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos quedaron espantados y se decían:
‒ Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dice:
‒ Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.

Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.

Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana.

¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?

En el primer caso, los discípulos refle­jarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?

En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsis­tir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposi­ción de todos.

En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado el tema.

3. Los discípulos: Jesús vale más que todo

Pedro entonces le dijo:
‒ Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Contestó Jesús:
‒ Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.

La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.

La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Marcos añade «con persecuciones».

Decía Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.

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Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. 14 de octubre de 2018

Domingo, 14 de octubre de 2018
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A estas palabras, él frunció el ceño, y se marchó pesaroso, porque era muy rico.

 (Mc 10, 17-30)

“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.

Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.

Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.

Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.

Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.

Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.

Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.

Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.

No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.

¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?

Oración

No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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El rico y el pobre están a la misma distancia del Reino.

Domingo, 14 de octubre de 2018
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cristoy-jovenMc 10, 17-30

Es un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.

El llegar corriendo, indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse, es un signo exagerado de respeto y admiración.

“Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoe aionion” que es una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús, es asegurar las misma felicidad para el más allá. No podemos mantener hoy este significado, pero tampoco tenemos claro un sustituto.

Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla, que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva manera de religiosidad: la humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios. Es imposible tener acceso a Dios si me desentiendo del próximo que me necesita.

¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela donde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios.

Una cosa te falta. Es lo verdaderamente importante del relato. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’, basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. Con todo no está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el grupo que le acompañaba.

¡Qué difícil será entrar en el Reino, al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre o, peor aún, a costa de él, es lo que impide al hombre alcanzar una meta verdaderamente humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es aún más desolador. Los discípulos no están preparados para entender a Jesús y quedan hundidos en la miseria.

Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, como la salvación tal como la entendemos hoy, sino quién podrá mantener una vida verdaderamente humana, si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios”.

Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla.

Buscar la propia salvación individual aquí abajo o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para más acá o para el más allá.

Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado, es demagogia. El hecho de tener, o no tener bienes materiales, no es lo significativo. El que no tiene nada, puede estar más apegado a los bienes que ambiciona, que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita cubrir las necesidades imprescindibles para mantener una sana biología y alcanzar una verdadera humanidad, dándose al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio.

Otra trampa frecuente es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esta interpretación, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular ingentes riquezas. No basta que la Iglesia atienda a los pobres. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades.

El relato no ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales.

El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero y más poder.

La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección.

Meditación

¿Qué sentido tiene emprender una carrera
si no tienes intención de llegar a la meta?
Es ridículo pensar que Dios nos exige renunciar a algo.
Tomar conciencia de lo que es mejor será el primer paso.
La plenitud de ser y los apegos son incompatibles.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Oprimir al pobre.

Domingo, 14 de octubre de 2018
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jesus-e-o-jovem-rico“Mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar” (Nelson Mandela)

Mc 10, 17-30

Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te falta: Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme

Un comentarista de este texto del evangelio de Marcos viene a decir que, al joven rico, aunque se esfuerza en ser bueno, su riqueza le convierte en constructor de una sociedad injusta y no en el reino de Dios. La opción por los pobres no excluye a los ricos; son los ricos los que se auto excluyen por no optar por los pobres. Al joven rico le distingue el verbo acumular: riqueza, prestigio, méritos, etc. Jesús le propone un cambio: el de “acumular” por el de “compartir” su vida y su riqueza con los pobres.

Los profetas del Antiguo Testamento denuncian la riqueza como un obstáculo para el reino: Isaías: “¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos, hasta no dejar sitio, y vivir ellos solos en medio del país! (Is 5, 8); Amós: “Así dice el Señor: A Israel no le perdonaré, porque venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias, y revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente” (Am 2, 6-7).

Jesús, interpretando el AT en vertiente positiva, se preocupaba por satisfacer las necesidades espirituales de la gente, pero antes procuraba atender sus necesidades físicas, y respondía mediante actos de misericordia“Entonces el rey dirá a los de la derecha: Venid benditos de mi Padre, a heredar el reino que obtengo preparado desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, sed y me disteis de beber, era inmigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y vinisteis a verme” (Mc 25, 34-36). Las obras de misericordia realizadas por amor aparecen libres de cualquier limitación que condicione su valor.

