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Cuarto Domingo de Pascua. 7 Mayo, 2017

Domingo, 7 de mayo de 2017
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pascua

“El que entra por la puerta es el pastor del rebaño. El portero le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca.”

(Jn 10, 1-10)

Nuestra vida se desarrolla prácticamente en nuestra mente, donde  pensamos,  mostramos nuestro saber, controlamos, imponemos… Pero Jesús en este evangelio nos dice que  nuestra vida  no se desarrolla en la mente, ni se desarrolla en el corazón, que nuestra vida para ser Vida, hemos de vivirla en la totalidad que somos.

Nuestra mente, nuestro corazón, nuestras extremidades son pequeñas puertas por donde se nos va  haciendo la vida. Y Jesús hoy nos dice: “en vuestra vida sólo hay una puerta que muchas veces cerráis por miedo, por el qué dirán.  Yo os digo: abrid vuestra vida a la Vida que soy yo. Ahí descubriréis el descanso, el sosiego, el amor, la aceptación. Y podréis ser vosotros sin fingir, no se trata de hacer, sino de ser.

Jesús es la puerta que nos permite ser lo que somos.

La llave de nuestra vida la tenemos nosotros.  Si somos capaces de meterla en la cerradura, que no es otra cosa que la oración y el encuentro con Él, se abrirá.  Y aunque en un primer momento nos quedemos paralizados, entraremos, y descubriremos una estancia amplia. Llena de luz. Donde descubriremos lo que somos,  hijos de la casa, hijos de Dios.

Jesús, es la puerta que nos permite acceder a nuestra interioridad, y descubrir su voz en el silencio, donde oímos nuestro nombre y la invitación a que sigamos sus huellas para ir al Padre.

ORACIÓN

Gracias por ser puerta que nos abre a la Vida y nos descubre el sentido y la grandeza de vivir en ti.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Jesús nos comunica su Vida, que es la Vida de Dios.

Domingo, 7 de mayo de 2017
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buenpastor6Jn 10, 1-15

Aunque el evangelio de hoy ya no hable de apariciones, no nos apartamos del tema pascual, pues afirma expresamente: “Yo he venido para que tengan Vida y la tengan abundante”. Éste es el verdadero tema de Pascua. Lo que Jn pone en boca de Jesús nos está diciendo lo que de él pensaban los cristianos de finales del siglo I en la comunidad donde se escribe el evangelio, no lo que pudo decir él cuando vivía en Galilea. Esto que vivió una comunidad cristiana, es para nosotros más interesante que las mismas palabras que pudo decir Jesús, porque nos habla de una vivencia provocada por Jesús Vivo.

El relato nos habla de la puerta y del pastor. En el fondo es la misma metáfora, porque la única puerta de aquellos apriscos, era el pastor. El rebaño eran las 5 ó 10 ovejas o cabras, que eran la base de la economía familiar. Por la noche, después de haber llevado a pastar cada uno las suyas, se reunían todas en un aprisco, que consistía en una cerca de piedra con una entrada muy estrecha para que tuvieran que pasar las ovejas de una en una y así poder controlarlas, tanto a la entrada como a la salida. Esa entrada no tenía puerta, sino que un guarda, allí colocado, hacía de puerta y las cuidaba durante la noche.

Por la mañana cada pastor iba a sacar las suyas para llevarlas a pastar. Esto se hacía por medio de un silbido o de una voz que las ovejas conocían muy bien. Incluso tenían su propio nombre como nuestros perros hoy. Cuando oían la voz, las ovejas que se identificaban con ella, salían. Con estos datos se entiende perfectamente el relato. Jesús se identifica con ese pastor/dueño que cuida las ovejas como algo personal, pero no porque de ellas depende su familia, sino porque le interesan las ovejas por sí mismas.

El texto habla de comparación (paroimian). Utilizamos una comparación cuándo queremos explicar lo que es una cosa a través de otra que conocemos mejor. No se trata de una identificación sino de una aproximación. Ni Jesús es un pastor ni nosotros borregos. Jesús nos lleva a los pastos después de haberse alimentado él en los mismos. Y ya sabemos que su alimento fue hacer la voluntad de su Padre. El relato empieza por una referencia a esos dirigentes de todos los tiempos, que debían ser pastores, pero que en ved de cuidar de las ovejas, se pastorean a sí mismos y utilizan las ovejas en beneficio propio.

Las ovejas atienden a su voz porque la conocen. Una frase con profundas resonancias bíblicas. Oír la voz del Señor es conocer lo que nos pide, pero sobre todo obedecerle. Las llama por su nombre, porque cada una tiene nombre propio. Las que escuchan su voz, salen de la institución opresora y quedan en libertad. Jesús no viene a sustituir una institución por otra. No las saca de un corral para meterlas en otro. No son los miembros de la comunidad los que deben estar al servicio de la institución. Es la institución y la autoridad la que debe estar al servicio de cada uno.

En un mismo aprisco había ovejas de muchos dueños, por eso dice que saca todas las suyas. Porque son suyas, conocen su voz y le siguen. El texto quiere dejar bien claro que las ovejas no podían salir por sí mismas del estado de opresión, porque para ellas no había alternativa. Es Jesús el que les ofrece libertad y capacidad para decidir por sí mismas. Los dirigentes judíos son “extraños”, que no buscan la vida de las ovejas. Ellos las llevan a la muerte. Jesús les da vida. La diferencia no puede ser más radical.

Él camina delante y las ovejas le siguen. Esto tiene más miga de lo que parece. Jesús recorrió de punta a cabo una trayectoria humana. Esa experiencia nos sirve a nosotros de guía para recorrer el mismo camino. Para nosotros, esto es difícil de aceptar, porque tenemos una idea de Jesús-Dios que pasó por la vida humana de manera ficticia y con el comodín de la divinidad en la chistera. Ese Jesús no tendría ni idea de lo que significa ser hombre, y por lo tanto no puede servirnos de modelo a seguir.

Yo soy la puerta. No se refiere al elemento que gira para cerrar o abrir, sino al hueco por donde se accede a un recinto. El pastor que las cuidaba era la única puerta. Por eso dice que es la puerta de las ovejas, no del redil. Todos los que han venido antes, son ladrones y bandidos, no han dado libertad/vida a las ovejas. Son tres los productos interesantes de las ovejas: leche, lana y carne. Los pastores buscan ese interés. A ninguno le interesan las ovejas”. A las ovejas tampoco pueden interesarles esos pastores.

Entrar por la puerta que es Jesús, es lo mismo que “acercarse a él”, “darle nuestra adhesión”; esto lleva consigo asemejarse a él, es decir, ir como él a la búsqueda del bien del hombre. Él da la vida definitiva, y el que posee esa Vida, quedará a salvo de la explotación. Él es la alternativa al orden injusto. En Jesús, el hombre puede alcanzar la verdadera salvación. “Podrá entrar y salir”, es decir, tendrá libertad de movimiento. “Encontrará pastos”, dice lo mismo que “no pasará hambre, no pasará sed”. Así se identifica el pasto con el pan de vida que es él mismo.  La Ley sustituida por el amor.

Yo he venido para que tengan Vida y les rebose. El ladrón (dirigentes), no sólo roba, despoja a la gente del pueblo de lo que es suyo, sino que sacrifica a las ovejas, es decir, les quita la vida. La misión de Jesús es exactamente la contraria: les da Vida y las restituye en su verdadero ser. Los jerarcas les arruinan la vida biológica. Jesús les da la verdadera Vida y con ella la biológica cobra pleno sentido. Jesús no busca su provecho ni el de Dios. Su único interés está en que cada oveja alcance su propia plenitud.

Es muy importante el versículo siguiente, que no hemos leído, para entender el significado del párrafo. “El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas”. El griego dice: “el modelo de pastor” (ho poimên ho kalos). La expresión denota excelencia (el vino en 2,10). Sería el pastor por excelencia. “kalos” significa: bello, ideal, modelo de perfección, único en su género. No se trata solo de resaltar el carácter de bondad y de dulzura. En griego hay una palabra (agathos), que significa “bueno”; pero no es la que aquí se emplea. Jesús es para aquella comunidad y para nosotros hoy, el único pastor.

Se entrega él mismo” (tên psykhên autou tithesin”) = entrega su vida. En griego hay tres palabras para designar vida: zoê, bios y psukhê; pero no significan lo mismo. El evangelio dice psykhên = vida psicológica, no biológica. Se trata de poner a disposición de los demás todo lo que uno es como ser humano, mientras vive, no muriendo por ellos. La característica del pastor-modelo es que pone su vida al servicio de las ovejas para que vivan, sin limitación alguna. Al hacer esto, pone en evidencia la clase de Vida que posee y manifiesta la posibilidad de que todos los que le siguen tengan acceso a esa misma Vida.

Meditación

Tener Vida es el objetivo de Jesús y debe ser también el mío.
Ningún otro objetivo puede ser suficiente para mí.
La VIDA ya está en mí, pero tengo que alimentarla y vivirla.
Se trata de la misma Vida de Dios. “Yo vivo por el Padre”.
……………………

Si no despliego esa Vida, mi humanidad quedará frustrada;
mis posibilidades de SER humano quedarán disminuidas;
mi conocimiento, reducido a simple ciencia;
mi felicidad, incompleta, porque será simple hedonismo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Rebelde con causa.

Domingo, 7 de mayo de 2017
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008230a757cb941739d6c8ef92ca22caDavid y Goliat, por Jules-Elie Delaunay

Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura (Ionescu)

7 de mayo. IV domingo de Pascua

Jn 10, 1-10

Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir y encontrar pastos

La Biblia -y en particular el NT- invitan constantemente a los hijos de Dios a la dignidad y libertad de conciencia. Las palabras de Jesús en Juan son pasaporte legal para entrar y salir de su redil sin cortapisas; para buscar los pastos que más apetecen y convienen. En Hechos 2, 37 se dice: “Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles ¿qué debemos hacer hermanos?” Pero la idea de Jesús parece ser más bien ésta: es cada uno de nosotros quien debe dar respuesta a cuanto el Evangelio nos pregunta y nos conmueve. Pablo nos dice (Rom 2, 21) que la humanidad tiene que emanciparse de la esclavitud de la corrupción “para obtener la libertad gloriosa de los hijos de Dios”. Pero sobre todo para, como dice el último versículo del evangelio de hoy, para que sus ovejas “tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Al contrario del Rebelde sin causa, del director estadounidense Nicholas Ray 1955, Jesús sí tuvo motivos para rebelarse y está más próximo a los protagonistas de otra película de rebeldes –The Outsiders, dirigida por Francis Ford Coppola 1983- en la que los protagonistas buscan un espacio en una sociedad en la que no se ven reflejados, e incluso luchan por transformarla. Lucha sin estridencias, sin ruidos de sables, como lo describe Mozart en duelo en que muere el Condestable; sin gigantes que derrotar, pues con frecuencia son tan sólo molinos de viento, señor Don Quijote de la Mancha. Y esto hay que distinguirlo claramente.

