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Mística y Revolución

Sábado, 19 de octubre de 2024
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Jesús era un revolucionario, que no se convirtió en extremista, ya que no ofreció una ideología, sino a sí mismo. También era un místico, que no usó su relación íntima con Dios para evitar los males sociales de su tiempo, sino que sorprendió a su entorno hasta el punto de ser ejecutado como rebelde…

Todo revolucionario real es desafiado a ser un místico de corazón, y el que camina por el camino místico es llamado a desenmascarar la calidad ilusoria de la sociedad humana. El misticismo y la revolución son dos aspectos de un mismo intento de provocar un cambio radical. Ningún místico puede evitar convertirse en crítico social, ya que en la auto-reflexión descubrirá las raíces de una sociedad enferma. Del mismo modo, ningún revolucionario puede evitar enfrentarse a su propia condición humana, ya que en medio de su lucha por un nuevo mundo encontrará que también está luchando contra sus propios miedos reaccionarios y falsas ambiciones.”

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Henri Nouwen

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

“Ecologia, luchas sociales y revolución”, de Daniel Tanuro, por Douglas Sepulchre

Sábado, 20 de julio de 2024
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IMG_6002Casi quince años después de su libro El Imposible capitalismo verde, Daniel Tanuro ha publicado un nuevo libro, Écologie, luttes sociales et révolution, con prólogo de Timothée Parrique.

El libro consta de dos largas entrevistas (realizadas por Alexis Cukier y Marina Garrisi) divididas en dos partes. En la primera, titulada “Lo que sabemos“, el intelectual y activista anticapitalista belga ofrece un análisis global de la catástrofe ecológica. En la segunda, titulada “Lo que podemos hacer“, analiza diversas formas de afrontarla y esboza una estrategia de transformación ecosocialista.

Daniel Tanuro es un pensador central en la comprensión de las crisis ecológicas de nuestro tiempo. Sus libros anteriores, entre los que destaca El imposible capitalismo verde, han contribuido a difundir un análisis marxista no dogmático de los peligros que amenazan las condiciones de vida humanas y no humanas en nuestro planeta. Sin embargo, Écologie, luttes sociales et révolution constituye un capítulo aparte en la obra del autor. Aquí, su ambición es mucho más amplia: en primer lugar, porque se propone echar un vistazo crítico a la mayoría de los debates que animan el mundo intelectual y militante de la ecología social; en segundo lugar, sobre todo, porque dedica una parte mayor que en el pasado a cuestionar las estrategias de desarrollo de una conciencia ecológica de clase.

“Lo que sabemos”

En la primera parte del libro, el autor pasa revista al estado actual de los conocimientos sobre la catástrofe ecológica. Esto le permite retomar una demostración ya desarrollada en El imposible capitalismo verde, luego afinada en ¡Demasiado tarde para ser pesimistas! la imposibilidad de abordar la gran catástrofe de nuestro tiempo sin cuestionar el sistema capitalista. Podemos alegrarnos de que tal manifestación parezca menos revolucionaria en nuestro tiempo y de que una parte de la izquierda se haya apropiado de ella. Por otra parte, es lamentable que más de quince años después de su primera formulación esté más de actualidad que nunca y que mientras que la catástrofe climática ya está aquí, el cataclismo parezca más cercano que nunca.

El autor toma como punto de partida de su argumentación la crítica de Marx a la economía política, defendiendo su pertinencia para comprender los trastornos ecológicos. Este enfoque marxiano no se opone al del movimiento del decrecimiento, que ha demostrado cómo la búsqueda infinita del crecimiento es imposible en un mundo de recursos limitados[1]. Por el contrario, la crítica marxiana “proporciona una explicación materialista de la naturaleza crecentista del sistema” (p. 64). Demuestra que el capital, como relación social de explotación destinada a la renovación permanente de la ganancia, multiplica las mercancías y, por lo tanto, fomenta la lógica de “producir más” y “consumir más” (p. 64).

La defensa que hace el autor de un enfoque marxiano de la catástrofe ecológica es fértil y no dogmática. Es consciente de los numerosos debates en los círculos intelectuales y militantes marxistas sobre la presunta ecología de Karl Marx. También muestra cierto interés por las investigaciones de intelectuales (como John Bellamy Foster y Paul Burkett, y más recientemente Kohei Saito) que han mostrado cómo el pensamiento ecológico puede encontrarse en la obra de Marx.

Sin embargo, Daniel Tanuro argumenta que esta investigación refleja a veces un enfoque excesivamente apologético de la obra de Marx, que no permite abordar las nuevas cuestiones ecológicas. Pero el autor no pretende entrar a fondo en este debate, que en última instancia es más bien exegético, tratando de determinar, como señaló en su momento Daniel Bensaïd, si Marx era un “ángel verde” o un “demonio productivista”. El enfoque marxista defendido por Daniel Tanuro pretende situar la crítica marxista del capitalismo en el centro del análisis de la catástrofe ecológica.

Esta crítica permite al autor examinar con matices los distintos lugares en los que se produce el conocimiento ecológico. El autor se interesa por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el cambio climático (IPCC, por sus siglas en inglés) cuya importancia reconoce, afirmando que sus publicaciones “representan la mejor síntesis científica existente para comprender el cambio climático” (p. 37). No obstante, se muestra muy crítico: nos enteramos que los gobiernos y sus representantes interfieren en el funcionamiento del IPCC (nombrando a sus directivos) y también en sus publicaciones (tienen derecho a revisar los resúmenes publicados para los responsables de la toma de decisiones). Por supuesto, estas intervenciones tienen por objeto defender los intereses del capitalismo de los combustibles fósiles. Sobre todo, el autor señala que para la mayoría de los miembros del IPCC, “no hay salvación fuera del crecimiento del PIB y, por tanto, del capitalismo” (p. 41).

Esta creencia en la naturaleza natural y permanente del capitalismo explica por qué las políticas de mitigación promovidas por el IPCC se basan tan a menudo en las tecnologías (en particular las tecnologías de emisiones negativas), incluso cuando su eficacia no ha sido probada. Dicho de otro modo, en palabras del autor, un “espectro tecno-utópico sigue rondando los debates” en el seno del IPCC (p. 42). A pesar de ello, el autor constata que se están abriendo brechas y que, entre los científicos, el consenso capitalista y expansionista ya no es tan fuerte como en el pasado. La presencia de varios decrecentistas “justos” o “sociales” en el GIEC es un ejemplo de ello.

El enfoque marxista defendido por el autor también le permite echar un vistazo antropológico fértil a otra fuente de conocimiento, esta vez no institucionalizado: el conocimiento ecológico popular tradicional. El enfoque marxista nos ayuda a comprender una extraña paradoja señalada por varios arqueólogos y antropólogos: ¿por qué “los conocimientos ecológicos tradicionales, con su parte de creencias y de magia” se han mostrado “más eficaces que los conocimientos científicos modernos” frente a las diversas catástrofes ecológicas que han jalonado el curso de la historia (el autor utiliza el ejemplo de las poblaciones indígenas de la Isla de Pascua que se enfrentaron a crisis ecológicas)?

Una vez más, la razón reside en el desarrollo del capitalismo. Éste desposeyó a las clases trabajadoras de los conocimientos ecológicos que se habían desarrollado y transmitido a lo largo de muchas generaciones. La revolución industrial y el desarrollo de las fábricas transformaron a los trabajadores y trabajadoras en “apéndices de las máquinas, sin una visión global de la actividad productiva” (p. 54). El trabajo, como actividad que implica la extracción y transformación de materia y energía, y a través del cual la humanidad regula su relación con la naturaleza, se ha vuelto opaco y las clases trabajadoras han perdido todo control sobre él. La naturaleza está ahora en manos del capital, con toda la irracionalidad que ello conlleva (competencia, innovación, secreto empresarial) y los peligros que plantea.

“Lo que hay que hacer”

En la segunda parte del libro, el autor analiza diferentes estrategias para intentar responder a la pregunta “¿qué hay que hacer?”. En este sentido, el libro de Daniel Tanuro es tanto más importante cuanto que desarrolla su pensamiento estratégico de forma más completa.

Empecemos por dar la razón al autor sobre las pistas falsas. Identifica tres principales: el capitalismo verde, el ecofascismo y el tecnosolucionismo. Por supuesto, el capitalismo verde no puede presentarse como una solución, y el autor presenta este concepto como un oxímoron en la medida en que “no hay compatibilidad entre la dinámica intrínseca de la acumulación de capital y la gestión racional de los intercambios de materia, tanto en el seno de la sociedad humana como entre ésta y el resto de la naturaleza” (pp. 83-84).

Así pues, todas las nuevas actividades llamadas verdes (el desarrollo de la industria del hidrógeno, la economía circular, etc.) no son en el fondo más que nuevas fuentes de beneficios y no pueden en modo alguno responder a la catástrofe ecológica actual. Además, el capitalismo verde se inscribe en una lógica imperialista marcada por la competencia por el acceso a nuevos recursos, la mayoría de las veces situados en el Sur global (litio, etc.).

