Comentarios desactivados en “Amigas de Jesús ven al muerto vivo”, por Juan Masiá, sj
De su blog Vivir y pensar en la frontera:
Vimos un muerto vivo que da Vida
Contemplar, comunicar y comprometerse con la resurrección
| Juan Masiá SJ
El lunes de Pascua (ayer) corresponde leer el Evangelio según Mateo, capítulo 28, del v. 8 al 15. Pero esta mañana en mi celebración lo he proclamado leyendo desde Mt 27, 57 hasta el final del capítulo 28.
Así meditamos la secuencia completa, tras el entierro: desconcertadas por la muerte, se dejan llevar por el Espíritu en la vivencia contemplativa que las deslumbra con la gloria de El Que Vive; su Espíritu les hace posible despertar al misterio de la Vida y creer en la Luz de la Resurrección.
En esta secuencia se repite tres veces el Kôan de las dos Marías:
1) Las dos están ahí calladas
2) Las dos quieren ver
3) Las dos salen corriendo a comunicarlo, iluminación y extravío, sobresalto y gozo por la necesidad de comprometerse con la Buena Noticia.
Así comienza la misión, de la que nacerá la comunidad transmisora e intérprete de un mensaje que solo se puede testificar desde experiencias prácticas de contemplar, comunicar y comprometerse. Por parte de quienes reciban el mensaje, no se podrá entender hoy (como tampoco ayer ni mañana) la Buena Noticia, si no se presupone la praxis contemplativa, comunicativa y comprometida que nos permite dejarnos llevar por el Espíritu,que nos hace creer.
Decidnos, amigas de Jesús, qué vísteis por el camino con la mirada interior del Espíritu:sepulcrum Christi viventis, et gloriam vidimus Resurgentis.
Mt 27, 61: Después de enterrado Jesús y rodada la losa grande a la entrada del sepulcro, “estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas ante el sepulcro.
Desconcertadas por el enigma de la muerte pasan por la noche oscura. Como el pueblo creyente que se quedó un rato en silencio ante el Monumento la noche del Jueves Santo; o que se quedó en silencio ante el altar desnudo y la cruz sola a la caida de la tarde de un Viernes Santo, o ante el paso en procesión de un Jesús del Gran Poder…que parece no poder nada ni explicar por qué pasó lo que pasó y por qué Abba, el Padre se calla…
Mt 28, 1: Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. “ Quieren ver con mirada de atención a lo interior, quieren ver con los ojos del corazón al “muerto vivo”. “Querer ver” es uno de los Kôan básicos. Diría el Maestro Zen Dôgen que, en sincronía con mi querer ver, el Aliento de Vida que me hace querer ver me iluminará para que descubra la vida en la muerte…
El Espíritu de El Que Vive respondió a la búsqueda de las dos amigas de Jesús con la visión de la gloria, el Mensajero vestido de blanco sobre el sepulcro y el resplandor que deslumbra. Pero a todo eso precede un terrremoto. Siguen inseparables gozo y sobresalto.
Mt 28,8 Las dos Marías “se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos” No las creerán. Pero El Que Vive se adelanta a compensar su frustración:No tengáis miedo, seguid buscándome en la Galilea de la cotidianidad. Seguid siendo contemplativas, comunicativas y comprometidas. En esa Galilea me encontraréis y os encontaréis a vosotras mismas. Descubriréis que he subido a lo alto para llenarlo todo. A la luz de esa plenitud de vida comprenderéis el misterio del Pan de Vida, ”comerme es ser por mi comido” (Unamuno). Todo es sagrado para quien tiene ojos para verlo (Teilhard de Chardin), y todos las cosas que son resplandor de gloria te dirán quién eres tú y quien soy yo que quiero que viváis todos y todas en mí como yo vivo en Abba y Abba en mí…
Comentarios desactivados en Tiempo de Resurrección
Este tiempo,
que es tiempo de encuentros
y de abrazos,
se llama Pascua
y es tiempo de paso
porque Tú caminas
por los caminos de la tierra,
caminos de historia y vida,
a nuestro encuentro
para pacificarnos
y dar sentido a nuestros pasos,
ora vayamos a Galilea,
a Atenas o Roma,
estemos en el Egipto añorado
o nos hayamos establecido
en la Jerusalén de los sueños humanos.
Este tiempo,
siendo de paso,
es tiempo definitivo
para encontrarnos
y abrazarnos,
para que nos arda el corazón
y los ojos dejen de estar cegados,
para gozar tu presencia
y hacernos presencia tuya
y buena noticia para los hermanos,
ora estemos dentro o fuera,
vayamos por caminos
o estemos perdidos,
hayamos nacido en el norte
o caminemos hacia el sur
escondido u olvidado.
Este tiempo,
siendo definitivo,
es tiempo abierto
para probarlo todo
y quedarnos con lo mejor,
que para eso hemos nacido
y Tú nos has creado.
Y a no es tiempo de ayos
ni de leyes
ni de amos y padres
ni de otros señores,
porque sólo el amor
y la fraternidad
permanecen,
abren los corazones
y dejan al Espíritu libre.
Este tiempo, Señor,
es tu tiempo
y es mi tiempo,
es nuestro tiempo
libre de las trabas
que nos hemos creado.
¡Este tiempo es tiempo resucitado!
Comentarios desactivados en Pascua: Celebrando la visibilidad de las verdaderas identidades de Jesús y las personas trans.
La identidad de Jesús Resucitado se hace visible para María Magdalena. (Mosaico, Capilla de la Resurrección, Catedral Nacional de Washington)
La reflexión de hoy es de Michael Sennett, colaborador de Bondings 2.0.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor se pueden encontrar aquí.
El viaje de María Magdalena en la mañana de Pascua es un testimonio radical de visibilidad. Conmocionada por la visión de una tumba abierta y vacía, María se siente invadida por una ola de pánico. Ella corre hacia atrás para encontrar a los otros discípulos y revela que Jesús ya no está en la tumba donde esperaban que estuviera.
Mientras Pedro y el discípulo amado regresan a casa, María permanece temblando ante el sepulcro desnudo, consumida por la oscuridad de la madrugada y el dolor. Ella confunde al Cristo resucitado con un jardinero, hasta que él grita su nombre. María, consolada al instante, experimenta la alegría de Jesús resucitado. Ella sale una vez más, anunciando ahora la buena noticia del Señor venciendo la muerte, proclamando su visibilidad como Hijo de Dios.
Siguiendo a María Magdalena, hoy nos acercamos a la tumba para celebrar con asombro no solo el Domingo de Pascua, sino también el Día de la Visibilidad Transgénero y el último día del Mes de la Historia de la Mujer.
La visibilidad es un arma de doble filo para las personas transgénero y no binarias. Positivamente, brinda consciencia de nuestras luchas y triunfos, así como del simple hecho de existir. Compartir nuestros viajes fortalece la comunidad e inspira una comprensión renovada del género.
Sin embargo, la visibilidad también puede atraer transfobia y violencia. Se han quitado vidas preciosas al mundo porque se atrevieron a vivir auténticamente. Los católicos trans y no binarios estamos sujetos al dolor adicional de que nos digan que no somos dignos del amor de Dios y enfrentamos el rechazo de las comunidades de adoración.
La visibilidad es fluida; A veces una situación o entorno no es seguro para que las personas trans o no binarias vivan nuestra verdad abiertamente. Al navegar por la invisibilidad que nos impone el mundo, me consuela saber que somos visibles para Dios, quien nos sostiene en Su abrazo incondicionalmente amoroso.
Jesús también lucha con la visibilidad. El evangelio de Marcos, que escuchamos en las liturgias dominicales de este año, se basa en el Secreto Mesiánico. Mientras Marcos cuenta las historias de Jesús enseñando, predicando y realizando milagros, aprendemos que nuestro Salvador insta a sus seguidores a no revelar su verdad.
Pero la santidad de Cristo es visible para María Magdalena, una fiel discípula. Ella lo ve y lo acepta tal como es, incluida su relación con lo queer. Soltero, de unos 30 años, ciertamente no se adhirió a los estándares de relación típicos de la época. La acogida que Cristo dio al “otro”, especialmente a los excluidos de la sociedad, causó escándalo. Desafió la injusticia, literalmente y figurativamente volteando las cosas. La vida, las enseñanzas y los métodos de Jesús fueron extraños en respuesta al status quo. María Magdalena observó su extraña divinidad y le abrió su corazón.
Cuando Jesús declara su verdad, su visibilidad se produce a costa de su vida. A diferencia de muchos discípulos que huyeron, María se mantuvo firme en su testimonio de la visibilidad de Jesús, a través de su vida, pasión y muerte. Y ahora aquí está ella para ser testigo de Cristo resucitado.
