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Resurrección de Jesús, cenizas de los muertos (Radio Galilea: Córdoba, Argentina)

Viernes, 18 de noviembre de 2016
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14884678_678217162355479_7738361915707078510_oDel blog de xabier Pikaza:

Publiqué 3l pasado 26.10.16 una postal en la que presentaba algunas Reservas ante el Documento sobre “las cenizas de los muertos”. Ese texto se ha leído en varios lugares y ha sido reproducido en diversos portales, entre ellos en Radio Galilea de Córdoba (Argentina: https://www.facebook.com/gabriela.lasanta.3?fref=nf&pnref=story).

Su directora, Gabriela Lasanta, una mujer a la que conocí hace tiempo y a quien admiro por su profesionalidad y hondura cristiana, me llamó y me pidió una entrevista de Radio, que hemos tenido el pasado día 2.11.16, durante casi hora y media de emisión, seguida por muchísimas personas, que plantearon problemas y ofrecieron respuestas.

Esa misión puede escucharse en http://radiogalilea.com.ar/aclaro-224-reservas-ante-el-documento-sobre-las-cenizas-de-los-muertos-02112016/ y //mail.google.com/mail/u/0/?tab=wm#inbox/1582fc751ffe306d. Por eso la reproduzco, pues pienso que responde a preguntas que la gente propone sobre el tema (a pesar de su longitud y de su carácter espontáneo). Éstos son algunos de sus temas de fondo:

Prohibir o aconsejar. Una reserva sobre el estilo del documento, demasiado asertivo, con prohibiciones poco matizadas

Riesgo de panteísmo y rechazo cristiano en la “entrega” de las cenizas a la tierra. No todos están de acuerdo con esta visión del documento, aunque ella tiene muchos valores.

Valores cósmicos del gesto de esparcir las cenizas en la tierra... ¡Vuelve el polvo al polvo! ¿No es la tierra entera un inmenso cementerio en esperanza de resurrección, según san Pablo en 1 Cor 15 y en Rom 8?

Problemática de autoridad ¿hay división de opiniones en el Vaticano sobre el tema? Algunos sospechan que hay intenciones ocultas en el fondo del documento.

Visión del hombre como alma separada, como cuerpo animado… Espíritu y Materia. El tema es clave, pero no todos están de acuerdo en la antropología cristiana de fondo del documento.

Cenizas de muertos y veneración de reliquias… El tema de las reliquias preocupa a muchos cristianos. ¿Qué sentido tiene el dividir huesos o partes del cuerpo para la veneración de los fieles?

El tema de la incorrupción etc. A muchos les sigue preocupando la visión de algunos fieles que veneran de un modo especial los cuerpos incorruptos… o ampollas de sangre incorrupta (como la de San Genaro…)

De todo esto y de otras cosas se habló en la entevista. Aprovecho la ocasión para saludar a Gabriela Lasanta y a los amigos de Argentina, con deseo de verlos de nuevo, para hablar cara a cara de estos y otros temas, tomándonos un café o un mate….

El tema es complejo, y aprovecho la ocasión para ofrecer a continuación un esquema teológica de la problemática de fondo, sobre la resurrección en las religiones y en el cristianismo. Buen día a todos.

RESURRECCIÓN, PRINCIPIOS TEOLÓGICOS

1. Fondo religioso

1. Religiones cósmicas. Vuelta a la tierra. La tierra recibe al muerto; descanso, nuevo nacimiento. Es el triunfo del mundo sobre el hombre, de la naturaleza sobre la individualidad humana

2. Religiones de la interioridad meta-cósmica. Des-encarnación. En la línea de las avataras. No hay presencia de Dios en la carne… Fin del período de apariencia de la vida del hombre en el mundo:

3. Religiones políticas. Apo-theiosis (apoteosis): elevación de lo divino, de héroes (Hércules), emperadores (Alejandro… y todos los emperadores helenistas), de sabios (como Platón). Triunfo de personalidades.

4. Judaísmo nacional, apocalíptico Vindicación final de la historia. La resurrección como medio de asumir y cumplir el mesianismo nacional, vinculado al triunfo de la justicia y a la liberación de los oprimidos

5. Islam místico. Entrada en lo divino, afirmación de la divinidad plena de Dios. La resurrección despliega y manifiesta el ser de lo divino como totalidad; el hombre se introduce así en lo divino.

6. Comunicación histórica. Los muertos re-viven en los vivos, de manera que la historia cultural lleva en sí el desarrollo del conjunto de la humanidad, como en genoma lleva la herencia de la vida: la onto-génesis es la expresión de la philo-génesis (de vida del philum).

7. Elementos vinculados. En el fondo anterior pueden verse fenómenos ‘secundarios’ para explicar las cosas:

a. Re-encarnación. Mientras el “alma” se des-encarna ella vuelve a la vida (religiones Interioridad).
b. ¿Espiritismo? Se puede evocar a los muertos, ellos se aparecen y hablan de otro modo

2. Posturas no cristinas o insuficientes.

1. Postura no cristiana negativa. Jesús no resucitó; los relatos pascuales son mito mentira, o engaño
2. Postura no cristiana positiva. La resurrección es un bello símbolo de otra cosa (del espíritu, de Dios…).
3. Cristiana insuficiente apocalíptica: la resurrección es sólo símbolo que Jesús vendrá al final
4. Cristiana insuficiente kerigmática (quizá del ‘Q’): Jesús ‘resucita’ o está presente sólo en la palabra
5. Cristiana abarcadora. Asume las diversas tendencias eclesiales. La presentamos como compendio de la experiencia cristiana de la Pascua, leída desde una perspectiva actual.

3. Respuesta al fondo religioso universal de la resurrección

1. ¿Religiones cósmicas. Vuelta a la tierra? Jesús no está en la tumba
2. ¿Interioridad meta-cósmica. Des-encarnación? La resurrección es ‘carnal’
3. ¿Apo-theiosis? La resurrección de Jesús no es un culto su personalidad de sabio o triunfador.
4. ¿Vindicación nacional? Resurrección de Jesús no es triunfo nacional de Israel o de los justos
5. ¿Entrada en lo divino? La resurrección de Jesús no es su inmersión en lo divino.
6. ¿Comunicación histórica? Resurrección es más que vida de Jesús en sus discípulos

7. Elementos vinculados. Sirven para situar mejor la novedad de la experiencia cristiana
a. Re-encarnación. Resurrección no es nueva encarnación de Jesús, ni en uno ni en muchos.
b. ¿Espiritismo? Las apariciones de Jesús no son evocación de muertos

4. Novedad cristiana de resurrección de Jesús

1. La resurrección es Dios, que no sólo resucita a los muertos (como sabe Abraham: Rom 4, 23), sino que es aquel que ha resucitado a Jesús, el Kyrios (Rom 4, 24). Ser y hacer de Dios se identifican

2. La resurrección es Jesús, mesías concreto, que ha muerto por el reino (por nuestros pecados

a. No es apoteosis de un muerto. No se expresa como gloria en el mundo, triunfo de una ‘política’
b. No es vindicación judía de la historia, no es triunfo de un pueblo
c. Es afirmación del Reino y de la vida (mensaje, proyecto) de Jesús: es el evangelio

3. La resurrección es la afirmación de esta vida, es decir, de la creación, en su triple aspecto:
a. Asume encarnación, no es avatara. No es des-encarnación ni inmersión en Dios.
b. Asume individualidad. Ratifica el valor definitivo de Jesús, de su vida concreta.
c. Comunicación histórica. Jesús resucitado se hace presente en sus discípulos; implica un nuevo comienzo en el camino religioso de la humanidad.

4. Es una experiencia de visión, es decir, de comprensión nueva de la realidad
a. Es una experiencia fundante, desencadenante: le ‘han visto’, iniciando una forma nueva de ‘ver’, una mutación en la manera de entender el sentido de la humanidad; implica una ‘presencia’ personal de Jesús, de su proyecto y camino. Ese ver no es ver de ‘espiritismo’
b. La tumba vacía es una consecuencia… Si le han ‘visto’ es que no puede estar en la tumba… En sí, la tumba vacía o la ‘no tumba’ (no saber dónde le han puesto) no es prueba, sino sólo consecuencia: si él está vivo y se deja ‘ver’ es que no puede estar dominado por la muerte

5. ¿Cómo se explica? No se explica en plano racional, se actúa, se pone en marcha un movimiento:
a. Es el Espíritu Santo: poder de resurrección. Experiencia pneumatológica (carismática)
b. Es la Iglesia, principio de misión. Experiencia creadora, de expansión de evangelio

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Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá…

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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“Hemos sido testigos silenciosos de acciones malvadas, conocemos una más del diablo, hemos aprendido el arte de la simulación y del discurso antiguo, la experiencia nos ha hecho desconfiar de los hombres y con frecuencia hemos quedado en deuda con ellos en lo que respecta a la verdad y a la palabra libre, conflictos insostenibles nos han vuelto dóciles o tal vez incluso cínicos: ¿podemos ser útiles todavía? No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos.

¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y de la rectitud?”

*
D. Bonhoeffer,
Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.

***

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

“Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.”

Ellos le preguntaron:

“Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”

Él contesto:

– “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo:

“Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

*

Lucas 21, 5-19

***

***

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“Para tiempos difíciles” . 33 Tiempo ordinario – C (Lucas 21,5-19)

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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33-to-296x300Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable.

Llamada al realismo

En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.

No a la ingenuidad

En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Estas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.

Centrarnos en lo esencial

Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.

La hora del testimonio

Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.

Paciencia

Esta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como «paciencia» o «perseverancia». Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.

José Antonio Pagola

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“Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Domingo 13 de noviembre de 2016 33º Ordinario

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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58-ordinarioc33-cerezoLeído en Koinonia:

Malaquías 3, 19-20a: Os iluminará un sol de justicia.
Salmo responsorial: 97:El Señor llega para regir los pueblos con rectitud.
2Tesalonicenses 3, 7-12: El que no trabaja, que no coma.
Lucas 21, 5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas

 Estamos ya en el final del año litúrgico, y por una lógica probablemente mal aplicada al distribuir los textos bíblicos a lo largo del año litúrgico, el tema de las lecturas de este domingo es también el del «final de los tiempos», el «final del mundo». De hecho, en el evangelio hay numerosos pasajes que aluden a este tema, los famosos textos «apocalípticos» (el género «apocalíptico» era muy del gusto de aquellos tiempos).

Durante la historia del cristianismo, también el final del mundo ha sido un tema siempre presente. Formaba parte de la identidad cristiana, diríamos. Ser cristiano implicaba creer que nuestra vida va a acabar con un juicio de Dios sobre nosotros, y también sobre la existencia del mundo como conjunto: Dios decidiría en algún momento -muy probablemente por sorpresa- el final del mundo, y toda humanidad sería convocada a juicio, en el Valle de Josafat por más señas, junto a la muralla oriental del templo de Jerusalén (lo que convirtió a ese valle en un auténtico cementerio VIP, muy cotizado…).