Huelga decir que el ecofascismo, como proyecto autoritario, racista, antiinmigratorio y maltusiano, tampoco puede presentarse como una solución. Sin embargo, el autor no cree que constituya una amenaza inmediata y duda de la capacidad actual de la extrema derecha para movilizar a ciertos sectores de las clases trabajadoras contra las minorías en nombre de la ecología. Los acontecimientos actuales muestran que la extrema derecha, ya sea en Argentina (Javier Milei), en los Países Bajos (Geert Wilders) o en Estados Unidos (Donald Trump), está más interesada en movilizar a las clases trabajadoras contra la ecología, principalmente jugando con las contradicciones del capitalismo verde.

El callejón sin salida creado por el capitalismo verde es evidente: aparte de que no funciona[2]da pábulo a las reivindicaciones antiecológicas de la extrema derecha, que “explota demagógicamente las consecuencias antisociales” de tales políticas (p. 100).

Por último, el autor se dirige a su campo social evocando el tecnosolucionismo, es decir, la creencia de que la catástrofe ecológica puede resolverse mediante el uso de determinadas tecnologías (desarrollo masivo de nuevas energías descarbonizadas, tecnologías de emisiones negativas de carbono, etc.). Sostiene que no es sorprendente que los capitalistas recurran a ello en la medida en que la fe en la tecnología es “la única respuesta compatible con la dinámica de la acumulación” (p. 101).

Sin embargo, el autor pone en guardia a los marxistas que creen que las tecnologías, una vez que escapen a la lógica del mercado y de la competencia, resolverán el problema. El desarrollo de estas nuevas tecnologías, argumenta el autor, requeriría enormes cantidades de energía. Incluso la transición a las energías renovables sería muy intensiva en energía y provocaría por sí misma un fuerte aumento de las emisiones de CO2. Por ello, el Daniel Tanuro sostiene que, si bien hay que defender un uso razonado de la tecnología, una política ecológica y social no puede prescindir de una reducción radical de la producción y el consumo: “Es cierto que las tecnologías digitales y los nuevos materiales ofrecen grandes posibilidades, pero tenemos más que suficientes para detener la catástrofe, siempre que rompamos con la acumulación. Las soluciones son políticas, no tecnocráticas: eliminar la producción y el consumo innecesarios, combatir radicalmente las desigualdades sociales, garantizar la participación democrática en la toma de decisiones. La urgencia absoluta de la situación no permite otra alternativa realista” (p. 101).

Puesto que ni el capitalismo verde ni el tecnosolucionismo de izquierdas son soluciones, y puesto que necesitamos “eliminar la producción y el consumo inútiles“, la pregunta es: ¿cómo podemos lograrlo? ¿Qué sectores de la población deben implicarse? El autor dibuja un espectro con dos perspectivas en cada extremo, que considera insostenibles. En un extremo del espectro están intelectuales como Bruno Latour y Nikolaj Schultz, que creen que la clase trabajadora ha sido moldeada por un imaginario productivista y no puede ser el sujeto del desafío ecológico.

Según ellos, que ignoran bastante lo que es una clase social, que es algo más que una construcción social o política, hay que construir una nueva clase ecológica que lidere la lucha contra la catástrofe. Daniel Tanuro no menciona a Andreas Malm que, aunque se declara adversario de Bruno Latour, también desconfía del mundo del trabajo. Para él, la clase obrera está demasiado asociada al compromiso productivista del siglo XX y empantanada en la búsqueda del reparto de los frutos del crecimiento. En la estrategia de leninismo ecológico que desarrolla, Andreas Malm no concede ningún papel al mundo del trabajo: toda la batalla se libra entre activistas muy politizados partidarios de la acción directa, incluso del sabotaje, por un lado, y el Estado, por otro[3].

En el otro extremo del espectro, encontramos una estrategia esbozada por el geógrafo estadounidense Matthew Huber. Para él, la clase obrera sigue siendo el sujeto revolucionario por excelencia, más aún en tiempos de catástrofe ecológica. El autor no se opone a esta idea. La catástrofe ecológica (o su evitación) está ante todo determinada por las opciones de producción de una minoría capitalista. Así pues, luchar contra la catástrofe significaría permitir a la clase obrera apropiarse de los medios de producción y, luego, garantizar que la clase obrera tome las decisiones correctas para dejar de causar daños.

Según Daniel Tanuro, este planteamiento es pertinente en la medida en que reconoce la centralidad del mundo del trabajo. Sin embargo, argumenta el autor, Matthew Huber no pretende “ayudar al mundo del trabajo a romper con la estrategia sindical tradicional de compartir los frutos del crecimiento, que encierra a los trabajadores en un marco productivista y les cierra cualquier perspectiva política” (p. 109). En otras palabras, Matthew Huber no propone una estrategia para desarrollar una conciencia de clase que tenga en cuenta las limitaciones ecológicas. No podemos sino estar de acuerdo con la crítica de Daniel Tanuro: la conciencia de clase no surge espontáneamente y corresponde a una organización política (o sindical) desarrollar nuevas identidades.

Para compensar las debilidades del planteamiento de Matthew Huber, el autor propone a continuación reflexionar sobre el desarrollo de una conciencia de clase ecológica, pero también sobre los distintos obstáculos a su desarrollo. Identifica dos obstáculos principales para su formación. El primero se deriva del hecho de que la fuerza de trabajo pertenece al capital (que la compra) y, por tanto, depende de él para garantizar su reproducción. Ni que decir tiene que un obrero petroquímico que, como los jóvenes diplomados de AgroParisTech, decidiera diversificarse ya no tendría suficiente para alimentarse.

El segundo obstáculo, más sutil, es el resultado del desarrollo del capitalismo y, más concretamente, de la revolución industrial, de la que se sabe que ha descualificado profundamente a los trabajadores. Al desposeerlos de sus conocimientos, perdieron prácticamente todo control sobre las opciones de producción. Estos factores, sostiene el autor, “hacen extremadamente difícil pensar en otra sociedad no sólo como una utopía abstracta, sino como un proyecto concreto” (p. 112).

Una vez identificados estos obstáculos, pero también tras haber reflexionado sobre diversos puntos débiles del capitalismo, el autor propone una estrategia para el desarrollo de una conciencia ecológica de clase. Señala que sólo se trata de hipótesis y que cualquier hipótesis puede corregirse. Esta última parte del libro es más discutible, ya que las hipótesis planteadas apenas se apoyan en ejemplos concretos.

Sin embargo, sería difícil criticar al autor por ello, ya que la investigación sobre los vínculos entre el mundo del trabajo y las preocupaciones ecológicas es aún relativamente reciente. Por el momento, sigue faltando una serie de estudios empíricos que puedan alimentar las estrategias ecosocialistas. No obstante, Daniel Tanuro propone trabajar para desvincular el movimiento obrero del productivismo apoyándose en diversos elementos.

Por un lado, habría que prestar especial atención al sector de la reproducción social (de los cuidados) en el que “el trabajo tiene una dimensión relacional” (sanidad, transporte público, cuidados personales, etc.) (p. 117). Según el autor, se trata de un terreno fértil para la movilización: es difícil de deslocalizar y es predominantemente femenino, inseguro y racializado. En su seno, “la idea de los cuidados podría constituir el hilo conductor de una ruptura obrera con el productivismo” (p. 117). El autor sostiene que las luchas antirracistas, ecologistas, campesinas, etc., que convergen en la cuestión de los cuidados, deberían tratar de situar la cuestión medioambiental en el centro de la conflictividad.

Por otra parte, el autor anima a intensificar los intercambios entre ecologistas, sindicalistas, etc. para “preparar las conciencias ante una crisis política y social de gran envergadura” (p. 129). No podemos sino estar de acuerdo cuando Daniel Tanuro, refiriéndose a un texto de Lenin que pone de relieve los “prejuicios” o las “fantasías reaccionarias” de ciertos explotados, nos recuerda que la “lucha contra la hegemonía ideológica de la clase dominante” es “un proceso complicado, desigual y caótico de formación del sujeto”, que requiere debate y confrontación (pp. 115-116). Por ello, el autor anima a intensificar los intercambios con el mundo del trabajo, en particular participando en cursos de formación sindical.

Para el autor, la construcción de un nuevo sujeto obrero que rompa con el productivismo debe estar al servicio de un proyecto revolucionario al que el militante intelectual y anticapitalista no ha renunciado. Para ello, sigue apoyándose en el método de transición desarrollado por León Trotsky. Este método permite “tender un puente” entre las “reivindicaciones inmediatas” y el proyecto de sociedad socialista. El autor actualiza el método, proponiendo adaptarlo a las limitaciones ecológicas de nuestro tiempo y someterlo a nuevas exigencias, como el decrecimiento justo.

Por supuesto, semejante programa[4] representa una ruptura profunda con el estado actual de la conciencia de los oprimidos del mundo. Pero el autor sostiene que lo que “la situación exige no puede ser adoptado de inmediato por las clases trabajadoras, pero debe formar parte del programa” (p. 140).

