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Sí: ¡Feliz Pascua!

Martes, 14 de abril de 2020
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c457cfecf568833b31446172d881-1588685.jpg!dJuan Zapatero Ballesteros
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 12/04/20.- Qué bien que la Pascua nos llegue siempre en primavera. Y, a pesar de que este año la primavera huela un tanto a “moho”, seguirá siendo la primavera que tanto nos anima y que nadie nunca nos podrá quitar ni arrebatar. Sí, porque no existe otro momento como este para celebrar que los campos, los jardines, los árboles, las flores, todas las plantas huelen a vida que empuja, que pide salir hacia fuera porque ya no aguanta por más tiempo la oscuridad y la muerte forzada que trajo el invierno. Porque, siendo primavera, la Pascua nos quiere decir con ello que solamente entiende de vida que, por lo mismo, no es exclusiva de unos pocos ni de nadie, sino que les pertenece a todos los hombres y mujeres. Sí, a todas y a todos, independientemente de cualquier tipo de condición y diferencia. También del “credo” o de la “fe” que puedan profesar y, en su caso, de la ausencia de ambos; más aún, incluso de su rechazo o indiferencia hacia ellos. Por tanto, la primavera nos hace a todos los hombres y mujeres testigos de vida y, por lo mismo, nos invita a disfrutarla y a contagiarla como la mejor de las epidemias por la que vale la pena que todo esté contagiado. Para quienes creemos en Jesús, o al menos nos esforzamos porque así sea, nos obliga a ser hombres y mujeres de vida; una obligación que no tiene nada que ver con imposición forzada ni con ultimátum despótico, sino con una invitación cariñosa y casi pordiosera a seguir siendo testigos de la mejor de las “noticias” que no es otra que la vida.

Quiero comenzar, pues, felicitando la Pascua a todas las personas que preñan de un mínimo de ilusión y de esperanza la vida de tantas/os que arrastran su alma, carentes de al menos un pequeño horizonte por el que puedan llegar a otear que, a pesar de todo, vale la pena seguir caminando. Son esas víctimas de una inercia dañina que no sabemos a quién, o quizás sí, al menos lo intuimos, le interesa muy mucho que vayan viviendo y mal llevando el caminar de cada día sin rumbo ni razón. Pues, con ello, ese “quien” pretende impedir que todas esas masas de hombres y mujeres se conviertan en conflicto punzante contra sus intereses y los de quienes, dirigidos por él “a distancia”, se encuentran, detrás o delante, moviendo los hilos como si las otras y los otros fueran marionetas inertes y carentes de vida.

Feliz Pascua, a quienes se dejan su vida, la que la gente entiende que es de verdad, es decir: la del placer, la del disfrutar; la del comer y beber sin pensar en quienes no pueden hacerlo; la del crecer y escalar, aunque sea a costa del bajar, descender y hundirse en la más profunda de las miserias de una gran mayoría. Sí, ellas y ellos: los que tienen un sitio más que minúsculo en los informativos de última hora; las y los que no ocupan ni siquiera aquel rincón tan pequeño, porque su compromiso no engorda las estadísticas ni los porcentajes que, a la postre, es lo que acostumbra a generar interés en las masas. Son todas y todos, cuantas y cuantos, han hecho realidad, desde el conocimiento o la ignorancia, las palabras de aquel “galileo” de hace veinte siglos: “Nadie ama más que quien da la vida”.

Feliz Pascua, a quienes la han dado toda, llegando a “perderla” totalmente a los ojos de la gente que los miraba; aunque, para ellas y ellos la hayan “ganado”, porque se fiaron a pie juntillas de lo que un día dijera Él o intuyeron que solamente ese podía ser el resultado. Son los mártires de todos los tiempos y de todos los lugares. Algunos o muchos, creyentes en religiones importantes y de prestigio, cuyos dirigentes les levantaron un día altares y monumentos; no dudando tampoco en proclamar en voz alta que estaban muy cerca de Dios; ¡mira tú! Otras y otros, en cambio, sin religión reconocida y menos aún de prestigio; sin creer en lo que mandan los “cánones”, pero creyentes a pie juntillas en la vida, ¡que ya es y cuesta a veces! Y en su caso también y seguro, a pesar de que ellas y ellos no lo intuyeran en ningún momento, muy cerca, pero que muy cerca de Dios; ¡solo faltaba! No importa que nadie se lo reconociera en su momento y que, muy posiblemente, nunca se lo lleguen a reconocer. Pues, a decir verdad, ya tuvieron el mejor y el más grande de los reconocimientos, que no es otro que el de su conciencia que, al fin y al cabo, es lo más sagrado e importante que puede o debiera tener toda persona.

Feliz Pascua, a todas las personas, cuya vida les ha sido arrebata de forma impune; tantas veces de manera cruel y violenta; siempre de manera irracional y absurda, pues no hay nunca razón y sentido que pueda justificar una sola muerte.

Feliz Pascua, a todas y todos vosotros quienes, desde gestos bien sencillos de vuestra vida diaria, hacéis cuanto está en vuestras manos de cara a preservar el medio ambiente y favorecer toda clase de vida que pulula en el planeta que habitamos; impidiendo con ello que acabe convirtiéndose en un lugar donde la muerte se imponga a la habitabilidad de las personas y a todo tipo de vida.

Feliz Pascua, finalmente, a quienes, por vivir en el hemisferio norte, estamos en primavera, celebrando que renace y rebrota la vida. También a quienes viven en el hemisferio sur y ya se están preparando para sembrar nuevas simientes que, meses más tarde, se convertirán en frutos abundantes. Eso sí: a unos y a otros en medio del dolor y del sufrimiento provocado por un “virus” que, vete tú a saber, por qué tuvo que llegar “ahora” y con qué “intenciones” lo hizo.

Amigas y amigos, humanidad entera: nos encontramos en un momento difícil, pero, a pesar de todo, preñado de una gran esperanza, la misma que nos recuerda que estamos ante la mejor de las oportunidades para hacer el brindis más esperanzador-

¡FELIZ PASCUA!

¡VIVA LA VIDA!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Pascua: Todo es suyo

Lunes, 13 de abril de 2020
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Que todo es mío precisamente porque todo es de Él. Si no le perteneciera, jamás podría pertenecerme. Si no pudiera ser mío, Él tampoco lo querría para sí mismo. Y todo lo que es suyo, es su mismísimo yo. Y de cierto modo, todo lo que Él me brinda se vuelve mi propio yo. Entonces, ¿qué es mío? Él es mío. ¿Y qué es suyo? Yo soy suyo”.

“La salvación pertenece al orden del amor, de la libertad y de la entrega. Si la conquistamos no es nuestra; sólo ocurre cuando la recibimos gratuitamente, cuando es gratuitamente concedida”.

“La gracia significa que no hay oposición entre el hombre y Dios”.

*

Thomas Merton
El hombre nuevo

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Domingo de Resurrección: Ya estamos resucitando

Lunes, 13 de abril de 2020
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22204Del blog de Jesús Espeja La Iglesia se hace diálogo:

Una Semana Santa despojada de sus vestiduras

“La muerte y la resurrección de Jesús de algún modo tuvieron lugar a lo largo de su existencia. Cuando curaba enfermos, cuando compartía con los pobres, cuando manifestaba esa compasión solidaria ante los excluidos, cuando lamentaba la cerrazón egoísta de los arrogantes”

Lectura del Evangelio:

Pasado el sábado, al amanecer del primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. De pronto hubo un gran terremoto, porque un ángel del Señor descendió del cielo y, acercándose, removió la piedra y se sentó sobre ella. El ángel dijo a las mujeres: No temáis vosotras, porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificad. No está aquí, pues ha resucitado”

    Los primeros cristianos creen o experimentan que el mismo Crucificado ha vencido a la muerte y ha entrado en la plenitud de la vida. Y manifiestan esa experiencia con lenguaje simbólico. Los “sumos sacerdotes y fariseos” –los enemigos del Evangelio- sellaron la losa sepulcro. Pero la fuerza de Dios, eso significa la presencia del ángel, levanta   la losa y se sienta en ella, tiene poder sobre la muerte.