Interpretación, no sólo del Maestro, sino también de sus discípulos. En su primera Carta, 3, 18, dice: Hijitos, no hablemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. Así conoceremos que procedemos de la verdad y ante él tendremos la conciencia tranquila. Pues, aunque la conciencia nos acuse, Dios es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo”.

Ya seis siglos antes de Cristo, Confucio (551- 459), reconocido pensador chino dijo: “En un país bien gobernado, la pobreza es algo de lo que avergonzarse. En un país mal gobernado, la riqueza es algo de lo que avergonzarse”. Y Nelson Mandela en nuestros días: “En un país bien gobernado, la pobreza es algo de lo que avergonzarse. En un país mal gobernado, la riqueza es algo de lo que avergonzarse”.

Hay dos clases de Obras de Misericordia: Corporales y Espirituales. En Marcos 25 se mencionan las seis primeras de las corporales, como la razón por la cual los pobres heredan el reino. El himno del Magníficat, atribuido a María en su visita a su prima Isabel, pone en su boca estas palabras reconociendo la providencia de Dios en el mundo: “Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada”.

Muchos compositores famosos: Tomás Luis de Victoria (1548-16-11), Claudio Monteverdi (1567-1643), Vivaldi (1678-1741), (Johann Sebastian Bach (1685-1750), Franz Schubert (1797-1818) y Anton Bruckner (1824-1896), entre otros.

“Mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualdad existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar” (Nelson Mandela). Y Mc 10, 21 nos presenta a un Jesús que quiere remediar esa desigualdad e injusticia.

“Jesús lo miró con cariño y le dijo: Una cosa te fe falta: Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; después sígueme. A estas palabras frunció el ceño y se marchó triste, pues era muy rico” (Mc 10, 21-22)

TESOROS EN EL CIELO

Yo los quiero en la tierra,
y no quiero tesoros en el cielo.
Quizás mañana es tarde. El banco cierra.

Yo no quiero “un tendrás”, yo quiero “un tengo”
que mantenga mi hacienda.

Quiero seguir tus pasos y consejos,
pero quiero también mis tierras,
legado de mis padres y mi esfuerzo.

No me place, Maestro de cosechas,
dejar mis campos y fruncir el ceño
únicamente por perder mi hacienda.

¿Seguirte sólo por un sueño?

(EVANGÉLICO CUARTETO.
Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Todo lo cumplo.

Domingo, 14 de octubre de 2018
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los-jovenes-se-apartan-de-la-religionMc 10,17-30

Está claro que no hay una única respuesta a la pregunta: ¿Qué he de hacer? Resulta llamativo que Jesús, que conoce los corazones, diga primero al joven una cosa y que, al ver su respuesta, dé un paso más y endurezca las condiciones para adquirir el “tesoro en el cielo”.

El joven pretende “heredar” la vida eterna. Jesús le responde en su propio lenguaje: para tener un “tesoro”… Pero si el joven quiere adquirir algo, Jesús le dice que lo que tiene que hacer es soltar eso mismo que tanto anhela. En la lógica de Jesús, la manera de adquirir es dar. Porque la confianza no puede estar puesta en las cosas que nos dan una supuesta seguridad.

De hecho, los discípulos podrían esperar que, de acuerdo con la respuesta de Jesús, ellos sí deberían recibir la recompensa, pero, sin embargo, en un primer momento, se espantan por la dureza de Jesús para entrar en el Reino. ¡Qué difícil es para los ricos entrar en el Reino! Pero si ellos lo han dejado todo, ¿por qué se asustan y temen por su salvación? Tal vez porque comprenden que si ellos hicieran la misma pregunta: ¿qué tengo que hacer? las propuestas de Jesús serían cada vez más incisivas hasta llegar al núcleo del problema. ¿Dónde tenemos puesta nuestra confianza? ¿Dónde nuestra seguridad? Y cuando llegue Jesús allí, nos propondrá soltar.