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El último libro de Daniel Tanuro tiene un valor incalculable. En primer lugar, porque resume las décadas de investigación y experiencia del autor, y ofrece una mirada crítica sobre el desastre ecológico actual. En segundo lugar, porque, más que nunca, el autor emprende reflexiones estratégicas sobre cómo sacar al mundo del trabajo del productivismo y construir un nuevo sujeto revolucionario que tome nota de las limitaciones de las que no podemos escapar: la reducción global del consumo de materia y energía.

Las dos grandes vías desarrolladas (apoyarse en el sector de la reproducción social con la estrategia del cuidado y multiplicar las confrontaciones y los intercambios con vistas a construir una nueva hegemonía) son ricas. Preparan el camino para la investigación en ciencias sociales, que deberían poder ponerlas a prueba mediante encuestas empíricas. Me gustaría sugerir una tercera vía que el autor no menciona. La catástrofe ya está en marcha y está dando lugar a numerosos fenómenos climáticos extremos, que también están generando movilizaciones. En Camboya, por ejemplo, las lluvias monzónicas especialmente violentas de 2013 y 2014 mermaron las cosechas de las y los agricultores[5]. Las malas cosechas también afectaron a los trabajadores y. trabajadoras textiles de los centros urbanos, ya que son interdependientes de sus familias en el campo (a través de ayudas económicas, materiales, etc.). Por ello, dieron lugar a una fuerte movilización para mejorar sus salarios, precisamente para compensar la falta de recursos de los padres en las zonas rurales. Aunque estas huelgas tienen lugar en el centro de trabajo, ya están arraigadas en las catástrofes climáticas. Este es un terreno aún más fértil para que las reivindicaciones trasciendan los muros de la fábrica o la planta y se extiendan a la preservación de las condiciones de vida en el planeta.

Douglas Sepulchre

21/06/2024

https://www.contretemps.eu/ecologie-luttes-sociales-revolution-tanuro/#_ftnref2

Traducción: viento sur

[1] El prefacio del libro, escrito por el economista y teórico del decrecimiento Timothée Parrique, atestigua el acercamiento entre ecosocialistas y defensores del “decrecimiento justo”.

[2] En la lucha contra el cambio climático, por ejemplo, las emisiones de CO2 no están disociadas del crecimiento en la mayoría de los países. Y cuando lo están, es a un ritmo demasiado lento y/o demasiado tímido para garantizar el cumplimiento del Acuerdo de París.

[3] Malm, Andreas, Cómo dinamitar un oleoducto

[4] La Cuarta Internacional, corriente política a la que pertenece el autor, ha publicado hace poco el Manifiesto del marxismo revolucionario en la era de la destrucción ecológica y social capitalista.

[5] Lawreniuk, S., “Climate change is class war: Global labour’s challenge to the Capitalocene“, en Natarajan N., Parsons L. (eds.), Climate Change in the Global Workplace, Londres, Routledge, 2021, pp. 172-188.

Fuente Viento Sur, vía Fe Adulta

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Discurso revolucionario de María de Nazaret

Sábado, 8 de enero de 2022
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02_Adv_A-02-MariaDel blog de Faustino Vilabrille:

“Las clases burguesas eclesiásticas y políticas secuestraron el valor y la grandeza de María”

“María fue una mujer de Nazaret, un pueblo despreciado, del que nadie esperaba que saliese algo bueno”

“El canto del Magníficat (Lucas 1,46-55), que contiene uno de los fragmentos más revolucionarios de toda la Biblia”

“Lo que realmente fue María no tiene absolutamente nada que ver con las imágenes que hemos hecho de ella como si perteneciera a la alta burguesía de todos los tiempos”

“Si María viviera hoy, diciendo ahora lo que entonces dijo, sería calificada de revolucionaria, violenta, subversiva, y por supuesto comunista”

Estos días de Navidad, el recuerdo de María de Nazaret recobra un especial  protagonismo. Le dedicamos este comentario con gran afecto y gratitud, presentando una imagen de ella que no es la habitual, pero que creemos que es más coherente con lo que fue la realidad de su vida y con el gran mensaje que nos transmite para la realidad de nuestro tiempo.

Para sacar las mejores conclusiones de la Biblia, tenemos que partir de que no se trata de un libro histórico, aunque recoja numerosos datos históricos, sino que se trata de la transmisión de un mensaje para un proyecto de vida digna y gratificante, basada en la justicia, el amor, la igualdad, la fraternidad, el respeto mutuo, la solidaridad, la paz. Ese es su contenido esencial. Leerla desde este punto de partida nos descubre su extraordinaria riqueza.

Pero para captar bien ese mensaje hay que leerla desde la realidad concreta de cada momento histórico en que nos toca vivir, porque se trata de un libro para la vida.

Pues bien, María fue una mujer de Nazaret, un pueblo despreciado, del que nadie esperaba que saliese algo bueno (Evangelio de Juan 1,46), situado en Galilea, una región pobre, dominada por el imperio romano, sometida a esclavitud, a pobreza, a onerosos impuestos a pagar al César romano. De  hecho, María era una esclava, una mujer sencilla, del pueblo, del sector social considerado más pobre y despreciable. En Caná aparece entre los sirvientes, no entre los sentados a la mesa. La ofrenda que ella y José hicieron al presentar al niño Jesús en el templo, fue la ofrenda de los pobres (Ver Levítico12,8).

DF5E4969-68E8-4F41-AB60-FC96725DE4EFEsto ya nos basta para encuadrar el mensaje de  este comentario: Cuando María acude a casa de su prima Isabel para atenderla y acompañarla en la última etapa de su embarazo, del cual va a nacer Juan Bautista, Isabel se emociona al recibir la visita de su prima, tanto que exclama: así que llegó la voz de tu saludo a mis oídos, saltó de gozo el niño en mi seno”. Esto nos dice bien claro que los sentimientos de la madre se transmiten al niño ya antes de nacer. En este caso fueron sentimientos de alegría, pero si hay mala relación en el matrimonio, malos tratos, tristeza, violencia, o incluso hambre de la madre durante la gestión, como pasa a millares en el Tercer Mundo, todo eso, sin duda también afectará negativamente al niño/a, ya antes de nacer.

Se le atribuye a Napoleón esta frase: “La educación de un niño comienza veinte años antes de su nacimiento, con la educación de sus padres”. Frase certera y lapidaria.

A continuación, en el Evangelio de Lucas, viene la respuesta de María a Isabel, el canto del Magníficat (Lucas 1,46-55), que contiene uno de los fragmentos más revolucionarios de toda la Biblia. María se dirige a Dios diciendo que Dios “desplegó el poder de su brazo para dispersar a los soberbios. Derribó a los poderosos  de sus tronos y ensalzó a los humildes. A los hambrientos los llenó de bienes y a los ricos los despidió vacíos”.

Lo que realmente fue María no tiene absolutamente nada que ver con las imágenes que hemos hecho de ella como si perteneciera a la alta burguesía de todos los tiempos: impoluta, candorosa, ingenua, recatada, pudorosa, con manos de sangre azul y cara angelical…, porque las clases burguesas eclesiásticas y políticas secuestraron el valor y la grandeza de María en su dimensión humana y comprometida, poniendo incluso por delante a la Virgen antes que a María.

Si María viviera hoy, diciendo ahora lo que entonces dijo, sería calificada de revolucionaria, violenta, subversiva, y por supuesto comunista por esas mismas clases burguesas y conservadoras. Por mucho menos de lo que ella dijo, los conservadores político-religiosos de hoy, que incluso se confiesan practicantes, califican públicamente al papa Francisco con esos calificativos, y aun peores.

En tiempos de María, la inmensa mayoría de la gente era muy pobre, esclava, sin los más elementales derechos. Las condiciones de vida de los pobres eran durísimas: se les podía tratar como a cualquier propiedad, regalarlos, venderlos, subastarlos en el mercado, alquilarlos, o incluso matarlos. Eran mercancía, no personas.

El estudio de 2.000 esqueletos exhumados de los cementerios de los barrios periféricos romanos durante 15 años de excavaciones, reflejan que las fracturas de huesos eran muy frecuentes entre los romanos de la clase obrera y otros muchos pertenecen a personas que murieron de cáncer óseo, mal alimentadas, y que era habitual la artritis crónica en hombros, rodillas y espalda, que está presente  en esqueletos de personas que murieron a la temprana edad de 20 años. (Fuente: Periódico del pasado, noticias de prehistoria y arqueología). Otras investigaciones calculan que la vida media de las clases pobres del imperio estaba en torno a los 30 años, pero en las clases altas de Pompeya duplicaba esa  edad.

A2945960-9DF3-4779-98BC-28C0FEC1B398A María, primero, y a Jesús después les tocó vivir esta realidad.  María se clasifica a si misma como esclava; dio a luz en una cuadra y la cuna fue un  pesebre. De hecho, aún hoy, muchas mujeres dan a luz en condiciones similares o aun peores, o tiran a la criatura en un contenedor de basura o viva en el monte, como vimos estos días: ¡A dónde conduce la miseria, la impotencia, la ignorancia o la desesperación! San Pablo dice que Jesús era un esclavo más, pasando por uno de tantos. El propio Jesús dice que no tenía ni siquiera donde reclinar a cabeza. A Jesús llegaban continuamente enfermos de toda clase de enfermedades: ciegos, sordos, paralíticos, leprosos, enfermos mentales, hambrientos. Su respuesta era curarlos y alimentalos a todos. Jesús quería  que todos estuviesen felices y contentos.