  1. Los seres humanos llevamos dentro la sombra negra de la muerte; pero a la vez también puja en nosotros un anhelo de vida en plenitud. Por eso ya en pueblos religiosos anteriores a la religión bíblica se creía en la supervivencia después de la muerte. Como solución a ese deseo de supervivencia, el filósofo griego Platón lanzó la teoría sobre la inmortalidad del alma. Sin embargo en la revelación bíblica la esperanza en la resurrección de los muertos entra muy tarde, hacia el s. II a. Cr.; pero con una novedad. El argumento no es el anhelo de supervivencia que todos llevamos dentro ni la inmortalidad del alma. El fundamento es otro: Dios amor y dueño de la vida, no puede abandonar en la oscuridad del sepulcro a sus fieles. Es el argumento que Jesús emplea para demostrar el error de los saduceos, un grupo de judíos que, en contra de la fe común en aquel pueblo, negaban la resurrección de los muertos al final de los tiempos.
  2. Según la fe o experiencia de las primeras comunidades, lo que entre los judíos se esperaba para el final de los tiempos, ha sucedido y en Jesús de Nazaret que fue crucificado por blasfemo e indeseable. Lo confiesa Pedro cuando en Pentecostés proclama la fe p experiencia de la primera comunidad cristiana: “A este Jesús de Nazaret que, motivado por el amor, pasó por el mundo haciendo el bien hasta entregar la propia vida por los demás, Dios le ha resucitado”. Y la resurrección de Jesús no es una reanimación, o vuelta a la vida anterior que sigue amenazada por la muerte; tal fue por ejemplo el caso de Lázaro que cuenta el cuarto evangelista. Jesucristo resucitado “ya no muere más”. Ha entrado en la plenitud de la vida donde no hay dolor ni muerte.
  3. Según san Pablo, la resurrección de Jesús es como primicia de una gran cosecha que somos toda la humanidad. Es como el sí a ese anhelo de supervivencia y de inmortalidad al que tratan de responder las religiones y las filosofías con la supervivencia después de la muerte o la inmortalidad. Pero la gran novedad del Evangelio: la Presencia de amor que llamamos Dios y nos sostiene a la largo de nuestra vida, es más fuerte que la muerte.

La muerte y la resurrección de Jesús de algún modo tuvieron lugar a lo largo de su existencia. Cuando curaba enfermos, cuando compartía con los pobres, cuando manifestaba esa compasión solidaria ante los excluidos, cuando lamentaba la cerrazón egoísta de los arrogantes, Jesús era el hombre para los demás y en su conducta el Dios de la vida pasaba venciendo a la muerte. No dudo de que en la entrega por amor gratuito de tantas personas tratando de atender a los más débiles y de buscar el bien para todos, arriesgando incluso la propia vida, ya estamos resucitando, en camino hacia esa plenitud de de vida sin muerte. Que sigamos siempre ese camino. Me gusta esa canción: “Alegría, hermanos, que si hoy nos amamos es que resucitó”.

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Repensar la resurrección. La fe en común en la diferencia de las interpretaciones”, por Andrés Torres Queiruga

Lunes, 13 de abril de 2020
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10098636596_c0fc4f3ea9_cEste texto es el epílogo del libro de Andrés TORRES QUEIRUGA, «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003), que trata de hacer un resumen del propio libro. No hemos corregido las huellas de este su carácter de epílogo ni sus referencias a páginas anteriores del libro. Agradecemos al autor y a la editorial su gentileza, y recomendamos a los lectores su lectura completa

Llegados al final de un largo y sinuoso recorrido, no sobra intentar poner en claro su resultado fundamental. Un resultado que, como el enunciado del título trata de indicar, presenta un carácter claramente dialéctico. Por un lado, la reflexión ha procurado moverse siempre dentro de aquella precomprensión común de la que, de un  modo u otro, parten todos los que se ocupan de la resurrección (por eso dan por supuesto que tratan del mismo asunto). Por otro, ha sido en todo momento consciente de que lo en apariencia “común” está ya siempre —y por fuerza— traducido conforme a los patrones de las interpretaciones concretas. La presentada en este libro es una de ellas. Por eso se ha esforzado en todo momento por moverse dentro de la fe común y al mismo tiempo no ha ocultado nunca su libertad para elaborar su peculiar propuesta dentro de la diferencia teológica.

Hacerlo con la responsabilidad exigida por un tema tan serio ha complicado, no sé si más de lo necesario, la exposición, oscureciendo tal vez tanto la intención como el contenido preciso del mismo resultado. Ahora, con el conjunto a la vista, resulta más fácil percibir tanto la marcha del proceso reflexivo como su estructura global y sus líneas principales. De hecho, la impresión de conjunto, unida a un repaso del índice sistemático, sería tal vez suficiente, y conviene tenerlo delante. El epílogo trata únicamente de mostrar de manera todavía más simplificada las preocupaciones y los resultados fundamentales.

1. La tarea actual

1.1 Lo común de la fe

Preocupación básica ha sido en todo momento insistir en la comunidad e identidad fundamental de l referente común que las distintas teologías tratan de comprender y explicar, pues eso hace más evidente el carácter secundario y relativo de las diferencias teóricas[1]. Algo que puede aportar serenidad a la discusión de los resultados, reconociendo la legitimidad del pluralismo y limando posibles tentaciones de dogmatismo.

Fue ya una necesidad en las primeras comunidades cristianas. Porque, aunque, como bien reflejan los escritos paulinos, también en ellas había fuertes discusiones, no por eso deja de percibirse un amplio fondo común, presente tanto en las distintas formulaciones como en las expresiones litúrgicas y en las consecuencias prácticas. Esa necesidad se acentúa en la circunstancia actual, tan marcada por el cambio y el pluralismo , pues también hoy la comunidad cristiana vive, y necesita vivir, en la convicción de estar compartiendo la misma fe . Tal vez hoy por hoy, más que a una visión teológica unitaria, sólo sea posible aspirar a la comunidad de un “aire de familia”; pero, mantenido en el respeto dialogante, eso será suficiente para que las “muchas mansiones” teóricas no oculten la pertenencia a la casa común (cf. Jn 14, 2).

Hace tiempo lo había expresado insistiendo en la necesidad de “recuperar la experiencia de la resurrección”[2], ese humus común, rico y vivencial, previo a las distintas teorías en que desde sus comienzos la comunidad cristiana ha ido expresando su fe . Tal experiencia se manifestó fundamentalmente como una doble convicción de carácter vital, transformador y comprometido. Respecto de Jesús, significa que la muerte en la cruz no fue lo último, sino que a pesar de todo sigue vivo, él en persona; y que, aunque de un modo distinto, continúa presente y actuante en la comunidad cristiana y en la historia humana. Respecto de nosotros, significa que en su destino se ilumina el nuestro, de suerte que en su resurrección Dios se revela de manera plena y definitiva como “el Dios de vivos ”, que, igual que a Jesús, resucita a todos los muertos ; en consecuencia, la resurrección pide y posibilita un estilo específico de vida que, marcada por el seguimiento de Jesús, es ya “vida eterna”.

1.2 La inevitable diversidad de la teología

Afirmado esto, todo lo demás es secundario, pues lo dicho marca lo común de la fe . La teología viene luego, con sus diferencias inevitables y, en principio, legítimas, mientras se esfuercen por permanecer dentro de ese ámbito, versando sobre “lo mismo”, de manera que las diferencias teóricas no rompan la comunión de lo creído y vivido.

Eso sitúa y delimita la importancia del trabajo teológico, pero no lo anula en modo alguno ni, por tanto, lo exime de su responsabilidad. Porque toda experiencia es siempre experiencia interpretada en un contexto determinado, y sólo dentro de él resulta significativa y actualizable. La apuesta consiste en lograr una interpretación correcta, que recupere para hoy la experiencia válida para siempre. Pero el cambio puede hacerse mal , anulando la verdad o la integridad de la experiencia; o puede hacerse de modo insuficiente, dificultándola e incluso impidiéndola: no entrando ni dejando entrar — según la advertencia evangélica— en su comprensión y vivencia actual. Y lo cierto es que la ruptura moderna ha supuesto un cambio radical de paradigma , de suerte que obliga a una reinterpretación muy profunda. Esta situación aumenta lo delicado y aun arriesgado de la tarea; pero por lo mismo la hace también inesquivable, so pena de hacer absurdo e increíble el misterio de la resurrección.

El trabajo de reinterpretación precisa ir en tres direcciones distintas, aunque íntimamente solidarias: una apunta hacia la dilucidación histórico-crítica del origen, explicitación y consolidación de la experiencia ; otra, hacia el intento de lograr alguna comprensión de su contenido, es decir, del ser de la resurrección y del modo como se realiza; finalmente, otra intenta dilucidar las consecuencias, tanto para la vida en la historia como para el destino más allá de la muerte . De suyo, la última dirección es las más importante, pero, dado que la conmoción del cambio se produjo sobre todo en las dos primeras, ellas son las que han ocupado mayor espacio en la discusión teológica. Tampoco en este estudio ha sido posible escapar a ese “desequilibrio”, aunque se ha intentado compensarlo en lo posible.

2. La génesis de la fe en la resurrección

El cambio cultural se manifestó en dos fenómenos principales. El primero fue el fin de la lectura literal de los textos, que, haciendo imposible tomarlos como un protocolo notarial de lo acontecido, ha obligado a buscar su sentido detrás del tenor inmediato de la letra. El segundo consistió en el surgimiento de una nueva cosmovisión, que ha obligado a leer la resurrección en coordenadas radicalmente distintas a las presupuestas en su versión original.

En la nueva comprensión de la génesis influyó e influye sobre todo el primero. Porque el fin del fundamentalismo forzó un cambio profundo en la lectura y al mismo tiempo ha proporcionado los meDios para llevarlo a cabo. Los ha proporcionado no sólo porque, al romper la esclavitud de la letra, abría la posibilidad de nuevos significados, sino también porque, al introducirla en la dinámica viva de la historia de la revelación , la cargaba de un realismo concreto y vitalmente significativo. Lo cual vale tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento.

