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No os quedéis plantados mirando al cielo, pero mirad al cielo. La Ascensión

Domingo, 2 de junio de 2019
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3101A04D-0A69-4AE3-998A-FB9F2D5E69A4Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

La Ascensión dice el libro de los Hechos que “aconteció” a los cuarenta días de la Resurrección.

“Cuarenta” es uno de esos números que tienen un carácter simbólico.[1]

En la cultura bíblica (judía) “Cuarenta” se utilizaba para indiciar todo el tiempo necesario para que una tarea se realizara:

La cuestión no es, pues, si JesuCristo concluyó en Dios el viernes santo a primera hora de la tarde, el domingo de Pascua o a los cuarenta días. No es un tiempo material, cronológico, sino teológico expresado en un lenguaje simbólico. Se trata del recorrido, del proceso de cuarenta días o “cuarenta años”, el “tiempo necesario” que necesitaron aquellos primeros seguidores de Jesús para llegar a la fe en el Señor resucitado y a la esperanza en la vida definitiva.

No tengamos prisas ni precipitaciones históricas. Muchos de nuestros amigos y familiares, mucha gente en la sociedad no ha llegado a la fe y nosotros “andamos como podemos”. Calma. No saquemos el “séptimo de caballería” ni atronemos o excomulguemos al personal para nada.

Por cierto, a mis “cuarenta” años, ¿disfruto de la fe y de la alegría del Señor?

        el cielo no es un lugar espacial

La Ascensión de Jesús no fue un marcharse de Jesús desde “cabo Cañaveral” a alguna zona lejana del cosmos, a alguna parte en algún astro lejano, sino que la Ascensión significa que Jesús, todo el asunto JesuCristo, es decir: él y nosotros hemos sido asumidos en el ser mismo de Dios. La Ascensión de Jesús no fue un viaje a las estrellas, sino un entrar en el misterio de Dios.

        Como en tantas realidades humano-cristianas, nos falta, no podemos poner imagen a estas cosas: cómo será la resurrección, la Ascensión, cómo es Dios, cómo viven nuestros mayores. No sabemos, nos faltan datos concretos (“fenomenología”). No sabemos pero creemos y esperamos, que es otro modo de conocer y entender la vida. Nos quedamos en una “sabia ignorancia, (docta ignorantia).

Decía Francisco en la audiencia del 26 de noviembre de 2014 que el cielo no es un lugar, sino un estado del alma en Dios.

        ¿Por qué no imaginar que la Ascensión es la profundidad de la serenidad, de la igualdad, de la felicidad? Siempre hay un nivel mayor de profundidad. Y al final de lo último es Dios.

Esta fiesta es de gran esperanza e impregna de esperanza toda nuestra existencia y nuestra historia.

        En la vida caminamos hacia nuestra finalización en Dios.

Vivir mirando la meta infunde ánimo, espíritu y coraje, pues en el fondo este es el sentido de la vida humana

        Caminamos hacia el punto final, hacia el horizonte, que es Cristo. Escrutar el horizonte es una actitud que llena la vida de sentido y esperanza.

La esperanza cristiana libera al ser humano de todo totalitarismo ideológico o religioso de hombres que pretendan construir por sí mismos el futuro. (G. Greshake)

Quien espera en el más allá, quien espera en el futuro de Dios, no es totalitario, sino que confía en el final que es el futuro de Dios y no tiene la presunción de construirlo por sí solo.

En situaciones de angustias y hundimientos personales es sano y sanante mirar esperanzadamente el futuro absoluto de Dios. En contextos totalitarios de tipo eclesiástico es liberador otear esperanzadamente la Ascensión, el cielo.

        La esperanza en el futuro es la alegría y el sentido del presente. Lo que esperamos ilumina el momento presente. Y el futuro absoluto no lo posee ni confiere nadie humano: ni político, ni obispo, ni banquero, porque el futuro absoluto es Dios. El lugar del hombre es Dios.

Creemos y esperamos en la Ascensión y por eso, “miramos al cielo” con nostalgia infinita, con ojos limpios por la esperanza y sin intereses. Y porque miramos al cielo y al futuro absoluto, no nos quedamos en las mediaciones políticas ni eclesiásticas, ni vivimos en “babia”, alelados en espiritualismos eclesiásticos, prepotencias políticas, dominios económicos.

Porque creemos en la Ascensión, esperamos firmemente el futuro, el futuro de Dios, y trabajamos en esta historia. Porque miramos al cielo, vivimos y luchamos en la tierra. Porque esperamos el futuro, trabajamos por cambiar este presente.

        Una hermosa coincidencia (no pura casualidad):

        Bendecir significa decir bien en la vida, lo cual no significa meramente decir palabras y más palabras con ritos y más ritos, sino “estar bien y decir bien”. En la vida todo existe y existimos desde la Palabra creadora “bien dicha” por Dios, lo cual es bueno y hace bien. Cuando Dios habla, crea amablemente, dice bien y su Palabra es amable y valiosa.

Estamos llenos de maldiciones, de decir mal, de descalificaciones, de linchamientos personales, morales, de acepción de personas. Yeso no es bueno, ni hace bien a nadie.

La Ascensión nos habla de una creación originaria y de futuro “bien concluido” por JesuCristo para toda la humanidad.

Tal vez la fiesta de la Ascensión de este año entre nosotros pueda tener un color de encuentro, de sensatez, de respeto, de decir bien y libremente la fe, la vida,

Jesús se marchó.-como había vivido- Bendiciendo. Diciendo y haciendo bien.

Es un noble programa de vida: pasar por la vida diciendo bien y marcharnos dejando algo de bien.

Vosotros sois testigos de todo esto

[1] (Utilizamos también nosotros los números simbólicamente: “Te he dicho “mil” veces”/: en “tercera” y última convocatoria; / “4+3=1”, eres un “hamalau”; / 666: antiCristo, etc.)

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Alumbro

Sábado, 1 de junio de 2019
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LUZMagdalena Bennasar,
Bilbao

ECLESALIA, 13/05/19.- El  mar cambia de color según la luz. Si tienes la oportunidad, fíjate en la intensidad y diversidad de sus colores y contempla la causa.

También los ojos, nuestros ojos, cambian de color según la intensidad de la luz exterior y también interior. El brillo del mar y el de los ojos es el resultado de una experiencia de luz, de una luz que se acoge de dentro afuera y de afuera adentro.

Dicen los científicos que somos fruto de la luz, que gracias a ella se da la evolución…

Si algo caracteriza este Tiempo de Pascua es que la comunidad cristiana nos invita a recibir la Luz para comprender lo vivido: lo sufrido, lo amado, lo perdido, lo recibido, el presente y el futuro… es decir, ver y descubrir nuestra propia evolución como seres humanos fieles a la luz de la Vida que es Él y seguir acogiéndola para hoy y para mañana.

Como el mar, también cambia de color la percepción de lo vivido, según la luz. Si alumbro con mi inteligencia crítica, perfeccionista… mi mar está grisáceo porque no salgo de las nubes de mis exigencias.

Si alumbro con las opiniones de los demás me someto a su luz, que posiblemente, como la mía, está condicionada por miedos, dudas e inseguridades…

El Resucitado trae una luz que cruza el umbral de las cientos de muertes y apagones que la vida tiene, y desde su luz tu mar, mi mar, recobra el azul intenso, el color y calor que da sentido y brillo a nuestra vida.

La persona cristiana tiene luz porque la recibe del Cristo que habita dentro. El movimiento ocurre de afuera a dentro: la Palabra, la Naturaleza, la Comunidad… y de dentro hacia afuera: la experiencia, el cariño, la reconciliación, la alegría por  la convivencia con el Cristo que habita en ti y hace que transmitas su luz, su risa, su empatía, su silencio, su brillo achispado cuando acoges y danzas como las matriarcas, llena de liberación.

Mirar la realidad desde la Luz cambia el color y la apreciación de todo. Es vivir lo mismo pero con una energía renovada. Tal vez es una sencilla experiencia de sosiego interior que transmites con ternura a los tuyos. Tal vez, con su luz, te “ves” capaz de activar lo paralizado o de desechar lo que te hace estéril… y reírte con Sara, ¿de alegría? ante un anuncio que traspasa toda lógica pero es capaz de poner brillo y color a la vida de una mujer estéril, mayor, y triste por una esterilidad ya irreversible que la hacía sentir inferior desde los parámetros de su tiempo (Gn 18,13-14).

No son las posibilidades de Sara, estéril, las que están en juego, sino las de Dios. De pronto esa Palabra trae luz y vida, y hace evolucionar la vida que aplasta con sus límites y transporta a Sara, a todas las “Saras” de la historia, a una dimensión que se experimenta cuando dejamos entrar la Luz de la Palabra: “tendrás un hijo”

¿Y eso? ¿Qué lenguaje es este? Es una palabra que ilumina la esterilidad ya crónica otorgándole la energía de la Vida que viene de otro y que se nos regala a manos llenas siempre, en todo lugar, en cualquier circunstancia.

Esa vida regalada, nos permite comprender que el seguimiento del Resucitado no es una creencia sino una vida iluminada paso a paso, en la tiniebla del día a día, por su Luz que fecunda lo estéril.

Al final todo es muy rápido. La vida parece que es muy larga, y es sólo una percepción. La vida es hoy. ¿Con color?  ¿Con fecundidad?

Si espero que cambien las cosas… pierdo el color del momento, la belleza de ese ángulo que ahora contemplo y antes no veía porque le daba la sombra cuando dudaba. Si no descubro la luz de Dios en la mirada del que llama a mi tienda, a mi vulnerabilidad con su Luz… no he experimentado la Resurrección.

Cuando a la luz y calor de su Palabra sientes que algo se mueve en ti, este es el hijo de la promesa, la fuerza de Dios resucitando, levantando lo estéril, lo incrédulo, lo cronificado y esclerotizado.

Jesús Resucitado no inicia una institución que tiene que prolongarse en el tiempo…Jesús inicia un movimiento de Vida, de Luz, de Fecundidad. Los y las que se arriman a él no es por cultura o costumbre, sino por decisión madura de optar por su Luz por encima de las otras.

Yo creo que el Resucitado me/nos invita a seguir con su Luz y Vida formando comunidades que no se queden atrapadas en las opacidades  institucionales. No es lo mismo identificarse con el Resucitado y la comunidad que se forma alrededor de esa experiencia,  que hacerlo con una institución. El pueblo de Dios lo forman aquellas personas guiadas por su Luz, dispuestas a cambiar de rumbo según la Luz. De ahí la importancia de acoger la Luz. Todo depende de ella. No la escondas dirá el evangelio; sin ella caminamos en tinieblas.

La Luz trae fecundidad, es como un quitamiedos en alta montaña, de pronto te sientes segura. La subida sigue siendo empinada pero hay Luz y esa luz nos protege. ¿Qué sería el mar sin luz? Una terrible masa oscura que infundiría miedo incluso pavor… ¿Qué es una vida sin Vida?

El mar con luz es una maravilla inexplicable que no te cansas de mirar, de tocar, de sentir, de sumergirte en él, de sentirte parte de él, de alimentarte de él, de curarte, descansar, divertirte en él… y todo porque se deja iluminar por la Luz. Así nuestra vida. ¿Te imaginas?