Como hay que distinguir también la rebeldía frente a la sociedad y la frente a sí mismo. Con frecuencia nos gustan más los combates contra molinos externos que contra los internos: son más vistosos y halagan más el ego. Lo habitual es pensar que quienes tienen que cambiar son los otros. Y esto tiene que ver con el término griego metanoia, que significa “cambio de mente”. Su sentido pleno va más lejos, implica tomar una decisión de girar, afrontar una nueva dirección, dar vuelta hacia la luz. Cosa que nos cuesta aceptar y afrontar. Un gesto escénico, el de mirar dentro de nuestro teatro interior, que no nos gusta porque al hacerlo se suele apoderar de nosotros un cierto miedo escénico.

“La rebeldía a los ojos de todo aquel que haya leído algo de historia, es la virtud original del hombre”, escribió Oscar Wilde. Jesús la poseía en grado óptimo porque la había leído casi toda. Particularmente la del AT. Por eso puso tanto empeño en practicarla en el Nuevo. Con cierta santa ira a veces (Mc 11, 15); en ocasiones con inusitada templanza (Lc 2, 49); en otros momentos, enormemente sabio (Mt 5, 7).

Revolucionario es el que lucha o se esfuerza por cambiar esquemas y estructuras que no cumplen con sus funciones correctas. Y en este sentido podemos afirmar que Jesús fue un líder revolucionario, aunque pacífico. Ofrecía un mundo mejor y una nueva forma de practicar la vida moral-religiosa y de amar al prójimo. Se enfrentó a los jerarcas religiosos de su tiempo y les criticó llamándoles hipócritas, raza de víboras y sepulcros blanqueados (Mt 23, 13-33).

Sin duda alguna, su doctrina preocupaba muy seriamente a las máximas autoridades judías. Fue particularmente un predicador de paz, amor, y solidaridad humana. Sus enseñanzas revolucionaron y cambiaron moral, espiritual y humanamente una gran parte del mundo. Por eso le prendieron y mataron, como ha ocurrido con tantos otros en la historia.

Khalil Gibran dijo que “Jesús no vivió como un cobarde ni murió quejándose de su suerte, pero vivió como un revolucionario y fue crucificado como un rebelde. Vino a soplar en nosotros un alma nueva y fuerte, que hace de cada corazón un templo, de cada alma un altar y de cada ser humano un sacerdote”.

Musicalmente, Jackson Browne (Heidelberg 1948) le cantó en su famoso villancico The Rebeld Jesus, y dice en la letra: “Le llamaremos Príncipe de la Paz. / Rezamos cuando truenan fariseos / ebrios de poder, de opulencia y de soberbia. / Habéis hecho del templo de piedad y fe / una cueva de ladrones”.

El dramaturgo Eugène Ionesco ha dicho que “Pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura”. Jesús lo pensó, y tuvo el sensato delirio de decirlo.

DAVID Y GOLIAT

(Siempre es Historia)

El circo de mi vida, cerrado estuvo un tiempo.
Eran los años del panem et circenses,
más tarde trasladado al Vaticanus Mons
y de él al mundo entero.

Siguió el Circo cerrado. Y dentro,
-degollando el cristiano que yo era-
Goliat con dogmática espada y legal solideo.
“La sombra del ciprés es alargada”,me dije con Delibes.

Armado de valor, eché mano a la honda.
Del morral de mi mente
saqué con rabia el guijarro certero
que le impactó en la frente.

Mi Colosseum Flavian quedó abierto
y en Roma… un filisteo gigante
vive muerto.

(EN HIERRO Y EN PALABRAS. Ediciones Feadulta)

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Vida que rebosa.

Domingo, 7 de mayo de 2017
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wp_20161203_11_15_15_proEl lugar donde vivo sólo me habla de vida, de vida nueva. Rebaños de ovejas rodeadas por sus crías que juegan y corren todo el día; vacas y terneras juntas… ahora maman, luego van probando la hierba poco a poco, al igual que los potros junto a las yeguas…

Qué decir de las campas salpicadas de multitudes de flores silvestres que, aunque sencillas y frágiles, colorean el paisaje haciéndolo idílico.

Los árboles son de especial mención porque a lo largo del año han pasado por todas las etapas de muerte de las hojas, del desnudo de sus ramas, el inicio de los primeros brotes y hasta hace pocas semanas del esplendor de sus flores, anunciando los frutos por doquier, cada cual con sus formas y colores.

Incluso las montañas altas y rocosas que parecen haber estado ahí siempre, sufren su lento cambio y un movimiento no perceptible pero real. Están tan vivas como nosotros.

Todo me habla del resurgir de la vida una vez más como cada año.

Y nosotros, ¿por qué no resurgimos con la nueva vida? ¿Cómo nos levantamos de nuestros “inviernos y nuestras muertes”?

Llamados también a vivir y vivir rebosando vida, ¿por qué nos arrastramos? La única manera de vivir plenamente es vivir conscientemente. ¡Qué regalo tan grande poder saborear el comienzo de cada nuevo día como una posibilidad de vivir en libertad!

La libertad que nos da el saber a quién seguimos y quién es nuestro pastor. Para recibirla y poseerla hacemos real nuestra adhesión a Él.

Por su parte se acerca, nos llama por nuestro nombre, y nos va sacando poco a poco. Cuando aprendemos a distinguir su voz ya conocemos a quien nos va delante y difícilmente erraremos el camino.

Un camino que no es lineal ni cíclico sino espiral. Supone primero de todo bajar las defensas, hacer silencio para que vaya desapareciendo el “yo” egoísta y prepotente que se cuela de la manera más sutil, incluso en la oración diaria, y dejar que la Palabra transforme mi vida: mi manera de pensar, mis sentimientos y mi forma de actuar.

No es un escuchar superficial; el evangelio tiene poco de novedad cuando se lee deprisa para sacar conclusiones moralizantes. Es dejar que su persona cale dentro como la lluvia fina, poco a poco hasta que me empape los huesos.

Escuchar a Jesús y también a la comunidad cristiana con la que vamos discerniendo la liberación propia y la de los demás. Liberación al estilo del evangelio basada en el amor que lo da todo, hasta la propia vida.

Nos tocan tiempos duros, ¿y cuáles no lo han sido? Ante tanto dolor e injusticia, ante tanto atentar contra la dignidad de todo, contra la vida, no me puedo esconder con el pretexto de que ¿qué puedo hacer yo?

Nadie, solo nuestra propia conciencia, puede dar una respuesta satisfactoria. Tú tienes vida que rebosa.

Un año más ante el resurgir de la vida se me presenta el reto: ¿quieres vivir de verdad, plenamente?

Carmen Notario

www.espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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“Acoger la fuerza del Evangelio”. 30 de abril de 2017. 3 Pascua (A). Lucas 24, 13-35.

Domingo, 30 de abril de 2017
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timthumb.phpDos discípulos de Jesús se van alejando de Jerusalén. Caminan tristes y desolados. En su corazón se ha apagado la esperanza que habían puesto en Jesús, cuando lo han visto morir en la cruz. Sin embargo, continúan pensando en él. No lo pueden olvidar. ¿Habrá sido todo una ilusión?

Mientras conversan y discuten de todo lo vivido, Jesús se acerca y se pone a caminar con ellos. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen. Aquel Jesús en el que tanto habían confiado y al que habían amado tal vez con pasión, les parece ahora un caminante extraño.

Jesús se une a su conversación. Los caminantes lo escuchan primero sorprendidos, pero poco a poco algo se va despertando en su corazón. No saben exactamente qué. Más tarde dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”

Los caminantes se sienten atraídos por las palabras de Jesús. Llega un momento en que necesitan su compañía. No quieren dejarlo marchar: “Quédate con nosotros”. Durante la cena, se les abrirán los ojos y lo reconocerán. Este es el primer mensaje del relato: Cuando acogemos a Jesús como compañero de camino, sus palabras pueden despertar en nosotros la esperanza perdida.

Durante estos años, muchas personas han perdido su confianza en Jesús. Poco a poco, se les ha convertido en un personaje extraño e irreconocible. Todo lo que saben de él es lo que pueden reconstruir, de manera parcial y fragmentaria, a partir de lo que han escuchado a predicadores y catequistas.

Sin duda, la homilía de los domingos cumple una tarea insustituible, pero resulta claramente insuficiente para que las personas de hoy puedan entrar en contacto directo y vivo con el Evangelio. Tal como se lleva a cabo, ante un pueblo que ha de permanecer mudo, sin exponer sus inquietudes, interrogantes y problemas, es difícil que logre regenerar la fe vacilante de tantas personas que buscan, a veces sin saberlo, encontrarse con Jesús.

¿No ha llegado el momento de instaurar, fuera del contexto de la liturgia dominical, un espacio nuevo y diferente para escuchar juntos el Evangelio de Jesús? ¿Por qué no reunirnos laicos y presbíteros, mujeres y hombres, cristianos convencidos y personas que se interesan por la fe, a escuchar, compartir, dialogar y acoger el Evangelio de Jesús?

Hemos de dar al Evangelio la oportunidad de entrar con toda su fuerza transformadora en contacto directo e inmediato con los problemas, crisis, miedos y esperanzas de la gente de hoy. Pronto será demasiado tarde para recuperar entre nosotros la frescura original del Evangelio.