2.1 La resurrección en el Antiguo Testamento

Ha sido, en efecto, importante recordar el Antiguo Testamento y remontarse de algún modo al duro aprendizaje que supuso. Con sus dos caminos principales. El primero (que tal vez debiera haber recibido una atención aun mayor) remite a la vivencia de la profunda comunión con Dios. Comunión que, sin negar la aspereza de la vida terrena y sin tener todavía claridad acerca del más allá de la misma, permitió intuir que su amor es “fuerte como la muerte ” (Cant 8, 6). Por eso la  conciencia de la fidelidad divina fue capaz de dar sentido a la terrible ambigüedad de la existencia, tal como aparece, por ejemplo, en el salmo 73: “Mi cuerpo y mi corazón se consumirán, pero Dios es para siempre mi roca y mi suerte” (v. 26). El segundo camino pasa por la aguda experiencia de contraste entre el sufrimiento del justo y la intolerable injusticia de su fracaso terreno. Como se anuncia con claridad ya en los Cantos del Siervo y se formula de manera impresionante con los mártires de la lucha macabea (cf. 2 Mac 7), sólo la idea de resurrección podía conciliar el amor fiel de Yavé con el incomprensible sufrimiento del justo.

Un fruto importante de este recuerdo es que los largos siglos sin creencia clara en el otro mundo enseñan, en vivo, que la auténtica fe en la resurrección no se consigue con una rápida evasión al más allá, sino que se forja en la fidelidad de la vida real y en la autenticidad de la relación con Dios. Además es muy probable que en esos textos encontrase Jesús un importante alimento para su propia experiencia ; y, con seguridad, ahí lo encontraron los primeros cristianos para su comprensión del destino del Crucificado.

2.2 La resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento

Esa herencia preciosa pasó al Nuevo Testamento como presupuesto fundamental, que no debe olvidarse, porque constituía el marco de vivencia y comprensión tanto para Jesús como para la comunidad. La fe en la resurrección de los muertos estaba ya presente en la vida y en la predicación del Nazareno: la novedad que introduce la confesión de la suya, se realiza ya dentro de esta continuidad radical.

En este sentido , no es casual, y desde luego resulta esencial, la atención renovada a su vida para comprender la génesis y el sentido de la profunda reconfiguración que el Nuevo Testamento realiza en el concepto de resurrección heredado del Antiguo. La vida de Jesús y lo creído y vivido en su compañía constituyeron sin lugar a dudas una componente fundamental del suelo nutricio donde echó raíces lo novedoso y específico de la experiencia pascual.

Dos aspectos sobre todo tuvieron una enorme fuerza de revelación y convicción. En primer lugar, la conciencia del carácter “escatológico” de la misión de Jesús, que adelantaba y sintetizaba en su persona la presencia definitiva de la salvación de Dios en la historia : su destino tenía el carácter de lo único y definitivo. En estrecha dialéctica con él, está, en segundo lugar, el hecho terrible de la crucifixión , que parecía anular esa presencia. La durísima “experiencia de contraste ” entre, por un lado, la propuesta de Jesús, garantizada por su bondad, su predicación y su conducta, y, por otro, su incomprensible final en la mors turpissima crucis, constituía una “disonancia cognoscitiva ” de tal magnitud, que  sólo con la fe en la resurrección podía ser superada (un proceso que, a su manera, había adelantado ya el caso de los Macabeos ).

El hecho de la huída y ocultamiento de los discípulos fue, con toda probabilidad, históricamente cierto; pero su interpretación como traición o pérdida de la fe constituye una “dramatización” literaria, de carácter intuitivo y apologético, para demostrar la eficacia de la resurrección. En realidad, a parte de lo injusta que resulta esa visión con unos hombres que lo habían dejado todo en su entusiasmo por seguir a Jesús, resulta totalmente inverosímil. Algo que se confirma en la historia de los grandes líderes asesinados, que apunta justamente en la dirección contraria, pues el asesinato del líder auténtico confirma la fidelidad de los seguidores: la fe en la resurrección , que los discípulos ya tenían por tradición, encontró en el destino trágico de Jesús su máxima confirmación, así como su último y pleno significado. Lo expresó muy bien, por boca de Pedro, el kerygma primitivo: Jesús no podía ser presa definitiva de la muerte , porque Dios no podía consentir que su justo “viera la corrupción” (cf. Hch 2, 24-27).

2.3 Lo nuevo en la resurrección de Jesús

La conjunción de ambos factores —carácter definitivo y experiencia de contraste — hizo posible la revelación de lo nuevo en la resurrección de Jesús : él está ya vivo, sin tener que esperar al final de los tiempos (que en todo caso empezarían con él); y lo está en la plenitud de su persona, ya sin el menor asomo de una existencia disminuida o de sombra en el sheol . Lo que se esperaba para todos (al menos para los justos) al final de los tiempos, se ha realizado en él, que por eso está ya exaltado y plenificado en Dios. Y desde esa plenitud —única como único es su ser— sigue presente en la comunidad, reafirmando la fe y relanzando la historia . Leer más…

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“Jesucristo Verdaderamente Vive”

Domingo, 12 de abril de 2020
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Cristo, resucitado y glorioso
es la fuente profunda de nuestra esperanza.
Su resurrección no es algo del pasado;
Entraña una fuerza de vida
que ha penetrado el mundo.

Donde parece que todo ha muerto,
por todas partes vuelven a aparecer
Brotes de la resurrección.
Es una fuerza imparable.

Verdad que muchas veces
parece que Dios no existiera:
Vemos injusticias, maldades, indiferencias
y crueldades que no ceden.

Pero también es cierto
que en medio de la oscuridad
siempre comienza a brotar algo nuevo,
que tarde o temprano produce un fruto.

En un campo arrasado
Vuelve a aparecer la vida,
tozuda e invencible.
Habrá muchas cosas negras,
Pero el bien siempre tiende
A volver a brotar y difundirse.

Cada día en el mundo renace la belleza,
Que resucita transformada
A través de los tormentos de la historia…
esta es la fuerza de la resurrección
y cada evangelizador
es un instrumento de este dinamismo.

*

Papa Francisco

 Exhortación Apostólica  “La alegría del Evangelio” n.276.

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

***

¡Cristo verdaderamente ha resucitado!

¡Feliz Pascua!

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***

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y le dijo:

– “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.”

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

*

Juan 20, 1-9

***

En el fluir confuso de los acontecimientos hemos descubierto un centro, hemos descubierto un punto de apoyo: ¡Cristo ha resucitado!

Existe una sola verdad: ¡Cristo ha resucitado! Existe una sola verdad dirigida a todos: ¡Cristo ha resucitado!

Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, entonces todo el mundo se habría vuelto completamente absurdo y Pilato hubiera tenido razón cuando preguntó con desdén: «¿Qué es la verdad?». Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, todas las cosas más preciosas se habrían vuelto indefectiblemente cenizas, la belleza se habría marchitado de manera irrevocable. Si el Dios-Hombre no hubiera resucitado, el puente entre la tierra y el cielo se habría hundido para siempre. Y nosotros habríamos perdido la una y el otro, porque no habríamos conocido el cielo, ni habríamos podido defendernos de la aniquilación de la tierra. Pero ha resucitado aquel ante el que somos eternamente culpables, y Pilato y Caifas se han visto cubiertos de infamia.

Un estremecimiento de júbilo desconcierta a la criatura, que exulta de pura alegría porque Cristo ha resucitado y llama junto a él a su Esposa: «¡Levántate, amiga mía, hermosa mía, y ven!».

Llega a su cumplimiento el gran misterio de la salvación. Crece la semilla de la vida y renueva de manera misteriosa el corazón de la criatura. La Esposa y el Espíritu dicen al Cordero: «¡Ven!». La Esposa, gloriosa y esplendente de su belleza primordial, encontrará al Cordero.

*

Pavel Florenskij,
Il cuore cherubico,
Cásale Monferrato 1999, pp. 172-174, passim

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“Creer en el Resucitado”. 12 de abril de 2020. Pascua de Resurrección (A). Mateo 28, 1- 10.

Domingo, 12 de abril de 2020
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5610_159130280184_684985184_3801385_7704869_nLos cristianos no hemos de olvidar que la fe en Jesucristo resucitado es mucho más que el asentimiento a una fórmula del credo. Mucho más incluso que la afirmación de algo extraordinario que le aconteció al muerto Jesús hace aproximadamente dos mil años. 

Creer en el Resucitado es creer que ahora Cristo está vivo, lleno de fuerza y creatividad, impulsando la vida hacia su último destino y liberando a la humanidad de caer en el caos definitivo.  

Creer en el Resucitado es creer que Jesús se hace presente en medio de los creyentes. Es tomar parte activa en los encuentros y las tareas de la comunidad cristiana, sabiendo con gozo que, cuando dos o tres nos reunimos en su nombre, allí está él poniendo esperanza en nuestras vidas. 

