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“¿Es ridículo esperar en Dios?”. 32 Tiempo ordinario – C (Lucas 20,27-38)

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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Los saduceos no gozaban de popularidad entre las gentes de las aldeas. Era un sector compuesto por familias ricas pertenecientes a la élite de Jerusalén, de tendencia conservadora, tanto en su manera de vivir la religión como en su política de buscar un entendimiento con el poder de Roma. No sabemos mucho más.

Lo que podemos decir es que «negaban la resurrección». La consideraban una «novedad» propia de gente ingenua. No les preocupaba la vida más allá de la muerte. A ellos les iba bien en esta vida. ¿Para qué preocuparse de más?

Un día se acercan a Jesús para ridiculizar la fe en la resurrección. Le presentan un caso absolutamente irreal, fruto de su fantasía. Le hablan de siete hermanos que se han ido casando sucesivamente con la misma mujer, para asegurar la continuidad del nombre, el honor y la herencia a la rama masculina de aquellas poderosas familias saduceas de Jerusalén. Es de lo único que entienden.

Jesús critica su visión de la resurrección: es ridículo pensar que la vida definitiva junto a Dios vaya a consistir en reproducir y prolongar la situación de esta vida, y en concreto de esas estructuras patriarcales de las que se benefician los varones ricos.

La fe de Jesús en la otra vida no consiste en algo tan irrisorio: «El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob no es un Dios de muertos, sino de vivos». Jesús no puede ni imaginarse que a Dios se le vayan muriendo sus hijos; Dios no vive por toda la eternidad rodeado de muertos. Tampoco puede imaginar que la vida junto a Dios consista en perpetuar las desigualdades, injusticias y abusos de este mundo.

Cuando se vive de manera frívola y satisfecha, disfrutando del propio bienestar y olvidando a quienes viven sufriendo, es fácil pensar solo en esta vida. Puede parecer hasta ridículo alimentar otra esperanza.

Cuando se comparte un poco el sufrimiento de las mayorías pobres, las cosas cambian: ¿qué decir de los que mueren sin haber conocido el pan, la salud o el amor?, ¿qué decir de tantas vidas malogradas o sacrificadas injustamente? ¿Es ridículo alimentar la esperanza en Dios?

José Antonio Pagola

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“No es Dios de muertos, sino de vivos”. Domingo 06 de noviembre de 2022. 32º Ordinario

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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57-ordinarioc32-cerezoLeído en Koinonia:

2Macabeos 7, 1-2. 9-14: El rey del universo nos resucitará para una vida eterna.
Salmo responsorial: 16: Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
2Tesalonicenses 2, 16-3, 5: El Señor os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas.
Lucas 20, 27-38: No es Dios de muertos, sino de vivos.

Los saduceos eran los más conservadores en el judaísmo de la época de Jesús. Pero sólo en sus ideas, no en su conducta. Tenían como revelados por Dios sólo los primeros cinco libros de la Biblia, que atribuían a Moisés. Los profetas, los escritos apocalípticos, todo lo referente por tanto al Reino de Dios, a las exigencias de cambio en la historia, a la otra vida… lo consideraban ideas “liberacionistas” de resentidos sociales. Para ellos no existía otra vida, la única vida que existía era la presente, y en ella eran los privilegiados –tal vez por eso, pensaban que no había que esperar otra–.

A esa manera de pensar pertenecían las familias sacerdotales principales, los ancianos, o sea, los jefes de las familias aristocráticas, y tenían sus propios escribas que, aunque no eran los más prestigiados, les ayudaban a fundamentar teológicamente sus aspiraciones a una buena vida. Las riquezas y el poder que tenían eran muestra de que eran los preferidos de Dios. No necesitaban esperar otra vida. Gracias a eso mantenían una posición cómoda: por un lado, la apariencia de piedad; por otro, un estilo de vida de acuerdo a las costumbres paganas de los romanos, sus amigos, de quienes recibían privilegios y concesiones que agrandaban sus fortunas.

Los fariseos eran lo opuesto a ellos, tanto en sus esperanzas como en su estilo de vida austero y apegado a la ley de la pureza. Una de las convicciones que tenían más firmemente arraigadas era la fe en la resurrección, que los saduceos rechazaban abiertamente por las razones expuestas anteriormente. Pero muchos concebían la resurrección como la mera continuación de la vida terrena, sólo que para siempre, ya sin muerte.

Jesús estaba ya en la recta final de su vida pública. El último servicio que estaba haciendo a la Causa del Reino –en lo que se jugaba la vida–, era desenmascarar las intenciones torcidas de los grupos religiosos de su tiempo. Había declarado a los del Sanedrín incompetentes para decidir si tenían o no autoridad para hacer lo que hacían; a los fariseos y a los herodianos los había tachado de hipócritas, al mismo tiempo que declaraba que el imperio romano debía dejar a Dios el lugar de rey; ahora se enfrentó con los saduceos y dejó en claro ante todos la incompetencia que tenían incluso en aquello que consideraban su especialidad, la ley de Moisés.

La posición de Jesús en este debate con los saduceos puede sernos iluminadora para los tiempos actuales. También nosotros, como la sociedad culta que actualmente somos, podemos reaccionar con frecuencia contra una imagen demasiado fácil de la resurrección. Cualquiera de nosotros puede recordar las enseñanzas que respecto a este tema recibió en su formación cristiana de catequesis infantil, la fácil descripción que hasta hace 50 años se hacía de lo que es la muerte (separación del alma respecto al cuerpo), lo que sería el «juicio particular», el «juicio universal», el purgatorio (si no el limbo, que fue oficialmente «cerrado» por la Comisión Teológica Internacional del Vaticano hace unos pocos años), el cielo y el infierno (¡!)…

La teología (o simplemente la imaginería) cristiana, tenía respuestas detalladas y exhaustivas para todos estos temas. Creía saber casi todo respecto al más allá, y no hacía gala precisamente de sobriedad ni de medida. Muchas personas «de hoy», con cultura filosófica y antropológica (o simplemente con «sentido común actualizado») se ruborizan de haber creído semejantes cosas, y se rebelan, como aquellos saduceos coetáneos de Jesús, contra una imagen tan plástica, tan incontinente, tan maximalista, tan fantasiosa, y para más inri, tan segura de sí misma. De hecho, en el ambiente general del cristianismo, se puede escuchar hoy día un prudente silencio sobre estos temas, otrora tan vivos y hasta tan discutidos. En el acompañamiento a las personas con expectativas próximas de muerte, o en las celebraciones en torno a la muerte, no hablamos ya de los difuntos ni de la muerte de la misma manera que hace unas décadas. Algo se está curvando epistemológicamente en la cultura moderna, que nos hace sentir la necesidad de no repetir ya lo que nos fue dicho, sino de revisar y repensar con más continencia lo que podemos decir/saber/esperar.

Como a aquellos saduceos, tal vez hoy Jesús nos dice también a nosotros: «no saben ustedes de qué están hablando…». Qué sea el contenido real de lo que hemos llamado tradicionalmente «resurrección», no es algo que se pueda describir, ni detallar, ni siquiera «imaginar». Tal vez es un símbolo que expresa un misterio que apenas podemos intuir, pero no concretar. Una resurrección entendida directa y llanamente como una «reviviscencia», aunque sea espiritual (que es como la imagen funciona de hecho en muchos cristianos formados hace tiempo), hoy no parece sostenible, críticamente hablando.

Tal vez nos vendría bien a nosotros una sacudida como la que dio Jesús a los saduceos. Antes de que nuestros contemporáneos pierdan la fe en la resurrección y con ella, de un golpe, toda la fe, sería bueno que hagamos un serio esfuerzo por purificar nuestro lenguaje sobre la resurrección y por poner por delante su carácter mistérico. Fe sí, pero no una fe perezosa y fundamentalista, sino una fe seria, sobria, crítica, responsable y continente. Hay libros adecuados para estos temas, que recomendamos más abajo. Leer más…

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6.11.22. Levirato: Mujeres sustituibles al servicio del “capital” del marido (Dom 32 TO: Lc 20, 27-38

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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41Del blog de Xabier Pikaza:

Éste es un evangelio que a muchos les suena extraño y anacrónico. Cuenta la historia de una mujer que, conforme a la ley judía del levirato, para conservar la herencia familiar del primer marido tuvo. que casarse sucesivamente con siete hermanos del difunto.

Actualmente no rige esa ley del levirato, ni la mujer de un hermano que muere tiene que casarse  con el siguiente hermano vivo, para que la herencia se conserve dentro de la familia. Pero el sentido de esa ley sigue vigente en gran parte del mundo.

La mujeres, teniendo en principio la misma autonomía que los hombres, sigue estando de hecho al servicio  de una capital (poder, sexo, economía) de los varones dominantes. Así lo supone y supera Jesús en este pasaje de Mc 12, 18-27 que ha sido simplificado y ratificado por  Lc 20, 27-38

Texto  

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.”

Jesús les contestó: “En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos,

PRIMER COMENTARIO. REFLEXIÓN BÁSICA

Conforme a su formulación actual, con la pregunta saducea, este pasaje trata de la resurrección de los muertos, culminando, conforme a la Ley (Ex 3, 1-8), con la afirmación solemne de que el Dios de Israel es dios de vivos, no de muertos. Pero en el fondo de esa temática y de la respuesta mesiánica de Jesús late un profundísimo problema de relación social (económica y sexual)  de mujer con el varón, una sociedad “patriarcal” donde lo que prima sobre la mujer es la herencia del dinero y del podere los varones. La mujer aparece como de “capital productivo”, al servicio de la generación de hijos y del mantenimiento del capital del marido.

Jesús se opone a esa situación de la mujer que, en este mundo actual, está al servicio de las “necesidades” del marido, especialmente del mantenimiento de su herencia familia (hijos) y económica (haciendo). Esa es la condición de la mujer en este mundo “malo”, con un tipo de “matrimonio” desigual para varones y mujeres .En contra de esa situación, Jesús eleva cuatro principios.

(a) Esa situación de la mujer que es “mala”, pertenece a este tiempo injusto (con el tipo de matrimonios actuales) y debe superarse. Con la “resurrección” (esto es, con el reino de Dios que llega,, queda abrogada esaa ley del matrimonio, pues hombres y mujeres no se casarán (=no se casarán de esta manera, con esclavitud de las mujeres, al servicio  de los hombres y de sus negocios). En ese sentido Jesús dice que hombres y maridos serán (=han de ser) como “ángeles de Dios”, sin sometimiento de unos sobre otros. No se trata de suprimir las relaciones humanas (el sexo), sino este tipo de relación (de sexo, de generación) al servicio del dinero. Ser “ángeles de Dios” no significa “no casarse” (no tener relaciones humanas integrales), sino casarse de otra manera, en libertad de amor, no al servicio del poder o del dinero.

(b) Los saduceos aducen el argumento de que en un mundo económico-social (sexual) como es éste no puede haber resurrección, pues seguiría perpetuándose en el “cielo” la opresión de los  hombres sobre las mujeres, a causa de la hacienda. En contra de eso, Jesús aduce y defiende no sólo para el futuro “post mortem”, sino ya desde aquí y ahora,  un tipo de matrimonio distinto, fundado en la libertad y gratuidad de las personas (es decir, por amor, no por hacienda), un matrimonio abierto a la resurrección, pues conforme al matrimonio saduceo, la resurrección carece de sentido.

(c) Sólo en ese contexto se puede entender el argumento bíblico, tomado de Ex 3, 1ss, según el cual Dios se define como “Dios de vivos”, no sólo para evocar una resurrección tras la muerte, sino para impulsar desde aquí mismo una vida de resucitados, en el campo esencial del matrimonio (=de la relación interhumana) y del dinero.

(d) Ese Dios de vivos es igual para varones y mujeres, sin que se pueda afirmar que unos son más “vivos” (más poderosos, más “hacendados”, más “ministeriales”. Muchos que en la Iglesia (desde algunos cardenales hasta miles de hombres y mujeres de a pie). En la iglesia católica son muchos los que no se han enterado del contenido y consecuencias de este evangelio del domingo, con su reformulación del matrimonio de la vida de Dios en la historia concreta de los hombres y mujeres.