En aquel contexto de una sociedad tan injusta, la gran mayoría llena de sufrimientos y penurias, aplastada por el poder del imperio romano y la riqueza de una minoría que lo poseía todo, proclamó Jesús su mensaje de liberación, posicionándose a favor de los pobres y en contra de los ricos y poderosos, proclamando un mensaje de vida y esperanza para todos. Esto se repite constantemente a lo largo de los Evangelios.

Tanto el mensaje de María como el de Jesús, aún hoy, después de más de 2000 años, aun siguen en pleno vigor, pues formamos parte de una sociedad donde el poder y dinero siguen siendo los amos del mundo, con un capitalismo neoliberal feroz que daña a la humanidad y al planeta, y que cada vez acapara más poder y más dinero, haciendo a una minoría inmensamente rica y poderosa, y dejando a una gran mayoría sumida en una mera subsistencia, en la pobreza y la indigencia, agrandando una brecha de desigualdad cada vez mayor entre ricos y pobres generadora de infinitos sufrimientos y penalidades para los más empobrecidos del mundo, lo cual es radicalmente contrario al Reino de Dios que Jesús quiso establecer en este mundo, basado en la justicia, el amor, la igualdad y la fraternidad, la paz y la vida digna para todos.

Sigue, por tanto, siendo necesario lo que dice María: acabar con la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres, bajar de sus tronos a los poderosos y ensalzar a los humildes, llenar de bienes a los hambrientos y despedir a los ricos vacíos. Para María es necesario que se acaben los ricos para que se acaben los pobres. Resulta verdaderamente sorprendete, admirable y conmovedor que María tuviese una visión tan certera y luminosa de la realidad de su tiempo. Ni millones de los que nos decimos cristianos, la tenemos hoy así de clara. La coherencia entre el mensaje de María y el de su hijo Jesús  es verdaderamente admirable.

Lo que no vaya por esa línea trazada por María y por Jesús ciertamente  no es coherente  con el Reino de Dios, que es justicia, igualdad, amor, fraternidad para todos los seres humanos en este mundo. No es coherente con lo que Jesucristo practicó y enseñó. No es coherente con el Dios que María proclamaba.

El Papa Francisco quiere una la Iglesia que retorne al Evangelio, que sea coherente con Jesucristo y su mensaje para el bien inmanente y trascendente de la humanidad. Para ello convoca un nuevo Sínodo. Necesita nuestro apoyo, para que su celebración sea un antes y un después en la vida de la Iglesia, porque otro Mundo y otra Iglesia son necesarios para el bien de la humanidad y del planeta que la sostiene.

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No depende de nadie, más que de todos nosotros, los seres humanos, hacerlo posible, para que “haya vida y vida en abundancia para todos”. Para eso vino Jesús a la tierra, cuya venida recordamos estos días. María, digna de la mayor admiración y confianza, nos señala el camino.

Feliz Navidad a tod@s.-Faustino

 

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“La Resurrección como una revolución en la evolución”, por Leonardo Boff.

Lunes, 21 de mayo de 2018
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Resurrección2En la siguiente entrevista del 27 de marzo de 2018 Boff explica que “la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de Dios que implica la superación de morir y de la muerte”. Pero ¿cómo comprenderlo dejando de lado pruebas (científicas) concretas? Es ahí donde, según el teólogo, se inscribe como alternativa la narrativa mítica. “El mejor camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que, en el sentido moderno del término, son un medio de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le da una forma para que podamos comprenderlo”, explica.

Lea la entrevista completa.

IHU On-Line – ¿En qué medida la Modernidad perturba el entendimiento pleno del concepto de Resurrección?

Leonardo Boff – No veo que la Modernidad tenga interés en el tema de la Resurrección, no los autores que conozco. Sí se preocupan por el tema de la muerte. Por otro lado, si tenemos un concepto más profundo del ser humano, ahí sí apunta el tema de la Resurrección. Si aceptamos que el ser humano es un proyecto infinito y está devorado por un deseo que no conoce límites, como Aristóteles y Freud reconocieron, ahí se plantea la pregunta: ¿cuál es el objeto adecuado a su impulso infinito y al oscuro objeto de su deseo infinito?

Sólo un infinito sacia nuestra sed de infinito, sólo una vida que es eterna hace descansar el deseo. Es la famosa experiencia agustiniana del “cor inquietum” que sólo descansa cuando encuentra a Dios. El sentido de la vida es más vida, es la plenitud de la vida. Es lo que los cristianos llamamos Resurrección.

IHU On-Line – ¿En qué consiste el “resucitar” según la Teología y la Antropología?

Leonardo Boff – La Resurrección no puede ser identificada con la reanimación de un cadáver como el de Lázaro que, finalmente, acabó muriendo. La resurrección es la irrupción del “novissimus Adam” de San Pablo (1Cor 15,45). Es decir, es la completa realización de todas las incontables virtualidades presentes en el ser humano. Si es un proyecto infinito, la Resurrección representa el momento en que estas virtualidades llegan a su plena floración.

IHU On-Line – ¿Cuáles son los límites de buscar la Resurrección como un dato histórico? ¿Y de qué forma la lectura mítica puede ampliar el entendimiento acerca de la Resurrección?

Leonardo Boff – Nadie vio la resurrección de Jesús. Tenemos sólo testimonios de personas a las que se dejó ver y algunas señales como el sepulcro vacío y sus vestiduras. Por lo tanto, no es un hecho histórico susceptible de ser detectado por una cámara o por la televisión. Es un hecho que sucedió en Jesús, accesible por la fe en los testimonios.

Este evento no pertenece al mundo del bios, de la vida biológica que siempre termina en la muerte. Por eso los textos juiciosamente hablan de Zoé, que significa una vida eterna. Tampoco dicen: hemos visto al Señor, sino: Él se dejó ver (óphte en griego, aoristo pasivo de oráo ver). La iniciativa parte de Jesús y no de los apóstoles, a los que les permite verlo. Podríamos decir que la Resurrección es la concreción de la utopía predicada por Jesús, el Reino de Dios, que implica la superación de la muerte y el morir. No sin razón Orígenes, uno de los más geniales teólogos cristianos del norte de Egipto en el siglo III, denomina la resurrección como la autobasilea tou Christou: la autorrealización del Reino en Cristo.

Cuando las realidades son demasiado grandes, nos faltan conceptos y palabras. El mejor camino es elaborar narrativas y proyectar mitos que en el sentido moderno del término (en C.G. Jung y en los antropólogos) son un medio de expresar lo indecible. El mito no inventa el hecho, le da una forma que podamos comprender. En esa línea se debería pensar la resurrección de Jesús. Antropológicamente es fecunda, pues se encuentra con lo que de utópico e infinito discernimos en el ser humano.

IHU On-Line – Muchos estudiosos sostienen que la Resurrección de Cristo es la victoria de la vida sobre la muerte. ¿Cómo podemos comprender tal perspectiva?

Leonardo Boff – La vida está llamada a la vida y no a la muerte, aun cuando sabemos que un día vamos a morir. Este es el anhelo fundamental del ser humano, no sólo vivir mucho, sino, como señalaba Nietzsche, vivir eternamente. En ese sentido, la Resurrección representa un tipo de vida tan plena que en ella no penetra la muerte. Pero para eso, ella necesita transfigurarse, es decir, realizar totalmente al ser humano en sus infinitas posibilidades. No vivimos para morir, como dirían los existencialistas. Morimos para resucitar. Don Pedro Casaldáliga lo formuló bien: la alternativa cristiana es o vida o resurrección.

IHU On-Line – ¿Es posible afirmar que el Dios vivo en el Cristo sólo se revela plenamente en la Resurrección? ¿Por qué?

Leonardo Boff – Mientras estaba entre nosotros, Jesús participaba de todo tipo de limitaciones e incluso achaques de la existencia humana. Es lo que está implícito en la encarnación. El autor de la Epístola a los Hebreos es muy concreto: “entre súplicas, clamores y lágrimas se dirigió a aquel que lo podía salvar de la muerte… y aprendió a obedecer por medio de los sufrimientos” (Hb 5,7-8). Más adelante dice que él “es el general de la fe” (12,2). La Resurrección es la superación de esta situación carnal y el paso a la situación “espiritual” (del Espíritu de vida). Aquí Dios se revela como el Dios que hace de un muerto, un vivo y de un vivo el “novísimo Adán”. Se da la plena revelación del Dios vivo que quiere la vida y que en el libro de la Sabiduría se revela como “el apasionado amante de la vida” (Sb 11,24).

IHU On-Line – ¿En qué consiste la idea de “resurrección de la carne” y de qué forma se articula con la perspectiva del sepulcro vacío, tan detalladamente descrito en la narrativa de Marcos?

