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¿Somos un hotel de cinco estrellas? Domingo 6º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6DE19477-750B-4014-B027-29A3FFB6259EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 

Igual que el domingo anterior, la primera lectura (Hechos) habla de la iglesia primitiva; la segunda (Apocalipsis) de la iglesia futura; el evangelio (Juan) de nuestra situación presente, como morada de Dios.

1ª lectura: la iglesia pasada (Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29)

Uno de los motivos del éxito de la misión de Pablo y Bernabé entre los paganos fue el de no obligarlos a circuncidarse. Esta conducta, compartida por la comunidad cristiana de Antioquía de Siria, no sólo provocó la indignación de los judíos sino también de un grupo cristiano de Jerusalén educado en el judaísmo más estricto. Para ellos, renunciar a la circuncisión equivalía a oponerse a la voluntad de Dios, que se la había ordenado a Abrahán. Algo tan grave como si entre nosotros dijese alguno ahora que no es preciso el bautismo para salvarse.

            Como ese grupo de Jerusalén se consideraba “la reserva espiritual de oriente”, al enterarse de lo que ocurre en Antioquía manda unos cuantos a convencerlos de que, si no se circuncidan, no pueden salvarse. Para Pablo y Bernabé esta afirmación es una blasfemia: si lo que nos salva es la circuncisión, Jesús fue un estúpido al morir por nosotros.

             En el fondo, lo que está en juego no es la circuncisión sino otro tema: ¿nos salvamos nosotros a nosotros mismos cumpliendo las normas y leyes religiosas, o nos salva Jesús con su vida y muerte? Cuando uno piensa en tantos grupos eclesiales de hoy que insisten en la observancia de la ley, se comprende que entonces, como ahora, saltasen chispas en la discusión. Hasta que se decide acudir a los apóstoles de Jerusalén.

            Tiene entonces lugar lo que se conoce como el “concilio de Jerusalén”, que es el tema de la primera lectura de hoy. Para no alargarla, se ha suprimido una parte esencial: los discursos de Pablo y Santiago (versículos 3-21).

            En la versión que ofrece Lucas en el libro de los Hechos, el concilio llega a un pacto que contente a todos: en el tema capital de la circuncisión, se da la razón a Pablo y Bernabé, no hay que obligar a los paganos a circuncidarse; al grupo integrista se lo contenta diciendo a los paganos que observen cuatro normal muy importantes para los judíos: abstenerse de comer carne sacrificada a los ídolos, de comer sangre, de animales estrangulados y de la fornicación.

            Esta versión del libro de los Hechos difiere en algunos puntos de la que ofrece Pablo en su carta a los Gálatas. Coinciden en lo esencial: no hay que obligar a los paganos a circuncidarse. Pero Pablo no dice nada de las cuatro normas finales.

            El tema es de enorme actualidad, y la iglesia primitiva da un ejemplo espléndido al debatir una cuestión muy espinosa y dar una respuesta revolucionaria. Hoy día, cuestiones mucho menos importantes ni siquiera pueden insinuarse. Pero no nos limitemos a quejarnos. Pidámosle a Dios que nos ayude a cambiar.

 En aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme a la tradición de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. 

            Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron entonces elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barrabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y les entregaron esta carta:

            Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud.

2ª lectura: la iglesia futura (Lectura del libro del Apocalipsis 21,10-14. 22-23)

            En la misma tónica de la semana pasada, con vistas a consolar y animar a los cristianos perseguidos, habla el autor de la Jerusalén futura, símbolo de la iglesia.

            El autor se inspira en textos proféticos de varios siglos antes. El año 586 a.C. Jerusalén fue incendiada por los babilonios y la población deportada. Estuvo en una situación miserable durante más de ciento cincuenta años, con las murallas llenas de brechas y casi deshabitada. Pero algunos profetas hablaron de un futuro maravilloso de la ciudad. En el c.54 del libro de Isaías se dice:

            11 ¡Oh afligida, venteada, desconsolada!

            Mira, yo mismo te coloco piedras de azabache, te cimento con zafiros,

           12 te pongo almenas de rubí, y puertas de esmeralda,

            y muralla de piedras preciosas.

            El libro de Zacarías contiene algunas visiones de este profeta tan surrealistas como los cuadros de Dalí. En una de ellas ve a un muchacho dispuesto a medir el perímetro de Jerusalén, pensando en reconstruir sus murallas. Un ángel le ordena que no lo haga, porque Por la multitud de hombres y ganados que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella oráculo del Señor (Zac 2,8-9).

            Podría citar otros textos parecidos. Basándose en ellos dibuja su visión el autor del Apocalipsis. La novedad de su punto de vista es que esa Jerusalén futura, aunque baja del cielo, está totalmente ligada al pasado del pueblo de Israel (las doce puertas llevan los nombres de las doce tribus) y al pasado de la iglesia (los basamentos llevan los nombres de los doce apóstoles).

            Pero hay una diferencia esencial con la antigua Jerusalén: no hay templo, porque su santuario es el mismo Dios, y no necesita sol ni luna, porque la ilumina la gloria de Dios.

El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. “Brillaba como una piedra preciosa, como Jaspe traslúcido. 

            Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al occidente tres puertas. 

            La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero. 

            Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero.

            La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero.

3ª lectura: la comunidad presente (Juan 14, 23-29)

            El texto del evangelio de Juan ofrece, en pocas líneas, tres temas:

            1) El cumplimiento de la palabra de Jesús y sus consecuencias.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. 

            Se contraponen dos actitudes: el que me ama ‒ el que no me ama. A la primera sigue una gran promesa: el Padre lo amará. A la segunda, un severo toque de atención: mis palabras no son mías, sino del Padre.

            La primera parte es muy interesante cuando se compara con el libro del Deuteronomio, que insiste en el amor a Dios (“amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser”) y pone ese amor en el cumplimiento de sus leyes, decretos y mandatos. En el evangelio, Jesús parte del mismo supuesto: “el que me ama guardará mi palabra”. Pero añade algo que no está en el Deuteronomio: “mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”.

            El tema de Dios habitando en nosotros se trata con poca frecuencia porque lo hemos relegado al mundo de los místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, etc. Pero el evangelio nos recuerda que se trata de algo que nos afecta a cada uno de nosotros y que no debemos pasar por alto. Pensemos en el influjo enorme que siguen ejerciendo en nosotros personas que han muerto hace años: familiares, amigos, educadores, que siguen “vivos dentro de nosotros”. Una reflexión parecida deberíamos hacer sobre cómo Dios está presente dentro de nosotros e influye de manera decisiva en nuestra vida. Y lo deberíamos ver como una prueba del amor de Dios: “mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

            Por otra parte, decir que Dios viene a nosotros y habita en nosotros supone un novedad capital con respecto al Antiguo Testamento, donde se advierten diversas posturas sobre el tema. 1) Dios no habita en nosotros, nos visita, como visita a Abrahán. 2) Dios se manifiesta en algún lugar especial, como el Sinaí, pero sin que el pueblo tenga acceso al monte. 3) Dios acompaña a su pueblo, haciéndose presente en el arca de la alianza, tan sagrada que, quien la toca sin tener derecho a ello, muere. 4) Salomón construye el templo para que habite en él la gloria del Señor, aunque reconoce que Dios sigue habitando en “su morada del cielo”. 5) Después del destierro de Babilonia, cuando el profeta Ageo anima a reconstruir el templo de Jerusalén, otro profeta muestra su desacuerdo en nombre del Señor: “El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso?” (Isaías 66,1).