SEGUNDO COMENTARIO. SENTIDO Y APLICACIONES ACTUALES

En un primer sentido, el texto este relato simbólica anuncia el futuro de los hombres y mujeres tras la muerte, pero en otro  sentido más profundo trata de las condiciones y formas de vida de este mundo, donde hay una “ley” que separa y divide a los hombres y mujeres, poniendo a las mujeres al servicio de la reproducción y de la hacienda (herencia) de los hombres “propietarios”. Ellas no se poseen a sí mismas, ni poseen su dinero, ni su cuerpo, sino que “ruedan” al servicio de los hombres. Pues bien, eso es lo que pone en juicio este pasaje, eso es lo que supera.

  1. Con la llegada del Reino (simbolizado por la resurrección), cambia esa ley, cesa ese decreto que somete a las mujeres al servicio de los hombres y los hijos, de la hacienda y finalmente de la  misma religión (que ratifica el poder de los varones). Esta es la experiencia y novedad del texto, como una bomba que estalla bajo la línea de “flotación” de un tipo de sociedad machista. Conforme al camino y mensaje de Jesús, ellas, las mujeres, no están para los hombres (sometidas a su hacienda y religión), sino que valen/son en sí mismas, como ángeles (hijos de Dios) y sólo desde autonomía y libertad pueden colaborar en igualdad con los hombres.
  2. En este contexto, ser “hijos de Dios, ser como ángeles” no significa ser axesuados  (¡que las mujeres sean angelitos falsamente espirituales!), sino que sean autónomas, independientes, personas (presencia de Dios). En el camino de Jesús (que es camino de reino‒resurrección) emerge así la “dignidad” angélico (es decir, divina) de varones y mujeres, de forma que las mujeres no son siervas de los hombres (para placer, procreación y cuidado de la casa) sino personas autónomas, en todos los sentidos. Eso significa ser “como ángeles”, es decir, hijos de Dios (=presencia de Dios).
  3. Consecuencia judía y cristiana. En esa línea, un “matrimonio de levirato (como el de las mujeres judías  sometidas a los hombres) o una institución levirática como un tipo de Iglesia católica donde las mujeres se encuentra sometidas “jerárquicamente” a los hombres, carece de sentido. Ciertamente, un tipo de ortodoxia o catolicismo posterior ha aceptado este texto de Jesús, pero lo ha arrinconado (como si fuera un pasaje de puro folklore), instituyendo unos ministerios leviráticos de varones que se creen superiores ante Dios y siguen dominando a las mujeres. Buena prueba de ello son las razones “antievangélicos” que cierta jerarquía sigue aduciendo para no “ordenar” a las mujeres.
  4. Sólo en ese sentido se puede hablar una Resurrección que empieza ya aquí, en esta vida y que se aplica de igual forma a varones mujeres. La prueba de Jesús viene dada por el texto clave de Ex 3, 6 (y de otros pasajes del AT), donde Dios se presenta como “Dios de Abraham, Isaak y Jacob”, es decir, al mismo tiempo (pues Jesús iguala a varones y mujeres) como “Dios de Sara y Agar, de Rebeca, Raquel y Lea…”. Éste es el Dios que está presente y se revela (vive en los hombres y mujeres, que siguen viviendo en su memoria y en la vida de la historia por encima de la muerte).

Presentación y división del texto.

Tal como lo he dividido, el texto tiene tres partes. La primera trata de la ley del levirato y del caso de la mujer de siete maridos. La segunda del matrimonio y los ángeles.  Los saduceos ridiculizan la resurrección de los muertos, hablando una mujer que había sido “propiedad” de siete maridos. ¿De quién de ellos será al fin de los tiempos? La cuestión ha sido bien planteada: no alude a la mera supervivencia espiritual sino a realización integral de la persona, dentro de un grupo social (de una familia), en un cielo realísimo, de maridos y mujeres, de propiedades y tierras. Es evidente que una mujer concebida como propiedad del varón no tiene cabida en el Reino de la resurrección, en el que todo se vuelve actual, pues ella tendría que ser concebida como propiedad de siete varones. En este contexto se plantea le ley del levirato.

Ley del Levirato:

“Si unos hermanos viven juntos y muere uno de ellos sin dejar hijo, la mujer del difunto no se casará fuera de la familia con un hombre extraño. Su cuñado se unirá a ella y la tomará como su mujer, y consumará con ella el matrimonio levirático… (Dt 25, 5).   Éstos son los fundamentos y sentido de esa “ley”

La herencia debe mantenerse en la familia o clan, de forma que la mujer no vale por sí misma, sino al servicio de la herencia y familia. El texto supone, dentro del espíritu de continuidad familiar, que cada hombre, fundador de familia, posee una tierra y que debe legarla a sus descendientes, dentro de una “federación” de familias libres. Si un hombre muere sin dejar herencia, su tierra podría convertirse en propiedad de otros… Por eso, la viuda debía casarse de nuevo dentro de la familia. Leer más…

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La resurrección: ¿mito o realidad? Domingo 32 Ciclo C

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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imageAntonio Ciseri, Martirio de los siete hermanos Macabeos

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El martes pasado celebramos la fiesta de los difuntos. Miles de personas habrán visitado los cementerios, o los habrán recordado y asistido a la eucaristía. Pero las actitudes ante la muerte habrán sido muy distintas: desde una gran fe en la resurrección hasta la duda o incluso la negación. Las lecturas de este domingo nos ofrecen dos actitudes muy distintas ante la esperanza de otra vida: la de quienes creen firmemente en ella (los siete hermanos del libro de los Macabeos) y la de quienes bromean sobre la cuestión (los saduceos).

Los israelitas y la fe en la resurrección

           El evangelio de Marcos cuenta algo muy curioso: después de la Transfiguración, cuando Jesús baja del monte con Pedro, Santiago y Juan, les dice: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el hijo del hombre resucite de la muerte». Y añade el evangelista que los tres apóstoles discutieron sobre «qué querría decir aquello de resucitar de la muerte» (Mc 89,-10).

Efectivamente, en contra de lo que muchos piensan, el pueblo de Israel no tuvo en los siglos antes de Jesús una idea clara de la resurrección. Más bien se daba por supuesto que el hombre, cuando moría, descendía al Sheol, donde llevaba una forma de vida en la que no era posible la felicidad ni tenía lugar una visión de Dios. La oración que pronuncia el piadoso rey Ezequías (siglo VIII a.C.) expresa muy bien la opinión tradicional (Isaías 38,18-19).

            «El Abismo no te da gracias, ni la Muerte te alaba,

            ni esperan en tu fidelidad los que bajan a la fosa.

            Los vivos, los vivos son los que te dan gracias, como yo ahora.»

            Los judíos comienza a creer en la resurrección en los últimos siglos del Antiguo Testamento; los testimonios más claros proceden del siglo II a.C., en el libro de Daniel y en 2 Macabeos. Debió de contri­buir mucho a implantar esta fe la idea de que quienes morían por ser fieles a Dios y a sus manda­mientos debían recibir una recompensa en la otra vida. La última visión del libro de Daniel termina con estas palabras: «Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua» (Daniel 12,2). Y, poco después, el ángel dice a Daniel: «Te alzarás a recibir tu destino al final de los días» (Daniel 12,13).

Los que se toman la resurrección en serio

            El libro segundo de los Macabeos contiene en el c.7 una leyenda sobre la muerte de siete hermanos junto con su madre, en la que se afirma claramente la fe en la resurrección. Un fragmento de ese capítulo constituye la primera lectura de este domingo.

            «En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.»

            El segundo, estando para morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna. »

            Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.»

            El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida».

Los que se toman la resurrección en broma

           Esta fe en la resurrección fue aceptada plenamente por los fariseos. En cambio, los saduceos la rechazaban como novedad e intentan discutir sobre el tema con Jesús. El evangelio de Lucas lo cuenta de este modo:

            En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

            ‒ Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.

            Jesús les contestó:

            ‒ En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor «Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob». No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.

Los saduceos

           Los saduceos formaban uno de los grandes grupos religioso-políticos de la época de Jesús, junto con los fariseos, los esenios y los sicarios. Su nombre deriva de Sadoc, sumo sacerdote en tiempos de Salomón. Aunque el partido estaba com­puesto en gran parte por sacerdotes, también lo integraban seglares. Su rasgo más destacado es que pertenecían a la aristo­cra­cia. «Esta doctrina es profesada por pocos, pero éstos son hombres de posición elevada» (Flavio Josefo, Antigüedades de los Judíos XVIII, 1, 4).

            Aparte de su condición de aristócratas, otro rasgo característico es que únicamente reconocían como vinculante la Torá escrita (el Pentateuco) y rechazaban «las tradiciones de los antepasados». Como consecuencia de lo anterior, negaban la resurrección de los cuerpos y cual­quier tipo de supervivencia personal.

El argumento de los saduceos: la ley del levirato

      El argu­mento que aducen es muy simple e irónico, basado en una ley antigua. En Israel, como entre los asirios e hititas, se pretendía garanti­zar la descendencia y la estabilidad de los bienes familiares mediante una ley que se conoce con el nombre latino de «ley del levirato» (de levir, «cuñado»), y dice así: «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel.» (Dt 25,5-6).

            Los saduceos parten de la idea, exten­dida entre algunos ju­díos de la época, de que la vida matrimonial conti­nuaba después de la resurrección. Entonces, ¿cómo se resuelve el caso de los siete hermanos que han tenido la misma mujer? La pregunta de los saduceos es inteli­gente: no niegan de entrada la resurrec­ción, al contrario, parecen afirmar­la («cuando resuci­ten»); pero proponen una difi­cultad tan grande que el adversario puede sentirse obligado a reconocer su derrota y negar esa resurrección.

            «Si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño; su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se extinguirá su nombre en Israel. Pero si el cuñado se niega a casarse, la cuñada acudirá a las puertas, a los ancianos, y declarará: ‘Mi cuñado se niega a transmitir el nombre de su hermano en Israel, no quiere cumplir conmigo su deber de cuñado’. Los ancianos de la ciudad lo citarán y procura­rán convencerlo; pero si se empeña y dice que no quiere tomarla, la cuñada se le acercará, en presencia de los ancianos, le quitará una sandalia del pie, le escupirá en la cara y le responderá: ‘Esto es lo que se hace con un hombre que no edifica la casa de su hermano’ Y en Israel le pondrán por mote ‘La casa del Sinsandalias” (Dt 25,5-10).

        La respuesta de Jesús

           Jesús se limita a indicar la diferencia radical entre la vida presente y la futura. «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán». Los saduceos entienden la vida futura como una reproducción literal de la presente (muchas mujeres, y también muchos hombres, dirían que para eso no vale la pena resucitar). Para Jesús, en cambio, las relaciones cambian por completo: varones y mujeres serán «como ángeles de Dios».

            Para comprender esta comparación con los ángeles hay que tener en cuenta la mentalidad dualista que reflejan algunos escritos judíos anterio­res, como el Libro de Henoc. En él se distinguen dos clases de seres: los carnales (los hombres) y los espiritua­les (los ánge­les). Los primeros necesitan casarse para garantizar la procrea­ción. Los segundos, no. A los primeros, Dios «les ha dado mujeres para que las fecunden y tengan hijos y así no cese toda obra sobre la tierra». Y a los ángeles se les dice: «Voso­tros fuisteis primero espirituales, con una vida eterna, inmor­tal, por todas las generaciones del mundo. Por eso no os he dado mujeres, porque la morada de los espirituales del cielo está en el cielo» (Henoc 15,4-7). En este texto, la mujer es vista exclusivamente desde el punto de vista de la procreación, y el matrimonio no tiene más fin que garantizar la supervivencia de la humanidad.

            A la luz de este texto, la comparación con los ángeles significa que la humanidad pasa a una forma nueva de existen­cia, inmortal, en la que no es preciso seguir procreando. De las palabras de Jesús no pueden sacarse más conclusiones sobre la vida de los resucitados. El solo pretende desvelar el equívoco en que se mueven los saduceos y la mayoría de sus contemporáneos en este punto. Lo curioso es que Jesús diga esto a un grupo religioso que tampoco cree en los ángeles.