Este concepto del «final del mundo» estaba enmarcado (hasta ayer mismo, cuando nosotros éramos niños) dentro del contexto de una cosmovisión que imaginaba a Dios como un «Señor todopoderoso», situado fuera del mundo, encima, en un segundo piso celestial, observando y con frecuencia interviniendo en el mundo, donde se debatía la humanidad que Él había creado allí para superar una prueba y pasar a continuación a la vida definitiva, que ya no sería aquí en la tierra, sino en otro lugar, en «un cielo nuevo y una tierra nueva», porque la vieja tierra sería destruida con el final del período de prueba de la Humanidad. A continuación ya todo sería distinto: una «vida eterna» en el cielo -o en el infierno tal vez para algunos-.

Ruboriza hoy –y casi parece caricatura– contar o describir aquella visión que durante siglos se identificó con la doctrina cristiana. Durante milenio y medio al menos la creyeron revelada por Dios mismo. Dudar de ella o de cualquiera de sus detalles era tenido como un pecado (grave) de «falta de fe» y -peor aún- como un desacato a la revelación. Sobre la visión global o el «gran relato» –porque además era realmente un relato– que el cristianismo ofrecía (pecado original, juicio particular, juicio universal, cielo, purgatorio o infierno…) no era permitido dudar.

Hoy nos podemos llevar las manos a la cabeza al caer en la cuenta de qué parte tan grande de toda esta visión estaba constituida por tradiciones mitológicas ancestrales, pensamiento platónico… ¡Genial Platón!, que logró crear una «imagen» del mundo que cautivaría la imaginación de la humanidad por generaciones y generaciones, durante varios milenios, por vinticinco siglos, hasta hoy.

La revolución científica comenzada en el siglo XVI comenzó a cuestionar aquella cosmovisión platónico-aristotélica del cristianismo: las esferas celestiales, los siete cielos, la separación entre el mundo perfecto supra-lunar y el imperfecto o corruptible infra-lunar, la descripción tan viva de los «novísimos» (muerte, juicio, infierno y gloria)… Pero lo que en la visión científica o el conocimiento simplemente físico de las personas iba desmoronándose, se refugiaba en la visión religiosa, como si el cielo de la fe fuera el aristotélico-platónico, aunque el cielo astronómico fuera totalmente otro.

Hoy día, con el avance que la ciencia ha realizado, la escatología (rama de la ciencia que trata del «eskhatos, lo último») no sabe dónde colocar eso último, ni cómo conectarlo con lo que hoy sabemos todos. Y por eso cuesta seguir hablando de lo que era «lo último» dentro de las coordenadas teológicas tradicionales: unas realidades últimas conectadas directamente con la «prueba» y el «juicio de Dios» sobre nosotros, y una «vida eterna» vista como el premio o castigo correspondiente… La vida, la muerte, y la posible continuidad o no de la vida… todo ello era planteado en las coordenadas de aquella visión mítica (Dios arriba, que decide crear una humanidad y la pone a prueba para llevar a quienes la superen a la vida eterna…).

Tan internalizada está esta convicción mítica del «Dios que crea a los humanos en una vida provisional para probar si pueden acceder a la vida eterna», que todavía hoy, muchos cristianos no sólo siguen pensando así, sino que no ven la posibilidad de que vida, muerte y más allá de la muerte sean dimensiones existenciales humanas que deban dejar de ser «utilizadas» con la idea de premios y castigos de Dios a los humanos por su conducta. Muchos predicadores tendrían hoy dificultades para enfocar su homilía superando esa interpretación tradicional…

Pero, afortunadamente, «otro cristianismo es posible». Es posible… porque ya es real: ya lo viven muchos, y algunos incluso dan razón de esta su fe, y su nueva esperanza, desligada de premios y castigos. No es éste el lugar para presentar toda una escatología renovada, pero sí para remitir a tres obras recomendables a quien trate de replantear su fe fuera del paradigma premoderno mítico:

– Roger LENAERS sj, Otro cristianismo es posible, Abya Yala, Quito, Ecuador, 2006 (http:/tiempoaxial.org).

– Las «12 tesis del obispo John Shelby SPONG», que pueden ser encontradas en la mayor parte de los buscadores de internet.

– La revista CONCILIUM dedicó recientemente un número monográfico a la «resurrección de los muertos», en noviembre de 2006 (el número 318).

– John Shelby SPONG, Vida eterna: una nueva visión. Más allá de las religiones, más allá del teísmo, más allá de cielo e infierno, 232 pp, publicado en español por la editorial Abya Yala de Quito, en su colección «Tiempo axial» (http:/tiempoaxial.org). El subtítulo lo dice todo sobre la intención y el enfoque de este libro.

Completamos con una referencia tradicional a las tres lecturas de hoy:

Malaquías, a través de un lenguaje apocalíptico, alienta al pueblo justo que sirve enteramente al Señor, indicándoles que ya llegará el día en que se hará sentir la justicia de Dios sobre los que no guardan su ley; que ellos no son los que realmente dirigen el caminar de la historia, sino que es el Dios amante de la vida quien la guía, conduciéndola por el camino de la paz y de la vida. Todos los que caminan por el camino del Señor serán iluminados por el “sol de la justicia” que irradia su luz en medio de la oscuridad, en medio del dolor y la muerte.

El salmo que leemos hoy es un himno al Rey y Señor de toda la Creación, quien dirige con justicia a todos los pueblos de la tierra, quien es amoroso y fiel con el pueblo de Israel. Dios es un Dios justo, que merece ser alabado por todos, pues ha derrotado la muerte y ha posibilitado la vida para todos; por ello toda la Creación lo alaba, celebra la presencia de ese Dios misericordioso y justo en medio del pueblo liberado. Es un salmo de agradecimiento por los beneficios que el pueblo ha recibido por tener su esperanza puesta en el Dios de la Vida.

Muchos de los creyentes de Tesalónica, concretamente las “clases superiores”, pensaron que no debían preocuparse por las cosas de la vida cotidiana, como el trabajo, y que más bien debían esperar, de brazos cruzados, la inminente venida del Señor y dedicarse a la ociosidad. Pablo llama fuertemente la atención sobre esa actitud, pues son personas que viven del trabajo ajeno, son explotadores de los otros (esclavos) y, gracias a ello, acumulan riquezas sin esforzarse en absoluto. Es a ellos a quienes Pablo se dirige con vehemencia: «el que no trabaje que no coma» (v.10), ya que esta actitud no es propia de la enseñanza de los apóstoles.

Puede ser que la presencia magnífica del templo de Jerusalén alentara la fe de los judíos hasta el punto de ser más significativos la arquitectura y el poder de la religión que el mismo Dios de Israel; puede ser que fueran más importante los sacrificios, el ritual, la construcción majestuosa… que las actitudes exigidas por el mismo Dios para un verdadero culto a él: la misericordia y la justicia social. Por eso Jesús afirma que el templo será destruido, pues no posibilita una relación legítima con Dios y con los hermanos, sino que crea grandes divisiones sociales e injusticias. Es importante ir descubriendo en nuestra vida que la experiencia de fe debe estar atravesada por el servicio incondicional a los demás; es así como vamos sintiendo el paso de Dios por nuestra existencia y es así como vamos construyendo el verdadero templo de Dios, el cual no se debe equiparar con edificaciones ostentosas, sino con la Iglesia-comunidad de creyentes que se inspira en la Palabra de Dios y se mantiene firme en la esperanza de Jesús resucitado. Leer más…

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Dom 13. XI. 216. No ha de quedar piedra sobre piedra. El nuevo Templo

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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14938101_680837185426810_4279848513672868936_nDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 33. Tiempo ordinario. Lucas 21, 5-19. Se acerca el final del ciclo litúrgico, y las lecturas de la misa nos sitúa ante el fin de todas de las cosas o, mejor dicho, ante el fin del tiempo actual. Pues bien, entre las cosas que acaban, según el evangelio está el Templo, un tipo de templo (como el de Jerusalén), con todo lo que significa.

El Templo de Jerusalén era lo más grande que había, según el judaísmo, una de las instituciones más estables y justas de la historia, más que el Imperio Romano o que la estructura del capitalismo actual Pues bien, Jesús vino y dijo que el Templo (¡lo más grande, al parecer eterno, el fin de la historia!) iba a caer, por sus propias contradicciones interiores… añadiendo que esa caída resultaba en el fondo buena, porque hacía posible el surgimiento de una Edad Distinta, más justa.

El evangelio se ocupa también de otros problemas (de enfrentamientos y persecuciones). Pero en esta postal voy a referirme hoy solamente el Templo, con aplicación a nuestro tiempo…

images— Constructores del Nuevo Templo de la Humanidad se llamaban y se llaman los Masones, arquitectos y albañiles de un templo que debía ser la Humanidad Entera, racional y liberada de las supersticiones.

— Constructores del templo de Jesús, en humanidad abierta a los más pobres, en comunión de amor universal, queremos ser también nosotros, los cristianos del siglo XXI, en gesto de apertura universal, en perdón, en acogida, en esperanza.


Para que nazca el nuevo templo de Jesús que forman los cristianos, todos los hombres y mujeres, unidos por el Espíritu de Dios, como quiso en especial san Pablo, tras la muerte de Jesús, tienen que caer los viejos templos, construidos sobre bases de poder de algunos, sobre separaciones clasistas, sobre miedo.

De ese tema trata la postal que sigue, en línea histórica, espiritual y social. Buen domingo a todos

Texto. Lucas 21, 5-8

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.”
Ellos le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”
Él contesto: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos…

Jesús y el Templo

Para un judío, la estabilidad del mundo dependía del Templo. El santuario de Dios garantizaba, con su edificio y liturgia expiatoria, el orden de la tierra. Si falla el templo el mundo pierde su sentido y los hombres quedan desfondados, sin unión con Dios, sin garantías de vida y pervivencia:

¿Cómo se podrá vivir sin templo? ¿Cómo mantenerse y superar los riesgos de la historia si no existe un santuario donde puedan expiarse los pecados?

El templo de Jerusalén, vinculado a la memoria de David-Salomón, era el centro de la vida israelita y se encontraba bajo la protección del gobernador romano con autoridad para nombrar al Sumo Sacerdote. Por su parte, en el templo se celebraba cada día un sacrificio a favor de Roma, simbolizando así la estabilidad y sacralidad del orden israelita, dentro del imperio. Mientras hubiera templo, el mundo podría seguir existiendo, con sus tres funciones: económica, política y religiosa

Función Económica.

El templo constituía el centro mercantil del pueblo israelita, que se había comprometido a mantener sus instituciones y su culto, al menos tras la “restauración” del exilio (año 525 a. C.) y las reformas de Esdras y Nehemías (cf. Neh 10, 2-39). En principio, el templo de Jerusalén había sido un “santuario real”, de manera que los reyes debían mantener su culto. Pero tras el exilio vino a convertirse en “santuario de la nación”, de manera que, aún estando bajo protección de los reyes de Israel o del Imperio de turno, su mantenimiento fundamental se hallaba en manos del conjunto del pueblo judío.

Por otro lado, el templo funcionaba como “banco” donde los fieles depositaban (y los sacerdotes administraban) grandes sumas de dinero. En esa línea podemos recordar que la mayoría de la gente de Jerusalén vivía, de una manera o de otra, de las construcciones, de los depósitos y trabajos del templo, de manera que se podía hablar de una “economía de templo”.

En esa línea, la caída del templo (del orden sagrado de este mundo) implicaba la caída y ruina del orden económico, expresado y fundado en la economía del templo. Pues bien, en ese contexto, cuando Jesús dice que “no quedará piedra sobre piedra”… está diciendo que la economía falsamente sagrada de nuestro mundo va a ser destruida, porque es injusta.