Acoge la Luz: la necesitamos, compártela. Seremos como el mar, que las personas estarán a gusto y no hará falta explicar… porque con la Luz, somos. Estamos vivos y vivas.

Y con la risa por la alegría de la fecundidad más allá de toda impuesta esterilidad… una pascua, ciertamente.

Feliz y bendito (bien dicho) Tiempo Pascual.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Últimos deseos de Jesús”. 6 Pascua – C (Juan 14,23-29)

Domingo, 26 de mayo de 2019
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06-PASC-CJesús se está despidiendo de sus últimos discípulos. Los ve tristes y acobardados. Todos saben que están viviendo las últimas horas con su Maestro. ¿Qué sucederá cuando les falte? ¿A quién acudirán? ¿Quién los defenderá? Jesús quiere infundirles ánimo descubriéndoles sus últimos deseos.

Que no se pierda mi mensaje. Es el primer deseo de Jesús. Que no se olvide su Buena Noticia de Dios. Que sus seguidores mantengan siempre vivo el recuerdo del proyecto humanizador del Padre: ese «reino de Dios» del que les ha hablado tanto. Si lo aman, estos es lo primero que han de cuidar. «El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras… el que no me ama no las guardará».

Después de veinte siglos, ¿qué hemos hecho del Evangelio de Jesús? ¿Lo guardamos fielmente o lo estamos manipulando desde nuestros propios intereses? ¿Lo acogemos en nuestro corazón o lo vamos olvidando? ¿Lo presentamos con autenticidad o lo ocultamos con nuestras doctrinas?

El Padre os enviará en mi nombre un Defensor. Es el segundo deseo de Jesús. No quiere que se queden huérfanos. No sentirán su ausencia. El Padre les enviará el Espíritu Santo que los defenderá del riesgo de desviarse de él. Este Espíritu que han captado en él, enviándolo hacia los pobres, los impulsará también a ellos en la misma dirección.

El Espíritu les «enseñará» a comprender mejor todo lo que les ha enseñado. Les ayudará a profundizar cada vez más su Buena Noticia. Les «recordará» lo que le han escuchado. Los educará en su estilo de vida.

Después de veinte siglos, ¿Qué espíritu reina entre los cristianos? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu de Jesús? ¿Sabemos actualizar su Buena Noticia? ¿Vivimos atentos a los que sufren? ¿Hacia dónde nos impulsa hoy su aliento renovador?

Os doy mi paz. Es el tercer deseo de Jesús. Quiere que vivan con la misma paz que han podido ver en él, fruto de su unión íntima con el Padre. Les regala su paz. No es como la que les puede ofrecer el mundo. Es diferente. Nacerá en su corazón si acogen el Espíritu de Jesús.

Esa es la paz que han de contagiar siempre que lleguen a un lugar. Lo primero que difundirán al anunciar el reino de Dios para abrir caminos a un mundo más sano y justo. Nunca han de perder esa paz. Jesús insiste: «No os inquietéis ni tengáis miedo».

Después de veinte siglos, ¿Por qué nos paraliza el miedo al futuro? ¿Por qué tanto recelo ante la sociedad moderna? Hay mucha gente que tiene hambre de Jesús. El papa Francisco es un regalo de Dios. Todo nos está invitando a caminar hacia una Iglesia más fiel a Jesús y a su Evangelio.

José Antonio Pagola

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“El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho”. Domingo 26 de mayo de 2019. 6º Domingo de Pascua

Domingo, 26 de mayo de 2019
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31-pascuaC6 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
Salmo responsorial: 66:  Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23: Me enseñó la ciudad santa, que bajaba del cielo.
Juan 14, 23-29: El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

El libro de los Hechos nos presenta la controversia de los apóstoles con algunas personas del pueblo que decían que los no circuncidados no podían entrar en el reino de Dios. Los apóstoles descartaban el planteamiento judío de la circuncisión. Ésta se realizaba a los ocho días del nacimiento al niño varón, a quien sólo así se le aseguraban todas las bendiciones prometidas por ser un miembro en potencia del pueblo elegido y por participar de la Alianza con Dios. Todo varón no circuncidado según esta tradición debía ser expulsado del pueblo, de la tierra judía, por no haber sido fiel a la promesa de Dios (cf. Gn 17,9-12). El acto ritual de la circuncisión estaba cargado -y aún lo está- de significado cultural y religioso para el pueblo judío. Estaba ligado también al peso histórico-cultural de exclusión de las mujeres, las cuales no participaban de rito alguno para iniciarse en la vida del pueblo: a ellas no se les concebía como ciudadanas.

Es bien importante este episodio dentro de la elaboración literaria que Lucas hace del nacimiento de la primitiva Iglesia. Ésta fue capaz de intuir genialmente que aquel rito de la circuncisión discriminaba inevitablemente entre hombres y mujeres, y entre judíos y paganos. Los dirigentes principales de la Iglesia central (por así decir) ratificaron la intuición que los misioneros de vanguardia pusieron en marcha al evangelizar en la frontera con el mundo pagano. En aquel contexto cultural diferente, el signo de la circuncisión no sólo no era significativo, sino que implicaba una marginación de la mujer, y una imposición incomprensible para quienes s convertían desde el paganismo. Fue una lección de sentido histórico, de comprensión de la relatividad cultural, y de aceptación de los signos de los tiempos.

No deberíamos reflexionar hoy sobre este tema de un modo meramente arcaizante: «cómo hicieron ellos», sino preguntándonos qué otros signos, elementos, dimensiones… del cristianismo están hoy necesitados de una reformulación o reconversión, en esta la nueva frontera cultural que hoy atravesamos, probablemente mucho más profunda que la que se vivía en aquel momento que los Hechos de los Apóstolos nos relatan. Muchas cosas que hasta ahora significaban, se han vaciado de valor evocativo. En muchos casos, no sólo se han vaciado, sino que se han cargado de sentido contrario. Acabamos haciendo gestos que se quedan en simples ritos sin significado vivo, o repitiendo fórmulas que dicen cosas en las que ya no creemos –o en las que ya no podemos creer–.

Permítasenos evocar la publicación que el movimiento judío conservador de EEUU ha realizado el pasado mes de febrero (http://internacional.elpais.com/internacional/2016/03/02/actualidad/1456932458_958209.html) de una nueva edición del manual de oraciones, Sidur en hebreo, edición que ha puesto todas las oraciones en un lenguaje que no distingue entre hombres y mujeres, entre personas y/o parejas hetero y homosexuales. Hay que recordar que el idioma hebreo –y otros– tiene formas verbales diferentes para el hombre y la mujer. «Yo rezo», por ejemplo, no utiliza la misma palabra igual cuando lo dice un hombre o cuando lo dice una mujer. Lo cual quiere decir que cuando se reza juntos, normalmente la mujer ha tenido que quedar supeditada a rezar con expresiones masculinas. Este nuevo Sidur es un esfuerzo para acomodar símbolos religiosos tan importantes como los de un oracional, a la sensibilidad actual. Lo que en siglos y milenios anteriores parecía intocable, hoy ya no nos lo parece a muchas personas y comunidades; las más intuitivas y clarividentes están reivindicando la necesidad de dar pasos adelante, y deberíamos apoyarles.

También en otros idiomas persisten las diferencias discriminatorias de género, pero no tanto ya por las diferencias de las formas verbales y otras, cuanto por las desactualizaciones en términos culturales y epistemológicos: se trata de conjuntos completos de símbolos que ya no están culturalmente vigentes, fórmulas de fe que dicen cosas hoy realmente no creemos, creencias que ya todos sabemos que son mitos, pero que son repetidas ritualmente con toda seriedad como si de descripciones históricas se tratara, esperando que aparezcan por alguna parte los niños del cuento de Andersen que nos hagan caer en la cuenta a todos de que «el rey está desnudo». Por eso, es de profunda actualidad la lucidez de que hizo gala la Iglesia primitiva en torno a la práctica de la circuncisión.

El Apocalipsis nos presenta también una crítica a la tradición judía excluyente. Juan vio en sus revelaciones la nueva Jerusalén que bajaba del cielo y que era engalanada para su esposo, Cristo resucitado. Esta nueva Jerusalén es la Iglesia, triunfante e inmaculada, que ha sido fiel al Cordero y no se ha dejado llevar por las estructuras que muchas veces generan la muerte. Aquí yace la crítica del cristianismo al judaísmo que se dejó acaparar por el Templo, en el cual los varones, y entre éstos especialmente los cobijados por la Ley, eran los únicos que podían relacionarse con Dios; un Templo que era señal de exclusión hacia los sencillos del pueblo y los no judíos.

La Nueva Jerusalén que Juan describe en su libro no necesita templo, porque Dios mismo estará allí, manifestando su gloria y su poder en medio de los que han lavado sus ropas en la sangre del Cordero. Ya no habrá exclusión -ni puros ni impuros-, porque Dios lo será todo en todos, sin distinción alguna.

En el evangelio de Juan, Jesús, dentro del contexto de la Ultima Cena y del gran discurso de despedida, insiste en el vínculo fundamental que debe prevalecer siempre entre los discípulos y él: el amor. Judas Tadeo ha hecho una pregunta a Jesús: “¿por qué vas a mostrarte a nosotros y no a la gente del mundo”? Obviamente, Jesús, su mensaje, su proyecto del reino, son para el mundo; pero no olvidemos que para Juan la categoría “mundo” es todo aquello que se opone al plan o querer de Dios y, por tanto, rechaza abiertamente a Jesús; luego, el sentido que da Juan a la manifestación de Jesús es una experiencia exclusiva de un reducido número de personas que deben ir adquiriendo una formación tal que lleguen a asimilar a su Maestro y su propuesta, pero con el fin de ser luz para el “mundo”; y el primer medio que garantiza la continuidad de la persona y de la obra de Jesús encarnado en una comunidad al servicio del mundo, es el amor. Amor a Jesús y a su proyecto, porque aquí se habla necesariamente de Jesús y del reino como una realidad inseparable.

Ahora bien, Jesús sabe que no podrá estar por mucho tiempo acompañando a sus discípulos; pero también sabe que hay otra forma no necesariamente física de estar con ellos. Por eso los prepara para que aprendan a experimentarlo no ya como una realidad material, sino en otra dimensión en la cual podrán contar con la fuerza, la luz, el consuelo y la guía necesaria para mantenerse firmes y afrontar el diario caminar en fidelidad. Les promete pues, el Espíritu Santo, el alma y motor de la vida y de su propio proyecto, para que acompañe al discípulo y a la comunidad.