            Cuando Jesús promete que él y el Padre habitarán en quien cumpla su palabra, anuncia un cambio radical: Dios no es ya un ser lejano, que impone miedo y respeto, un Dios grandioso e inaccesible; tampoco viene a nosotros en una visita ocasional. Decide quedarse dentro de nosotros. ¿Qué le ofrecemos? ¿Un hotel de cinco estrellas o un hostal?

            2) La promesa del Espíritu Santo.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. 

            Dentro de poco celebraremos la fiesta de Pentecostés. Es bueno irse preparando para ella pensando en la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Este breve texto se fija en el mensaje: enseña y recuerda lo dicho por Jesús. Dicho de forma sencilla: cada vez que, ante una duda o una dificultad, recordamos lo que Jesús enseñó e intentamos vivir de acuerdo con ello, se está cumpliendo esta promesa de que el Padre enviará el Espíritu. 

            Pero hay algo más: el Espíritu no solo recuerda, sino que aporta ideas nuevas, como añade Jesús en otro pasaje de este mismo discurso: “Me quedan por deciros muchas cosas, pero no podéis con ellas por ahora. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.” Parece casi herético decir que Jesús no nos transmite la verdad plena. Pero así lo dice él. Y la historia de la Iglesia confirma que los avances y los cambios, imposibles de fundamentar a veces en las palabras de Jesús, se producen por la acción del Espíritu.

            3) La vuelta de Jesús junto al Padre

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

            Estas palabras anticipan la próxima fiesta de la Ascensión. Para comprenderlas, lo mejor es compararlas con la famosa oda de Fray Luis de León:

            ¿Y dejas, Pastor santo,

            tu grey en este valle hondo, escuro,

            con soledad y llanto;

            y tú, rompiendo el puro

            aire, ¿te vas al inmortal seguro?

            Los antes bienhadados,

            y los agora tristes y afligidos,

            a tus pechos criados,

            de ti desposeídos,

            ¿a dó convertirán ya sus sentidos?

            ¿Qué mirarán los ojos

            que vieron de tu rostro la hermosura,

            que no les sea enojos?

            Quien oyó tu dulzura,

            ¿qué no tendrá por sordo y desventura?

            Aqueste mar turbado,

            ¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto

            al viento fiero, airado?

            Estando tú encubierto,

            ¿qué norte guiará la nave al puerto?

            ¡Ay!, nube, envidiosa

            aun deste breve gozo, ¿qué te aquejas?

            ¿Dó vuelas presurosa?

            ¡Cuán rica tú te alejas!

            ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

            Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan pretenden que no nos sintamos tristes y afligidos, pobres y ciegos, sino alegres por el triunfo de Jesús. Pero de esto hablaremos otro día.

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VI Domingo de Pascua. 22 de Mayo, 2022

Domingo, 22 de mayo de 2022
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6-Do-Pascua

“Quien me ama guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará,
y vendremos a él y haremos morada en él.”

(Jn 14, 23-29)

Llevamos ya un largo recorrido de Pascua, nos asomamos a la sexta semana y la cotidianidad de nuestras vidas le ha ido robando brillo al grito jubiloso del Domingo de Resurrección. Quizá por eso hoy el evangelio propuesto para la Eucaristía nos invita a “guardar la palabra”.

Se guardan aquellas cosas que se necesitan o que son queridas. Cuando hacemos limpieza en casa o en nuestra habitación volvemos a guardar cosas aparentemente inútiles de las que no podemos desprendernos. Normalmente cosas que nos hacen recordar, pequeños “sacramentos”(sacramento = realidad visible que evoca algo que no vemos). Y los recuerdos forman parte de nuestro almacén interior, son esos objetos que llenan los cajones de nuestra casa interior.

Hoy Jesús nos pide que guardemos su palabra, que le hagamos un sitio en nuestra casa, nos está diciendo: “Quiero que Tú seas mi casa, la casa de Dios Trinidad.

Enamorarnos

Cuando nos enamoramos no podemos pensar en nada más que en la persona amada, todo lo que vemos, oímos y sentimos lo relacionamos con esa persona. Y casi sin querer no hablamos de otra cosa. Enamorarse es dejarse habitar por otra persona.

Y Jesús al decirnos: “quien me ama guardará mi palabra”, nos está invitando a ENAMORARNOS, a dejarnos habitar por Dios, a vivir en Su Amor.

Nos llama a un compromiso, a dejar que el grito de Pascua ahonde en nosotras, enraíce, pase de la explosión de la alegría al compromiso continuado. Es decir, del enamoramiento primero al amor fiel.

El entusiasmo primero es bueno, ¡y necesario! pero no es suficiente. Seríamos como aquellas semillas que crecieron rápidamente, pero se secaron por falta de raíz (Mc 4, 5-6). Al entusiasmo primero hay que sumarle su buena dosis de compromiso, una pizquita de locura, dos cucharadas colmadas de generosidad y todo el amor que sea necesario. Todo junto, bien amasado, da como resultado el pan del Reino.

Porque si Jesús se hizo pan, nosotras también nos tendremos que dejar comer, partir y repartir. ¿Casa? ¿Pan? ¿Discípula?

Oración

“Trinidad Santa, amásanos con la levadura nueva de tus sueños,
haznos pan tierno que calma el hambre,
hogar cálido que descansa el alma
y discípulas fieles a tu Palabra.”

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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El agape-Dios no está condicionado por mi amor.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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07278g-entender-espiritualidad

DOMINGO 6º DE PASCUA (C)

Jn 14,23-29

Seguimos en el discurso de despedida después de la última cena. El tema del domingo pasado era el amor manifestado en la entrega. Terminábamos diciendo que ese amor era la consecuencia de una experiencia interior, relación con lo más profundo de mí mismo, que es Dios. Hoy nos habla el evangelio de lo que significa esa vivencia íntima. La Realidad que soy es mi verdadero ser. El verdadero Dios no es un ser separado que está en alguna parte de la estratosfera sino el fundamento de mi ser y de cada uno de los seres del universo.

En estos siete versículos podemos descubrir las dificultades que encontraron para expresar la experiencia interior. Por cada afirmación que hemos leído hoy, encontramos en el evangelio otra que dice exactamente lo contrario. Es la prueba de que las expresiones sobre Dios no se pueden entender al pie de la letra. Necesitan interpretación porque nuestros conceptos no son adecuados para expresar las realidades trascendentes. En este orden puede ser verdad una afirmación y la contraria. El dedo y la flecha pueden apuntar los dos a la luna.

Dos versículos antes acaba de decir: el que cumple mis palabras ese me ama. Aquí dice: el que me ama cumplirá mi palabra. En Jn 15,9 dice: Como el Padre me ha amado así os he amado. Aquí dice: “si alguno me ama le amará mi Padre y le amaré yo. ¿Está su amor condicionado a nuestro amor? Jesús había dicho que iba a prepararles sitio para después llevarles con él (14.2). Ahora dice que el Padre y él vendrán al interior de cada uno. ¿Puede Dios, y Jesús, localizarse en un lugar determinado? En (16,7) os conviene que me vaya, si no el Espíritu no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré. Aquí: el Padre os lo enviará.