Función política.

En un plano, los judíos habían separado religión y política, pero la política influía mucho en la religión (y la religión en la política). En esa línea, aunque estuvieran sometidos a Roma, en sentido estricto, los sacerdotes de Jerusalén poseían una gran autonomía y ejercían gran poder, a partir del mismo templo, como supone un texto famoso de Flavio Josefo (del siglo I d.C.), defensor de una teocracia o gobierno de sacerdotes:

Nuestro legislador no atendió a ninguna de estas formas de gobierno, sino que dio a luz el Estado teocrático, como se le podría llamar…, que consiste en atribuir a Dios la autoridad y el poder… ¿Qué ley podría ser más hermosa y más justa que la que atribuye a Dios el gobierno de todo, la que encomienda a los sacerdotes administrar los asuntos más importantes en interés público y que confía al Sumo Sacerdote, a su vez, la dirección de los demás sacerdotes… Los sacerdotes quedaron encargados de vigilar a todos, de dirimir las controversias y de castigar a los condenados… La legislación de Moisés prescribe un único templo para un único Dios… Los sacerdotes han de servirle continuamente (a Dios). A estos los ha de presidir siempre quien les precede por su linaje .

El templo cumplía una función política, vinculada al imperio de Roma. Por eso, la caída del templo implicaba la ruina de un sistema político injusto. Si hoy se nos dice que el templo va a caer, se está indicando que ha de caer y destruirse nuestra forma de política, que es injusta, porque sacraliza un tipo de instituciones de violencia y de dominio de unos sobre otros

Función religiosa.

El templo simbolizaba y expresaba la presencia de Dios, que habitaba en medio del pueblo. En ese sentido aparecía como lugar privilegiado de oración y purificación, especialmente de perdón de los pecados. Como hemos visto, ese templo había sido devaluado o declarado ya inútil, de hecho, por Juan Bautista, cuando ofrecía el perdón de los pecados a través su bautismo y no por un ritual sagrado. También Jesús lo “desacralizó”, declarando que su función religiosa (¡de purificación y de perdón!) había terminado, como indica bien su gesto (Mc 11 par).

Jesús no quiso purificar el templo para reformarlo, sino que destruirlo (que se destruyera, en su forma actual), para que pudiera surgir un santuario diferente, “no hecho por manos humanas” (cf. Mc 14,2 8). Las cosas que el hombre “fabrica” son “ídolos”, algo que puede ponerse y se pone al servicio del poder y del dominio de unos sobre otros. En contra de eso, el verdadero templo debe identificase con el cuerpo mesiánico (cf. Jn 2, 21; 1 Cor 3, 16), es decir, con la humanidad reconciliada, que es el Reino de Dios. Jesús no ha necesitado ni necesita el templo exterior para preparar y proclamar la llegada del Reino de Dios y así sube a Jerusalén para indicar, de manera pública y abierta, que la función de ese templo ha terminado. Leer más…

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“El fín de año, el fín del mundo”. Domingo 33 Ciclo C

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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senales-finDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Para la Iglesia, el año litúrgico no termina el 31 de diciembre sino a finales de noviembre. De ese modo puede reservar cuatro domingos antes del 25 de diciembre para celebrar el Adviento, que forma ya parte del nuevo ciclo litúrgico. El último domingo del tiempo ordinario se dedica en los tres ciclos a celebrar la fiesta de Cristo Rey. Y el penúltimo, el 33, a recordar el fin del mundo y de la historia. Algo que puede parecer bastante ajeno a nuestra mentalidad y cultura, pero que fue esencial para los primeros cristianos y que ofrece materia interesante de reflexión.

Del entusiasmo ingenuo a la esperanza apocalíptica

La gran tragedia experimentada por el pueblo judío a comienzos del siglo VI a.C. (en el año 586), cuando parte importante de la población fue deportada a Babilonia, Jerusalén y el templo quedaron en ruinas, y el pueblo perdió la independencia, provocó al cabo de unos años un florecimiento de profecías que anunciaban la vuelta de los desterrados, la prosperidad y esplendor de Jerusalén, la gloria futura del pueblo de Dios. Los profetas rivalizaban entre ellos por ver quién anunciaba un futuro mejor. Y la gente, durante siglos, alentó aquellas esperanzas. Hasta que la realidad se impuso, dando paso a una gran decepción: ni independencia, ni riqueza, ni esplendor. La decepción fue tan fuerte, que algunos grupos vieron la solución en la desaparición del mundo presente, radicalmente malo, y la aparición de un mundo futuro maravilloso, del que sólo formarían parte los buenos israelitas. La primera lectura de hoy, Malaquías 3, 19-20a, lo afirma con toda claridad.


Mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir ‒dice el Señor de los ejércitos‒, y no quedará de ellos ni rama ni raíz. Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

En este breve pasaje, lo único que precisa comentario es la metáfora final. Para nosotros, «un sol de justicia» es un sol terrible, del que buscamos refugio bajo cualquier sombra. Pero este no es el sentido aquí, sino todo lo contrario: «un sol salvador, que nos salva con sus rayos». ¿De dónde viene esta extraña metáfora? Probablemente de Egipto, inspirándose en la imagen del sol alado, que representa su acción benéfica sobre todo el mundo.

El cálculo del momento final y las señales

Ya que la mentalidad apocalíptica considera inminente el fin del mundo, desea calcular el momento exacto en que tendrá lugar y las señales que lo anunciarán. Las dos preguntas que formulan los discípulos a Jesús en el evangelio de hoy recogen muy bien ambos aspectos: ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder? Los Testigos de Jehová, cuando afirmaban a mediados del siglo pasado que el fin del mundo sería en 1984 (70 años después de la gran conflagración, marcada por el comienzo de la Gran Guerra en 1914) son los mejores exponentes modernos de esta forma de pensar.

Para la mentalidad apocalíptica, cualquier acontecimiento trágico, sobre todo si era de grandes proporciones, anunciaba el fin del mundo. Por eso, en el evangelio de este domingo, cuando los discípulos oyen anunciar la destrucción de Jerusalén, inmediatamente piensan en el fin del mundo.

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.  Jesús les dijo:

            ‒ Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.

            Ellos le preguntaron:

            ‒ Maestro, ¿Cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?

El peligro de esta mentalidad es que resulta estéril. Todo se queda en cálculos y señales, sin un compromiso directo con la realidad. Y eso es lo que pretenden evitar los evangelios sinópticos cuando ponen en boca de Jesús un largo discurso apocalíptico, que la liturgia se encarga de mutilar abundantemente (en nuestro caso, los 29 versículos de Lucas 21,8-36 quedan reducidos a los doce primeros; menos de la mitad).

 

La respuesta de Jesús

            Él contestó:

            ‒ Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: «Yo soy», o bien: «El momento está cerca»; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

            Luego les dijo:

            ‒ Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

            Las palabras de Jesús recogen un buen catálogo de las señales habituales en la apocalíptica: 1) a nivel humano, guerras civiles, revoluciones y guerras internacionales; 2) a nivel terrestre, epidemias y hambre; 3) a nivel celeste, signos espantosos.

Pero nada de esto anuncia el fin del mundo. Antes, y aquí radica la novedad del discurso, ocurrirán señales a nivel personal y comunitario: persecución religiosa y política, cárcel, juicio ante tribunales civiles; incluso la traición de padres y hermanos, la muerte y el odio de todos por causa de Jesús. Esta parte abandona la enumeración de catástrofes apocalípticas para describir la dura realidad de las primeras comunidades cristianas. En todas ellas habría algunos juzgados y condenados injustamente, traicionados incluso por sus seres más queridos.

Sólo dos frases alivian la tensión de este párrafo tan trágico.

La primera resulta casi irónica, pero no lo es: Así tendréis ocasión de dar testimonio. La persecución, la cárcel y los juicios injustos no se deben ver como algo puramente negativo. Ofrecen la posibilidad de dar testimonio de Jesús, y así lo interpretaron los numerosos mártires de los primeros siglos y los mártires de todos los tiempos.

La segunda alienta la confianza y la esperanza: ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas. Más bien habría que decir que perecerán todos los cabellos de vuestra cabeza, pero salvaréis vuestras almas, que es lo importante.

Si siguiésemos leyendo el discurso, todo culminaría en la aparición de Jesús, «el Hijo del Hombre que llega en una nube con gran poder y gloria». Es el sol del que hablaba Malaquías, que ilumina y salva a todos los que creen en él.

Frente a la curiosidad, testimonio

Las lecturas de este domingo corren el peligro de ser interpretadas en el Primer Mundo como mero recuerdo de lo que ocurrió entre los primeros cristianos. Muy distinta será la interpretación de bastantes iglesias africanas y asiáticas, que se verán muy bien reflejadas y consoladas por las palabras de Jesús. También nosotros debemos recordar que, sin persecuciones ni cárceles, nuestra misión es aprovechar todas las circunstancias de la vida para dar testimonio de Jesús.

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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 13 de Noviembre, 2016

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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domingo-xxxiii***

“Pero antes de todo,

os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y a las cárceles, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por mi nombre.

Esto os servirá para dar testimonio.

Haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, porque yo os daré un lenguaje y una sabiduría a los que no podrá resistir ni contradecir ninguno de vuestros adversarios. Seréis entregados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos; y a alguno de vosotros os matarán. Todos os odiarán por mi causa. Pero ni un pelo de vuestra cabeza se perderá.

CON VUESTRA PRESEVERANCIA OS SALVARÉIS.”

(Lc 21, 5-19)

Es inevitable que la lectura de este Evangelio nos traiga al corazón a cada una de nuestras hermanas y hermanos perseguidas a causa de su fe en Jesús.

El corazón se estremece cuando te vienen al recuerdo imágenes, noticias, testimonios…

Estremece pensar que hay persona tan convencidas de su fe que no pueden renegar de ella, incluso si el precio a pagar es entregar la propia vida.

Inevitablemente una mira su propia fe, su propia vida…¡y se avergüenza!

Personalmente he manifestado, además públicamente, mediante una Profesión Solemne, que entregaba mi vida pero tengo que admitir que ante una muerte violenta no sé si sería capaz de mantenerme fiel a mi compromiso, ¿me vencería el miedo?… creo que sí.

Pero sin ir tan lejos, sin llegar al extremo de tener que entregar la propia vida, también me descubro tacaña y mediocre en lo pequeño. No siempre soy capaz de entregar mi tiempo, mi esfuerzo, mi servicio…¡ni tan solo soy capaz de renunciar a ciertas comodidades!

Hoy el evangelio y el testimonio de quienes están siendo perseguidas a causa de su fe me espolean, me reclaman, me hieren. Ojalá la herida sea lo suficientemente profunda como para que me ayude a entregar de verdad la vida.

Oración

Sácanos, Trinidad Santa, de la mediocridad, esa que nos paraliza a la hora de entregar la vida.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Lo que pase al final de los tiempos me la trae al fresco

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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dom-33c-2Lc 21, 5-19

Estamos en el penúltimo domingo del año litúrgico. El próximo celebraremos la fiesta de Cristo Rey que remata el ciclo. Como el domingo pasado, el evangelio nos invita a reflexio­nar sobre más allá. El lenguaje apocalíptico y escatológico tan común en la época de Jesús, es muy difícil de entender hoy. Corresponde a otra manera de ver al hombre, a Dios y la realidad material. Desde aquella visión, es lógico que tuvieran también otra manera de ver lo último el “esjatón”. Una vez más los discípulos están más interesados por la cuestión del cuándo y el cómo, que por el mensaje.