Finalmente, Jesús entrega a sus discípulos el don de la paz: “mi paz les dejo, les doy mi paz” (v. 27); testamento espiritual que el discípulo habrá de buscar y cultivar como un proyecto que permite hacer presente en el mundo la voluntad del Padre manifestada en Jesús. Es que en la Sagrada Escritura y en el proyecto de vida cristiana la paz no se reduce a una mera ausencia de armas y de violencia; la paz involucra a todas las dimensiones de la vida humana y se convierte en un compromiso permanente para los seguidores de Jesús. Leer más…

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26.5.19. Dom 6 Pascua. Amor que explora. El gran deseo de Dios

Domingo, 26 de mayo de 2019
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caminando-con-DiosDel blog de Xabier Pikaza:

Vendremos a él pondremos en él nuestra morada

Juan 14, 23-29 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él…

Amor que explora. Jesús, explorador de amor[1]

   Somos exploradores de amor… Hemos salido en búsqueda del gran continente escondido y misterioso del amor… y en el camino estamos.. Pues bien, la sorpresa de este domingo 6 de Pascua es que no vamos solos, pues camina con nosotros Dios, por medio de Jesús, a quien hoy llamo explorador de amor:

  1. Vives en Dios, y en él caminas… y exploras misterios de amor, nuevos continente de vida que te llevan del deseo a la libertad, de la necesidad al don, de la alegría al gozo…
  2. Dios vive en ti… y por ti explora también caminos de amor. Éste es el gran misterio: Dios te necesita para amar, para ser  y hacerse en ti camino de amor.
  3. Tu amor y el de Dios se unen en Jesús… de forma que son en él y por él dos amores y un sólo amor…

Lee el evangelio entero… y sumérgete en el amor de Dios, es decir, en tu propio amor. No tengas miedo, vive y explora el amor, lo que eres, lo que quieres. Después, si aún deseas, puedes volver a mi texto.

Introducción teórica. De la necesidad al deseo.

Tú me ofreciste las bases para escribir este capítulo, siguiendo en la línea del anterior, pues me hiciste ver que los animales tienen deseos fijados por instinto de naturaleza (desean lo que necesitan para vivir), mientras los hombres nacemos en un espacio de amor (de don) que no está fijado (cerrado), de manera que podemos desearlo “todo”, no sólo para responder a las necesidades, sino para vivir humanamente, en el nivel de los deseos personales. Convertir la necesidad “natural” en deseo, y hacer del deseo principio de amor, ésa ha sido la tarea principal de la vida humana, como me decías (y como vengo suponiendo en este libro).

Partiendo de esa apertura, el deseo puede tomar mil formas y caminos. Los animales necesitan sin más, y al saciarse cesan. El hombre nace deseando, de tal forma que su vida se abre como un haz de apetencias insaciables; tiene también necesidades, como el comer, dormir (y en plano de especie aparearse y engendrar); pero ellas pueden volverse fuente de deseos personales, que jamás sacian del todo. En esa línea me decías que el hombre es el animal que convierte sus necesidades en deseos, y los organiza y estructura de un modo personal y social, a través de la cultura. Los animales siguen movidos por la necesidad, y una vez saciada vuelven al equilibrio. El hombre, en cambio, nunca puede saciar sus deseos:

Eres naturaleza y como tal formas parte del proceso del cosmos y la vida. Quieras o no, en ti se refleja y concretiza, se hace carne, tensión y movimiento, acción y reacción, el gran proceso de los seres, esa fuerza que se expresa como luz, enciende las estrellas, se derrama en los abismos y se expande en las raíces del proceso y sementera de la tierra. Sientes la vida, en ti acaece, la percibes como inmenso mar de fuerzas que se extienden, se condensan y vuelven a expandirse. Quizá fuera preciso añadir que, al ser viviente personal, tú eres un centro del latir del cosmos: Una especie de dique donde la vida se remansa por un momento y toma fuerza, para expandirse de nuevo ¿No es maravilloso? ¡Recibes y das vida! La acoges y la expandes, en el mar indefinido de las cosas.

Eres persona.En un momento dado, te sientes dueña y tomas conciencia de tu vida, descubriéndote capaz de ser tú misma. Te conoces, sabes lo que tienes, lo que puedes, sientes tu existencia y te encuentras responsable; quieres con firmeza, proyectas tu existencia sobre el mar de los poderes naturales, te recibes y realizas a ti misma. ¿No es maravilloso? Así adviertes que la vida no es algo que recibes simplemente desde fuera, sino que tú misma la asumes y construyes. No sólo la sientes sino que la con-sientes, de forma que puedes moderarla y dirigirla, dirigiéndote a sí misma, descubriendo que eres «tú», un sujeto, y descubriendo a tu lado otros sujetos, que han hecho que tú seas (eres por su gracia), y así la vida indefinida, que parece carente de sentido, se vuelve camino de vida personal.

 La naturaleza no desea, sino que necesita, y de esa forma se expande, fluye y refluye en un equilibrio de poderes, tal como se expresa en los diversos seres animales, que se mantienen en el plano del instituto, en armonía de acción y reacciones; no conoce individuos, no tiene interioridad, todo en ella parece situarse en un nivel externo. Pero cuando surge el ser humano nace algo distinto: La vida deja de hallarse regulada de un modo inconsciente, y empieza a existir (a conocerse) en unos seres que son libres al amarse. En los estratos inferiores, el proceso de la vida está saciado (está colmado) en lo que es o en lo que tiene, en equilibrio de totalidad. Cuando llega ser humano, esa naturaleza cerrada en sí (como impulso por tener y por gozar), se vuelve inviable. Como pura naturaleza, el hombre no tiene posibilidad de supervivencia. Por eso, a fin de vivir en su nivel, ha de iniciar un camino de libertad, como persona. Eso eres tú, una extraña o, si quieres, una intrusa: Tienes que vivir en libertad y amor, o no puedes (te mueres).

Según eso, para ti, viviente humano, el deseo no es ya un puro destino de fuerzas naturales, que se imponen, sino que ha de encontrarse asumido en tu despliegue personal de amor y libertad. Ciertamente, tienes necesidades (como el hambre) que debes saciar, pero básicamente vives en un nivel de impulsos y deseos que tú misma diriges. Así te construyes a ti misma humanizando esas pulsiones, integrándolas de un modo misterioso en el proyecto de tu vida, que tú misma descubres y trazas, en apertura a los otros. Sólo eres persona haciendo tuyo el impetuoso mar de los impulsos, realizándote por ellos y tendiendo a estructurarlos de forma equili­brada, convirtiendo tu «medio» cósmico-vital en mundo humano.

De esa forma vives entre el impulso de la naturaleza (que sigue estando en el fondo de tu vida) y tu deseo y libertad de amor (que define aquello que tú quieres). No eres puro deseo, ni libertad desnuda, sino unión de ambos aspectos o momentos: Eres naturaleza que se eleva sobre sí misma, y eres persona que tiende a realizarse en libertad de amor, sobre la base de los impulsos naturales. Si los impulsos estuvieran fijados de manera necesaria, clausurándose en su propio círculo, no podrías ser persona; acabarías siendo esclava de tus apetencias, en un campo de pulsiones fijadas de antemano. Sólo el hecho de que esos impulsos y deseos naturales no se encuentren fijados de antemano permiten que seas persona, en libertad. Por eso, lo que en un momento determinado nos podía parecer imperfección (la apertura indefinida del deseo) se convierte en fundamento de la mayor perfección.

 En esa línea, S. Freud (1856-1939) mostró que el niño es en principio un deseo universal. Pero que luego, a fin de hacerse adulto, debe integrar su deseo en la ley que marcan otros, y de un modo simbólico esencial el padre. Estrictamente hablando, sólo llega a ser persona aquel que emerge del mar de los deseos y los cumple, en lo posible, pero sujetándose también (sujetándolos) a un tipo de “ley” que se expresa lo que se puede llamar el principio de realidad (representado por el Padre). En ese contexto se sitúa el “pecado original” de la Biblia, que consistiría en no aceptar ninguna ley, en quererlo todo, queriendo hacernos dioses (dueños del bien y del mal, portadores de un conocimiento absoluta). Por eso, la Biblia añade que fue necesaria una “ley”, para trazar los límites del hombre. En ese lugar de “desajuste”, entre el deseo de tenerlo todo (¡seréis como dioses!) y la necesidad de sujetarse a lo que existe de hecho a través de la Ley (a las normas reales de la vida) nos sitúa la Biblia (cf. Gen 2-3), según S. Freud. Leer más…

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Del interior del templo al interior del ser humano. Domingo 6º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 26 de mayo de 2019
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templo-salomon-16Grupo de personas2Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 “Vendremos a él y haremos morada en él”

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

            Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

            En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

            Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

            En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

            Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

            El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

 En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. 

            Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

            Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.

2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

            En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

            El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

            11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!

            Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,

           12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,

            y muralla de piedras preciosas.

            El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

            Podría citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).

            Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. “Brillaba como una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido. 

            Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al occidente tres puertas. 

            La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. 

            Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

            La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

            El texto del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:

            1) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 

            Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

            La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

            El tema de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

            Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

            Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

            2) La promesa del Espíritu Santo.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. 

            Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

            Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

            3) La vuelta de Jesús junto al Padre

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

            Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda de Fray Luis de León:

            ¿Y dejas, Pastor santo,

            tu grey en este valle hondo, escuro,

            con soledad y llanto;

            y tú, rompiendo el puro

            aire, ¿te vas al inmortal seguro?

            Los antes bienhadados,

            y los agora tristes y afligidos,

            a tus pechos criados,

            de ti desposeídos,

            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?

            ¿Qué mirarán los ojos

            que vieron de tu rostro la hermosura,

            que no les sea enojos?

            Quien oyó tu dulzura,

            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

            Aqueste mar turbado,

            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto

            al viento fiero, airado?

            Estando tú encubierto,

            ¿qué norte guiará la nave al puerto?

            ¡Ay!, nube, envidiosa

            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?

            ¿Dó vuelas presurosa?

            ¡Cuán rica tú te alejas!

            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

            Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de esto hablaremos otro día.

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VI Domingo de Pascua. 26 de Mayo, 2019

Domingo, 26 de mayo de 2019
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6-Do-Pascua

“Quien me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él.”

(Jn 14, 23-29)

Llevamos ya un largo recorrido de Pascua, nos asomamos a la sexta semana y la cotidianidad de nuestras vidas le ha ido robando brillo al grito jubiloso del Domingo de Resurrección. Quizá por eso hoy el evangelio propuesto para la Eucaristía nos invita a “guardar la palabra”.

Se guardan aquellas cosas que se necesitan o que son queridas. Cuando hacemos limpieza en casa o en nuestra habitación volvemos a guardar cosas aparentemente inútiles de las que no podemos desprendernos. Normalmente cosas que nos hacen recordar, pequeños “sacramentos” (sacramento = realidad visible que evoca algo que no vemos). Y los recuerdos forman parte de nuestro almacén interior, son esos objetos que llenan los cajones de nuestra casa interior.

Hoy Jesús nos pide que guardemos su palabra, que le hagamos un sitio en nuestra casa, nos está diciendo: “Quiero que Tú seas mi casa, la casa de Dios Trinidad.

Enamorarnos

Cuando nos enamoramos no podemos pensar en nada más que en la persona amada, todo lo que vemos, oímos y sentimos lo relacionamos con esa persona. Y casi sin querer no hablamos de otra cosa. Enamorarse es dejarse habitar por otra persona.

Y Jesús al decirnos: “quien me ama guardará mi palabra”, nos está invitando a ENAMORARNOS, a dejarnos habitar por Dios, a vivir en Su Amor.