José Antonio Pagola

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“Lo reconocieron al partir el pan”. Domingo 30 de abril de 2017. 3º Domingo de Pascua

Domingo, 30 de abril de 2017
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25-PascuaA3Leído en Koinonia:

En la primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual, dirigida tanto a los judíos presentes como a todos los habitantes de Jerusalén. El sermón es de tipo kerigmático, con la presentación de tres aspectos de la vida de Jesús, que componen el credo de fe más antiguo del cristianismo: un Jesús histórico, acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales; su muerte a mano de las autoridades judías, y finalmente, su resurrección obrada por Dios para salvación de toda la humanidad. Pedro termina su discurso con un sello de autenticidad: de todo esto, «nosotros somos testigos» (Hch 2,32). Creer en Jesús resucitado era reconocerlo como Mesías, lo que según las Escrituras, abría las puertas para su segunda venida y el fin del mundo. Esto explica las actitudes de recogimiento y miedo que llevan a los discípulos a encerrarse bajo llave. Sin embargo, Pentecostés cambia para siempre las cosas, pues antes que miedo por el fin del mundo, el Espíritu les indica que el mundo apenas comienza, y que la iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir en la reconstrucción de este mundo con la clave del amor. Así comenzó la Iglesia su misión, cambiando los miedos del fin del mundo, por la alegría, el optimismo y el compromiso de hacer que cada mañana el mundo nazca con más amor, justicia y paz.

La referencia a la primitiva comunidad cristiana nos hace descubrir la importancia que la praxis del amor y de la solidaridad tuvo en el surgimiento del cristianismo. No fue sin más una teoría, sino un cambio de vida, una praxis, una transformación social, lo que estaba en juego. Importante tenerlo presente, cuando tantos piensan que el cristianismo es cuestión de aceptar intelectualmente un paquete de verdades, teorías o dogmas.

En la segunda lectura, el apóstol Pedro hace un llamado a mantener la fidelidad a Dios aún en situaciones de destierro, desplazamiento, marginación o exclusión, porque Dios, en un nuevo Exodo, nos libera de una sociedad sometida a leyes injustas e inhumanas, que protegen sólo al que paga con oro o plata. Esta liberación fue asumida por Jesús con el sello de su propia sangre, como una opción de amor, consciente y voluntaria, por los hombres y mujeres del mundo entero. El precio que debemos pagar a Jesús por tanta generosidad, no es con oro ni plata, sino, dando vida a los hermanos que siguen muriendo, víctimas de la injusticia y la deshumanización. Eso será realmente «devolver con la misma moneda».

En el evangelio, dos discípulos, que no eran del grupo de los once (v.33) se dirigen a Emaús. Probablemente se trata de un hombre y una mujer, casados, (también había mujeres discípulas), que regresaban a su pueblo natal frustrados por los últimos acontecimientos de la capital. Mientras conversaban, Jesús se acerca y comienza a caminar con ellos, al fin y al cabo es el Emmanuel. Pero ellos no pueden reconocerlo, sus ojos están cerrados. ¿Por qué? Porque en el fondo todavía tenían la idea de un mesías profeta-nacionalista, que conquistaría el mundo entero para ser dominado por las autoridades de Israel, un mesías necesariamente triunfador… Por eso, estaban viendo en la cruz y en la muerte del maestro, el fracaso de un proyecto en el cual habían puesto sus esperanzas.

Serán las Escrituras las primeras gotas que Jesús echa en los ojos del corazón de estos discípulos, para que puedan ver y entender que no es con el triunfalismo mesiánico, sino con el sufrimiento del siervo de Yavé, como se conquista el Reino de Dios; un sufrimiento que no es masoquismo, sino un cargar conscientemente con las consecuencias de la opción de amar a la humanidad, actitud difícil de entender en una sociedad dominada por un poder de dominio que mata a quien se interpone en su camino. Por la vida, hasta dar la misma vida, es el testimonio de Jesús ante sus dos compañeros.

El relato de los discípulos de Emaús es una pieza bellísima, evidentemente teológica, literaria. No es, en absoluto, una narración ingenua directa de un hecho tal como sucedió. Es una composición elaborada, simbólica, que quiere dar un mensaje. Y como todo símbolo, que no lleva adjunto un manual de explicación, permanece «abierto», es decir, es susceptible de múltiples interpretaciones. Y desde cada nuevo contexto social, en cada nueva hora de la historia, los creyentes se confrontarán con ese símbolo y extraerán nuevas lecciones… Leer más…

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30.4.17. Emaús, catequesis de Pascua. El retorno de Jesús

Domingo, 30 de abril de 2017
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18157329_784655581711636_3947511234207925766_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 3 de Pascua. Lc 24, 13-35. Este relato puede tener un fondo histórico, pero el evangelio lo ha convertido en catequesis de pascua, una de las más hermosas narraciones de vida y presencia del Resucitado.

Entendida así, la pascua significa un retorno a Jesús, un redescubrimiento de su historia, es decir, del valor permanente de su vida.Ésta es quizá la experiencia de Cleofás y María (cf. Jn 19, 29), que podrían ser el primer matrimonio expresamente cristiano de los comienzos de la Iglesia. Pero puede ser también la experiencia de dos hombres (dos amigos), que vuelven a la rutina normal de su pueblo, una vez que la “aventura” de Jesús ha terminado.

Vuelven con la tristeza del fracaso de Jesús, pero hay algo, una voz, que les sacude en las entrañas… la voz y recuerdo de Jesús, que les interpela, les llama y enriquece

Ésta puede ser nuestra historia, pues nosotros somos Cleofás, nosotros somos su mujer (o su hermano/amigo o hermana), en un camino de tristeza, que se vuelve (se puede volver) experiencia de pascua .

Dos fugitivos

No van con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerte, ni quedan en Jerusalén, como los otros, sino que escapan. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera aparecido ante sus ojos como un bello y duro engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla sería mejor: la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, sobre palabras vanas, como las de las mujeres del sepulcro (cf 24, 11-22).

Escapan por los caminos de la vida y para volver hacia el Cristo y su mensaje necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres de Mc 16, 1-8; a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, estando como estaban al borde de su tumba vacía. Estos necesitan toda la palabra de Escritura, necesitan la fracción del pan, tienen que ver a Jesús. De esa manera, su misma gran incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis pascual.

Son muchos los motivos que podríamos destacar en esa catequesis, convertida en principio de la más intensa teología de la pascua.

— Podríamos hablar de una hermenéutica, es decir, de una nueva comprensión de la Escritura, desde el Cristo muerto.

— También podemos hablar de una revelación, pues Dios se manifiesta por medio del Cristo como vencedor sobre la muerte, y de una iluminación transformadora, pues los antiguos fugitivos descubren que su vida cambia al contacto con Jesús resucitado.

— Hay en el fondo de todo una experiencia de conversión/vocación, pues aquellos que escapaban de Jesús y de su grupo vuelven y descubren a la iglesia como una comunidad que se reúne en torno a la confesión pascual…

Desde ese fondo, en contraste con las mujeres del sepulcro que no acaban de creer… (cf. Lc 24,10) presenta Lc 24, 13-35 a estos testigos de la pascua, realizando un camino de resurrección que va del desengaño (¡Jesús fue sólo una ilusión!) al reconocimiento del misterio completo del Cristo.

Experiencia de Emaús. El comienzo.

El texto es una joya de teología narrativa: la verdad no se argumenta ni demuestra a base de razones; la verdad viene a expresarse en forma de relato; sólo convence quien sepa contar una historia de forma que su verdad (su mensaje) vuelva a hacerse presenta allí donde se cuenta.

Y he aquí que dos de ellos
(del grupo de Once y los otros: cf 24,9),
en aquel mismo día caminaban hacia una aldea llamada Emaús,
que distaba como una sesenta estadios de Jerusalén.
Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas
que habían acontecido.
Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban
el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:
– ¿Qué son esas palabras que os decís entre vosotros,
mientras camináis?
Y ellos se pararon, quedando tristes.
Y uno, llamado Cleofás, respondiéndole le dijo:
– ¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras
las cosas que han pasado en ella en estos días?
Y les preguntó: ¿Cuáles? Y ellos le dijeron:
– Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta,
poderoso en acción y palabra, ante Dios y ante todo el pueblo,
cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes,
en juicio de muerte y le crucificaron.
Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel,
pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días…
(Lc 24, 13-21)

Estos fugitivos de Emaús son signo de todos los han ido caminando con Jesús pero después se han decepcionado. No pueden entender la cruz, no saben situar su muerte en el esquema salvador del reino: ¡pensábamos que tenía que redimir a Israel! Como fracasados escapan, huyendo de su propia historia, del pasado de su encuentro con Jesús, con la esperanza rota.

Escapan y sin embargo siguen hablando de Jesús, como si tuvieran necesidad de recrear su recuerdo, de recuperar su figura. Uno se llama Cleofás (24, 18). El otro permanece innominado (¿su mujer Maria, una hermana, un amigo?). Si María, la mujer de Cleofás que estaba bajo la cruz (cf. Jn 19, 25) es la misma que ahora acompaña a Cleofás (y este Cleofás es el mismo de aquel texto), tenemos que afirmar que ella no cree, ni ella ni su marido, que vuelven a su casa.

Sea como fuere, ellos abandonan la comunidad donde sigue reunido el resto de discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf 24, 9-10.33-35). Parecen el comienzo del fin; empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado a lo largo de su vida. Escapan de Jesús, pero le llevan en su mente y conversación (cf. Lc 24, 14). Pues bien, la misma huida viene a convertirse en principio de un nuevo encuentro.

Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque fuerte del fracaso de Jesús, quien no sienta la tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Ese momento de decepción, ese intento de evadirse de recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

Sentido básico

Al principio hallamos dos fugitivos de Jerusalén (que para Lucas es principio y centro de la nueva comunidad). Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).

No han ido con las mujeres al sepulcro, para ungir al cuerpo muerto, ni quedan en Jerusalén, como los otros; huyen. Es como si tuvieran más dolor; como si la aventura de Jesús hubiera terminado, como un bello y mentiroso engaño. Cuanto antes pudieran olvidarla mejor: parecen suponer que la vida no se puede edificar sobre recuerdos vacíos, palabras vanas, como las que dicen las mujeres del sepulcro (cf Lc 24, 11-22). Escapan por los caminos del olvido imposible, y para que Cristo les haga retornar a su mensaje y vida necesitan más razones que la catequesis pascual de las mujeres: a ellas les bastaba el recuerdo de aquello que Jesús había dicho, al borde de su tumba vacía.