Creer en el Resucitado es descubrir que nuestra oración a Cristo no es un monólogo vacío, sin interlocutor que escuche nuestra invocación, sino diálogo con alguien vivo que está junto a nosotros en la misma raíz de la vida.  

Creer en el Resucitado es dejarnos interpelar por su palabra viva recogida en los evangelios, e ir descubriendo prácticamente que sus palabras son «espíritu y vida» para el que sabe alimentarse de ellas.  

Creer en el Resucitado es vivir la experiencia personal de que Jesús tiene fuerza para cambiar nuestras vidas, resucitar lo bueno que hay en nosotros e irnos liberando de lo que mata nuestra libertad.  

Creer en el Resucitado es saber descubrirlo vivo en el último y más pequeño de los hermanos, llamándonos a la compasión y la solidaridad.  

Creer en el Resucitado es creer que él es «el primogénito de entre los muertos», en el que se inicia ya nuestra resurrección y en el que se nos abre ya la posibilidad de vivir eternamente.  

Creer en el Resucitado es creer que ni el sufrimiento, ni la injusticia, ni el cáncer, ni el infarto, ni la metralleta, ni la opresión, ni la muerte tienen la última palabra. Solo el Resucitado es Señor de la vida y de la muerte. 

José Antonio Pagola

 

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“Él había de resucitar de entre los muertos”. Domingo 12 de abril de 2020. Domingo de Pascua.

Domingo, 12 de abril de 2020
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23-PascuaA1Leído en Koinonia:

Hch 10,34-43: Nosotros hemos comido y bebido con él después de su resurrección
Salmo responsorial 117: Este es el día en que actuó el Señor sea nuestra alegría y nuestro gozo
Col 3,1-4: Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo
Jn 20,1-9:  Él había de resucitar de entre los muertos

A) Primer comentario

Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.

Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.

El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.

La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.

La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.

Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.

Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.

Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.

El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net

B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»

Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.

Lo que no es la resurrección de Jesús

Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.

La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la “reviviscencia” de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.

Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un “mito”, como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.

La “buena noticia” de la resurrección fue conflictiva

Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús?

Leyendo más atentamente los Hechos de los Apóstoles ya se da uno cuenta de que el anuncio mismo que hacían los apóstoles tenía un aire polémico: anunciaban la resurrección “de ese Jesús a quien ustedes crucificaron”. Es decir, no anunciaban la resurrección en abstracto, como si la resurrección de Jesús fuese simplemente la afirmación de la prolongación de la vida humana tras la muerte. Tampoco estaban anunciando la resurrección de un alguien cualquiera, como si lo que importara fuera simplemente que un ser humano, cualquiera que fuese, había traspasado las puertas de la muerte.

El crucificado es el resucitado

Los apóstoles no anunciaban una resurrección muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.

Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si estuviera de acuerdo. Todo pareció concluir con su crucifixión. Todos se dispersaron y quisieron olvidar.

Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. “Jesús está vivo, no pudieron hundirlo en la muerte. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha misma, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no la tenían los que lo expulsaron de este mundo y despreciaron su Causa. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, !vive!

Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó estando vivo, y les irritó igualmente estando resucitado. También a ellas, lo que les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano muera o resucite; lo que no podían tolerar era pensar que la Causa de Jesús, su proyecto, su utopía, que tan peligrosa habían considerado en vida de Jesús y que ya creían enterrada, volviera a ponerse en pie, resucitara. Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Ellos creían en otro Dios.

Creer con la fe de Jesús

Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios (como Dios de Jesús) comprendieron que Jesús era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa, la Omega. La muerte no tenía ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y “seguirlo”, “persiguiendo su Causa”, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, aunque costase la muerte. Leer más…

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Resucitó el Señor. Un mapa de experiencias pascuales

Domingo, 12 de abril de 2020
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Del blog de Xabier Pikaza:

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Ha resucitado Cristo, Aneste Khristós. Ésta es la experiencia central del evangelio, el centro de la vida cristiana. Todo el Nuevo Testamento es un testimonio de ella. Felicidades a todos.

   Muchos de nosotros estamos encerrados, en cuarentena forzosa, este año 2020. Pero la Palabra no está en cuarentena. Por eso la debemos escuchar, proclamar, compartir, desde nuestras casas convertidas en “catacumbas pascuales”. En este contexto de gozo sereno y gran esperanza quiero ofrecer a mis lectores lo mejor que yo puedo hacer: Un mapa o tabla de experiencias pascuales, según el Nuevo Testamento.

    Es una “tabla” para revivir la Pascua, para pasar de cuadro a cuadro y completarlos todos… Sería hermoso recrear con esta tabla una “Ciudad‒Pascua”, en la línea de “Ciudad‒Biblia”. Pero eso lo podrá hacer cada lector. Que tome su Biblia y me siga. Buen día de Pascua a todos, felicidades.

  1. SEPULCRO VACÍO. HISTORIA PASCUAL DE MUJERES

586465fe9d612af0bd4b5c6e8e859defEmpezando con el evangelio de Marcos, que nos lleva a la sepultura de Jesús, con unas mujeres temblorosas, azoradas, exultantes. Ellas son el principio de la pascua. En este relato del “principio pascual” sobresale la figura de María Magdalena… Falta el testimonio de María, la Madre, que se sitúa en otro plano, que debemos completar desde nuestra propia experiencia, conforme al testimonio de conjunto del Nuevo Testamento y de la tradición cristiana.

  1. Mujeres ante el sepulcro. No está en la tumba (Mt 28, 1-3; Mc 16,1-3; Lc 24,1; Jn 20,1). Éste es motivo pascual más importante en el principio origen de la Iglesia: Unas mujeres amigas van a llorar al sepulcro de Jesús, con el deseo de ungir su cadáver. Pero el “ángel” de Dios le dice que no está allí, que no es un muerto en un sepulcro. Que está vivo, que vayan a decirlo a sus amigos, que le busquen y le hallarán en Galilea, donde había vivido y amado, donde habría preparado la llagada del Reino de Dios. Toda el cristianismo posterior depende de esta experiencia de las mujeres. Especialmente centrada en María Magdalena, como ratifica la tradición de fondo de Mc 16,9.
  2. Unas mujeresazoradas… ¿Han cumplido el encargo pascual? ¿Están, estamos todavía en camino? Varios textos desarrollan el motivo anterior. Las mujeres llegan al sepulcro, viendo que está abierto y dentro a un joven (ángel) que les dice que Jesús ha resucitado, mandándoles que vayan y lo anuncien a los discípulos y a Pedro en Galilea (cf. Mc 16,4-7; Lc 24,2; Jn 20,1-2). Ese motivo se enriquece y complica después, pues el evangelio Marcos dice que ellas no fueron donde Pedro y los discípulos (16, 8), que no lograron ir, que es difícil transmitir la experiencia del encuentro pascual… Los demás evangelios dicen que fueron. Ésta es nuestra experiencia el año 2020: Todos nosotros somos aquellas mujeres: ¿Hemos ido de verdad, hemos dicho al mundo que ha resucitado? ¿Estamos todavía en camino?
  3. Las mujeres han visto a Jesús resucitado. Ellas son las primeras, son la llave de la pascua. Ésta es la versión que ofrece Mt 28, 8-10, en contra de Mc 16, 7-8. Mateo afirma que las mujeres han ido, están siempre en camino para anunciar la pascua… Que ellas saben algo que nos demás no sabemos. Ellas siguen estando en camino y mientras avanzan han visto a Jesús. Este evangelio supone y dice que las mujeres han y saben algo que los demás no sabemos. Han “tocado” a Jesús, han escuchado su palabra… y mientras el conjunto de la Iglesia parece estar muda en un inmenso silencio… ellas dicen, proclaman la Palabra, son el principio de la nueva Iglesia.
  4. Versión del evangelio de Juan: La primera es Magdalena; los varones no ven, van y vienen. Ella queda en el “huerto de la pascua”. María ve. Pedro y el Discípulo amado, avisados por Magdalena, llegan al sepulcro, lo ven abierto, con las vendas y sudario en el suelo; el Discípulo Amado cree que Jesús ha resucitado, sin necesidad de verle (Jn 20, 3-10); pero el evangelio no dice cómo le ve y cree… Pedro va y viene. Sólo María Magdalena ve y dialoga con Jesús en el huerto, como sabe Mc 16, 9. Ella es en el principio toda la iglesia.
  5. La pascua, una experiencia de mujeres. María Magdalena “ve” a Jesús. Es la primera que tiene un experiencia pascual, conforme al Evangelio de Juan: Ella vuelve al huerto del sepulcro, ve primero a un ángel y luego a Jesús (Jn 20, 11-16; Mc 16,9). Hay más mujeres que “ven” al Cristo pascual y cuentan sus experiencias a los discípulos pero ellos no les creen (Mc 16,10-11; Lc 24,9-11). Las mujeres aparecen así como un grupo de testigos que han “visto” a Jesús, pero no han sido creídas `por los discípulos.
  6. De las mujeres a Pedro… el principio de la Iglesia. Aparición a Simón, llamado Cefas/Pedro (Lc 24,34; 1 Cor 15, 5; cf. Jn 20, 8). La tradición posterior de la Iglesia interpreta esta “aparición” o experiencia pascual de Pedro como origen del movimiento cristiano. Pero es el “primero de los apóstoles” porque ha tenido la primera experiencia de Jesús y ha puesto en movimiento el movimiento cristiano.