Nos llama a un compromiso, a dejar que el grito de Pascua ahonde en nosotras, enraíce, pase de la explosión de la alegría al compromiso continuado. Es decir, del enamoramiento primero al amor fiel.

El entusiasmo primero es bueno, ¡y necesario! pero no es suficiente. Seríamos como aquellas semillas que crecieron rápidamente, pero se secaron por falta de raíz (Mc 4, 5-6). Al entusiasmo primero hay que sumarle su buena dosis de compromiso, una pizquita de locura, dos cucharadas colmadas de generosidad y todo el amor que sea necesario. Todo junto, bien amasado, da como resultado el pan del Reino.

Porque si Jesús se hizo pan, nosotras también nos tendremos que dejar comer, partir y repartir. ¿Casa? ¿Pan? ¿Discípula?

Oración

“Trinidad Santa, amásanos con la levadura nueva de tus sueños,
haznos pan tierno que calma el hambre,
hogar cálido que descansa el alma
y discípulas fieles a tu Palabra.”

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Dios no es mi huesped, sino el centro de mi ser

Domingo, 26 de mayo de 2019
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07278g-entender-espiritualidadJn 14,23-29

Seguimos en el discurso de despedida. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega a los demás. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado, que está en alguna parte de la estratosfera, sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

Este discurso de despedida, que Juan pone en boca de Jesús, nos habla de cómo entendía y practicaba aquella comunidad el seguimiento de Jesús. No se trataba de seguir a un líder que desde fuera les marcaba el camino, sino de descubrir la experiencia más profunda de Jesús, y repetirla en cada uno de los cristianos.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque los conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado yo, permaneced en mi amor. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre…” ¿Quién ama primero?

Jesús había dicho que iba a prepararles sitio en el hogar del Padre, para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él mismo vendrán al interior de cada uno.

Les había advertido: “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”.

Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo.

No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y en esta ocasión nos dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar.

Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe “alguna parte” donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda mediación. Todo intermediario, sea persona o institución, me alejan de Él más que acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “total presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar; pero también descubrirlo dentro de cada uno de los demás. La presencia es interna, pero se manifiesta.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces, en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (ruaj). “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo (opresión), no podremos comprender el amor.

“Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.” Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios, que les ayudaría a descubrir al mismo Jesús. Mientras estaba con ellos, estaban apegados a su físico, a sus palabras, a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

“Paz” era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas en todas direcciones. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya, porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema de amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla la 2ª persona de la Trinidad; sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos…” Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada, Dios es siempre un Dios escondido. “Toda religión que no afirme que Dios está oculto no es verdadera” (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma / eterna y universal. / ¿Dónde tu rostro reposa / alma que a mi alma das vida? / Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de “Mesías”, “Siervo”, “Hijo de hombre”, “Palabra”, “Espíri­tu”, “Sabiduría”, incluso “Padre”, son todos ejemplos de ese intento.

Meditación

Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Templo del creyente

Domingo, 26 de mayo de 2019
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paloma de las manos del espírituAmad a esta Iglesia, permaneced en la Iglesia, sed vosotros esta Iglesia (San Agustín)

26 de mayo. DOMINGO VI DE PASCUA.

Jn 14, 23-29

Jesús le contestó (a Judas): Si alguien me ama cumplirá mi palabra Padre le amará, vendremos a él y habitaremos en él 

Somos un tejido social bien entramado donde notas y personas (el Padre, Jesús y nosotros mismos) suenan armónicamente bien a todos los sentidos. Y si ese tejido social se arruga, llamar urgentemente a Jesús y al Padre, pedirles agua y plancha, y alisarlos.

En otro capítulo del Evangelio de Juan, el IV, versículo 21, Jesús y la samaritana: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre”, el maestro de Nazaret, -que le había pedido agua para beber, y él se la da de vida en abundancia- le anuncia al mismo tiempo que, en el futuro, la adoración no estará ligada a lugares, sino una persona, a Él mismo, el nuevo Templo de Dios, y será un culto en espíritu y de verdad, algo que proviene del corazón movido por Dios y que se revelará en acciones concretas de vida.

Un importante maestro espiritual hinduista indio, Ramana Maharashi (1879-1950), dice en La Filosofía de la existencia“Un universo indefinible, en el que todas las cosas, seres y eventos están interrelacionados -un tejido social bien entramado- apenas tiene sentido a menos que sea consistente. Así las leyes de la naturaleza son inherentes a la naturaleza, y no han sido impuestas por un legislador divino. Es la ley a la que todas las partes de la totalidad se tienen que conformar por su propia existencia como partes o manifestaciones de una totalidad indivisible. La Ley surge de la manera de encajar de manera precisa las partes de la totalidad”.

L´État cést moi, dijo El Rey Sol, y todos los franceses le rindieron honor y pleitesía, aunque las leyes sensatas, humanas y divinas, no se imponen jamás a la totalidad de las partes. Posiblemente no lo hubiera dicho, si hubiera escuchado al Papa Francisco: “Cada cual, con su carisma y misión, somos iguales ante el Señor y somos necesarios en la Iglesia”. Y no digamos nada sí él, tan políticamente cristiano, hubiera leído en Mc 9, 35, lo de: “El que quiera ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.

Sin duda, el universo es un templo bien construido -Templo de todos los templos-, cuyos cimientos han sido sólidamente asentados. Es posible que siguiendo los planos del templo de Gerizim, donde se construyó el tabernáculo, de acuerdo con los planes de Yahvé transmitidos a Moisés, como se dice en el Antiguo Testamento.

Y si a pesar de todas estas prevenciones no funcionara convenientemente el sistema previsto, y el templo viniera al mundo con defecto de fábrica y sin sello de garantía que avale la marca de “Somos unos buenos cristianos”, es que el sistema elemental de emergencia no ha funcionado adecuadamente, y es necesario llevarlo al taller urgentemente y repararlo. Es conveniente que las olas del océano sean conscientes de la tarea programada para ellos, los robots bañen con su habitual pericia el producto.

En la obra de Cervantes, El Ingenioso Don Quijote de la Mancha, , dijo el ilustre caballero a Sancho Panza su escudero: “Si a mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabrás, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas” y te curaras. Es un bálsamo de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna”.

Un buen baño del tal ungüento vendría bien al Rey, a Gerizim, a Ramana, al Templo de Jerusalén y a todos los nuestros, haciendo que los amáramos o más y por más tiempo.

San Agustín, obispo de Hipona, decía a sus feligreses: “Amad a esta Iglesia, permaneced en esta Iglesia, sed vosotros esta Iglesia. Y que jamás se cumpla en nosotros lo que decía Robert Burton (1567-1640), clérigo inglés y profesor de la Universidad de Oxford: “Allí donde Dios tiene un templo, el diablo suele levantar una capilla”.

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TIERRA LATIENTE

La Tierra está latiendo dentro y fuera
de mí. También debajo de mí late
en un feliz y amistoso debate
con ritmos de clarín y de bandera.

Rueda sin fin la rutilante esfera
por la senda de un celestial combate,
y sin que apenas nadie se percate
de su veloz y singular carrera.

Grácil es su rodar, y aventurera.
No existe campeón, héroe ni vate
que le prive de siempre primera.

Supera con laurel cualquier embate,
venga de la más mansa o feroz fiera,
sin que nadie la copa le arrebate.

 

Vicente Martínez

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Y vendremos a él y haremos morada en él

Domingo, 26 de mayo de 2019
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12261a-errores-practicar-espiritualidadJn 14, 23-29

En el último domingo de Pascua seguimos leyendo el discurso de despedida de Jesús. En esta narración, la comunidad de Juan quiere resumir el testamento que Jesús deja a sus seguidores. En el fragmento de hoy hay dos promesas: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él… el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será el que os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.” ¡¡¡Genial!!! ¡Estas sí que son Palabra de Vida eterna! ¡Cuántas veces habré leído este texto sin enterarme de nada!

Mi idea de Dios, próxima a la que presenta el AT, que he mantenido larguísimos años de mi formación cristiana, me ponía las cosas muy difíciles para compaginarla con mi evolución intelectual y humana. El dios en que creía se me iba haciendo inverosímil e increíble.

No hace mucho oí, por primera vez, la expresión “Hacer experiencia de Dios”. Me pareció una afirmación contradictoria. Mis ideas de experimento y del dios en que creía eran incompatibles. De ese dios lejano (en los cielos), todopoderoso y juez de vivos y muertos no se puede tener experiencia. En cambio, hoy es para mí una evidencia que sólo si experimentas la presencia de Dios en tu vida cotidiana (si tienes la vivencia de su Presencia) puedes ser creyente en Él. Sin hacer equivalentes creencias y fe. La fe es un encuentro personal con un DiosAmor (sin guion) cercano e íntimo. Así es el Dios de Jesús de Nazaret. Hoy puedo vivir con alegría que Jesús es “La morada de Dios entre los hombres” y nosotros también. Así el lugar de la presencia del Dios de Jesús es el hombre. Por eso podemos experimentarlo (vivenciarlo) dentro de nosotros mismos mismo y descubrirlo dentro de cada uno de los demás seres humanos.

¿Qué ha pasado en mi vida para este cambio? Que buscando a dios me he encontrado al Jesús de los Evangelios. Al Jesús modelo de imagen de Dios. Modelo de la encarnación de Dios en todo. Y a partir de este encuentro he ido elaborando otra imagen de Dios, del hombre, de mí misma y del mundo. Y desde ahí veo las cosas “divinas” de otra manera.

El encuentro con el Dios de Jesús ha producido en mí una revolución de todo mi sistema creyente. Un Dios cercano, Fundamento de mi ser e identificado conmigo. El Dios Encarnación, Presencia, Fundamento y Padre. (Todo son metáforas porque nuestro vocabulario se queda pobre para nombrar al Innombrable). Igualmente, el cambio en la visión del hombre no ha sido menor. Del ser carente, incompleto, incapaz de bondad, a un ser en evolución y progreso, capaz de desarrollar sus potencialidades y llegar a su realización plena; un ser abierto y autónomo, responsable de sí mismo y de los otros. Un ser para los otros. En síntesis: el hombre como imagen y semejanza del Dios de Jesús.

Y como la idea de Dios y del hombre que tengas es fundamental en la espiritualidad que vives y en la religión que practicas, la transformación de ella acarrea necesariamente un cambio de la religiosidad y la espiritualidad. Y en consecuencia, modifica radicalmente tu identidad cristiana. Como veíamos el domingo pasado la señal del cristiano no es la cruz. La señal del cristiano es el amor a Dios en el hombre. Porque son una misma realidad. Porque Dios se ha encarnado, se ha identificado (“a mí me lo hicisteis”) con el hombre.