Pero las palabras de Jesús son tranquilizadoras: no depende de ellos la salvación sino de Dios. Pedro se anima entonces y defiende su posición y la de los demás en cuanto a los bienes que han dejado. Y Jesús confirma que están en el buen camino.

Si leemos detenidamente el relato, hay varias cosas que llaman la atención. La primera es la denominación de Jesús como Maestro “bueno” y el rechazo por parte de Jesús. Él no acepta el apelativo bueno, ni siquiera para sí mismo: “Solo Dios es bueno”. El joven parece darse cuenta y, a continuación, solo lo llama “Maestro”.

Otra cosa que llama la atención es la actitud del joven. Este se acerca corriendo, con todas sus fuerzas puestas para conseguir su objetivo. Sabe que es un cumplidor de la ley que corre con ventaja. Cree que no habrá problemas para hacer y cumplir lo que Jesús le diga. Él siempre ha cumplido todo y ahora no será una excepción. Podemos pensar que él se considera a sí mismo bueno. Pero la respuesta de Jesús lo desconcierta. Y ya no podrá decir con tanta facilidad “todo lo cumplo”, “soy bueno”. La propuesta de Jesús le producirá tristeza hasta que no pueda desprenderse de todo aquello en lo que pone su confianza. Comprenderá, en fin, que la bondad no se consigue por cumplir lo mandado, sino que es don de Dios.

Sabemos que se fue triste. Sabemos que su conversión es posible desde la acción de Dios. ¿Se desprenderá al fin de su fuente de seguridad? Hay biblistas que afirman que no podemos decir qué fue de él. Otros ven la realización de esta vocación en Mc 14,51-52. Allí aparece un extraño muchacho siguiendo a Jesús hacia su muerte con solo una túnica. Lo intentan atrapar, pero él suelta la túnica y escapa. Ciertamente es la contracara de este joven que realiza la máxima expresión de libertad, desapego y seguimiento. Ya sea que se trate o no del mismo joven, el evangelista muestra la plenitud de este relato. Y demuestra que “Para los hombres es imposible, no para Dios. Dios lo puede todo”.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Y ¿Cómo se vive bien?

Domingo, 14 de octubre de 2018
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hqdefaultDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01. SE TRATA DE VIVIR BIEN: VIDA ETERNA

Aquel hombre que se acerca a Jesús lo hace para preguntarle cómo se hace para vivir bien, para realizarse en la vida, para ser feliz: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida, para vivir bien? ¿Qué he de hacer para vivir feliz?

La vida definitiva, la calidad de vida, vida eterna no comienza después de la muerte, sino que comienza ya en este tramo de vida en el que estamos, en la historia, en el tiempo. Termina “allá”, pero esa vida ha comenzado ya aquí. (La tradición de San Juan habla no tanto de Reino, sino de vida: que tengan vida y la tengan en abundancia).

Ante la pregunta sobre cómo tener vida eterna, Jesús, -no sin alguna ironía-, le recuerda a aquel hombre lo que dicen siempre los sistemas religiosos y los eclesiásticos de turno: ya sabes lo que tienes que hacer: no mates ni robes, vete a Misa, cumple por Pascua, te confiesas de cuando en cuando, y al cielo, etc.

Aquel hombre, a su vez, le dice a Jesús: Todo eso ya lo he cumplido desde niño. Todo lo religioso ya me lo sé, pero ahí no hay vida.

Lo que no dice el texto, pero se supone, es que aquel joven no era feliz, “no vivía”, porque si no, no habría ido donde Jesús. Lo cual significa que el sistema religioso: esos ritos religiosos, dogmas y normas no hacen feliz al ser humano, “eso no es vida”·, solemos decir coloquialmente… (absténganse neuróticos y fanáticos religiosos).

La razón por la que no era feliz no era que fuese una mala persona, sino que era muy rico. Lo mismo que el rico epulón, no es que fuese mala gente, sino que era rico. Lázaro era pobre, (Lc 16,19-31).

¿El dinero hace feliz?

Según Jesús, no se puede ser rico y feliz, ni se puede ser rico y tener vida noble, honesta, honrada, plena.