Estos necesitan toda la Escritura y la fracción del pan: tendrán que ver a Jesús para creer, aunque no necesitarán fijarse de un modo detallado en sus manos y pies (como la iglesia pascual de Jn 20, 20 y Lc 24, 40). De esa manera, su misma incredulidad se hará motivo de una más honda y larga catequesis. Son muchos los motivos que podemos destacar en esta catequesis de la pascua. Leer más…

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Del desencanto al entusiasmo. Domingo 3º de Pascua. Ciclo A.

Domingo, 30 de abril de 2017
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20._jesus_appears_at_emmaus-lowresDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

26 de abril de 2014

La víspera de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, volviendo al Instituto Bíblico, encuentro a un compañero jesuita acompañado de un visitante que ha venido a la ceremonia. Me lo presenta, me pregunta qué enseño y le respondo: Antiguo Testamento. «¿No estamos ya en el Nuevo? Para qué sirve el Antiguo?» «Sin el Antiguo no se puede entender el Nuevo», le contesté. El evangelista Lucas, en su relato sobre la aparición a los dos discípulos que van camino de Emaús, parece darme la razón.

Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo:

― ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?

Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó:

― ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Él les preguntó:

― ¿Qué?

Ellos le contestaron:

― Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.

Entonces Jesús les dijo:

― ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo:

― Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída.

Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron:

― ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?

Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:

― Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.

Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Hay que olvidar lo que sabemos

Para comprender el relato de los discípulos de Emaús hay que olvidar todo lo leído en los días pasados, desde la Vigilia del Sábado Santo, a propósito de las apariciones de Jesús. Porque Lucas ofrece una versión peculiar de los acontecimientos. Al final de su evangelio cuenta sólo tres apariciones:

1) A todas las mujeres, no a dos ni tres, se aparecen dos ángeles cuando van al sepulcro a ungir el cuerpo de Jesús.

2) A dos discípulos que marchan a Emaús se les aparece Jesús, pero con tal aspecto que no pueden reconocerlo, y desaparece cuando van a comer.

3) A todos los discípulos, no sólo a los Once, se aparece Jesús en carne y hueso y come ante ellos pan y pescado.

Dos cosas llaman la atención comparadas con los otros evangelios: 1) las apariciones son para todas y para todos, no para un grupo selecto de mujeres ni para sólo los once. 2) La progresión creciente: ángeles – Jesús irreconocible – Jesús en carne y hueso.

Jesús, Moisés, los profetas y los salmos

Hay un detalle común a los tres relatos de Lucas: las catequesis. Los ángeles hablan a las mujeres, Jesús habla a los de Emaús, y más tarde a todos los demás. En los tres casos el argumento es el mismo: el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su gloria. El mensaje más escandaloso y difícil de aceptar requiere que se trate con insistencia. Pero, ¿cómo se demuestra que el Mesías tenía que padecer y morir? Los ángeles aducen que Jesús ya lo había anunciado. Jesús, a los de Emaús, se basa en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.

La trampa política que tiende Lucas

Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Sigue la misma María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Ana, la beata revolucionaria de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.

Del desencanto al entusiasmo

El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van de Jerusalén.

En este momento tan inadecuado es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.

El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.

Los relatos de apariciones, tanto en Lucas como en los otros evangelios, pretenden confirmar en la fe de la resurrección de Jesús. Los argumentos que se usan son muy distintos. Lo típico de este relato es que a la certeza se llega por los dos elementos que terminarán siendo esenciales en las reuniones litúrgicas: la palabra y la eucaristía.

Del entusiasmo al aburrimiento

Por desgracia, la inmensa mayoría de los católicos ha decidido escapar a Emaús y casi ninguno ha vuelto. «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos, jóvenes y no tan jóvenes, para justificar su ausencia de la celebración eucarística. «De las lecturas no me entero, la homilía es un rollo, y no puedo comulgar porque no me he confesado». En gran parte, quien piensa y dice esto, lleva razón. Y es una pena. Porque lo que podríamos calificar de primera misa, con su dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. Pero hay una grande diferencia: a ellos se les apareció Jesús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.

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Tercer Domingo de Pascua. 29 Abril, 2017

Domingo, 30 de abril de 2017
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pascua

“Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.”

(Lc 24, 13-35)

Nos ponemos en marcha, en camino, como los dos discípulos que iban a Emaus.

Y es que esto de la resurrección es un proceso.

La Vigilia Pascual tiene un día señalado en el calendario pero el encuentro de cada una con el resucitado no tiene por qué coincidir. Tampoco las primeras discípulas de Jesús se encontraron con el resucitado en el mismo momento ni de la misma manera.

Dios es mucho más original, mucho más sorprendente y, sobre todo, mucho más delicado. Nos conduce y sabe lo que necesitamos.

Sabe que hay personas que no pueden esperar a que amanezca y que llegarán al sepulcro al despuntar la aurora, como María Magdalena, sabe que otras correrán y creerán, al mismo tiempo que otras tomarán el camino contrario alejándose de Jerusalén, de Jesús.

Los dos de Emaus se marchan abrumados por una realidad que a sus ojos tiene un único nombre: FRACASO. Mientras caminan comparten sus esperanzas rotas. Conversan y discuten. Se hacen preguntas. Pero andan enredados en un torbellino sin salida.

Así el resucitado se hace presente sin ser reconocido y lo primero que hace es escucharles. Dejar que desahoguen el corazón.

¡Cuánta ternura y delicadeza en este gesto del resucitado! Él, que conoce mejor que nadie lo que ha sucedido, se deja contar la historia por dos discípulos que van abandonando el seguimiento…

Jesús sigue empeñado en que no se pierda ni uno solo y hace, con cada una de nosotras el camino. Aun cuando el camino sea equivocado.

Sabe que lo mejor para nosotras es que Le sigamos, pero cuando la vida nos llena de dudas y decidimos caminar otro camino, nos acompaña. Pierde el tiempo con nosotras. Nos escucha, nos habla. Se toma tiempo para transformarnos.

Hace arder nuestros corazones.

Oración

Nuestra oración de hoy puede ser la misma súplica de los dos de Emaus: “-¡Quédate con nosotras porque atardece y el día va de caída! ¡Quédate!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Vivir lo que vivió Jesús es la pascua.

Domingo, 30 de abril de 2017
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emmausLc 24, 13-35

Por tercer domingo consecutivo se nos propone un relato enmarcado en el “primer día de la semana”. Estos dos discípulos pasan, de creer en un Jesús profeta pero condenado a una muerte destructora, a descubrirlo vivo y dándoles Vida. De la desesperanza, pasan a vivir la presencia de Jesús. Se alejaban de Jerusalén tristes y decepcionados; vuelven a toda prisa, contentos e ilusionados. El pesimismo les hace abandonar el grupo, el optimismo les obliga a volver para contar la gran noticia.

El relato de los discípulos de Emaús, es un prodigio de teología narrativa. En ella podemos descubrir el verdadero sentido de los relatos de apariciones. El objetivo de todos ellos es llevarnos a participar de la experiencia pascual que los primeros cristianos tuvieron. En ningún caso intentan dar noticias de acontecimientos históricos. Los dos discípulos de Emaús no son personas concretas, sino personajes. No quiere informarnos de lo que pasó una vez, sino de lo que está pasando cada día, a los seguidores de Jesús.

Es Jesús quien toma la iniciativa, como siempre. Los dos discípulos se alejaban de Jerusalén. Solo querían apartar de su cabeza aquella pesadilla. Pero a pesar del desengaño sufrido por su muerte y muy a pesar suyo, van hablando de Jesús. Lo primero que hace Jesús es invitarles a desahogarse, les pide que manifiesten toda la amargura que acumulaban. La utopía que les había arrastrado a seguirlo, había dado paso a la más absoluta desesperanza. Pero su corazón todavía estaba con él, a pesar de su muerte.

En este sutil matiz, podemos descubrir una pista para explicar lo que sucedió a los primeros seguidores de Jesús. La muerte les destrozó, y pensaron que todo había terminado; pero a nivel subconsciente, permaneció un rescoldo que terminó siendo más fuerte que las evidencias tangibles. En el relato de la conversión de Pablo, podemos descubrir algo parecido. Perseguía con ahínco a los cristianos, pero sin darse cuenta, estaba subyugado por la figura de Jesús y en un momento determinado, cayó del burro.

La manera de reconocerlo (después de haber caminado y discutido durante tres kms.) y la instantánea desaparición, nos indican claramente que la presencia de Jesús, después de su muerte, no es la de una persona normal. Algo ha cambiado tan profundamente, que los sentidos ya no sirven para reconocer a Jesús. Estos detalles nos vacunan contra la manera física de interpretar los relatos que nos hablan de Jesús después de su muerte.

Nosotros esperábamos… Esperaban que se cumplieran sus expectativas. No podían sospechar que aquello que esperaban, se había cumplido. Fijaros bien, como refleja esa frase nuestra propia decepción. Esperamos que la Iglesia… Esperamos que el Obispo… esperamos que el concilio… Esperamos que el Papa… Esperamos lo que nadie puede darnos y surge la desilusión. Lo que Dios puede darnos ya lo tenemos. El desengaño es fruto de una falsa esperanza. Por no esperar lo que Jesús da, la desilusión está asegurada.

No es Jesús el que cambia para que le reconozcan, son los ojos de los discípulos los que se abren y se capacitan para reconocerle. No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo que tenían delante. No es la realidad la que debe cambiar para que nosotros la aceptemos. Somos nosotros los que tenemos que descubrir la realidad de Jesús Vivo, que tenemos delante de los ojos, pero que no vemos. Hay momentos y lugares donde se hace presente Jesús de manara especial, si de verdad sabemos mirar.

1) En el camino de la vida. Después de su muerte, Jesús va siempre con nosotros en nuestro caminar. Pero el episodio nos advierte que es posible caminar junto a él y no reconocerlo. Habrá que estar mucho más atento si, de verdad, queremos entrar en contacto con él. Es una crítica a nuestra religiosidad demasiado apoyada en lo externo. A Jesús ya no lo vamos a encontrar en el templo ni en los rezos sino en la vida real, en el contacto con los demás. Si no lo encontramos ahí, cualquier otra presencia será engañosa.