La resurrección

            Resuelta la dificultad, pasa a demostrar el hecho de la resurrec­ción. Los rabinos fundamentaban la fe en la resurrección usando tres recursos:

            1) Citas de la Escritura (los puedes ver en el apartado siguiente);

            2) Relatos del AT de resurrección de muer­tos (los de Elías y Eliseo);

            3) Argumentos de razón.

          Jesús se limita al primer recurso citando las palabras de Dios a Moisés cuando se le revela en la zarza ardiente: «Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob». Conviene recordar que estas palabras formaban parte de una de las dieciocho bendiciones que todo judío piadoso rezaba tres veces al día. Por tanto, se trata de palabras conoci­das y repetidas continuamente por los saduceos, pero de las que no extraen la consecuencia lógica: «Dios no es un Dios de muer­tos, sino de vivos». A una mentalidad crítica, esta argumen­tación puede resultarle de una debilidad sorprendente. Sin embargo, no es tan débil. Más bien, deja clara la debilidad del punto de vista de los saduceos, que confiesan una serie de cosas sin querer aceptar las conclusiones. Desde el punto de vista de un debate teológico, es más honesto negarlo todo que afirmar algo y negar lo que de ahí se deriva.

            Años más tarde, en algunos cristianos de Corinto se daba una actitud parecida a la de los saduceos. Aceptaban y confesaban que Jesús había resucitado, pero negaban que los demás fuésemos a resucitar. Se aceptaba el evangelio como algo válido para esta vida, pero se negaba su promesa de otra vida definiti­va. Esta contradicción es la que ataca Jesús en los saduceos.

            Si mi interpretación es exacta, este texto no serviría para demos­trarle a un ateo que existe la resurrección. El texto se dirige más bien a gente de fe, como nosotros, que dudan de sacar las consecuencias lógicas de esa fe que confiesan.

29abril2011

La convicción de Jesús

A lo largo de todo el evangelio, Jesús manifiesta una certeza absoluta sobre la realidad de otra vida después de la muerte. Es algo que le sale espontáneo, en las circunstancias más distintas. En esa nueva vida se consigue la recompensa que Dios nos prepara, se justifican los sacrificios, incluso de la vida, por difundir el evangelio, se enjugan las lágrimas (como dirá el Apocalipsis). Nada de lo que dice y hace Jesús se comprende sin ese convencimiento. Nosotros, que somos a menudo muy distintos, debemos pedirle: “Creo, Señor, pero aumenta nuestra fe”.

Textos usados por los rabinos para demostrar la resurrección

            A título de curiosidad recojo esos textos. Desde un punto de vista crítico, algunos carecen de valor, están traídos por los pelos. El más valioso es el último, el de Isaías. Recuerdo que los judíos no admiten como inspirados los libros de los Macabeos, y no usan la primera lectura de hoy para argumentar.

             Dt 4,4: «Vosotros, que habéis seguido unidos a Yahvé vuestro Dios, estáis hoy todos vivos».

            Dt 11,9: «Prolongaréis vuestros años sobre la tierra que el Señor, vuestro Dios, prometió dar a vuestros padres y a su descendencia: una tierra que mana leche y miel.»

            Dt 31,16: «El Señor dijo a Moisés: Mira, vas a descansar con tus padres…»

            Is 26,19 «¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.»

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Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. 06 noviembre, 2022

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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“… y es que ya no pueden morir, pues son como ángeles; son hijos de Dios, porque han resucitado”.

(Lc 20, 27-36)

El Evangelio de este domingo nos plantea una cuestión muy seria. Más allá del lio de los siete maridos, lo que pone sobre el tapete es el tema de la Resurrección.

Y no es tan fácil como en Pascua. En Pascua hablamos de la resurrección de Jesús, la celebramos y con la primavera se nos va llenando todo de vida, de esperanza y de colores. Podríamos decir que creer en la resurrección de Jesús es fácil, es lo que esperamos durante toda la cuaresma. Esperamos que la vida venza sobre la muerte. Esta es la esperanza cristina: la muerte no tienen la última palabra.

Hasta aquí todo bien. Pero el evangelio de hoy no nos habla de la resurrección de Jesús, no. Lo que nos pregunta este evangelio es: ¿qué esperamos, qué creemos que hay después de la muerte, de la nuestra y de la nuestros seres queridos? ¿Qué creemos que es morir?

Pregunta difícil, incómoda, sobre todo si la muerte está presente y cercana en nuestra vida. Una manera de saber verdaderamente qué creemos que hay después de la muerte es pararnos a pensar en qué le hemos dicho a una persona cercana cuando ha fallecido un ser querido o más aún; qué hemos pensado y sentido ante la muerte de una persona a la que queríamos.

¿Creemos realmente que la muerte es de verdad la Pascua? Ese paso que nos conduce a ser en plenitud aquello que anhelamos. ¿Creemos de verdad en la VIDA (con mayúsculas) que inaugura Jesús? ¿Te lo crees?

Oración

Trinidad Santa, no permitas que nos dejemos arrastrar por las redes de nuestra sociedad

que nos quiere hacer creer que no existe la muerte, ni la enfermedad, ni el dolor…

y con ello nos vuelve incapaces de hacerles frente con humanidad y madurez.

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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El más allá no es una continuación del más acá.

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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DOMINGO 32 (C)

Lc 20,27-38

Estamos en Jerusalén. Lc ya ha narrado la entrada solemne y la purificación del Templo. Sigue la polémica. Los saduceos, que tenían su bastión en torno al templo, entran en escena. Era más un partido político que religioso. Estaba formado por la aristocracia laica y sacerdotal. Preferían estar a bien con la Roma y no poner en peligro sus intereses. Solo admitían el Pentateuco como libro sagrado. Tampoco admitían la tradición. No creían en la resurrección. Jesús no responde a la pregunta sino a lo que debían haber preguntado.

El planteamiento responde a una visión mítica. Lo que encerraba una verdad desde esa visión, se convierte en absurdo cuando lo entendemos racionalmente. Pensar y hablar del más allá es imposible. Es como pedirle a un ordenador que nos dé el resultado de una operación sin suministrarle los datos. Ni siquiera podemos imaginarlo. Puedo imaginar lo que es una montaña de oro aunque no exista en la realidad, pero tengo que haber percibido por los sentidos lo que es el oro y lo que es una montaña. No tenemos datos objetivos para imaginar el más allá. Todo lo que llega a la mente entra por los sentidos.

Las imaginaciones carecen de sentido. Lo racional es aceptar que no sabemos nada. El instinto más visceral de todo ser vivo es la permanencia en el ser; de ahí que la muerte se considere como el mal supremo. Para el ser humano, con su capacidad de razonar, ningún programa de salvación será convincente si no supera su condición mortal. Si el hombre considera la permanencia en el ser como un valor absoluto, también considerará como absoluta su pérdida. Todos los intentos por encontrar una solución serán inútiles.

Todos queremos ser eternos en nuestro yo individual porque no hemos descubierto nuestro verdadero ser, más allá de nuestra contingencia. Esa contingencia no es un fallo, sino mi propia naturale­za; por lo tanto no es nada que tengamos que lamentar ni de lo que Dios tenga que librarnos, ni ahora ni después. Mis posibilidades de ser solo las puedo desplegar aquí y ahora, a pesar de esa limitación. No creo que sea coherente el postular para el más allá un cielo maravilloso mientras seguimos haciendo de la tierra un infierno.

Nuestro ser, que creemos autosuficiente, hace siempre referencia a Otro que me fundamenta, y a los demás que me permiten realizarme. La razón de mi ser no está en mí sino en Otro. Yo no soy la causa de mí mismo. No tiene sentido que considere mi propia existencia como el valor supremo. Si mi existir se debe al Otro, Él será el valor supremo también para mi ser individual y aparentemente autónomo. Si un ser eterno se relaciona conmigo, esa relación no puede terminar y mi relación con Él también será eterna.

El pueblo de Israel empezó a reflexionar sobre el más allá unos 200 años antes de Cristo. El concepto de resurrección no se acuñó hasta después de las luchas macabeas. Los libros de los Macabeos, se escribieron hacia el año 100 a C. El libro de Daniel, se escribió hacia el año 164 a C. Anteriormente solo se pensó en la asunción al “cielo” de determinadas personas que volverían a la tierra para llevar a cabo una tarea de salvación; no se trataba de resurrección escatológica sino de una situación de espera en la reserva para volver.

Puede parecernos ridículo el planteamiento de los saduceos, pero la inmensa mayoría de los cristianos hoy siguen pensado en un más allá con unos ojos que les permitirán ver a sus seres queridos, con unos brazos que les permitirán abrazarlos y con una lengua que les permitirá comunicarse con ellos. Esto es tan ridículo como la propuesta saducea.

Los semitas, no conocen un alma sin cuerpo, no podían imaginar un ser humano sin cuerpo. Ni siquiera tienen una palabra para expresar el cuerpo sin alma. Nuestra doctrina sobre el más allá nace de la fusión de dos concepciones opuestas del ser humano, la judía y la griega. Nuestra predicación sería incomprensible para Jesús. La palabra que traducimos por alma quiere decir “vida” y la que traducimos por cuerpo, quiere decir “persona”.

El NT proclama la resurrección de los muertos. Nosotros hoy pensamos en la supervivencia del alma. No es esa la idea que nos quiere trasmitir la Biblia. Nos hemos apartado totalmente del pensamiento bíblico y ha prevalecido la idea griega, aunque tampoco la hemos conservado con exactitud. Para los griegos no se necesitaba ninguna intervención de Dios para que el alma subsistiera y la resurrección del cuerpo era un flaco favor.

La base de toda reflexión sobre el más allá está en la resurrección de Jesús. La experiencia que de ella tuvieron los discípulos es que Dios realizó plenamente en él la salvación. Jesús sigue vivo con una Vida que ya tenía cuando estaba con ellos, pero que no descubrieron hasta que murió. En él, la última palabra no la tuvo la muerte sino la Vida. Esta es la principal aportación del texto de hoy: “serán como Ángeles, hijos de Dios”.

¿Cómo permanecerá esa Vida que ya poseo aquí y ahora? Ni lo sé ni puedo saberlo. No debemos rompernos la cabeza pensando cómo va a ser ese más allá. Lo que de veras me debe importar es el más acá. Descubrir que Dios me salva aquí y ahora. Vivenciar que hoy es ya la eternidad para mí. Que la Vida definitiva la poseo ya en plenitud. En la experiencia pascual, los discípulos descubrieron que Jesús estaba vivo. No se trataba de la vida biológica sino de la Vida divina que ya tenía antes de morir, a la que no afectó la muerte.

Los cristianos hemos tergiversado hasta el núcleo central del mensaje de Jesús. Él puso la plenitud del ser humano en el amor, en la entrega total, sin límites, a los demás. Nosotros hemos hecho de esa misma entrega una programación. Soy capaz de darme, con tal que me garanticen que esa entrega terminará por redundar en beneficio de mi ego. Jesús predicó que la plenitud humana está en la entrega total. Mi objetivo cristiano debe ser deshacerme, no permanecer en el falso yo. Justo lo contrario de lo que pretendemos.

Te preocupa lo que será de ti después de la muerte ¿Te ha preocupado alguna vez lo que eras antes de nacer? Tu relación con el antes y con el después responde al mismo criterio. No vale decir que antes de nacer no eras nada, porque entonces hay que concluir que después de morir no serás nada. La eternidad no es una suma de tiempo sino un instante que está más allá del tiempo. Desde la visión más tradicional, para Dios soy igual en este instante que antes de nacer o después de morir. Desde la visión de Dios que tenemos hoy, no somos nada distinto de Él y en Él siempre hemos sido y seremos lo mismo.

“…porque para Él, todos están vivos”. ¿No podría ser esa la verdadera plenitud humana? ¿No podríamos encontrar ahí el auténtico futuro del ser humano? ¿Por qué tenemos que empeñarnos en que nos garanticen una permanencia en el ser individual para toda la eternidad? ¿No sería muchísimo más sublime permanecer vivos solo para Él? ¿No podría ser que el consumirnos en favor de los demás fuese la auténtica consumación del ser humano? ¿No es eso lo que celebramos en cada eucaristía?