2. LISTA DE APARICIONES

   icono16 Pasamos así de Marcos y las mujeres de la tumba y del principio de la Iglesia a los tres siguientes evangelio, por orden (Mateo, Lucas, Juan). Ellos nos ofrecen una tabla espléndida, variadas, luminosa de experiencias pascuales (apariciones), que pueden y deben ser las nuestras:

MATEO  

  1. Mateo 1. Principio cósmico. El ángel de Dios corrió la losa del Sepulcro… Transformación cósmica. Gran testimonio divino en Mt 28, 1‒6. La resurrección de Jesús aparece como una especie de “cosmogénesis”, la nueva creación. El ángel de Dios (Dios mismo) abre el sepulcro: tema simbólico de Mt 28,2-4, ha sido desarrollado de forma espléndida por el por Ev. apócrifo de Pedro. No se puede tomar en sentido literal externo, pero muestra la gran novedad de la pascua como despertar cósmico
  2. Mateo 2. Aparición de los resucitados antiguos en Jerusalén, en el momento de la muerte Jesús, Mt 27,52‒53. Este evangelio retoma y reformula un motivo apocalíptico de la resurrección de los justos en el tiempo mesiánico, conforme e a la más antigua experiencia judía: Jesús muere y resucita en Jerusalén… allí ha comenzado ya, junto al valle de Josafat, al otro lado de la ciudad, la gran resurrección de los muertos. Ésa es nuestra historia.
  3. Mateo 3. Jesús empezó a resucitar en Jerusalén…Pero la Iglesia no se expande desde allí, junto al valle de Josafat, sino desde la montaña de Galilea. Esta es la aparición final y en ellas seguimos inmersos nosotros… en una montaña desconocida, quizá en el Tabor, allí nos espera Jesús y desde allí nos envía a todo el mundo. De Galilea venimos, hacia el mundo entero vamos como testigos de la Pascua: “Id a todos los pueblos… y yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”  (Mt 28, 16-20).

1200px-Rembrandt_Harmensz._van_Rijn_023LUCAS

  1. Lucas 1. Aparición a los dos discípulos fugitivos: Camino de Emaús. Aparición en forma de catequesis, de interpretación de la escritura. Estos dos discípulos (¿dos varones? ¿un varón y una mujer?) fueron quizá dos personas históricas. El evangelio quiere decir que somos todos nosotros, que hemos tenido miedo de Jesús, que nos marchamos de Jerusalén para no volver… Pero Jesús nos sale al encuentro y nos muestra su vida, su presencia, en el recuerdo de lo que Jesús ha sido, en la fracción del pan. Por eso regresan a Jerusalén (Lc 24, 13-35; Mc 16, 13-35), donde encuentra a la comunidad reunida y diciendo que la aparición pascual de Jesús es verdadera, está atestiguada por Pedro, en forma de catequesis bíblica, como un encuentro progresivo con el Señor
  2. Lucas 2. Aparición a la iglesia primera, en la casa de la Iglesia de en Jerusalén, Cenáculo (Lc 24, 36-49); Lucas la presenta como “aparición” (experiencia pascual de todos los discípulos).Jesús se manifiesta en la vida entera de la Iglesia, formada por testigos pascuales de Jesús… La aparición se concreta en dos signos: Recibiréis el Espíritu Santo y llevaréis el perdón a todos los pueblos. La presencia pascual es nuevo nacimiento, en forma de perdón y comunión que se ofrece entre todos los pueblos.
  3. Lucas 3. Última experiencia: Monte de los Olivos, Ascensión (Lc 24, 50‒51; Hechos 1). Según Lucas, el tiempo pascual culmina a los 40 días… Cuaresma (cuarenta días) de pasión sigue la Cuaresma pascual, que culmina en el Monte de los Olivos. Allí lleva Jesús a los suyos, a la cumbre, sobre el Huerto de los Olivos… donde había experimentado la Pasión… Allí se eleva, en el lugar donde, según la tradición de Zacarías 14, tendrá que volver Jesús‒Mesías, glorioso, triunfal, para iniciar la nueva Jerusalén
  4. Lucas 4. Experiencia de Pentecostés (Hch 2). Lucas supone que la última aparición de Jesús no se centra en él como persona individual, sino del Espíritu Santo, que se revela como “persona comunitaria, principio de la iglesia”, principio de transformación pascual a los discípulos reunidos en Pentecostés. De esa forma pasamos de loa “cuarenta días” de las apariciones pascuales a la experiencia del Espíritu Santo a los “cincuenta días” de la pascua entera, en el principio de la Iglesia.

aparicion de jesus a tomasJUAN

  1. Juan 1.Aparición a todos los discípulos sin Tomás; el texto supone que algunos “ven a Jesús y no creen…”, como si fueran por libre. Tomás tiene que estar con los demás discípulos para que su experiencia de Jesús pueda ser ratificada por toda la Iglesia. (Jn 20, 19-25; cf. Mc 16,14; Lc 24,36-43).
  2. Juan 2.Aparición a todos los discípulos con Tomás (Jn 20, 24-29). Sólo el hecho de que Tomás tenga una experiencia de Jesús unido a la comunidad indica el valor que tiene ella. Jesús resucitado es el mismo Cristo de la Pasión, con las heridas de la muerte, en las manos y los pies, en el costado. Ésta es “nuestra aparición”, la de Tomás… que vuelve, que viene a la comunidad de los que recuerdan a Jesús, que insiste de nuevo el “cuerpo herido” de Jesús, de todos los que mueren…
  3. Juan 3. Aparición en Galilea (Jn 21). Ésta es en el evangelio de Juan la aparición misionera de Jesús por excelencia, en el contexto de la pesca, en la barca de Pedro. Hay que volver de nuevo a Galilea, dialogar con Jesús, seguirle por los caminos, subir en su barca (la de Pedro, la de todos, la nuestra…). En esta escena está toda la Iglesia pascual, los siete discípulos (caca uno somos uno de ellos, con Pedro, con el Discípulo amado), pescando y sufriendo toda la noche, para ser reanimados en la mañana, enviados…

3.EXPERIENCIA Y TESTIMONIO DE SAN PABLO (1 Cor 15, 3‒9)

Paul2    Pablo no ha escrito un evangelio, pero nos ha ofrecido eso que pudiéramos llamar la tabla oficial de las apariciones… Es una “tabla oficial”, para iglesias que insisten en el testimonio de los varones, fundadores de iglesias oficiales. Pero eso prescinde del testimonio de las mujeres. Su testimonio es muy importante, pero debe ser completado por todo lo anterior:

  1. Se apareció a Cefas, iglesia petrina. Se le llamó Cefas, Pedro, Piedra de la Iglesia, porque había visto y anunciado la pascua de Jesús. Esta aparición a Cefas (nombre arameo de Pedro) está al fondo de Mc 16, 7 y de Jn 21, 15, 17, pero sólo se cita aquí (1 Cor 15, 5) de un modo expreso (y en Lc 24, 34): «Ha resucitado verdaderamente el Señor y se ha aparecido a Simón». Ésta es para Pablo (y Lucas) la primera de las experiencias pascuales, fundamento de la confesión creyente de la Iglesia. Debió ser una “experiencia de conversión”, el principio de una tarea especial de servicio en la Iglesia, como atestigua Lc 22, 29 y de un modo especial el texto de las “llaves” (Mt 16, 17-19), que puede interpretarse en forma de experiencia pascual
  2. Luego se apareció a los Doce, iglesia apostólica. Son los testigos colegiados de la pascua, signo del Israel definitivo que nace con Cristo. Esta experiencia pascual de los Doce sólo ha sido atestiguada en este pasaje del NT, pues en otros textos paralelos los destinatarios de la resurrección no son ya los Doce, sino un grupo indeterminado y quizá más grande de discípulos (cf. Jn 20, 19), reunidos con los Once (Doce menos Judas Iscariote: cf. Lc 24, 33); ella fundamenta y simboliza la misión universal de la Iglesia en el monte de Galilea (Mt 28, 16). Estos Doce aparecen como signo de Israel, con una función propia en la vida de Jesús y al comienzo de la Iglesia “apostólica”,  fundada en los primeros discípulos/apóstoles  de Jesús.
  3. Luego a más de 500 hermanos, iglesia universal. Esos 500 hermanos pueden ser todos los hombres y mujeres de la primera iglesia (en la línea de Lc 24 y Jn 20), aunque el número puede resultar excesivo (pues Hch 1, 15 habla de 120 hermanos). Ellos pueden ser también los congregados de Pentecostés en Jerusalén (cf. Hch 2), o quizá mejor los representantes de las comunidades cristianas de Galilea, que no sólo habían escuchado al Jesús de la historia, sino que habían celebrado su presencia pascual, como muestra la tradición de las multiplicaciones, donde él ofrece y comparte pan a sus seguidores (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10), aunque en estos casos sea habla de un número más grande (de cinco mil y cuatro mil, según los casos). Sea como fuere, estos quinientos hermanos   son un signo fuerte del primer impacto de la resurrección en el comienzo de la iglesia, pues están situados antes de las experiencias pascuales de Santiago y de los apóstoles, que marcan el comienzo de la iglesia de los hebreos y helenistas, antes de la “conversión” del mismo Pablo.
  4. Luego se apareció a Santiago. No había creído en Jesús durante el tiempo de su vida (cf. Mc 3, 31-35). Pero, en un momento dado, tras su muerte, le descubre y le confiesa como Cristo. Su experiencia y su incorporación a la Iglesia, con los hermanos de Jesús, atestiguada bien por Pablo (cf. Gal 1, 19;  2, 9-12), constituye un elemento esencial del cristianismo. Si no pudiéramos apelar a Santiago y a los «hermanos» (con su madre), si no hubiera una iglesia judeocristiana, correríamos el riesgo de tomar a Jesús  como un mito y separarle de su origen. Al perseguir a los judíos, cierta iglesia posterior ha tendido a olvidar este origen y rasgo judío. De todas formas, esta experiencia no se encuentra al principio del principio, sino que viene después de los Doce y los quinientos, indicando que en el momento de la conversión de Santiago había ya muchos creyentes.
  5. Después a todos los apóstoles. Parecen ser los cristianos los helenistas de Jerusalén (cf. Hch 6-7), los primeros que anunciaron el evangelio a los gentiles, iniciando así una Iglesia universal. Pablo alude aquí a «todos», sin precisar el número, y en ese sentido puede incluir entre ellos a varones y mujeres que han «visto» a Jesús y han actuado como fundadores de iglesias. Posiblemente, algunos le conocieron en Jerusalén, antes de ser crucificado. Sea como fuere, ellos descubrieron el alcance universal del mensaje y de la entrega de Jesús al servicio del Reino. Sin ellos no se hubiera mantenido la memoria distintiva de Jesús, ni Pablo se hubiera “convertido, ni se hubiera mantenido la iglesia.