Les había advertido: no he venido a traer paz sino división y “como me persiguieron a mí, os perseguirán a vosotros” (Jn 16,2). Ahora nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy”. Nos había dicho: yo y el Padre somos uno (10,30). Quien me ve a mí ve a mi Padre (14,9). Ahora nos dice: El Padre es más que yo. ¿Pueden armonizarse estas dos expresiones? Unos versículos antes les había dicho: No os dejaré huérfanos, volveré para estar con vosotros (14,18). Y ahora Jesús dice que el Padre mandará el Espíritu en su lugar. Digerir estas aparentes contradicciones es una de las claves para entender la experiencia pascual.

Insisto, una cosa es el lenguaje y otra la realidad que queremos manifestar con él. Dios no  tiene que venir de ninguna parte para estar en lo hondo de nuestro ser. Está ahí desde antes de existir nosotros. No existe “alguna parte” donde Dios pueda estar, fuera de mí y del resto de la creación. Dios es lo que hace posible mi existencia. Soy yo el que estoy fundamentado en Él desde el primer instante de ser. El descu­brirlo en mí, el tomar conciencia de esa presencia, es como si viniera. Esta verdad es la fuente de toda religiosidad.

El hecho de que no llegue a mí desde fuera, ni a través de los sentidos, hace imposible toda reflexión racional. Todo intermediario, sea persona o institución, me aleja de Él más que  acercarme. En el AT, la presencia de Dios se localizaba en la tienda del encuentro o el templo. La “presencia” debía ser una característica de los tiempos mesiánicos. Desde Jesús, el lugar de la presencia de Dios es el hombre. Dentro de ti lo tienes que experimentar. Será más fácil de comprender si superas la idea de Dios como una entidad separada e inaccesible.

El Espíritu es el garante de esa presencia dinámica: “os irá enseñando todo”. Por cinco veces en este discurso de despedida, hace Jesús referencia al Espíritu. No se trata de la tercera persona de la Trinidad, sino de la divinidad como fuerza (Ruaj), como Vida, como sabiduría que todo lo explica. “Santo” significa separado; pero no separado de Dios, sino separado de las actitudes del mundo. Si esa Fuerza de Dios no nos separa del mundo, entendido como lugar de enfrentamiento y opresión, nunca podremos comprender el amor.

“Os conviene que yo me vaya, porque si no, el Espíritu no vendrá a vosotros.” Ni el mismo Jesús con sus palabras y acciones fue capaz de llevar a los apóstoles hasta la experiencia de Dios. Mientras estaba con ellos vivían apegados a sus manifestaciones humanas. Todo muy bonito, pero que les impedía descubrir la verdadera identidad de Jesús. Al no ver a Dios en Jesús, tampoco descubrieron la realidad de Dios dentro de ellos. Cuando desapare­ció, se vieron obligados a buscar dentro de ellos, y allí encontraron lo que no podían descubrir fuera.

El Espíritu no añadirá nada nuevo. Solo aclarará lo que Jesús ya enseñó. Las enseñanzas de Jesús y las del Espíritu son las mismas, solo hay una diferencia. Con Jesús, la Verdad viene a ellos de fuera. El Espíritu las suscita dentro de cada uno como vivencia irrefutable. Esto explica tantas conclusiones equivocadas de los discípulos durante la vida de Jesús. Las palabras (aunque sean las de Jesús) y los razonamientos no pueden llevar a la comprensión. El Espíritu les llevará a experimentar dentro de ellos la misma realidad que Jesús quería explicar. Entonces no necesitarán argumentos, sino que lo verán claramente.

Shalom (paz) era el saludo ordinario entre los semitas. No solo al despedirse, sino al encontrarse. Ya el “shalom” Judío era mucho más rico que nuestro concepto de paz, pero es que el evangelio de Jn hace hincapié en un “plus” de significado sobre el ya rico significado judío. La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Es la armonía total, no solo dentro de cada persona, sino con los demás y con la creación entera. Sería el fruto primero de unas relaciones auténticas. Sería la consecuencia del amor que es Dios en nosotros, descubierto y vivido. La paz no se puede buscar directamente. Es fruto del amor.

Deben alegrarse de que se vaya porque ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es ninguna tragedia. Será la manifestación suprema del amor, será la verdadera victoria sobre el mundo y la muerte. El Padre es mayor que él porque es el origen. Todo lo que posee Jesús procede de Él. No habla de una entidad separada, sería una herejía. Para el evangelista, Jesús es un ser humano a pesar de su preexistencia: “Tomó la condición de esclavo, pasó por uno de tantos”. Dios se manifiesta en lo humano, pero Dios no es lo que se ve en Jesús.

Dios se revela y se vela en la humanidad de Jesús. La presencia de Dios en él no es demostrable. Está en el hombre sin añadir nada; Dios es siempre un Dios escondido. “Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera” (Pascal). El sufí lo dejó bien claro: Calle mi labio carnal, / habla en mi interior la calma / voz sonora de mi alma / que es el alma de otra alma  / eterna y universal. /  ¿Dónde tu rostro reposa  / alma que a mi alma das vida? /  Nacen sin cesar las cosas, / mil y mil veces ansiosas /de ver tu faz escondida.

En toda la Biblia existe una tensión entre la trascendencia y la inmanencia de Dios. El hombre no puede ver a Dios sin morir. No puede ser represen­tado por ninguna imagen. No puede ser nombrado. Pero a la vez, se presenta como compasivo, como pastor de su pueblo, como esposo, como madre que no puede olvidarse del fruto de su vientre. En el NT, se acentúa el intento de acercar a Dios al hombre. Los conceptos de “Mesías”, “Siervo”, “Hijo de hombre”, “Palabra”, “Espíri­tu”, “Sabiduría”, incluso “Padre”, son ejemplos de ese intento.

Meditación

Jesús descubrió la presencia absoluta de Dios.
Todo lo que vivió y enseñó fue consecuencia de esa experiencia.
Sabía que era la clave para que el hombre alcanzase plenitud.
Sin identificación con lo divino no puede haber verdadera humanidad.
Sin descubrir el tesoro que hay dentro de ti,
nunca estarás dispuesto a prescindir de todo lo demás.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Al final, el Triunfo de Dios.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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paloma de las manos del espírituJuan 14, 23-29

«El Paráclito, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho»

El libro del Éxodo es el punto culminante de la epopeya de Israel, pero es también una excelente metáfora del transcurrir de nuestra vida: “Desde la cómoda esclavitud de las pasiones, a través del desierto de la vida, acompañados por el Espíritu, hasta la casa del Padre”.

El pueblo de Israel se sintió acompañado del espíritu de Dios —el Ángel de Yahvé— hasta que se vio a salvo al otro lado del mar de las Cañas, pero cuando tuvo que enfrentarse a los rigores del desierto y vio pasar el tiempo sin llegar a la Patria prometida, se impacientó, se sintió abandonado y se rebeló contra Dios.

Quizá las comunidades cristianas de finales del siglo primero sintieron una sensación parecida, y de ahí que Juan escribiese el Apocalipsis para atajar la creciente desesperanza del pueblo. Habían empezado su andadura con el espíritu de Jesús a flor de piel, se habían enfrentado a enormes dificultades y lo habían soportado todo gracias a su fe en la inminente venida del Señor… pero pasaba el tiempo y el Señor no terminaba de llegar.