Jesús se aparece primero a María Magdalena, un testimonio de su propia visibilidad como mujer en una sociedad opresivamente patriarcal. Amados, ella es la Apóstol de los Apóstoles, prueba de que las mujeres son, y siempre han sido, llamadas al liderazgo de la Iglesia, al lado de Jesucristo, nuestro Señor resucitado.
Así como Jesús reconoció la visibilidad de María, también nos ve a nosotros. Nosotros, que somos trans, que a veces tenemos que escondernos, somos visibles para él como todo nuestro ser, nuestras identidades transgénero creadas deliberadamente por las manos de Dios.
La visibilidad va más allá de los personajes trans en los medios y es más profunda que las capacitaciones sobre diversidad. La verdadera visibilidad es el reconocimiento de las almas y cuerpos de las personas transgénero. Es mirarlos no como pecadores como resultado de nuestro género, ni como errores, sino como creaciones maravillosas de Dios. Nuestra existencia y nuestras vidas son intencionales.
La Pascua es una temporada de alegría y esperanza para mí como hombre trans católico. Es la alegría de que Jesús, que nos ama tan intensamente, murió por nosotros y resucitó, iluminando nuestra verdad desde las tinieblas. Mi esperanza es que nuestra Iglesia note la luz de Jesús brillando sobre las comunidades marginadas, invitando a todos los católicos a reconocer y celebrar su visibilidad y vencer la oscuridad de la invisibilidad que alimenta la injusticia. ¡Entonces podremos verdaderamente aclamar a Cristo resucitado! ¡Aleluya, aleluya!
¡Felices Pascuas, Día de la Visibilidad Trans y Mes de la Historia de la Mujer!
Corramos, corramos para anunciar y para testimoniar el amor sin límite de Dios para todos los hombres
Con Cristo resucitamos a una vida nueva. Nos libera definitivamente del mal. Nos reúne allí dónde estamos.
Vida que renace cada mañana,
Vida renovada si confiamos en la palabra de los discípulos del Cristo que vieron sólo una tumba vacía,,
Vida renovada si dejamos a Cristo rodar cada mañana la piedra de nuestras tumbas para que brote en nosotros la esperanza del que nos abre el camino, el que nos envía hacia los demás..
Vida renovada que nos lleva a seguir a Cristo siendo los testigos de su resurrección.
Vida renovada que nos hace próximos y atentos a aquéllos que sufren abrumados por la desesperación, la enfermedad, la muerte.
Dejemosnos habitar por esta alegría pascual que nos iluminará hasta el día de Pentecostes donde llenos del Espíritu Santo, fuerza y alegría nos serán todavía renovadas para caminar humildemente con nuestro Dios, él que nos asegura su presencia todos los días de nuestra vida hasta el final de los tiempos.
¡Feliz Fiesta de Pascua!
*
Anne-Marie,
Sœur de la Communion Béthanie
***
En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!
Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!
Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.
Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».
Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.
*
P. Florenskij, cuore cherubico, Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim).
Comentarios desactivados en “¿Dónde buscar al que vive?”. Pascua de Resurrección – B (Juan 20,1-9)
La fe en Jesús, resucitado por el Padre, no brotó de manera natural y espontánea en el corazón de los discípulos. Antes de encontrarse con él, lleno de vida, los evangelistas hablan de su desconcierto, su búsqueda en torno al sepulcro, sus interrogantes e incertidumbres.
María de Magdala es el mejor ejemplo de lo que acontece probablemente en todos. Según el relato de Juan, busca al Crucificado en medio de tinieblas, «cuando aún estaba oscuro». Como es natural, lo busca «en el sepulcro». Todavía no sabe que la muerte ha sido vencida. Por eso el vacío del sepulcro la deja desconcertada. Sin Jesús se siente perdida.
Los otros evangelistas recogen otra tradición que describe la búsqueda de todo el grupo de mujeres. No pueden olvidar al Maestro que las ha acogido como discípulas: su amor las lleva hasta el sepulcro. No encuentran allí a Jesús, pero escuchan el mensaje que les indica hacia dónde han de orientar su búsqueda: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».
La fe en Cristo resucitado no nace tampoco hoy en nosotros de forma espontánea, solo porque lo hemos escuchado desde niños a catequistas y predicadores. Para abrirnos a la fe en la resurrección de Jesús hemos de hacer nuestro propio recorrido. Es decisivo no olvidar a Jesús, amarlo con pasión y buscarlo con todas nuestras fuerzas, pero no en el mundo de los muertos. Al que vive hay que buscarlo donde hay vida.
Si queremos encontrarnos con Cristo resucitado, lleno de vida y de fuerza creadora, lo hemos de buscar no en una religión muerta, reducida al cumplimiento y la observancia externa de leyes y normas, sino allí donde se vive según el Espíritu de Jesús, acogido con fe, con amor y con responsabilidad por sus seguidores.
Lo hemos de buscar no entre cristianos divididos y enfrentados en luchas estériles, vacías de amor a Jesús y de pasión por el evangelio, sino allí donde vamos construyendo comunidades que ponen a Cristo en su centro, porque saben que «donde están reunidos dos o tres en su nombre, allí está él».
Al que vive no lo encontraremos en una fe estancada y rutinaria, gastada por toda clase de tópicos y fórmulas vacías de experiencia, sino buscando una calidad nueva en nuestra relación con él y en nuestra identificación con su proyecto. Un Jesús apagado e inerte, que no enamora ni seduce, que no toca los corazones ni contagia su libertad, es un «Jesús muerto». No es el Cristo vivo, resucitado por el Padre. No es el que vive y hace vivir.
Comentarios desactivados en Él había de resucitar de entre los muertos”. Domingo 31 de marzo de 2024. Domingo de Pascua
Leído en Koinonia:
Hechos de los apóstoles 10,34a.37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección: Salmo responsorial: 117. Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. Colosenses 3,1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo. O bien: 1Corintios 5,6b-8: Quitad la levadura vieja para ser una masa nueva. Juan 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.
A) Primer comentario
Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.
Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.
El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.
La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos –antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados– para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.
Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.
El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net
B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»
Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación.
Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.
La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la “reviviscencia” de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un “mito”, como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.
La “buena noticia” de la resurrección fue conflictiva
Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús? Leer más…
Comentarios desactivados en 31.3.24. Pregón de Pascua: Ha resucitado en la tumba: Magdalena, María la de Santiago y Salomé
Del blog de Xabier Pikaza:
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras: “¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: “No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Ahora id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él os precede a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo (Mc 16, 1-6)
| Xabier Pikaza
Composición de lugar
Ayer, noche de Vigilia pascual, entre las diez y las once, en la iglesia de aldea de San Morales, frente a una pila bautismal antigua, he proclamado el pregón de pascua ante el cirio encendido ante unas cincuenta velas pequeñas de cristianos de las aldeas vecinas, Aldea-lengua, Aldea-Rubia y Huerta de Tormes.
Después oímos todos en silencio emocionado el Evangelio de las tres mujeres de pascua que leyó y comentó José Miguel, párroco de estas aldeas. Volví a casa, bajo un viento de nieve, pensando en las las tres y cien mujeres de mi vida pascual, mi madre y Mabel, con Sandra, la mujer de luz interior que espera que le mande en un momento este pregón.
Ya de mañana de pascua, con nieve en la finca aledaña y un cigüeña de nacimiento sobre el gran charco, he retomado unos apuntes que escribí hace años para la celebración de otra pascua semejante… unos apuntes que forman parte de la vida pascual de Jesús que nunca acabo de escribir.
Como todos saben, el primer signo religioso de la humanidad es una tumba llena de vida de Dios, un dolmen quizá, una bóveda subterránea donde la vida de los que mueres espera la resurrección.
Para los cristianos, el signo final de toda religión es una tumba que se abre a la luz de la vida de Dios (el anterior, el de los sacerdotes de Jerusalén está vació), con tres mujeres, madres, hermanas y amigas de la humanidad de Dios que es Jesús, en su misma tumba hecha cielo.
Para situar los personajes:
Con el recuerdo de mi madre, con Mabel que celebra la pascua con Santa Teresa, en Ávila, con Sandra que la celebra con su luz interior en Madrid, acabo de escribir estas reflexiones de mi pregón pascual ampliado: .
Las primeras “videntes” pascuales son tres mujeres: Una es Magdalena, bien conocida; otra es María la de Santiago (el hermano de Jesús, primer cristiano de Jerusalén, es, por tanto Myriam, la madre de Jesús, como sabe el evangelio de Juan); la tercera es Salomé, la pacificada (=Salomona), que es quizáel Discípulo Amado de Juan, cada no de nosotros.