Leonardo Boff – “Carne”, bíblicamente, significa la situación humana frágil, enfermiza, mortal. Esta situación fue totalmente transmutada por la Resurrección. Pablo lo dice claramente: “se siembra un cuerpo vital y se resucita un cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Yo sostengo la tesis, aceptada por muchos, de que las apariciones al final del evangelio de Marcos serían un añadido posterior, un pequeño resumen de las apariciones. El Marcos original no tendría nada de eso. Jesús termina diciendo “a los discípulos y a Pedro que Él (Jesús) los precederá en Galilea. Allí me veréis como os dije” (Mc 16,7).

Con eso quiero decir que Jesús no se ha manifestado aún de forma plena. Todos estamos en camino a Galilea (el término de la historia) para verlo entonces cara a cara. Me parece que  así se entiende mejor la historia humana, porque a pesar de la Resurrección de Cristo en  verdad nada ha cambiado, pues campa la muerte y la violencia en el mundo. En la esperanza caminamos hacia la Galilea de la resurrección. El mismo Jesús está en proceso de resurrección, pues sus hermanos y hermanas, que somos nosotros, aún no han resucitado ni el universo que le pertenece ha alcanzado su plenitud. Está todavía en fase de cosmogénesis. Cuando todo se complete, entonces, Jesús y su comunidad habrán finalmente resucitado. Aquí caben las palabras de Ernst Bloch: “el génesis está al final y no al principio”.

IHU Online – Usted dice que la Resurrección representa “una revolución en la evolución”. Me gustaría que detallara esa perspectiva.

Leonardo Boff – La moderna cosmología afirma unánimemente que el estado del universo no es la estabilidad, sino la movilidad. Todo se está expandiendo, completándose y autocreando. La evolución permite que las virtualidades latentes dentro del universo conozcan emergencias, puedan irrumpir bajo las formas más diferentes. En este sentido, el universo no está todavía listo. En vez de hablar de cosmología, deberíamos hablar de cosmogénesis, la lenta y progresiva génesis de todas las cosas.

Cuando digo, siguiendo a Jürgen Moltmann, que la Resurrección es una revolución en la evolución, quiero decir que la Resurrección es una pequeña anticipación del fin bueno de la creación, como si el término de la evolución se anticipase y nos mostrara en pequeño lo que nos está preparado. Eso es una revolución dentro de la evolución que aún continúa y sigue su curso.

IHU On-Line – ¿De qué forma el panenteísmo puede contribuir al entendimiento de la Resurrección en nuestro tiempo?

Leonardo Boff – La expresión panenteísmo fue creada en el siglo XIX por un teólogo protestante de nombre Krause. Y no tiene nada que ver con el panteísmo. Él quiere decir lo que la teología antigua y clásica enseñaba y todavía enseña con la expresión “pericóresis” (la intro y retro relación de todo con todo) o “circumincesión”. Primero se aplicaba a la relación de la creación con el Creador: ambos están de tal manera imbricados que uno no puede ser entendido sin el otro. Después se aplicó a la cristología y a la doctrina trinitaria. Las tres divinas Personas están tan íntimamente relacionadas que una siempre implica a la otra y así eternamente.

Panenteísmo significa, entonces, que Dios está en todo y todo está en Dios, guardadas las diferencias entre criatura y Creador. No se trata de panteísmo según el cual todo es indistintamente Dios. El propio Voltaire mostró el absurdo filosófico que tal afirmación comporta. El panenteísmo guarda las diferencias, pero revela cómo ambos están presentes el uno en el otro y no pueden ser pensados separadamente. Esta comprensión puede generar una mística como la de Pierre Teilhard de Chardin o la de San Francisco de Asís, que conseguían ver a Dios en todas y en cualquiera de las realidades.

El Cristo cósmico de las epístolas de San Pablo y de la introducción del evangelio de San Juan nos da la perspectiva del “pléroma”, es decir, de la universalidad de la presencia del Resucitado en todas las cosas. Es célebre el dicho 33 del evangelio apócrifo de Santo Tomás, al que grandes nombres de la exégesis como Joaquim Jeremías y otros confieren gran autoridad, pues parece haber salido de la boca del Resucitado: “Yo soy la Luz del mundo. Todo salió de mí y todo vuelve a mí. Raja la leña y estoy dentro de ella, levanta la piedra y estoy debajo de ella, porque estaré con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos. Levantar una piedra cuesta y rajar la leña es duro. Incluso estos quehaceres comunes contienen la presencia del Resucitado.

IHU On-Line – ¿Cómo puede la vuelta a la experiencia de la Resurrección de Cristo inspirar a la humanidad de nuestro tiempo a superar sus dilemas?

Leonardo Boff – Tal vez este pequeño cuento del área de la ecología que se encuentra en mi libro Ecología: grito de la Tierra – grito de los pobres (307) pueda responder a esta pregunta:

«En cierta ocasión un anciano y santo monje fue visitado en sueños por el Resucitado. Este, el Resucitado, lo invitó a pasear por el jardín. El monje accedió con entusiasmo y lleno de curiosidad. Después de caminar largo tiempo dando vueltas por el sendero del jardín como hacen aún hoy los monjes después del almuerzo, el santo y anciano religioso se atrevió a preguntar:

-“Señor, cuando andabas por los caminos de Palestina, una vez dijiste que un día volverías con toda tu pompa y gloria, ¡pero esa vuelta se está demorando mucho!”.

Tras unos momentos de silencio que parecían una eternidad, el Resucitado respondió:

-“Mi querido hermanito: cuando mi presencia en el universo y en la naturaleza sea evidente; cuando mi presencia en tu piel y en tu corazón sea tan real como mi presencia aquí y ahora; cuando esta conciencia se vuelva cuerpo y sangre en ti hasta el punto de no pensar más en ello; cuando estés tan lleno de esta verdad que ya no necesites preguntar con curiosidad, entonces mi querido hermano habré regresado con toda mi pompa y gloria”».

Más no se necesita decir: el Resucitado está entre nosotros sólo en las fimbrias del misterio; quien crea y sea sensible percibirá su presencia.

Leonardo Boff

Equipo Atrio

Traducción de Mª José Gavito Milano

Tema: Jesús de Nazaret, Resurrección

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“Revolucionar los cuidados”, por Pepa Torres.

Jueves, 16 de noviembre de 2017
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untitled-1Inicio el nuevo curso con la lectura de un libro que me ha revolucionado “por dentro” y me urge a “revolucionar por fuera”: Trincheras Permanentes. Intersecciones entre política y cuidados[1]Su autora, Carolina León investiga, desde su lugar de enunciación como activista y madre sola, prácticas de cuidado en la vida ciudadana y política que están haciendo posible la vida en los tiempos tan duros que transitamos, por más que el gobierno declare con rotundidad que la crisis ya pasó y “estamos mejor que nunca”. Por eso inicio el nuevo curso haciéndome algunas preguntas para las que es urgente encontrar alternativas y no seguir aplazándolas. Preguntas para desordenar el mundo y alumbrarlo más allá de los roles asignados y los mandatos de género, cuestiones que nos desafían a encontrar respuestas que nos satisfagan a más de la mitad de la humanidad y todavía invisible, que seguimos siendo las mujeres y para poner la vida en el centro y sacar los cuidados a la plaza pública, porque los trabajos de reproducción son los que sostienen la maquinaria de la vida.

Preguntas como las siguientes: ¿Quién hace política, teología, economía, filosofía y para qué y para quiénes? ¿Quién cuida? ¿Por qué se ve una cosa y no la otra? ¿Por qué unos sujetos son tan visibles y otros tan poco? ¿Es la política únicamente lo que se ve?¿Qué sucede con lo que no se muestra?¿Por qué se siguen manteniendo tan separados el campo léxico de palabras como revolución, política organización, activismo, militancia, frente al de cuidados, reproducción, vida, afectos, sostenimiento? Si la historia todavía está demasiado identificada con la historia de las guerras y los relatos de los vencedores y las vanguardias. Los cuidados son sin duda la retaguardia, donde se expone y amalgama el sostenimiento de la vida.

Los cuidados son las trincheras permanentes, donde se llevan a cabo las tareas que el sistema mantiene invisibles y ocultas, vinculadas a lo cotidiano y a la materialidad y que nos hacen estar dispuestas y dispuestos al mundo. Los cuidados comprenden todas aquellas actividades que desarrollamos para atender o apoyar a otras personas de manera tanto física o emocional para sobrevivir cada día. Tienen una dimensión material directa, pero también emocional y relacional. Sin cuidados no hay vida, sin embargo cuidar, no llena un curriculum, no otorga prestigio. Lo político en nuestro mundo sigue la lógica de la aparición y la materialidad de la vida permanece escondida. Por otro lado cuidar baja a los individuos a su propia fragilidad y nos hace salir de la fantasía capitalista de la suficiencia.

Por ello necesitamos radicalizar y revolucionar los cuidados. El ecofeminismo y la economía feminista han sacado los cuidados del espacio de lo íntimo para ubicarlos en la plaza pública urgiéndonos a revolucionarlos y a pasar de la ciudadanía a la cuidadanía. Es decir, un sistema de relaciones y reorganización social que pone en el centro de la sostenibilidad de la vida y el cuidado como una categoría relacional y política sin la cual la vida no es posible.