Nosotros corremos el mismo riesgo que los Israelitas del desierto y los primeros cristianos. Vemos pasar generación tras generación sin que se vislumbre siquiera el fin de las guerras, del dolor, del sufrimiento, de la injusticia, de la opresión… y nos preguntamos: ¿Dónde está la acción del Espíritu?… ¿Dónde está su luz para no errar el camino, y su fuerza para no desfallecer en nuestro peregrinar hacia ese mundo humanizado, civilizado, justo, libre y honesto que se supone nuestro destino?

Y nos impacientamos, y nos agobiamos porque sabemos que con nuestras fuerzas nunca llegaremos, y dudamos de que el espíritu de Dios esté acompañando a la humanidad, y nos preguntamos si no estaremos asistiendo al fracaso de Dios… Y nuestra fe se tambalea y nos sentimos condenados a vivir en un mundo que se rige por sus propias leyes y camina errático hacia ninguna parte…

Y, quizá desconcertados por la tardanza, llegamos a la lectura del texto de Juan.

Y Juan, que vivió estas mismas dudas y vacilaciones en el seno de sus propias comunidades, nos invita hoy —y lo hace aún con más fuerza en el Apocalipsis— a hacer un acto de fe en el triunfo final de Dios; a ver con optimismo el destino de la humanidad. Nos invita a no caer en la desesperanza; a confiar en que el Espíritu de Dios está con nosotros y que algún día dejaremos de vagar por el desierto y llegaremos también a la Patria… Porque Dios ha apostado muy fuerte por nosotros y no puede fallar.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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12261a-errores-practicar-espiritualidadDOMINGO 6º DE PASCUA (C)

(Jn 14, 23-29)

El ser humano vive en tensión en medio de la estructura del mundo que le ha tocado vivir. Conflictos provocados por la injusticia, la codicia, el egoísmo, los sistemas económicos y sociales que rigen la convivencia. Hay quienes se conforman con estar en desacuerdo; otros realizan su propia transformación personal esperando que, con el paso del tiempo, todo cambie y evolucione.

Vano intento. No basta con pensar lo recto, lo justo, sino esforzarse en “cumplirlo con la ayuda de Dios”. La estructura del mundo está basada en la injusticia, la mentira, el odio. El ser humano honrado ha de trabajar para rechazar el espíritu del mal que nos amenaza y tener confianza: “que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”. El Espíritu de Dios está presente en el mundo para liberarlo de la injusticia, la prepotencia, la sinrazón; debemos esforzarnos por recuperar la fe paciente que no escatima sacrificios, confiando en que lo que el ser humano no sea capaz de lograr le será dado por Dios.

En esta lucha para lograr la justicia, la paz, no hay espacios reservados. Las situaciones en las que nos movemos deben estar atravesadas por la crítica y la transformación del Resucitado. Afirmar hoy que Jesús ha resucitado no crea ninguna inquietud, pero estamos obligados a obrar conforme a nuestra conciencia cristiana. Tenemos unos límites muy estrictos en el ejercicio del derecho a defendernos a nosotros mismos y a nuestro país por medio de la fuerza, y también en lo referente a someternos de forma pasiva al mal y a la violencia. El cristiano no sólo está obligado a evitar determinados males sino que también es responsable de unos bienes enormes. Esto supone defender y fomentar los valores humanos más altos: el derecho de la persona a vivir libremente y a poder desarrollar su vida, pero también protegerla contra los abusos del poder destructivo que él mismo ha adquirido [1]. Tarea que se reduce a luchar contra las dictaduras totalitarias y contra las guerras. Pero también contra nuestra propia violencia, fanatismo y ambición.

El Evangelio de Juan nos recuerda que la paz cristiana es distinta de la paz mundana. El mundo llama paz al silencio impuesto por la guerra que gana el más fuerte. Basten algunos ejemplos: la perversa invasión de Rusia en Ucrania, la guerra en Afganistán, en Etiopía, en Yemen, el permanente conflicto entre Israel y Palestina, Siria, Haití, Myanmar (Birmania); África sigue siendo escenario de enfrentamientos entre los países y los yihadistas: Camerún, Mali, Níger, Burkina Faso, Mozambique, el Congo, el enquistado problema del Sahara Occidental y Marruecos… El Cristianismo llama paz a la aceptación del “otro”, precisamente en cuanto “otro”. La responsabilidad cristiana está del lado de Dios y de la verdad y de la totalidad de la humanidad.

La guerra es un recurso que siempre acaba golpeando a los más débiles, población vulnerable, civiles en zonas de combates; todo en nombre de intereses que, casi siempre, son lejanos y ajenos a cada persona.

La paz es mensaje, es compromiso, es actitud y es misión. Así envía el Padre a Jesús Resucitado; y así envía Él a sus discípulos/as, y también a mí, hoy: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz; una paz que el mundo no os puede dar” (27-28).

¿Y qué ocurre cuando la guerra parece inevitable y se hace realidad? ¿Qué pasa cuando se instala la obstinación o los intereses son tan contradictorios que parecen ser el único camino? ¿No es legítimo entonces, luchar y defenderse? Jesús respondió a la violencia con paz, al insulto con silencio, al pecado con el perdón en la cruz y su muerte no fue un fracaso. ¡Qué difícil de comprender hoy!

Podemos sentirnos unidos, en palabras de Pablo, a todas las guerras y conflictos olvidados: “Si un miembro del cuerpo sufre, todo el cuerpo sufre con él”.

Juan anima a sostener el mundo sin acobardarse ante la hostilidad. Para él, Jesús es el Verbo encarnado, el enviado de Dios. Se trata, por tanto, de su persona, de su misión, de la actitud de los hombres ante él; colocarse en la alternativa de vivir como esclavo o como hijo/a de Dios. Juan reivindica la libertad humana. La maldad no está en lo físico, sino en lo social: “el mundo” significa la humanidad, y en su sentido peyorativo, el orden social creado por los hombres, el sistema de relaciones humanas basado en la mentira, el odio y la injusticia.

El mensaje y la exigencia de Dios, la Palabra encarnada en Jesús, es el amor leal entre todos, como el que Dios ha mostrado a la humanidad: “Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (1,14).

Este mensaje condena la maldad del orden presente, “el mundo”, y ante él la humanidad se divide, aceptándolo o rechazándolo. El mandamiento del amor es el signo distintivo de los que siguen a Jesús, rechazando los criterios y la escala de valores del mundo injusto: ellos/as anulan al mundo en medio del mundo (17,16.18) Quien se desentiende del Jesús humano no es cristiano; vivir como él vivió es la norma y el único mandamiento a seguir.

Podríamos preguntarnos: ¿somos consecuentes con este mensaje?, ¿dejo que el Espíritu de Jesús sea el referente de mi vida?, ¿cuáles son nuestras verdaderas intenciones?