La concepción dualista que tenemos del mundo y de Dios nos impide descubrirle. Con la idea de un Dios creador que se queda fuera del mundo, no hay manera de verle en la realidad material. Pero Dios no es lo contrario del mundo, ni el Espíritu es lo contrario de la materia. La realidad es una y única, pero en la misma realidad podemos distinguir dos aspectos. Desde el deísmo que considera a Dios como un ser separado y paralelo de los otros seres, será imposible descubrir en las criaturas la presencia de la divinidad.

2) En la Escritura. Si queremos encontrarnos con el Jesús que da Vida, tenemos en las Escrituras un eficaz instrumento. Pero el mensaje de la Escritura no está en la letra sino en la vivencia espiritual que hizo posible el relato. La letra, los conceptos no son más que el soporte, en el que se ha querido expresar la experiencia de Dios. Dios habla únicamente desde el interior de cada persona, porque el único Dios que existe, es el que fundamenta cada ser. Dios solo habla desde lo hondo del ser. Esa experiencia, expresada, es palabra humana, pero volverá a ser palabra de Dios si nos lleva a la vivencia.

3) Al partir el pan: No se trata de una eucaristía, sino de una manera muy personal de partir y repartir el pan. Referencia a tantas comidas en común, a la multiplicación de los panes, etc. Sin duda el gesto narrado hace también referencia a la eucaristía. Cuando se escribió este relato ya había una larga tradición de su celebración. Los cristianos tenían ya ese sacramento como el rito fundamental de la fe. Al ver los signos, se les abren los ojos y le reconocen. Fijaos, un gesto es más eficaz que toda una perorata sobre la Escritura.

4) En la comunidad reunida. Cristo resucitado solo se hace presente en la experiencia de cada uno. Al compartir con los demás esa experiencia, él se hace presente en la comunidad. La comunidad (aunque sea de dos) es imprescindible para provocar la vivencia. La experiencia de uno compartida, empuja al otro en la misma dirección. El ser humano solo desarrolla sus posibilidades de ser, en la relación con los demás. Jesús hizo presente a Dios amando, es decir, dándose a los demás. Esto es imposible si el ser humano se encuentra aislado y sin contacto alguno con el otro.

El mayor obstáculo para encontrar a Cristo hoy, es creer que ya lo tenemos. Los discípulos creían haber conocido a Jesús cuando vivieron con él; pero aquel Jesús que creían ver, no era el auténtico. Solo cuando el falso Jesús desaparece, se ven obligados a buscar al verdadero. A nosotros nos pasa lo mismo. Conocemos a Jesús desde la primera comunión, por eso no necesitamos buscarle. El verdadero Jesús es nuestro compañero de viaje, aunque es muy difícil reconocerlo en todo aquel que se cruza en nuestro camino.

Meditación

Caminó con ellos, discutió con ellos, pero no lo conocieron.
Ni teologías ni exégesis racionales te llevarán al verdadero Jesús.
El único camino para encontrarlo es el que conduce al “corazón”.
Tenemos que abrir los ojos, pero no los del cuerpo.

Si los ojos de nuestro corazón están bien abiertos,
lo descubriremos presente en todos y en todo.
A Dios no podemos encontrarlo en un lugar.
En cualquier lugar, en cualquier momento lo puedes encontrar.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Cuándo y en qué nos reconocen?

Domingo, 30 de abril de 2017
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Arcabas-Emmaus“No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano” (Teilhard de Chardin)

30 de abril. III domingo de Pascua

Lc 24, 13-15

Mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció de su vista

“Me enseñarás el camino de vida”, ruega a Dios el Salmista (Sal 15, 11). Ruego al que Jesús de Nazaret responde, y de quien Pedro dice a los demás apóstoles en la Fiesta de Pentecostés, que “fue hombre acreditado por Dios ante vosotros por los milagros, prodigios y señales que Dios realizó por su medio, como bien sabéis” (Hch 2, 22)Y el evangelio de Mateo nos da pistas sobre los signos fehacientes que nos muestran cómo evitar los riesgos de no interpretarlos adecuadamente: “Guardaos de los falsos profetas que se os acercan disfrazados de ovejas y por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconoceréis. ¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos?” (Mt 7, 15-16).

Los dos discípulos de Emaús no hubieran podido reconocer al Señor resucitado en la “fracción del pan”, si antes no hubieran hecho cosas para ello: acogerle como compañero de camino, escuchar su Palabra, y mantener los ojos bien abiertos (Lc cap. 24). Sólo de esta manera podrán los demás reconocernos a nosotros viendo que somos sal de la tierra y luz del mundo, cuando nos ven dejar nuestra ofrenda ante el altar y vamos primero a reconciliarnos con el hermano (Mt 5, 13-14 y 23-24) y que no somos zarzas ni cardos; que somos fieles discípulos del Maestro, y que lo de “por sus obras les reconoceréis” está cumplido en él y en el diario quehacer nuestro como cristianos.

Lo estaba también en el del jesuita poeta, sacerdote y teólogo Ernesto Cardenal, ministro de Cultura durante ocho años en el gobierno de Nicaragua. Fue obligado a dejar la Compañía para seguir siendo ministro, no sin antes responder al Vaticano, de quien venía la amonestación: “Es posible que me equivoque manteniendo mi doble función de jesuita y ministro, pero déjenme equivocar a favor de los pobres, porque durante muchos siglos la Iglesia se ha equivocado a favor de los ricos”. En una ocasión manifestó a un periodista que revolución es lo que Jesús anunciaba: “Hoy hay teólogos que dicen que el reino de Dios que él predicaba era una expresión semejante al concepto actual de revolución, es verdad. Una revolución subversiva, que en el caso de Jesús fue lo que le llevó a la muerte. Significaba también un cambio político y social. La juventud de hoy sigue diciendo “otro mundo es posible”, y yo también lo creo, como lo creyó Jesús. Es posible, y necesario. Y, como dice el obispo brasileño Casaldáliga, también otra Iglesia es posible. Hasta hay quien dice que otro Dios es posible”.

¿Habrá que declarar la guerra al Dios de nuestros padres? Posiblemente sí, en el sentido que ellos le entendieron. Jesús, fiel a las creencias de su tiempo, no lo hizo. Pero hoy son otros tiempos: 30 de abril de 1917, nos marca el calendario. Lo hicieron -revolucionarios pacifistas- Gandhi, Teresa de Ávila, la de Calcuta, y Vicente Ferrer.

El austriaco Kurt Pahlen (1907-2003), escritor y director de orquesta, nos dice del Julio César de Händel  en su obra Diccionario de la Ópera, que detrás de su música “latía un corazón sensible y se podía encontrar una serena interioridad. Más de dos siglos y medio después de su muerte, sus obras nos conmueven y estremecen como sólo una obra de arte eterno puede hacer”. El protagonista hace gala de su nobleza militar cuando canta estos apasionados versos: “Non è da Rè quel cor / che donnase al rigor / che in sen non ha pietá” (No es de rey ese corazón / que se complace en el rigor / que ignora la piedad). Quizás nos suene a música de Evangelio.

El compositor cubano Leo Brouwer (La Habana, 1939), guitarrista y director de orquesta, canta, en “Paisaje con lluvia”, que “hay que ir dejándose gotear hasta empaparse”De lo contrario, se quiebra una cadencia musical en la partitura de la vida y del Evangelio. Y entonces, la voz del agua viva se torna ineficaz en el silencio.

Esperemos que nadie tenga que hacerse la inquietante pregunta del hombre invisible, que se cansó de que no le vieran y un día no pudo soportarlo más, como se relata en el tercer cuento de la película estrella  del Festival de San Sebastián 2017 The Monster Call, dirigida por Brayan Bertino: “No era porque fuera invisible de verdad. Era sólo que las personas estaban acostumbradas a no verlo. Se preguntó, si nadie te ve ¿en verdad estás allí?”

Aquí viene de perlas la frase de Teilhard de Chardin citada en el comienzo de nuestro artículo: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”.

Como Poema incluimos Yo te diré, una hermosa habanera – compuesta por el músico húngaro Jorge Halpern y cantada por Clara, protagonista del film Los últimos de Filipinas, dirigida por el cineasta español Antonio Román en 1945. La canción -prodigio de sensibilidad y nostalgia- nos trae a la memoria resonancias de lo acaecido aquel bello atardecer de Pascua en el encuentro de Jesús y los de Emaús.

YO TE DIRÉ

Yo te diré
por qué en mi canción
se siente sin cesar:
Mi sangre latiendo,
mi vida pidiendo
que tú no te alejes más.

Cada vez que el viento pasa y se lleva una flor,
pienso que nunca más volverás, mi amor.
No me abandones nunca al anochecer,
que la luna sale tarde y me puedo perder.

Y así sabrás
por qué mi canción
te llama sin cesar:
me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.
Me faltan tus besos,
me falta tu risa,
me falta tu despertar.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Ni se molestaron en comprobarlo.

Domingo, 30 de abril de 2017
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CLOFAS~1El texto de los discípulos de Emaus, existente únicamente en Lucas, es una obra de ingeniería y una pieza clave en la urdimbre de este evangelio. La densidad de cada elemento hace fascinante la lectura que, tras dos mil años no se agota, hasta el punto que su interpretación no se puede dar por concluida. Desde la realidad eclesial en que estamos insertos quisiera centrarme en un único elemento que llama poderosamente la atención: los discípulos de Emaus, a diferencia de otros, no se molestaron en ir a comprobar al sepulcro lo que las mujeres estaban diciendo.

¿Quiénes eran estos discípulos? es una buena pregunta, pues muchos estudiosos piensan que se trataba de un matrimonio. De hecho, en Jn 19,25 se habla de una María de Cleofás. Ahora bien, si su identificación resulta compleja, hay mayor consenso a la hora de reconocer que la indeterminación es querida por Lucas, probablemente para que el auditorio, y nosotros también lectores, nos veamos reflejados en ellos.