Para saber más 

  1. J. Bartolomé, La resurrección de Jesús, CCS, Madrid 1994
  2. Benoit, Pasión y Resurrección del Señor, FAX, Madrid 1971
  3. Caba, Resucitó Cristo, mi esperanza, BAC, Madrid 1986
  4. E. Brown, La muerte del Mesías II, Verbo Divino, Estella 2006
  5. D. Crossan, Los orígenes del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002
  6. Müller, El origen de la fe en la resurrección de Jesús, Verbo Divino, Estella 2003
  7. Pikaza, Historia de Jesús, Verbo Divino, Estella 2015
  8. Vidal, La resurrección de los muertos, Sal Terrae, Santander 2025
  9. Wilckens, La resurrección de Jesús, Sígueme, Salamanca 1981 .
  10. N.T. Wright, La resurrección del Hijo de Dios, Verbo Divino, Estella  2008

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Tres reacciones ante la resurrección de Jesús. Domingo de Pascua

Domingo, 12 de abril de 2020
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Pedro Y Juan ante la resurrecciónDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Una elección extraña

            Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.

            Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. 

María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.

Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.

El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.

El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).

¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?

Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.

Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.

A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:

  1. a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
  2. b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43

En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: 

            «Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.

Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4

HERMANOS:

Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.

Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.

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Domingo de Resurrección. Ciclo A. 12 Abril, 2020

Domingo, 12 de abril de 2020
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Domingo-de-Resurrección

“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.

(Jn 20, 1-9)

Los evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, dejan recogidos tres anuncios de Jesús a sus discípulos. Por tres veces Jesús anuncia su muerte y resurrección. Tres veces y de una manera clara y directa. Pero nada. Los discípulos no entienden.

La muerte de Jesús les pilla de sorpresa, les llena de temor y saca lo peor de ellos: la traición, la infidelidad, el abandono. Metidos en su propio miedo no pueden pensar ni recordar el anuncio de su maestro: “que él había de resucitar de entre los muertos”.

Magdalena le busca pero le busco muerto y al no encontrarlo se abre a la vida. Se han llevado a su Maestro y eso la lleva a reunirse con sus condiscípulos. Pero para que todos juntos puedan hacer experiencia del Resucitado será necesario que cada uno haga su camino personal de apertura.

El discípulo amado llega primero al sepulcro, pero el primero en entrar será Pedro. Pedro entra pero no ve más que ausencia. Juan entra y descubre signos de resurrección.

Magdalena volverá y será la primera en encontrarse con el Resucitado. El proceso personal hacia la vida plena es diferente para cada persona.

La manera en la que cada persona caminamos tras las huellas de Jesús es única. Dios no hace copias, hace originales. Cada persona es una obra maestra de Dios única e irrepetible. Por eso nuestra relación de amistad con Él es genuina.

La mañana de Pascua nos devuelve la originalidad que somos cada una de nosotras. Cada encuentro con el Resucitado es único. Cada una de nosotras necesitamos hacer la experiencia y Dios nos brinda la oportunidad necesaria.

Oración

Irrumpe, Trinidad Santa, en nuestros temores y oscuridades con la novedad de tu Resurrección.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Domingo de Pascua

Domingo, 12 de abril de 2020
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8461470921_30a1ef6ec4_zJn 20, 1-9

Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; Él vive por el Padre; Él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula). La experiencia pascual de sus seguidores consistió en darse cuenta de esta realidad en Jesús.

No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.

Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me asimile vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?

Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue realizable, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue factible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.

La liturgia de Pascua nos está diciéndonos que, en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore. Aunque tengamos partes muertas, todos estamos ya en la Vida que no termina.

Nota: por motivos de salud pública, en medio de la pandemia por el virus Covid-19, están prohibidos los actos de culto en numerosos países. Por si alguien quiere vivir de esta forma virtual la celebración dominical, facilitamos el enlace con el audio de la Eucaristía correspondiente al Domingo de Resurrección (ciclo A), que se grabó hace tres años: Pincha aquí para escuchar la Eucaristía.

 

Meditación

Resurrección y Vida expresan la misma realidad.
En la medida que haga mía la Vida,
Estoy garantizando la resurrección.
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.

Para profundizar

¿Puede resucitar el que está vivo?

Jesús no estuvo muerto ni un instante

Cambiemos el concepto de esa VIDA

y cambiará la idea de la Pascua

No hay sombra en un objeto si no le da la luz

Podemos vivir en la sombra sin descubrir la luz

Podemos vivir en la luz aun sabiendo que la sombra está a la vuelta

No podemos separar la muerte de la Vida

pero podemos olvidarnos de una de ellas

No hay que pasar la muerte para vivir la Vida

como nos han contado tantas veces

La Vida es ya mi ámbito, aunque no la descubra

La pascua no es un tiempo, es un estado

en el que todos permanecemos siempre

Muerte y resurrección caminan de la mano

Y nunca pueden separarse del todo

Jesús había resucitado antes de muerto

No lo pudieron sospechar sus seguidores

La experiencia pascual obró el milagro

y fue una bendición para nosotros

Gracias a ellos sabemos que está vivo

y que esa misma Vida está en nosotros

Si solo nos fijamos en él, seguimos muertos

La Pascua atañe a cada uno en lo más hondo

No hay nada que esperar cuando lo tienes todo

Busca dentro de ti lo que celebras

y todo cambiará radicalmente

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Aleluias desde el silencio.

Domingo, 12 de abril de 2020
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resurreccion-y-vide-eternaJn 20, 1-9

12 de abril de 2020

¿Cómo hablar de Resurrección en medio de esta situación que estamos viviendo? ¿Cómo entonar un Aleluya desde el drama del sufrimiento, del caos, de la muerte, de la noche de tantos duelos personales y colectivos, en un mundo paralizado y paralizante? Sobran palabras y quizá un silencio es la mejor respuesta. Pero la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace. La fe cristiana es una posición ante la vida que no busca un consuelo narcótico, sino que sostiene la raíz de la existencia revelando que hay algo más que el drama humano y que puede ser traspasado y liberado.

El Evangelio de este Domingo inicia el penúltimo capítulo de Juan en el que se hace evidente la luz, la vida y la verdad que ha ido tejiendo todo el mensaje joánico.  Narra la experiencia de tres referentes en el origen de nuestra fe: María de Magdala, Pedro y Juan. Son tres personas, pero no se representan a sí mismas porque presuponen tres prototipos de formas diferentes de acceder al mensaje de la Resurrección.

El texto ya nos sitúa en una nueva era: “El primer día de la semana” Ya no es el Sabbat el día religioso, hay una superación de la visión judía de la revelación de Dios y que va apuntando hacia una nueva Alianza entre la humano y lo Divino. María va muy de mañana al sepulcro, casi antes del amanecer. Estamos ante un símbolo que nos revela que, en el punto más oscuro de la noche, cuando la noche ya no puede ser más noche, justo el instante siguiente es ya el amanecer; nace la luz y algo nuevo asoma a la consciencia humana. El sepulcro es el símbolo de la muerte, de lo que ha perdido sentido, es el llanto y el drama humano hecho realidad. Jesús no está en la tumba vacía, sin embrago, puede ser una prueba negativa de su nueva existencia. María es capaz de leer un signo lleno de misterio y al mismo tiempo de esperanza: la piedra está quitada e interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su reacción no es paralizante, va corriendo a contarlo y a abrir una nueva perspectiva de los hechos.