Pero ¿Qué entendemos por sostenibilidad de la vida desde la economía feminista? Nos referimos a condiciones de posibilidad de vidas que merezcan la pena ser vividas, ya que la propia noción hegemónica (patriarcal y capitalista) de esta aspiración nos resulta perversa[2]. Perversa porque la vida que se nos ofrece como ideal escinde vida y naturaleza, porque identifica los valores asociados a la masculinidad con lo propiamente humano e impone una fantasía de autosuficiencia; perversa porque identifica bienestar con consumo en permanente crecimiento y progreso; perversa porque es una noción de vida no universalizable e irrespetuosa con la diferencia, perversa porque se sustenta en una noción de vida en la que se aceptan que una vidas valgan más que otras y porque la diversidad sexual y de género es constreñida en aras de garantizar sujetos invisibilizados que asumen la responsabilidad de sostener la vida en un sistema que la ataca.

La reivindicación de la cuidadanía supone reconocer el cuidado como esencia de lo humano, des-feminizándolo y redescubriéndolo como un valor universal. Cuidado y ternura constituye un orden alternativo al de la explotación y la dominación y están vinculados a la razón y la justicia cordial más que a la razón instrumental, su lógica y su justicia. La creación, las personas somos posibilidad y carencia, vulnerabilidad y potencia, por eso necesitamos del cuidado para ser, para existir y superar la ley de la entropía, que es la fuerza del desgaste natural de las cosas. Por eso des-cuidardes-cuidarnos nos embrutece y termina convirtiéndonos en generadores y generadoras de depredación y violencia, como nos recuerda también el papa Francisco en LS 69.

Para ello inicio este curso con una tarea urgente: revisar críticamente la concepción de la ciudadanía que parte de un modelo que es blanco, varón burgués y propietario y de una división sexual del trabajo y mandatos de género que asigna quien cuida y quien debe ser cuidado. Un mandato de género que ubica los cuidados en los ámbitos privados y los naturaliza como una cuestión de mujeres, que lo hacen todo por amor y que genera subjetividades cómplices difíciles de desmontar. Es urgente desmontar este orden y el imaginario patriarcal y capitalista que lo sostiene: el de un sujeto autónomo, independiente y suficiente que niega su interdependencia, que niega la vulnerabilidad que nos constituye como humanos y nos hace seres con necesidad de recibir y ofrecer cuidados

Este verano con los compañeros y compañeras de cristianismo y justicia en Barcelona[3] nos hacíamos conscientes hombres y mujeres de la gran prueba que constituyen la incorporación del 021feminismo y los cuidados en el pensamiento social y teológico y de la apuesta por la cultura de la ciudadanía y la revolución de los cuidados. Una apuesta por pasa por concebirlos desde la mutualidad, y no desde la complementariedad. No de forma jerárquica, sino circular, sin privilegios y que incluye el cuidado de la tierra y la comunidad cósmica. Una revolución que pasa por politizar la vulnerabilidad y recolectivizar los procesos de reproducción, porque mientras los cuidados se realicen en el terreno de lo privado estarán instalados en el género y en la clase. Por ello es fundamental llevar la lucha de los cuidados fuera de la cocina y el dormitorio, trasladarla a las calles[4]. Por eso como nos recuerdan los colectivos feministas, ningún movimiento se pueden mantener si no hace de la reproducción de aquellos que en él participan su eje central, por eso hay que romper la frontera entre políticas y cuidados y poner en práctica una política con cuidados, que asuma la responsabilidad de todas las personas en la reproducción y la cooperación colectiva del cuidado de la materialidad y la vulnerabilidad. Si ambas no se hacen un asunto compartido, un asunto público se seguirán reproduciendo dinámicas sociales en las que terminen siendo las mujeres las que asuman el peso mayor en la provisión del cuidado, no de forma elegida,sino impuesta.

¿Cómo meter en la agenda de nuestro inicio de curso, nuestros proyectos y planes para este año la urgente revolución de los cuidados? ¿Qué tenemos que hacer o que dejar de hacer, para que la cultura de la ciudadanía sea posible en nuestros barrios, para que todas y todas, empezando por las últimas, podamos vivir vidas sostenibles, vidas que tengan el cuidado en el centro y no el dinero y la explotación de un género sobre otro, de una clase sobre otra, de una parte del mundo sobre otra?, en definitiva vidas que merezcan la pena ser vividas?.

Pepa Torres

[1] Carolina LEÓN, Trincheras Permanentes. Intersecciones entre política y cuidados, Pepitas de calabaza, Logroño, 2017.

[2] Sigo aquí a Amaia PÉREZ OROZCO, Subversión feminista de la economía. Aportes para un debate sobre el conflicto capital y vida; Traficantes de sueños, Madrid, 2014.

[3] https://www.cristianismeijusticia.net/es/jorge-riechmann-defiende-un-humanismo-descentrado-en-las-jornadas-de-cristianisme-i-justicia

[4] Silvia FEDERICI, Revolución en punto cero Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, Traficantes de sueños, Madrid , 2012.

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La belleza

Miércoles, 14 de junio de 2017
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Del blog Nova Bella y El Idiota de Dostoyevski:

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La belleza salvará al mundo

*

Fiodor Dostoyevski
El idiota

***

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La belleza no hace revoluciones:

pero llega un día en que las revoluciones

necesitan de la belleza.”

*

Albert Camus,
Carnets

***

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La revolución del servicio

Miércoles, 13 de enero de 2016
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imdosocs-700x382A quince años del inicio del siglo XXI podemos mirar el principio del milenio con cierta perspectiva. Dirijamos los ojos a la situación del mundo actual, global, doliente y sufriente. Adentrémonos e intentemos comprender el camino que ha tomado la humanidad aplastada y manipulada por el peso de poderes que se mueven ajenos a principios éticos básicos.

Ya no se puede hablar país a país, navegamos todos en el mismo barco amenazados por la misma tempestad. Política e ingeniería financiera constituyen, en lo que nos vendieron poéticamente como aldea global, un gran fiasco que está llevando a la pérdida de derechos (repasemos paso a paso la Declaración de los Derechos Humanos, uno de los principales logros del siglo pasado) y de gran parte de la humanidad que queda arrojada a los márgenes como residuos. Decía Rousseau: «El verdadero fin de la política es hacer cómoda la existencia y felices a los pueblos». Nada más alejado de la realidad. La percepción de Nelson Mandela sobre lo que sería un buen político nos deja perplejos: «Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo». Si la corrupción sustituye a la ética; si los Estados están sometidos a los vaivenes del mundo financiero; si el planeta está expuesto a la inmediatez del beneficio económico; si masas de seres humanos son excluidas de las fronteras del Estado del bienestar como daños colaterales; si el beneficio económico prevalece sobre la dignidad humana; si el rey Midas campa a sus anchas y su influencia, manipulación y violencia se hacen notar en cada rincón donde hay injusticia, engaño, guerra, represión, discriminación y mucho sufrimiento… estamos en peligro.

Ya es tiempo de una revolución. Ha de ser una revolución peculiar y no violenta. Una revolución de gente buena, sencilla, inteligente, sabia, culta, que practica la empatía, la ética y el sentido común; que le gusta el silencio y la palabra, que no le importa si tú eres blanco y yo negro, si eres mujer u hombre. Tampoco si eres sacerdote, religioso, monje o laico. Gente con autoestima y sin complejos, que sabe decir “no” a la injusticia, cree en la solidaridad, detesta la manipulación, rechaza las armas, los paraísos fiscales, cuida la naturaleza y ama a su prójimo.

Hablamos de la revolución del servicio. Cambiar poder por servicio es la clave. Desde el servicio, la hipocresía y la corrupción del poder se estrellan contra el suelo; el servicio nos pone a todos al mismo nivel, el horizontal: ya nadie es más que nadie. Aclarando que servicio no es servilismo, que es de lo que se vale cualquier poder.

En el Evangelio (Mc 10, 35-45), Santiago y Juan piden a Jesús privilegios, y los otros diez se indignan contra ellos. Muy propio del ser humano el gusto por sobresalir y ser privilegiado. Ellos esperaban espacio político y Jesús le dio la vuelta a la tortilla: «Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen». Hoy diríamos: «sabéis que nos llaman a las urnas cada cierto tiempo pero no cumplen lo que prometen en sus campañas electorales; bancos, multinacionales y lobbies manejan los hilos para hacerse con los medios de producción, de comunicación, de energía, etc. anteponiendo los beneficios a la vida de las personas y sus derechos». Siguió Jesús diciendo que «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor». Propone el servicio como una verdadera revolución y es Él quien da el primer paso rompiendo esquemas, indicando que el camino no es el poder sino el servicio.

El Papa Francisco, en la exhortación apostólica La alegría del Evangelio (58), apoya la causa diciendo: «¡El dinero debe servir y no gobernar (…) Os exhorto a la solidaridad desinteresada y a una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano». S. Benito, en su Regla a los monjes, desde el inicio expresa claramente su intención de instituir una escuela del servicio del Señor, indicando que «el servicio que los hermanos tienen que ofrecerse mutuamente ha de ser con caridad (…) Es aquí en el terreno del servicio de los hermanos donde se reconocerá al verdadero servidor del Señor».