02. TENER VIDA DEFINITIVA.

Es frecuente escuchar que “hoy vivimos mejor que antes”. Depende lo que se entienda y se quiera decir con esta afirmación, puede que contenga algo de certeza.

En muchos países y sociedades tenemos muchos más medios tecnológicos que hace cincuenta o cien años: alimentación, electrodomésticos, medicina, transporte, informática, etc. Ahora bien, ¿Tenemos vida eterna, vivimos bien, somos felices? ¿Somos más felices, más libres, más honrados, más pacíficos que nuestros mayores o que hace cien años?

Quizás -exagerando un poco- creo que la riqueza, el capitalismo, incluso las ciencias nos han hecho más gordos , pero no mejores ni más felices. Creo que la vida se ha alargado en años, pero no ha mejorado en cuanto a valores.

Por el mero desarrollo económico y científico probablemente no hemos mejorado mucho en valores: paz, libertad, felicidad. Tenemos más medios, pero no somos más honrados, ni mejores que los que pasan en pateras o viven en las recónditas tribus africanas.

¿Somos más felices que nuestros padres o que nuestros mayores? ¿Tenemos más vida que nuestros antepasados? Sí, la medicina, la higiene, etc. nos puede ayudar a cumplir 100 años de vida, pero eso no significa que sea vida definitiva, vida eterna. Tenemos vida más “larga”, pero no por eso una vida mejor.

03. MISERIA Y RIQUEZA

imagesLa miseria no es deseable, ni mucho menos, pero la riqueza tampoco.

Me imagino que estas cosas no nos las creemos, por eso somos religiosos, pero no probablemente no somos cristianos.

Es evidente que hay que luchar contra la miseria, contra la injusticia y el hambre, contra las enfermedades, etc. Pero el ideal de vida, no está en el dinero, en el capital, al menos la vida como realización humana, como vida eterna.

La pobreza no es miseria, sino que la pobreza es una experiencia, vivencia amable de desprendimiento, bondad, solidaridad, honradez, honestidad.

04. POBREZA Y LIBERTAD / CONFIANZA Y SEGURIDAD.

Supuestamente la riqueza, como el poder confieren seguridad de vida. Por eso pensamos que, siendo ricos, añadiendo un poco prestigio, de clase social, poder y cargos, estamos ya seguros.

¿Seguros de qué?: Insensato, esta noche te pedirán la vida, lo que has amontonado ¿para quién será?, (Lc 12,20). (No olvidemos que la mortaja no tiene bolsillos, ni que nunca se ha visto un camión de mudanza detrás de un coche fúnebre, -papa Francisco-).

La riqueza, el rico se siente seguro, por eso no sabe lo que es la confianza, ni la bondad.

La pobreza es fuente de grandes valores. La pobreza crea confianza y libertad, sabiduría, austeridad, solidaridad, generosidad:

o La pobreza, como el evangelio es una CONFIANZA infinita en Dios. El rico busca y cree hallar la seguridad en el dinero. El religioso se siente seguro en el cumplimiento y en la precisión dogmática. Quien es pobre confía en el Señor y así es feliz, así tiene vida eterna. En Ti he puesto mi confianza desde la juventud. (Salmo 71).

o El que es pobre, quien se siente pobre, se siente LIBRE ante las cosas, ante los bienes. Produce mucha cansera existencial soñar obsesivamente con tener, porque jamás el dinero es bastante. Naturalmente que todos necesitamos comer y vestirnos, pero de ahí a la obsesión paranoica por el tener hay mucha distancia. La riqueza crea ansiedad y neurosis. Quien opta por vivir pobremente, es libre ante todo y ante todos, ante el poder y ante el capitalismo, incluso quien es evangélicamente pobre, se siente libre ante los entramados de la religión. (Por eso los sistemas religiosos, políticos, las Iglesias tienen alergia a las personas libres).

o AUSTERIDAD: En la vida nos hace bien vivir austeramente. Una cosa es la celebración, la fiesta y otra la vida cotidiana de trabajo y sencillez. Austeridad en el estilo de vida, en la vestimenta, en la comida, en el consumismo, en el trabajo, etc.

o La pobreza crea SOLIDARIDAD y GENEROSIDAD. Quien es libremente pobre, ese tal es solidario y generoso. Habiendo tanta miseria en el mundo, lo que me sobra -y es mucho- no es mío. Espontáneamente la pobreza tiende a mirar a los demás.