Pedro, que representa la autoridad, y Juan que representa el vínculo de amor con el Maestro, van corriendo juntos para ver qué está pasando. Dice el Evangelio que llega antes Juan, quizá porque está liberado del peso de la institución y va centrado en lo esencial que va dirigiendo su vida. Se asoma al sepulcro y no entró. Seguramente no necesitaba ya más signos que lo que su inspiración profunda le iba revelando. Pedro sí entró y comienza una descripción exhaustiva de lo que allí había. Signos, signos y signos. La mente humana necesita evidencias, necesita medir, necesita espacio, tiempo, formas, contar, separar, controlar. Pero también la mente humana es capaz de procesar una novedad que conecta con otra realidad profunda que no entra en las categorías tangibles. El evangelio de hoy nos sitúa ante una realidad que trasciende la evidencia física y la apertura a mirar de una manera diferente; nos conduce a una nueva visión de la vida. Hasta entonces, narra el Evangelio de Juan, no habían entendido que Jesús resucitaría y vencería a la muerte.

Nos encontramos ante la savia que va regando los vasos conductores del cristianismo que no se detiene en los límites humanos, sino que los amplía y trasciende. Es muy fácil creer en la Resurrección como dogma (si lo dicen los elegidos con tanta contundencia será verdad) recitarlo en el Credo, ponerlo como bandera de nuestra religión, esperar al fin de nuestra vida biológica para vivir con esa ilusión. Puede, incluso, darnos seguridad y tener cierto control en la ruta a la que vamos caminando. Lo realmente difícil es vivir la resurrección en el aquí y ahora, no vivirla como un premio sino como un nuevo modo de existencia, encontrar pequeños signos en la vida ordinaria que nos hablan de esa conexión con otra consciencia de la que también está hecho el ser humano.  El Cielo y la Tierra en unidad, inseparables, la luz y la tiniebla, la muerte y la vida cohabitando en nuestro escenario vital. Un mensaje que nos habla de que la esencia humana es atemporal, no necesita signos, no tiene espacio, no tiene límites, sólo LUZ en un movimiento permanente hacia la plenitud.

¡¡¡FELIZ PASCUA!!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Más allá de la apariencia.

Domingo, 12 de abril de 2020
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Amanecer.4-300x300Domingo de Pascua

12 abril 2020

Jn 20, 1-9

El autor del evangelio parece ofrecer claves que muestran que se trata de un relato catequético que pretende un único objetivo, recogido en la última frase de todo el párrafo: afirmar que Jesús vive. Para ello utiliza el “mapa” judío que habla de “resurrección de entre los muertos”. A diferencia de la griega –que, separando “alma” y “cuerpo”, podrá hablar de “inmortalidad del alma”–, la antropología hebrea, radicalmente unitaria, solo puede mantener la afirmación de la vida después de la muerte apelando a una “resurrección” por parte de Dios.

       “El primer día de la semana”, el amanecer, la oscuridad, la losa quitada… aparecen como elementos cargados de simbolismo que hablan de novedad radical: la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo; la oscuridad se transforma en luz y toda “losa” pesada –de miedo y de muerte– es quitada.

          La catequesis constituye una invitación a ver más allá de las apariencias o “vendas”, para lo cual se precisa una mirada nueva, que brota más fácilmente del corazón, del amor.

          Tal mirada requiere silenciar la mente. Porque, de otro modo, no lograremos ver sino lo que siempre hemos visto, es decir, lo que nuestra mente nos dicta a partir de todo lo que ella ha recibido, aprendido e interiorizado. Pero todo lo que la mente puede ofrecernos son únicamente creencias, constructos mentales de todo tipo, carentes de consistencia. Para ver en profundidad es preciso descorrer el velo mental a través del silencio y reconocer Aquello que aparece cuando el pensamiento se ha silenciado. Krishnamurti lo expresó con acierto: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por atraparla”.

Cuando no pongo pensamientos, ¿qué queda?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La vida es un duelo a muerte, que gana la VIDA

Domingo, 12 de abril de 2020
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evangelio-21Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

Algunas consideraciones

  1. Pascua.

A pesar de los pesares y, aunque no lo parezca, es Pascua. La vida es más fuerte que la muerte. Cristo resucitó.

La resurrección del Señor es el fundamento de nuestra esperanza absoluta.

Esperamos y deseamos que la medicina y la ciencia  terminen por dominar y vencer este virus, esta pandemia que llena de muerte y angustia la humanidad, pero el fundamento de nuestra esperanza absoluta es Cristo resucitado.

  1. Magdalena, Pedro y el discípulo amado.

         Los cuatro evangelistas nos hablan de que las primeras en llegar al sepulcro fueron algunas mujeres. Mateo, Marcos y Juan sitúan entre estas mujeres a Magdalena.

         San Juan presenta a esta mujer Magdalena (de Magdala) al final de su evangelio, al pie de la cruz.

         Magdalena amó a Jesús en vida, lo amó en la muerte y lo sigue amando en la Resurrección.

         Pedro llegó “tardíamente” al sepulcro y solamente vio los signos de la muerte: el sepulcro, las vendas, el sudario.

         El Discípulo, que se siente amado por Jesús llega primero al sepulcro, vio y creyó en la vida, en la Resurrección.

La resurrección es una cuestión de fe, no de verificación histórica.

Quiera Dios que la ciencia, la medicina consigan dominar y erradicar este virus. Las medidas higiénicas y de protección son necesarias, pero a la fe en la Vida y en  resurrección se llega por el amor: Magdalena y el Discípulo Amado amaron al Señor y creyeron que vive por siempre.

También nosotros, como aquellas mujeres y discípulos hoy vemos los signos de muerte: sudarios, vendas, la losa del sepulcros… Nosotros vemos, estamos informados del número de muertos, cadáveres, morgue, etc. Pero quizás, no llegamos creer en la Vida, en el resucitado.

  1. El sepulcro, la losa, las vendas, sudarios.

         La pregunta que se hicieron aquellas mujeres es la misma que nos hacemos nosotros: ¿quién nos removerá la losa, el problema de la muerte, del sepulcro? La losa de la muerte de Jesús y de nuestra muerte.

         Magdalena, como los demás, buscaban a Jesús en la muerte, por eso les cuesta trabajo reconocerle vivo.

         JesuCristo resucitado no era un espíritu que anduviera errante por qué se yo qué espacios, mientras, de cuando en cuando, se aparecía hasta que finalmente subió al cielo en la Ascensión. El cielo no es un lugar físico, sino “la intimidad de Dios”, el amor, el abrazo del Padre al hijo pródigo y a su Hijo.

         El amor no muere.

         Quizás nos haría bien sembrar amor sencillo y discreto para, así, vivir en esperanza.

  1. La resurrección no es un espectáculo

         Habría sido un grandioso espectáculo, un golpe de fuerza del Deus ex machina. Pero la vida es más sencilla y humilde.

El místico antropólogo Teilhard de Chardin escribe.

La muerte nos entrega totalmente a Dios, nos traspasa a Él. En correspondencia, hemos de entregarnos a ella con gran amor y abandono, ya que no nos queda otra cosa que hacer, cuando se nos presenta, que dejarnos dominar y conducir enteramente por Dios.[1]

         La cruz elevó a Jesús al ámbito de Dios. La Ascensión de Cristo en la tradición de San Juan es la cruz.

  1. Feliz Pascua.

         Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.

         Tenemos prisa –corrieron– por vivir y vivir en paz.

         Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…

Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua y corramos hacia la vida.

[1] P. Teilhard de Chardin Himno del Universo, LVII, Madrid, Ed Trotta, 2004.

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Sábado Santo: Vigilia Pascual en la Noche Santa

Sábado, 11 de abril de 2020
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Textos para la Vigilia Pascual

22-VigiliapascualA

Primera lectura:

Génesis 1,1-2,2

Vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno

Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas.

Y dijo Dios: “Que exista la luz.”

Y la luz existió.

Y vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla; llamó Dios a la luz “Día”; a la tiniebla, “Noche”.

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.

Y dijo Dios: “Que exista una bóveda entre las aguas, que separe aguas de aguas.”

E hizo Dios una bóveda y separó las aguas de debajo de la bóveda de las aguas de encima de la bóveda.

Y así fue.

Y llamó Dios a la bóveda “Cielo”.

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.

Y dijo Dios: “Que se junten las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezcan los continentes.”

Y así fue.

Y llamó Dios a los continentes “Tierra”, y a la masa de las aguas la llamó “Mar”.

Y vio Dios que era bueno.

Y dijo Dios: “Verdee la tierra hierba verde que engendre semilla, y árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra.”

Y así fue.

La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.

Y vio Dios que era bueno.

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.

