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Las bendiciones de Dios caen en manos abiertas

Lunes, 14 de octubre de 2024
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jesus-e-o-jovem-ricoLa reflexión de hoy es de Ariell Watson Simon, colaboradora de Bondings 2.0..

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo octavo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recuerdo vívidamente los cálculos mentales que precedieron a mi declaración pública. ¿Qué amigos perdería? ¿Qué miembros de mi familia? ¿Qué carreras profesionales me serían vedadas? ¿Qué significaría esto para mi capacidad de mantenerme trabajando en el ministerio? Durante ese tiempo de ansiedad, calculé el costo de lo que significaría salir del armario y, poco a poco, hice las paces con lo que estaba arriesgando. Aunque esperaba y rezaba para que mi comunidad me aceptara y me apoyara, tenía que prepararme para la pérdida. Estaba cambiando mi seguridad social y profesional por la promesa de una vida integrada compartida con mi pareja.

En la lectura del Evangelio de hoy, Jesús se encuentra con una persona que expresa un deseo sincero de realización espiritual. El texto nos dice que esta persona tiene mucho a su favor en términos de riquezas mundanas. Me imagino que entró en la conversación con Jesús esperando un “buen trabajo” por su excelente historial religioso y moral.

Pero a pesar del currículum religioso del hombre, Jesús le dice: “Te falta una cosa”. Curiosamente, Jesús no dice directamente qué es esa “única cosa”. En cambio, Jesús parece dar instrucciones sobre cómo obtenerla: “Ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme”. Sea lo que sea esa “única cosa”, es algo que sólo se puede obtener intercambiando lo que uno tiene y reinvirtiéndolo en el reino de Dios.

Este tema de intercambiar bienes mundanos por bienes eternos hace eco de la primera lectura del libro de la Sabiduría, que proclama un deseo de sabiduría, incluso a costa de lujos y poder. En conjunto, estas lecturas sugieren que la única manera de obtener la plenitud espiritual es dejar ir todo lo demás.

En mi trabajo como capellán, a menudo uso la imagen de cada bendición mundana como un objeto, sostenido en la palma de la mano. Si cierro los dedos, apretándolos con fuerza, mi mano ya no está abierta para recibir nada más. Dios está esperando ofrecer el don mayor de la vida eterna y abundante, pero no tengo espacio para agarrar mientras tengo el puño cerrado. Imagino que por eso la Escritura dice del hombre rico que “Jesús, mirándolo, lo amó”. Jesús deseaba bendecir amorosamente a esta persona, pero sabía que no tenía espacio para aceptar la bendición de la vida eterna, porque su corazón se aferraba demasiado a las cosas buenas de este mundo.

El proceso de salir del armario me mostró a qué cosas me aferraba con más fuerza y, poco a poco, me enseñó a soltarlas. De hecho, la única forma de hacer espacio para la abundante gracia de Dios es abrir los dedos y sostener las cosas de este mundo (mis relaciones, mi cuenta bancaria, mi trabajo y mi reputación) con una mano abierta.

Por supuesto, salir del armario nunca termina realmente. Ya sea que me esté delatando a la cajera del supermercado o a un nuevo supervisor en el trabajo, siempre llevo en el fondo de mi mente la misma pregunta: ¿Qué podría perder? Trabajamos y oramos por un mundo en el que salir del armario como LGBTQ+ no implique una sensación de riesgo personal. Sin embargo, en el mundo en el que vivo hoy, cada vez que salgo del armario, se corre algún riesgo en cuanto a reputación, conexiones o incluso seguridad. Con cada vez que salgo del armario, aflojo mi control sobre estas cosas y, a su vez, encuentro una mayor libertad espiritual.

Al mirar atrás a esos cálculos mentales asociados con mi primera salida del armario, puedo ver que muchas de las relaciones y objetivos que estaba dispuesta a arriesgar no se pusieron en peligro en última instancia. Los sostuve con una mano abierta y allí permanecieron. Siento que Dios me los devolvió y que tengo una perspectiva más saludable sobre ellos por estar dispuesta a dejarlos ir.

Otros “bienes” que arriesgué al salir del armario, de hecho, me los arrebataron. Como muchos de mis hermanos LGBTQ+, he perdido amigos, conexiones familiares, oportunidades laborales (¡y más que un poco de sueño!) por la homofobia. Sin embargo, cuando pienso en esas pérdidas, encuentro las palabras de Cristo resonando en mi mente:

En verdad les digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por mi causa y por el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y la vida eterna en el siglo venidero” (Marcos 10).

Experimento los primeros frutos de esta promesa cuando miro a mi alrededor y veo mi vida actual, llena de familia y familia elegida, trabajo significativo y ministerio gratificante. En esos cálculos iniciales que hice antes de salir del armario, no preví estas bendiciones inesperadas.

También sigo aprendiendo a regalar otros bienes con mayor libertad por el bien de los demás. Por ejemplo, salir del armario me ha enseñado a ser más libre al arriesgar mi reputación por el bien de una buena causa. Así como Jesús invitó al hombre rico a compartir su riqueza con aquellos que eran materialmente pobres, mi fe me llama a aprovechar mi privilegio como persona blanca y cisgénero para amplificar las voces de los miembros más marginados de nuestra comunidad.

Tal vez esa “única cosa” que le faltaba al hombre rico era la libertad: la libertad que surge al saber qué es lo más valioso en la vida y estar dispuesto a alejarse de todo lo demás. La libertad es el regalo inesperado que el hecho de salir del armario le ha dado a mi vida espiritual. Rezo para que cada uno de nosotros siga viviendo en el riesgo de la autenticidad y crezca en libertad con cada salida del armario. Que podamos confiar en las bendiciones de Dios que caen en manos abiertas.

—Ariell Watson Simon (ella), New Ways Ministry, 13 de octubre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Y mirándole le amó”

Domingo, 13 de octubre de 2024
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jovenRico

El Joven Rico

Rico y apuesto heredero,
alto de alcurnia y de talla,
se llega a Jesús pidiendo:
-Maestro bueno, ¿qué hace falta
para que la vida eterna
posea para mi alma?

-Los mandamientos conoces:
No toques mujer extraña,
no mates, hurtes ni engañes,
sea veraz tu palabra,
respeta de tus mayores
la dignidad de las canas…

-Maestro, todo he guardado.
Dime qué otra cosa falta.

Una muy simple: ve y vende
cuanto a la tierra te ata,
dalo a los pobres, que cubran
su miseria por tu gracia,
y echando tu cruz al hombro
ven a seguir mis pisadas.

Perdió el joven su apostura,
bajó al suelo su mirada
y se encaminó afligido
hacia sus riquezas vanas.

A Jesús le va corriendo
por la mejilla una lágrima
que a contraluz pareciera
de sangre tornasolada.

-¡Pudo y no quiso salvarse,
por su riqueza malvada!
¡Cuán difícil es que un rico
entre en mi eterna morada!
¡Un camello por el ojo
de una aguja, mal se pasa!

*

Santos García Rituerto

***

 

Yendo Jesús de camino, corriendo vino uno y se le inclinó, y le pidió diciendo:

Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

Jesús le dijo:

Lee la Escritura ¿sabes lo que dice?…: No matarás, no adulterarás, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tus padres. Vete y cúmplelo.

Él replicó:

Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.

Y Jesús mirándole le amó, y le dijo:

Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente se fue. Era muy rico

*

Marcos 10, 17 – 30

***

El miedo a Dios consiste en saber que las exigencias del Dios vivo son mortales, que su beso es mortal y que quien encuentra verdaderamente a Dios se ve llevado a morir a su propia historia, a su propio pasado, para entrar en un mundo desconocido. Y esto resulta difícil.

De ahí que la gran tentación sea defendernos del futuro de Dios, asegurarnos lo que ya somos, lo que ya poseemos. Usando una imagen bíblica, podríamos decir que la tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre («vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres»), o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. La primera gran escuela para aprender a orar es abrirse al coraje de la libertad, aceptando estar solos ante Dios, renunciando a toda coartada y a toda defensa. Es menester abrirse al coraje de la libertad en el amor.

*

B. Forte,
Nella memoria del Salvatore,
Milán 1992, pp. 242ss, passim).

***

***

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“El cambio fundamental”. 28 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,17-30)

Domingo, 13 de octubre de 2024
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IMG_7688El cambio fundamental al que nos llama Jesús es claro. Dejar de ser unos egoístas que ven a los demás en función de sus propios intereses para atrevernos a iniciar una vida más fraterna y solidaria. Por eso, a un hombre rico que observa fielmente todos los preceptos de la ley, pero que vive encerrado en su propia riqueza, le falta algo esencial para ser discípulo suyo: compartir lo que tiene con los necesitados.