Decir que el Cristianismo es la revelación del amor significa que el amor es la clave de la vida misma y de la totalidad del sentido del cosmos y de la historia. Si las potencias relevantes tomaran en serio la cuestión del desarme podríamos acceder a acuerdos viables e ir reduciendo gradualmente el armamento. La paz necesita ser considerada como una posibilidad real. El equilibrio del terror es inaceptable, inmoral e inhumano. El desarme debe ser algo más que una tapadera para los embustes políticos. No podemos seguir celebrando conferencias en las que se toman propuestas de paz para olvidarlas a continuación. “La sabiduría que viene de arriba es intachable, pacífica, tolerante, compasiva, imparcial, sin hipocresía. Los que promueven la paz siembran frutos de justicia. ¿Qué es lo que os lleva a las guerras y a los conflictos entre vosotros? Vuestras pasiones infectan vuestros cuerpos. Ambicionáis y no tenéis, y por ello, matáis” (Sant 3,17. 4,2)

Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] T. Merton, Paz en tiempos de oscuridad, DDB, 2006, 91-93

Fuente Fe Adulta

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“El Padre es más que yo”: La realidad y la apariencia.

Domingo, 22 de mayo de 2022
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827C8344-94BA-42C1-A22A-B7511B50E15EDomingo VI de Pascua

22 mayo 2022

Jn 14, 23-29

Con frecuencia, la afirmación que da título a este comentario y que el autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús ha dado pie a interminables debates teológicos, con el telón de fondo de la “divinidad” de Jesús. ¿Es Jesús de la “misma sustancia que el Padre” –“homoousios”, como proclamó el concilio de Nicea en el año 325- o, como afirma el Jesús del cuarto evangelio, el Padre es “más” que él?

Más allá de las sofisticadas elucubraciones teológicas, parece claro que esa afirmación no tiene encaje posible dentro de la dogmática elaborada en Nicea. Y, sin embargo, cabe una lectura que da razón ajustada a toda esta cuestión.

Desde la comprensión no-dual, advertimos que Fondo y Forma -o, si se prefiere, Realidad y Apariencia- constituyen las dos dimensiones de la (única) Realidad, que nosotros también compartimos. Así, hablamos de “personalidad” (como nuestra “forma” o “apariencia” concreta) y de nuestra “identidad” (como el “fondo” último de nuestra verdad).

Pues bien, cada uno, cada una de nosotros puede hacer suya la afirmación de Jesús, expresada ahora en este lenguaje: “Soy uno con el Fondo de lo real -el “Padre”- pero, al mismo tiempo, en cuanto “persona” particular, soy más «pequeño” que aquel Fondo que reconozco mi identidad. En palabras de Fidel Delgado: “Soy Todo y poco, a la vez”.

Una vez más, se pone de manifiesto cómo lo que parecen dilemas irresolubles para la mente analítica, quedan disueltos en la comprensión no-dual, que sabe ver y reconocer la paradoja que habita toda la realidad.

Padre” e “Hijo”, Realidad y Apariencia, no son realidades contrapuestas y mutuamente excluyentes, así como tampoco aluden a entidades o seres separados que entrarían en comparación. Constituyen las dos dimensiones de lo real, que descubrimos en nosotros mismos reconociéndonos, a la vez, ambas cosas: identidad (realidad) y personalidad (apariencia). Según desde la perspectiva que adoptemos podemos vernos como plenitud o como una forma “pequeña” (personalidad particular), en comparación con lo que somos en profundidad. O dicho de otro modo: “Somos «más grandes» que lo que pensamos ser”.

¿Puedo percibir en mí esas dos dimensiones y el “juego” que se da entre ellas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La democracia en los parlamentos es valiosa. La comunidad eclesial vive la paz de la comunión en la fe, no del poder

Domingo, 22 de mayo de 2022
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F83F30DA-5496-4EBD-9151-ED3867EC55DADel blog de Tomás Muro la verdad es libre:

01.- Nostalgia de paz.

    Este año recordamos y evocamos la paz en plena guerra Rusia / Ucrania y otras guerras larvadas en Oriente Medio, en África, Latinoamérica, etc.

    Por otra parte añoramos la paz también en la Iglesia por las viejas rupturas históricas, por el enfrentamiento entre diversos sectores en el seno de la misma Iglesia católica.

    También sentimos nostalgia de paz en nuestras propias familias, en lo más íntimo de nuestra propia persona.

02.- Y qué es la paz.

    La paz os dejo, mi paz os doy…

    La paz no es la mera ausencia de guerra. La guerra conduce a la paz. La guerra no conduce a la victoria o a la derrota, pero ni una ni otra son paz.

  El poder, todo poder (incluido el eclesiástico) puede generar opresión, orden público “manu militari”, pero eso tampoco es paz.

    La mera resignación y aceptación estoica de una situación tampoco es paz. Pensar: “es lo que hay o lo que toca”, no es paz.

    No es fácil definir lo que sea la paz. Podríamos aproximarnos al concepto de paz si la entendemos como la integración de las dimensiones del ser humano que nos hace vivir en armonía interior y también hacia el exterior.

    En hebreo (en el mundo bíblico) para hablar y desear la paz emplean la palabra Shalom. Esta expresión hebrea significa estar sano, íntegro. Y con esta expresión se quiere desear la armonía personal y comunitaria que viene de la bendición de Dios.

Con este término, Shalom, se desea la paz en todos los aspectos de la vida: la salud corporal, que la vida transcurra en paz, se trabaja en paz, se celebra en paz, se duerme en paz, se muere en paz.

La paz no es ni proviene meramente de las instituciones políticas y militares. ¿Enviando armas a Ucrania se construye la paz? Para vivir en paz hace falta algo más y mejor que misiles y tanques. Y hace falta algún pensamiento más noble y sano(shalom) que la nación, la economía y el poder.

La paz no proviene de la economía, ni de la tecnología. Por mucho que progresen la técnica y la economía, no podrá haber en el mundo justicia ni paz en tanto los hombres no reconozcan la gran dignidad que hay en ellos como criaturas e hijos de Dios (Juan XXIII / Mater et Magistra, 215).

    Toda la tecnología y el bienestar social, etc. no dan síntomas de sensibilidad de paz y pacificación ante las pateras, los refugiados, ante el problema de Rusia y Ucrania, ante el Islam. La respuesta no está siendo precisamente de paz, sino más bien bélica.

Ni tan siquiera la paz surgirá de la seguridad jurídico política de acuerdos y pactos que no cambian mentalidades y corazones. Las grandes instituciones: Bruselas, Estrasburgo, la onu, la otan, etc. pueden y tienen que llegar a acuerdos y pactos ecologistas, bélicos, quizás atómicos, étnicos, religiosos, etc., pero la paz brotará siempre de una conciencia más profunda, de un ethos, que hoy por hoy están muy ausente en nuestro mundo, al menos en nuestras sociedades occidentales y en nuestros planes de educación.

¿Tal vez las ideologías políticas, económicas y nacionales no son “sanas” en el sentido de shalom?

Pablo VI decía que la paz es necesaria para la madurez de la conciencia moderna, desde la evolución progresiva de los pueblos, desde la necesidad intrínseca de la civilización moderna (Jornada de la Paz, 1 de enero de 1975).

03.- La paz interior, personal.

    Conflictos, problemas, pecado profundo, crisis interiores los vamos a tener en la vida. Y ello nos va a quitar la paz interior con el peligro de que –según qué momento religioso nos pille- la cosa derive en angustia y escrúpulos patológicos.

     En el ámbito de la persona, la paz es la integración armónica de las diversas fuerzas y capacidades del ser humano. La paz personal, interior, proviene -en la medida de lo posible- de una sana integración de las diversas dimensiones humanas: las diversas áreas de nuestra psicología, la afectividad, la salud y la enfermedad, el pecado, la dimensión religiosa, etc.