A la revolución del servicio estamos llamados todos, creyentes y no creyentes, de todas las religiones y culturas. No nos perdamos en disquisiciones. Pongamos al servicio de los demás los dones particulares, las habilidades, la profesión, los estudios, la sabiduría heredada de nuestros antepasados, la capacidad de denuncia ante los abusos, la lucha contra la corrupción y la hipocresía, etc. Así estaremos ayudando a construir un mundo mejor, donde la unidad y la paz sean una realidad por encima de la globalización económica excluyente.

Rabindranath Tagore decía: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir». No nos dejemos quitar la vida por los que ni sirven, ni viven, ni dejan vivir. Pongámoselo difícil y animémosles a que se unan a la pacífica revolución del servicio.

*Pintora, escritora y laica de espiritualidad cisterciense. St

Mari Paz López Santos*en la revista “Signo de los tiempos“.

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“Una revolución en la evolución”, por Leonardo Boff

Jueves, 9 de abril de 2015
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09c7a7_c32447e8edcc46d6aff4962a3763acdf.jpg_srz_p_649_446_75_22_0.50_1.20_0.00_jpg_srzLeído en la página web de Redes Cristianas

Existe una percepción generalizada de que el ser humano de hoy es alguien que debe ser superado. Todavía no ha terminado de nacer, pero está latente dentro de los dinamismos del proceso evolutivo. Esta búsqueda del hombre y mujer nuevos tal vez sea uno de esos anhelos que jamás lograron progresar en la historia.

Demos dos ejemplos. El pensamiento mesopotámico produjo la epopeya de Gilgamesh (siglo VII a.C) que está muy cerca del relato bíblico de la creación y del diluvio. El héroe Gilgamesh, angustiado por el drama de la muerte, busca el árbol de la vida. Quiere encontrar a Utnapishtim que había escapado del diluvio, había sido inmortalizado, y vivía en una isla maravillosa donde no reinaba la muerte. En su camino, el dios Sol (Shamash) le apostrofa: «Gilgamesh, la vida que buscas nunca la vas a encontrar». La divina ninfa Siduri le advierte: «cuando los dioses crearon la humanidad le dieron como destino la muerte; ellos retuvieron para sí la vida eterna. Gilgamesh, harías mejor llenando el vientre y gozando la vida de día y de noche; alégrate con lo poco que tienes en tus manos».

Gilgamesh no desiste. Llega a la isla de la inmortalidad. Consigue le árbol de la vida y regresa. Al volver, la serpiente sopla con su aliento fétido el árbol de la vida y lo roba. El héroe de la epopeya muere desilusionado y va «al país donde no hay retorno, donde la comida es polvo y barro y los reyes son despojados de sus coronas». La inmortalidad sigue siendo una búsqueda perenne.

Nuestros tupi-guaraní y apopocuva-guaraní crearon la utopía de la “tierra sin males” y la “patria de la inmortalidad”. Vivían en movilidad constante. De la costa de Pernambuco de repente se desplazaban hacia el interior de la selva, junto a las cabeceras del río Madeira. De allí, otro grupo se ponía en marcha hasta llegar a Perú. De la frontera de Paraguay, otro grupo se dirigía a la costa atlántica y así sucesivamente. El estudio de los mitos por los antropólogos desveló su significado. El mito de la “tierra sin males” ponía en marcha a toda la tribu. El chamán profetizaba: “va a aparecer en el mar”. Para allí marchaban esperanzados. Mediante ritos, danzas y ayunos creían volver el cuerpo ligero e ir al encuentro en las nubes de la “patria de la inmortalidad.” Desilusionados, regresaba a la selva hasta oír otro mensaje e ir en busca de la ansiada “tierra sin males”, anhelo de una esperanza imperecedera.

Los dos relatos expresan en forma mítica lo mismo que expresan los modernos en el dialecto de las ciencias. Estos no esperan el ser nuevo del cielo, quieren gestarlo con los medios que les ofrece la manipulación genética. Seguimos buscando y no obstante, muriendo siempre, jóvenes o mayores.

El cristianismo se inscribe también dentro de esta utopía. Con la diferencia de que ya no es una utopía sino una topía, es decir, un acontecimiento bienaventurado e inaudito que irrumpió dentro de la historia. El testimonio más antiguo del paleocristianismo es este: “Christus ressurrexit vere et aparuit Simoni” (Lc 24,34): “Cristo resucitó verdaderamente y apareció a Simón”.

Entendieron la resurrección no como la reanimación de un cadáver, como el de Lázaro, que después acabó muriendo nuevamente, sino como la emergencia del ser humano nuevo, el “novíssimus Adam” (1Cor 15,45), el “novísimo Adán”, como realización plena de todas las virtualidades presentes en lo humano.

No encuentran palabras para expresar ese fenómeno inaudito. Lo denominan “cuerpo espiritual” (1Cor 15,44). Eso parece contradictorio para la filosofía dominante en la época: si es cuerpo no puede ser espíritu; si es espíritu no puede ser cuerpo. Solo uniendo los dos conceptos, según los primeros cristianos, hacían justicia al hecho nuevo: es cuerpo pero transfigurado; es espíritu pero liberado de los límites materiales y con dimensiones cósmicas.

Dicen más: la resurrección no es simplemente un acontecimiento personal, realizado en la vida de Jesús. Es algo para todos e incluso cósmico, como aparece en las epístolas de san Pablo a los Colosenses y a los Efesios. Por eso san Pablo reafirma: “él es la anticipación de los que han muerto… Así como por Adán todos murieron, así por Cristo todos volverán a vivir” (1Cor 15,22).

Este es un discurso de fe y religioso, pero no deja de tener su importancia antropológica. Representa una entre tantas respuestas al enigma de la muerte, tal vez la más prometedora.

Si es así, estamos ante una revolución dentro de la evolución, como si la evolución anticipase su fin bueno en el auge de la realización de sus potencialidades escondidas. Sería una miniatura que nos muestra a qué gloria y a qué destino sumamente feliz estamos llamados.

Así vale la pena vivir y morir. En realidad, no vivimos para morir. Morimos para resucitar. Para vivir más y mejor.

A todos los que creen y a aquellos que dejan en suspenso su juicio, buenas fiestas de Pascua.

*Leonardo Boff escribió La resurrección de Cristo, nuestra resurrección en la muerte, 5ª ed., Sal Terrae 2007.

Traducción Mª José Gavito Milano

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“Una pascua llena de revolución”, por Carmen Almansa.

Domingo, 4 de mayo de 2014
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MinoMuralSaoFelix

ECLESALIA, 24/04/14.-Esta Semana Santa, he tenido la suerte de poder estar en Ceuta celebrando la Pascua con un grupo de gente maravillosa, la Pascua la organizaban dos monjas Paula y Cande, guerrilleras y mejores personas que con la Asociación Elín hacen allí una labor fantástica. Compartimos experiencia con hermanos y hermanas inmigrantes que están en el CETI (Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes) de Ceuta.

Una vez más, poner rostro y corazón, nombres y apellidos a situaciones y a acontecimientos dramáticos de desigualdad e injusticia, duele más, me genera rabia y mucha tristeza.

Duele saber cómo se oculta la situación (de desamparo y sufrimiento) de personas que tratan de llegar a nuestro país.

Duele saber que hay que personas que viven situaciones de violencia, discriminación y violación, por su nacionalidad, su color de piel y por su condición social (porque es alucinante como de pronto se levantan las fronteras para grandes futbolistas o grandes mandatarios).

Me duele escuchar a Kevin de Camerún contar como vivió la tragedia del pasado 6 de febrero en el Tarajal y como perdió a sus compañeros.

Me duele, me pincha en el corazón ver a una mujer del CETI que fue violada en el camino de llegada a España y por causa de la violación llegó a Ceuta embarazada de gemelos en una barca zodiac sin motor (¡un milagro!).

VallasMe horroriza ver la valla que hiere con solo mirarla.

Me duele que no se haga justicia, que mientras unos se llenan los bolsillos de dinero con planes corruptos, otros paguen con su vida sus acuerdos y decisiones.

Pero ante este dolor, rabia y la vergüenza que me produce que esto ocurra, esta Semana Santa he sentido consuelo y alegría…

Consuelo de ver que son muchas las personas que creen en la justicia y luchan por ella.

Alegría de que existan oasis en medio del camino como es la Asociación Elin.

Me alegra saber que somos iguales, que podemos comer, jugar, bailar juntos reír y llorar a pesar de venir de lugares distintos. Me consuela saber que para muchos y muchas las diferencias no son malas sino todo lo contrario una fuente de riqueza.

Me alegra saber que aún siendo de religiones y creencias distintas El Manantial del que bebemos es el mismo.

Me consuelan los sueños que son más fuertes que las vallas y las fronteras.

Me consuela y alienta el abrazaros y sentir que seguimos en la lucha.