Jesús fue pobre: nació pobre, no tuvo dónde reclinar la cabeza y murió marginado. Jesús fue libremente pobre y en el evangelio habla con frecuencia de la pobreza como fuente de bendición. Felices los pobres. Los sistemas religiosos esclavizan, el evangelio, Jesús libera.
Jesús habló muy poco de cuestiones matrimoniales y de sexualidad, y estas pocas veces con gran misericordia: Yo no te condeno, le dice a la mujer adúltera, (Jn 8,11).

Es exageradamente chocante cómo en la historia de los eclesiásticos, se puede ser rico, pero no se puede ser divorciado.

Aquel hombre fue al encuentro de Jesús para tener vida. Pobre es ser un agradecido (gracia) radical. El cristiano (no el religioso) no se apropia de los bienes materiales, de la riqueza porque se fundamenta en la gratuidad (gracia). Pobre, libre, sabio es quien se ha encontrado con Cristo en la vida: un encuentro de confianza y de gracia.

05. JESÚS LE MIRÓ CON AFECTO. PARA DIOS NO HAY NADA IMPOSIBLE.

sin-techoJesús mira siempre al ser humano con bondad. También a los ricos y también los ricos.

Que vamos a vivir bien el cielo es evidente, lo que hace falta es vivir bien, vida eterna desde ahora.

Y esto se solventa no desde nuestros méritos, sino desde la bondad de Dios: para Dios no hay nada imposible

Estas cosas se ventilan en la profundidad de la vida. Es difícil hablar de la pobreza y casi imposible tratar de convencer a nadie de que “Bienaventurados los pobres” es verdad; son experiencias que se tienen en el fondo de la vida. Solamente en Dios descansa mi vida, (Salmo 61).

Sin embargo es verdad que se es feliz y bienaventurado siendo pobre.

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“Son de la humanidad”, por Gerardo Villar

Sábado, 13 de octubre de 2018
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879a9116-c926-4deb-8e88-fcd42a508fcaInmatriculaciones. Empieza, o mejor, sigue la batalla. A ver de quién son ciertos inmuebles de la iglesia.

No estoy preparado para dilucidarlo, no tengo preparación ni legal ni histórica. Pero me gustaría que este tema se enfoque desde principios humanos y cristianos. Resuena aquella invitación a Jesús “si quieres seguirme, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, y luego sígueme”.

Este me parece un principio fundamental: que todos los bienes sirvan para el bien común y muy en especial para los más empobrecidos. La respuesta del Papa Francisco fue clara: “Esta es una pregunta fácil. No son los tesoros de la Iglesia, sino que son los tesoros de la humanidad. Por ejemplo, si yo mañana digo que La Piedad de Miguel Ángel sea subastada no se podría hacer porque no es propiedad de la Iglesia. Está en una iglesia, pero es de la humanidad. Esto vale para todos los tesoros de la Iglesia”.

Me choca mucho cuando veo tesoros dados a una virgen o a un santo .Y siempre me pregunto o: ¿es que María o el santo necesitan esos tesoros? Sería muy positivo discernir con la Palabra qué bienes conviene mantener y cuales dar a los más empobrecidos, sobre todo a nivel de crear alternativas de puestos de trabajo.

“¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello?” (San Juan Crisóstomo).

Me gustaría adelantarnos a las exigencias del gobierno y hacer que “todos” los bienes que tenemos sirvan para las personas. Estoy convencido que las riquezas no son buen camino para evangelizar. Ojalá seamos capaces de compartir y hacer que lleguen y sirvan.

Podemos entrar en juicios y pleitos para ver de quién esa cada propiedad. Pero qué bonita ocasión para quedarnos en la pobreza, tal como nos la plantea Jesús. Y anunciaremos con la fuerza del Evangelio, con la persona de Jesús, que no tiene ni donde reclinar la cabeza. Las propiedades vinieron más tarde, pero no han sido nunca camino de auténtica evangelización.

