“El debía resucitar de entre los muertos”. Domingo 17 de abril de 2022. Pascua de Resurrección
De Koinonia:
Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43: Hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Salmo responsorial: 117, 1-2. l6ab-17. 22-23: Éste es el día en que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.
Colosenses 3, 1-4: Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Juan 20, 1-9: Él había de resucitar de entre los muertos.
A) Primer comentario
Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquel que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.
Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.
El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.
La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.
Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.
El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net
B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»
Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.
Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección. Leer más…
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