Hay algo muy claro en el evangelio de Jesús. La vida no se nos ha dado para hacer dinero, para tener éxito o para lograr un bienestar personal, sino para hacernos hermanos. Si pudiéramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad. El amor fraterno que nos lleva a compartir lo nuestro con los necesitados es «la única fuerza de crecimiento», lo único que hace avanzar decisivamente a la humanidad hacia su salvación.

El hombre más logrado no es, como a veces se piensa, aquel que consigue acumular más cantidad de dinero, sino quien sabe convivir mejor y de manera más fraterna. Por eso, cuando alguien renuncia poco a poco a la fraternidad y se va encerrando en sus propias riquezas e intereses, sin resolver el problema del amor, termina fracasando como hombre.

Aunque viva observando fielmente unas normas de conducta religiosa, al encontrarse con el evangelio descubrirá que en su vida no hay verdadera alegría, y se alejará del mensaje de Jesús con la misma tristeza que aquel hombre que «se marchó triste porque era muy rico».

Con frecuencia, los cristianos nos instalamos cómodamente en nuestra religión, sin reaccionar ante la llamada del evangelio y sin buscar ningún cambio decisivo en nuestra vida. Hemos «rebajado» el evangelio acomodándolo a nuestros intereses. Pero ya esa religión no puede ser fuente de alegría. Nos deja tristes y sin consuelo verdadero.

Ante el evangelio nos hemos de preguntar sinceramente si nuestra manera de ganar y de gastar el dinero es la propia de quien sabe compartir o la de quien busca solo acumular. Si no sabemos dar de lo nuestro al necesitado, algo esencial nos falta para vivir con alegría cristiana.

José Antonio Pagola

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“Vende lo que tienes y sígueme”. Domingo 13 de octubre de 2024. Domingo 28º ordinario

Domingo, 13 de octubre de 2024
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55-ordinarioB28 cerezoDe Koinonia:

Sabiduría 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza.
Salmo responsorial: 89Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría.
Hebreos 4, 12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón.
Marcos 10, 17 – 30: Vende lo que tienes y sígueme.

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.

En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).

La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante… hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.

La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama “el joven rico” (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): “no seas injusto” (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.

Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas “agujas”… y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja…

Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?” (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).

Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el “espíritu de sabiduría” (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?

Una lectura ecológica del evangelio de hoy

El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir… no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.

Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.

Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia…

El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).

Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá… sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.

Pero… «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»… una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.

Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso… Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.

Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual… y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra… tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano. Leer más…

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13.10.24 Ni al uno por cien de evangelio (Mc 10, 28-30, Dom 28 TO)

Domingo, 13 de octubre de 2024
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IMG_7992Del blog de Xabier Pikaza:

Puede haber algo de cristianismo, pero cada vez que me asomo un poco más al NT veo menos evangelio.

Puedo tener una deformación semi-senil, pero cuando vuelvo a textos como este evangelio del domingo me embarga una inmensa melancolía. ¿Será tarde para empezar de verdad?  Siga leyendo lo de Jesús quien quiera. Lo mío no será necesario.

La primera iglesia de Jerusalén fue iglesia para morir: Vender los bienes, repartirlos entre todos y consumirlos, esperando la muerte (el Reino de Dios).

La iglesia clerical posterior ha sido también para morir: Obedecer a Dios y a sus ministros, sufrir lo necesario y esperar después el cielo. pues para el cielo hemos sido creados, si superamos el “trago” (cáliz) de este mundo.

Jesús nos dice hoy que vivamos para ganar (=dar y recibir) el ciento por uno en familia (amigos, parientes) y en bienes (casas, campos), aunque ello nos exija una gracia y esfuerzo especial (con persecuciones y dificultades).

A por ello, iglesia, de lo contrario te mueres (=estás muerta)

Texto 

  • Jesús les dijo. ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!”
  • Los discípulos se extrañaron de estas palabras.
  • Jesús añadió: “Hijos, ¡que difícil les es entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
  •  Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, quién puede salvarse?”
  • Jesús se les quedo mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.”
  • Pedro se puso a decirle: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.”
  • Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más- casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.”
  • Pedro se puso a decirle a JSÚS: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.”
  • Jesús dijo: “Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.”

 Advertencia 

Este pasaje ha inspirado de un modo especial a muchas comunidades particulares (religiosas, carismáticas, ministeriales…) que están siendo en este momento de sínodo “juzgadas con rigor” por el Vaticano (sin que quizá el Vaticano se dé cuenta de que se está juzgando a sí mismo).

Jesús aplica este pasaje/camino del ciento por uno a todos sus compañeros, amigos, seguidores  no a grupos  “particulares” (monasterios, cuadrillas, compañías, sodalicios,  “opus/obras” clericales o semi/clericales, que al cerrarse en grupos presuntamente pobres de profesionales de riqueza tienden a volverse ricos (=dominadores económicos-afectivos-ideológicos) de los otros, en contra del evangelio.

Este ha sido y sigue siendo el cáncer de una ideología “clerical” (de cleros/grupos) que, separándose de la “clase de tropa” para vivir en pretendida pobreza (=para servir a otros), terminan sirviéndose del evangelio para servirse a sí mismos.

Pedro dice que está dispuesto  

 Así se presenta ante Jesús como portavoz de aquellos que “han dejado todo y le han seguido”, es decir, de sus discípulos (cf. Mc 10, 23), distinguiéndose de aquel, de aquellos que se quedan con sus bienes egoísta y rechazan a Jesús.

 . El texto le presenta así como “discípulo ideal”, que lo ha dejado todo por obtener todo de un modo distinto, conforme al ideal de Jesús. ¿Es cierto que Pedro lo ha dejado todo? ¿Pedro es sólo el Papa o somos todos los cristianos?

 Respuesta de Jesús:

Quien haya dejado casa o hermanos o campos, por mí y por el evangelio… Casa y campo se vinculan, pues la propiedad agrícola, de la que se come, resulta inseparable de la casa, en la que se vive, siendo familia.   En un primer momento, Jesús había dicho al hombre rico que diera todos sus bienes a los pobres, no a los miembros de una comunidad. Pero aquí ese don de todo  a los pobres  se concreta y cumple en forma de una comunión mesiánica; Dar a los pobres significa dar todo a todos para compartirlo con ellos, obteniendo así obtener el ciento por uno, en casas/campos y familia.

Este pasaje incluye dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y compartir en comunidad recuperando así el ciento por uno con los pobres, con todos).

Nos hallamos ante la misma dinámica que subyace en el “amor al enemigo” de Mt 5, 35-45. (a) Sólo allí donde se empieza amando de manera radical a los enemigos puede amarse de verdad a los amigos, amándonos odos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se empieza dando a todos los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en la comunidad (Mc 10 30).

Se empieza así dando todo en gratuidad, pero no para perder lo que se tiene, sino para tenerlo de manera más intensa, y así multiplicarlo, creando un espacio en el que se logra y comparte el ciento por uno (como en las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta: Mc 6, 40). Esta multiplicación del ciento por uno no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones de Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par., sino de hermanos/familia y casa/campos; ella define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no se entiende ya como dominio de unos sobre otros, sino como experiencia de riqueza compartida (que es propia de la Iglesia, pero que se abre a todos los necesitados) [1].

‒ Dejar casa (oikia) y familia (hermanos…). Se trata en el fondo de lo mismo, pues casa significa familia (con los diversos tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias (en especial los campos, que son bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura concreta de un tipo de familia, desde la perspectiva del varón patriarcal, en línea de dominio y separación frente a los de fuera.

Se trata, pues, de superar una economía doméstica de tipo particular donde cada familia (grupo, clase, nación) vive  para sí, en contra (o separada) de las otras, para crear una familia abierta de hermanos y hermanas (plano horizontal) y de madres, hijos (en línea vertical, sin la figura de un padre dominador que aquí desaparece). En ese contexto, los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia, fuente de riqueza, de trabajo y alimento.

            Aquí no se dice ya sólo que se entreguen los bienes a los pobres en general, sino que, supuesto eso, tras haber dicho al rico que venda todo y lo regale sin más a los pobres, Jesús puede afirmar que los bienes, así vendidos/dejados pueden y deben compartirse “en familia”, en grupos comunitarios de madres/hermanos/hijos con casas y campos. De esa forma, el don anterior (darlo todo) se convierte en principio de multiplicación (ciento por uno) en un plano de vida familiar, trabajo y de comunicación de bienes.

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Salomón, el joven rico y los discípulos. Domingo XXVIII. Ciclo B.

Domingo, 13 de octubre de 2024
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Joven-Rico-600x708Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirle.

  1. Salomón: la sabiduría vale más que el oro

            El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época para dar mayor prestigio al libro. Recordaréis que Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que pidiese lo que quisiera. En vez de pedir oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:

 Supliqué y se me concedió la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos,
y en su comparación tuve en nada la riqueza;
no le equiparé la piedra más preciosa,
porque todo el oro a su lado es un poco de arena,
y, junto a ella, la plata vale lo que el barro;
la quise más que a la salud y la belleza
y me propuse tenerla por luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.

Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
en sus manos había riquezas incontables.

  1. El joven rico: la riqueza vale más que seguir a Jesús

El relato ofrece detalles curiosos, típicos de la forma de contar de Marcos. Se acerca uno «corriendo», «se arrodilla», lo llama «maestro bueno» (provocando cierto malestar en Jesús), formula su pregunta, Jesús «lo mira con cariño». Al final, el individuo «frunce el ceño» y se va triste. El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (Strack-Billerbeckx sólo recoge un ejemplo del siglo IV d.C.).

Cuando se puso en camino, llegó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:

            ‒ Maestro bueno, ¿qué he de hacer para heredar vida eterna?

                Jesús le respondió:

            ‒ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno fuera de Dios. Conoces los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre.

                Él le contestó:

            ‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde la adolescencia.

                Jesús lo miró con cariño y le dijo:

            ‒ Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo.

                A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó triste; pues era muy rico.

La pregunta

El problema que le angustia es «qué he de hacer para heredad vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista es, dicho con otra expresión judía de la época, “formar parte de la vida futura” o “del mundo futuro“; lo que muchos entre nosotros entienden por “salvarse“. Este deseo sitúa al protagonista en un ambiento distinto del normal: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar en él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para “salvarse“, las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida le hicieron sus discípulos al rabí Eliezer (hacia el año 90) y les respondió: “Procu­raos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro“.

La respuesta de Jesús

            Jesús, antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Afortunadamente, por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).

            Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no defraudarás», que no está en el decálogo.

            Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.

            Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Ese sentido consistirá en seguir a Jesús, de forma real, física, pero antes es preciso que venda todo y lo dé a los pobres. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar y seguir.

La reacción del rico

            Entonces es cuando el personaje frunce el ceño y se aleja, «pues era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero sí pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

            No es lo mismo salvarse que entrar en el reino de Dios

            Mientras el rico se aleja, Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.

Jesús miró en torno y dijo a sus discípulos:

            ‒ Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios.

Los discípulos se asombraron de lo que decía. Pero Jesús insistió:

            ‒ ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el reino de Dios.

Ellos quedaron espantados y se decían:

            ‒ Entonces ¿quién puede salvarse?

Jesús se les quedó mirando y les dice:

            ‒ Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios.

            Las palabras «¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de Dios!» requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.

            Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña que habría en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana.

¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿cómo vamos a subsistir?

En el primer caso, los discípulos refle­jarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?

En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsis­tir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposi­ción de todos.

            En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús (“para Dios todo es posible”) da por terminado el tema.

  1. Los discípulos: Jesús vale más que todo

Pedro entonces le dijo:

            ‒ Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.

Contestó Jesús:

            ‒ Todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la buena noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna.

La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.

            La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, campos. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».

            Decía Salomón que, con la sabiduría “me vinieron todos los bienes juntos”. A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.

Reflexión y advertencia

            Este pasaje del evangelio sólo tiene en cuenta dos posturas extremas: la del rico que conserva sus bienes y no sigue a Jesús, y la de los discípulos que lo siguen renunciando a todo. ¿No cabe un término medio? Otros relatos evangélicos y las cartas del Nuevo Testamento dejan claro que sí. Marta, María, Lázaro, José de Arimatea, Nicodemo… forman parte de la comunidad cristiana sin renunciar a todos sus bienes ni seguir a Jesús físicamente. Sin embargo, el evangelio de este domingo no pretende ofrecer ese término medio, sino animar al seguimiento de Jesús renunciando a todo

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Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario. 13 de octubre de 2024

Domingo, 13 de octubre de 2024
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A estas palabras, él frunció el ceño, y se marchó pesaroso, porque era muy rico.”

(Mc 10, 17-30)

“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.

Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.”

Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.

Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.”

Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.

Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.

Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.

Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.

No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.

¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?

Oración

No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

***

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No se trata de renunciar a algo sino de elegir lo mejor.

Domingo, 13 de octubre de 2024
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cristoy-jovenDOMINGO 28º (B)

Mc 10,17-30

Es un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.

El llegar corriendo indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse es un signo exagerado de respeto y admiración.

Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoe aionion” que una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús es asegurar la misma felicidad, o mayor, para el más allá.

Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva religiosidad. La verdadera humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios.

¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela dónde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios.

Una cosa te falta. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’ basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. No está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el más acá.

¡Qué difícil será entrar en el Reino al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre, o peor aún a costa de él, es lo que impide al hombre alcanzar una meta humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es más desolador. Los discípulos quedan hundidos en la miseria.

Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, con la salvación tal como la entendemos hoy (cielo), sino quién podrá mantener una vida verdaderamente humana, si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios”.

Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla. La propuesta de Jesús es la total superación del hedonismo, es decir, satisfacción y seguridades.

Buscar la propia salvación individual aquí abajo, o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para el más acá o para el más allá.

Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado es demagogia. El hecho de tener, o no tener bienes materiales, no es lo significativo. El que no tiene nada puede estar más apegado a los bienes que ambiciona, que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita vivir humanamente y no nos impida darnos al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio.

Otra trampa es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esto, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular riquezas. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades.

El relato tampoco ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales.

El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero, más seguridades y más poder.

La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La cultura de la pobreza.

Domingo, 13 de octubre de 2024
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jesus-e-o-jovem-ricoMc 10, 17-30

«Abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes»

Permítanme una versión libre del diálogo de hoy: «Maestro, siempre he guardado los mandamientos, pero ¿hay más?» … «Claro que hay más; muchísimo más, pero con esa enorme mochila que llevas a cuestas no vas a poder seguir mi paso. Deshazte de ella, vente con nosotros y verás lo que es bueno»

En esta sencilla escena encontramos varios temas que pueden interpelarnos; por ejemplo: ¿Qué significa para mí, aquí y ahora, «vende cuanto tienes y dalo a los pobres?» … ¿Viajo por la vida ligero de equipaje; libre para ir a donde me marque mi conciencia, o abrumado y aplastado por una enorme mochila que me impide caminar? … ¿Hasta qué punto mi riqueza –o mi anhelo de ella– me entorpece el camino para el seguimiento de Jesús?…

Y esto a nivel individual, pero también es aplicable a nivel colectivo. Nuestra sociedad es rica –opulenta comparada con la que describe el evangelio–, y esta riqueza nos ha hecho tan duros de corazón, tan inhumanos, que nos parece natural la desigualdad trágica que existe en el mundo, o la explotación de los míseros, o nuestra oposición radical a socorrer a quienes llaman a nuestra puerta, o la destrucción de nuestro hábitat condenando a los que vengan detrás a una vida que nada tenga que ver con la nuestra…

Es cierto que la cultura de la riqueza nos proporciona bienestar y confort a quienes la disfrutamos, y eso es bueno, pero cuando uno se percata de las calamidades que provoca, no tiene por menos que recordar la expresión de Jesús: «Bienaventurados los pobres» … Mateo nos habla de “pobres de espíritu”, y a esa coletilla nos aferramos los ricos para justificar nuestra riqueza, pero Lucas nos habla de “pobres”, sin más, y esa radicalidad está mucho más en consonancia con otras expresiones de Jesús… «Ni aunque resucite un muerto…», le dice a Epulón.

Fiel al evangelio, Ignacio Ellacuría, jesuita asesinado en El Salvador, propugnaba una civilización asentada en la cultura de la pobreza”. En esa misma línea, Jon Sobrino, compañero de Ellacuría, se expresaba así en una charla que dio en Pamplona hace ya mucho tiempo:

«Durante muchos años nos han dicho que lo que nos iba a salvar era la riqueza y la abundancia, pero eso no nos ha salvado. Por una parte no ha resuelto el problema de la vida. A una gran parte de la humanidad le cuesta sobrevivir; no da por supuesta la vida; su mayor problema es mantenerse vivos cada día. Por otra parte no ha civilizado, es decir, no ha humanizado ni a los del Norte ni a los del Sur».

Sobrino terminó diciendo que como la expresión de Ellacuría –cultura de la pobreza–es muy dura y puede ser malinterpretada, podríamos plantearla en términos más templados: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida»

Y esto es mucho más que una bonita frase; es probablemente la única salida que tiene el mundo para evitar el desastre al que lo está abocando irremisiblemente nuestra cultura de la riqueza.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

 

Fuente Fe Adulta

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Vende lo que tienes y sígueme. Y se marchó entristecido porque era muy rico.

Domingo, 13 de octubre de 2024
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IMG_7691DOMINGO 28º T.O. (B)

(Mc 10, 17-30)

La pobreza en cuanto carencia de lo más básico para vivir es una desgracia. Los responsables de los estados, los organismos, las instituciones tienen la obligación de eliminar la pobreza en todas sus dimensiones. La existencia de los pobres, si recordamos el Deuteronomio (15,7-9.11), es un hecho escandaloso. No obstante, todo el evangelio está lleno de denuncias y críticas de quienes provocan la pobreza. Y así seguimos en el siglo XXI.