Y dijo Dios: “Que existan lumbreras en la bóveda del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años; y sirvan de lumbreras en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra.”

Y así fue.

E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche, y las estrellas. Y las puso Dios en la bóveda del cielo, para dar luz sobre la tierra; para regir el día y la noche, para separar la luz de la tiniebla.

Y vio Dios que era bueno.

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.

Y dijo Dios: “Pululen las aguas un pulular de vivientes, y pájaros vuelen sobre la tierra frente a la bóveda del cielo.”

Y creó Dios los cetáceos y los vivientes que se deslizan y que el agua hizo pulular según sus especies, y las aves aladas según sus especies.

Y vio Dios que era bueno.

Y Dios los bendijo, diciendo: “Creced, multiplicaos, llenad las aguas del mar; que las aves se multipliquen en la tierra.”

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.

Y dijo Dios: “Produzca la tierra vivientes según sus especies: animales domésticos, reptiles y fieras según sus especies.”

Y así fue.

E hizo Dios las fieras según sus especies, los animales domésticos según sus especies y los reptiles según sus especies.

Y vio Dios que era bueno.

Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra.”

Y creó Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó.

Y los bendijo Dios y les dijo: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra.”

Y dijo Dios: “Mirad, os entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la faz de la tierra; y todos los árboles frutales que engendran semilla os servirán de alimento; y a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra, a todo ser que respira, la hierba verde les servirá de alimento.”

Y así fue.

Y vio Dios todo lo que había hecho; y era muy bueno.

Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.

Y quedaron concluidos el cielo, la tierra y sus ejércitos.

Y concluyó Dios para el día séptimo todo el trabajo que había hecho; y descansó el día séptimo de todo el trabajo que había hecho.

*

Salmo responsorial: 103.

Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor;
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. R.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas. R.

De los manantiales sacas los ríos,
para que fluyan entre los montes;
junto a ellos habitan las aves del cielo,
y entre las frondas se oye su canto. R.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre. R.

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor! R.

O bien; :

Salmo responsorial: 32.:

La misericordia del Señor llena la tierra

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano. R.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.

Segunda lectura:
Génesis 22, 1-18

El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: “¡Abrahán!” Él respondió: “Aquí me tienes.” Dios le dijo: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.”

Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.

El tercer día levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos. Y Abrahán dijo a sus criados: “Quedaos aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con vosotros.”

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.

Isaac dijo a Abrahán, su padre: “Padre.”

Él respondió: “Aquí estoy, hijo mío.”

El muchacho dijo: “Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?”

Abrahán contestó: “Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío.”

Y siguieron caminando juntos.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: “¡Abrahán, Abrahán!”

Él contestó: “Aquí me tienes.”

El ángel le ordenó: “No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.”

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

Abrahán llamó aquel sitio “El Señor ve”, por lo que se dice aún hoy “El monte del Señor ve”.

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: “Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa.

Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.” Leer más…

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Es la fiesta de la Vida. La de Jesús y la mía.

Sábado, 11 de abril de 2020
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DibujosBiblicosJesucristoLaResurreccionMt 28,1-10

Decíamos al principio de la cuaresma que no se podía entender ese tiempo litúrgico sin tener presente la Pascua. Hoy, al celebrar la resurrección de Jesús, damos sentido a todo ese tiempo de preparación para este acontecimiento. Naturalmente, no se puede resucitar si antes no se ha muerto, pero debemos tener en cuenta que en toda muerte ya está presente la Vida, es decir la resurrección. Tal vez sea este aspecto el más complicado para nosotros hoy. Por eso no podemos conformamos con celebrar externamente lo que sucedió a Jesús hace dos mil años. Solo viviendo lo que él vivió celebraremos la pascua.

Los símbolos de esta vigilia son fuego y agua como principios de la vida biológica. Esta es la primera clave para entender lo que estamos celebrando en la liturgia más importante de todo el año. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no hubiera podido surgir la vida que conocemos: luz y calor. El agua es el elemento fundamental para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua. Recordar, y renovar nuestro bautismo, es pieza clave para descubrir de qué Vida estamos hablando. Hoy el fuego y el agua simbolizan a Jesús porque le recordamos como Vida. En el prólogo del evangelio de Jn dice: “En la Palabra había Vida y la Vida era la luz de los hombres”.

La vida que hoy nos interesa no es la física (bios), ni la psíquica (psiques), sino la espiritual y trascendente. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas vidas, nos seguimos armado un lío con la resurrección. La vida biológica no tiene importancia en lo que estamos tratando. “El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”. La biológica y la psíquica tienen importancia solo porque son la que nos capacitan para alcanzar la espiritual. Solo el hombre que es capaz de conocer y de amar puede acceder a la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia solo como instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva.

Lo que celebramos esta noche es la llegada de Jesús a esa plenitud de Vida. Jesús, como hombre, alcanzó la más alta cota de esa Vida. Posee la Vida definitiva que es la misma Vida de Dios. Esa Vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y psicológica, porque es lo que nosotros podemos descubrir por los sentidos.  Pero lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad.

Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de experiencia pascual. Para los apóstoles, como para nosotros, se trata de una vivencia interior. A través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren los seguidores de Jesús que tiene que estar él VIVO. Solo a través de la convicción personal podemos aceptar nosotros la resurrección.

Creer en la resurrección exige haber pasado de la muerte a la vida. Por eso, en esta vigilia tiene tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. El cristiano debe estar constantemente muriendo y resucitan­do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida. Tenemos una concepción estática del bautismo que nos impide vivirlo. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero lo significado es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida.

Nota: por motivos de salud pública, en medio de la pandemia por el virus Covid-19, están prohibidos los actos de culto en numerosos países. Por si alguien unirse a una celebración de la Semana Santa, facilitamos el enlace con el audio correspondiente a la Vigilia Pascual, que se grabó el año pasado en la casa de espiritualidad de las Javerianas de Galapagar: Pincha aquí para escuchar la Eucaristía.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

Fuente Fe Adulta

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Hágase

Sábado, 11 de abril de 2020
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SÁBADO SANTO: ¡HÁGASE!

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Mujer de pocas palabras y gran silencio sonoro. María, no dijo simplemente “sí”. Dijo ¡hágase!, porque su silencio, su confianza y su espera son activas. Al pie de la Cruz, en la entrada del sepulcro o llorando su dolor en privado, María, como también lo hizo Jesús,  sigue diciendo en su interior a Dios, ¡hágase!. Sigue esperando, aún sin comprender, confiada en el plan de amor de Dios. No cierra el corazón. Mantiene la esperanza y el amor, a pesar de lo que la realidad parece decir.

¡Hágase!…hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
¡hágase! Hágase en mí según tu voluntad

Quiero creer que tu Palabra hará brotar
cada semilla que mi alma quiere dar
te doy las gracias, sienta o no sienta que estás
pues desde siempre me llenaste de tu paz

¡Hágase!…hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
¡hágase! Hágase en mí según tu voluntad

Sé que no puedes otra cosa más que amar
y resucitas lo que no quiero mirar
sé mi esperanza y fuerza en la debilidad
hoy quiero en Ti estar dispuesta y confiar

¡Hágase!…hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
hágase en mí según tu voluntad
Hágase en mí
Hágase en mí según tu voluntad
Hágase en mí
Hágase en mí

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Salomé Arricibita

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Fuente Fe Adulta

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Una semana diferente…

Lunes, 6 de abril de 2020
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En este tiempo de Coronavirus, en tiempos de homofobia asesina en muchas partes del mundo, como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays,  esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de confinamiento, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.

Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua.  Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.

Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque  son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.

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“Una puerta abierta”. 29 de abril de 2020. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 29 de marzo de 2020
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img_men_1024_2011-4-10_1Estamos demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos que el desarrollo técnico pone en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en la que nos movemos.

¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No es mejor gastar todas nuestras fuerzas en organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en vivir esta vida de ahora y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?

Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Cualquiera que sea nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?

Peter Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte». Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea, que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla y eludir al máximo su trágico desafío.

Más honrada parece la postura de personas como Eduardo Chillida, que en alguna ocasión se expresó en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que difícilmente puede ser entendida «desde fuera» y que solo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Crees esto?

José Antonio Pagola

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 29 de marzo de 2020. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 29 de marzo de 2020
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18-CuaresmaA5Leído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa.

Aquí habría que subrayar que es bien probable que en la cabeza de la mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado resucitado»: porque pensamos, o mejor dicho, «imaginamos» la vida resucitada un poco como «prolongación, suplemento, continuación…» de ésta de ahora. Y no. No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»… No. Es que se trata realmente de otra cosa. Es un misterio. Nuestra llamada «fe en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos tras la muerte y que allí «continuaremos viviendo»… Podríamos decir que todas esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales, pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos «resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí primero para luego llevarnos a un lugar definitivo… Muchos pueblos primitivos han pensado esto, que fue una forma plausible de interpretación de la vida humana en unos determinados contextos culturales de tiempos pasados. Pero hoy, si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de la edad agraria… es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá también haga falta aceptar la ascesis de un «no saber/no poder» expresar bien aquello en lo que «creemos»… Leer más…

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