Meditación

Para Dios todo está en un eterno presente.
Como ser humano puedo vivir conscientemente mi relación con el Absoluto.
La experiencia de lo Absoluto es mi verdadera Vida.
No confundir con mi vida biológica que solo es un accidente.
Mi presente se funde con mi pasado y mi futuro.
Desde mi contingencia, puedo experimentar un ahora eterno.

Fray Marcos

Fe Adulta

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¿Y tras la muerte…?

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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23b7d1777733a10cd995a2ce2dfaa857James J. Tissot, detail of ‘The Pharisees Question Jesus’ (1886-94), gouache on gray wove paper, Brooklyn Museum, New York.

Lc 20, 27-39

«Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, porque todos son vivos para Él»

El libro de J. Gaarder, “El mundo de Sofía”, comienza con una pregunta inquietante: “¿Quién eres?”, y ante ella, su protagonista, Sofía, se plantea esta sencilla reflexión: «Estamos aquí y ahora rodeados de personas animales y cosas, somos conscientes de ello y es fantástico vivir. Luego desaparecemos de este mundo ¿No es injusto que se nos dé algo para arrebatárnoslo después?» …

¿Qué nos espera tras la muerte? No lo sabemos; y no lo sabemos porque no sabemos quiénes somos. Mejor dicho, cada uno tiene su propia concepción de sí mismo, pero, en general, sus dudas al respecto son más fuertes que sus certezas. Para unos, somos mera contingencia caduca condenada a desaparecer. Para otros, la minúscula porción de un Cosmos sacralizado al que identifican con Dios; es decir somos nada menos que “existencia de Dios”. Hay quien piensa que somos mera ilusión, y quien cree que somos los hijos amados con locura por un Dios personal que nos espera al otro lado de la muerte.

¿Quiénes somos?… Aparentemente somos cuerpo que se deteriora con la edad y acaba muriendo y descomponiéndose. Es evidente que no podemos contar con él si soñamos con más vida tras la muerte. Pero no importa, también somos mente; pensamiento. Los eleáticos —incluidos Parménides, Platón, Aristóteles o Descartes— identifican el ser con el pensar, es decir, creen que la mente es lo único que determina nuestra existencia: «Pienso, luego existo». Pero el cerebro, soporte del pensamiento, también muere. Entonces, ¿qué nos queda?

Todo lo que tengo, incluido mi cuerpo y mi cerebro, se me escapará un día de las manos. Solo me quedará lo que soy. Me gusta pensar que soy ese “soplo de Dios” del que nos habla el Génesis, es decir, que soy amor, libertad, tolerancia y compasión; que el cuerpo, el cerebro, e incluso el conocimiento y la experiencia, son pertenencias caducas que no forman parte de mí. Pero ¿cuál es el bagaje que me acompañará al otro lado de la muerte?… ¿Me acompañará el sentimiento de identidad personal?… ¿O soy como la ola que tras romper en las rocas queda diluida en el mar?… ¿Cómo influirá mi vida aquí, en este mundo, en mi vida tras la muerte?… No lo sé. Son preguntas para las que no tengo respuesta racional.

Pero donde falla la razón surge la esperanza. Esperanza en que la muerte no sea el fracaso definitivo e inapelable, el absurdo por excelencia, el sinsentido mayor que cabe concebir… Pero esta esperanza no es gratuita, sino que hunde sus raíces en la fe, y por eso envidio sinceramente a quienes creen “de verdad” en el Dios de Jesús; a quienes confían plenamente en lo que Abbá tenga preparado para nosotros en el momento de la muerte… A quienes le creen a Pablo cuando dijo a los cristianos de Corinto que “ni ojo vio, ni oído oyó, ni inteligencia humana puede siquiera concebir lo que Dios tiene preparado para sus hijos”.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Dios no lo es de muertos sino de vivos.

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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17mayo2011

Recientemente he leído el proceso de pasar de discusiones elucubrativas sobre la religión…a una experiencia viva de la Vida, de la mano de una mística actual.

Hoy ante este evangelio complicado que mantiene a los círculos del poder económico y religioso entretenidos buscando respuestas, sólo me nace una reflexión que deseo compartir: las elucubraciones y preguntas mentales no nos introducen en el inmenso pozo de la Vida, más bien, nos dejan más secos y más sedientos.

Siento una invitación enorme a sugerir a los lectores que leen y leen y tratan de acoplar y entender…que paren y respiren.

El evangelio no es un manual de conducta ni de respuestas a todo lo que la mente desea conocer.

El evangelio es una brújula hacia dentro, hacia nuestro centro, donde habita la vida. Y desde allí, a donde el silencio nos indique.

De cada vez percibo con más claridad lo confuso de los diálogos sobre Dios… sin una experiencia interior que nos haga hacer silencio porque roza lo sagrado.

Es en ese pozo infinito de sabiduría del silencio habitado que el corazón se explaya y la mente se centra en el silencio que lo explica todo.

Somos cientos de miles las personas que después de tratar de entender, de estudiar, de profundizar, de buscar… hemos llegado a la conclusión tan acariciada por personas que nos han precedido “te buscaba fuera y estabas dentro”.

Recientemente he asistido a la profesión de los Consejos Evangélicos de una mujer médico, siempre en contacto con la vida, buscadora empedernida del Amor en las personas, en la naturaleza, en los pobres… era el pasado domingo, donde ante sus amigos y familiares nos decía: ahora lo entiendo todo, esa entrega de todo mi ser al silencio, me hace feliz, me llena, me da la respuesta a todas las preguntas posibles, a todas mis ansias.

Sentarte en un rincón de tu casa o jardín silencioso, respirar, entrar y acoger ese espacio sagrado que vas descubriendo, como una gran tienda de refugio en el silencio de la noche de la vida, ahí, acompañada por millones de personas que practicamos el mismo silencio consciente, te descubrirás hermana y hermano de todo el Universo, de todo lo que es vida porque habrás entrado en la Vida. Y como dice el evangelio ahí todos somos iguales, hermanas y hermanos, disfrutando de la Vida que por un tiempo se nos regala, para que la compartamos y disfrutemos.

Si deseas acompañamiento en ese silencio, ponte en contacto, tenemos sesiones presenciales y online, totalmente gratuitas y gratificantes.

Feliz Semana.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

espiritualidadintegradoracristiana.es

Fuente Fe Adulta

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Muerte y vida

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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-1Domingo XXXII del Tiempo Ordinario 

06 noviembre 2022

Lc 20, 27-38

 

Ante el hecho de la muerte, se dan diferentes posturas: unos piensan que constituye el final de todo; otros imaginan una continuidad con la existencia presente, liberada del sufrimiento; hay quienes guardan silencio y hay quienes se han liberado del miedo a la muerte, porque han cesado de identificarse con el yo.

Los saduceos del relato -que constituían la élite religiosa, económica y política del pueblo judío- están convencidos de que todo acaba con la muerte, con el argumento (religioso) de que la resurrección no aparece en los grandes libros de la Biblia (el Pentateuco). Desde esa perspectiva, tratan de ridiculizar la creencia en la resurrección, imaginándola como un calco de la existencia que conocemos, idea que las propias religiones han fomentado.

En realidad, ante la perspectiva de lo que se nombra como “el más allá”, la humanidad ha dado cuatro respuestas: la negación completa, la reencarnación, la inmortalidad y la resurrección. Dependiendo del momento histórico y del ámbito sociocultural, ha predominado una creencia u otra. Con todo, me parece importante reconocer que se trata solo de eso, de creencias.

Una creencia es una construcción mental. En el caso de estas tres que acabo de mencionar, se trata de tres “mapas” que apuntan en una dirección común: la vida no muere. Aunque cada uno de ellos lo exprese, interprete e imagine de un modo particular.

Investigaciones recientes sobre experiencias cercanas a la muerte (ECM) parecen apuntar en aquella dirección, si bien las interpretaciones que se hacen de las mismas son deudoras -no puede ser de otro modo- de los esquemas mentales de quien las ha vivido.

Desde la sabiduría, todo se apoya en la comprensión. Comprensión que nos hace reconocer que no somos el yo -cuerpo, mente, psiquismo- con el que nuestra mente tiende a identificarnos, sino la consciencia una, la vida o, sencillamente, lo no-nacido. Al cesar la identificación con el yo, desaparecen el miedo a la muerte y la misma pregunta por el más allá. Tanto el miedo como la pregunta nacen del yo, inquieto o atemorizado por su destino. De ahí que, cuando cae aquella identificación, se produce lo que repite la sabiduría sufí: “Quien muera antes de morir [quien ha comprendido que no es el yo], cuando le llegue la muerte, no morirá”.

Parece claro que todo lo que nace habrá de morir y que lo único que no muere es lo no-nacido. Con lo cual, el hecho de la muerte constituye un desafío para nuestra propia autocomprensión: ¿qué soy yo?

¿Cómo vivo la muerte?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La vida es la vida, defiéndela (Teresa de Calcuta)

Domingo, 6 de noviembre de 2022
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- ¿Qué nos cabe esperar en la vida (y en la muerte).

    Recuerdo cómo Eugenio Romero Posse, (sacerdote y obispo gallego, 1949-2007) consciente de su, más o menos, cercana muerte por la enfermedad, decía que: solamente vivimos en plenitud cuando hemos asumido en la vida nuestra propia muerte.

La muerte problematiza toda la existencia. Probablemente uno no vive sereno hasta que no se plantea y resuelve el problema de la muerte.

Estos días de comienzos de noviembre: Todos los Santos y Difuntos, así como ya la “recta final” del año litúrgico, nos hablan y sitúan ante el final de la vida y ante la finalización de la historia, todo lo cual ha reaviva en nosotros las cuestiones de la esperanza y la resurrección.

¿Qué nos cabe esperar en la vida? ¿En quién está nuestro futuro? ¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La Palabra de este domingo trata de pensar un poco en estas cosas. Las dos lecturas de hoy (incluidos los salmos místicos) son aproximaciones, a lo que fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel: la fe en la Resurrección,

La Palabra de hoy es una invitación a meditar sobre el sentido del vivir y del morir, que de alguna manera siempre ha inquietado al ser humano. La fe en un Dios que nos ha creado para la vida fue madurando lentamente en Israel hasta culminar en la persona de Jesús. Con el don de su vida, muerte y resurrección, Él nos ha enseñado a vivir el presente con un significado nuevo, abriéndonos a un horizonte de eternidad insospechado.

02.- Vale la pena morir cuando se espera la resurrección. (II Macabeos).

El segundo libro de los Macabeos está escrito casi en vísperas del nacimiento de Jesús, escrito hacia el año 100 aC.

Es una de las primeras veces en las que se afirma aquí en todo el AT la fe explícita en la resurrección del ser humano.

La esperanza de los fieles del AT en la resurrección se confirma y se hace más explícita en los tiempos difíciles. Los mártires, alentados por la fe en una vida eterna, se mantienen firmes e insobornables en el cumplimiento de la Ley. Saben que Dios, que les ha dado el cuerpo, es también poderoso para resucitarlo.

Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará.

La fe en Dios, en Cristo resucitado y desde ellos la fe en la resurrección suponen un nivel alto confianza en Dios.

Los saduceos tramposos.

    Los saduceos eran la aristocracia sacerdotal (provenientes del sacerdote Sadoc en tiempos de David y Salomón), constituían la clase alta de Israel. Eran pocos, ricos y poderosos.

El pueblo de Israel había llegado ya a la fe en la resurrección, pero curiosamente la alta sociedad saducea no creía en la resurrección. Esta es la razón por la que le tienden a Jesús una pregunta trampa aparentemente matrimonial, pero que en el fondo está la cuestión de la resurrección.

    A los saduceos, que no creían en la resurrección, no les importaba nada de quién iba a ser aquella mujer y le hacen una pregunta “trampa” a Jesús. Lo que pretenden es pillarle a Jesús acerca de la resurrección. Si no creéis en la resurrección ¿a santo de qué preguntáis a Jesús de quién será aquella mujer?