Cuando uno escucha el relato que, los discípulos mismos narran en primera persona, le entran ganas de intervenir en el texto y, detener por unos momentos la conversación para, preguntarles: “pero ¿por qué no fuisteis a comprobarlo?”. De hecho, ellos se esperan los tres días de rigor, suponemos que recordando los anuncios que había hecho Jesús sobre su muerte y resurrección. Y, luego, cuentan que algunas mujeres les han sobresaltado con la noticia de que no estaba en el sepulcro, a lo que otros discípulos corren para verificarlo y regresan diciendo lo mismo. Lo sorprendente es que, tras estos hechos, ellos deciden emprender camino pero no hacia el sepulcro para cerciorarse sino en sentido contrario.

La falta de “experiencia” del resucitado convive con lo que saben y con que son capaces de resumir perfectamente. De hecho, se admiran de que este desconocido que les aborda por el camino sea el único que no se “haya enterado de la película” y se lo cuentan en un sintético y perfecto credo de fe que condensa vida, muerte y resurrección. Parecerían estos de Emaus un par de “enteradillos” capaces de verbalizar a la perfección lo sucedido pero sin mojarse. Creo que esta última consideración no les hace justicia, pues ellos ponen toda su carne en el asador al expresar su decepción: nosotros esperábamos…

En cierto modo, la imagen de estos dos discípulos caminando desilusionados y hacia otro lado no es un mal icono para expresar cierta desesperanza de una iglesia que, a veces, camina aturdida por el desenlace rápido de los acontecimientos y el vertiginoso ritmo de nuestro mundo. Una iglesia un poco confundida sobre qué dirección tomar, a veces incluso la contraria a la del sepulcro, aunque como los de Emaús sea perfectamente conocedora del kerigma. Es como si el “ha resucitado” no cruzara la esfera de lo verbal y tuviera la suficiente garra de hacerles traspasar la experiencia del sepulcro vacío. Sin embargo, para Dios hay otros muchos caminos. El resucitado mismo se les hace el encontradizo y se muestra en buena forma y con buenos reflejos para deshacer sus miedos y reilusionarlos.

Él está vivo y la incipiente iglesia vive de una experiencia del resucitado comunitaria, a la vez que personal y significativa, que se abre espacio entre la incredulidad y el miedo de los que siempre han estado allí, pero también de los que se han marchado descorazonados y vuelven convencidos porque alguien, a la par que los ojos, les “ha abierto las Escrituras” y les ha “hecho arder su corazón”. Estos regresan para que también otros ojos se abran a la fantasía de un Dios que caldea nuestra fe en la fraternidad forjada alrededor de un pan roto y compartido. Ojalá los cuerpos rotos y marginados sembrados por los caminos de nuestra historia abran nuestros sentidos, nos quemen por dentro y movilicen la creatividad de una iglesia samaritana que, como su Dios, se queda cuando llega la noche.

Marta García Fernández

Fuente Fe Adulta

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¡Feliz Pascua!

Sábado, 29 de abril de 2017
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resucitado1Juan Zapatero Ballesteros, sacerdote
Sant Feliú de LLobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 21/04/17.- Amigas y amigos de Eclesalia: ¡Feliz Pascua!, compartiendo con vosotras y vosotros el hecho que durante la Pascua la vida recobra un sentido especial.

En primer lugar, la Pascua supone para mí traer a mi mente el recuerdo de un pueblo que recobró la libertad dejando atrás largos años de dura esclavitud; me refiero, sencillamente, al pueblo de Israel que consiguió liberarse del yugo opresor del imperio de Egipto. Una situación que acabó convirtiéndole en objeto de explotación y en pura mercancía.

Después de siglos y siglos la historia de Israel frente a Egipto se ha ido repitiendo en tantos y tantos pueblos, a veces con grados de crueldad inaudita, hasta llegar a nuestro mundo de hoy.  Un mundo global, en el que las situaciones de dolor y de opresión que se dan ya no nos pueden dejar indiferentes, por muy lejos que nos parezca que están las víctimas y los victimarios, aunque estos acostumbran a estar bastante cerca muchas veces. La lista de dolor y de opresión podría ser larga; por ello quiero recordar aquellas que más me hieren y las que considero más escandalosas. En este tiempo de Pascua, me pregunto si es racional, ya no digo “justo”, que la tercera parte de los alimentos que compramos quienes aún contamos con recursos en los países ricos vayan a parar a la basura. Mientras esto sucede, como si fuera algo natural, 6.400 niños mueren materialmente de hambre cada día. Algunos la llaman la esclavitud del estómago, que no permite sobrevivir, sino malvivir, para acabar en la muerte más bien pronto que tarde. No quiero que esto haga sentirte mal, pero continuando con los niños, te recuerdo que en ciertas zonas del planeta son mercancía barata en cuanto a producción de prendas de vestir se refiere o a extraer de las minas materiales que luego se convertirán en los teléfonos móviles de la última generación o en joyas altamente cotizadas en las lujosas avenidas de los países que forman el mundo rico. Y, por si esto fuera poco, estos mismos niños u otros de su misma índole y condición servirán como objetos muy baratos y a la vez muy apetecibles que satisfagan el deseo sexual, fruto de la depravación, de los “señores” (porque así se hacen llamar) de nuestros países ricos que van a aquellas zonas a consumar precisamente semejante perversidad, aunque pongan la excusa de que van a pasar unos días de descanso o simplemente a hacer turismo.

Por ello, en este tiempo quiero felicitar la Pascua de manera especial a todas las personas y organizaciones que se dedican o hacen alguna cosa contra la esclavitud de estos inocentes. También a ti, por muy poco o pequeño que sea lo que hagas. No olvides que al menos tienes tu palabra para denunciar semejantes injusticias y decir que se trata de algo tan grave que clama al cielo.

Las esclavitudes que padecen estos niños nos enternecen quizás más, porque son más débiles; pero es que, a decir verdad, el mundo de los adultos no está mejor, que digamos. Durante lo que llevamos de este año y todo el anterior hemos sido testigos de éxodos dolorosos de hombres, de mujeres y de familias, que se han visto obligados a marchar de sus lugares de origen, dejando a tras lo poco que tenían, pero que era lo que con toda seguridad más querían, porque veían que en cualquier momento podían ser víctimas de una bala o de una bomba, o porque eran perseguidos o estaban a punto de serlo por ser de tal o cual raza, por mantener una ideología, por profesar una religión concreta u otras cosas más que los convertía irracionalmente en culpables o enemigos. Hoy, a diferencia de lo que sucedió hace treinta siglos con el pueblo de Israel, no tienen donde acogerse ni pueden convertir en realidad sus deseos de libertad, porque pueblos y países, muchos de los cuales precisamente nos llamamos cristianos, hemos cerrado a cal y canto nuestras puertas o hemos levantado grandes muros y vallas, para evitar que puedan entrar y “robarnos” el bienestar que durante siglos hemos conseguido, tal y como intentan vendernos muchos de nuestros gobernantes y otras personas, como tú y como yo, que se han puesto una venda en los ojos y han arrancado de sus corazones los más elementales sentimientos de compasión y de misericordia.

Pero, también hoy como entonces, el Dios del Jesús resucitado continúa actuando a través de hombres y mujeres que, dejando atrás sus miedos y sus comodidades, se han puesto en camino saliendo a los lugares donde se encuentran tirados muchos de estos exiliados, víctimas del hambre, del frío, de la exclusión y de la inhumanidad, en definitiva. Mientras, otras y otros lo hacen desde aquí mismo, denunciando con su palabra, con su protesta y movilizándose a diferentes niveles.

Yo te invito en este tiempo de Pascua a que unamos nuestro grito desde el silencio para felicitarlos de corazón, y decirles que, gracias a sus manos, a sus pies, a sus brazos, a su boca, etc., la libertad, la dignidad, la esperanza y al menos algunas dosis de humanidad llegará a muchas de las personas que viven degradadas o que se han visto obligadas a emigrar

Tengo razones para pensar que Jesús no es un mito, sino una experiencia real y viva, la cual cosa me lleva a desearos una feliz Pascua, llena de aprecio y cariño:

¡FELIZ PASCUA!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Cierra los ojos, y escucha a Jesús… déjale resucitar,

Viernes, 28 de abril de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Cierra los ojos, y escucha a Jesús decirte:

Poco me importa resucitar mil veces en Jerusalén si no resucito una vez contigo en tu carne. La realidad histórica de mi resurrección quedaría inconclusa si no tomase, aquí, hoy, ahora cuerpo y vida en ti. Mi resurrección te pide una disposición interior. Delante de esta tumba abierta, vuélvete abierto.

Así que cierra los ojos y desciende en ti, en este jardín interior, en lugar de esta parcela sombría, por muy sombría que sea la tumba de tu historia, la tumba de tu vida, la tumba de tu carne, desciende allí en lugar de esta prueba que te pesa, cuando la vida no dio los frut0s esperadas, – oh, es la vida se dice, cuando la prueba se nos echa encima. No, no es la vida, es la muerte quien hace su obra, que viene para plantar su bandera negra sobre la vida que dormita en ti y que procura abrirse un camino desde hace muchísimo tiempo. Cristo descendió hasta las entrañas de la tierra para venir a recuperarnos en nuestras tumbas. Para salvar esto también ya que viene para librar tu vida, toda tu vida.

En esta tumba todavía cerrada donde a menudo tu almaestá desolada, deja a Cristo actuar. Déjalo salir, déjale resucitar, déjalo hacer de esta tumba, el lugar de su gracia y de su poder, de su misericordia y de su amor. Déjalo estar vivo en ti, reconstruir misteriosamente tu carne, volver a levantar tu vida.

*

Thierry Hubert op

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Francisco: “No sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado; yo apuesto sobre este mensaje”.

Martes, 25 de abril de 2017
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jesus-vint-parmi-eux“Mira más allá, donde no hay un muro, sino un horizonte: tu pequeña piedra tiene su sentido en la vida”

¡Cristo Vive! La esperanza que parecía sepultada detrás de la Cruz, renace con más fuerza con la luz del Resucitado, pese a las calamidades, las injusticias, los descartes. Tras la intensa e impresionante Vigilia Pascual, en el interior de la basílica, el Papa Francisco presidió, en una abarrotada plaza de San Pedro, la tradicional Misa de Pascua, previa a la bendición “Urbi et Orbi”.