Pero quizás, lo que más hoy me consuela en sentirme hija de Dios resucitado, un Dios vivo que no mira raza, sexo o religión, un Dios que no oprime, sino que libera. Un Dios de vivos que nos pide salir a la calle e ir al encuentro del que sufre, del que llora, y también al encuentro del que se cree en posesión de toda la verdad, del que se lucra a costa del mal ajeno…porque ahí también nos pide que estemos, para gritar, reclamar y exigir!

Hoy y más que nunca siento que Dios me llama para hacer la Revolución, la del amor, pero siempre ¡REVOLUCIÓN!, Denunciando y dando voz a su legado más grande: “Amaros los unos a los otros”.

Gracias a Silla, Boubu, Marian, Omar, Kevin, Happy… y a todas las hermanas y hermanos con los que pudimos compartir estos días porque han sido ejemplo de vida, lucha, esperanza y resurrección.

CARMEN ALMANSA, carmen_almansa86@hotmail.com
MADRID.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Juan XXIII: El Papa de la primera primavera de la Iglesia.

Domingo, 27 de abril de 2014
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recuerdos-de-juan-xxiiiLeemos en Religión Digital:

Juan XXIII fue un ‘revolucionario’ a través del Concilio Vaticano II

Su bonhomía le convirtió en uno de los pontífices más queridos

J. L. Glez-Balado: De Juan XXIII se dijo que… “Papa de Transición

Francisco: “Sé cuánto quieren al Papa Juan, y cuanto él quería a su tierra”

Xabier Pikaza: Juan XXIII, hombre de Dios (para desatar el nudo de la Iglesia)

José María Castillo: El misterio Juan XXIII

(José Manuel Vidal, Roma).- Santo por aclamación popular y por decisión papal. Está tan clara la extraordinaria bondad y santidad de Juan XXIII que nadie ha puesto el más mínimo pero a su canonización. Ni el pueblo fiel, que lo adora como el ‘Papa Bueno’, ni la jerarquía eclesiástica. El propio Francisco utilizó sus poderes especiales para elevarlo a los altares sin el requisito de un segundo milagro.

Porque el milagro es su propia persona. Roncalli fue siempre un santo en vida. Transparentaba a Dios. Un cardenal de la Curia llego a decir que “sudaba espiritualidad por todos los poros de su cuerpo”. Y no estaba precisamente delgado: llegó a pesar más de 100 kilos y medía sólo 1, 50.

Bondadoso desde la infancia

Desde pequeño fue un niño bueno. Sus padres, labradores en Sotto il Monte, quisieron que escapase del arado y, en aquella época, el seminario era una de las pocas vías de movilidad social para los pobres. Desde entonces, su talante natural bondadoso encontró su camino de perfección en la espiritualidad sacerdotal.

Aplicado, como no podía ser menos en un hijo de campesinos, se ordenó sacerdote y fue subiendo paulatinamente, sin buscarlo, en el escalafón clerical, a través de la carrera diplomática, rampa de lanzamiento y decantación de las grandes personalidades eclesiásticas. De 1925 a 1953 fue visitador o nuncio apostólico en destinos tan diversos como Bulgaria, Grecia, Turquía o París.

En todos sus destinos conquistaba a la gente por su cercanía y sencillez sin complejos y por su personalidad directa y franca, sin artificios y poco dada al protocolo.

En París tuvo que hacer encaje de bolillos con De Gaulle quien, después de la guerra, quería que el Vaticano licenciase a una decena de obispos galos que se habían alineado con el régimen de Vichy. Al final, consiguió que el presidente francés se conformase con la renuncia de cuatro prelados. Y de París pasó nada menos que a Patriarca de Venecia.

Sucesor de Pío XII

Tras la muerte de Pío XII, parecía imposible elegir un sucesor del Papa angélico que con su hieratismo había llenado toda una época eclesial. Dividido el partido curial, el cónclave optó, como suele suceder a menudo, por la vía media de un cardenal centrista y centrado y de edad avanzada, poco rupturista y sobre todo conciliador. Pocos cardenales encajaban en este perfil que, en cambio, le venía como añilo al dedo al cardenal veneciano.

Y a los 76 años, fue elegido Angelo Giuseppe Roncalli como un papa de transición. La bonhomía y sobre todo la neutralidad respecto a las facciones curiales de este cardenal gordo y bueno parecía garantizar un pontificado tranquilo, sin complicaciones ni sobresaltos.

Pero desde que salió por vez primera al balcón de las bendiciones, aquel 28 de octubre de 1958 el nuevo Papa comenzó a sorprender. Por su figura abultada y campesina, tan alejada del hieratismo de su predecesor. Por el nombre elegido, que rompía la cadena de los Píos. Y, sobre todo, por su voz cálida, amable y de amigo, que se alejaba de los sonidos metalizados que por aquel entonces tanto utilizaba el poder civil y eclesiástico.

Ademas, Roncalli se convertía en el primer ‘Papa-pastor’. No le gustaba la oficina ni los papeles. Era un párroco. El primer Papa que, con sus salidas, comenzó a ejercer realmente de obispo de Roma. Con visitas a escuelas, universidades, seminarios, residencias, hospitales y cárceles, como la de Regina Coeli.

Un pontífice de carne y hueso, que rompía moldes con el nombramiento por vez primera en la historia de un cardenal negro y otro asiático. O con la publicación de dos encíclicas destinadas a permanecer en el tiempo y a convertirse en una especie de ‘Biblia católica’ para cimentar y marcar la hoja de ruta de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo moderno. La ‘Mater et Magistra’ de 1961 y la ‘Pacem in Terris’ de 1963 renovaron la doctrina social y política de la Iglesia.

Revolución en la Iglesia

Pero la gran obra del Papa Bueno, la que le consagra y le hace pasar a la historia de la Iglesia y de la humanidad fue la convocatoria del Concilio Vaticano II. Una decisión que nadie esperaba. El Papa era demasiado viejo, decían en Roma, para poner e marcha esta iniciativa. La Curia, siempre reacia a cualquier innovación, se oponía frontalmente, pero Roncalli, con su astucia heredada de varias generaciones campesinas, lo convocó por sorpresa el 25 de enero de 1959 y empezó a rodar el verano de 1960.

Y el 11 de octubre de 1962, 2.500 padres conciliares escuchaban sorprendidos el discurso inaugural del Concilio más universal y más abierto de la historia de la Iglesia. La institución entraba en fase de ‘aggiornamento’. Era la primera primavera eclesial. Juan XXIII, en contra de los “profetas de calamidades” de su propia Curia, abría de par en par las ventanas de la Iglesia, para sacudir el polvo de siglos acumulado y refrescar el aire en su interior con el soplo del Espíritu.

El Papa marcaba tendencia, recentraba el timón eclesial, ponía rumbo hacia una Iglesia de los pobres, más madre que madrastra, e inauguraba un ciclo eclesial progresista, que se prolongaría hasta el comienzo del pontificado del Papa Wojtyla, el pontífice que le va a acompañar en la subida a los altares.

Y eso que Roncalli murió el 3 de junio de 1963, antes de que dieran comienzo los trabajos de la segunda sesión conciliar. Pero en su corto papado de menos de cuatro años había iniciado una revolución. La iglesia dejaba de considerar al mundo como uno de los enemigos del alma y asumía las realidades temporales, con sus errores y posibilidades, como obra de Dios.

La Iglesia pasaba, en pocos años, de Trento a la Edad moderna, del latín a las lenguas vernáculas, de la prohibición de leer la Biblia a colocarla como libro de cabecera de los creyentes. De una iglesia piramidal a otra circular o Pueblo de Dios. De una jerarquía principesca con mantos de seda de seis metros a cardenales y obispos servidores de la comunidad. De un Papa-rey absoluto a pontífices pastores y servidores. Un cambio copernicano. Porque el Vaticano II fue, en esencia, una declaración de paz entre Dios y el hombre, entre el mundo y la Iglesia.

Sin el Concilio del Papa Juan, el catolicismo sería hoy una religión parecida al islam, sin cintura, sin flexibilidad, rigorista, integrista y anclada en una interpretación literal y, por tanto, errónea de la Biblia. Una religión sin futuro.
Impresionante muestra de duelo mundial

Esos fueron los principales méritos para la santidad del ‘Papa bueno’. Tantos y tan evidentes que los propios padres conciliares pidieron a su sucesor, Pablo VI que lo hiciese santo por aclamación, pero Montini no se atrevió. Y eso que su muerte se convirtió en un plebiscito sobre su santidad, que pedía a gritos el pueblo en una impresionante muestra de duelo mundial. Un fenómeno político-social inimaginable unos años antes. Y es que, en sus manos, la Iglesia había ganado el corazón del mundo.

El mundo se rinde ante el Papa que prefiere la misericordia a ” las armas de la severidad”. El Papa que resiste ante el poder de una Curia que no lo quiere; que inaugura el espíritu sinodal; que reivindica su papel de obispo y párroco de Roma; que deja de entrometerse en la política italiana; que visita a enfermos y presos; que siembra la paz e intercambia mensajes con un presidente ruso como Nikita Kruchev; que quiere “una Iglesia de todos, pero especialmente de los pobres”. Se llamaba Juan XXIII y Francisco parece su calco. No en vano son los dos papas de la primavera.

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