Si nos sentimos “morada de Dios”, si verdaderamente Dios está en nosotros, tenemos necesariamente que manifestarlo. Dios es amor y lo mejor de nosotros es nuestro ser amoroso; que es nuestro verdadero ser, nuestro ser profundo. Somos templos de Dios, presencia constante del Espíritu de Dios con nosotros. Somos seres habitados. No estamos solos. Somos presencia del amor de Dios en el mundo. Nuestra vida tiene que dar testimonio de esa Presencia. ¿Cómo? Siendo sus manos y sus pies. Trabajando con ilusión en la implantación del Reinado de Dios en el mundo. Tenemos que ayudar a Dios en esa tarea. Todo en nosotros es don y tarea. Los talentos recibidos son para emplearlos en los que necesitan de nosotros. Somos administradores fieles y sabios de nuestras cualidades para rentabilizarlas en el bien común de nuestros próximos. Dios los da para el bien de toda la comunidad. Los otros descubrirán la presencia de Dios en mi vida cuando manifieste a través de mis comportamientos lo que de Dios hay en mí. Bondad, honradez, disponibilidad, actitud de servicio a los demás. Cuando, de verdad sea un ser para otro. Desde nuestro ser amoroso. Esto es Vivir desde nuestro ser resucitado, desde nuestra nueva humanidad. Eso es nacer de nuevo, nacer a la Vida divina, eterna, definitiva. Y esto aquí y ahora. Sin dejarlo para más tarde.

África de la Cruz

Fuente Fe Adulta

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La paz que nadie nos puede quitar

Domingo, 26 de mayo de 2019
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image-300x248VI Domingo de Pascua

26 mayo 2019

Jn 14, 23-29

Aun con un estilo a veces recargado y repetitivo –a la vez que deudor de su momento histórico y de su paradigma cultural–, el autor del cuarto evangelio tiene la virtud de expresar la verdad profunda de lo que somos. Por eso, cuando lo leemos desde la comprensión, sus palabras transmiten sabiduría atemporal y despiertan resonancias en nuestro interior porque salen al paso del anhelo profundo que nos habita, por más que a veces esté aletargado.

En la Carta a los Efesios (2,14) se afirma que “Jesús es nuestra paz”. Sin duda, a tenor de lo que aparece en los evangelios sinópticos, Jesús vivió en paz profunda o ecuanimidad. Una paz que nacía en él de la certeza de estar siempre en el Padre y de no buscar otra cosa en la vida que “cumplir su voluntad”. Sin duda, una persona que no se aferra a las expectativas de su ego, sino que ama lo que la Vida quiere, permanecerá anclada en la paz.

El ego vive en el sobresalto porque, en cuanto se hace presente la frustración, se altera o se deprime. Por esa razón, en tanto en cuanto estemos identificados con él, la paz nos resultará inasible. Cuando, por el contrario, dejamos de asociar nuestra “suerte” a la suya, porque hemos comprendido que no somos él, es posible la ecuanimidad aun en medio de los contratiempos. Lo cual recuerda aquella expresión sabia de Khrisnamurti: “El secreto de mi paz es que no me importa lo que suceda”.

En medio de una terrible crisis de angustia, esa parece que fue la experiencia de Jesús: “Que no sea lo que quiero yo, sino lo que quieres tú” (Mc 14,36). Cuando una persona solo quiere lo que “Dios”, el “Padre”, la “Vida” quiere, ¿qué podría quitarle la paz?

Lo cual no significa que no haya dolor, decepción y frustración. Somos seres sensibles y todo lo que acontece hace que vibremos. Y cuando lo que acontece es doloroso, algo en nuestro interior acusa el dolor.

Sin embargo, el movimiento de la superficie no niega la quietud del fondo. Cuando saboreamos el Silencio, experimentamos que, más allá de las circunstancias y bajo la agitada superficie de la mente, existe un nivel profundo que permanece estable, en silencio y en paz. Por eso, con razón afirma el texto que la paz de Jesús no es como la que da el mundo. Esta última dura lo que dura la bonanza, es una “paz” deudora de las circunstancias. La paz de Jesús, por el contrario, es una paz sin objeto, porque no depende de otro factor; es consistente en sí misma.

¿Nos la tiene que dar Jesús, como afirma el texto? Eso es solo una lectura mental, que se basa en la creencia de la separación; es decir, nace de una consciencia de separatividad. La paz de Jesús es la paz que somos. En aquella forma de hablar, parecía ser un “regalo” venido de fuera –y ciertamente Jesús nos ha regalado su forma de vivirla, en la que podemos vernos alcanzados y, sobre todo, “despertados”– pero, en la comprensión, se nos hace manifiesto que la paz no es “algo”, ni viene de “fuera”, ni es condicionada… La Paz de la que se habla es una con el Fondo de lo real: es otro nombre de lo que somos.

¿Cómo es la paz en mí?

Enrique Martínez Lozano

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Salud y Salvación

Domingo, 26 de mayo de 2019
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imagesDel blog de Tomás Muro la verdad es libre:

  1. ¿Pascua del enfermo?

        Parece un cierto contrasentido celebrar la Pascua del enfermo. Si algo no es vida, es la enfermedad.

Pero tal vez JesuCristo deja ver sus heridas en los enfermos, cuando nos encontramos en o con la enfermedad. La Resurrección no borra las señales del sufrimiento.

        Alguna respuesta y salida hemos de hallar al dolor, al sufrimiento, a la vida.

  1. La enfermedad.

        Cuando nos encontramos sanos vivimos en una cierta armonía, un cierto bienestar, equilibrio, algo de confianza y seguridad.

La enfermedad es un ataque a la vida, que nos puede sobrevenir de mil formas, por muchos caminos y nos puede herir en la parte física, en la psicológica (espiritual) o en las dos.

La enfermedad (seria / grave) nos embarga de una gran debilidad, el sufrimiento y el dolor hacen su tarea, disminuyen las capacidades, y ello nos puede sumir en una incertidumbre y preocupación. ¿Qué será de mí?

  1. Afrontar la enfermedad.

03.1         Nuestra respuesta más normal y habitual ante la enfermedad suele ser la médica. Acudimos al Ambulatorio, al médico, al hospital. El diálogo, la entrevista entre el médico y el paciente es una conversación científica: síntomas, diagnóstico, pronóstico, pauta a seguir, etc. Es así, es lo que hay que hacer.

  • 2 Pero no todo en la enfermedad es dolor físico. Ciertamente hay que aliviar el dolor, (el “dolorismo” que propugnaba alguna ascética no es ni humano ni cristiano).

Pero la enfermedad va a estar siempre presente en nuestra vida y en muchas ocasiones la enfermedad va envuelta en incertidumbre, seria preocupación, desesperanza, miedo, angustia. Tal vez nos agobia el presentimiento de que, quizás, sea la última enfermedad. La vida es una enfermedad mortal.

  • 3 Siempre, pero en muchas ocasiones más, el tratamiento de la enfermedad es humanista y tiene una dimensión espiritual.

Una cosa es la libertad religiosa y otra -muy distinta- es que el ser humano tiene una dimensión espiritual que hay que cuidar y enseñar a cuidar. Uno puede ser ateo o increyente, pero ha de cuidar el fondo espiritual de su persona. (No porque uno sea ateo deja de ser espiritual y ha de cultivar su dimensión espiritual)

Romano Guardini, gran teólogo de la primera mitad del siglo XX (1885-1968), -siendo él mismo depresivo- escribía: La melancolía (depresión) es algo demasiado doloroso y que penetra con demasiada profundidad en las raíces de nuestra existencia humana como para que podamos abandonarla sólo en manos de los psiquiatras.

La enfermedad tiene un tratamiento médico, pero no únicamente científico, sino también espiritual.

Algo de esto decía también el neurólogo donostiarra,  Félix Martí Massó en los cursos de verano de la UPV: la curación y la salida de estas enfermedades “del alma” se asienta en tres piedras angulares: la medicina (química), la logoterapia (grupo, familia, amigos, etc.) y en la dimensión espiritual.

  1. Salud: Salvación.

     images2   La expresión “salud” es la misma que “salvación”.

        Cuando estamos enfermos necesitamos, añoramos la salud y la salvación. La salud es un asunto médico, pero es más que eso, porque se trata de aliviar la desesperanza, la conciencia, sembrar paz en el hundimiento personal.

        Hablamos de “calidad de vida”, pero tal calidad la reducimos el buen ejercicio de unas funciones fisiológicas. Pero la salud y la vida humanas son más que la mera funcionalidad orgánica: la serenidad, la paz, la felicidad, la justicia, el sentido de la vida, hacer el bien, no se venden en la farmacia.

        Jesús pasó su vida entre nosotros haciendo el bien, curando enfermos: fue un “buen samaritano”. Jesús es la cercanía de Dios a los débiles, a pobres, a los enfermos.

        Sentirnos acogidos por el Buen Samaritano alivia mucho en la enfermedad.

        Ser buenos samaritanos es noble tarea.

Anda y haz tú lo mismo.

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No dijeron nada, tenían mucho miedo (Mc 16, 8)

Viernes, 17 de mayo de 2019
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AC009833-0171-4991-9308-2D3A0F8293C5Del blog de  Xabier Pikaza:

No tengáis miedo, mujeres. Decid lo que habéis visto

Ante unas mujeres, creadoras de la Iglesia

El ángel de Jesús con las mujeres de pascua, mientras los hombres soldados duermen de miedo y mentira... Quiero que esa imagen presida presida mi nueva postal de la Pascua, con el nacimiento de una iglesia de mujeres.
El ángel de la pascua les dicen que vayan, que anuncien la noticia a Pedro y a los otros, que reinicien el camino de la Iglesia… Pero ellas no van, tienen miedo… (Mc 16, 1-8).
   ¿Qué significa eso? ¿Por qué no van? ¿Pueden y deben ir hoy todavía, el año 2020? En mi comentario de Marcos   le dediqué el tema muchas páginas, que he querido retomar aquí, en plano académico y actual, para aquellos que tengan tiempo y deseo de profundizar en el tema de la pascua en el primer evangelio (Marcos), con el surgimiento de una Iglesia de Mujeres.
1- MARCOS, UN FINAL ENIGMÁTICA
El tema del final del evangelio de la pascua en Marcos es el miedo de una mujeres que no se atreven a decir a Pedro y a los otros lo que han visto, porque tienen miedo: -¿Tienen miedo de Jesús, de lo que han visto?
-¿Tienen miedo de Pedro y de los hombres de la pascua porque no serán capaces de entender y aceptar lo que ellas han visto?
Según Marcos, es evidente que las mujeres han tenido miedo… y lo siguen teniendo, porque si dijeran lo que han visto y saben, y si nosotros las escucháramos, el mundo estallaría de un gozo distinto, de una vida diferente. 
Éste es el extraño y fascinante (real por imposible) del evangelio de Marcos, aquí se sigue situando (año 2010) el comienzo de la Iglesia, llamada a nacer de nuevo por la voz de una mujeres:
– Las mujeres de la Pascua de Mc 16   llegaron al sepulcro, vieron que estaba vacío y huyeron, poseídas por un pavor inmenso (tromos kai ekstasis), y no dijeron nada a nadie.
Sobre ese silencio clamoroso y pavoroso de las mujeres se asienta el evangelio de la pascua, la experiencia cristiana de la resurrección.