La experiencia pascual de las tres mujeres (signo y compendio de toda la iglesia) no se realiza fuera, sino dentro de la tumba, excavada en la roca. No quedan a la puerta, el templo dice que entran; una tumba grande, alta, signo y compendio de la nueva humanidad. Conforme a una tradición antigua, allí fue enterrado también Judas, a quien Jesús resucitó (como a Adán y a los creyentes antiguos); allí tenemos que entrar nosotros y morir con Cristo, como dice Pablo en Rom 6, la lectura principal de la liturgia de Pascua.
No podemos quedar fuera como espectadores, sino de entrar en la tumba, morir con Jesús, como entraron, murieron y vivieron aquellas tres primeras mujeres. Entraron por nosotros, nos abrieron el camino. Si no entramos y morimos con Jesús no sabremos lo que es Pascua, resurrección de Dios, nos lo perderemos.
El texto que sigue forma parte de un relato más extenso de la vida y muerte de Jesús en nosotros, comentario y expansión de lo que dijo una vez y para siempre Marcos. Adáptelo cada uno a su propia vida. Escriba en ella y con ella su experiencia pascual
Para los que no tienen menos tiempo el texto puede acabar aquí. Vuelvan atrás y lean el texto de Marcos. Para mis amigos que tangan más tiemplo, como Mabel, Josefa y Sandra he escrito el texto/relato imaginativo, simbólico que sigue: que entren en la tumba, que mueran y resuciten con Jesús. Feliz pascua a ellos y a todos.
RESUCITÓ EN LA TUMBA, LA TRES MUJERES (CON JUDAS Y MALKO)
las tres amigas de Jesús Nazoreo (su madre, Magdalena y Salome), salieron de madrugada del Cenáculo y pasaron veladas por delante del Gran Templo de Salomón y Herodes. Estaba inmensamente vacío, como pura sombra muerta sin resurrección. Miraron hacia dentro y vieron que velo de separación del Santo y Santo de los Santos se había rasgado en dos y estaba caído en el suelo. Era la muerte de la muerte pura nada.
Pero en vez de pararse y llorar, con algunos sacerdotes antiguos, se apresuraron y siguieron corriendo, hacia la Gehenna, el lugar de la sepultura de los hombres reales, donde habían excavado la tumba de Jesús, para enterrarlo para siempre.
Así corriendo llegaron al lugar de la tumba sepulcro, en la Alta-Gehenna, cuando los soldados de la guardia romana ya se habían ido, por cansancio y miedo, jurando que su oficio no era guardar un cadáver, a pesar de lo que habían mandado Caifás y Pilatos.
Magdalena repasaba en su corazón los temas pendientes. Ahora que Jesús no estaba, ella asumió su herencia, como si tuviera que resolver los problemas que él dejaba pendientes. Sin duda, pensaba también en sí misma, en su nueva situación de soledad, en su inmenso dolor de mujer tres veces abandonaba… Pero le interesaban más las cosas de Jesús y sus amigos que en las suyas propias: Los discípulos de Jesús, sus pobres y enfermos, su tarea…
Ellos eran su mayor preocupación, los amigos de Jesús, y así quería contárselo a él en su tumba, para descargarse de sí misma y llenarse de Jesús, para morir con él y ser resucitada. Jesús no le había impuesto ninguna obligación, pero ella había asumido la de retomar y seguir el camino de Jesús, con las otras dos mujeres, Myriam, la madre de Jesús y Salomé, su amiga. No podía consultarlo con Jesús B.-Abbas, que había marchado para reorganizar a su gente, ni con Malko, a quien Pilatos había pedido, como último servicio, que le acompañara hasta Jope.
De un modo especial, debería ocuparse de los Once, pero no estaba sola. A su lado corrían la madre de Jesús y Salomé…. Con ellas tendría que buscarles, iría a Galilea, llegaría al fin del mundo para transformar su muerte en vida, para lograr con ellos lo que Jesús no había conseguido en este mundo: Que creyeran de verdad y buscaran el Reino … Debería animar además a sus amigas del mundo, para que formaran una comunidad o iglesia de Jesús.
Era espantoso saber que estaba muerto, pero ella le sentía vivo. Le daba vergüenza confesarlo, no se lo podía decir a nadie, porque le acusarían de loca, pero era así. Le había resucitado una vez en Caná de Galilea, otra en el burdel de Cesarea, y ahora sentía, sabía, que le resucitaría por tercera vez aquí en su tumba.
Pararon un momento para respirar, y se lo dijo a Myriam y Salomé… ellas también respondieron: Está vivo en nosotros, él nos hace caminar.
En eso pensaba Myriam cuando llegó a la cumbre de la colina de la Gehena y le llenó de pronto la imagen de la sinagoga de Nazaret donde Jesús había sido concebido en gran silencio y turbación de esperanza.
Con temblor inmenso miró hacia el hueco de la Gehena, como si pudieran estar allí los siete ángeles/soldados de Nazaret, pero no estaban. Todo el hueco de la tumba era un vacío de roca, sin cadáveres, guardianes ni cerraduras. Así lo vieron las tres mujeres y empezaron a bajar corriendo: La piedra corredera se hallaba descorrida, los sellos de plomo rotos, y la tumba abierta de par en par… de forma que pararon en silencio a unos pasos de la entrada, dándose la mano sin decirse nada
Uno de los celotas que Jesús B.Abbas había colocado en discreta vigilancia, se acercó y les dijo que había sucedido algo extraño, como si un ángel hubiera rodado con su luz la piedra redonda de la boca de la tumba, derritiendo los sellos de plomo, de forma que los soldados romanos de guardia habían huido, probablemente por miedo, sin decir nada a nadie, antes de las luces del alba. Podían mirar: Sellos derretidos, sin haber sido forzados, sin señal de violencia ni a la entrada ni en el centro ni al fondo de la tumba.
Entraron las tres… y la tumba les pareció enorme, inmensa, todo el universo….y vieron todo como lo dejado el viernes de la muerte. Pero el cuerpo de Jesús, sobre una sábana limpia en la tarima central no estaba, ni el cuerpo de Judas, sobre la tarima de la izquierda.
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.
EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.
El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).
¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.
A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
HERMANOS:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios.
Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
El amanecer de la Pascua comienza en medio de la oscuridad. Y las primeras señales de vida se dan en un paisaje de muerte.
Es curioso cómo tendemos a separar e incluso a enfrentar realidades que ni siquiera son opuestas, solo que unas nos gustan más que otras. O ni siquiera eso. Solo que unas creemos que nos hacen felices y las otras no.
Dividimos nuestra vida entre experiencias positivas y experiencias negativas. Asociamos lo positivo a lo que nos hace disfrutar sin ningún esfuerzo y lo negativo a lo que nos hace sufrir. Por esta regla de tres salir una noche con los amigos es positivo y pasar días estudiando para un examen negativo. Todo junto es un engaño.
La vida, y cada una de nuestras historias, no son una película en blanco y negro. Nuestra vida no está dividida en dos, por un lado la luz y, por el otro, la oscuridad. No, la vida, la realidad es a todo color. Todas las experiencias están llenas de luz y salpicadas de oscuridad. Lo más valioso suele venir con el corcho protector del esfuerzo y más de una vez en la caja del sufrimiento.
El sufrimiento no es positivo o negativo, tampoco la alegría. Hay alegrías tremendamente destructivas. La búsqueda de la alegría fácil e inmediata destruye a muchas personas. De la misma manera hay sufrimientos que engrandecen y liberan.
La vida es una armonía de luces y sombras, silencios, ruidos y melodías. Si la vivimos en blanco y negro resulta monótona y caprichosa. Cuando la disfrutamos a todo color y en todas sus dimensiones es apasionante.
Este es el mensaje de la mañana de Pascua. La vida no es ni blanca ni negra. Es blanca, negra y de otros muchos colores. La vida y la muerte no son dos cosas separadas. Tampoco la alegría y el sufrimiento son opuestos.
El secreto está en seguir buscando. María Magdalena, aún a oscuras va a buscar. En su oscuridad busca un cadáver en un sepulcro, pero en su camino amanece y encuentra la VIDA. Y tú, ¿todavía buscas?
Oración
Danos, Trinidad Santa, un corazón de buscadoras que nos haga avanzar incluso en la noche. Que nos haga atravesar nuestros paisajes de muerte. Y danos, también, esos ojos que descubren la VIDA. Amén.
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Jn 20, 1-9
La realidad pascual es la más difícil de meter en conceptos mentales. La palabra Pascua tiene unas connotaciones bíblicas que pueden llenarla de significado, pero también pueden enredarnos en un nivel puramente terreno. Lo mismo pasa con la palabra resurrección. También ésta nos constriñe a una vida y muerte biológicas, que nada tienen que ver con lo que pasó en Jesús y pasará en nosotros.