Jesús nos advierte contra la servidumbre de la riqueza: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13), “El que amasa riquezas para sí no es rico ante Dios” (Lc 12,21) ya que ésta conlleva muchos peligros: “Es difícil que un rico entre en el reino de los cielos” (Mt 19,23). El hambre debe combatirse como un mal. No hay derecho que los/as pobres sean ignorados, explotados, maltratados, despreciados. La pobreza, secularmente, tiene rostro de mujer. Actualmente la brecha entre ricos y pobres se ha incrementado con respecto al siglo pasado. Los ricos viven a costa de los pobres. (Los datos, muy numerosos, se pueden verificar en internet).

No obstante, la desigualdad extrema no es inevitable, hay suficientes recursos para todos; es una cuestión de voluntad política de los gobiernos. Por otra parte, el hambre es ocasión de manifestar la misericordia de Dios y la justicia de los/as profetas. Dios ama a los pobres y los saciará. Es su esperanza. Asimismo, concita la solidaridad de quienes luchan contra ella.

Cristo se identificó con los pobres y proclamó bienaventurada a la pobreza (Mt 5,3) (Lc 6,20) como disponibilidad total para con Dios y los hermanos/as, basada en la entrega, en la comunicación cristiana de bienes, en la generosidad. Además, es indicativo de una vida sencilla, exenta de codicia, ambición, egoísmo, pero también la ausencia de riquezas aligera la conciencia del peso de las preocupaciones/tentaciones que nos pueden desviar de nuestra opción fundamental. La Palabra de Dios es una espada cortante, categórica, que inquieta la cómoda seguridad de nuestras conciencias conformistas, resignadas, adormecidas, indiferentes.

En el evangelio de hoy, Jesús, camino de Jerusalén, sigue enseñando a sus discípulos/as. Se le acerca un joven a preguntarle qué hacer para heredar la vida eterna. Y habla de la riqueza. Nos habla. Por tres veces en el texto, se destaca la mirada de Jesús. Nos mira. Y nos dice: “Sígueme”. Pero para llegar al compromiso del seguimiento hay que liberarse de las riquezas, de la seducción o el señuelo consumista del tipo que sea, que son un obstáculo que dificulta gravemente la relación con Dios y con los hermanos.

El joven se entristeció porque era muy rico”. La tristeza como compañera de camino de quien se empeña en pasar por encima de los demás, en no seguir la voz de Dios que grita en el corazón de nuestra conciencia, ésa que va a contracorriente de lo establecido. La tristeza como compañera inseparable de las sociedades que se constituyen alrededor del tener, del poder, del aparentar, de la mentira, de la ambición, de la violencia de cualquier tipo. Y en ellas, paradójicamente, la presencia también de seguidores/as que responden con valentía, con decisión, rompiendo moldes y obstáculos que hacen renacer la verdad, el amor, la justicia, la paz, la esperanza. La verdadera riqueza está en el seguimiento de Jesús, en vivir gozosamente la fraternidad-sororidad. Y eso solo se puede entender desde la gratuidad para así, caminar juntos.

El hombre trata de reafirmarse en su ego, en su falso “yo” identificándose con las riquezas materiales, psíquicas, buscando en lo externo el sentido de su ser [1]. Ese rico es al que se refiere Jesús: “Le es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios”. De lo que se nos habla es de que el alma, mi “yo” original, ha de saber liberarse de los apegos, de las dependencias para que, al fin libre de engaños y artificios, del yo soy esto, yo soy más… o yo soy menos…, yo tengo tal título, yo poseo mejores creencias, yo no necesito a nadie…, encuentre su verdadero Ser. Solamente los que son “como niños”, el hombre y la mujer natural, esencialmente buenos pueden acceder y saborear esa Verdad. El alma que se abandona en Dios se fía de Él, acepta su voluntad en cada instante, se deja llevar sin preguntar a dónde ni por qué…, “porque quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta.”

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] Esperanza Borús, Luminarias y asombros, Ed. Visión Libros, 2012.

Fuente Fe Adulta

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Bondad.

Domingo, 13 de octubre de 2024
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IMG_7929Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

13 octubre 2024

Mc 10, 17-30

Quien hace una lectura mítica de la divinidad de Jesús tiene dificultad para encajar que este rechace el calificativo “bueno”, afirmando que debe reservarse únicamente a Dios: «Solo Dios es bueno».

El cristiano teísta, para quien Jesús es Dios mismo, únicamente puede explicárselo como muestra de la humildad de Jesús, que no quiere apropiarse elogios, pero sigue sin entender su respuesta. Porque, ciertamente, dentro de ese paradigma, la respuesta no se sostiene.

Sin embargo, una vez superado el paradigma teísta, que piensa a Dios como un ser separado, se advierte la sabiduría que aquellas palabras encierran. “No hay nadie bueno”, afirma Jesús. Y tiene razón: porque la bondad -como todas las realidades transcendentales o transpersonales: vida, amor, alegría, paz…- no tiene nunca un sujeto personal. Se trata de realidades que trascienden el yo, no cualidades que lo adornaran.

La Bondad, sencillamente, es. Y en la medida en que vivimos anclados en nuestra identidad profunda, podrá fluir a través de nosotros. Incluso en un lenguaje coloquial, podremos decir de una persona que “es buena”. Con todo, la trampa en la que se suele caer es la apropiación, por la que alguien se considera a sí mismo sujeto de la bondad. Esa es precisamente la trampa que denuncia las palabras de Jesús: “no hay nadie bueno”…, aunque Bondad es lo que somos en nuestra verdadera identidad.

Veámoslo con otra expresión. El cuarto evangelio pone en boca de Jesús la expresión: “Yo soy la vida”. Pues bien, en la línea de lo que vengo diciendo, el sujeto de esa frase no es el carpintero de Galilea, sino la Vida misma -realidad transpersonal- que se expresa por su boca. Bondad, Vida, Verdad, Amor…: todas las palabras que podemos escribir con mayúscula apuntan a realidades transpersonales, cuyo sujeto nunca es el yo particular, sino el Fondo mismo y último de lo real.

La Vida, como la Bondad, es. Y podemos reconocerla como nuestra identidad profunda. Pero si hay comprensión, no habrá nunca apropiación. Y podrán expresarse en nosotros de manera limpia y gratuita, tanto más cuanto, desidentificados del yo, más vivamos anclados en la consciencia de lo que somos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El dinero nos hace más “lucidos”, pero no más “lúcidos”

Domingo, 13 de octubre de 2024
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IMG_7689Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

Homilía Domingo XXVIII per annum

01.- Saber vivir (sabiduría)

        Saber vivir es un “arte”, requiere sabiduría.

        Comúnmente solemos pensar que para saber vivir hay que ser rico, por eso ponemos nuestra confianza en el dinero; para vivir bien necesitamos mucho dinero, muchas cosas, cuanto más tengamos mejor vida llevaremos…

        ¿Esto es así?

        La Sabiduría del que escribió este libro y la sabiduría de toda persona sensata no confiaban en el dinero. La sabiduría, el saber vivir no sigue el camino de la riqueza. Todo el oro del mundo a su lado, al lado de la sabiduría, es un poco de arena, (1ª lectura).

        Nosotros ponemos el dinero como base del bienestar, de la felicidad, de los valores.  Pensamos que con el dinero nos viene la buena vida. Sin embargo podemos tener mucho y no ser nada. Hoy en día entre nosotros tenemos mucho más de lo que tenían nuestros mayores. Recordemos la larga y dura postguerra española. ¿No fuimos también felices en aquellos de escasez y pobreza? ¿No hemos sido felices en momentos en los que no hemos tenido bienes, dinero?

Ciertamente hoy tenemos mucho más que las generaciones anteriores, pero ¿”somos más”? ¿Somos más honrados, más felices, más libres de lo fueron nuestros mayores?

Del tener no viene el ser.

02.- No vamos a discutir mucho.

La cuestión de la pobreza crea enseguida un cierto escozor y discusión, pero no vamos a discutir sobre la riqueza / pobreza, porque es una discusión estéril.

El centro de la cuestión creo que es: ¿En dónde pongo yo mi confianza?

Una oración, un salmo del Antiguo Testamento pensaba y oraba así:

Unos confían en sus carros de guerra

y otros confían en sus caballos,

pero nosotros confiamos  en el Señor nuestro Dios.

(Salmo 20)

        Quizás nosotros diríamos: unos confían en la cuenta corriente, en el prestigio social, quizás en un buen puesto social, religioso

Sin embargo el asunto es. ¿Dónde, en quién confío yo en la vida -¡y en la muerte!-?

La pobreza es una actitud profunda de confianza y descanso en Dios. Esta es una vivencia, una experiencia que se tienen en el fondo de la vida, del ser.

La pobreza, como la libertad, como el celibato, como la fidelidad matrimonial son cuestiones radicales (de raíz), por las que uno opta lleno de confianza y de buena voluntad.