Tanto el pueblo judío en el AT como los cristianos en el NT están volcados sobre el porvenir. Esta actitud le distingue de los pueblos circundan­tes cerrados en el continuo devenir de los ciclos naturales. Ambos se encuentran siempre en tensión, esperando una salvación que ha de venir. Para ellos esa salvación solo puede venir de Dios. Desde Noé al que se le ofrece algo nuevo a través de la destrucción de lo viejo. Abrahán, al que se le pide salir de su tierra para ofrecerle descendencia y una tierra mejor. Pasando por el Éxodo, que fue la experiencia máxima de salvación, desde la esclavitud hacia la tierra prometida. Todos vivieron siempre con la esperanza de algo mejor, que Dios le iba a dar.

Los profetas se encargaron de mantener viva esta expectativa de salvación definitiva. Pero también introdujeron una faceta nueva: El día de esa salvación debía de ser un día de alegría, de felicidad de luz, pero a causa de las infidelidades del pueblo, los profetas empiezan a anunciarlo como día de tinieblas; día en que Yahvé castigará a los infieles y salvará al resto. El objetivo de este discurso era urgir a la conversión.

Los primeros cristianos no tienen inconveniente en utilizar las imágenes que le proporciona la tradición judía, que era el ámbito religioso en el que se desenvolvía. A primera vista parece que entra en esa misma dinámica apocalíptica, muy desarrollada en la época anterior y posterior a la vida de Jesús. El NT pone en boca de Jesús un lenguaje que se apoya en los conocimientos y las imágenes que le proporciona el AT.

En tiempo de Jesús se creía que esa intervención definitiva de Dios iba a ser inminente. En este ambiente se desarrolla la predicación de Juan Bautista y de Jesús. Las primeras comunidades cristianas acentuaron aún más esta expectativa de final inmediato. Pero en los últimos escritos del NT, es ya patente una tensión entre la espera inmediata del fin y la necesidad de preocuparse de la vida presente. Ante la ausencia de acontecimientos en los primeros años del cristianismo, las comunidades se preparan para la permanencia.

Con los conocimientos que hoy tiene el ser humano y el grado de conciencia que ha adquirido, no tiene ninguna necesidad de acudir a la actuación de Dios, ni para destruir el mundo para poder crear otro más perfecto (apocalíptica), ni para enderezar todo lo malo que hay en él para que llegue a su perfección (escatología). El Génesis nos dice que al final de la creación Dios “vio todo lo que había hecho y era muy bueno”. ¿Por qué, nosotros, lo vemos todo malo? Para Dios todo está siempre en total equilibrio.

La justicia de Dios no es un trasunto de la justicia humana, solo que más perfecta. La justicia humana es el restablecimiento de un equilibrio perdido por una injusticia. Dios no tiene que actuar para ser justo ni inmediatamente después de un acto, ni en un hipotético último día donde todo quedará definitivamente zanjado. Dios no hace justicia. Él es justicia. Todo acto, sea bueno, sea malo, en sí mismo lleva ya el “premio” o el “castigo”, Dios no necesita ninguna acción posterior. Ante Dios todo es justo en cada momento.

Por fin podemos desistir de aplicar a Dios nuestra justicia. Dios es justicia y toda la creación está siempre de acuerdo con lo que Él es. Él ha querido nuestra contingencia como criaturas que somos. El dolor, el pecado y la muerte no son en el hombre un fallo, sino que pertenecen a su misma naturaleza. La salvación no consistirá en que Dios nos libre de esas limitaciones, sino en darse cuenta de que Él está siempre con nosotros, y todo hombre puede alcanzar plenitud de ser, a pesar de ellas.

Lo que en el mundo creemos que está mal y no depende del hombre, no es más que una falta de perspectiva. Una visión que fuera más allá de las apariencias nos convencería de que no hay nada que cambiar en la realidad, sino que tenemos que cambiar nuestra manera de interpretarla. Lo que nos debía preocupar de verdad es lo que está mal por culpa del hombre. Ese debía ser nuestro campo de operaciones. Ahí nuestra tarea es inmensa. El ser humano está causando tanto mal a otros seres humanos y al mismo mundo que debíamos estar aterrados. Lo que debemos hacer es cambiar de actitud.

No nos debe extrañar la referencia a la destrucción del templo. Este evangelio está escrito entre el año 80 y el 90, por lo tanto ya se había producido esa catástrofe. Para un judío, la destrucción del tempo era el “fin del mundo”. Era lógico asociar la destrucción del templo al fin de los tiempos, porque para ellos el templo lo era todo, la seguridad total. Para ellos era impensable la existencia sin templo. De ahí la preocupación de la pregunta: ¿Cuándo va a ser eso? Poro Jesús responde hablando del fin de los tiempos, no del templo. La única preparación posible es la confianza total en lo que Dios nos está dando.

Sin embargo, Jesús introduce elementos nuevos que cambian la esencia de la visión apocalíptica. En la lectura de hoy podemos apreciar claramente estos matices. A Jesús no le impresiona tanto el fin, como la actitud de cada uno ante la realidad actual (“antes de eso”). Es el presente del creyente lo que interesa a Jesús. ¡Que nadie os engañe! (toda mi predicación se podía resumir en esta idea). Ni el fin ni las catástrofes tienen importancia ninguna, si sabemos mantener la actitud adecuada. La realidad no debe perturbarnos “no tengáis pánico”. Sabemos que la realidad material termina, pero lo esencial dura.

La seguridad no la puede dar la falta de conflictos (siempre los habrá), ni la promesa de felicidad, sino la confianza en Dios. Tampoco debemos seguir edificando “templos” que nos den seguridades. Ni organigramas ni doctrinas ni un cristianismo sociológico, garantizan nuestra salvación. Todo lo contrario, puede ser que la desaparición de esas seguridades nos ayude a buscar nuestra verdadera salvación. Decía ya San Ambrosio: “Los emperadores nos ayudaban más cuando nos perseguían que cuando nos protegen”.

Lo esencial del mensaje de hoy está en la importancia del momento presente frente a los miedos por un pasado o las especulaciones sobre el futuro. Aquí y ahora puedo descubrir mi plenitud. Aquí y ahora puedo tocar la eternidad. Hoy mismo puedo detener el tiempo y llegar a lo absoluto. En un instante puedo vivir la totalidad, no solo de mi ser individual, sino la TOTALIDAD de lo que ha existido, existe y existirá. Para el despierto, no hay diferencia ninguna entre el pasado, el presente y el futuro. Si dependo de mi falso yo, elegiré prolongar eternamente esta vida biológica y cortaría el acceso a mi verdadero ser.

Jesús venció a la muerte, muriendo. Pero no nos engañemos, su muerte no fue un paripé, aunque doloroso, para recuperar la misma vida que perdió. Fue la aceptación total de su limitación lo que le proyectó a lo absoluto. Solo descubriendo y aceptando plenamente mi limitación, podré entrar en la dinámica de lo eterno que hay en mí. El mayor peligro que nos acecha es que busquemos en la vida espiritual la manera de potenciar lo material. El tiempo material es como una línea, una sucesión continuada de puntos. El espíritu es como un punto que se encuentra a la vez en todos los lugares de la línea.

Meditación-contemplación

“Cuidado conque nadie os engañe”.
Con frecuencia nos convence lo que halaga el oído.
Cuando la verdad nos exige esfuerzo,
Buscamos escapatorias más fáciles de asimilar.
………………..

Los predicadores de todos los tiempos lo saben,
Y tratan de aprovechar esa debilidad para engañarnos.
Profundizar en la realidad de nuestro propio ser,
Es el único camino para escapar de las voces de sirena.
…………………

Todas las promesas de futuro que se hacen en nombre de Dios
son falsas, porque Dios no tiene futuro.
Dios no promete, da. Y se da desde siempre y para siempre.
En esa eternidad del don, tenemos que entrar nosotros.
……………….

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Este mundo tiene fin.

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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apocalip¡Que el afligido aprenda de verdad de los maestros divinamente instituidos: los lirios del campo y las aves del cielo! (Kierkegaard)

13 de noviembre, domingo XXXIII del TO

Lc 21, 15-29

Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza

En la primera lectura de este domingo, el profeta Malaquías desvela la intervención futura del Señor a favor de su pueblo: “…a los que respetan mi Nombre los alumbrará el sol de la justicia que cura con sus alas” (Mal 3, 20). Un sol que el Padre hace salir sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos, como dice Mateo 5, 45. Isaías lo pronosticó en 33, 16: -”Ese morará en las Alturas: picachos rocosos serán su alcázar, con abasto de pan y provisiones de agua”.

En realidad todos estos textos no son sino una muestra de la idea de un Dios providente y siempre dispuesto a satisfacer las demandas de los hombres que late constantemente en toda nuestra BibliaEl Libro de Enoc, considerado por los cristianos de los primeros tiempos como parte de las Sagradas Escrituras, y escrito unos trescientos años a. de C, remarca este mismo pensamiento cuando en su Capítulo 1. Bendición de los elegidos, dice: “El Dios eterno andará sobre la tierra, aparecerá con gran ejército sobre el monte Sinaí y surgirá en la fuerza de su poder desde lo alto los cielos”.

En el versículo de Lucas: “Pero no se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza”

destaca la idea de la Providencia, tan querida para prácticamente todas las religiones. El Rigveda (3.000 años a. de C) hace referencia al Sol y otras divinidades “oculares” a través de la mirada. Para el budismo, Buda es “el Ojo del mundo”. Egipto tiene el “Ojo de Horus”. En el judaísmo y otras religiones del Medio Oriente, el ojo que todo lo ve aparece en la forma de un signo llamado Hamsa. Y en el cristianismo el Ojo que todo lo ve es “el Ojo de la Providencia”.

Toda esta iconografía y su significación es mítica y representa el anhelo de una Humanidad que se siente desamparada y busca la protección de un Ser Superior que escuche sus deseos y le ampare. Pero la realidad es que ese Ser no existe. Para la Humanidad no existe fuera, pero sí dentro. Y es en esa interioridad donde únicamente se encuentra la fuerza de esa “divina Providencia”. Así hay que entender todos los citados textos.

En su obra Los lirios del campo y las aves del cielo, Soren Kierkegaard escribe: “¡No quiera Dios que un hombre hasta su último momento olvide al lirio y al pájaro! (…) ¡Padre, que estás en los cielos! (…) ¡sé propicio para que el afligido aprenda de verdad de los maestros divinamente instituídos: los lirios del campo y las aves del cielo!” Estos lirios del campo de los que Mateo nos dice que no se fatigan ni hilan, y de estas aves del cielo que ni siembran ni recogen en graneros, pero a las que el Padre alimenta.

SI YO SOY DIOS

Si yo soy Dios, ¿a quién he de temer si no a mí mismo?
Absurda conclusión sobre mi ser y mi temer
a quien yo quiero.