La Pascua bíblica fue el paso de la esclavitud a la libertad, pero entendidas de manera material. También la Pascua cristiana tiene el sentido de paso, pero en un sentido distinto. En Jesús, Pascua significa el paso de la MUERTE a la VIDA; las dos con mayúsculas, porque no se trata ni de la muerte física ni de la vida biológica. Juan lo explica en el diálogo de Nicodemo. “Hay que nacer de nuevo”. Y “De la carne nace carne, del espíritu nace espíritu”. Sin este paso, nada puede tener sentido.
Cuando el grano de trigo cae en tierra desarrolla una vida que ya estaba en él en germen. Cuando ha crecido el nuevo tallo, no tiene sentido preguntarse que pasó con el grano. La Vida que los discípulos descubrieron en Jesús, después de su muerte, ya estaba en él antes de morir, pero velada. Solo cuando desapareció como viviente, se vieron obligados a profundizar. Al descubrir que ellos poseían esa Vida comprendieron que era la misma que Jesús tenía antes y después de su muerte.
Teniendo esto en cuenta, podemos intentar comprender el término resurrección. En realidad, no pasó nada. Su Vida Definitiva no está sujeta al tiempo ni al espacio, por lo tanto, no puede “pasar” nada; simplemente continúa. Su vida biológica, como toda vida, era contingente, limitada, finita, y no tenía más remedio que terminar. Como acabamos de decir del grano de trigo, no tiene ningún sentido preguntarnos qué pasó con su cuerpo. Un cadáver no tiene nada que ver con la Vida verdadera.
Pablo dice: Si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Yo diría: Si nosotros no resucitamos, nuestra fe es vacía. Aquí está el meollo de la resurrección. La Vida de Dios, manifestada en Jesús, tenemos que hacerla nuestra, aquí y ahora. Si nacemos de nuevo, si nacemos del Espíritu, esa vida es definitiva. No tenemos que temer la muerte biológica, porque no le afecta en nada. Lo que nace del Espíritu es Espíritu. ¡Nosotros empeñados en acudir al Espíritu, para que permanezca nuestra carne!
Los discípulos experimentaron como resurrección la presencia de Jesús después de su muerte, porque para ellos había muerto. La muerte en la cruz significaba la destrucción total de una persona. Los que le siguieron de cerca vieron destrozada su persona. Aquel en quien habían puesto sus esperanzas había sido aniquilado. Por eso, la experiencia de que seguía vivo fue una verdadera resurrección.
Nosotros sabemos que la verdadera Vida de Jesús no puede ser afectada por la muerte y, por lo tanto, no cabe en ella ninguna resurrección. Pero con relación a la muerte biológica, no tiene sentido la resurrección, porque no añadiría nada al ser de Jesús. Como ser humano era mortal, es decir su destino natural era la muerte. Nada ni nadie puede detener ese proceso. Pero su verdadero ser era la Vida definitiva.
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Jn 20, 1-9
«Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero; vio y creyó»
Los especialistas afirman que los textos de la Pasión relatan hechos que ocurrieron, mientras que los textos de la Resurrección y de la Ascensión expresan la fe de las primeras comunidades. No tenemos forma de saber en qué consistió la “experiencia pascual” que provocó esa fe. Pudo haber sido fruto de algún suceso extraordinario como se relata en el evangelio, o pudo haberse reducido a una vivencia interior que marcó desde entonces la vida de quienes la experimentaron. No lo sabemos.
Lo que sí sabemos es que esa experiencia cambió radicalmente su vida, y que a partir de entonces la dedicaron en exclusiva a proclamar su fe en el crucificado-resucitado. Sabemos también que por ello padecieron persecución y muerte, pero que, a pesar de todo, no cejaron en su empeño para que su fe llegase hasta nosotros. Y esto no es nada simbólico, sino un hecho tan real como la crucifixión.
Pero ¿hasta qué punto compartimos hoy aquella fe arrolladora por la que tantos dieron su vida?…
Me importa Jesús porque creo que es el cauce para llegar a Dios, y la existencia de Dios afecta a mi vida. Es fácil para mí creer en Jesús como un maestro de sabiduría convincente como ninguno. Me convence su persona y su mensaje, pero adquiere para mí toda su importancia cuando advierto que esa persona que me resulta tan fiable en tantas cosas, funda toda su vida y su palabra en Dios; cuando veo que toda su innegable sabiduría hace referencia a Dios.
Pero, como decía Ruiz de Galarreta: «Esto me plantea un dilema, ¿Haré mía su doctrina o haré mío también su Dios?… Y me siento tentado a aceptar al maestro de sabiduría hasta cierto límite; concretamente hasta que empieza a hablar de Dios y de sí mismo, porque me parece que en ese campo su discurso carece de lógica. Y me convierto en su juez: le acepto siempre y cuando me parezca correcto, pero prescindo de él cuando su mensaje no resulta compatible con mi mentalidad. ¿Qué pasa?… ¿Que es fiable en algunos terrenos y delira en otros? ¿Soy yo más sabio y fiable que él para poder juzgar hasta dónde tiene razón?» …
Quienes le conocieron y creyeron, lo aceptaron primero como persona excepcional, luego como maestro extraordinario, más tarde como el Mesías esperado… La crucifixión parecía evidenciar que Dios no estaba con él (sino con los sacerdotes que le habían vencido), pero a pesar de ello, creyeron que a Jesús no se le puede comprender “desde abajo”; que Jesús se explica desde Dios. Y le llamaron “el hijo de Dios” o “el hombre lleno del Espíritu”, e incluso lo identificaron con Dios…
Y ya sabemos que son simples aproximaciones, simples analogías, pues lo que ellos querían expresar no es posible ser expresado con palabras y recurrieron a fórmulas propias de su cultura. Fórmulas que quizás hoy ya no nos sirvan, pero no debemos olvidar que en esas fórmulas se encierra una doble convicción. Primero, que Jesús de Nazaret fue un ser humano tan humano como cualquiera de nosotros. Segundo que fue una presencia de Dios como en ningún otro ser humano se haya dado; tan fuerte y real como su propia condición humana.
Y ésta es la fe que transmiten los textos de la Resurrección y la Ascensión. Quizá no sean demasiado acordes a nuestra mentalidad, y por eso es importante ver la realidad que hay detrás de estas expresiones y aceptar su significado. Se trata de responder a la pregunta más importante que puede plantearse cualquier cristiano: ¿Hasta qué punto creo en Él?
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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PASCUA DE RESURRECCIÓN (B)
(Jn 20, 1-9)
Este pasaje, al igual que los relatos pascuales, no es una simple crónica de un acontecimiento pasado extraordinario. Es un testimonio personal de fe que trata de provocar la fe de los demás. Por eso conviene leerlo, no como meros espectadores, sino como protagonistas de un hecho que nos sigue interpelando, nos suscita preguntas, nos invita a salir de nosotros mismos, “al amanecer”, “el primer día de la semana”, nos hace “asomarnos”, “cuando aún está oscuro”, nos acerca a Jesús para tratar de comprender la causa de su muerte, es decir, la pasión por el reino. Todo ello nos concierne personal y comunitariamente.
Es el testimonio de Juan que entró, “vio y creyó”; le sobran todas las palabras y cree. María Magdalena y Pedro, “llegan corriendo” y, tras unos momentos de asombro, de aturdimiento, experimentan el despertar de una nueva vida para el mundo. Se dan cuenta de que la muerte, la losa quitada del sepulcro, ha sido transformada en vida, las vendas y el sudario enrollado en un sitio aparte. Se ilumina una certeza y se experimenta una Presencia: Cristo ha resucitado.
Al igual que Juan, a quien Jesús quiere, nosotros/as también contemplamos la escena y experimentamos, sin exigir “pruebas” o “argumentos” racionales, intelectuales, una mirada nueva que trasciende el tiempo, el espacio, la lógica de la mente, algo nuevo que acontece en el corazón humano, allí donde reside y se expresa el amor.
La Pascua nos remite a ser levadura nueva que hace fermentar toda la masa. Es un cambio de perspectiva. Se vislumbra un horizonte inesperado. Los símbolos de la luz, el fuego, el agua, quieren significar aquello que es imprescindible para la vida. Por eso recordamos nuestro bautismo; no es algo estático, una foto del pasado que ocurrió un día concreto, sino que la realidad significada de esa Vida divina en mí, he de hacerla presente y vivirla durante mi vida biológica, finita, temporal. No hay, pues, muerte sino vida. “La muerte está absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria”? (1 Cor 15,55). “Por el bautismo hemos sido sepultados con Cristo quedando vinculados a su muerte, para que así como Cristo ha resucitado… por el poder del Padre, así también nosotros llevemos una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya”. (Rom 6, 4-5).