Evidentemente que la pobreza no significa miseria, como tampoco el celibato significa negación o represión de la afectividad-sexualidad.

Decía San Benito a sus monjes que la comida no tiene que ser obsesión ni por exceso, ni por defecto. Podríamos aplicar el consejo al dinero. El dinero no ha de ser una obsesión en la vida, porque el peligro es que el dinero como el placer nunca son suficientes.

La pobreza es la actitud de poner nuestra confianza en Dios.

El rico es quien pone su confianza en el dinero. Pobre (libremente elegido) se es cuando uno confía en Dios.

Para caer en cuenta de esto no hay que “salir fuera de nosotros mismos”. Si nos adentramos en nuestra propia vida, en nuestros recorridos y vivencias podremos caer en cuenta de que vida y dinero no van de la mano, felicidad y riqueza no se identifican.

Estas cosas no se discuten se meditan y se optan.

Saber vivir, la sabiduría, consiste en confiar en Dios, no en el dinero, porque el ser humano no se salva a sí mismo: los grandes problemas de la vida y de la muerte no se resuelven en la Kutxa, ni en el supermercado, ni en la ciencia.

(Entre paréntesis recordemos lo que decía el papa Francisco: “nunca se ha visto un camión de mudanzas de detrás de un coche fúnebre”. Y es que la mortaja no tiene bolsillos).

03.- Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres … Luego ven y sígueme. v 21.

Jesús le mira a aquel muchacho con cariño.

Son muy humanas las miradas de Jesús a Dios Padre, a Zaqueo, a Pedro, a la mujer adúltera, la mirada al ladrón en la cruz, la mirada al mismo Judas…

Jesús le mira y le muestra su afecto a aquel joven llamándole a la pobreza y a la generosidad. Le miró con cariño.

¿Me dejo mirar por el Señor?

El cumplimiento de unos mandamientos no basta para crear personas. Nosotros pensamos que, como religiosos que somos, ya cumplimos con todos los mandamientos y así Dios nos va a dar un premio en la “tómbola”  del cielo.

Probablemente se puede ser rico y religioso, pero el bienaventurados los pobres no nos va a venir la riqueza. Seremos bienaventurados y felices por la confianza en JesuCristo, no por el dinero que tengamos en el banco.

04.- Pobreza y libertad.

La pobreza es valiosa porque crea libertad.

Es una cuestión “semejante” al celibato: la única justificación válida del celibato es que crea “espacios personales” de libertad para  poder dedicarlos al ministerio eclesial o a lo que uno considere “utópico”. Ello no significa, ni mucho menos, que no puedan darse ministerios casados en la iglesia.

        La pobreza crea libertad: no dependo “esclavamente” del dinero, mi dios no es el dinero

La pobreza construye bien la vida: es reconocer que el dinero no es el dios de mi vida, es una libertad ante los bienes, una solidaridad con nuestros hermanos sobre todo con los más pobres, un respeto a la creación en una civilización neurótica por consumir. (Hoy en día ser pobres, libremente pobres, es una terapia no para ser buenos, sino para no terminar siendo unos paranoicos del consumo).

06.- Los pobres.

        Sería deshonesto no ser conscientes de los pobres de este mundo.        Si queremos saber qué cristianos somos, miremos nuestra relación con los más pobres y débiles de la sociedad. El “test” del cristiano es el pobre.

Vende lo que tienes y dalo a los pobres. Vende o regala lo que tienes a los pobres. La ayuda, la solidaridad, la limosna son valores humanos y cristianos que crean vida. La limosna perdona nuestro pecado.

La limosna es una manera de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un modo de liberarse del apego al dinero.

07.- ¿Si somos ricos, nos salvamos?

¡Qué difícil es que los ricos puedan entrar en el Reino de Dios! ¡Más fácil es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios!

        Solemos pensar que lo de “entrar en el Reino de los cielos” es como si nos diesen una entrada para Disneylandia o cosa parecida.

        No es esa la cuestión.

La cuestión es tener vida, ser libres y felices ya aquí: en esta vida y en la otra.

Por lo demás, nos salvamos todos porque para Dios no hay nada imposible, y menos mal, (Lc 1,37).

        Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres.

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“Vivir un seguimiento fiel a los valores del reino”, por Consuelo Vélez

Domingo, 13 de octubre de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXVIII del Tiempo Ordinario 13-10-2024

Hay cristianos apegados al cumplimiento de los mandamientos, pero incapaces de entender la novedad del reino que siempre pone al ser humano por encima de la norma

Lo que Jesús expresa es la propuesta contracultural que significa el reinado de Dios. Ya no son bendición los muchos bienes sino la solidaridad y la preocupación efectiva por los pobres

El evangelio invita a vivir el seguimiento en fidelidad a los valores del reino, sin pretender domesticarlos o acomodarlos a lo establecido

Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arrodillándose ante él, le preguntó:

– Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?

Jesús le dijo:

+ ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.

Él, entonces, le dijo:

– Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.

Jesús fijando en él su mirada, le amó y le dijo:

Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.

Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes. Jesús mirando a su alrededor, dice a sus discípulos:

¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!

Los discípulos quedaron sorprendidos al oír estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo:

Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el Reino de Dios.

Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: y, ¿quién se podrá salvar?

Jesús, mirándolos fijamente dice:

Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.

Pedro se puso a decirle:

– Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

Jesús dijo:

Yo les aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno; ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones y en el mundo venidero, vida eterna.

(Mc 10, 17-30)

El evangelio de hoy es bastante conocido. Se refiere al hombre rico que se acerca a Jesús para preguntarle qué ha de hacer para tener en herencia la vida eterna y a los discípulos que, efectivamente, están siguiendo a Jesús, es decir, en contraste con este hombre. Anotemos algunos detalles de cada parte del texto.

Esta parábola se le conoce como la del joven rico, pero, en realidad, los textos no hablan de un joven sino de un hombre que ha cumplido desde su juventud los mandamientos. Es interesante que el diálogo ocurre en el camino. El seguimiento es caminar con Jesús, es seguirlo por su misma senda. El hombre se arrodilla y le llama maestro bueno. Estos signos manifiestan el reconocimiento que este personaje hace de Jesús. Pero no basta reconocer a Jesús, lo importante será asumir su mismo camino. Y precisamente esto es lo que no hará el hombre rico. Según la conversación, él cumple los mandamientos, pero ante la propuesta de Jesús de vender sus bienes para dárselos a los pobres, la buena disposición que manifestaba al inicio del encuentro, termina porque, como dice el texto, tenía muchos bienes.

Es importante caer en cuenta de que la propuesta de Jesús es totalmente contracultural. Para el pueblo judío, tener bienes era señal de bendición de Dios. Y, justamente, Jesús le propone ir en contra de esa bendición. La motivación de Jesús es clara: el reino de Dios que anuncia no admite ninguna exclusión y por eso, entrar al reino, implica entrar con los otros, comenzando con los más pobres. El hombre rico no logro hacer este cambio. La propuesta contradecía lo que él, como buen judío, había vivido siempre. La mirada afectuosa de Jesús no logra tampoco cambiar la actitud del rico y, como dice el texto, se va abatido o entristecido. Y Jesús afirma la dificultad para entrar al reino de Dios cuando se tienen muchos bienes.

No está lejos esta historia de la de tantos que queriendo ser buenos cristianos, preguntando cómo ser mejores cristianos quedan decepcionados por las respuestas que reciben que no van en la lógica que ellos han construido y no logran dar el paso por mucho que se les explique. Hay cristianos apegados al cumplimiento de los mandamientos, pero incapaces de entender la novedad del reino que siempre pone al ser humano por encima de la norma y trabaja por la inclusión de todos con lo que eso supone de desprendimiento y compartir de bienes.

Después de este relato se da el diálogo entre Jesús y sus discípulos quienes han sido testigos de lo que sucedió. Según el texto, Jesús miró al hombre rico. Ahora mira a su alrededor donde están sus discípulos y afirma la dificultad para que los ricos entren al reino. No es de extrañar que los discípulos queden sorprendidos y Jesús les continúa explicando con el ejemplo de la dificultad de un camello para pasar por el ojo de una aguja. Sobre este tema se dan diversas interpretaciones de si el camello es una soga gruesa y la aguja una puerta. Eso no es lo importante. Lo que Jesús expresa es la propuesta contracultural que significa el reinado de Dios. Ya no son bendición los muchos bienes sino la solidaridad y la preocupación efectiva por los pobres. Y aunque esto parezca imposible que se entienda por aquellos que han vivido en otro horizonte, Jesús afirma que es posible porque Dios es quien propone este reino y con él, todo es posible.