Esfuerzo sí, pero para intentar que los bienes sirvan a los necesitados.

Tengo la experiencia de que los templos, imágenes… de las parroquias rurales se mantienen y se conservan a base de la colaboración-donativos- de las personas y a veces de la administración. Si esos bienes pasan a la administración, no va a llegar a atenderlos y se irán derribando. Menudo problema tenemos con los cientos de templos que se están cayendo. Y eso que va habiendo un dialogo y una colaboración buena entre iglesia y administración.

Otra realidad la encontramos en cálices, copones, coronas… que hay en gran cantidad en muchos templos. ¿Qué hacer con ellos? Sí que hay “otros tesoros” rosarios, mantos…” que pudieran ser elemento de compartir su valor para bien de los empobrecidos. Sobre todo, tesoros que están dormidos en vitrinas y que solo sirven para enseñarlos. Cómo me gustaría una valentía de los cristianos para hacerlos servir al bien común.

Porque hasta ahora no sirven más que como tesoros guardados sin ninguna utilidad. Solo para enseñarlos. Y a veces ni eso (porque los templos están cerrados). Me imagino una cristiandad convertida al Evangelio y que entregase todos esos tesoros para juntos crear alternativas a la miseria en viviendas, luz, calor, trabajo…

Sí, creo que se puede hacer una buena revisión y que la fe no va disminuir al privarnos de ciertas joyas, tesoros… Con el papa siempre defiendo que esos tesoros nos son de propiedad particular, sino que son del pueblo y que la propiedad eclesial –reformada– en general puede ser una forma de que el pueblo los use y los disfrute. Más que preguntarme ¿de quién son? me pregunto ¿cómo servir al pueblo, a todo el pueblo, a toda la humanidad?

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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“Ricos y ricas para Dios” por Carmen Soto

Viernes, 5 de agosto de 2016
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Lc-12-13-21-400x400En el capítulo 12 Lucas nos presenta a Jesús rodeado de mucha gente que busca consuelo y respuestas a sus preguntas (Lc 12,1). El maestro se deja interrogar, cuestionar, a la vez que va proponiendo su enseñanza con claridad y contundencia, tanto dirigiéndose a la multitud como al grupo más reducido de sus discípulos y discípulas.

El texto de este domingo comienza con una petición que uno de los presentes le hace en relación al reparto de la herencia: “Maestro di a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13). Jesús rechaza intervenir en la cuestión (Lc 12, 14), pero propone una enseñanza que busca iluminar el origen del conflicto que el oyente le había planteado y como han de actuar quienes quieren formar parte de la nueva familia de Reino de Dios a la que él está convocando (Lc 12, 15-34).

Posiblemente quien pedía la intercesión de Jesús era el hijo menor de alguien que había muerto sin repartir su herencia. El hijo mayor, que era quien estaba llamado a sustituir a su padre como jefe de la familia, había asumido todo el patrimonio sin compartir con su hermano. La costumbre israelita estipulaba que si uno de los hijos solicitaba el reparto había que hacerlo, por eso este hombre pide al maestro que actúe de mediador para que pueda recibir su parte reconociéndole autoridad para mediar en el conflicto. Sin embargo, Jesús no acepta la propuesta y plantea la cuestión de otra manera.

Para entender la respuesta de Jesús y la orientación de la parábola que propone es necesario situarse desde las creencias sociales que sus oyentes comparten. En el mundo antiguo existía un principio básico que guiaba la mayoría de las interacciones sociales: la conciencia de que todos los bienes existentes eran limitados. Estos bienes no solo incluían los de tipo material: tierras, dinero, comida…sino también el honor, el poder, el estatus, la amistad… Nada podía producirse ilimitadamente y quien aumentaba sus riquezas, aunque fueran fruto de sus negocios o su trabajo, no podía acumularlas y debía actuar con generosidad compartiéndolas con otros a través de acciones de beneficencia o patronazgo. De no hacerlo así era considerado un ladrón o un avaro porque se consideraba que si alguien aumentaba sus bienes era porque se la había quitado a otro. La generosidad sin embargo no era un acto gratuito, sino que era recompensado con reconocimiento público, lo que hacía crecer el honor de la persona. Un valor que era mucho más importante que cualquier otro bien material.