Jesús, como ser humano, alcanzó la plenitud de Vida del mismo Dios. Supo morir a su condición terrenal, a su egoísmo, al poder, a la opresión y se entregó por entero a los demás, llegando a la plena humanidad como hombre mortal. Manifestó que esa era la meta de todo ser humano, el único camino para hacer presente lo divino de Dios en él. Esa consciencia fue posible al haber experimentado a Dios como Don. La Vida definitiva, la vida eterna es la de Dios.
Lo divino no es asunto de la razón, solo puede ser objeto de fe. Se trata de una experiencia interior a la que no puede llegarse por razonamientos o demostraciones. La resurrección nos habla de una fe que se vive en medio del camino, que no rehúye la cruz, el sufrimiento, el sinsentido. Dicho de otro modo, “El verdugo no triunfó sobre la víctima” (Jon Sobrino). Jesús sabe lo que se le viene encima, pero en fidelidad y coherencia radical a su Padre, lo acoge, lo abraza y se abandona en manos de su Abbá. Sólo amando como él nos amó, podemos hacer nuestra la Vida de Dios que es Amor.
Hagamos nuestra la resurrección de cada día…
Si descubrimos signos de compasión, sensibilidad y esperanza en medio de un mundo desgarrado por el dolor, el sufrimiento y el sinsentido.
Si sabemos renacer cada día, re-animarnos y morir a nuestro ego, a nuestro individualismo, al mercantilismo imperante.
Si construimos un mundo más habitable a nuestro alrededor, convencidos de que las guerras, el odio, la venganza y la maldad no pueden triunfar jamás.
Cuando ponemos nuestra gota en el océano, nuestros recursos (aun limitados) a disposición de quienes lo han perdido todo en desastres naturales, en guerras genocidas, o circunstancias concretas: incendios, pérdida de trabajo, salud…
Cuando “nos mojamos” y nuestro compromiso se dirige y beneficia a hermanos y hermanas nuestras, más allá de lazos familiares, fronteras y divisiones de cualquier tipo.
Cuando damos testimonio y somos mediadores del evangelio de Jesús en nuestro entorno y en la comunidad de una iglesia sinodal.
Si somos capaces de enterrar la semilla, es decir, ir más allá de lo que sabemos y pensamos, tener la sabiduría de esperar y confiar en que se desarrollará la potencialidad de mi ser.
Si nos hemos dejado cautivar por el testimonio de otros/as cristianos/as, creyentes o no, que nos han dado ejemplo y han guiado nuestra existencia.
Si creemos en el Dios de la vida, en una humanidad más justa y en paz junto con quienes compartimos la pasión por el Reino, por la tierra que amamos, por el universo que nos acoge en su grandeza y vulnerabilidad.
Cuando confiamos, aun con dudas y paso a paso, en que la muerte no tiene la última palabra, sino la Vida definitiva que el buen Dios soñó para cada uno/a de nosotros/as.
Cuando me abrazo a mí mismo/a confiando en el plan de Dios que ha trazado desde el principio para mí, aun en los momentos de oscuridad, temor o desesperanza, pues sólo Él abraza mi vida llevándola a su plenitud.
Hoy, canto de gozo en esta nueva Pascua, al percibir que todo mi ser fluye en Él, en la misma vida de Dios, Amor Trinidad.
No parece cuadrar el hecho de que, ante el anuncio de una buena noticia, la reacción sea de temblor, espanto y miedo paralizante, que les impide incluso obedecer el mandato del ángel. ¿Qué significa ese miedo que produce mutismo?
Como no puede ser casual que el evangelio de Marcos termine con esa frase (lo que sigue es un añadido posterior), puede haber un doble motivo que lo explique. Por un lado, el autor nos estaría diciendo que el relato del anuncio de la resurrección es una construcción simbólica, sin asomo de literalidad. Por otro, se haría eco de la situación de los primeros discípulos que, a pesar de su adhesión a Jesús, no logran superar el miedo.
Ante el hecho de la muerte, solo nos queda el silencio. Podemos sentir la presencia de la persona que ha marchado, pero cualquier otro añadido no es sino una construcción mental, adornada al gusto de quien la realiza, pero sin base alguna verificable. Podemos aventurar que, tras la muerte, permanece aquello que no nació, pero eso deja fuera al yo personal.
Sin duda, los discípulos siguieron sintiendo de manera viva la presencia de su amigo y maestro, llegando incluso a creer ciegamente en su resurrección física. A partir de ahí, elaboraron una serie de relatos con los que, de manera simbólica y catequética, expresaban su creencia, a la vez que animaban a otros a adherirse a ella.
Más allá de cualquier impresión subjetiva, tras el silencio que impone la muerte, no encuentro mejor metáfora para hablar de ella que la del río que desemboca en el mar. El río pierde su nombre y su forma, tiembla de miedo ante el mar que se abre ante él, pero es justamente, al entregarse, cuando se descubre como agua. Ha muerto la “forma” de río; permanece el agua. Y es en esa misma “agua” donde todos nos encontramos, porque constituye nuestra identidad más profunda. Más allá del “río” único de cada cual -de nuestra personalidad-, nos reconocemos uno en el “agua” -nuestra identidad común y compartida- que trasciende todas las formas.
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
Bueno será que ante los relatos de la resurrección del Señor activemos la sensibilidad poético-simbólica. Será la única manera de ver y comprender estas cosas, la vida y la muerte.
01.- El primer día de la semana, al amanecer – estaba oscuro.
El primer día de la semana hace referencia en san Juan al primer día de la creación, cuando Dios separó la luz de las tinieblas…
En el jardín del Paraíso brotó la vida: Adán. El sepulcro de Jesús está en un jardín (Jn 19,41), un nuevo paraíso de donde brota la nueva vida, La resurrección.
La resurrección de Cristo es la nueva creación de la humanidad.
María Magdalena va al sepulcro al amanecer, sin embargo el relato resalta la escena diciendo que era de noche, (“en tinieblas”, dice el texto original).
El evangelio de Juan emplea varias contraposiciones: “verdad-mentira, muerte-vida, luz tinieblas”. La contraposición “luz / tinieblas” tiene gran significado en este evangelio y en todos los tiempos y situaciones.
La oscuridad, las tinieblas indican siempre la carencia de Cristo.
Nicodemo va donde Jesús en la noche de la vida.
Era de noche cuando los discípulos en la barca en la tempestad del lago no reconocen al Señor.
Judas actúa de noche.
Los discípulos no ven al Señor resucitado junto al lago, porque están de noche.
Había amanecido, era de día, hay luz, hay vida, pero Magdalena y el grupo estaban a oscuras, en tinieblas.
También hoy en día es de día, existe la luz, pero estamos en una noche cultural – social cerrada, lo mismo que en la ética, política, solidaridad y seguramente en un ocaso eclesiástico. Al menos en Occidente la noche es tupida, estamos en tinieblas.
02.- Magdalena corre al sepulcro
María Magdalena no se queda quieta ante la muerte de Jesús. Sale en búsqueda del Señor.
(Es clara la alusión al libro del Cantar de los Cantares, libro de bodas del AT en el que la mujer busca al amado).
Magdalena amó al Señor en vida, lo amó al pie de la cruz y lo ama en la muerte. Por eso sale en busca de Jesús.
Ella vio -contempló- la muerte de Jesús el viernes a mediodía, pero ni tan siquiera lo “ve” muerto, no está en la muerte. ¿Dónde está?
¿Qué hay tras la muro de la muerte? ¿Todo ha concluido en el fracaso? No sabemos dónde han puesto al Señor.
También a nosotros nos acosan estas cuestiones: ¿qué hay tras la barrera de la muerte? ¿Dónde están nuestros difuntos?
Quizás hoy en día ni tan siquiera se permite preguntarse por la muerte y nuestro futuro. Mejor que no afloren estas cuestiones. Mejor no tener esperanza en nada.
Magdalena vuelve corriendo al grupo, a la comunidad para comunicar la situación.
Hoy en nuestra sociedad nadie volverá al grupo, a la comunidad, a la ikastola o a la universidad para transmitir estas cuestiones y esta fe.
Ni tan siquiera vemos más allá de los signos externos de la muerte, de la desesperanza. El pesimismo nos embarga, las guerras para nosotros son un espectáculo del telediario, la triste situación eclesiástica, etc.
03.- El Discípulo amado y Pedro
Los dos discípulos son significativos. Pedro y el Discípulo Amado corren. Simón Pedro (símbolo del poder) y el discípulo a quien quería Jesús, el discípulo Amado (símbolo del amor del Señor). Los dos corrieron.
Este texto tiene un gran movimiento:
María Magdalena corre hacia el grupo.
El Discípulo Amado corre al sepulcro y llega primero.
Pedro, más lento, pero también llega.
Quien más ama, más corre
A la vida, a la esperanza en la vida se llega antes y mejor por el amor y la bondad que por otros caminos.
El amor crea esperanza.