03.- Dios de vivos.

Jesús elegantemente sobrevuela el legalismo de aquella gente poderosa y deja de lado la ley del levirato escrita en el libro del Deuteronomio, que obligaba a la mujer a casarse con el o los hermanos de su marido muerto y se remonta al origen.

En el más allá la vida no necesitará procreación, por lo que no hará falta casarse y, en todo caso, lo que importa es que viviremos, porque nuestro Dios no es de muertos, sino de vida.

04.- Poco más podemos verificar y mucho más podemos esperar.

De un tiempo –más bien largo- a esta parte es masiva la despreocupación, cuando no el desprecio hacia la muerte y la resurrección.

Sin embargo todas las culturas de todos los tiempos han cultivado la esperanza en la vida más allá de la muerte. Las modalidades culturales de hacerlo han sido varias, fundamentalmente inmortalidad, reencarnación y resurrección.

La miopía y la ceguera de la sociedad no significa que no exista la luz, sino que yo soy quien no veo o no quiero ver.

Habremos de echar mano de la fe y de la esperanza.

Creer y esperar en la resurrección no es creer en un acto de magia o de prepotencia, sino un fiarse hasta el final de lo que Jesús nos dijo: Dios es señor de la vida, no de la muerte. Yo soy la resurrección y la vida.

    No es que somos inmortales. La inmortalidad no necesita de Dios. El fundamento de la resurrección no es nada humano, sino Dios, que nos rescata de la muerte.

    Para la fe en la resurrección como para todo en la vida es necesaria una gran sensibilidad humana, de corte espiritual  y cristiana.

05.- Nuestras vidas no terminan en la muerte.

    Cuando la muerte se nos presenta en nuestro derredor o en nosotros mismos, nos sitúa ante un gran abismo, insondable e incomprensible. Una postura sensata es la de no comprender, pero confiar, que fue la actitud de muchas personas del AT.

    Nuestro Dios es Dios de la vida, no de la muerte

Dios no abandonará mi vida en la muerte, no dejarás a tu fiel amigo conocer la corrupción. Me enseñarás el camino de la vida. Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua junto a Ti. (Salmo 16).

Dios es el sentido y la meta de nuestra vida

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La muerte está vencida

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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¡Ver los cementerios como un lugar de vida! Es en la Eucaristía donde estamos más en comunión con nuestros difuntos. Sin embargo, los cementerios son una proclamación magnífica de la esperanza en la resurrección de la carne, bien más allá del postulado simple y arbitrario de una cierta supervivencia del alma. Allí están aquellos a los que los primeros cristianos llamaban ” los durmientes “. Y es a sus hermanos vivos para Dios, por quien los cristianos van a visitar el cementerio. Si se va a la tumba del Cristo, aunque esté vacía, precisamente es porque allí se produjo la resurrección de Cristo, la prenda de nuestra propia resurrección. Mantengamos nuestras tumbas pero no cultivemos la flor del tormento, de la culpabilización. Tenemos algo mejor que hacer: reguemos la flor de la Fe, entonces hagamos de nuestros cementerios  bellos jardines de esperanza! “

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Père Pierre Trevet

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¡La Eucaristía! Es el regalo más bello que puede ofrecerse a los que “se fueron”. La Salvación ya ha sido dada de una vez para siempre por la muerte y la resurrección de Cristo, pero la actualización de la misa va a abrir el corazón del difunto y a alumbrarlo con una luz nueva. Si está en el “Purgatorio“, la misa es potencia de liberación. Si ya está en el Cielo, podrá utilizar este don con una “inteligencia” celeste para los de la tierra que lo necesitan más. Comprendamos que es también un regalo para los vivientes porque purificar y lavar nuestra historia pasada aporta bendición en el presente y en el futuro.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , , ,

02 de Noviembre de 2022. Fieles Difuntos

Miércoles, 2 de noviembre de 2022
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Job 19,1.23-27a

Yo sé que está vivo mi Redentor

Respondió Job a sus amigos:

“¡Ojalá se escribieran mis palabras, ojalá se grabaran en cobre, con cincel de hierro y en plomo se escribieran para siempre en la roca! Yo sé que está vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán.”

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Salmo responsorial: 24

A ti, Señor, levanto mi alma.

Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.

Ensancha mi corazón oprimido
y sácame de mis tribulaciones.
Mira mis trabajos y mis penas
y perdona todos mis pecados. R.

Guarda mi vida y líbrame,
no quede yo defraudado de haber acudido a ti.
La inocencia y la rectitud me protegerán,
porque espero en ti. R.

***

Filipenses 3,20-21

Transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso

Hermanos:

Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso, con esa energía que posee para sometérselo todo.

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Marcos 15,33-39;16,1-6

Jesús, dando un fuerte grito, expiró

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

-“Eloí, Eloí, lamá sabaktaní“. (Que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

-“Mira, está llamando a Elías.

Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

-“Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.”

Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

-“Realmente este hombre era Hijo de Dios.”

[Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?

Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo:

-“No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron.”]

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Celebrando a Santa María Magdalena, recordamos que la resurrección también es para nosotros

Viernes, 22 de julio de 2022
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planyourvisit_robertlentz_marymagdalene-1El post de hoy es una reflexión para la Fiesta de Santa María Magdalena, que es el próximo jueves 22 de julio. Para encontrar las lecturas de ese día, haga clic aquí.

El colaborador invitado de hoy es Russ Petrus, codirector de FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Antes de su trabajo con FutureChurch, Russ sirvió en el ministerio parroquial en Boston y Cleveland. Tiene una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, completando la mayoría de sus estudios en la Escuela de Teología Weston Jesuit.

El 7 de julio fue mi sexto trabajo con FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Completamente inconsciente de ello, mi esposo Daniel compartió la memoria de Facebook, escribiendo: “Qué gran cambio fue en nuestras vidas cuando te mudaste a este trabajo…” Me inundó la emoción al recordar ese día. A medida que nos acercamos a la fiesta del 22 de julio de Santa María de Magdala, me doy cuenta cada vez más de los ecos de la historia de María en la mía. Y orando con su testimonio, me encuentro, de una manera completamente nueva, confiada y enviada para anunciar la resurrección, tal como ella lo fue hace unos 2.000 años.

Después de años de saber que era gay, finalmente reuní el coraje para salir del armario en 2001 cuando era estudiante de primer año en Canisius College, una escuela jesuita, en Buffalo, NY. Salté a los brazos abiertos del equipo de ministerio del campus que me celebró, mis dones y mis relaciones. Fue durante mis cuatro años de licenciatura que discerní un llamado al ministerio. Salí y me enamoré de Daniel, quien ahora es mi esposo. Finalmente, viviendo auténticamente, amándome a mí mismo y siendo amado por quien era, me sentí realmente vivo. Y especialmente cuando estaba involucrado en el ministerio.

Lucas 8: 2-3 nos dice que, habiendo sido sanada de siete demonios, María de Magdala, junto con otras mujeres, siguió a Jesús y apoyó su ministerio con sus recursos. Me pregunto: ¿Cuáles eran los demonios de los que María fue sanada? Sabemos que no fueron los siete pecados capitales (esa es una invención posterior que le impuso el Papa Gregorio I). Pero, ¿eran el tipo de duda, miedo al rechazo, imágenes de un Dios que no la amaba, una misoginia internalizada similar a la homofobia internalizada, temas que nosotros, como católicos LGBTQ +, también somos demasiado familiares? ¿O eran dolencias físicas, como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o los pensamientos suicidas paralizantes físicamente que tienen demasiadas personas LGBTQ +? Y cuando Jesús la sanó, ¿cómo fue eso? ¿Fue tan simple como mostrar su amor incondicional y abrazarla por lo que era y los dones que tenía para compartir?

Vivo con mi llamado al ministerio, lo seguí a Weston Jesuit School of Theology en Cambridge, MA, y obtuve una Maestría en Divinidad, aprendiendo todo lo que pude, absorbiendo el amor de Dios por mí, por todos nosotros, tal como lo había hecho María Magdala. hecho como siguió a Jesús desde Galilea.

MM-squareCualquiera que sea la apariencia de su curación, María debe haberse sentido verdaderamente viva después de ella: abrazándose a sí misma, siguiendo a Jesús, amando y siendo amada por él, aprendiendo de él y participando en su ministerio. ¿Qué más podría haberla obligado a seguirlo hasta la cruz, incluso cuando los discípulos varones se dispersaron atemorizados?

Después de años de vivir con integridad, las cosas comenzaron a cambiar para mí cuando comencé a trabajar en parroquias diocesanas. La vida honesta y auténtica que una vez había abrazado no fue bien recibida ni acogida en mi propia iglesia. De hecho, ser auténtico se convirtió en una carga, una amenaza para mi sustento y todo por lo que había trabajado y estudiado tan duro. En este ambiente hostil, como los hombres que habían seguido a Jesús, me encontré negando… escondiéndome… traicionando. Pronto volví al armario, coaccionado allí por consejeros y pastores bien intencionados y por amenazas de las autoridades eclesiales. Cerré mi página de Facebook y seleccioné cuidadosamente todo lo que publiqué o se publicó sobre mí. Daniel y yo siempre vivimos en el extremo opuesto de la ciudad de la parroquia para que nadie nos viera accidentalmente por ahí. Si alguien se cruzaba con nosotros en una cita, lo presentaba como mi “amigo”.

Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a repugnar, mostrando serios signos de estrés crónico. Dos terapeutas me dijeron que no podía seguir viviendo esta vida encerrado. Dado el estrés de los dos, no es de sorprender que mi relación con Daniel estuviera en un terreno difícil. Sin embargo, no sabía qué más hacer. Todavía estaba pagando mi título y no pude evitar preguntarme si los catorce años anteriores y los miles de dólares habían sido en vano.

 Los evangelios nos dicen que ya sea sola (Jn 20,1) o con otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 23,55-24,3) María de Magdala se dirige al sepulcro en esa primera Pascua peligrosa. Mañana. ¿Qué pasó por su mente cuando llegó a ungir el cuerpo de Jesús? ¿Se preguntó si todo había sido en vano? ¿Se arrepintió de haber “desperdiciado” sus preciosos recursos? ¿Ungir su cuerpo le traerá el cierre? ¿Podría hacer las paces con todo lo que había sucedido? Y al mirar dentro de la tumba vacía, ¿se sintió confundida y asustada sin saber qué hacer a continuación?

Entonces sucede: ¡Jesús resucitado se le revela! Le confía la Buena Nueva de la Resurrección y la envía a proclamarla en su nombre. Y como fiel seguidora que ha sido todo el tiempo, va y anuncia la noticia a los apóstoles. ¡Resurrección! La vida había cambiado, no solo para ella, sino para todos y para siempre.

Mientras miraba dentro de mi propia cueva oscura, finalmente llegué a la conclusión de que era hora de hacer un cambio, lo que sea que eso signifique. Entonces, abrí una ventana del navegador y comencé mi búsqueda de una nueva forma de ministerio. Y, para mi sorpresa, encontré una vacante para un Director de Programa de tiempo completo en FutureChurch, una organización dedicada a la justicia en la iglesia. ¡Solicité y me contrataron! Como María de Magdala, no podría haber sabido lo que encontraría al enfrentar mi tumba, pero no debería haberme sorprendido al encontrar el amor de Dios por mí incluso en ese lugar desolado.

2a-RussPetrusHoy, vivo mi vida y mi ministerio como mi yo auténtico. Y, con gratitud, recuerdo lo que ese cambio significó para mí y para Daniel: ambos podríamos vivir y ser las personas que Dios amaba. Cuando el matrimonio igualitario se convirtió en la ley del país, nos casamos. Ahora, podemos vivir donde queramos vivir, y cuando salimos en una cita, puedo presentarlo con orgullo como mi esposo. Una vez más soy el católico gay ruidoso y orgulloso que amaba ser. ¡Resurrección!