Jesús al proponer la parábola, va a recoger la sabiduría tradicional sobre la avaricia y la acumulación de riqueza (Ecl 11, 19-20) recordando que el problema de la acumulación de riqueza además de una injusticia social, es una falta de fe en Dios (Ecl 2,1-11). Para el pensamiento bíblico la falta de fe no se corresponde con la incredulidad, sino con la desconfianza. La fe es una experiencia de confianza en la bondad y la misericordia de Dios que actúa constantemente en nuestra vida, quien se aparta de Dios es porque ha puesto su confianza en otros bienes como la riqueza, o el honor y se refugia en ellos para sostener su existencia. Ser necio o insensato, no es para la Biblia una cuestión de habilidades sociales o limitaciones psicológicas, es el término que designa la falta de fe.

Por eso, Jesús al proponer la parábola no cuestiona solo la actitud del hermano que no quiere repartir la herencia, ni a quienes actúan de forma similar, sino que está planteando algo más hondo: apostar por la radical experiencia de confiar en Dios como el bien más absoluto, desde la certeza de que lo que recibiremos siempre de él es su amor gratuito y su bondad infinita. Para Jesús no basta con ser generoso como proponía su sociedad. Para él lo importante es la gratuidad, el dar sin recibir nada a cambio, el actuar con el hermano y la hermana como lo hace Dios. Hacerse rico para Dios es atesorar en el corazón todas esas actitudes, pero no como una mera experiencia espiritual, sino como la base desde donde construir ese otro mundo posible con el que Dios sueña. Un mundo en igualdad, justicia y libertad.

Carmen Soto

Fente Fe Adulta

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¿No saliste desnudo del vientre de tu madre?… Cuando el rico es un ladrón

Lunes, 1 de agosto de 2016
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Dice el avaro: «¿A quién hago mal reteniendo los bienes que me pertenecen?».

Mas ¿qué bienes son los que te pertenecen? ¿De dónde te han venido?

Te pareces a un hombre que entró en un teatro y quería impedir la entrada a los otros para gozar él solo del espectáculo al que todos tienen derecho.

Así son los ricos: acaparan los bienes de la sociedad y después sostienen que son ellos los dueños de los mismos por el simple motivo de haber sido los primeros en cogerlos.

Si cada uno retuviera únicamente lo que le sirve para las necesidades normales y dejase lo restante a los indigentes, desaparecerían la riqueza y la pobreza.

¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? ¿No estarás de nuevo desnudo cuando vuelvas al polvo? ¿De dónde crees que te han venido estos bienes?

Quizás me respondas: «Del azar». Entonces careces de fe, porque no piensas en tu Creador, y te muestras ingrato con aquel que ha llenado tus manos de dinero.

O bien admitas que son dones de Dios. Entonces explícame por qué ha sido cautivada tanta riqueza precisamente por ti.

¿Se la debes acaso a la «injusticia» de un Dios que reparte de manera desigual los bienes de la vida? ¿Por qué eres tú rico mientras otro es pobre? En lo que a ti respecta, eres rico sólo para que con amor y desinterés administres esos bienes para los otros.

Resulta inconcebible que tú tengas el dinero bajo la campana de vidrio de una insaciable avaricia y pienses que no haces daño a nadie excluyendo de él a una multitud de desdichados.

¿Quién es el avaro? El que no se contenta con lo necesario.

¿Y quién es el ladrón? El que priva a los demás de sus bienes.

¿No eres tú un avaro? ¿No eres tú un ladrón?

Aquellos bienes, cuya administración únicamente te había sido confiada, los has cogido para ti.

A quien asalta a un hombre en el camino y le quita los vestidos le llaman salteador. Y quien no cubre la desnudez del pordiosero, siendo que podía hacerlo, no merece un nombre diferente.

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido.

Por eso, en vez de ayudar a la gente, eres un explotador.

*

Basilio de Cesarea,
«Cuando el rico es un ladrón»,
citado en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 57-59.

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