Probablemente ninguna ideología, ni la economía, ni las ciencias ni los mismos entramados eclesiásticos lo creen, pero solamente la resurrección y el amor son el fundamento de la esperanza absoluta. [1]
La esperanza definitiva no descansa en los resultados de las elecciones, ni en el sueldo (economía), ni en la curia romana o en el Obispado. La esperanza cristiana descansa en el amor del Señor resucitado.
A veces nos preguntamos si habrá un “más allá” y “cómo será”.
El “más allá” es -como en el “más acá”-: el amor.
San Pablo dice:
”El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la ciencia desaparecerá, pero el amor no pasará nunca.” (1Cor 13,8)
Cuando tenemos la experiencia del amor, de amar y ser amados, algo de eso es resucitar y algo de eso es el cielo
04.- Feliz Pascua.
Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que ama, corre, vey cree, la vida cambia.
Es el amor, el Discípulo Amado, el que intuye y cree en la vida.
Tenemos prisa –corrieron– por vivir. La vida no espera, siempre tiene -no ansiedad- sí prisa.
Desde la Resurrección del Señor:
Feliz Pascua y corramos hacia la vida.
[1] El político –o expolítico- cristiano: Javier Retegui, uno de los primeros “discípulos” de D José Mª Arizmendiarreta, decía (Diario Vasco) hace unos días que el futuro de la sociedad no está –al menos no está únicamente- en la política.
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Textos para la Vigilia Pascual
Primera lectura:
Génesis 1,1-2,2
Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno
Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: “Que exista la luz.”
Y la luz existió.
Y vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la luz “Día”; a la tiniebla, “Noche”.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.
Y dijo Dios: “Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas.”
E hizo Dios una bóveda y separó las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda.
Y así fue.
Y llamó Dios a la bóveda “Cielo”.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.
Y dijo Dios: “Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezcan los continentes.”
Y así fue.
Y llamó Dios a los continentes “Tierra”, y a la masa de las aguas la llamó “Mar”.
Y vio Dios que era bueno.
Y dijo Dios: “Verdee la tierra hierba verde que engendre semilla, y árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra.”
Y así fue.
La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.
Y dijo Dios: “Que existan lumbreras en la bóveda del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra.”
Y así fue.
E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche, y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.
Y dijo Dios: “Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo.”
Y creó Dios los cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el agua hizo pulular según sus especies, y las aves aladas según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
Y Dios los bendijo, diciendo: “Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra.”
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.
Y dijo Dios: “Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies.”
Y así fue.
E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los reptiles según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.”
Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.
Y los bendijo Dios y les dijo: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.”
Y dijo Dios: “Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la hierba verde les servirá de alimento.”
Y así fue.
Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.
Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos.
Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho.
*
Salmo responsorial: 103.
Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Bendice, alma mía, al Señor;
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. R.
Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas. R.
De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto. R.
Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre. R.
Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor! R.
O bien; :
Salmo responsorial: 32.:
La misericordia del Señor llena la tierra
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano. R.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.
*
Segunda lectura:
Génesis 22, 1-18
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe
En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: “¡Abrahán!” Él respondió: “Aquí me tienes.” Dios le dijo: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.”
Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.
El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos. Y Abrahán dijo a sus criados: “Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.”
Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre: “Padre.”
Él respondió: “Aquí estoy, hijo mío.”
El muchacho dijo: “Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?”
Abrahán contestó: “Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.”
Y siguieron caminando juntos.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: “¡Abrahán, Abrahán!”
Él contestó: “Aquí me tienes.”
El ángel le ordenó: “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.”
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.
Abrahán llamó aquel sitio “El Señor ve”, por lo que se dice aún hoy “El monte del Señor ve”.
El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: “Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa.
Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.”
El centro de esta vigilia no es un cuerpo, ni muerto ni vivo, sino el fuego y el agua. Ya tenemos la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Fuego y agua son los dos elementos indispensables para la vida biológica. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no puede haber vida: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo es agua. Recordar nuestro bautismo es la clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy, fuego y agua simbolizan la nueva Vida de Jesús, porque le recordamos VIVO y comunicando VIDA.
La vida que esta noche nos interesa, no es la física, ni la psíquica, sino la trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas dos vidas, nos hemos armado un buen lío con la resurrección de Jesús. La vida biológica tiene poca importancia para la realidad que estamos tratando. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. La vida psíquica tiene importancia, porque es la que nos capacita para alcanzar la espiritual. Solo el ser humano, que es capaz de conocer y de amar, puede acceder a la Vida divina. Si nuestra preocupación se limita a la vida biológica, estamos perdidos.
Lo que estamos celebrando esta noche es la llegada de Jesús a esa cumbre. Jesús, como hombre, alcanzó la plenitud de Vida. Posee la Vida definitiva, que es la de Dios. Esa vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero creo que no es hoy el más adecuado porque inconscientemente lo aplicamos a la vida biológica y psicológica, que son las que nosotros podemos descubrir por los sentidos. Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo, palpando o razonando. Es de otro orden.
Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir la divinidad de Jesús. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de fe. Para los apóstoles, como para nosotros, se trata de una experiencia interior de fe. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren que tiene que estar necesariamente VIVO.
Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la Vida. Por eso tiene en esta vigilia tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. Jesús estuvo constantemente muriendo y resucitando. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida, la divina. Tenemos una concepción estática del bautismo. Creemos que hemos sido bautizados un día y una hora y que allí se realizó un milagro. Hay que tomar conciencia de lo que es un sacramento.
Todos los sacramentos están constituidos por dos elementos: un signo y una realidad significada. El signo es lo que podemos ver oír, tocar. La realidad significada ni se ve ni se oye ni se palpa, pero está ahí siempre porque depende de Dios. En el bautismo, la realidad significada es esa Vida divina que significamos para descubrirla presente y vivirla. Un día han hecho el signo sobre mí, pero vivir lo significado es tarea de toda la vida. Cada día, tengo que estar haciendo mía esa Vida. Y el único camino para hacer mía la Vida de Dios, que es AMOR, es superando el egoísmo.
Comentarios desactivados en “La vida cristiana consiste en comunicar la Buena noticia de la vida resucitada que Jesús alcanzó para toda la humanidad“, por Consuelo Velez.
De su blog Fe y Vida:
Jueves Santo: Cuando el discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida, es capaz de testimoniar ese mismo amor de Dios a los demás
Viernes Santo: El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
Vigilia Pascual: El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos testimoniar en todos nuestros actos
JUEVES SANTO
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. Entonces llegó a Simón Pedro. Éste le dijo: Señor, ¿tú lavarme a mí los pies? Jesús respondió, y le dijo: Ahora tú no comprendes lo que yo hago, pero lo entenderás después. 8 Pedro le contestó: ¡Jamás me lavarás los pies! Jesús le respondió: Si no te lavo, no tienes parte conmigo. Simón Pedro le dijo: Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No todos están limpios. Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: ¿Saben lo que he hecho con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Porque les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes(Jn 13, 1-15)
Muchas veces decimos que “una imagen vale más que mil palabras” y la lectura de hoy podría encarnar el contenido de esa frase. Lavar los pies era propio de los esclavos en esos tiempos y Jesús, precisamente asume ese papel. Podemos darle todas las explicaciones racionales al cristianismo para justificar una u otra práctica, una u otra estructura eclesial, una u otra norma litúrgica pero todo eso pierde peso ante este gesto del lavatorio, gesto de servicio, de generosidad, de abajarse ante la dignidad de todo ser humano.
Si algo proclama el cristianismo es el amor incondicional de Dios hacia la humanidad, amor que Jesús manifiesta a lo largo de toda su vida con sus palabras y acciones y que concentra en esta última cena (para Juan no es la cena pascual, es un día antes) en la que, como en un intento de volver a confiar a sus amigos su legado, se ciñe el vestido, toma la toalla y lava los pies de cada uno de sus discípulos, entre los que sabemos estaba Judas quien lo entregaría más adelante. Es que así es el amor servicial del reinado de Dios: se da a todos no en virtud de su bondad sino en razón de su ser hijo de Dios, destinatario de la misericordia infinita de Dios.
Muy posiblemente Jesús esperaría que ese gesto convenciera tan profundamente a sus discípulos que pudiera darse un vuelco a la situación que, Él ya intuía, le esperaba. O, por lo menos, que todos ellos le siguieran sin titubeos. Pero si Judas lo traicionará, Pedro lo negará. Este último ya muestra la postura equivocada con la que está siguiendo a Jesús. No sé si Pedro no se sentía digno de ser lavado por Jesús, pero, lo más seguro, es que no acababa de entender que ese amor total de Dios también es para los que se creen perfectos o que creen estar más cerca de Jesús que los demás. Pareciera que el reino es para los otros, los que no forman el círculo de Jesús. Sin embargo, Jesús les muestra que, si no se comienza con ellos, si no cambian su forma de ser y actuar, si no pasan a vivir en el horizonte del Reino, ellos no podrán dar testimonio de este. Precisamente, porque cada discípulo siente el amor incondicional de Dios hacia su propia vida, será capaz de testimoniar ese mismo amor. Quien no se siente frágil no puede comprender la fragilidad de los demás. Quien no se siente perdonado, no podrá perdonar a otros. Quien no se siente con una segunda oportunidad, no podrá dársela a ninguno de sus semejantes.