En las estribaciones
de mis absurdos pensamientos
cabalgan hacia el mundo mis amores
sobre falsos senderos.

No deseo quebrarte en mi estrechura
ni romper con mis besos ateos Tu ventura
ni la arena y el cielo en el desierto,
insensibles los dos
a humano sufrimiento.

Que nadie me interrumpa en el camino
hacia el Dios que soy yo
porque con Él en Mí, todo lo puedo.

Vicente Martínez

Fuente fe Adulta

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No tengáis pánico. Confiar en tiempos revueltos.

Domingo, 13 de noviembre de 2016
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10986243_325157441013636_1636539269_nLc 21,5-19

“Esto que contempláis, llegará un día que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”. “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo…” Al leer estas palabras del evangelio de Lucas me vienen a la mente imágenes recientes de terremotos, guerras, inundaciones… Pienso en hermanas y hermanos nuestros perseguidos y en quienes están padeciendo las consecuencias de tantas catástrofes y me pregunto ¿cómo escucharan ellos estas palabras hoy?

En el año 2001 tuve la inmensa suerte de poder compartir un tiempo en El Salvador, después de los graves terremotos allí acontecidos. Recuerdo que, el viernes que tocaba el cántico de Habacuc en Laudes, las palabras “en el terremoto, acuérdate de tu misericordia”, sonaban a mis oídos de un modo completamente nuevo, llenas de intensidad, haciéndome experimentar con más fuerza la certeza del autor del cántico: “El Señor soberano es mi fuerza, él me da piernas de gacela y me hace caminar por las alturas”.

Seguramente nosotros ya no preguntaríamos a Jesús, como hicieron quienes le escuchaban: “Maestro, ¿cuándo va a ser esto?, porque sabemos que lo que describe el evangelio ya está sucediendo en alguna parte del mundo. Pero ¿qué es lo que Lucas nos está queriendo transmitir? ¿Por qué este texto?

Nos situamos en Jerusalén, en la última visita de Jesús antes de su pasión. Unos versículos antes, Lucas nos ha contado que, al acercarse a la ciudad, Jesús se echa a llorar. Su llanto, como sus palabras, es un llanto profético, un llanto que nace del amor y la compasión que siente hacia aquel lugar y sus gentes, hacia su pueblo. En aquella ciudad y en ese templo muchos creyentes habían depositado sus esperanzas, tanto que habían dejado de ponerlas en Dios mismo para aferrarse, idolátricamente, en espacios y piedras, en ideas o normas. Jesús, con sus palabras, desea despertar a quienes le escuchan para que se conviertan, para que se vuelvan por completo, para que vuelvan sus ojos y todo su ser de nuevo a Dios mismo.

No olvidemos también que el evangelio de Lucas fue escrito en una época cercana a un acontecimiento vivido en el año 70 d.C.: la destrucción del Templo de Jerusalén, algo que para los judíos de aquella época fue devastador pues este edificio había cobrado para ellos un sentido absolutamente referencial.

Lucas relativiza esa catástrofe incluyéndola dentro del devenir de la historia humana y lo hace con una mirada realista, pero creyente y confiada, segura de la presencia de Dios en todo.

Por ello, las palabras de Jesús invitan al consuelo y a la esperanza: “No tengáis pánico” “Yo os daré palabras y sabiduría” “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. A su llamada de atención para que pongamos nuestros sentidos en lo Absoluto y no en lo relativo; para que no nos quedemos en lo superficial sino que vayamos a lo profundo, acompaña una promesa de consuelo, de compañía; una invitación a confiar, a mantenernos en la certeza de que Dios está con nosotros, a perseverar.

Seguro que no puede ser igual escuchar esto cuando estamos contemplando la belleza de las piedras o cuando lo que hay a nuestro alrededor son ruinas… Pero justo ahí, donde todo está destruido, donde la violencia arrasa y el sufrimiento crece, donde la vida está totalmente amenazada… justamente ahí Dios acampa, Dios sufre, Dios consuela y sostiene.

Jesús, por tanto, desea despertar nuestra adormilada conciencia para que no pongamos nuestra esperanza en aquello que es pasajero. Pero, al mismo tiempo, nos invita a situarnos con responsabilidad, lucidez y creatividad ante las dificultades de la vida y los conflictos fruto de la miseria humana. “Perseverad”, nos dice. Manteneos en la convicción de mi presencia en medio de vosotros. Confiad. Pero no perdáis el sentido.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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“Morir y resucitar en Cristo: con cremación y sin tumbas vacías”, por Juan Masiá sj

Miércoles, 9 de noviembre de 2016
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resurreccion-y-vide-eternaDe su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

“La resurrección es la interpretación de fe del sentido de la muerte”

“No consiste en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo cadáver”

Ni la cremación impide la resurrección, ni hace falta una tumba vacía para creer en El Que Vive.

Morir es morir hacia la Vida. Resucitar es entrar en la Vida definitiva, en la Vida de la vida.

Morir y resucitar en Cristo es la expresión de la fe cristiana en la vida verdadera y eterna, que no consiste en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo que se convirtió en cadáver y fue cremado o enterrado.

Se expresa bien el umbral de la muerte con la metáfora de la puerta. La muerte es puerta de salida de esta vida y puerta de entrada en la Vida de la vida. La salida de esta vida, es decir, la muerte es un hecho histórico, acreditado por el certificado de defunción. La entrada en la Vida de la vida no es un hecho histórico, sino transhistórico: la resurrección.

La resurrección es la interpretación de fe del sentido de la muerte. Desde el lado de acá del umbral de la muerte podemos certificar el hecho histórico de la defunción. Pero la realidad transhistórica de la resurrección no se puede certificar como hecho histórico; se da testimonio de ella como confesión de fe.

Para poder certificarla desde el otro lado de la puerta, es decir, para mostrar que esa puerta es puerta de entrada en el más allá, la que se ve como puerta de salida desde el más acá, tendríamos que estar ya en la otra orilla, es decir, tendríamos que haber muerto y resucitado.

Pero la fe puede afirmarlo, porque creer es haber muerto: la fe y la contemplación son como una muerte en vida. Pablo puede afirmar la resurrección desde su confesión de fe, porque como él dice, creer en Cristo es haber muerto y resucitado ya ahora (Col 3, 1). Lo mismo que,según el evangelista Juan, quien vive y cree en Cristo, no morirá nunca ( cf Jn11, 26) (También en la vivencia del Zen se solapa la iluminación con una gran muerte en vida!).

Jesús muere en cruz hacia la Vida y entra en ese momento en el “hoy eterno de Abba”, desde donde difunde su Espíritu. No necesita tumbas vacías para justificar que Él Vive, ni tiene que esperar tres días para resucitar, ni semanas para ascender a Abba y descender como Espíritu: muerte, resurrección, ascensión y pentecostés son todo un mismo instante, que la proclamación narrativa de la fe desplegará temporal y espacialmente en el lenguaje simbólico de apariciones pascuales o pentecostales.

“Morir es nacer a la vida verdadera. Morir a la vida de este mundo es nacer a la vida definitiva…”(Ver más, en las páginas 181-188, de Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée de Brower y Religión Digital Libros, 2015).

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Nadie como la “carne” es tan hermana tuya, porque también contigo nace ella en Dios

Lunes, 7 de noviembre de 2016
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“Así pues, resucitará la carne: idéntica, completa e íntegra. Dondequiera que se encuentre, será depositada junto a Dios, por obra del fidelísimo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, que restituirá Dios al hombre y el hombre a Dios, el espíritu a la carne y la carne al espíritu: ha unido ya ambos en su persona (… ). Eso que tú consideras un exterminio es una simple partida. No sólo el alma se aleja, sino que también la carne se retira mientras tanto: al agua, al fuego, a los abismos, a las fieras. Cuando parece disolverse así, es como si fuera transfundida en vasos. Si después también los vasos desaparecen, porque se disuelven y son reabsorbidos en lo tortuoso de su madre la tierra, de ésta será formado de nuevo Adán, el cual oirá de Dios estas palabras: “¡Resulta que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros!”(Gn 3,22). Entonces será verdaderamente consciente del mal del que ha escapado y del bien en el que ha confluido. ¿Por qué, alma, sientes odio por la carne? Nadie te es tan prójimo ni a nadie debes amar tanto, después de Dios; nadie es tan hermana tuya, porque también contigo nace ella en Dios”

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Tertuliano,
La resurrección de la carne
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Para Dios todos están vivos

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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PRESENCIAS

con amigos ausentes.
Me encuentro siempre
entre el instante y la muerte.
Me encuentro siempre
con un libro enfrente,
con un hombre doliente,
y un paisaje y la corriente,
y el sol rusiente,
y el sueño, por fin, clemente.
Y un pájaro, un niño, y un árbol, vivientes.
Y Dios persistentemente presente…

*

Pedro Casaldáliga
Clamor elemental, Editorial Sígueme, Salamanca 1971

***

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

“Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.”

Jesús les contestó:

“En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.

Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”

*

Lucas 20, 27-38

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“A Dios no se le mueren sus hijos”. 32 Tiempo ordinario – C (Lucas 20,27-38)

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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32-to-300x228Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.

Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.

Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.

Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».

Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.

Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.

Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).

José Antonio Pagola

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“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Domingo 6 de noviembre de 2016 32º Ordinario

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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57-ordinarioc32-cerezoLeído en Koinonia:

2Macabeos 7, 1-2. 9-14: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Salmo responsorial: 16: Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
2Tesalonicenses 2, 16-3, 5: El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Lucas 20, 27-38: No es Dios de muertos, sino de vivos.

Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, que atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida… lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados –tal vez por eso, pensaban que no había que esperar otra–.

A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas, y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.

Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigadas era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre, ya sin muerte.

Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino –en lo que se jugaba la vida–, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad, la ley de Moisés.

La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los tiempos actuales. También nosotros, como la sociedad culta que actualmente somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el «juicio particular», el «juicio universal», el purgatorio (si no el limbo, que fue oficialmente «cerrado» por la Comisión Teológica Internacional del Vaticano hace unos pocos años), el cielo y el infierno (¡!)…

La teología (o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todos estos temas. Creía saber casi todo respecto al más allá, y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común actualizado») se ruborizan de haber creído semejantes cosas, y se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan fantasiosa, y para más inri, tan segura de sí misma. De hecho, en el ambiente general del cristianismo, se puede escuchar hoy día un prudente silencio sobre estos temas, otrora tan vivos y hasta tan discutidos. En el acompañamiento a las personas con expectativas próximas de muerte, o en las celebraciones en torno a la muerte, no hablamos ya de los difuntos ni de la muerte de la misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente en la cultura moderna, que nos hace sentir la necesidad de no repetir ya lo que nos fue dicho, sino de revisar y repensar con más continencia lo que podemos decir/saber/esperar.

Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando…». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección», no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir, pero no concretar. Una resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos formados hace tiempo), hoy no parece sostenible, críticamente hablando.

Tal vez nos vendría bien a nosotros una sacudida como la que dio Jesús a los saduceos. Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe en la resurrección y con ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos un serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner por delante su carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe perezosa y fundamentalista, sino una fe seria, sobria, crítica, responsable y continente. Hay libros adecuados para estos temas, que recomendamos más abajo. Leer más…

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Dom 5.11.16. Libertad de mujer, contra un matrimonio saduceo (levirato)

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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la-familia-en-la-bibliaDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 32º. Lucas 20, 27-38. El texto del domingo en uno de los más complejos de toda la Biblia, y en especial del Nuevo Testamento.