El texto termina mostrando que los discípulos si han dejado los bienes y están siguiendo a Jesús. Por eso el mismo Jesús reconoce que quien ha dejado todo, recibirá el ciento por uno -es decir mucho más de lo que ha dejado– y, sin duda, la vida eterna que el rico deseaba tanto alcanzar. Pero dos detalles se pueden señalar en esas palabras de Jesús. Si ellos han dejado padre, madre, bienes, recibirán madre y bienes. El texto no habla de padres porque en la familia del reino el único padre es Dios y todos los demás son hermanos y hermanas. En un contexto patriarcal, en un modelo de familia donde la primacía la tiene el padre, la familia del reino no tiene padres, no se establece por jerarquías. No es de extrañar que sea difícil el seguimiento de Jesús porque supone otros valores que contradicen lo que cultural y religiosamente establecido.

El segundo aspecto es que Jesús les advierte de las persecuciones que también implica el seguimiento. Recordemos que Marcos le escribe a una comunidad que está siendo perseguida y la figura de Jesús que resalta es la del Mesías crucificado. Quien sigue a este Mesías no está lejos de ser perseguido como lo fue Jesús.

Este evangelio, por tanto, nos invita a vivir el seguimiento en fidelidad a los valores del reino, sin pretender domesticarlos o acomodarlos a lo establecido. Nos advierte de la dificultad, pero nos invita a la confianza porque quien lo hace posible es Dios mismo para quien todo es posible.

(Foto tomada de: https://redilnorte.org/devocional-marzo-5-de-2019/joven-rico-y-jesus/)

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“Obispos muy ricos“, por Antonio Aradillas

Miércoles, 14 de septiembre de 2022
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rouco_vader“Son quienes nos legaron la Iglesia que tenemos y que Francisco pretende reformar”

 “Es posible que la aseveración y conformación de que los obispos -nuestros obispos- son ricos -muy ricos-, a no pocos seglares -ellos y ellas- les parezca una apreciación infeliz y exagerada”

“Pero es lo que hay y, por lo visto, lo que quieren los Nuncios que haya, pese a denodados esfuerzos del papa Francisco por encontrar y seguir caminos que también presupongan elementos sagradamente democráticos”

“Los obispos pobres carecen de presente y de futuro en la Iglesia.Los sacerdotes “episcopables”, que no sean proclives a ejercer de ricos en su día, difícilmente serán seleccionados”

“Los obispos son ricos. Riquísimos. Son fieles exponentes de la riqueza que define a los obispos los palacios en los que residen. ¡Papa Francisco, facilite caminos de “episcopalidad” a obispos que sean y ejerzan de pobres!”

Es posible que la aseveración y conformación de que los obispos -nuestros obispos- son ricos -muy ricos-, a no pocos seglares -ellos y ellas- les parezca una apreciación infeliz y exagerada, propia de tiempos extintos anticlericales, enemigos de la Religión, con inclusión de la que incluye los nombres de Jesús, la Virgen , santos y santas..

Esto no obstante, y efectuados estudios y encuestas de carácter abiertamente científico, los resultados de que multitud de personas están convenidas de que los obispos, por obispos, son ricos, es de dominio público y hasta de “sentido común,” aún después de que el Concilio Vaticano II y posteriores denuncias y revelaciones del papa Francisco las avalen. Este, el papa “franciscano”, no se ahorra la condena de los ricos – y más de los obispos- , con las debidas exigencias penitenciales del propósito de enmienda y reparación, dentro de lo posible y de lo que cabe.

Es de destacar cuanto antes que la expresión “rico-riqueza” (de origen etimológico germánico), incluye no solo los conceptos gramaticales de “acaudalado, abundancia de bienes y recursos económicos”, sino además y en proporciones idénticas, los de poder, autoridad, mando, dominio, señorío e influencia”.

Desde perspectivas tan complejas, pero todas ellas significativas y reales, en las que lo divino se entremezcla episcopal y semi dogmáticamente con lo humano, tanto en esta vida como en la otra, no cabe la mínima posibilidad de cuestionar, ni rechazar, que la condición de obispos habrá de llevar consigo la condición y calificación de “ricos para todos los que fueran nombrados- que no elegidos-, para tal menester-ministerio en la Iglesia, y todavía en gran parte y proyección en la sociedad en la que vivimos.

Es lo que hay y, por lo visto, lo que quieren los Nuncios que haya, pese a denodados esfuerzos del papa Francisco por encontrar y seguir caminos que también presupongan elementos sagradamente democráticos.

Del colectivo de sacerdotes “episcopables, tanto del clero diocesano como del regular, que no sean proclives a ejercer de ricos en su día, ya desde el primer momento de su “toma de posesión de la catedral”, puede asegurarse que seguirán pernoctando en la terna vaticana curial casi a perpetuidad. Difícilmente serán seleccionados.

Tampoco lo serán quienes tengan vocación de mártires por su testimonio de vida y consagración al evangelio, en cuyos versículos más decisivos y veraces, los pobres, y solamente los pobres, tienen asegurada su sede, es decir, su rinconcito. Mons. Romero es modelo y patrono. También lo son aquellos obispos quienes, al comprobar que tenían que ser y ejercer de ricos, optaron por dimitir cuanto antes y refugiarse en la Amazonía y sus alrededores, o ser y ejercer de capellanes de monjas de clausura, tal y como refieren las crónicas en relación con la “vida y milagros” de un par de obispos españoles actuales.

Saber de buena tinta y comprobar con los propios ojos, que ciertos “episcopables” tomarán y vivirán en serio el evangelio siendo obispos, no facilitará su acceso a la mitra y ni siquiera a la ex “primada”. La misma CEE -Conferencia Episcopal Española- relegará a algunos de estos “pobres” a acólitos o auxiliares a Comisiones de tercer orden y “por los siglos de los siglos”.

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Obispos pobres, y lisa y llanamente preocupados y ocupados en el santo Evangelio, dejando ahora y aquí de lado, lo de “Sucesores de los Apóstoles”, carecen de presente y de futuro en la Iglesia, y más en la española. Los obispos “pobres” molestan, crean problemas, estorban y hasta son tildados de “infieles”, aunque el papa Francisco se muestre tan empeñado en reeducar a la Iglesia “oficial” con criterios y pedagogía sinodales, avalados con los sacrificios que le proporcionan su rodilla y las limitaciones de la edad, aun cuando no lo parezca, y sepa ocultarlo.

Los obispos son ricos. Riquísimos. Las catedrales -inmatriculadas o no-, son de la Iglesia. Es decir, propiedad del obispo. En ellas fueron, y serán., enterrados, sin ahorrarse los futuros turistas las visitas y la admiración de los mausoleos de algunos, verdaderas obras de arte, que compiten en majestuosidad y asombro con los de los reyes, emperadores y señores feudales, todos, y por igual, a la espera de la resurrección de los muertos y del perdón de sus pecados.

 Son fieles exponentes de la riqueza que define a los obispos los palacios en los que residen, avecindados todos ellos en las calles llamadas “del Obispo”, algunas de tan nobles casas palaciegas, directamente comunicadas con los templos catedralicios mediante arcos suntuosos, de una sola dirección y sin posibilidad de uso para el resto del pueblo, que no por eso deja de ser “pueblo de Dios”, sino todo lo contrario. Los obispos creen ser ricos por poder relacionarse solo y directamente con Dios, siempre y en última e inapelable instancia.

El argumento frondoso de que, a lo que más llegan los obispos es a ser administradores de los bienes de la Iglesia, pero no ricos, no tiene validez, si se piensa que los terrenales no son eternos y no les acompañaran a sus poseedores “por los siglos de los siglos”, aun equipados con los documentos legales de su pertenencia.

¡Papa Francisco, facilite caminos de “episcopalidad” a obispos que sean y ejerzan de pobres!. Los obispos ricos, tal y como refieren con datos y pruebas las historias de los episcopologios, son quienes nos legaron la Iglesia que tenemos, y que usted, con el santo Evangelio y sinodalmente, pretende reformar lo antes posible.

Fuente Religión Digital

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Carpe Diem versus Codicia

Domingo, 31 de julio de 2022
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¿En qué consiste esto al fondo vivir plenamente las horas de su existencia, ?

No restrasarse a lo que contradice la plenitud del instante; no contrariar ni a la naturaleza, ni a su propia naturaleza; cazar las nubes amenazadoras de las dudas, el viento contrario de las adversidades, la degradación de las predisposiciones positivas y benévolas; desbordar los territorios apretados de la rutina abriéndose en horizontes más amplios.

El Carpe Diem de Horacio nos invita a recoger el día como una fruta llena de jugo. “Nada es más precioso que este día” decía a Goethe para celebrar el el esplendor de lo inédito que brota de la ganga ordinaria de los días.

Abordar mañana por la mañana, y cada mañana, en su frescura aperitiva, en su candor inaugural.

Encontrar la fuente pura de los comienzos, el apetito constante de los descubrimientos y de los encuentros fundacionales, el fervor no comenzado frente a un destino que hay que dar a luz.

Recuerda que hoy es el primero de los días que te quedan por vivir …

*

François Garagon

***

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús:

“Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.”