Por todo lo anterior, las palabras de Jesús aclaran el significado profundo de ese gesto: si yo, siendo el Maestro, les he lavado los pies a cada uno, con más razón ustedes han de lavarse los pies unos a otros.
Participemos, entonces, de este lavatorio de los pies, con la actitud de quien se deja lavar los pies y, la vida entera, por Jesús, pidiéndole que el amor recibido nos haga amor para los demás, sin límite, sin medida. Solo desde esta actitud de necesidad reconocida se pondrá entender que la Eucaristía no es para los perfectos sino para los pecadores y que, participar de esa mesa compartida supone acoger e incluir a toda persona, comenzando por los más pobres y necesitados, por los más discriminados social y religiosamente. El lavatorio de los pies no fue solo un gesto del pasado, sino también un gesto necesario para este presente que precisa mostrar el amor incondicional de nuestro Dios para todas las personas.
VIERNES SANTO
El Viernes Santo no se celebra la Eucaristía porque Jesús ha muerto. Pero se hace una celebración en la que se lee el texto de la pasión, según el Evangelio de Juan. Por razones de espacio no transcribimos aquí todo el texto, sólo señalamos los momentos que acontecen: Prendimiento de Jesús; Jesús ante Anás y Caifás; Negaciones de Pedro; Jesús ante Pilato; Condenación a muerte; La crucifixión; Reparto de los vestidos; Jesús y su madre; Muerte de Jesús; La lanzada; La sepultura (Jn 18, 1 – 19, 42)
El relato de la pasión nos lo cuentan los cuatro evangelistas cada uno con sus características propias. En el caso del evangelio de Juan -lectura del viernes santo- ya conocemos que es un evangelio más elaborado teológicamente y por eso aquí Jesús se muestra mucho más conocedor de lo que va a pasar y con mucha más serenidad ante los acontecimientos que le esperan. Por eso el relato comienza con el prendimiento y en el, Jesús no teme decir que es el nazareno y pedir que dejen a sus discípulos tranquilos ya que Él se está entregando. En la escena aparece Judas con los guardas de los sumos sacerdotes y fariseos, entregándole. Y más adelante Pedro quien busca defender a Jesús cortándole la oreja al siervo del sumo sacerdote. Pero Jesús le reprende y con la tranquilidad con la que el evangelista Juan presenta a Jesús, le hace caer en cuenta a Pedro que Él no va a traicionar la tarea encomendada, aunque esto conlleve la muerte: “La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?”.
Continua el relato con los interrogatorios ante Anás y Caifás. Jesús habla con autoridad frente a ellos como quien reafirma lo que ha hecho porque todo fue público, en la sinagoga y en el Templo y reta a Anás a que pregunte a la gente sobre sus obras. No tiene nada que ocultar. Esa actitud molesta a la guardia y uno de ellos da una bofetada en Jesús. Jesús continua sereno y la confronta: ¿Qué he dicho mal para que me pegues? Como no se encuentran los cargos contra Jesús, Anás lo envía a Caifás y de allí lo llevan ante Pilato. Mientras pasa lo anterior, Pedro consigue entrar a la casa del sumo sacerdote y ahí la portera le reconoce como uno de los de Jesús. Pedro lo niega. Y sigue negándolo frente a los guardias, completando tres negaciones. El gallo canta como lo había dicho Jesús, mostrando con este relato que todo se va cumpliendo según se había dicho. Recordemos que el evangelio de Juan pone en el inicio del mismo las bodas de Caná donde Jesús le dice a María que no ha llegado su hora, mientras que en el lavatorio de los pies se afirma que ha llegado la hora. Esa hora se está cumpliendo con estos acontecimientos de la pasión.
Ante Pilato la conversación es sobre “la verdad” pero no como un discurso filosófico sino la manera del evangelista Juan de expresar el contraste entre la verdad que viene de Dios y la mentira que viene del mundo. Pilato está representando esa mentira que no se deja transformar por la verdad. Pilato pregunta a Jesús ¿qué es la verdad? Pero no escucha su respuesta. La hora ha llegado y la suerte de Jesús está echada. Solo, si Él se retracta, podrá darse un cambio en la decisión, pero supondría perder la fidelidad al proyecto del reino. Si los poderosos de este mundo no quieren acoger la verdad, Jesús no va a renunciar a ella, aunque le cueste la vida.
Pilato libera a Barrabás y entrega a Jesús para ser azotado, burlándose de él con el manto, la corona y el cetro que le colocan para dejar en evidencia que los reyes de este mundo no ceden ante el anuncio de un Reino que cuestiona todos sus valores. Pilato sigue desafiándole diciéndole que en sus manos está soltarlo, pero Jesús también lo cuestiona directamente: “No tendrías ningún poder si no se te hubiera dado de arriba”.
La condena a muerte es evidente no solo por decisión de las autoridades judías y romanas sino por el mismo pueblo que pide que lo crucifiquen porque afirman está yéndose contra el César. Jesús carga con su cruz y lo crucifican en medio de dos que, el evangelio de Lucas, dirá que son ladrones (Juan no lo dice).
Juan relata la presencia de María y de Juan al pie de la cruz haciendo esa conexión con la llegada de la hora a la que ya nos referimos. En esa hora final, está de nuevo María a quien Jesús llamó “mujer” en las bodas de Caná y aquí llama de la misma forma. También están las otras mujeres y el discípulo Juan. La comunidad del reino está allí de pie, sosteniendo, tal vez, la fidelidad de Jesús hasta el final. O Jesús sosteniendo la fidelidad de esa primera comunidad.
Juan señala una palabra de Jesús en la cruz: “Tengo sed”, a lo que sus enemigos responden dándole vinagre. En ese momento Jesús afirma: “Todo está cumplido” y muere. Pero los enemigos, hasta después de muerto siguen agrediéndole: le introducen la lanza en el costado.
Pero siguen apareciendo aquellos que en su vida histórica tuvieron un encuentro con él. Nicodemo que se encontró con Jesús, según el evangelista Juan, por la noche y José de Arimatea que seguía a Jesús en secreto, se encargan de embalsamarlo y sepultarlo en un huerto a semejanza del huerto donde lo prendieron al inicio del relato de la pasión. Jesús fue crucificado y murió, efectivamente.
Hasta aquí no he hecho sino relatar, desde mi estilo, lo dicho por el evangelista Juan, historia que ya conocemos. Podemos recordarla de nuevo como un relato conocido desde hace tantos años. Pero también podemos actualizarlo y preguntarnos cómo sigue actual esa pasión de Jesús. La mentira del mundo, es decir, la injusticia, la desigualdad, la competencia, la discriminación, la indiferencia y tantas otras realidades que muestran el mal de nuestro mundo siguen allí porque los que tenemos que vencer esas mentiras con la verdad del amor incondicional de Dios, seguimos siendo espectadores y no actores, seguimos negando a Jesús como Pedro, aunque luego nos entren arrepentimientos sin que supongan una conversión definitiva. Nos quedamos al margen de la cruz y no estamos ahí, como esa incipiente comunidad, al pie de ella. Posiblemente queramos embalsamar y sepultar a Jesús, es decir, hacer alguna obra buena o comprometernos con algunas cosas, pero no nos empeñamos en “bajar los crucificados de la historia” -como se ha dicho tanto en nuestra América Latina, en denunciar las cruces de nuestro mundo, en no resignarnos a que existan, sino buscar caminos para que llegue la resurrección y la vida. Por supuesto, la vida y la verdad son don de Dios, pero sin discípulos que no teman correr la misma suerte que Jesús, no llegará el tercer día que cambie la mentira en verdad, la muerte en vida.
El viernes santo es día de silencio, de estupor, de dolor, pero también es día de conversión, de cambio, de valentía. Ojalá estemos entre los que asumen estas últimas actitudes.