– Las mujeres ven lo que no puede verse (un sepulcro sin muerte) y escuchan lo que no puede decirse (¡no está aquí, ha resucitado!),recibiendo una misión que no puede cumplirse (¡decid a sus discípulos y a Pedro que les precede a Galilea!). No pueden decir ni hacer nada, simplemente huye, pues tenían miedo (ephobounto gar).

Con estas palabras, que terminan en una partícula explicativa que no sirve para explicar (gar), se cierra el evangelio y empieza la misión cristiana. Cien libros se han escrito sobre ese final, empezando por el añadido posterior de Mc 16, 9-20, que la Iglesia ha tomado como canónico, para evitar de alguna forma el “escándalo” de Marcos.

Comentario a Marcos para explicar este silencio de las mujeres

 He escrito un inmenso comentario al evangelio de Marcos, más de mil páginas,para explicar si es posible este final imposible de su evangelio, este silencio clamoroso de las mujeres que ha revolucionado la historia del mundo, la pascua cristiana

En ese silencio culmina y empieza la paradoja del evangelio: Al llegar la hora definitiva, da la impresión de que las mismas mujeres fracasaron, como habían fracasado antes los Doce. También ellas se escapan, huyen del sepulcro (unir Mc 14, 50 con 16, 8) y “parece” que no van a Galilea (como les ha mandado el joven de Dios), aunque no el texto no dice que “no fueron”, sino que huyeron con miedo, sin decir nada a nadie.

Esta huida y este silencio de las mujeres que no dicen nada a nadie, porque tienen miedo constituye (con Mc 14, 3-9: la unción de Betania) un signo clave para entender el evangelio. Por eso debemos estudiarlo con cierta detención, distinguiendo los planos de lectura del texto.

2. FORMAS DE ENTENDER EL FINAL DE MARCOS

 Plano textual, primer nivel.

Mc 16, 8 afirma que las mujeres han huido (ephygon) del sepulcro con miedo, y que no han dicho nada a nadie, de manera que parece que no han cumplido la palabra de Jesús. Ellas han huido lo mismo que los Doce en Getsemaní (donde emplea la misma palabra: ephygon, 14, 50), y lo mismo que el joven desnudo de la sábana (también con ephygen, 14, 52). En los tres casos ha empleado Marcos la misma palabra (huyeron), pero en sentidos muy distintos.

Los discípulos varones de 14, 50 habían quedado marcados por el “miedo de la muerte” del Mesías, de manera que no habían podido ser testigos de la cruz. El joven de 14, 52 huye desnudo dejando su sábana inútil, porque es testigo de una “vida” que nadie puede sujetar y encerrar en un sepulcro (por eso hemos dicho que en el fondo era el mismo Jesús, presentado de un modo simbólico). La mujeres, en cambio, huyen porque tienen miedo de lo que han visto y escuchado en el sepulcro de Jesús. No les ha detenido la muerte (por eso han estado ante la cruz y han ido al sepulcro). Pero les detiene el miedo (el pavor sagrado) de la resurrección y por eso huyen.

El texto no dice que “no han dicho” a los discípulos lo que han visto, ni tampoco que “no han ido” a Galilea, sino sólo que han tenido un gran temor, un éxtasis, y que han huido del sepulcro sin decir nada a nadie (en ese momento).

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En un sentido es lógico que huyan, pues tampoco ellas se hallaban preparadas para entender y aceptar la novedad cristiana, para comprender el misterio de la vida que brota de la muerte. Todo lo que pueden decir resulta insuficiente, todo lo que hagan es al fin inadecuado, pues el mensaje del Jesús pascual desborda el nivel de sus acciones y palabras.

En la raíz de la pascua sigue habiendo un principio de miedo. Las mujeres tuvieron miedo de decir a Pedro que y a los demás que Jesús había resucitado…  La resurrección de Jesús es algo que no se puede decir…

− Plano histórico.

Parece claro que, de alguna forma, en contra de lo que dice externamente el texto, estas mujeres han ido a Galilea (al lugar del evangelio), contando la historia que no puede contarse (el mensaje pascual de la tumba vacía) y reiniciando allí el camino del Reino de Jesús. 

Conforme al ritmo de Marcos, puede suponerse que ellas han dicho la palabra a Pedro y al resto de los discípulos, asumiendo con ellos el proyecto de Jesús, en dimensión de pascua. Por eso han sido y siguen siendo las primeras hermanas y madres de Jesús, garantes del mensaje pascual, hecho palabra que se anuncia, para volverse de esa forma “pan” multiplicado y compartido. Así podemos afirmar que, en un sentido, ellas han cumplido su misión, iniciando el “rito pascual” del perfume (14, 3-9).

Pero, afirmado eso, podemos y debemos añadir, en otro plano, que ellas no han ido todavía (en el momento en que escribe Marcos) o, mejor dicho, no han llegado al final del mensaje de pascua, no se han integrado en la auténtica Iglesia. En ese sentido, Marcos sigue queriendo que ellas (y toda la iglesia representada por ellas) vayan a Galilea, de manera que su evangelio puede interpretarse como “guía para cristianos que quieren hacer el camino de Galilea” (es decir, el camino de la historia mesiánica de Jesús, que empezó en Galilea).

Conforme al testimonio de Hech 1, 13-14, las mujeres “estaban” en Jerusalén, iniciando allí la iglesia (iglesia jerosolimitana, no galilea), con los parientes de Jesús (y los Doce). Marcos supone que hay (ha habido) en Jerusalén una iglesia vinculada a los parientes de Jesús que no ha dejado el legalismo judío, no ha entendido la novedad de la muerte de Jesús ni el sentido de su pascua (cf. 3, 20-35). Pues bien, al escribir este pasaje, Marcos puede dirigirse a esas mujeres, que han formado parte de la iglesia de Jerusalén, centrada en Santiago y José (hijos de María, hermanos de Jesús), para que salgan (ellas, con Pedro y con los otros discípulos) del entorno jerosolimitano de la tumba vacía, para iniciar en Galilea el verdadero camino de evangelio, pues sólo allí (yendo a Galilea) podrán ver a Jesús (al verdadero Mesías).

Cuando las mujeres vayan  y digan a toda la Iglesia lo que es la Pascua de Jesús… cambiará el mundo. Todavía no les hemos dejado hablar. Ellas no han podido decir la Palabra, su Palabras.Ésta sigue siendo para Marcos, en este momento (hacia el 70 d.C.), la tarea pendiente de aquellos cristianos de Jerusalén que están representados por estas mujeres.

Por eso, la palabra del joven a las mujeres (y por ellas a los discípulos y a Pedro) es palabra de mandato actual, programa de refundación de iglesia, que han de retomar ellas (las mujeres, su comunidad) con Pedro y los restantes discípulos de Jesús, tras la gran catástrofe del 66-70 d.C., o mejor dicho ahora, el año 2019, el años de las mujeres de Pascua, creadoras de Iglesia.

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No tengan miedo

Martes, 7 de mayo de 2019
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Del blog de Henri Nouwen:

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(Imagen de Jim Ferringer)

Con su vida y su ministerio, Jesús enseñó a sus discípulos a no rendirse ante el miedo. Cuando los discípulos, sorprendidos por una gran tormenta en medio del lago, se llenaron de miedo, ¡Jesús dormía en la barca! Nosotros, como aquellos primeros discípulos, cada vez que el miedo nos domina, deseamos despertar a Jesús gritando llenos de ansiedad: «¡Sálvanos, Señor, que perecemos!». Y él replica: «¿Por qué estáis tan asustados, hombres de poca fe?». A continuación, Jesús increpa a los vientos y al lago, y sobreviene la calma (véase Mt 8,23-27). También escucharon esta voz las mujeres que se acercaron a la tumba y vieron que la piedra del sepulcro había sido corrida: «¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!».

Esto mismo dice el Señor cuando se aparece a los discípulos en la habitación superior después de la resurrección: «¡Ánimo, soy yo! ¡No tengáis miedo!» (Mt 28,10). «Yo soy un Dios de Amor que te invita a recibir dones de alegría, paz y gratitud y a dejar que tus miedos se esfumen, de forma que empieces a compartir eso de lo que tanto temes desprenderte». Cristo te invita a dejar la casa del miedo y trasladarte a la casa del amor: a pasar de un lugar de cautiverio y a instalarte en un espacio de libertad. «¡Ven conmigo, entra en mi casa, que es la casa del amor!».

*

Henri Nouwen
Formación Espiritual

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Pascua, Resurrección, tiempo de nuevos caminos de vida.

Lunes, 6 de mayo de 2019
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Pascua2Creer en la vida es elemento fundamental para continuar apostando por ella, para no quedarse anclado en la muerte, en la desesperanza que nos paraliza y no nos permite ir abriendo nuevos caminos que nos lleven a avanzar. Las amenazas de muerte, y la propia muerte, es una realidad cada día más presente en la Amazonía, que se manifiesta en la persecución y asesinato de sus pueblos y del medio ambiente.

Ante esta realidad, la Pascua nos trae la posibilidad de regenerar nuestra esperanza, de aumentar nuestra fe, de entender que también depende de nosotros el echar una mano para hacer realidad ese mundo mejor para todos que Jesús anunció con su Resurrección. Ser testigo de la Pascua, de la vida, de la Resurrección es un desafío para todo bautizado, que debe llevar a cabo en medio de aquellos con quienes divide la vida del día a día.

La misión nos lleva a eso, y en este momento, la misión que el Papa Francisco ha encomendado a la Iglesia que peregrina en la Pan-Amazonía es la de abrir nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral. Esa es una tarea que dará mejores frutos en la medida en que todos los bautizados, y la propia Iglesia como un todo, lleve a cabo un ejercicio de escucha, de contemplación, que ayudará a descubrir las señales de vida, de Resurrección, presentes en medio de aquellos que nunca escucharon, o lo hicieron vagamente, hablar sobre el mensaje cristiano, pero que encierran muchos signos que nos pueden ayudar a entender que Dios siempre tiene sus canales de comunicación.

En la Amazonía la vida se regenera con una velocidad extraordinaria, siempre y cuando esa vida no es decepada por la acción maligna de agentes externos, principalmente el ser humano, que al servicio de un sistema que mata en busca de lucro y aparente bienestar, va destruyendo esa vida para siempre. Decir que creemos en la Resurrección y la Vida reclama de quien pronuncia esas palabras un compromiso cada día más firme y auténtico, que nos lleve a anunciar que Él está vivo y que debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para que aquello que es de Dios pueda vivir para siempre.

Podemos decir, como recoge el Documento Preparatorio del Sínodo para la Amazonía, que “con la muerte y resurrección de Jesús se ilumina el destino de la creación entera, impregnado de la potencia del Espíritu Santo, ya evocada en la tradición sapiencial (cf. Sab 1,7). La Pascua lleva a cumplimiento el proyecto de una “creación nueva” (cf. Ef 2,15; 4,24), revelando que Cristo es la Palabra creadora de Dios (cf. Jn 1,1-18) y que «todas las cosas han sido creadas por medio de él y para él» (Co 1,16)”.