Mientras me esfuerzo por vivir mi llamado, me solidarizo con otros que están luchando: con Dios, con la Iglesia, con la familia, con mis compañeros de trabajo o con otras personas importantes. He experimentado mis propios demonios, mi propio llanto en una tumba vacía. Sin embargo, con gratitud, sé que la resurrección no fue solo para Jesús. Lo compartió. Con María de Magdala primero, y con todos nosotros –como algo para vivir, algo para anunciar– cada día de nuestra vida. Entonces, mientras celebramos la Fiesta de Santa María de Magdala, invito a aquellos que están sufriendo a manos de los líderes de la iglesia a recordar a María de Magdala, orar con ella y confiar en el amor y cuidado incondicional de Dios por ustedes. La resurrección también es para ti.

FutureChurch promueve la celebración de la fiesta de María de Magdala en las comunidades católicas de todo el país y del mundo. Para obtener más información sobre nuestros recursos y oportunidades para celebrar a María de Magdala, haga clic aquí.

—Russ Petrus, FutureChurch, 18 de julio de 2021

Fuente New Ways Ministry

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Jesús vive

Jueves, 9 de junio de 2022
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De ECLESALIA:

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Que Jesús resucitó
no resulta una evidencia
pero fue una experiencia
que a su gente transformó.
No cabe una explicación
que demuestre lo imposible.
Sólo la fe da razón
de que murió pero vive.

Jesús vive en las mujeres
prontas y madrugadoras,
apóstolas y testigas,
pioneras del encuentro
con Jesús resucitado,
porque solo el corazón
ve a quien es invisible.

Jesús vive en los testigos
que dan fe de que lo han visto
caminando a su lado
porque lo reconocieron
cuando partían el pan.
Pan partido y compartido,
y repartido entre todos
es sacramento de vida
resucitada en Jesús.

Jesús vive en Nazaret
de la vida cotidiana
humilde, dada y callada
de personas ignoradas.

Jesús vive en el desierto
de la soledad optada,
del silencio y la oración
y la vida contemplada.

Jesús vive en la utopía
de quien cree que otro mundo
es posible y lo intenta
porque ya lo experimenta.

Jesús vive donde dos
o tres invocan su nombre
y se reúnen con él.
El amor se experimenta
cuando se es fraternidad
y hermosa sororidad.
El “mirad cómo se aman”
es testimonio viviente
de que Jesús está en medio.

Jesús vive en quienes mueren
mártires por la justicia,
Romero, Gerardi, Berta,
todos los Ellacurías
y las Elbas y Celinas.

Jesús vive en los profetas
que denuncian la injusticia
y anuncian un mundo nuevo
y lo viven ya en sus vidas.

Jesús vive entre las sombras
de una Iglesia pecadora.
El Espíritu es más fuerte
que las miserias humanas.
Nunca se apaga del todo
la luz que nos ilumina
y siempre resurgen brotes
de Evangelio entre las piedras.

Jesús vive en quienes optan
por ser pobres entre pobres
y hacen su vida servicio,
donación y amor sencillo.

Jesús vive en quienes viven
con la fuerza de su Espíritu.
Jesús vive en quienes mueren
dando su vida por otros.

Jesús vive en la memoria
de la nube de testigos
que han seguido su camino
y han vivido como él.

*

Demetrio Orte

***

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“El último gesto”. Ascensión del Señor – C (Lucas 24, 46-53) Domingo de la 7a semana de Pascua

Domingo, 29 de mayo de 2022
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35537547-DF19-423C-8443-A698EFC49FD5Jesús era realista. Sabía que no podía transformar de un día para otro aquella sociedad donde veía sufrir a tanta gente. No tiene poder político ni religioso para provocar un cambio revolucionario. Solo su palabra, sus gestos y su fe grande en el Dios de los que sufren.

Por eso le gusta tanto hacer gestos de bondad. «Abraza» a los niños de la calle para que no se sientan huérfanos. «Toca» a los leprosos para que no se vean excluidos de las aldeas. «Acoge» amistosamente a su mesa a pecadores e indeseables para que no se sientan despreciados.

No son gestos convencionales. Le nacen desde su voluntad de hacer un mundo más amable y solidario en el que las personas se ayuden y se cuiden mutuamente. No importa que sean gestos pequeños. Dios tiene en cuenta hasta el «vaso de agua» que damos a quien tiene sed.

A Jesús le gusta sobre todo «bendecir». Bendice a los pequeños y bendice sobre todo a los enfermos y desgraciados. Su gesto está cargado de fe y de amor. Desea envolver a los que más sufren con la compasión, la protección y la bendición de Dios.

No es extraño que, al narrar su despedida, Lucas describa a Jesús levantando sus manos y «bendiciendo» a sus discípulos. Es su último gesto. Jesús entra en el misterio insondable de Dios y sus seguidores quedan envueltos en su bendición.

Hace ya mucho tiempo que lo hemos olvidado, pero la Iglesia ha de ser en medio del mundo una fuente de bendición. En un mundo donde es tan frecuente «maldecir», condenar, hacer daño y denigrar, es más necesaria que nunca la presencia de seguidores de Jesús que sepan «bendecir», buscar el bien, hacer el bien, atraer hacia el bien.

Una Iglesia fiel a Jesús está llamada a sorprender a la sociedad con gestos públicos de bondad, rompiendo esquemas y distanciándose de estrategias, estilos de actuación y lenguajes agresivos que nada tienen que ver con Jesús, el Profeta que bendecía a las gentes con gestos y palabras de bondad.

José Antonio Pagola

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“Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo”. Domingo 29 de mayo de 2022. Ascensión del Señor

Domingo, 29 de mayo de 2022
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32-AscensionC cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 1, 1-11: Lo vieron levantarse.
Salmo responsorial: 46: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas.
Efesios 1, 17-23: Lo sentó a su derecha en el cielo.
O bien:
Hebreos 9, 24-28; 10, 19-23:
Cristo ha entrado en el mismo cielo.
Lucas 24, 46-53: Mientras los bendecía, iba subiendo al cielo.

En primer lugar recomendamos vivamente revisitar un excelente texto de Leonardo BOFF, tanto para quienes han de preparar una homilía, como para quienes quieran utilizarlo en la reunión de estudio bíblico, o incluso para el estudio personal; puede ser tomado de la biblioteca de los Servicios Koinonía, aquí: http://www.servicioskoinonia.org/biblico/textos/ascension.htm Además, les ofrecemos un comentario tradicional.

Lucas ha escrito dos libros: un evangelio y los Hechos de los apóstoles. En Hch 1,1-2 Lucas retoma la referencia a Teófilo que hizo al comienzo de su Evangelio (“oh ilustre Teófilo” Lc 1,3). «Teó–filo» significa “amigo de Dios”. El hecho de agregarlo aquí, después de separarse su obra en dos, refuerza la idea que Teófilo es una designación simbólica general. Todos los que leemos estos libros somos Teó-filos, amigos, buscadores de Dios.

Su evangelio termina con «Jesús llevado al cielo» (Lc 24,51). Los Hechos comienzan con el relato de «Jesús yéndose al cielo» (Hch 1,6-11). En el evangelio se presenta a Jesús con su cuerpo. En los Hechos ya no está corporalmente. Actúa por medio de su Espíritu. La orden que Jesús da a los apóstoles en Hch 1,4 exige pasividad total: no ausentarse de la ciudad y aguardar. En Lc 24,49 es semejante: permanecer en la ciudad (con la connotación de esperar sin hacer nada). La permanencia y espera pasiva debe durar “hasta que sean bautizados en el Espíritu Santo” (Hch 1,5) o “hasta que sean revestidos del poder de lo alto” (Lc 24,49). Lucas se está aquí refiriendo claramente a Pentecostés.

El misterio del resucitado se expresa de muchas maneras en el Nuevo Testamento: está vivo, se ha despertado, se ha levantado… En la Carta a los Efesios vemos un ejemplo de estas manifestaciones: Pablo hace un claro énfasis en la glorificación de Jesús a la derecha del Padre. Y es a partir de esa glorificación como nosotros y nosotras, sus discípulos, recibiremos la fuerza del Espíritu Santo, espíritu de sabiduría y de revelación, para conocerle perfectamente y conocer así su voluntad, asumiendo por completo el desafío de continuar su tarea a favor del Reino.

Lucas quiere mostramos también que Jesús ha sido «glorificado» por Dios: ha entrado en la gloria del Padre. Separa ambos eventos (resurrección y ascensión), para subrayar el carácter histórico que cada uno de ellos tiene. Jesús resucitado, antes de su ascensión-exaltación-glorificación, convive con sus discípulos: come con ellos y los instruye. La ascensión de Jesús señala, en Lucas, la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos desde aquel momento, una vez que han terminado las apariciones del Resucitado: tensión entre la ausencia y al mismo tiempo la presencia del Señor. Jesús continúa su acción y enseñanza después de ser llevado al cielo; Jesús resucitado sigue actuando y enseñando en la comunidad después de su ascensión. Lucas (como también Pablo en el pasaje de la segunda lectura) une íntimamente la ausencia física con el Don del Espíritu Santo.

La insistencia de que los discípulos veían a Jesús subiendo hacia el cielo, podría considerarse alusiva a las escenas de asunción de Elías, cuando Eliseo tuvo asegurado el espíritu de profecía del maestro porque pudo verlo. Así, la comunidad de los discípulos queda configurada en la ascensión como la comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para continuar su misión. En la ascensión Jesús no se va, sino que es exaltado, glorificado. La parusía no es el retorno de un Jesús ausente, sino la manifestación gloriosa de un Jesús que siempre ha estado presente en la comunidad. Esto aparece claramente en las últimas palabras de Jesús en Mt 28,19: “he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de este mundo”. La ascensión expresa el cambio en Jesús resucitado, una nueva manera de ser, gloriosa, glorificada, pero siempre histórica, pues Jesús glorificado sigue viviendo en la comunidad.

La narración de la ascensión es para Lucas, la culminación del itinerario de Jesús, y el tránsito entre el “tiempo de Jesús” y el “tiempo de la Iglesia”, inaugurada con el Espíritu Santo, prometido por Jesús. Al recibir el Espíritu la comunidad de los creyentes asume en sí la misión de continuar el trabajo inaugurado por Jesús, de manifestar el Reino del Padre. Leer más…

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29.5.2022. Ascensión: El cielo de Jesús es la historia de los hombres (Lc 24, 46-53 y Mt 28, 15-20)

Domingo, 29 de mayo de 2022
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5FE554E5-CF99-4059-9310-DE5A8FA30E30Del blog de Xabier Pikaza:

No sube al cielo para “marcharse”, no “asciende” para dejar la tierra vacía de los hombres. Sube bajando, asciende y se marcha quedándose en la historia. Así lo proclaman, de formas convergentes Lc 24 y Mt 28. Es bueno recordarlo, es gozozso vivirlo. Nosotros, los cristianos, la humanidad entera, somos la ascensión y presencia de Cristo en la tierra; somos su cielo.

 –  Jesús dice a sus discípulos que vayan a todos las naciones, para transmitirles su evangeliomm para decirles que su cielo es la historia de los hombres. Jesús “va”, está en el cielo estando con ellos.

– Jesús queda en la historia, para que todos los seres humanos se vuelvan discípulos (amigos, hermanos, compañeros )  en forma de iglesia universal da caminantes. Esa misma iglesia concreta, empezando por unas mujeres y once varones,abierta a todos los pueblos del mundo, es signo y sacramento de la pascua y cielo universal de Cristo

Lucas 24, 46-52

  El Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto. Después les hizo salir hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo (L4, 24, 46-52)

 Cristo sube al cielo… (es decir, se hace presente de forma nueva en los hombres, a los que reviste el poder de lo alto…)

Al final de su trayecto, según Mt 28, 18-20, Jesús enviaba a sus discípulos al mundo entero, desde la montaña de Galilea, prometiéndoles que estaría presente con ellos hasta el fin de los tiempos. Lucas, en cambio, supone que Jesús se despidió de sus discípulos cerca de Jerusalén, precisamente en el Monte de los Olivos por donde, según la tradición de Zac 14, 4, debía volver el mismo Dios (o su Mesías) para instaurar el Reino sobre el mundo. Allí les prometió la presencia del Espíritu, mostrando así que él mismo vendrá de otra manera.