     La falta de paz personal puede fomentar o derivar en miedo, angustia o en otras actitudes negativas: odios, venganzas, obsesiones.

    La persona cristiana adulta, -y adulta en la fe-, no pierde la confianza ni la paz cuando se encuentra con Dios en la profundidad de la vida. Cuando en su interior uno asume su propia debilidad, miseria o fracaso y lo pone en manos del Señor, eso produce una profunda paz, que el mundo no puede dar.

04.- Paz y comunión eclesial no es dominación

Para nosotros resuena: la paz os dejo, mi paz os doy.no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde.

En la Iglesia se habla mucho de comunión eclesial, pero se realiza poco esa comunión.

En un parlamento conviven y trabajan diversas ideologías que llegan, más o menos, a consensos y acuerdos. Eso es bueno, está bien y se llama democracia. Pero la democracia no es comunión.

En la comunidad eclesial nos une la comunión en la misma fe en el Señor resucitado. La comunión está en la fe en el Señor, no en las órdenes y disciplina. La comunión eclesial no se produce por el sometimiento y dominación de los obispos y el clero, sino porque todos creemos –fe- en el mismo Señor JesuCristo.

La comunión no viene por la uniformidad de los ritos, de la liturgia, o de las formulaciones teológicas, etc., que pueden ser –son- muy diversas y No impongamos cargas que no son necesarias.

La comunión eclesial viene de la fe en el Señor Jesús.

La paz os dejo mi paz os doy.

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“Y después de la resurrección, ¿qué? “, por José Miguel Martínez Castelló

Sábado, 7 de mayo de 2022
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Pascua_2329277062_15459102_660x371“El horizonte de la resurrección es el horizonte de la esperanza”

“En estos días de Pascua, los cristianos tenemos que plantearnos cómo acogemos el misterio de la Resurrección en medio de la historia”

“Siempre me he preguntado por qué a personas ateas les molesta tanto que Dios no exista o no intervenga en nuestros asuntos si no creen en Él”

“En la actualidad afirmar que la resurrección es posible va contra los cimientos de la ciencia que se basan en lo tangible y material y, más todavía, contra los postulados del endiosamiento de las personas que llevan a disfrutar todas sus acciones sin límite alguno, explotando a otras personas por el bien y progreso personal”

Los dos últimos años los recordaremos porque asistimos a unas imágenes en Semana Santa completamente inéditas y sobrecogedoras. Se nos encogía el corazón, en plena pandemia, cuando veíamos la figura del Papa Francisco rezando solo en la Plaza de san Pedro. Los Vía Crucis dedicados a las vidas complejas de los niños y de las personas presas nos traspasaban el alma. Nos recordaban que, aunque todo se paró, el sufrimiento humano seguía su camino impertérrito. Volvió la mal llamada normalidad y el fin paulatino de las restricciones.

 Las muertes por COVID seguían de la misma forma, pero media humanidad apuntaba a un amanecer ante un virus invisible y silencioso. Creíamos que jamás íbamos a vivir una cosa parecida. Se nos llenaba la boca de que habíamos vivido un acontecimiento irrepetible que estaría grabado a fuego en los libros de historia. Ésta, maestra de la vida, no deja de sorprendernos y de cambiarnos el paso porque en la madrugada del 24 de febrero Rusia invadía Ucrania. El mundo contenía el aliento como si de un hecho único se tratara olvidando que en ese momento se daban, y se dan, veintiséis conflictos silenciados: Siria, Colombia, Etiopía, Yemen, Afganistán, República Centroafricana, Israel y Palestina, Myanmar, Mozambique y otros derivados por la acción del Estado Islámico.

De la noche a la mañana despertamos de nuestro letargo bien pensante convirtiéndose en espectadores privilegiados de una masacre retransmitida en directo. Ciudades que desconocíamos como Jarkov, Odesa, Dnipro, Donetsk, Zaporiyia, Lvov, Mykolaiv o Mariupol han entrado a formar parte de nuestras conversaciones como si hubiésemos vivido ahí. Y de pronto, ante todo este panorama, llega la Pascua, la fiesta de la Resurrección en medio de Bucha, Borodianka o la estación de Kramatorsk. ¿Es posible hablar hoy de la redención del hombre, de la persona, de volver a nacer y vencer la muerte en tiempos donde la muerte misma es un negocio a través del mercado de las armas y la tecnología militar?

González Faus en un artículo reciente en RD, De Ucrania a Dios: para creyentes e increyentes, decía: “¿Dónde está Dios ante esas madres desesperadas por no saber cómo liberar a sus niñitos del pánico y del hambre?”. Uno de los objetivos, no sólo del cristianismo, sino de todas las propuestas espirituales, religiosas y de sentido en el mundo actual es qué decir ante los cambios y la transformación de la vida que estamos viviendo; qué tiene que decir frente al absurdo, la desesperanza y el sentido. Por ello, en estos días de Pascua, los cristianos tenemos que plantearnos cómo acogemos el misterio de la Resurrección en medio de la historia y ser conscientes de lo que implica creer en Cristo resucitado y qué vida llevar a cabo a partir de este misterio que es el fundamento de nuestra Fe. Ello nos lleva a dos problemas de primer orden: el problema del mal y la esperanza.

El problema del mal: ¿mutismo de Dios?

Ríos de tinta han corrido a lo largo de la historia para responder al problema del mal. Desde la literatura, a la ciencia, la filosofía, la teología o el arte han intentado hallar orientaciones y respuestas a este interrogante. Debemos caer en la cuenta que hay situaciones que jamás tendrán una explicación completa bajo nuestros esquemas mentales. Sin embargo, en un mundo donde a Dios y a una parte de sus manifestaciones se les ha colocado una sordina, cuando el ateísmo y la increencia se disparan en la juventud a niveles inimaginables, resulta curioso que la misma sociedad vuelva a Dios para explicarse el problema del mal. Siempre me he preguntado por qué a personas ateas les molesta tanto que Dios no exista o no intervenga en nuestros asuntos si no creen en Él.

De ahí que González Faus exprese la interrelación entre Dios y el problema del mal. Necesitamos acudir a Él para encontrar comprensión a lo que vivimos en medio de las oscuridades y tinieblas de la historia: “Si Dios no existe el mal no tiene explicación, pero si Dios no existe el mal no tiene solución”. Nos cuesta asumir y comprender la mera existencia del mal. Anhelamos un mundo perfecto, pero caemos en la cuenta de la imposibilidad del mismo. Ahí tenemos el magisterio de las distopias desde 1984 de Orwell, a Un mundo feliz de Huxley, Fahrenheit 451 de Ray Bradbury o El cuento de la criada de Margaret Atwood. Debemos aceptar que el mal forma parte de nuestro mundo. El sufrimiento es una parte más del todo, de nuestra historia y de nuestra vida: “Pensar en un mundo finito sin mal, equivale, pues, a pensar un círculo cuadrado o en un hierro de madera, porque, en definitiva, seria pensar en un mundo finito-infinito” (Torres Queiruga, Esperanza a pesar del mal).