Es un tiempo nuevo, una nueva oportunidad de apostar por la Vida, de sembrar esperanza, de abrir nuevos caminos. No dejemos pasar una nueva oportunidad que Dios nos da, que en cada momento histórico nos habla a través de sus enviados, de aquellos en quienes podemos descubrir una voz que nos remueve, que nos regenera, que nos hace mujeres y hombres nuevos, a imagen de Aquel que se entregó a la muerte porque confiaba en la presencia de un Dios que nunca nos abandona en nuestras luchas, en nuestro empeño de hacer realidad el Reino en medio de los que nunca abandonaron el proyecto de Dios. Es Pascua, Resurrección, tiempo de nuevos caminos.

 

Luis Miguel Modino

Religión Digital

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“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.”

Domingo, 5 de mayo de 2019
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No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga,
El Tiempo y la Espera,
Sal Terrae 1986

***

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:

“Me voy a pescar.”

Ellos contestan:

“Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

“Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Ellos contestaron:

“No.”

Él les dice:

“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

“Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

– “Traed de los peces que acabáis de coger.”

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

“Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”

Él le contestó:

“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”

Jesús le dice:

“Apacienta mis corderos.”

Por segunda vez le pregunta:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”

Él le contesta:

-“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

“Pastorea mis ovejas.”

Por tercera vez le pregunta:

– “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

-“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

– “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:

“Sígueme.”

*

Juan 21, 1-19

***

 

El amor de Cristo por Pedro tampoco tuvo límites: en el amor a Pedro mostró cómo se ama al hombre que tenemos delante. No dijo: «Pedro debe cambiar y convertirse en otro hombre antes de que yo pueda volver a amarlo». No, todo lo contrario. Dijo «Pedro es Pedro y yo le amo; es mi amor el que le ayuda para ser otro hombre». En consecuencia, no rompió la amistad

Para reemprenderla quizás cuando Pedro se hubiera convertido en otro hombre; no, conservó intacta su amistad, y precisamente eso fue lo que le ayudó a Pedro a convertirse en otro hombre. ¿Crees que, sin esa fiel amistad de Cristo, se habría recuperado Pedro? ¿A quién le toca ayudar al que se equivoca, sino a quien se considera su amigo, aun cuando la ofensa vaya dirigida contra él?

El amor de Cristo era ilimitado, como debe ser el nuestro cuando debemos cumplir el precepto de amar amando al hombre que tenemos delante. El amor puramente humano está siempre dispuesto a regular su conducta según el amado tenga o no perfecciones; el amor cristiano, sin embargo, se concilio con todas las imperfecciones y debilidades del amado y permanece con él en todos sus cambios, amando al hombre que tiene delante. Si no fuera de este modo, Cristo no habría conseguido amar nunca: en efecto, ¿dónde habría encontrado al hombre perfecto?

*

Søren Kierkegaard

S. Kierkegaard,
Las obras del amor,
Guadarrama, Barcelona, s. f.

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“Elogio de la Presencia”, por Enrique Martínez Lozano

Martes, 30 de abril de 2019
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Thomas-Millet-ResurrectionMientras vivimos en la mente, fuera del aquí y ahora, nos pasamos el tiempo buscándole un significado a la vida; basta venir al instante presente para disfrutar de una vida plena de significado. La Presencia es sentido.

Mientras estamos en la mente, permanecemos enredados en cavilaciones incesantes, alejados de la vida. Al venir al presente, empezamos a sentir la vida interna. La Presencia es energía.

Mientras estamos en la mente, es imposible detener la cavilación agotadora. Basta venir al presente, para que la mente se aquiete. La Presencia es descanso.

Mientras estamos en la mente (identificados con ella), no podemos sino reaccionar, siguiendo las pautas grabadas en ella. Al venir al presente, esas pautas se desvanecen y respondemos desde lo que se nos regala y fluye. La Presencia es libertad.

Mientras estamos en la mente, vivimos reaccionando, en un drama de defensa o ataque, desde el miedo, la culpa o la venganza. Al venir al presente, notaremos que lo que sale de nosotros es una respuesta adecuada, caracterizada en todo momento por la responsabilidad. La Presencia es responsablemente ajustada.

Mientras estamos en la mente, no podemos ir por la vida sino como vencedores o como víctimas. Al venir al presente, no hay papeles que representar. La Presencia es certeza de que todo está bien.

Mientras estamos en la mente, nos percibimos separados y alejados de todo y de todos; la mente nos mantiene en la superficie y en la distancia de lo real. Al venir al presente, percibimos la interconexión de todo y sentimos la vida que se manifiesta en todo y en todos como “energía en movimiento”. La Presencia es plenamente integradora.

Mientras estamos en la mente, nos hallaremos convencidos de que todo lo que nos ocurre es efecto de algo que, pensamos, no depende de nosotros. Basta venir al presente, para empezar a percibir con claridad que la calidad de nuestra experiencia vital en este mismo instante es una consecuencia de nuestro propio sistema de creencias, generado por las experiencias no elaboradas o integradas de nuestra infancia. Y que, en la medida en que venimos al instante presente, nos sentimos crecer en libertad frente a ellas. La Presencia es liberadora.

Mientras estamos en la mente, tendemos a evitar todo aquello que nos haga sentir mal, lo que la propia mente etiquete como “desagradable”. Al venir al presente, nos vamos viendo capaces de no evitar nuestros “malestares”, sino de acogerlos y de integrarlos progresivamente, creciendo a partir de ellos y responsabilizándonos de toda nuestra vida. La Presencia es sanadora.

Mientras estamos en la mente, toda nuestra vida es regida por los principios: “yo debo” o/y “yo quiero”, que se traducen en un “yo hago o haré”. Al venir al presente, experimentamos por nosotros mismos que se trata, sencillamente, de estar, en una consciencia sin pensamientos, y que, en ese “estar”, no falta absolutamente nada, sino que todo lo demás “se nos da por añadidura” (evangelio de Mateo 6,33). La Presencia es plenitud.

Mientras estamos en la mente, habremos de movernos necesariamente entre reflejos –algo ocurre que nos “recuerda” algo– y proyecciones –nuestra reacción ante aquel recuerdo activado–; entre “el despertador” y “lo despertado”. Al venir al presente, nos vamos haciendo conscientes de que todo lo que nos ocurre es sólo un mensajero, una oportunidad de crecimiento. La Presencia es ecuanimidad.

Mientras estamos en la mente, pensamos que todo es casual e incluso caótico, en un mundo caracterizado por la aparente distancia y separación entre todo y entre todos. Al venir al presente, nos descubrimos interconectados con todo, compartiendo la misma Vida, la misma Energía, el mismo Ser…, la misma identidad. La Presencia es compartida.

Mientras estamos en la mente, nos sentimos solos y separados, por lo que los sentimientos de soledad, miedo y ansiedad son inevitables. Al venir al presente, nos apercibimos del engaño. La Presencia es unidad.

Mientras estamos en la mente, nos vemos a nosotros mismos como seres “pensadores” y “hacedores”, movidos por la ansiedad e incluso por la compulsión. Al venir al presente, nos situamos como “observadores”, testigos de todas las películas que ocurren en nosotros. La Presencia es realista.

Mientras estamos en la mente, nos hallamos en el “modo hacer”, en estado permanente de “piloto automático”, con todo el cansancio, la ignorancia y el sufrimiento que ello supone. Al venir al presente, se activa el “modo ser”, se desconecta el piloto automático, y se manifiesta la plenitud en la que todo fluye sabiamente. La Presencia es sabiduría.

Mientras estamos en la mente, permanecemos en un estado inconsciente, dormidos. Al venir al presente, despertamos a la experiencia emocional consciente que nos permite percibir nuestro propio flujo de energía. La Presencia es lucidez.

Mientras estamos en la mente, nuestros movimientos son egocéntricos. Al venir al presente, nos abrimos a todos los seres. La Presencia es amor.

Mientras estamos en la mente, tendemos a reducirnos a nuestro ego y a vivir en función de él. Al venir al presente, descubrimos que somos Presencia. La Presencia es nuestra identidad más profunda.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“De la duda a la Fe”, 2 Pascua – C (Juan 20,19-31)

Domingo, 28 de abril de 2019
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TomasApostol1El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: «Hemos visto al Señor». Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: «Si no lo veo… no lo creo».

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro del grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Le muestra sus heridas.

No son «pruebas» de la resurrección, sino «signos» de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: «Señor mío y Dios mío».

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, y estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios que constituye el núcleo de nuestra fe.

José Antonio Pagola

 

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“A los ocho días, llegó Jesús”, Domingo 28 de abril de 2019. 2º Domingo de Pascua

Domingo, 28 de abril de 2019
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27-pascuaC2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 12-16: Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor.
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19: Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos.
Juan 20, 19-31: A los ocho días, llegó Jesús.

El libro de los Hechos, el Apocalipsis y el evangelio de Juan se escribieron casi por la misma época. La Iglesia de Jesús, formada por muchas y diferentes comunidades, estaba recogiendo las diversas tradiciones sobre Jesús histórico y cada comunidad las reelaboraba y contaba de acuerdo a las nuevas situaciones que estaban viviendo. Eran tiempos de grandes conflictos con el imperio romano y con los fariseos de Jamnia (norte de Jerusalén), donde radicó el único grupo oficial judío que sobrevivió a la destrucción del templo el año 70. Es en este momento cuando se fragua la bifurcación de caminos entre el judaísmo oficial y el judaísmo cristiano, o judíos que creían en el también judío Jesús. A posteriori, la teoría (la hermenéutica, la interpretación que tenemos que elaborar para tranquilizar nuestros corazones y nuestras mentes dándonos un sentido) ha dicho que es que Dios decidió abrir una nueva etapa histórica manifestando un misterio escondido desde siempre, y otras varias teologías. Los estudios históricos hoy están en capacidad de trazarnos ya, más o menos, las causas históricas e ideológicas que de hecho cristalizaron en la separación. Hoy, a la altura de estos tiempos en los que la historia y la arqueología nos permiten conocer casi con toda seguridad cómo fue de distinta aquella historia, no estamos obligados a historificar la teología; tenemos derecho a saber la verdad, y a reconocer la teología como teología, como creación hermenéutica, que aquellas generaciones de cristianos necesitaron para interpretar y recrear su historia, pero que nosotros, en una sociedad culta y científica –con otra epistemología– no necesitamos para interpretar-recrear la realidad, podemos aceptar la historia como fue, como hoy sí sabemos que fue.

Lo mismo nos pasa con respecto al «calendario» de la muerte de Jesús – Pascua – Pentecostés… Lucas se tomó la libertad de imaginar/crear un calendario, un cronograma, que podemos de decir que se sacó de la manga, o sea, de su creatividad y genialidad catequética. Tan bien hecha resultó, que fue la que se llevó el gato al agua, la que se impuso, no por a la fuerza, sino por lo bien hecha que estaba y lo catequéticamente práctica que resultaba. (Estamos en un caso semejante a lo de la bifurcación entre cristianismo y judaísmo: lo que teologizamos no es realmente lo que sucedió con respecto al judaísmo oficial de Jamnia, pero es lo que «se impuso» –tampoco por imposición, sino por practicidad teórica; como sabemos, esta separación incluso abismo entre la realidad histórica real y nuestra propia visión-interpretación histórica, es mucho más frecuente que lo que ordinariamente pensamos).