Se ocupa de temas eternos: mujeres y maridos, matrimonio y muerte, herencia económica y libertad de la mujer…
Trata básicamente de las mujeres, que pueden ser por fin libre, sin estar al servicio de sus maridos (pudiendo así amarles, y amarse ambos, en libertad).

Evidentemente, podemos y debemos criticar (como ha hecho Jesús) la ley de fondo del pasaje: el cuñado tiene que casarse con la viuda para dar hijos al hermano muerto y para asegurar así la transmisión de la herencia de la tierra. Pero sólo podemos hacerlo si la comprendemos y valoramos primero, para superarla después, desde la visión de un Dios que es Dios de Vida, es decir, de hombres y mujeres en libertad personal.

Así lo haré, presentando con cierta detención este pasaje, defendiendo en un plano antiguo la ley del levirato (por algo la introdujo en su momento la Biblia), como he puesto de relieve en mi libro La Familia en la Biblia, cuyo texto aquí retomo y elaboro.

Según la ley del levirato el matrimonio está al servicio de la descendencia del marido y de la herencia (es decir de una economía de varones ligada a la producción y mantenimiento de lo producido). En ese engranaje de herencia de la tierra y estirpe se sitúa la mujer, que no tiene en sí valor propio, como persona.

Precisamente para impedir (¡en un nivel de ley machista!) la lucha por la herencia (y para confirmar la autoridad de los varones) en una sociedad patriarcalista (¡el padre mantiene su “nombre” por los hijos!), se ha establecido la ley del levirato, aunque ella pueda aparecer también y sea garantía de seguridad para las mujeres: (Una viuda sin hijos carece de protección y derechos civiles; para defenderla, ofreciéndole una casa y descendencia, la desposa su cuñado).

Mirada así, esa ley del matrimonio saduceo resultaba necesaria en un mundo patriarcal, dominado por el tema de la herencia La viñeta (recreada por M. Cerezo) pone a la chica de negro entre siete varones levires, que disputan por ella, mientras Jesús discute con con el maestro saduceo, haciendo que lea bien el Libro.

imagesPues bien, es aquí donde se introduce la respuesta de Jesús, que implica una inversión y conversión total de la “ley” del levirato, de manera que sea posible y deba surgir un matrimonio de evangelio, donde la mujer sea libre y ambos, varón y mujer, estén al servicio de la vida, esto es, sean ellos mismos.

La existencia de un Dios de la Vida y la esperanza de la resurrección de los muertos (es decir, de la llegada del Reino de Dios) libera a la mujer como persona, liberando al mismo tiempo al hombre (al varón patriarcalista), de manera que vivan ambos al servicio de su misma vida, es decir, del Amor que es Dios, por encima de leyes como aquella del levirato, que les ataba a la rueda del poder, y de la esclavitud económica.

(Desde esta perspectiva se vuelve imposible la imagen de portada de mi libro, con las tres mujeres al servicio de la herencia de Abraham, por más santa que esa herencia sea).

Texto (Lc 20, 27-38)

1. En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.
2. Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Estáis muy equivocados
2. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.”

Presentación y división del texto.

Tal como lo he dividido, el texto tiene tres partes. La primera trata de la ley del levirato y del caso de la mujer de siete maridos. La segunda del matrimonio y los ángeles. La tercera de la resurrección y del Dios de Abrahán. Hoy quiero tratar de la primera.

Hoy quiero tratar de la primera. Se trata de un “tema” que viene de antiguo, que probablemente se discutía entre los círculos judíos de aquel tiempo y que el evangelio ha retomado, desde su primera versión de Marcos (cf. Mc 12, 18-27). No voy a entrar aquí en las variantes de los sinópticos, sino en el tema de fondo, empezando por la primera parte.

Los saduceos ridiculizan la resurrección de los muertos, hablando una mujer que ha sido “propiedad” de siete maridos. )De quién de ellos será al fin de los tiempos? La cuestión ha sido bien planteada: no alude a la mera supervivencia espiritual sino a realización integral de la persona, dentro de un grupo social (de una familia), en un cielo realísimo, de maridos y mujeres, de propiedades y tierras. Es evidente que una mujer concebida como propiedad del varón no tiene cabida en el Reino de la resurrección, en el que todo se vuelve actual (presenta, a la vez), porque en ese caso ella tendría que ser concebida como propiedad de siete varones. En este contexto se plantea le ley del levirato.

Ley del Levirato:

5 “Si unos hermanos viven juntos y muere uno de ellos sin dejar hijo, la mujer del difunto no se casará fuera de la familia con un hombre extraño. Su cuñado se unirá a ella y la tomará como su mujer, y consumará con ella el matrimonio levirático. 6 El primer hijo que ella dé a luz llevará el nombre del hermano muerto, para que el nombre de éste no sea eliminado de Israel. 7 “Si tal hombre no quiere tomar a su cuñada, entonces su cuñada irá a los ancianos, a la puerta de la ciudad, y dirá: ‘Mi cuñado rehúsa levantar nombre en Israel a su hermano; él no quiere cumplir el matrimonio levirático conmigo.’ 8 Entonces los ancianos de su ciudad lo llamarán y hablarán con él. Si él se pone de pie y dice: ‘No quiero tomarla’, 9 entonces su cuñada se acercará a él delante de los ancianos, quitará el calzado del pie de él, le escupirá en la cara y le dirá: ‘¡Así se haga al hombre que no edifica la casa de su hermano!’ 10 Y se llamará su nombre en Israel Casa del Descalzado (Dt 25, 5-10).

No quiero defender esta ley, pero tengo el deber de entenderla e incluso, en su momento y circunstancia, de defenderla Los elementos principales implicados en esta ley son los siguientes:

a. La herencia debe mantenerse en la familia o clan. El texto supone, dentro del espíritu de continuidad familiar, que cada hombre, fundador de familia, posee una tierra y que debe legarla a sus descendientes, dentro de una “federación” de familias libres. Si un hombre muere sin dejar herencia, su tierra puede convertirse en propiedad de otros (que la usurpen, dentro del clan) o pasar a otro claro (si la viuda se casa y entrega la tierra a otro marido extraño). Por eso, la viuda debe casarse de nuevo, dentro de la familia.

b. Ésta es ley para proteger a las viudas… que corren el riesgo de quedar desamparadas, si pierden al marido y no tienen hijos (como sabe el conjunto de leyes de Éxodo y Deuteronomio, que mandan proteger a las viudas). Pues bien, la mejor forma de proteger a las viudas es hacerlo dentro de la misma familia, no por “caridad”, sino por ley. Por eso, el pariente más próximo de la viuda debe encargarse de ella (como supone, en otro plano, la misma ley de la Iglesia cristiana en 1 Tim 5, 4).

c. La única forma real de proteger a la viuda, en aquel contexto, es “casándose” con ella (es decir, tomándola en casa) y dándole un hijo que sea su heredero… es decir, que herede la tierra del marido difunto y proteja después a su madre. Ésta es normalmente una ley onerosa para el levir o cuñado… que tiene que cuidar de dos casas y herencias, de la suya propia… y de la de su hermano. El buen “levar” es un hombre que trabaja para que se mantenga la herencia de su hermano, engendrado y cuidando un hijo que no va a ser suyo, sino de su hermano. Por eso, el texto insiste en que cumpla su obligación y que si no lo hace “caiga en vergüenza”. Como se ve, ésta es una ley que no puede imponerse por obligación.

d. ¿Qué pasa con la viuda? ¿Qué piensa ella? El texto no lo dice, pero, en principio, esta ley quiera favorecerla: darle una casa, asegurarle una herencia (un hijo), permitir que su hijo sea su heredero.

e. Ésta es una ley que supone la “poligamia”, al menos temporal. No se dice si el “levir” (el hermano que se casa con su cuñada) está casado o no. Ésta es una ley de “cuñados-hermanos”… Ellos aparecen como garantes de la continuidad familiar (como en otras culturas los tíos, es decir, los hermanos de la madre). En ese contexto, introduciré al final unas reflexiones “´criticas” sobre la poligamia
1. Respuesta de Jesús

Jesús acepta el levirato “en este mundo; de manera que vale “para los hijos de este eón” (hoy houioi tou aiônos toutou). Eso significa que él no rechaza esa ley, pero la sitúa sólo en este mundo, antes de la “resurrección”, es decir, antes de la llegada del Reino de Dios. Pero en la resurrección ese tipo de “tiempo” actual (con la lucha por la posesión y por la mujeres), de manera que los siete maridos muertos no pueden volver, presentando cada uno su derecho y luchando sobre aquella que tuvieron todos (Sobre el levirato cf. D. A. Leggett, The Levirate and Goel. Institution in the Old Testament with special Attention to the Book of Ruth, Ney Jersey 1974; R. de Vaux, Instituciones del AT, Herder, Barcelona 1985, 71-73). Leer más…

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¿Cómo nos tomamos la resurrección: en serio o en broma? Domingo 32 Ciclo C

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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29abril2011Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Es posible que muchos respondieran a la pregunta del título: «ni en serio ni en broma, no me interesa». Pero esconder la cabeza en la arena, como el avestruz, no es la mejor forma de abordar uno de los mayores interrogantes, si no el más grande, de la vida humana: ¿hay algo después de la muerte? Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos actitudes muy distintas: la de quienes se toman el tema muy en serio (los siete hermanos del libro de los Macabeos) y la de quienes bromean sobre la cuestión (los saduceos).

Los israelitas y la fe en la resurrección

            En contra de lo que muchos pueden pensar, el pueblo de Israel no tuvo en todos los siglos antes de Jesús una idea clara de la resurrección. Más bien se daba por supuesto que el hombre, cuando moría, descendía al Seol, donde llevaba una forma de vida en la que no era posible la felicidad ni tenía lugar una visión de Dios. La oración que pronuncia el piadoso rey Ezequías (siglo VIII a.C.) expresa muy bien la opinión tradicional (Isaías 38,18-19).

            «El Abismo no te da gracias, ni la Muerte te alaba,

            ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa.

            Los vivos, los vivos son los que te dan gracias, como yo ahora.»

            Los judíos comienza a creer en la resurrección en los últimos siglos del Antiguo Testamento; los testimonios más claros proceden del siglo II a.C., en el libro de Daniel y en 2 Macabeos. Debió de contri­buir mucho a implantar esta fe la idea de que quienes morían por ser fieles a Dios y a sus manda­mientos debían recibir una recompensa en la otra vida. La última visión del libro de Daniel termina con estas palabras: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua» (Daniel 12,2). Y, poco después, el ángel dice a Daniel: «Te alzarás a recibir tu destino al final de los días» (Daniel 12,13).

Los que se toman la resurrección en serio

            El libro segundo de los Macabeos contiene en el c.7 una leyenda sobre la muerte de siete hermanos junto con su madre, en la que se afirma claramente la fe en la resurrección. Un fragmento de ese capítulo constituye la primera lectura de este domingo (2 Macabeos 7, 1-2. 9-14).

            «En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.»

            El segundo, estando para morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. »

            Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.»

            El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».