Tras la lectura del relato de la Resurrección, en latín y griego, y aunque no estaba previsto, Bergoglio se lanzó a una breve e impactante homilía, en la que pidió que la Resurrección de Jesús no se quede solo en las flores o en la magnificencia de celebraciones como la de esta mañana de aguacero en la plaza de San Pedro, sino que sirva para “encontrar un sentido en medio de tantas calamidades”. “No sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado, y yo apuesto sobre este mensaje”.

“Hoy, la Iglesia canta, grita, repite que Jesús ha resucitado. Que Pedro, Juan, las mujeres han ido al sepulcro y estaba vacío. Él no estaba”, comenzó el Papa. “Habían ido con el corazón cerrado por la tristeza de un fracaso. El Maestro, su maestro, aquel al que tanto amaban, había sido ajusticiado y muerto. Y de la muerte no se regresa. Este es el camino del fracaso del sepulcro”.

Pero, tras el anuncio del ángel, “y después de la confusión, el corazón cerrado… toda la jornada en el Cenáculo, encerrados, porque tenían miedo de que les sucediera a ellos lo mismo que a Jesús”. “La Iglesia no deja de decir, a nuestros fracasos, nuestros corazones cerrados y con miedo, ‘Párate, el Señor ha resucitado'”, recordó el Papa. “Pero si el Señor ha resucitado, ¿cómo suceden tantas desgracias? ¿Por qué tantas enfermedades, tráfico de personas, trata de personas, guerras, destrucción, mutilaciones, venganzas, odio?”, se preguntó.

En ese momento, relató cómo ayer llamó a un joven que padece una grave enfermedad. “Un chico culto, ingeniero. Le dije que no había explicaciones para lo que le sucedía, y que mirara a Jesús en la cruz: Dios ha hecho eso con su hijo. No hay otra explicación. Y él me respondió: ‘Sí, pero Dios preguntó a su hijo, y el hijo dijo que sí. Y a mí no me han preguntado si yo quería esto'”. “Esto nos conmueve: a ninguno de nosotros nos preguntan si estás contento con lo que sucede en el mundo, si estás dispuesto a llevar tu cruz. Pero la cruz sigue adelante”, reconoció el Papa. “Y a veces, la fe en Jesús se nos cae”.

“¿Para qué ha resucitado Jesús?”, clamó Francisco, dirigiéndose a la multitud, y al imponente escenario, tan bellamente decorado para la ocasión. “Esto no es una fiesta para tantas flores, esto es bonito, pero es mucho más. Es el misterio de la piedra descartada, que termina por ser el fundamento de nuestra existencia. Jesús ha resucitado, y en esta cultura del descarte, donde lo que no sirve se usa y se tira, esa piedra descartada es fuente de vida. Y nosotros también somos esas pequeñas piedras en esa tierra de dolor, con la fe en Cristo resucitado encontramos un sentido en medio de tantas calamidades”.

“El sentido de mirar más allá, donde no hay un muro, sino un horizonte, ahí está la vida, la alegría. Mira hacia adelante. No te cierres. Tu pequeña piedra tiene su sentido en la vida, porque eres parte de aquella gran piedra, que la malicia del pecado ha descartado”, reclamó el Papa.

Frente a tantas tragedias, cada uno de nosotros, “piedrecitas que creen que se unen a aquella piedra, no serán descartadas, tienen un sentido. Con este sentimiento, la Iglesia repite desde dentro del corazón, Cristo ha resucitado”.

“Pensemos cada uno de nosotros: hay problemas cotidianos, en las enfermedades que hemos vivido, que nuestros parientes han vivido, pensemos en las guerras, en las tragedias humanas. Y sencillamente, con voz humilde, sin flores, solos, delante de Dios, delante de nosotros mismos, no sé cómo funciona esto, pero estoy seguro de que Cristo ha resucitado, y yo apuesto sobre este mensaje”, culminó el Papa, pidiendo a todos “volver a casa, diciendo, en vuestro corazón, que Cristo ha resucitado”.

Jesús Bastante

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¡Aleluya!

Lunes, 24 de abril de 2017
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Del blog Nova Bella:

 

risorto

 

Todo renace en ti

 

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“La fe entra por los sentidos”, por José Mª Castillo

Lunes, 24 de abril de 2017
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michel-ciry_-incredulite-deDe su blog Teología sin Censura:

El relato de la incredulidad del apóstol Tomás, que se recuerda a los cristianos en el segundo domingo de Pascua (Jn 20, 19-31), nos viene a decir que la fe entra por los sentidos. Mucho antes que el IV evangelio, el apóstol Pablo había dicho que “la fe entra por el oído” (por lo que se escucha, “akoê”: Rom 10, 17). Pero el Evangelio añade que, no sólo por lo que se escucha, sino también por lo que se ve y se palpa. Que es lo que le pasó a Tomás. Cuando los otros apóstoles le dijeron que habían “visto al Señor” (Jn 20, 25), Tomás respondió lo que dice tanta gente: “Si no lo veo y lo toco, no lo creo”. Hasta que, a los ocho días, Jesús resucitado se plantó delante de Tomás y le dijo: “ven acá, mira, toca, palpa… y no seas incrédulo” (Jn 20, 27). Y Tomás no tuvo más remedio que decirle a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20, 28).

La cosa, al menos en principio, está clara: la fe entra, no sólo por lo que oímos, sino además por lo que vemos y palpamos. Pero aquí es donde está el problema. Porque, en realidad, ¿qué es lo que vio y lo que palpó Tomás? Vio y palpó llagas de dolor y muerte. Y entonces creyó. Pero el mismo Jesús añadió: “¿Por qué me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20, 29).

El Evangelio se refiere obviamente a quienes vieron a Jesús resucitado. Pero, ¿y los que no lo vemos, ni podemos verlo? Insisto en que Tomas vio a Jesús. Pero no solo eso. Lo que Tomás dijo es que quería ver las llagas de los clavos y la herida del costado de Jesús. Entonces fue cuando Tomás creyó. No simplemente cuando vio a Jesús, sino cuando palpó sus llagas de sufrimiento y muerte.

Yo me pregunto por qué ahora hay tanta gente a la que no le interesa para nada el asunto de la fe. ¿Porque no vemos a Jesús? Por supuesto, a Jesús no podemos verlo. Pero, ¿y sus llagas de sufrimiento y muerte? ¿dónde las vemos? ¿en quiénes se palpan? Ahí están: en la vergüenza de los que se dejan la vida en las pateras, en las alambradas (con sus concertinas) que les hemos puesto a quienes vienen huyendo de la muerte, en los que se mueren en las hambrunas de África y en las guerras interminables del coltán. Porque nosotros, los “¡creyentes en Cristo!”, los cristianos de los países desarrollados, no soportamos las llagas de los clavos de la muerte de Jesús.

¿Y la Iglesia, que no se cansa de predicar la importancia de la fe? Los “hombres de Iglesia” se preocupan mucho por los que llevan en sus carnes las llagas de Cristo. Pero es que la Iglesia no sólo se preocupa por los que llevan las llagas. Además de eso, necesita mucho dinero para conservar sus templos, sus seminarios, sus palacios y sus curias, para mantener intacta su liturgia y su moral. Y si no, que se lo pregunten al papa Francisco. Este hombre se preocupa tanto por los desgraciados de las llagas, que más que un papa, parece – a veces – un “agitador social”. ¿Y nos vamos a quedar con los brazos cruzados ante semejante desvarío?

Es la pregunta que algunos se hacen. Yo – a lo mejor estoy equivocado – lo que me pregunto es si nos interesa de verdad creer en Jesús. O quizá lo que queremos, a toda costa, es que el solemne montaje religioso que tenemos siga como está. O incluso que, a ser posible, podamos recuperar la solemnidad de antaño.

Por eso, sólo me queda esta pregunta: ¿no nos estará ocurriendo que, en realidad, estamos más cerca de los sacerdotes del templo que de las llagas que tanto anhelaba tocar el apóstol Tomás?

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“Jesús salvará a la Iglesia”. 23 de abril de 2017. 2 Pascua (A). Juan 20, 19-31.

Domingo, 23 de abril de 2017
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thomas-et-jesusAterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En al comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin él? “Está anocheciendo” en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

Dentro de la casa, están “con las puertas cerradas”. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

Los discípulos están llenos de “miedo a los judíos”. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. “Entra en la casa y se pone en medio de ellos”. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido él.

Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: “Recibid el Espíritu Santo”.

Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de él.

Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola

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“A los ocho días, llegó Jesús”. Domingo 23 de abril de 2017. 2º Domingo de Pascua.

Domingo, 23 de abril de 2017
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24-PascuaA2Leído en Koinonia:

Si la resurrección de Jesús no tuviera efecto alguno en la vida del discípulo, es decir, si la Resurrección no tuviera como sentido final la re-creación del ser humano y por tanto la re-creación de un nuevo orden, entonces eso de la Resurrección de Jesús no habría pasado de ser un asunto particular entre el Padre y su Hijo. Pero, como la resurrección de Jesús es la base y fundamento de una comunidad y el horizonte hacia el cual tiende toda la creación, por eso, tanto el evangelio de hoy como la primera lectura de Hechos, tratan de iluminarnos sobre cuál es ese horizonte y cuáles, por tanto, son los efectos inmediatos, reales y concretos de la Resurrección.

Las fallas, los tropiezos y las caídas en el proceso de construcción de una comunidad igualitaria y justa no hay que verlos como la demostración de que no se puede lograr esa construcción; esos aspectos negativos se pueden percibir como el signo de que ciertamente no es fácil, pero en todo caso no es imposible, máxime si hay plena conciencia de que ése es el proyecto de Dios y que por ese proyecto Jesús hasta derramó su sangre y entregó su vida. Pero, también por ese proyecto, el Padre lo resucitó, para que quienes confesamos ser seguidores suyos veamos si nos comprometemos o no con ese “su” proyecto que él quiere compartir con nosotros y que ciertamente él respalda y acompaña en todo momento. Ese es el principal sentido de la Resurrección y eso es lo que los discípulos no entienden de manera inmediata.