En efecto, veamos. Jesús entra y se coloca en medio de la comunidad. Sopla sobre ellos/as y dice que les envía el Espíritu Santo. Para la comunidad de Juan (en la que, con la que escribe), la Pascua de Resurrección y Pentecostés acontecieron el mismo día en que Jesús resucitó. No hay que esperar 50 días para Pentecostés.

Y en esa Pascua-Pentecostés «toda la comunidad» de discípulos y discípulas recibe la autoridad para perdonar los pecados. Esto corresponde a la tradición que también Mateo ha conservado en su evangelio (Mt 18,18) y que luego la Iglesia, en su proceso de clericalización (reinterpretación clerical ésta sí, impuesta con poder de coerción) fue perdiendo, pero que sí recuperaron las Iglesias Evangélicas con la Reforma Luterana, que significó un esfuerzo sincero por reconciliarse con la historia real. Entonces, en el siglo XVI todavía no era tan posible como lo es hoy, por el avance de la ciencia; Ello querría decir que el avance del conocimiento de la humanidad, nos obliga a reconciliarnos con la realidad histórica, que cada vez conocemos mejor, y nos obliga a tomar conciencia del carácter construido de nuestras interpretaciones teológicas; tradicionalmente ha sido posible convivir con creencias y elaboraciones míticas, pero cada vez se nos hace más necesario relegar las creencias y las interpretaciones al cajón de las curiosidades históricas –con frecuencia muy ricas e instructivas– para quedarnos con una visión digna de esta humanidad que vive en una sociedad de conocimiento.

En la segunda parte de este evangelio nos encontramos con el diálogo de Jesús y Tomás. Hace tres años, nuestro comentarista, en este mismo comentario a este evangelio, escribió:

«Ojos que no ven corazón que no siente», dice el refrán. Cuentan que cuando Yury Gagarin, el astronauta ruso, regresó de aquel primer paseo a las estrellas, dijo: “He andado por el cielo y no he visto a Dios”. Pobre Yury tan parecido a Tomás, que podría llamarse su mellizo.

Hoy no nos atrevemos a tratar así a Yury Gagarin, ni al llamado «ateísmo científico» que en esa anécdota él simboliza. Los cristianos hemos estado dos o tres siglos enfrentados al materialismo científico, irreconciliablemente enfrentados a su ateísmo. La Iglesia empeñada en la existencia de un Dios concebido como un Señor, creador, todopoderoso, que lee nuestras conciencias, providente, que todo lo supervisa y lo autoriza o no, que habita en el cielo, que dice, piensa, decide, se ofende, se arrepiente, perdona… Y el ateísmo científico negando la existencia de tal «Señor», de rostro y características tan antropomórficas… La fe –decíamos entonces– consiste en «creer lo que no se ve», someter nuestro entendimiento y aceptar las fórmulas de la fe de la Iglesia aunque nos parezcan increíbles… Y se nos recordaba que tendríamos más mérito que Tomás el Apóstol, que sólo creyó cuando vio…

Se acabó aquel enfrentamiento inútil, aquel diálogo de sordos en el que las dos partes sólo tenían media verdad. Tenía razón el ateísmo científico en rechazar una imagen tan cosificada (dios como un ser, como un ente) y tan antropomórfica de Dios. Reivindicaba una verdad que los cristianos no acababan de entender. Había que dar la razón a Gagarin: efectivamente, por allí no pudo ver a Dios porque ese dios-ente celestial… no existe –y si efectivamente lo hubiera visto, habría que decirle que no era Dios eso que habría visto–. La fe no consiste en imaginar o en aceptar la existencia de un Señor por encima de las nubes ni en las alturas espaciales por donde Gagarin paseó; allí efectivamente no hay nada. Podemos seguir sintiendo la presencia del Misterio, a la vez que no creemos en duendes, en espíritus ni en divinidades antropomórficas. La fe es otra cosa. No es sumisión irracional del pensamiento, ni aceptación obligada de fórmulas o dogmas, o relatos míticos. El valor ejemplar de Tomás el Apóstol metiendo sus dedos en las llagas de Jesús, decididamente, no sirve en directo como metáfora para interpretar la fe en la coyuntura actual del mundo, por mucho que la forcemos. Es necesario dar un salto hacia delante, un salto cualitativo, por el que Dios deja de ser considerado un ente, ni un Señor, ni un habitante de las alturas del cielo… y la fe deja de ser sumisión del entendimiento, humillación de la persona, renuncia a la visión de la ciencia. Se acabó el tiempo del enfrentamiento con la razón y con la ciencia. Es preciso actualizar nuestras ideas, porque, con frecuencia, al hablar de la fe seguimos repitiendo los mismos tópicos sobrepasados del «creer lo que no se ve», de renunciar a la seguridad de lo que vemos, de ofrecer «el obsequio de nuestra razón», de humillarnos ante Dios… El ateísmo científico es un problema del siglo XIX, la ciencia actual abandonó esa posición hace bastante tiempo. Seguir utilizando para hablar de la fe aquellas metáforas combativas, no sólo no nos hace bien, sino que es dañino. Leer más…

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28.4.19 La Pascua de Tomás Jesús resucitado en las llagas de los crucificados

Domingo, 28 de abril de 2019
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C1FBB3F1-DBF2-4B0E-B8C8-6EE9CDE64CC6-768x986Del blog de Xabier Pikaza:

Mete tu mano en mi costado (Jn 20, 19-31).

Siguiendo el tema de la postal anterior, podemos hablar de dos caminos de Pascua:

‒ Camino de ida, María Magdalena. Traté el día pasado de la pascua de María Magdalena (Jn 20, 12‒18), a quien Jesús había resucitado en amor, para decirle que llevara su mensaje y enseñara su camino a los discípulos  (Jn 20, 17).

Camino de vuelta, Tomás.  Pero Tomás no estaba en el grupo de los “evangelizados por Magdalena”.   Él andaba por libre y creía en una resurrección espiritual, sólo del alma. Pero lo dijeron lo que había dicho Magdalena, que Jesús había resucitado “corporalmente”, con las llagas del dolor y las tareas de nueva redención en sus manos y costado, y volvió…

            Esta “historia pascual” de Tomás es una de las más significativas de la historia cristiana, y así la debo contar con cierta detención:

 1.INTRODCCIÓN: TOMÁS, UN INICIADO.

Los sinópticos le citan con el nombre de Tomas, sin ninguna especificación ulterior, en las listas de los evangelios (Mt 10, 3; Mc 3, 8; Lc 6, 15) y lo mismo hace Hech 1, 13. Por el contrario, Juan le presenta tres veces como «Tomás, llamado el mellizo» (cf. Jn 11, 16; 20, 24; 21, 2) y le concede un papel especial entre los personajes menores del evangelio.

073360C3-AA61-4C7C-B5CF-92CD0AF69556-768x594 Tomás aparece, en primer lugar, como el discípulo valiente, que anima al resto de los discípulos, a fin de que superen su miedo y suban con Jesús a Jerusalén, dispuestos a morir con él (Jn 11, 16). La última cena le presenta como uno de los «discípulos mistagogos», que plantean a Jesús las preguntas básicas sobre el sentido de su entrega y de su gloria (los otros son Felipe [Jn 13, 8], Judas [Jn 13, 22]). «Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas ¿Cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto» (Jn 13, 5-7).

 Este es el tipo de preguntas y respuesta características de los libros de revelación, que serán dominantes en los evangelios gnósticos posteriores. Eso significa que Tomás es para Jn un iniciado, algo que ha penetrado en el conocimiento del Mesías.

Tomás, el incrédulo creyente. Quizá para contrapesar esa imagen, el evangelio de Juan ha incluido un largo pasaje de  Tomás, que comentaré después, con sus dos partes: (a) Primero Tomás no cree en la resurrección corporal de Jesús. (b) Después cree, cuando Jesús le muestra sus llagas.

El en el fondo de ese texto puede haber un recuerdo histórico, vinculado a Tomás, «uno de los doce». Pero el pasaje puede ser también una parábola con dos finalidades específicas, propias del evangelio de Juan:

(a) El grupo de los Doce es importante como signo de fidelidad pascual, vinculada a la historia de Jesús (a sus llagas), pues Tomás, uno de los discípulos de Jesús, que no  estaba presente en ese grupo, tendía a entender la resurrección de Jesús como algo puramente interior, sin relación con la historia de sufrimiento de los hombres.

(b) La experiencia pascual es inseparable de la afirmación de la corporalidad de Jesús, es decir, de la identidad entre el crucificado y el resucitado…  La pascua de Jesús tiene que expresarse en ayuda a los heridos y crucificados de la historia de los hombres.

Tomás, un camino creyente.  El riesgo de Tomás y de otros como él consiste en interpretar la pascua como una idea o una experiencia puramente interior. En contra de eso, el Señor pascual de la iglesia es alguien a quien se puede palpar:, pues sigue siendo el mismo Jesús crucificado. No hay experiencia pascual sin tocar las llagas de Jesús,  sin un compromiso de ayuda a los heridos y oprimidos de la historia humana. . Pues bien, el evangelio de Jn ha querido insistir, por medio de Tomás, en la corporalidad.

La fe pascual viene a expresarse de esa forma como experiencia mística y corporal (física) de identificación con el sufrimiento y muerte del Mesías. Los mismos signos de muerte (clavos que han atado a Jesús de pies y manos al madero, lanza que ha cortado su costado) vienen a mostrarse ya como señal de resurrección. De esa forma ha combatido Jn la herejía de aquellos que afirmaban que Cristo no ha venido en carne, sino que es sólo un mero espíritu (cf. 1 Jn 4, 2-3).

2. CONVERSIÓN TOMAS (Jn 20, 19-29)

   Este evangelio consta de dos partes, una  sin Tomas, otra con Tomás

 1. Los discípulos sin Tomás (Jn 20, 19-23)

 A la tarde de aquel día primero de la semana, y estando cerradas las puertas del lugar donde estaban los discípulos, por el medio a los judíos, vino Jesús y se colocó en medio de ellos diciendo: –¡La paz con vosotros! Y diciendo esto les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Y les dijo de nuevo: — ¡La paz con vosotros! Como me ha enviado el Padre os envío también yo. Y diciendo esto sopló y les dijo: – Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les serán perdonados; y a quienes se los retengáis les serán retenidos (20, 19-23).

A7F2D40D-F7C1-4AAE-AD70-A78BF1757033-768x480Ésta es una experiencia comunitaria: Éste es el Jesús presente en los hermanos que se unen en su nombre y les muestra en sentido de su resurrección:

 – La Pascua es ante todo paz. Jesús saluda a sus discípulos dos veces, con la misma palabra: paz a vosotros (Eirênê hymin: 20,19.21). Sobre un mundo atormentado por la guerra y la violencia, ofrece Cristo paz fundante, creadora. Sobre una comunidad encerrada por el miedo extiende el Cristo pascual la gracia de su vida hecha principio de misión universal. Jesús es paz para aquellos que le reciben y para todos. Eso es pascua. Leer más…

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