Los que se toman la resurrección en broma

            Esta fe en la resurrección fue aceptada plenamente por los fariseos. En cambio, los saduceos la rechazaban como novedad e intentan discutir sobre el tema con Jesús. El evangelio de Lucas lo cuenta de este modo:

            En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

            ‒ Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.

            Jesús les contestó:

            ‒ En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

Los saduceos

            Los saduceos formaban uno de los grandes grupos religioso-políticos de la época de Jesús, junto con los fariseos, los esenios y los sicarios. Su nombre deriva de Sadoc, sumo sacerdote en tiempos de Salomón. Aunque el partido estaba com­puesto en gran parte por sacerdotes, también lo integraban seglares. Su rasgo más destacado es que pertenecían a la aristo­cra­cia. Cuentan sobre todo con los ricos; no tienen al pueblo de su parte. «Esta doctrina es profesada por pocos, pero éstos son hombres de posición elevada» (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos XVIII, 1, 4).

            Aparte de su condición de aristócratas, otro rasgo característico es que únicamente reconocían como vinculante la Torá escrita y rechazaban el conjunto de la interpretación tradicional y su desarrollo ulterior a lo largo de los siglos, «las tradiciones de los antepasados». Es muy posible que sólo conside­rasen el Penta­teuco como texto canónico en el sentido estricto.

            Como consecuencia de lo anterior, su visión religiosa era muy conservadora:

            1) negaban la resurrección de los cuerpos y cual­quier tipo de supervivencia personal;

            2) negaban la existencia de ángeles y espíritus;

            3) afirmaban que «el bien y el mal estaban al alcance de la elección del hombre y que éste puede hacer lo uno o lo otro a voluntad»; en consecuencia, Dios no ejerce influjo alguno en las acciones humanas y el hombre es él mismo causa de su propia fortuna o desgracia.

            Cuando se acercan a Jesús no plantean los tres problemas, sólo el primero, a propósito de la resurrec­ción.

El argumento de los saduceos: la ley del levirato

            El argu­mento que aducen es muy simple; más que simple, irónico, basado en una ley antigua. En Israel, como entre los asirios e hititas, se pretendía garanti­zar la descendencia y la estabilidad de los bienes familiares mediante una ley que se conoce con el nombre latino de «ley del levirato» (de levir, «cuñado»), y dice así:

            «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel. Pero si el cuñado se niega a casarse, la cuñada acudirá a las puertas, a los ancianos, y declarará: ‘Mi cuñado se niega a transmitir el nombre de su hermano en Israel, no quiere cumplir conmigo su deber de cuñado’. Los ancianos de la ciudad lo citarán y procura­rán convencerlo; pero si se empeña y dice que no quiere tomarla, la cuñada se le acercará, en presencia de los ancianos, le quitará una sandalia del pie, le escupirá en la cara y le responderá: ‘Esto es lo que se hace con un hombre que no edifica la casa de su hermano’ Y en Israel le pondrán por mote ‘La casa del Sinsandalias” (Dt 25,5-10).

            He citado toda la ley por simple curiosidad. A los saduceos les basta la primera parte para plantear un caso aparentemente insoluble. Parten de la idea, bastante exten­dida entre los ju­díos de la época, de que la vida matrimonial conti­nuaba después de la resurrección. Entonces, ¿cómo se resuelve el caso de los siete hermanos que han tenido la misma mujer? La pregunta de los saduceos es inteli­gente: no niegan de entrada la resurrec­ción, al contrario, parecen afirmar­la («cuando resuci­ten»); pero proponen una difi­cultad tan grande que el adversario puede sentirse obligado a reconocer su derrota y negar esa resurrección.

La respuesta de Jesús

            En los evangelios de Marcos y Mateo, la respuesta de Jesús comienza con un duro ataque a los saduceos: «Estáis equivocados, porque no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios». Decirle a un judío, sobre todo si es sacerdote, que no conoce las Escrituras ni el poder de Dios es el mayor insulto que se le puede dirigir. Lucas omite esta frase y Jesús se limita a indicar la diferencia radical entre la vida presente y la futura. «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán». Los saduceos entienden la vida futura como una reproducción literal de la presente (muchas mujeres, y también muchos hombres, dirían que para eso no vale la pena resucitar). Para Jesús, en cambio, las relaciones cambian por completo: varones y mujeres serán «como ángeles de Dios».

            Para comprender esta comparación con los ángeles hay que tener en cuenta la mentalidad dualista que reflejan algunos escritos judíos anterio­res, como el Libro de Henoc. En él se distinguen dos clases de seres: los carnales (los hombres) y los espiritua­les (los ánge­les). Los primeros necesitan casarse para garantizar la procrea­ción. Los segundos, no. A los primeros, Dios «les ha dado mujeres para que las fecunden y tengan hijos y así no cese toda obra sobre la tierra». Y a los ángeles se les dice: «Voso­tros fuisteis primero espirituales, con una vida eterna, inmor­tal, por todas las generaciones del mundo. Por eso no os he dado mujeres, porque la morada de los espirituales del cielo está en el cielo» (Henoc 15,4-7). En este texto, la mujer es vista exclusivamente desde el punto de vista de la procreación, y el matrimonio no tiene más fin que garantizar la supervivencia de la humanidad.

            A la luz de este texto, la comparación con los ángeles significa que la humanidad pasa a una forma nueva de existen­cia, inmortal, en la que no es preciso seguir procreando. De las palabras de Jesús no pueden sacarse más conclusiones sobre la vida de los resucitados. El sólo pretende desvelar el equívoco en que se mueven los saduceos y la mayoría de sus contemporáneos en este punto. Lo curioso es que Jesús diga esto a un grupo religioso que tampoco cree en los ángeles.

La resurrección

            Resuelta la dificultad, pasa a demostrar el hecho de la resurrec­ción. Los rabinos fundamentaban la fe en la resurrección usando tres recursos:

            1) citas de la Escritura (los puedes ver en el apartado siguiente);

            2) relatos del AT de resurrección de muer­tos (los de Elías y Eliseo);

            3) argumentos de razón.

            Jesús se limita al primer recurso citando las palabras de Dios a Moisés cuando se le revela en la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob». Conviene recordar que estas palabras formaban parte de una de las dieciocho bendiciones que todo judío piadoso rezaba tres veces al día. Por tanto, se trata de palabras conoci­das y repetidas continuamente por los saduceos, pero de las que no extraen la consecuencia lógica: «Dios no es un Dios de muer­tos, sino de vivos». A una mentalidad crítica, esta argumen­tación puede resultarle de una debilidad sorprendente. Sin embargo, no es tan débil. Más bien, deja clara la debilidad del punto de vista de los saduceos, que confiesan una serie de cosas sin querer aceptar las conclusiones. Desde el punto de vista de un debate teológico, es más honesto negarlo todo que afirmar algo y negar lo que de ahí se deriva.

            Años más tarde, en algunos cristianos de Corinto se daba una actitud parecida a la de los saduceos. Aceptaban y confesaban que Jesús había resucitado, pero negaban que los demás fuésemos a resucitar. Se aceptaba el evangelio como algo válido para esta vida, pero se negaba su promesa de otra vida definiti­va. Esta contradicción es la que ataca Jesús en los saduceos.

            Si mi interpretación es exacta, este texto no serviría para demos­trarle a un ateo que existe la resurrección. El debate de Jesús con los saduceos se mueve a un nivel de fe y de aceptación de unas verdades prelimina­res. El texto se dirige más bien a gente de fe, como nosotros, que dudan de sacar las consecuencias lógicas de esa fe que confiesan.

Textos usados por los rabinos para demostrar la resurrección

            A título de curiosidad recojo esos textos. Desde un punto de vista crítico, algunos carecen de valor, están traídos por los pelos. El más valioso es el último, el de Isaías. Recuerdo que los judíos no admiten como inspirados los libros de los Macabeos, y no usan la primera lectura de hoy para argumentar.

Dt 4,4: «Vosotros, que habéis seguido unidos a Yahvé vuestro Dios, estáis hoy todos vivos».

            Dt 11,9: «Prolongaréis vuestros años sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios, prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana leche y miel.»

            Dt 31,16: «El Señor dijo a Moisés: Mira, vas a descansar con tus padres…»

            Is 26,19 «¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.»

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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. 6 noviembre, 2016

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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“…y es que ya no pueden morir, pues son como ángeles; son hijos de Dios, porque han resucitado”.

(Lc 20, 27-36)

El Evangelio de este domingo nos plantea una cuestión muy seria. Más allá del lio de los siete maridos, lo que pone sobre el tapete es el Tema de la Resurrección.

Y no es tan fácil como en Pascua. En Pascua hablamos de la resurrección de Jesús, la celebramos y con la primavera se nos va llenando todo de vida, de esperanza y de colores. Podríamos decir que creer en la resurrección de Jesús es fácil, es lo que esperamos durante toda la cuaresma. Esperamos que la vida venza sobre la muerte. Esta es la esperanza cristina: la muerte no tienen la última palabra.

Hasta aquí todo bien. Pero el evangelio de hoy no nos habla de la resurrección de Jesús, no. Lo que nos pregunta este evangelio es: ¿qué esperamos, qué creemos que hay después de la muerte, de la nuestra y de la nuestros seres queridos? ¿Qué creemos que hay después de la muerte?

Pregunta difícil, incómoda, sobre todo si la muerte está presente y cercana en nuestra vida. Una manera de saber verdaderamente qué creemos que hay después de la muerte es pararnos a pensar qué le hemos dicho a una persona cercana cuando ha fallecido un ser querido o más aún qué hemos pensado y sentido ante la muerte de una persona a la que queríamos.

¿Creemos realmente que la muerte es de verdad la Pascua? Ese paso que nos conduce a ser en plenitud aquello que anhelamos. ¿Creemos de verdad en la VIDA (con mayúsculas) que inaugura Jesús? ¿te lo crees?

Oración

Trinidad Santa, no permitas que nos dejemos arrastrar por las redes de nuestra sociedad que nos quieren hacer creer que no existe la muerte, ni la enfermedad, ni el dolor… y con ello nos vuelven incapaces de hacerles frente con humanidad y madurez.

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Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Lo que hoy eres para Dios, lo serás siempre

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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alex_pettyfer_1175095842Lc 20, 27-38

Por fin estamos en Jerusalén. Lc ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica con los dirigentes. Los saduceos, que tenían su bastión en torno al templo, entran en escena. Era más un partido político que religioso. Estaba formado por la aristocracia laica y sacerdotal. Preferían estar a bien con la Roma y no poner en peligro sus intereses. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían la tradición como norma de conducta. No creían en la resurrección. Jesús no responde a la pregunta absurda. Responde, más bien, a lo que debían haber preguntado.

El evangelio de hoy responde a una visión mítica del hombre y del mundo. Lo que encerraba una verdad desde esa visión, se convierte en absurdo cuando lo entendemos racionalmente desde nuestro paradigma. Pensar y hablar del más allá es imposible. Es como pedirle a un ordenador que nos de el resultado de una operación sin suministrarle los datos. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos ningún dato que nos permita imaginar el más allá, porque todo lo que llega a nuestra mente ha entrado por los sentidos.