Justamente el evangelio de hoy nos da la pista para entender que el descubrimiento de los efectos y alcances de la resurrección de Jesús no se comprenden rápidamente, de un momento a otro. Aunque los dos discípulos han comprobado que Jesús “no está” en la tumba y una vez que María Magdalena les anuncia que Jesús está vivo y que ha hablado con él (cf. Jn 20, 1-18), los discípulos siguen encerrados. Dos veces en el pasaje de hoy escuchamos estas dos expresiones, “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” (v.19) y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa” (v. 26), lo cual es signo de que esto es un proceso de maduración de la fe. No nos dice el evangelista que los discípulos “no creyeran” en el Resucitado; con excepción de Tomás, todos lo habían visto y creían en él; pero una cosa es creer y otra abrirse a las implicaciones que tiene la fe, y ese es el proceso que le toma a la comunidad de discípulos un buen tiempo, tiempo por demás en el que Jesús, con toda paciencia y comprensión, está ahí cercano, acompañando, animando y ayudando a madurar la fe de cada discípulo.

Tal vez a nosotros, como creyentes de este tiempo, nos hace falta madurar aún mucho más el aspecto de la fe; tal vez nuestros conceptos tradicionales aprendidos sobre Jesús y su evangelio no nos permiten ver con claridad cuál es el horizonte de esa fe cristiana que confesamos tan folclóricamente y que, por tanto, no impacta a nadie. Valdría la pena hacer el ejercicio de desaprender; vaciar completamente nuestro ser, nuestro corazón, hacer lo de Tomás, viendo el caso de Tomás desde la óptica más positiva, claro está; es decir, si no lo juzgamos de entrada como “el incrédulo”, sino como el que quiere creer y poner en práctica su fe, pero que desde su vacío interior necesita ser llenado por la presencia de su Señor. Éste es el camino que estamos llamados nosotros hoy a recorrer. Leer más…

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Dom 23.4.17. ¡Mete tu mano en la llaga…! Pascua es curar la herida y perdonar

Domingo, 23 de abril de 2017
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18010821_777799465730581_4255531844022211615_nDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 2 Pascua, ciclo A, Jn 20, 19-31. Este evangelio contiene dos partes principales:

‒ 20, 19-23: Pascua es perdonar. La comunidad reunida (sin Tomás, el discípulo “espiritual”) “ve” a Jesús que le ofrece su paz y le concede la gracia del Espíritu Santo, que se expresa en forma de perdón, curando a los heridos.

‒ 20, 24-29: la pascua es memoria y presencia de Jesús crucificado. Meter la mano en la llaga de su pasión (curar la llaga de los heridos, acompañar a los crucificados, para hacer posible así el perdón).

Este evangelio responde así a los dos grandes problemas de la primera comunidad cristiana y de la iglesia (de la humanidad actual), que son los problemas de perdón y de la ayuda a los heridos:
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‒ Resucitar es aprender a perdonar y hacerlo de hecho, de un modo personal o social (en comunidad). No es vengarse o responder con “pura justicia” (sin misericordia ni amor) a los que han matado a Jesús, sino superar la justicia en forma de amor gratuito, para no quedar prendidos en la falta de perdón, que es el odio sin fin, que destruye a la humanidad. Jesús resucitado no viene para vengarse de aquellos que le han condenado y matado, sino para ofrecerles perdón, a través de sus seguidores.

‒ La resurrección es “tocar las llagas” de la humanidad enferma y herida, para superar así el dolor e injusticia de la historia… No es meter el dedo en la llaga, para que sufra más, sino “tocar la llaga”, para curarla.

Resucitar es curar a los enfermos, cuidar a los heridos, transformar de esa manera este mundo injusto de muerte, superando así la injusticia de los que piensan avanzar llenando de llagas de muerte a los otros.

17952669_777801579063703_8841043660598547873_nAmbos elementos son complementarios:

— el perdón que vincula en amor a los creyentes…
— y la curación de las llagas.

Ésta es la experiencia clave de la Iglesia y su más alta tarea:

— el descubrimiento de Jesús “curado”, que quiere curar las heridas de los hombres y mujeres llagados del mundo;
— la unión del perdón con la curación de las llagas, como ha planteado de forma sorprendente y genial este evangelio de Juan. en este ¿Cómo tocarle, cómo tocar su llaga en la historia de los hombres?

Buen domingo pascual a todos.

a. Resucitar en perdonar, discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-23)

Está reunida la comunidad de los amigos de Jesús, que le recuerdan y le aman, pero no creen todavía en su resurrección. Podemos suponer que en ella se ha integrado, ofreciendo su mensaje, María Magdalena, la primera creyente (cf. 20, 11-18); también parece estar el discípulo querido, que no ha visto Jesús pero cree, pues le basta la experiencia del sepulcro vacío (cf. 20, 8).

Debe hallarse igualmente Pedro (del que también se ha ocupado el texto anterior (cf. Jn 20, 2-4). De los demás no se sabe nada. El texto les presenta como “hoy mathêtai”, los discípulos, en sentido extenso. Son toda la Iglesia reunida, que recuerda a Jesús, pero no acaba de creer y vive llena de miedo.

Estos discípulos están reunidos, en una casa cerrada, por medio de los judíos (20, 19). Forman comunión, pues Jesús les ha convocado y por fidelidad a él están reunidos. Son iglesia en frágil, oración y dudas, son comunidad que necesita la presencia del Señor. En este contexto se inscribe la primera experiencia eclesial de la pascua que, lo mismo que en Lc 24, 23-48, se dirige a toda la iglesia y no sólo a los Doce, cosa que tendrá gran importancia:

A la tarde de aquel día primero de la semana,
y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos,
por el medio a los judíos,
vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo:
¡La paz con vosotros!
Y diciendo esto les mostró las manos y el costado.
Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo:
– ¡La paz con vosotros!
Como me ha enviado el Padre os envío también yo.
Y diciendo esto sopló y les dijo:
– Recibid el Espíritu Santo,
a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados;
y a quienes se los retengáis les serán retenidos (Jn 20, 19-23).

Los discípulos forman un grupo amenazado, miedoso, pero viene Jesús y les conforta con su palabra y su poder de perdonar. No son los Doce, como a veces se ha supuesto, de forma equivocada (para defender quizá que sólo los Doce y sus sucesores obispos pueden perdonar y decir misa), sino la comunión de todos los creyentes. Es toda la iglesia (formada por hombres y mujeres) la que está reunida y la que recibe la gracia de la experiencia pascual y la tarea de realizar la misión (envío y perdón) del Señor resucitado.

La Pascua se expresa como presencia y envío de Señor resucitado que se muestra a sus discípulos, haciéndoles testigos de su gracia, enviados de su reino. El signo primero y más fuerte de la pascua es esta “presencia” de Jesús en la comunidad de los creyentes reunidos por miedo a los que hace salir de su encierro, enviándolos al mundo como mensajeros de su perdón.

– La Pascua es ante todo paz. Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz fundante, creadora. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal.

– La pascua es presencia gloriosa del crucificado. El Señor resucitado es el mismo Jesús que se entregó por los hombres. Como señal de identidad, como expresión de permanencia de su pasión salvadora, Jesús mostró a sus discípulos las manos y el costado (20, 20), en gesto que después va a recibir nuevo contenido ante el rechazo de Tomás (cf 20, 24-29).

Creer en la pascua es descubrir que el mismo Jesús crucificado (no un espíritu celeste) es el Señor glorioso. En contra de todo espiritualismo, no hay pascua sin “memoria de Jesús asesinado”, sin memoria de los asesinados…En el fondo está la misma experiencia teológica de Lc: ¡Era necesario que el Cristo muriera…! (Lc 24, 26.46).

– La misma Pascua aparece así Pentecostés. Jesús resucitado sopla sobre sus discípulos diciendo recibid el Espíritu Santo (20, 22), en gesto de nueva creación. El mismo Dios había soplado en el principio sobre el ser humano, haciéndole viviente (Gen 2, 7). Ahora sopla Jesús, como Señor pascual, para culminar la creación que en otro tiempo había comenzado. Recordemos que Lucas 24 y Hech. 1 habían separado cuidadosamente los matices, poniendo primero la Pascua y después Pentecostés, Juan ha vinculado ambos momentos, uniéndonos en un único misterio: la misma aparición pascual se vuelve efusión del Espíritu de Dios (que es Espíritu del Cristo resucitado) sobre el conjunto de la iglesia.

– La pascua se vuelve misión: ¡como el Padre me ha enviado así os envío yo! (20, 21). A lo largo de todo el evangelio, Juan ha presentado a Jesús como enviado de Dios: misión es toda su existencia. De ahora en adelante, los discípulos de Jesús en cuanto tales (no los Doce como grupo cerrado) son enviados de Jesús. Realizan una obra que es propia del Señor resucitado: expanden y despliegan su camino, realizan su misterio sobre el mundo.

– El texto culmina en un signo de perdón: a quienes perdonéis los pecados… (20, 23). El camino de Jesús se expresa en el perdón. Éste es el tema, ésta la tarea de la iglesia: en el mundo no hay perdón, los hombres se encuentran divididos, destruidos; carecen de medios para expresar el perdón, todo se hace por ley y por venganza, en una espiral de violencia y contra-violencias.

Pues bien, sobre ese desierto de pecado (falta de perdón), Juan ha interpretado la pascua como experiencia de perdón. Por eso presenta estas palabras en las que Jesús dice a todos sus discípulos (sin distinción de clérigos y no clérigos): “a quienes perdonéis…”. Éste es el perdón pascual de la Iglesia, el perdón de todos los cristianos, pues todos, varones y mujeres, sin distinción entre posibles sacerdotes consagrados y no consagrados, aparecen aquí como mensajeros y testigos del Perdón de Jesús, de su Espíritu Santo.

– ¿Perdón y no perdón? Ciertamente, el texto divide a las personas de una forma que parece simétrica (a quienes perdonéis, a quienes retengáis…), de tal modo que alguno pudiera pensar que la iglesia es una institución neutral, que reparte perdón o no perdón de forma indiferente. Pues bien, en contra de eso, a la luz de todo el evangelio, debemos afirmar que la iglesia es sólo signo y fuente de perdón, de un perdón abierto a todos: ella misma viene a presentarse así como encarnación del perdón, por encima de todas las imposiciones, leyes y venganzas del mundo. Pero allí donde no se ofrece ni recibe el perdón la humanidad queda en manos de la muerte. Leer más…

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