           Conforme a su propia visión del tema, Lucas afirma que, después de haber estado con sus discípulos cuarenta días (cf. Hch 1, 1-11), Jesús fue a despedirse de ellos precisamente sobre el Monte de los Olivos, pero, antes de hacerlo y de subir al Cielo de Dios (=Ascensión), les pidió que volvieran a Jerusalén y esperaran allí un tiempo, hasta que fueran revestidos con el Poder de lo Alto (el Espíritu Santo), en el día de Pentecostés, para iniciar así, desde entonces, la misión universal de la Iglesia, hasta que llegara el Reino. Jesús se va (ya no le podemos ver, tocar y escuchar como antes), pero les ha dejado su Poder, es decir, su Espíritu Santo, que vendrá sobre ellos precisamente en Jerusalén (cf. Hch 2). Por eso les manda que esperen (esperemos) allí hasta recibirlo:

 ‒ Hasta que seáis revestidos de lo alto (eôs hou endysêsthe…) El Espíritu Santo aparecía en otros pasajes fundamentales del Nuevo Testamento como “unción”, es decir, como un aceite divino (crisma) que unge y fortalece a Jesús, que se llama precisamente por eso Cristo, Ungido, Masiah/Mesías). Según eso, el Espíritu ya no aparece como aceite, sino como vestido. Por eso dice Jesús a sus discípulos que queden en Jerusalén, hasta que reciban su nueva identidad es decir, hasta que sean “revestidos”, para salir después y dirigirse a todo el mundo.

             Esta palabra, revestirse, se dice en griego  endynô o endyô, cf.2 Tim 3,6; Mc 15,17 y en hebreo labash , y puede tener un sentido material, cuando se dice, por ejemplo, de Juan Bautista, que vestía un tejido de pelo de camello. Pero ella ha recibido pronto un sentido espiritual o simbólico, como allí donde Pablo ruega a los romanos que se revistan con las armas de la luz (Rom 13, 12) o de la inmortalidad (1 Cor 15, 53). Pues bien, Jesús dice a sus discípulos ahora que ellos serán revestidos con la   dynamis o fuerza de lo alto.

El vestido no se entiende aquí ya como algo externo, una ropa material, sino como un valor o una virtud, en el sentido que toma de ordinario la palabra “hábito”, que no evoca ya un simple indumento, sino una forma de ser y/o de actuar (como en el caso de las virtudes, que son hábitos buenos). Este es el tema: Acabada su tarea, Jesús pide a sus discípulos que permanezcan en Jerusalén, que no comiencen su misión cristiana, hasta que Dios mismo les revista, les transforme.

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 ‒ Con el poder del alto (dynamis). Esa palabra, que ha sido muy elaborada por el pensamiento griego, ha servido para traducir en la Biblia griega de los LXX varios nombres y símbolos hebreos, entre los que destacan  hayil, que es poder-riqueza,   gebura, que es potencia en su sentido más alto, en la linea del Dios que es el Gibbor por excelencia,  tsaba, que es el poderío militar etc. En nuestro caso, la palabra que la traducción hebrea utiliza para evocar esa “dynamis” que recibirán los discípulos de Jesús, como un poder intenso,  que les capacitará para vencer todos los peligros y para superar todas las adversidades.

Así concibe Lucas este poder que recibirán los discípulos de Jesús, en sentido personal (como un hábito del que se visten por dentro), de carácter milagroso. No se trata, pues, de una sabiduría meramente intelectual, de una capacidad discursiva para argumentar mejor y defenderse de los adversarios en un plano de razonamiento, sino de un poder de transformación humana, que se expresa en forma de dominio sobre los poderes satánicos y de capacidad de curación de los enfermos (cf. Lc 9,1).

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Ascensión y entronización de Jesús.

Domingo, 29 de mayo de 2022
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Ascensión2.Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un peligro que conviene evitar

      De las tres lecturas de esta fiesta, dos son fáciles de entender: los dos relatos de la Ascensión escritos por Lucas al final del evangelio y al comienzo del libro de los Hechos; en cambio, la carta a los Efesios puede resultar un galimatías casi ininteligible. Corremos el peligro de pasarla por alto, aunque es la que da el sentido de la fiesta. Ascensión y entronización son las dos caras de la misma moneda.

Una sola cadena de televisión con dos visiones muy distintas

            Los dos textos principales de la misa de hoy (Hechos de los Apóstoles y evangelio de Lucas) se prestan a una interpretación muy simplista, como si el monte de los Olivos fuese una especie de Cabo Cañaveral desde el que Jesús sube al cielo como un cohete. Cualquier cadena de televisión que hubiera filmado el acontecimiento habría ofrecido la misma noticia, aunque hubiera variado el encuadre de las cámaras.

            En este caso solo hay presente una cadena de televisión: la de Lucas. Los otros evangelistas no cuentan la noticia. Pero Lucas ha elaborado dos programas sobre la Ascensión, uno en el evangelio y otro en los Hechos, y cuenta lo ocurrido de manera muy distinta, con notables diferencias. Eso demuestra que para él lo importante no es el hecho histórico sino el mensaje que desea transmitir. Tanto el evangelio como Hechos podemos dividirlos en dos partes: las palabras de despedida de Jesús y la ascensión. Para no alargarme, omito la introducción al libro de los Hechos.

Palabras de despedida de Jesús

            En el evangelio, Jesús dice a los discípulos que su pasión, muerte y resurrección estaban anunciadas en las Escrituras (“Así estaba escrito” se refiere a los libros atribuidos a Moisés y los profetas). Por consiguiente, lo ocurrido no debe escandalizarlos ni hacerles perder la fe. Todo lo contrario: deben predicar la penitencia y el perdón a todos los pueblos. Para llevar a cabo esa misión necesitan la fuerza del Espíritu Santo, que deben esperar en Jerusalén.

«Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto.»

            En el libro de los Hechos se repite lo esencial, esperar al Espíritu Santo, pero se añaden dos temas: la preocupación política de los discípulos y la idea de ser testigos de Jesús en todo el mundo (cosa que en el evangelio sólo se insinuaba).

            Una vez que comían juntos, les recomendó:

            – «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» 

            Ellos lo rodearon preguntándole:

            – «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»

            Jesús contestó:

            – «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»

La ascensión: dos relatos muy distintos

            Versión del evangelio

Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

            Versión de Hechos

Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: – «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.» 

* En el Evangelio, Jesús bendice antes de subir al cielo (en Hch, no).

* En Hechos una nube oculta a Jesús (en el evangelio no se menciona la nube).

* En el evangelio, los discípulos se postran (en Hch se quedan mirando al cielo).

*En Hch se les aparecen dos personajes vestidos de blanco que les anuncian la segunda venida de Jesús. El evangelio no dice nada de esto.
ü  La vuelta a Jerusalén, donde están siempre en el templo alabando a Dios (Evangelio), coincide en parte con lo que cuentan los Hechos: en Jerusalén permanecen en oración “con María, la madre de Jesús”. (Pero esto no se lee).

            Dadas estas diferencias, queda claro que Lucas no pretende contar lo ocurrido con toda fidelidad. Más bien está invitando al lector a prescindir de los datos secundarios y fijarse en el mensaje que pretende transmitir. ¿Cuál es ese mensaje?

            La explicación hay que buscarla en la línea de la cultura clásica greco-romana, en la que se mueve Lucas y la comunidad para la que él escribe. También en ella hay casos de personajes que, después de su muerte, son glorificados de forma parecida a la de Jesús. Los ejemplos que suelen citarse son los de Hércules, Augusto, Drusila, Claudio, Alejandro Magno y Apolonio de Tiana. Estos ejemplos confirman que los relatos tan escuetos de Lucas no debemos interpretarlos al pie de la letra, como han hecho tantos pintores, sino como una forma de expresar la glorificación de Jesús. El final largo del evangelio de Marcos subraya este aspecto al añadir que, después de la ascensión, Jesús “se sentó a la derecha de Dios”. Y esto es lo que afirma también la Carta a los efesios.

No Ascensión, sino entronización (2ª lectura: Ef 1,17-23)

           Entronización de Jesús3 La carta a los efesios no habla de la ascensión. Pasa directamente de la resurrección de Jesús al momento en que se sienta a la derecha de Dios y todo queda sometido bajo sus pies. Por desgracia, la parte final, que es la más relacionada con la fiesta, y la más clara, está precedida de una oración tan recargada que resulta confusa. La idea de fondo es clara: Dios nos ha concedido tantos favores y tan grandes (vocación, herencia prometida en el cielo, resurrección) que resulta difícil entenderlos y valorarlos. Igual que nos sentimos abrumados por la inmensidad del universo, no logramos comprender lo mucho que Dios ha hecho y hace con nosotros. Por eso pide “espíritu de sabiduría”, “conocimiento profundo”, que Dios “ilumine los ojos de vuestro corazón”. Y para aclarar la grandeza del poder que actúa en nosotros, habla del poder con que resucitó a Cristo y lo sentó a su derecha, sometiendo todo bajo sus pies.

Hermanos que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría que os revele un conocimiento profundo de él; que ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la esperanza de su llamada, cuál la riqueza de la gloria de su herencia otorgada a su pueblo y cuál la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, según la fuerza de su poderosa virtud, la que ejerció en Cristo resucitándolo de entre los muertos, sentándolo a su derecha en los cielos por encima de todo principado, potestad, autoridad, señorío y de todo lo que hay en este mundo y en el venidero; todo lo sometió bajo sus pies y a él lo constituyó cabeza de la Iglesia por encima de todas las cosas; la Iglesia es su cuerpo, la plenitud de todo lo que existe.

Resumen

            Ante la ascensión no debemos tener sentimientos de tristeza, abandono o soledad, al estilo de la Oda de fray Luis de León (“Y dejas, pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, con soledad y llanto…”). Como dice el evangelio, la marcha de Jesús debe provocar una gran alegría y el deseo de bendecir a Dios. Porque lo que celebramos es su triunfo, como demuestran los textos de la cultura greco-romana en los que se inspira Lucas y subraya la carta a los Efesios. Viene a la mente la imagen del acto de fin de carrera, cuando el estudiante recibe su diploma y la familia y amigos lo acompañan llenos de alegría.

            Al mismo tiempo, las palabras de despedida de Jesús nos recuerdan dos temas capitales: el don del Espíritu Santo, que celebraremos de modo especial el próximo domingo, y la misión “hasta el fin del mundo”. Aunque estas palabras se refieren ante todo a la misión de los apóstoles y misioneros, todos nosotros debemos ser testigos de Jesús en cualquier parte del mundo. Para eso necesitamos la fuerza del Espíritu, y eso es lo que tenemos que pedir.

Apéndice: textos de la cultura grecolatina relacionados con la ascensión.

            Por si a alguno le interesa, copio los textos clásicos.

Tito Livio a propósito de Rómulo: “Llevadas a cabo estas empresas inmortales, en una ocasión en que asistía a una concentración para pasar revista a las tropas en un campo junto a la laguna de la Cabra [campo de Marte], se desató de golpe una tempestad con gran fragor de truenos y envolvió al rey en una nube tan densa que los reunidos no podían verlo; después, ya no reapareció Rómulo sobre la tierra…. Según los senadores que estaban de pie a su lado, había sido arrebatado a las alturas por la tempestad. Luego, todos a la vez saludan a Rómulo como dios hijo de un dios, rey y padre de la ciudad de Roma. Tengo entendido que no faltaron tampoco quienes, en voz baja, sostenían que el rey había sido despedazado por los senadores con sus propias manos, pues también esta versión circuló, aunque muy soterrada; la otra versión fue consagrada por la admiración hacia aquel personaje y por el miedo que se dejaba sentir.

Le añadió además credibilidad, dicen, la habilidad de un solo individuo. Próculo Julio, hombre de peso según dicen, aunque avalase un acontecimiento fuera de lo común, se presenta a los reunidos y dice: “Quirites, Rómulo, padre de esta ciudad, al rayar hoy el alba ha descendido repentinamente del cielo y se me ha aparecido. Al ponerme en pie, sobrecogido de temor, dispuesto a venerarlo, rogándole que me fuese permitido mirarle cara a cara, me ha dicho: ‘Ve y anuncia a los romanos que es voluntad de los dioses que mi Roma sea la capital del orbe; que practiquen por consiguiente el arte militar; que sepan, y así lo transmitan a sus descendientes, que ningún poder humano puede resistir a las armas romanas.’ Dicho esto -dijo-, desapareció por los aires.» Es sorprendente el crédito tan grande que se dio a aquel hombre al hacer esta comunicación y lo que se mitigó, entre el pueblo y el ejército, la añoranza de Rómulo con la creencia en su inmortalidad” (Ab urbe condita 1,16).