Ahí donde se dé la realidad humana aparecerá, al mismo tiempo, la carencia, el conflicto y el dolor porque la vida es, por definición, problemática. Esto no implica que nos conformemos con la lógica de la historia y, por tanto, que justifiquemos las injusticias y las diferentes pobrezas que se están cronificando y que necesitan de un compromiso radical para afrontarlas y solucionarlas. El Dios crucificado es el Dios del amor, como diría Whitehead en Proceso y realidad, “el gran compañero, el que sufre con nosotros y que comprende”. Desde el Éxodo al pie de la cruz de Jesús de Nazareth, Dios “está siempre -como apunta Queiruga– al lado del oprimido y del que sufre, apoyando su lucha y alimentando su esperanza”.

Y la resurrección se da en ese mismo momento, cuando la vida puede transformarse, puede cambiar, cuando lo que hacemos, por grande que sea su error, no puede dictar la sentencia final. A pesar de los pesares, Dios no se cansa, como ha apuntado Francisco en muchas ocasiones, de perdonarnos, del mal que ejercemos sobre las personas. Como diría C. Rahner, “si la muerte tiene la última palabra, ¿con qué base podemos esperar?”. El horizonte de la resurrección es el horizonte de la esperanza. Por ello la Pascua es el acontecimiento de salvación para toda persona y para la humanidad entera. Al mal sólo se le puede combatir con el bien y con la esperanza en el espíritu humano.

Para ello se necesitan de las armas más poderosas que existen, las que pueden variar el rumbo de la historia, armas que están silenciadas, que no están financiadas por ningún Estado o industria bélica: el perdón y la misericordia. En la medida que hacemos uso de la explotación y la violencia nos estamos alejando de Dios porque violamos lo que somos y aquello que nos hace ser personas. El Domingo de Ramos, Francisco escribió este tuit que debería guiarnos en esta Pascua: “Cuando se usa la violencia ya no se sabe nada de Dios, que es Padre, ni tampoco de los demás, que son hermanos. Se nos olvida por qué estamos en el mundo y llegamos a cometer crueldades absurdas”.

Estamos en el mundo para construir una civilización de amor y de encuentro. Sólo cuando ofrezcamos esa medida al mundo y a la humanidad esteremos resucitando porque hemos sido creados desde el amor. La cuestión estriba en qué papel queremos despeñar. Nuestro carácter radical de libertad es inevitable y su relación con el mal, también. Pero depende de nosotros, desde el magisterio del sacrificio de Jesús, el modo en cómo afrontamos la realidad que se nos mostrará entre tinieblas, qué duda cabe, pero que serán vencidas por la luz del amor.

2. La esperanza de la Resurrección  

Esta victoria se fundamenta en la creencia que es la base de toda existencia cristiana: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quién según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo entre los muertos” (1Pedro, 1-3). ¿Nacer de nuevo? ¿Qué significa? Jesús se granjeó enemigos por explicar y proclamar las consecuencias de una vida que ha resucitado, que ha vuelto a la vida. Al final de la Cuaresma, el evangelio de Juan así lo constata: “Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre” (Jn 8, 51-52). Hoy, como en tiempos de Jesús, expresar aquello que no tiene la fuerza y la presencia de la corriente de la moda, de lo que se lleva y se acepta sin rechistar, incomoda, y Él lo pagó con su vida.

De igual forma, en la actualidad afirmar que la resurrección es posible va contra los cimientos de la ciencia que se basan en lo tangible y material y, más todavía, contra los postulados del endiosamiento de las personas que llevan a disfrutar todas sus acciones sin límite alguno, explotando a otras personas por el bien y progreso personal. Por el contrario, nuestra esperanza no puede circunscribirse a lo que podemos tocar porque tiene fecha de caducidad, desapareciendo de inmediato de nuestro horizonte personal.

La esperanza a la que acogernos tiene que situarse ante algo que no dependa del vaivén del tiempo ni de las circunstancias; tenemos que sostenernos ante una realidad que nos guarde en todas y cada una de las situaciones de nuestra vida. Como diría el teólogo alemán de la esperanza, Jürgen Moltmann, “creer es esperar, si no espero realmente no creo”. ¿Qué esperamos? ¿Esperamos algo? ¿Nuestra fe, nuestra creencia se basa en la resurrección? ¿Podemos decir que el tiempo pascual no es un tiempo más, sino que es la canalización de la expresión máxima de nuestra fe y esperanza?

Con el paso de los años comprenderemos la envergadura y la talla de Francisco. Pasará a la historia con muchos atributos que calificarán toda su acción pastoral. Lo recordaremos, entre muchas cosas, como el que cristalizó el pontificado de la esperanza. Es crítico, como pocos, de todos los vacíos y sin sentidos del sistema económico, social y de vida que llevamos. Sin embargo, no pierde la esperanza en la resurrección de toda persona, en sus posibilidades de transformación, de cambiar y de rehacer su historia para presentar una biografía diferente a la que fue: “No todo está perdido, porque los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad”(Laudatio si).

O, “hacer saber a las personas que no hay situaciones de las que no se puede salir, que mientras estemos vivos es siempre posible volver a empezar”(El nombre de Dios es misericordia). Esta esperanza sólo puede surgir de un Dios que se ha hecho uno de nosotros, que ha dado la vida por ti con independencia del color de piel, procedencia, estatus social, inclinación sexual, formación cultural que tengamos, ya que ama sin condiciones, donde se abaja de tal forma que desciende a nuestras heridas, a nuestras necrosis y miserias, para decirnos que en la vida lo más importante no es lo que hemos hecho, sino lo que hacemos y haremos. ¿Quién está libre de tirar piedras equivocadas? ¿Quién? Hasta los que comieron con Él lo traicionaron y no condenó ni afeó su conducta. Los acogió para que forjaran el porvenir de forma diferente; para que hicieran efectivo el Reino de Dios en la tierra.

Como expresó Pablo d’Ors en Religión Digital en plena pandemia: “Creer que todo cuanto sucede -bueno, malo o neutro- es en último término para bien. Ver lo que acontece no como una amenaza, sino como una ocasión para fortalecer el carácter y la relación con los otros y con Dios. Jesús sabe que el mal no tiene verdadero poder sobre este mundo”.

El tiempo pascual representa la victoria de la vida frente al sepulcro. Seremos hombre y mujeres de resurrección cuando no nos dejemos llevar por el derrotismo y la pesadumbre actual; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando cada día demos esperanza y vida a cuantos nos necesiten; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando trabajemos por la convivencia y la paz ahí donde estemos; seremos hombres y mujeres de resurrección cuando nos convirtamos en la voz de los sin voz del mundo. De esa forma resucitaremos a diario y lo asumiremos como el elemento mas definitorio de nuestra vida y no como un dogma o una quimera de tiempos pasados. Feliz Pascua.

Fuente Religión Digital

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Aún así, el arco en la iglesia continúa doblándose

Martes, 3 de mayo de 2022
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Breakfast_at_Dawn_webLa reflexión de hoy (III Domingo de Pascua), es del colaborador de Bondings 2.0 Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el tercer domingo de Pascua se pueden encontrar aquí.

“¿Qué eres, un masoquista?” Nosotros, en la comunidad LGBTQ católica, a veces escuchamos esta pregunta de amigos no católicos bien intencionados, que se preguntan cómo podemos permanecer en una Iglesia que parece, en muchos sentidos, no querernos. Para obtener evidencia de que esto es común, no busque más allá de la guía de comentarios de este blog. No habría necesidad de una regla en contra de decirle a alguien que abandone la Iglesia, si esa sugerencia no se hiciera con frecuencia por la razón que mencioné al comienzo de este párrafo.