Las imaginaciones para el más allá carecen de sentido. Lo único racional es aceptar que no sabemos absolutamente nada. El instinto más visceral de cualquier ser vivo, es la permanencia en el ser; de ahí que la muerte se considere como el mal supremo. Para el ser humano con su capacidad de razonar, ningún programa de salvación será convincente si no supera su condición mortal. Si el hombre considera la permanencia en el ser como un valor absoluto, también considerará como absoluta su pérdida. Todos los intentos que ha hecho el hombre para encontrar una salida, surgen de este enfoque desesperado.

Por no aceptar nuestra contingencia, todos queremos ser eternos. Esa contingencia no es un fallo, sino mi propia naturale­za; por lo tanto no es nada que tengamos que lamentar ni de lo que Dios tiene que librarnos, ni ahora ni después. Mis posibilidades de ser las puedo desplegar a pesar de esa limitación. No creo que sea coherente el postular para el más allá un cielo maravilloso mientras seguimos haciendo de la tierra un infierno.

Nuestro ser, que creemos individual y autosuficiente, hace siempre referencia a otro que me fundamenta, y a los demás que me permiten realizarme. La razón de mi ser no está en mí sino en Otro. Yo no soy la causa de mí mismo. No tiene sentido que considere mi propia existencia como el valor supremo. Si mi existir se debe al Otro, Él será el valor supremo también para mi ser individual y aparentemente autónomo.

El pueblo de Israel empezó a reflexionar sobre el más allá unos 200 años antes de Cristo. El concepto de resurrección no se acuñó hasta después de las luchas macabeas. Los libros de los Macabeos, se escribieron hacia el año 100 a C. El libro de Daniel, se escribió hacia el año 164 a C. Anteriormente solo se pensó en la asunción al “cielo” de determinadas personas que volverían a la tierra para llevar a cabo una tarea de salvación; no se trataba de resurrección escatológica sino de una situación de espera en la reserva para volver.

Para los semitas, el ser humano era un todo, no un compuesto de partes. Se podían distinguir en él, distintos aspectos: a) Hombre-carne. b) Hombre-cuerpo. c) Hombre-alma. d) Hombre-espíritu. Por otro lado, los filósofos griegos consideraron al hombre como compuesto de cuerpo y alma. Afirmaban la inmortalidad del alma, pero no concedían ningún valor al cuerpo; al contrario lo consideraban como una cárcel. La muerte era una liberación, una ascensión. La imagen de Sócrates bebiendo la cicuta con total tranquilidad y paz, nos muestra claramente esta actitud básica del filósofo griego.

Los semitas, al no reconocer un alma sin cuerpo, no podían imaginar un ser humano sin cuerpo. Ni siquiera tienen una palabra para esa realidad desencarnada. Tampoco tienen un término para expresar el cuerpo sin alma. La doctrina cristiana sobre el más allá, nace de la fusión de dos concepciones del ser humano irreconciliables, la judía y la griega. Lo que hemos predicado los cristianos hubiera sido incomprensible para Jesús. La palabra que traducimos por alma en los evangelios, quiere decir simplemente “vida”. Y la palabra que traducimos por cuerpo, quiere decir persona.

El NT proclama la resurrección de los muertos. Aunque nosotros hoy pensamos más en la supervivencia del alma, no es esa la idea que nos quiere trasmitir la Biblia. Nos hemos apartado totalmente del pensamiento de la Biblia y ha prevalecido la idea griega, aunque tampoco la hemos conservado con exactitud, porque para los filósofos griegos no se necesitaba ninguna intervención de Dios para que el alma siguiera viviendo, y la resurrección del cuerpo no suponía para los griegos ninguna ventaja sino un flaco favor.

La base de toda reflexión sobre al más allá, está en la resurrección de Cristo. La experiencia que de ella tuvieron los discípulos es que en Jesús, Dios realizó plenamente la salvación de un ser humano. Jesús sigue vivo con una Vida que ya tenía cuando estaba con ellos, pero que no descubrieron hasta que murió. En él, la última palabra no la tuvo la muerte (pérdida de la vida física), sino la Vida (permanencia en Dios para siempre). Esta es la principal aportación del texto de hoy: “serán como Ángeles, serán hijos de Dios”.

¿Cómo permanecerá esa Vida que ya poseo aquí y ahora? Ni lo sé ni puedo saberlo. No debemos rompernos la cabeza pensando como va a ser ese más allá. Lo que de veras me debe importar es el más acá. Descubrir que Dios me salva aquí y ahora. Vivenciar que hoy es ya la eternidad para mí. Que la Vida definitiva la poseo ya en plenitud ahora mismo. En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron que Jesús estaba vivo. No se trataba de la vida biológica sino la Vida divina que ya tenía antes de morir, a la que no puede afectar la muerte biológica.

Los cristianos hemos sido tan retorcidos, que hemos tergiversado hasta el núcleo central del mensaje de Jesús. Él puso la plenitud del ser humano en el amor, en la entrega total, sin límites a los demás. Nosotros hemos hecho de esa misma entrega una programación. Soy capaz de darme, con tal que me garanticen que esa entrega terminará por redundar en beneficio de mi ego. Lo que Jesús predicó fue que la plenitud humana está precisamente en la entrega total. Mi objetivo cristiano debe ser deshacerme, no garantizar mi permanencia en el ser. Justo lo contrario de lo que pretendemos.

¿Te preocupa lo que será de ti después de la muerte? ¿Te ha preocupado alguna vez lo que eras antes de nacer? Tú relación con el antes y con el después tiene que responder al mismo criterio. No vale decir que antes de nacer no eras nada, porque entonces hay que concluir que después de morir no serás nada. La eternidad no es una suma de tiempo sino un instante que abarca todo el tiempo posible. Para Dios eres exactamente igual en este instante que millones de años antes de nacer o millones de años después de morir.

…porque para Él, todos están vivos“. ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos solo para Él? ¿No podría ser, que el consumirnos en favor de los demás, fuese la auténtica consumación del ser humano? ¿No es eso lo que celebramos en cada eucaristía?

Meditación-contemplación

Para Dios todo está siempre en un eterno presente.
Esa existencia eterna en Dios, se manifiesta en el tiempo,
y da origen a todas las criaturas que forman el universo.
Como ser humano puedo vivir conscientemente mi relación con el Absoluto.
……………..

La experiencia de lo Absoluto, es mi verdadera Vida.
No confundir con mi vida biológica que solo es un accidente.
Cuando tomo lo accidental por substancial,
estoy equivocándome de cabo a rabo.
……………

Si descubro el engaño, procuraré vivir a tope,
es decir, al límite de mis posibilidades más humanas.
Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro.
Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno.
…………….

 

Fray Marcos

Fe Adulta

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Dios de la vida

Domingo, 6 de noviembre de 2016
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pisadas_en_arena_muralesyvinilos_26927__l“Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida” (Espinosa)

6 de noviembre, domingo XXXII del TO

Lc 20, 27-38

No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven

La primera lectura de este domingo nos relata el episodio de los hermanos Macabeos testimoniando con la vida su fidelidad a Dios: “Tú me quitas la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida eterna” (2 Mac cap. 7) arguye a sus verdugos el primero de los hermanos.

Todo en el Cosmos nace, vive y muere en una interminable cadena del ciclo de la vida. En el reino mineral el topacio, en el vegetal la encina, en el animal el hombre. Lo cantaba Jorge Manrique en las Coplas a la muerte de su padre: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar, / q’es el morir…”

El poeta francés Romain Rolland (1866-1944) decía que la vida es una serie de muertes y resurrecciones. Y me complace más su pensamiento que el del filósofo existencialista Heidegger afirmando que “el hombre es un ser para la muerte”. Dios crea la Naturaleza, y en ella al hombre, para que tenga vida: “No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (Lc 20, 38).

El sacerdote español Cesáreo Gabaráin (1933-1991) compuso un himno que las Fuerzas Armadas Españolas eligieron en 1981 para honrar a sus caídos. En el desfile del pasado 12 de octubre –Día de la Hispanidad– tres mil soldados hicieron resonar su conmovedora letra en La Castellana de Madrid: “Cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido / cuando el adiós dolorido / busca en la Fe su esperanza (…) Tú le has llevado a la luz”.

Para el jesuita Teilhard de Chardin (1881-1955), filósofo y paleontólogo francés “la muerte no es un accidente sobrevenido de una manera fortuita: forma parte integrante, por construcción, del proceso de la creación”. Morir es renacer en Dios, alcanzar la plenitud en su cualidad de ser humano: “Consummatum est” -todo está cumplido-, gritó Jesús al morir en la cruz (Mc 15, 34)). También gritaba nuestro Don Miguel de Unamuno revelándose frente a la muerte y diciendo, que con razón, contra la razón o sin ella, no le daba la gana de morirse, que haría falta que lo cesaran de la vida, porque él no pensaba dimitir.

Gustav Mahler (1860-1911), como el rector de Salamanca, como todos nosotros, sentía la angustia y la necesidad física del “hambre de inmortalidad”. El compositor de la Segunda Sinfonía –“Resurrección- es un ser angustiado que raramente cree ver la luz y que no logra salir de la obscuridad. En cambio su contemporáneo Antón Bruckner (1824-1896) es un creyente absoluto, que encuentra en el templo de la naturaleza la huella visible y consoladora de la mano de Dios. De él dice Hans Küng en Música y Religión que le ha fascinado siempre la figura de Bruckner: “esa relación entre fe personal sencilla y música grandiosa, en la que la fe ha hallado un lenguaje tonal insuperable”.

A Mahler le preocupa en Resurrección lo mismo que Rubén Darío se preguntará años más tarde: “no saber a dónde vamos ni de dónde venimos”. En el quinto y último movimiento de la Oda a la Resurrección cantan triunfalmente la soprano y el coro: “Resucitaréis, sí, resucitaréis cenizas mías, tras breve reposo”. Momento en el que Gustav añade un verso rotundo y decisivo de su personal inspiración: “Yo moriré para vivir”, a los del poeta Friedrich Klopstock: “Con alas que he conquistado / en ardiente afán de amor / ¡levantaré vuelo / hacia la luz que no ha alcanzado ningún ojo!”

Baruch Espinosa (1632-1667), místico medieval sefardí dijo que: “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Pensamiento que a mí personalmente, como a él, como a Romain Rolland, Cesáero Gabaráin, Teilhard de Chardin, Miguel de Unamuno, Gustav Mahler y Antón Bruckner, fascina infinitamente más que el de la muerte.

Dios no abandona nunca a los que ama y les da vida, como relata este popular cuento sufí.

UN PAR DE PISADAS EN LA ARENA

Cuando la última escena de su vida pasó ante su vista, miró hacia atrás. Observó las pisadas que habían quedado marcadas en la arena y vio que, en muchas ocasiones, en el camino de su vida había sólo un par de pisadas. Notó, también, que eso sucedía en los momentos más difíciles y angustiosos.

Le extrañó, y preguntó a Dios:

-Señor, cuando resolví seguirte, me dijiste que siempre irías conmigo, todo el camino. Pero observo que durante los peores momentos sólo se distinguen un par de pisadas en la arena de los caminos de mi vida. No comprendo cómo me abandonaste en los momentos que más te necesitaba.

Dios le respondió:

-Mi querido hijo. Yo te amo y jamás te dejaría en momentos de sufrimiento. Cuando viste un par de pisadas fue porque allí, precisamente, te llevé en mis brazos.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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