VIGILIA PASCUAL
Pasado el día de reposo, María Magdalena, María, la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida. Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido con ropaje blanco; y ellas se asustaron. Pero él les dijo: No se asusten; buscan a Jesús nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; miren el lugar donde le pusieron. Pero vayan y digan a sus discípulos y a Pedro: “Él va delante de ustedes a Galilea; allí lo verán, tal como les dijo (Mc 16, 1-7)
La vigilia pascual es central en nuestra fe. Pablo escribía a los Corintios: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 14). El viernes santo nos dejó en el sepulcro. El primer día de la semana nos coloca en la vida y, una vida para siempre. Eso fue lo que supieron hacer las mujeres del evangelio, comenzando por María Magdalena, en compañía de las otras mujeres. Muy de mañana van al sepulcro dispuestas a superar las dificultades que conocen encontrarán, como la pesada piedra de la entrada al sepulcro. Y, tal vez su persistencia les permite ser las primeras en encontrar esa vida nueva: la piedra ya está removida y el joven vestido de blanco les da la buena noticia: “Ha resucitado, no está aquí”. Primeras testigas de la resurrección, primeras anunciadoras de la buena noticia del Reino. Aunque el texto propuesto para hoy, termina en la el mensaje del joven a las mujeres, si siguiéramos leyendo más versículos, veríamos que el evangelista Marcos dice que las mujeres tuvieron miedo y no dijeron nada. Otros evangelistas visibilizan más el protagonismo de las mujeres en la transmisión de esa buena noticia y, por eso, podemos recuperar esa presencia activa de ellas en los orígenes cristianos.
De todas maneras, lo que nos interesa considerar hoy es que la vida cristiana consiste en comunicar esta buena noticia. El pregón pascual es más que un pregón litúrgico. Es la vida resucitada que podemos testimoniar en todos nuestros actos. Pero ¿en qué consiste esa vida resucitada? En que a nadie se le niegue su dignidad. Se tengan los medios para vivir. Se goce de oportunidades para progresar. Se garantice la tierra, el techo y el trabajo, como dije el papa Francisco. Se cuide la casa común. Se viva la igualdad entre varones y mujeres. No exista la misoginia ni la homofobia. Haya más diálogo interreligioso e intercultural. Y cada uno podría seguir añadiendo todas aquellas realidades que mostrarían que el Reinado de Dios se va haciendo presente entre nosotros. La oración cristiana nos compromete con todas estas realidades y el compromiso nos permite orar con el Jesús del Reino. La vigilia pascual renueva la vida del Resucitado en nosotros. Por eso: ¡demos testimonio de tanta gracia recibida!
(Foto tomada de: https://www.redentoristasdecolombia.com/ha-resucitado-el-senor/)
En estos tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, de pérdida de derechos como consecuencia de la entrada de la extrema derecha en las instituciones y gobiernos (Argentina, El Salvador, algunas comunidades autónomas de España…) como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays, esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de retiro, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.
Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua. Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.
Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.
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Hay que salvar a Dios
En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX. En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto “.
Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …
Cristo en Auschwitz
Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad, hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar. Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios no ha cesado de soportar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.
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(David Trullo+Ecce Homo)
Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …
Comentarios desactivados en “Actualizar la Cuaresma”, por Gabriel Mª Otalora.
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Llamamos Cuaresma al periodo de 40 días (cuadragésima) como tiempo de preparación de la Pascua. Esto es importante y se nos olvida: que no es solo una puerta estrecha, ni el objetivo es la mortificación. Ocurre lo mismo cuando subimos una montaña para disfrutar de las vistas y tonificar el cuerpo: el objetivo no es el cansancio, el esfuerzo muscular, el frío o el calor del camino, sino las vistas maravillosas, el reponer fuerzas en la cima compartiendo un buen refrigerio, el haberlo conseguido y el placer de la experiencia vivida.
Por eso entiendo mal el aspecto de las procesiones de Semana Santa, centradas en el Viernes Santo, e incluso en el dolorismo que a veces lo impregna todo. La Cuaresma y la Semana Santa apuntan a lo esencial: a la Pascua, al paso del Señor de la muerte a la Vida, con lo que esto supone de esperanza y tarea a nuestro alrededor. La razón de ser de la Cuaresma es justamente prepararse para vivir la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte, que no tiene la última palabra. Buena Noticia, sin duda.
Naturalmente que para ello hay que esforzarse en el tiempo cuaresmal de cara al compromiso evangelizador a base de ejemplo. Es un mandato principal que los medios para lograrlo no deben despistarnos, y mucho menos convertirlos en fines. La Cuaresma en el siglo XXI no ha cambiado en su fundamento, pero, como decía Juan XXIII, hay que estar con “los signos de los tiempos” a la hora de su aplicación por cada creyente.
Cuaresma significa cambio a mejor. Es un tiempo fuerte para vivir con una doble mirada, primero interior, y desde ahí a nuestro alrededor con los ojos de Dios. Lo cierto es que la palabra “conversión” está devaluada, ahora se percibe como un retroceso al pasado, algo obsoleto y anacrónico… ¿Qué significa “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15)? En positivo es una mejora en nuestras actitudes personales para que generen amor en sus diferentes formas (compasión, ayuda, aceptación, comprensión, escucha…). En negativo es el esfuerzo por domeñar aquellas actitudes no son acordes con la Buena Noticia que Jesús vivió y predicó.
Conversión para ser la mejor posibilidad de cada uno, sin quedarnos en una Cuaresma de solo privaciones y normas… Es algo más exigente que el cumplimiento del “cumplo y miento”. Es corregir las desviaciones del corazón y orientarlo de nuevo hacia Dios. La conversión interior, la que cuesta mucho más que los sacrificios tradicionales.
¿Qué nos dice el Papa del tiempo de Cuaresma? El camino de conversión cuaresmal se manifiesta en hechos concretos, de hacer o de no hacer. Para esta Cuaresma 2024, Francisco nos propone reflexionar sobre la esclavitud (consumismo y otras adicciones) y la libertad (para convertirla en amor). “No se trata solamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible: esto es convertirse”. El Señor es capaz de “hacer este milagro”, es decir, “cambiarnos”, no de un día para el otro, sino en el camino de toda la vida.
CONVERSIÓN Y SINODALIDAD
Palabras del Papa: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual, más que para la auto-preservación”. La reforma de estructuras que exige la conversión de nuestras actitudes sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida” al mundo (EG 27).
De este modo, la conversión personal y pastoral es presentada como la condición sin la cual no habrá una verdadera reforma eclesial. Más importante es cambiar las actitudes que las estructuras, que también, porque lo importante es vivir el Mensaje como Pueblo de Dios, y no la institución eclesial, que es un medio operativo para el fin. De hecho, la conversión pastoral está ahora relacionada con las “reformas espirituales, pastorales e institucionales” (Aparecida 367).
Se ha recalcado mucho la importancia de la formación permanente. Pero Francisco afirma: no es suficiente, porque se necesita también y, sobre todo, “una conversión y una purificación permanente”. Sin ella, “el esfuerzo funcional sería inútil”.
El Papa propone “dos caminos” que nos desafía a que continuamos el viaje sinodal eclesial. El primer camino es la oración: Tenemos que escuchar a Jesús para llevar a cabo la misión. La Cuaresma es un tiempo de gracia en la medida en que escuchamos a Jesús en la Palabra, pero también en los acontecimientos de la vida. Y lo segundo escucha también a nuestros hermanos y hermanas en la Iglesia. Esto es difícil, ¡pero es una estupenda penitencia!
Mientras continuamos nuestro camino hacia la alegría pascual, meta de la Cuaresma, nos esforzamos en la conversión -mediante el ayuno, la limosna y oración cuaresmales-, entendida de manera amplia. Va mucho más de lo litúrgico y doctrinal. Va de llevar la cruz de cada día a la manera en que la vivió Jesús, transformándola en amor.
Hoy, miércoles de Ceniza, que marca la entrada en la Cuaresma se nos invita a volvernos totalmente a Dios y tomar el camino que nos llevará a la Pascua, para revestir con Cristo la posesión del Resucitado. Y cuando se nos imponga sobre nuestra frente la ceniza penitencial, pensemos en qué es en realidad cumplir el mandato de “Conviértete y cree en el Evangelio”… Conversión no es sino retomar el rumbo, encontrar el camino, hacer realidad el mandato de Jesús, único mandato en realidad: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” que nos pide Jesús…
40 días que se nos dan para seguir un camino:
Ruta de conversión
Camino de fe
Ruta de confianza
Camino de Resurrección.
Es en la oración, el ayuno y el compartir con discreción y humildad a imagen de nuestra comunidad que Dios nos llama a tomar nuestro bastón de peregrino.
¿Y si en el camino me dejo buscar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejo mirar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejo amar por Cristo?
¿Y si en el camino me dejé servir por Cristo?
Entonces podría amar como Él.
Podría servir como Él.
Muéstrame Señor el camino del Amor para que la mañana de Pascua, en la alegría del encuentro yo reconozca al Resucitado.
Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser […].
El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.
La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la “ausencia de pasiones”, un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.
*
K. Ware, Diré Dio ogg’i. Il cammino del cristiano,
Magnano 1998, 182-185 passim.
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