Koldo Aldai: Reverenciar la vida.*
Hay ideas que maduran en el consciente colectivo, que empiezan a saltar de mente en mente, señal indubitativa de que les ha llegado su hora aguardada. Tal es el caso de conceptos como “espiritualidad ecológica” o “ecología profunda”, que expresan, al fin y al cabo, nuestro anhelo de vivir más insertos en la Creación, su armonía y sus ritmos, más en comunión respetuosa y amorosa con la Tierra, nuestra Madre, y sus Reinos. En el ocaso de una civilización desacralizada y meramente consumista, en los estertores del paradigma individualista-materialistas, en el agotamiento de la sociedad que depreda sin medida agua, cielo y tierra…, conviene abrazar estos pensamientos simiente-esperanza. Conviene también dilucidar cómo los querremos encarnar, aplicar en nuestra vida cotidiana. Todo ideario deberá buscar su compromiso o conexión con la realidad.
Si deseamos que nuestra ecología sea comprometida, verdadera y “profunda”, conviene acertar cómo y hasta dónde deseamos “cavar”. “Reverenciar la Creación” puede ser un ejercicio de adoración pasivo o puede invitarnos a una actitud más proactiva, por ejemplo a calzar buzo, a coger carretilla, rastrillo y azada. Proponemos reverenciar la Vida, no sólo en el reclinatorio apartado, sino en medio de Ella.
La urgencia planetaria de nuestros días demanda que esa ecología profunda arraigue de forma preferencial en la educación. La educación de hoy nos permitirá visualizar y predisponer la sociedad del mañana. La huerta acerca al niño al asombro y éste desemboca a su vez en el agradecimiento. No podremos sumirnos en el sincero y profundo agradecimiento sin, en algún momento, dar con un Eco, sin encontrar Receptor, sin tropezar, tarde o temprano, con Aquello que nos desborda y que hemos convenido referir como “Dios”. Ese Dios, que felizmente ha mutado de arriba abajo nuestras vidas, siempre se hallará al final de todas nuestras rendiciones, no necesariamente al comienzo de la “instrucción” en el tradicional sentido del término.
Más que “conducir” (“educere”), abrir ventanas, puertas y oportunidades. Más que el ayer del encaminar, el mañana de creciente libertad y por lo tanto de sorpresa y descubrimiento. Quien es “conducido” a menudo querrá tomar relevo, protagonismo, delantera; a veces también deshacer el camino. La conducción férrea puede anunciar el postrero peligro del extravío. Por lo tanto, no tanto “conducir” al alumno a Dios por los caminos ya trillados y a menudo gastados, sino levantar las vallas y cerrojos, propiciar las condiciones para que en algún momento del recorrido se dé ese “tropiezo sagrado”, esa singular experiencia sin retorno, ese “hallazgo” que no tendrá vuelta hacia atrás.
El agradecimiento a la postre siempre desembocará en el Misterio sin Nombre. Estamos dibujando un nuevo recorrido para llegar a Dios, un nuevo trazado con todos sus borrones inevitables, con todos sus errores y despistes, con todas sus desazones…, sobre todo desbordados y desbordadas de un nuevo entusiasmo (‘En -Theos‘, que lleva a Dios dentro).
No tanto el academicismo libresco, la recepción pasiva de conocimientos por “divinos” que semejen, sino la experiencia directa, protagonista y vital. No tanto la metafísica inasible, sino la física, los procesos naturales visibles y cercanos. Que el niño, la niña pueda llegar a Dios, a lo Inombrable no precisamente memorizando un catecismo ajeno, a menudo ininteligible; sino en medio de la Naturaleza, cavando la tierra con la azada, sembrando la semilla y aguardando a que la magia de la planta, de la flor, del fruto… se revelen, lenta y silenciosamente, ante sus ojos maravillados.
Estamos cocreando una nueva educación que resuene con nuestra hora intensa, difícil, a la vez que cargada de oportunidades; una educación que prescinda cada vez más del aula pequeña entre las paredes e invite a salir al aula inmensa de la Creación, que nos permita darnos de bruces con su Origen. Ya no importa tanto los nombres que demos al Creador, tantas veces los Nombres nos han dividido y confrontado; lo que más nos interesa es propiciar ese santo “tropiezo”, capaz de enfocar nuestras vidas en el mejor de los sentidos: el de la absoluta rendición e infinito agradecimiento.
Koldo Aldai
* Resumen de la ponencia del autor en el próximo Encuentro Galilea 2022, “Espiritualidad ecológica”. https://www.centrovedruna.org/actividades/formacion/87/galilea-2022
Fuente Fe Adulta
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