A propósito de Hércules escribe Apolodoro en su Biblioteca Mitológica: “Hércules… se fue al monte Eta, que pertenece a los traquinios, y allí, luego de hacer una pira, subió y ordenó que la encendiesen (…) Mientras se consumía la pira cuenta que una nube se puso debajo, y tronando lo llevó al cielo. Desde entonces alcanzó la inmortalidad…” (II, 159-160).

Suetonio cuenta sobre Augusto: “No faltó tampoco en esta ocasión un expretor que declaró bajo juramento que había visto que la sombra de Augusto, después de la incineración, subía a los cielos” (Vida de los Doce Césares, Augusto, 100).

Drusila, hermana de Calígula, pero tomada por éste como esposa, murió hacia el año 40. Entonces Calígula consagró a su memoria una estatua de oro en el Foro; mandó que la adorasen con el nombre de Pantea y le tributasen los mismos honores que a Venus. El senador Livio Geminio, que afirmó haber presenciado la subida de Drusila al cielo, recibió en premio un millón de sestercios.

De Alejandro Magno escribe el Pseudo Calístenes: “Mientras decía estas y otras muchas cosas Alejandro, se extendió por el aire la tiniebla y apareció una gran estrella descendente del cielo hasta el mar acompañada por un águila, y la estatua de Babilonia, que llaman de Zeus, se movió. La estrella ascendió de nuevo al cielo y la acompañó el águila. Y al ocultarse la estrella en el cielo, en ese momento se durmió Alejandro en un sueño eterno” (Libro III, 33).

Con respecto a Apolonio de Tiana, cuenta Filóstrato que, según una tradición, fue encadenado en un templo por los guardianes. “Pero él, a medianoche se desató y, tras llamar a quienes lo habían atado, para que no quedara sin testigos su acción, echó a correr hacia las puertas del templo y éstas se abrieron y, al entrar él, las puertas volvieron a su sitio, como si las hubiesen cerrado, y que se oyó un griterío de muchachas que cantaban, y su canto era: Marcha de la tierra, marcha al cielo, marcha” (Vida de Apolonio de Tiana VIII, 30).

Sobre la nube véase también Dionisio de Halicarnaso, Historia antigua de Roma I,77,2: “Y después de decirle esto, [el dios] se envolvió en una nube y, elevándose de la tierra, fue transportado hacia arriba por el aire”.

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Septimo Domingo de Pascua, la Ascensión. Ciclo C

Domingo, 29 de mayo de 2022
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“…el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día 
y en su nombre se predicará la conversión 
y el perdón de los pecados a todos los pueblos,…”

(Lc 24, 46-53)

Jesús, en el momento de la ascensión a los cielos, nos deja como herencia o legado sus propio ministerio, su servicio.

Tanto en el evangelio de Mateo como en el de Marcos encontramos que Jesús comienza su predicación con un anuncio: “Se ha cumplido el plazo y está llegando el reino de Dios. Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 15). “Arrepentíos, porque está llegando el reino de los cielos” (Mt 4, 17).

Lucas, sin embargo, coloca este anuncio en labios del Resucitado. Aquello que había sido la vida y el anuncio del Maestro se convierte ahora en la misión de los discípulos.

Nuestra tarea es anunciar, el mensaje es claro: llega el tiempo del perdón. Y el único requisito es abrirse a él, o dicho de otra manera: convertirse.

Es una pena que hayamos hecho de la conversión algo tan oscuro y pesado. La palabra conversión la tenemos asociada a la cuaresma, a la penitencia, al combate… prácticamente al castigo. ¡Y nada de eso! La conversión nos abre al Perdón. Convertirnos es decir sí a Dios. Convertirnos es decir sí a lo que ya somos: bondad y amor, aunque a veces no lo veamos a simple vista.

Nos hemos engañado pensando que “convertirse” significa ser personas pluscuamperfectas ajenas a nosotras mismas, ¡nada de eso! Cada ser humano lleva dentro de si esa semilla divina que le hace SER.Ya somos bondad y amor. Y convertirse significa reconocerlo. Reconocer nuestra semejanza con Dios y empezar a vivir desde ella.

Oración

Trinidad Santa, danos fuerza, en este día de la Ascensión, para llevar el mensaje de Jesús allá donde vayamos. Que nuestras vidas hablen de tu entrañable perdón y de la Vida abundante que nace de la resurrección de Jesús.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús se identificó con Dios durante su vida y para siempre.

Domingo, 29 de mayo de 2022
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ASCENSIÓN (C)

Lc 24,46-53

Tratemos de entender la oración de Pablo. “Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de revelación para conocerlo; ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama.” No pide inteligencia, sino espíritu de revelación. No pide una visión racional sino que ilumine los “ojos” del corazón. El verdadero conocimiento no viene de fuera, sino de la experiencia interior. Ni teología, ni normas, ni ritos sirven de nada si no nos llevan a la vivencia más profunda.

Hemos llegado al final del tiempo pascual. La Ascensión es una fiesta que intenta recopilar todos lo que hemos celebrado desde la muerte de Jesús el Viernes Santo. La mejor prueba de esto es que Lucas, que es el único que relata la ascensión, nos da dos versiones: una al final del evangelio y otra al comienzo del los Hechos. Para comprender el lenguaje que la liturgia utilizan para referirse a esta celebración, es necesario tener en cuenta la manera mítica de entender el mundo en aquella época y posteriores, muy distinta de la nuestra.

El mundo dividido en tres estadios: el superior, habitado por la divinidad. El del medio era la realidad terrena en la que vivimos los humanos. El tercer estadio es el inframundo donde mora el maligno. La encarnación era concebida como una bajada del Verbo, desde la altura a la tierra. Su misión era la salvación de todos. Por eso tuvo que bajar a los infiernos (inferos) para que la salvación fuera total. Una vez que Jesús cumplió su misión salvadora, lo lógico era que volviera a su lugar de origen. Todo desde una perspectiva mítica.

No tiene sentido seguir hablando de bajada y subida. Si no intentamos cambiar la mente, estaremos transmitiendo conceptos que hoy no podemos comprender. Una cosa fue la predicación de Jesús y otra la tarea de la comunidad, después de la experiencia pascual. El telón de fondo es el mismo, el Reino de Dios, vivido y predicado, pero a los primeros cristianos les llevó tiempo encontrar la manera de trasmitir lo que habían experimentado. Tenemos que continuar esa obra, transmitir el mensaje, acomodándolo a nuestra cultura.

Resurrección, ascensión, sentarse a la derecha de Dios, envío del Espíritu, apuntan a una misma realidad. Con cada uno de esos aspectos se intenta expresar la vivencia de pascua: El final del hombre Jesús no fue la muerte sino la Vida en Dios. El misterio pascual es tan rico que no podemos abarcarlo con una sola imagen, por eso tenemos que desdoblarlo para ir analizándolo por partes y poder digerirlo. Con todo lo que venimos diciendo durante el tiempo pascual, debe estar ya muy claro que después de la muerte no pasó nada en Jesús.

Una vez muerto pasa a otro plano donde no existe tiempo ni espacio. Sin tiempo y sin espacio no puede haber sucesos. Todo “sucedió” como un chispazo que dura toda la eternidad. El don total de sí mismo es la identificación total con Dios y por tanto su total y definitiva gloria. No va más. En los discípulos sí sucedió algo. La experiencia de resurrección sí fue constatable. Sin esa experiencia, que no sucedió en un momento determinado sino que fue un proceso que duró muchos años, no hubiera sido posible la religión cristiana.

Una cosa es la verdad que se quiere trasmitir y otra los conceptos con los que intentamos expresarla. No estamos celebrando un hecho que sucedió hace 2000 años. Celebramos un acontecimiento que se está dando en este momento. Los tres días para la resurrección, los cuarenta días para la ascensión, los cincuenta días para la venida del Espíritu, son tiempos teológicos. Lucas, en su evangelio, pone todas las apariciones y la ascensión en el mismo día. En los Hechos habla de cuarenta días de permanencia de Jesús con sus discípulos.

Solo Lucas, al final de su evangelio y al comienzo de los “Hechos”, narra la ascensión como un fenómeno externo. Si los dos relatos constituyeron al principio un solo libro, se duplicó el relato para dejar uno como final y otro como comienzo. Para él, el evangelio es el relato de todo lo que hizo y enseñó Jesús; los Hechos es el relato de todo lo que hicieron los primeros seguidores. Esa constatación de la presencia de Dios, primero en Jesús y luego en los discípulos, es la clave de todo el misterio pascual y la clave para entender la fiesta que estamos celebrando. Para visualizar esa presencia nos narra la venida del Espíritu.

El cielo en la Escritura no significa un lugar físico, sino una manera de designar la divinidad sin nombrarla. Así, unos evangelistas hablan del “Reino de los cielos” y otros del “Reino de Dios”. Solo con esto tendríamos una buena pista para no caer en la tentación de entender este relato literalmente. Es lamentable que sigamos hablando de un lugar donde se encuentra la corte celestial y en ella Jesús sentado a la derecha de Dios. Podemos seguir diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos”. Podemos seguir diciendo que se sentó a la derecha de Dios, pero sin entenderlo literalmente.

Hasta el s. V no se celebró la Ascensión. Durante todo ese tiempo se consideraba que la resurrección llevaba consigo la glorificación. Ya hemos dicho que en los primeros indicios escritos que han llegado hasta nosotros de la cristología pascual, está expresada como “exaltación y glorificación”. Antes de hablar de resurrección se habló de glorificación. Esto explica la manera de hablar de ella en Lucas. Lo importante del mensaje pascual es que el mismo Jesús que vivió con los discípulos, es el que llegó a lo más alto en Dios, no como ser separado de Él. Llegó a la meta. Alcanzó la identificación total con Dios.

La Ascensión no es más que un aspecto del misterio pascual. Se trata de descubrir que la posesión de la Vida por parte de Jesús es total. Participa de la misma Vida de Dios y por lo tanto, está en lo más alto del “cielo”. Las palabras son apuntes para que nosotros podamos entendernos. Hoy tenemos otro ejemplo de cómo, intentando explicar una realidad espiritual, la complicamos más. Resucitar no es volver a la vida biológica sino volver al Padre. “Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo el mundo para volver al Padre”.

Nuestra meta, como la de Jesús, es ascender hasta lo más alto, el Padre. Pero teniendo en cuenta que nuestro punto de partida es también, como en el caso de Jesús, el mismo Dios. No se trata de movimiento alguno, sino de toma de conciencia. Esa ascensión no puedo hacerla a costa de los demás, sino sirviendo a todos. Pasando por encima de los demás, no asciendo sino que desciendo. Como Jesús, la única manera de alcanzar la meta es descendiendo hasta lo más hondo de mi ser. El que más bajó es el que más alto ha subido.

El entender la subida como física es una trampa muy atrayente. Los dirigentes judíos prefirieron un Jesús muerto. Nosotros preferimos un Jesús en el cielo. En ambos casos sería una estratagema para quitarlo del medio. Descubrirlo dentro de mí y en los demás, como nos decía el domingo pasado, sería demasiado exigente. Mucho más cómodo es seguir mirando al cielo… y no sentirnos implicados en lo que está pasando a nuestro alrededor. Es hora de preocuparnos de lo que puedo vivir yo, aquí y ahora, como lo vivió Jesús.

 

Meditación

El espíritu es una energía vital que nos transforma.
Es el “nacer de nuevo” de Jesús a Nicodemo.
No se trata de un mayor “conocimiento” intelectual.
No es la mente la que debe iluminarse, sino el “corazón”.
Aquí está la verdadera batalla
para nosotros los occidentales cartesianos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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