Él le contestó:

“Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”

Y dijo a la gente:

– “Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.

Y les propuso una parábola:

“Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.”

Y se dijo:

“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.”

Pero Dios le dijo:

“Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? “

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.”

*

Lucas 12, 13-21

***

***

La primera lectura y el evangelio nos ofrecen estímulos no sólo para la meditación y la oración, sino también para obtener una visión más amplia de las cosas en Dios.

El drama de la «vanidad» consiste en el hecho de que las cosas tienen su belleza y su bondad, que atraen el ojo y el corazón del hombre, el cual, en un segundo momento, experimenta con decepción su falacia. De este proceso habla el autor del libro de la Sabiduría. Para él, está claro el principio fundamental: «Por la grandeza y hermosura de las criaturas se descubre, por analogía, a su Creador» (13,5). Sin embargo, los hombres corren el riesgo de mostrarse miopes: «Se dejan seducir por la apariencia» y «maravillados por su belleza, las tomaron por dioses». De ahí el reproche: «Verdaderamente necios…» (13,1.3.6.7). El espíritu humano, «si se libera de la esclavitud de las cosas» (GS 57), puede pasar de una manera expedita de la admiración por ellas a la contemplación del Creador: «Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad» (Rom 1,20).

El Dios creador es el mismo Dios salvador que nos ha enviado a su Hijo. En el evangelio de hoy, meditado a la luz de su contexto inmediato y el del capítulo siguiente (16), Jesús nos abre de una manera gradual los ojos hacia un horizonte cada vez más extenso, un horizonte que nos introduce en la visión de Dios y de su plan sobre el hombre. Si Qohélet se inclinaba a equiparar a hombres y bestias -«No ha superioridad del hombre sobre las bestias, porque todo es vanidad» (3,19)-, Jesús nos revela, en cambio, que existe una gran diferencia: «La vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido.. y vosotros valéis mucho más que los pajarillos» (12,23ss). Nos muestra sobre todo que la administración de esta vida, aunque esté revestida de fragilidad, es decisiva para la futura: «Enriquecerse ante Dios» significa tratar con desprendimiento los bienes de la tierra para hacernos «un tesoro inagotable en los cielos» (12,33). Jesús no nos pide que despreciemos las riquezas de este mundo, sino que las valoremos en relación con un bien inmensamente mayor: la vida eterna.

Dios nos ha mostrado que la vida del hombre es preciosa a sus ojos al dejar que su Hijo diera su vida por nosotros. De este modo, el Hijo ha liberado de la «vanidad» a los hijos de Dios y a toda la creación, indicando su sentido último (cf. Rom 8,19-25). Al bordar con «las obras buenas» el tejido de las frágiles realidades humanas, nos preparamos una «feliz esperanza» (Tit 2,13ss). Ahora bien, el arco iris que une la vida presente con la futura sólo es visible para quien cree en el Señor Jesús, muerto y resucitado: el Padre «por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho renacer para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarchitable» (1 Pe l,3ss).

Realizar la experiencia de la contemplación a partir de las lecturas de hoy, tras haber meditado y orado sobre ellas, significa, por tanto, pasar de la reflexión sobre la Palabra de Jesús, que nos ilumina sobre la necia y la prudente administración de los bienes, a la visión de la «extraordinaria riqueza de la gracia» de Dios preparada «para nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2,7).

*

***

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“Y mirándole le amó”

Domingo, 10 de octubre de 2021
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El Joven Rico

Rico y apuesto heredero,
alto de alcurnia y de talla,
se llega a Jesús pidiendo:
-Maestro bueno, ¿qué hace falta
para que la vida eterna
posea para mi alma?

-Los mandamientos conoces:
No toques mujer extraña,
no mates, hurtes ni engañes,
sea veraz tu palabra,
respeta de tus mayores
la dignidad de las canas…

-Maestro, todo he guardado.
Dime qué otra cosa falta.

Una muy simple: ve y vende
cuanto a la tierra te ata,
dalo a los pobres, que cubran
su miseria por tu gracia,
y echando tu cruz al hombro
ven a seguir mis pisadas.

Perdió el joven su apostura,
bajó al suelo su mirada
y se encaminó afligido
hacia sus riquezas vanas.

A Jesús le va corriendo
por la mejilla una lágrima
que a contraluz pareciera
de sangre tornasolada.

-¡Pudo y no quiso salvarse,
por su riqueza malvada!
¡Cuán difícil es que un rico
entre en mi eterna morada!
¡Un camello por el ojo
de una aguja, mal se pasa!

*

Santos García Rituerto

***

 

Yendo Jesús de camino, corriendo vino uno y se le inclinó, y le pidió diciendo:

Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

Jesús le dijo:

Lee la Escritura ¿sabes lo que dice?…: No matarás, no adulterarás, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tus padres. Vete y cúmplelo.

Él replicó:

Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.

Y Jesús mirándole le amó, y le dijo:

Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.

Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente se fue. Era muy rico

*

Marcos 10, 17 – 30

***

       El miedo a Dios consiste en saber que las exigencias del Dios vivo son mortales, que su beso es mortal y que quien encuentra verdaderamente a Dios se ve llevado a morir a su propia historia, a su propio pasado, para entrar en un mundo desconocido. Y esto resulta difícil.

        De ahí que la gran tentación sea defendernos del futuro de Dios, asegurarnos lo que ya somos, lo que ya poseemos. Usando una imagen bíblica, podríamos decir que la tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre («vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres»), o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. La primera gran escuela para aprender a orar es abrirse al coraje de la libertad, aceptando estar solos ante Dios, renunciando a toda coartada y a toda defensa. Es menester abrirse al coraje de la libertad en el amor.

*

B. Forte,
Nella memoria del Salvatore,
Milán 1992, pp. 242ss, passim).

***

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“Un dinero que no es nuestro”. 28 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,17-30)

Domingo, 10 de octubre de 2021
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49_28_TO_B_1480681En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya no se expone la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como Ambrosio de Tréveris, Agustín de Hipona o Bernardo de Claraval.

Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?

No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada» estamos siempre «privando» a otros de aquello que nosotros disfrutamos.

Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, en realidad tal vez estamos restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de san Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no solo de los ricos… Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».

Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los privilegiados, aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. San Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se dictan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».

No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento suyo: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.

El rico se aleja de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y humana. «Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios». No es una suerte tener dinero, sino un verdadero problema, pues el dinero nos impide seguir el verdadero camino hacia Jesús y hacia su proyecto del reino de Dios.

José Antonio Pagola

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“Vende lo que tienes y sígueme”. Domingo 10 de octubre de 2021. Domingo 28º ordinario

Domingo, 10 de octubre de 2021
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55-ordinarioB28 cerezoDe Koinonia:

Sabiduría 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza.
Salmo responsorial: 89Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría.
Hebreos 4, 12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón.
Marcos 10, 17 – 30: Vende lo que tienes y sígueme.

La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.

En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).

La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante… hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.

La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama “el joven rico” (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): “no seas injusto” (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.

Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas “agujas”… y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja…

Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?” (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).

Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el “espíritu de sabiduría” (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?

Una lectura ecológica del evangelio de hoy

El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir… no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.

Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.

Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia…

El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).

Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá… sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.

Pero… «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»… una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.

Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso… Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.

Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual… y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra… tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano. Leer más…

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Dom 10.10.21. Ciento por uno en este mundo, la economía del Reino (Mc 10, 28-30)

Domingo, 10 de octubre de 2021
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caminoDel blog de Xabier Pikaza:

Este es uno de los textos más luminosos y manipulados del evangelio. Suele referirse a la “vida eterna”, mientras Jesús lo aplica en principio, expresamente, a la vida en este mundo. Suele aplicarse, en forma “mística” a cierto tipo de eclesiásticos, monjes y “místicos” ultramundanos, mientras Jesús lo aplica a Pedro y a todos sus seguidores, los cristianos.

Hay pocos textos más tergiversados. Leído de un modo directo, sin prevenciones o presupuestos ajenos al evangelio, es un pasaje claro como el sol (como podrá ver quien siga leyendo). Pero ha encontrado tremendas resistencias, tanto en un contexto eclesial (al menos desde el siglo XIII d.C.) como en un contexto económica.

Leído “sin glosa” (como decía Francisco) es un texto transparente, lo entiende hasta un niño (sobre todo un niño): Así como el buen grano en buena tierra produce “el ciento por uno” en más granos(Mc 4, 8 par), los bienes del hombre, puestos al servicio del Reino de Dios, producen el ciento por uno en campos, casas y familia (al servicio de todos).

Éste es un texto y programa cuyo fuego revolucionario ha sido (y sigue siendo) apagado, tanto en muchas iglesias como en la vida económica y social. Por las resistencias que ha encontrado (y sigue encontrando), éste es un texto “peligroso”, pero ha llegado el momento de leerlo y ponerlo en práctica “sin glosa” (como decía Francisco), si la iglesia y todos los que decimos serlo queremos ser cristianos.

Estamos jugando el futuro no sólo de la Iglesia, sino de la vida en el mundo. Por no poner el “uno” al servicio del Reino, perdemos el “ciento”, esto es, la misma vida, como podrá ver quien siga leyendo.

Texto

            La parte anterior de este evangelio del domingo (Mc 10, 17-27) trataba del hombre rico que abandona a Jesús, porque no quiere “venderlo todo y dárselo a los pobres”. Esta parte final (Mc 10, 28-30), con la pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús, es la más hiriente y más prometedora.

Pedro, símbolo de todos  los discípulos, dice a Jesús que ellos lo han dejado todo para así seguirle. Jesús le responde ofreciendo (iniciando con su vida) el camino del ciento por uno, “que parece imposible para los hombres”, pero no para Dios, como he puesto de relieve en  Evangelio de Marcos  y en Teología y economía.Éste es el breve e intenso pasaje:

Pedro comenzó a decirle: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba el ciento por uno en el tiempo presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 28-30)

Esta palabra recoge un núcleo esencial de la historia de Jesús, pero ha sido reelaborado por la Iglesia, como formulación básica de su programa de comunicación personal, familia y económica. Significativamente no habla de “dinero”, pues los bienes fundamentales de sus seguidores no son “monetarios”, sino de familia y casa/campo, situándonos en el lugar donde pasamos de la posesión individual/egoísta (en línea de Mammón) a la comunión gratuita, tanto a nivel de personas (cien hermanos, hermanas…), como de casas/campos.

sembrador van goghEsta imagen del ciento por uno recoge el imaginario más antiguo de Jesús y de sus primeros seguidores, en un contexto agrícola de campos compartidos, no en las ciudades helenistas donde proclamará su mensaje Pablo. Pues bien, este contexto arcaico y esencial nos permite descubrir el aspecto más rico y exigente de la economía mesiánica, vinculada de manera estrecha a la familia (es decir, a la solidaridad social) y al campo (casa y tierra compartida), en la línea de las promesas de Abrahán, de la toma de Canaán por los israelitas y del año sabático y jubilar del Antiguo Testamento, es decir, de todo lo que hemos visto en la primera parte de este libro.

 Presentándose ante Jesús como portavoz de aquellos que “han dejado todo y le han seguido”, es decir, de sus discípulos (cf. Mc 10, 23), Pedro se está situando en un ámbito de Iglesia, distinguiéndose del rico del pasaje anterior,  que no quiso dejar la riqueza, y rechazó de esa manera la llamada de Jesús. El texto le presenta así como “discípulo ideal”, no como “apóstol”, sino como representante de una comunidad (iglesia), desde un esquema campesino donde se vinculan tierra y familias, que aparecen así como auténtica riqueza (como en la historia de Abrahán).

Pedro se presenta como un hombre sin tierras (campos) ni casa propia, un hombre sin “propiedades”: pobre universal, exilado (sin tierra), sin estructura familiar de poder… ¿Qué se puede hacer así, sin tener nada…? ¡Imaginaos bien: Un Pedro/Pobre, sin tierra ni estado vaticano o español, sin cuentas de dinero, sin casa…. ¿Qué se puede hacer asa, con ese principio? De manera significativa, Jesús le ofrece, campo y familia (tierra y descendencia), que son la auténtica riqueza, pero no dinero:

 Quien haya dejado casa o hermanos o campos, por mí y por el evangelio…Conforme a la parábola de Mc 4, 3-9,  dejar casa, campos y familia significa “sembrarlos” (invertirlos al servicio del Reino de Dios).  Casa y campo se vinculan, pues la propiedad agrícola, de la que se come, resulta inseparable de la casa, en la que se vive, siendo familia.

1F7C232A-F60B-4CA4-82EA-4D61CF266065Pedro dice “hemos dejado todo por el Reino”. Eso significa “hemos sembrado todo para el Reino”.  En esa línea, Jesús había dicho al hombre rico que vendiera y diera todos sus bienes a los pobres, al servicio del Reino. Pues bien, ese gesto de “vender y dar todos los bienes  a los pobres” se interpreta aquí de una forma muy precisa: “invertirlos”, ponerlos al servicio de la comunión mesiánica, una comunión en la podrán obtener el ciento por uno, en casas/campos y familia (como el buen grano de trigo en buena tierra, que produce el ciento por uno).

            Este pasaje incluye dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y compartir en comunidad recuperando así el ciento por uno) que están vinculados y son complementarias. Nos hallamos ante la misma dinámica que subyace en el “amor al enemigo” de Mt 5, 35-45. (a) Sólo allí donde se empieza amando de manera radical a los enemigos puede amarse de verdad a los amigos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se empieza dando a todos los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en la comunidad (Mc 10 30).

Se empieza así dando todo en gratuidad, pero no para perder lo que se tiene, sino para tenerlo de manera más intensa, y así multiplicarlo, creando un espacio en el que se logra y comparte el ciento por uno (como en las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta: Mc 6, 40). Esta multiplicación del ciento por uno no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones de Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par., sino de hermanos/familia y casa/campos; ella define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no se entiende ya como dominio de unos sobre otros, sino como experiencia de riqueza compartida (que es propia de la Iglesia, pero que se abre a todos los necesitados)[1].

‒ Dejar casa (oikia) y familia (hermanos…). Se trata en el fondo de lo mismo, pues casasignifica familia (con los diversos tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias (en especial los campos, que son bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura concreta de un tipo de familia, desde la perspectiva del varón patriarcal, en línea de dominio y separación frente a los de fuera. Se trata, pues, de superar una economía doméstica de tipo particularista donde cada familia corre el riesgo de vivir para sí, en contra (o separada) de las otras, para crear una familia abierta de hermanos y hermanas (plano horizontal) y de madres, hijos (en línea vertical, sin la figura de un padre dominador que aquí desaparece). En ese contexto, los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia, fuente de riqueza, de trabajo y alimento.

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Salomón, el joven rico y los discípulos. Domingo 28 Ciclo B

Domingo, 10 de octubre de 2021
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Joven-Rico-600x708Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirlo.

 Salomón: la sabiduría vale más que el oro (Sabiduría 7,7-11)

 El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época, para dar mayor prestigio al libro. Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le ofreció pedir lo que quisiera. En vez de oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:

                   Supliqué y me fue dada la prudencia,

               invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.

                   La preferí a cetros y tronos,

               y a su lado tuve en nada la riqueza.

               No la equiparé a la piedra más preciosa,

               porque todo el oro ante ella es un poco de arena,

               y, junto a ella, la plata es como el barro.

               La quise más que a la salud y la belleza

               y la preferí a la misma luz,

               porque su resplandor no tiene ocaso.

                   Con ella me vinieron todos los bienes juntos,

               Tiene en sus manos riquezas incontables.

El joven rico: la riqueza vale más que Jesús (Marcos 10,17-30)

El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús.

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:

‒ Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?

Jesús le contestó:

‒ ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.

Él replicó:

‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.

Jesús se quedó mirando, lo amó y le dijo:

‒ Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme.

A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.

El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV d.C.).

La pregunta. El problema que lo angustia es «qué haré para heredar la vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista, dicho con otra expresión judía de la época, es «formar parte de la vida futura» o «del mundo futuro»; lo que muchos entre nosotros entienden por «salvarse». Este deseo sitúa al protagonista en un ámbito poco frecuente entre los judíos de la época: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar de él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para salvarse, las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: «Procu­raos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro».

La respuesta de Jesús. Antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).

Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no estafarás», que no aparece en el decálogo.

Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso, y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.

Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Hasta ahora, incluso cumpliendo los mandamientos, él sigue siendo el centro de su vida. Lo que le pide Jesús es que cambie de orienta­ción: renunciando a sus bienes, renuncia a sí mismo, y otras personas ocupan el horizonte: primero los pobres, de forma inmediata; luego, de manera definitiva, Jesús, al que debe seguir para siempre.

La reacción del rico. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar, seguir. El joven no vende, no da, no sigue. Se aleja. «Porque era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.

Mientras el rico se aleja, tiene lugar la segunda escena, en la que Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.

Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos:

‒ ¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!

Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:

‒ Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.

Ellos se espantaron y comentaban:

‒ Entonces ¿quién puede salvarse?

Jesús se les quedó mirando y les dijo:

‒ Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.

Las palabras «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!»requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.

Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana.

¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas, según los dos posibles sentidos del verbo griego: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?

En el primer caso, los discípulos refle­jarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?

En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsis­tir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposi­ción de todos.

En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús («Dios lo puede todo») da por terminado el tema.

Los discípulos: Jesús vale más que todo

Pedro se puso a decirle:

‒ Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.

Jesús dijo:

‒ En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.

La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.

La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, tierras. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».

Decía Salomón que, con la sabiduría «me vinieron todos los bienes juntos». A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.

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