Esa pregunta me persigue cuando reflexiono sobre las lecturas de hoy. Siento una similitud entre nuestra comunidad y los Apóstoles en la primera lectura de hoy de Hechos 5. Con respecto al abuso y la persecución que experimentaron los Apóstoles, se nos dice que abandonaron el Sanedrín, “gozándose de haber sido hallados dignos de sufrir deshonra por por el bien del nombre.” ¿No deberíamos, como ellos, regocijarnos de ser encontrados dignos de sufrir la deshonra por el nombre de Jesús, quien siempre fue a los márgenes para encontrar a todos los que lo necesitaban, y siempre incluidos en lugar de excluidos? Y, sin embargo, ¿no es masoquista alegrarse del propio rechazo o persecución?

Tengo una reacción similar a la segunda lectura, de Apocalipsis, donde la hueste celestial canta: “Digno es el Cordero que fue inmolado, de recibir el poder y las riquezas (… completa el resto del Mesías de Haendel)”. Escucho, “sí, bueno: los que son asesinados son dignos de recibir, etc…” Pero luego el persistente “¿qué eres, masoquista?” la voz habla de nuevo: en realidad no dice que el Cordero es digno porque fue inmolado; y además, ¿desde cuándo soy el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo?

En definitiva, sigo creyendo que es espiritualmente saludable identificarse y consolarse con el sufrimiento de los Apóstoles, y del mismo Jesús, y finalmente alabar a Dios, que con las palabras del salmo de hoy, “no permitió que mi los enemigos se regocijan por mí.” El salmista nos recuerda que los perseguidores pueden tener la ventaja por un tiempo, pero que no tienen la última palabra.

Y entonces mi sentimiento no es masoquismo, sino esperanza. No en el sentido de optimismo barato del “después de todo, mañana será otro día” de Scarlett O’Hara, sino en el sentido de la virtud teológica que le dijo al Dr. Martin Luther King que “el arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia.” Veo esta larga flexión en la Iglesia tratando, centímetro a centímetro, de ponerse al día con el amor nutritivo y acogedor de Jesús, y abandonar la necesidad similar a la del Sanedrín de controlar y obligar.

En ese frente, tenemos palabras alentadoras de dos prelados europeos. El cardenal Jean-Claude Hollerich de Luxemburgo le dijo recientemente a un entrevistador que consideraba que la enseñanza actual sobre la homosexualidad “ya no es correcta” y no se basa en la ciencia, y recomendó una “revisión fundamental de la doctrina”. Luego, el obispo Georg Bätzing, jefe de la conferencia episcopal alemana, también dijo a una revista que la enseñanza de la Iglesia debe cambiar. Y cuando le preguntaron si las relaciones entre personas del mismo sexo estaban permitidas, dijo: “Sí, está bien si se hace con fidelidad y responsabilidad. No afecta la relación con Dios”. Si bien algunos podrían argumentar que tales declaraciones son demasiado escasas y demasiado tardías, tengo la edad suficiente para recordar cuando el concepto de un obispo, no importa un cardenal, hablando así era inconcebible.

Y, sin embargo, la curvatura del arco es siempre lenta, solo pulgada a pulgada: poco después, el cardenal George Pell le dijo a otro entrevistador que estos dos obispos deberían ser reprendidos, tal vez incluso silenciados, por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Me pregunto si Pell se dio cuenta de lo bien que funcionó un intento de silenciar a los Apóstoles (Hechos 5:27-28) cuando el sumo sacerdote “les dio órdenes de dejar de enseñar”, y continuaron haciéndolo aún más audazmente. Pell estuvo una vez en el consejo de cardenales asesores del Papa Francisco, y muchos todavía notan sus declaraciones.

Aún así, el arco continúa doblándose. ¿Fueron reprendidos los obispos queer-positivos? ¿Se echaron atrás o se retractaron? No, en cambio, hubo repetición con énfasis. El cardenal Reinhard Marx de Munich-Freising (irónicamente, la misma diócesis que una vez estuvo encabezada por un cardenal llamado Ratzinger) repitió el llamado de Hollerich y Bätzing a un cambio en la enseñanza de la iglesia y su respaldo a la santidad potencial en las relaciones entre personas del mismo sexo. Lo más sorprendente de todo es que también anunció que él mismo había bendecido a parejas del mismo sexo. Marx nunca mencionó a Pell, pero es sorprendente, y dudo que sea una coincidencia, que hiciera sus declaraciones solo dos semanas después del ataque de Pell a los otros dos obispos. Marx (a diferencia de Pell) sigue siendo miembro del consejo de cardenales asesores del Papa Francisco, lo que sugiere que la influencia del lado de Pell puede estar disminuyendo.

 Mi prueba final de que veo a través de la lente de la esperanza, no del masoquismo, se encuentra en el evangelio de hoy. Juan 21 contiene dos episodios distintos, unidos por la idea de liderazgo como alimentación, no dictado; cuidar, no dar órdenes. La tercera vez que Jesús se encuentra con los apóstoles después de la Resurrección, los encuentra de regreso en sus trabajos de pesca, como si sus experiencias con él no hubieran cambiado. Sin embargo, no comienza con “aclaremos algunas cosas” (lo cual, en el evangelio de Juan, podría no ser sorprendente), sino con “Ven y almorza”. Él los encuentra donde están, atiende sus necesidades y pacientemente los deja andar a tientas hacia la verdad.

Luego selecciona al que tenía más motivos para avergonzarse y arrepentirse, y lo pone a cargo. En caso de que aún no esté claro de qué lado se pone Jesús, la comisión viene como “apacienta mis corderos… apacienta mis ovejas… apacienta mis ovejas”, y no corregirlos, dominarlos, reprenderlos. Así es como Jesús entiende el liderazgo, y eso es todo lo que necesito para tener la esperanza de que las voces amorosas y acogedoras finalmente triunfen.

—Michael Ángel Allocca, 1 de mayo de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.”

Domingo, 1 de mayo de 2022
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No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga,
El Tiempo y la Espera,
Sal Terrae 1986

***

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:

“Me voy a pescar.”

Ellos contestan:

“Vamos también nosotros contigo.

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:

“Muchachos, ¿tenéis pescado?”

Ellos contestaron:

“No.”

Él les dice:

“Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:

“Es el Señor.

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:

– “Traed de los peces que acabáis de coger.”

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:

“Vamos, almorzad.

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?”

Él le contestó:

“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.”

Jesús le dice:

“Apacienta mis corderos.”

Por segunda vez le pregunta:

“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”

Él le contesta:

-“Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice:

“Pastorea mis ovejas.”

Por tercera vez le pregunta:

– “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:

-“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice:

– “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:

“Sígueme.”

*

Juan 21, 1-19

***

 

El amor de Cristo por Pedro tampoco tuvo límites: en el amor a Pedro mostró cómo se ama al hombre que tenemos delante. No dijo: «Pedro debe cambiar y convertirse en otro hombre antes de que yo pueda volver a amarlo». No, todo lo contrario. Dijo «Pedro es Pedro y yo le amo; es mi amor el que le ayuda para ser otro hombre». En consecuencia, no rompió la amistad

Para reemprenderla quizás cuando Pedro se hubiera convertido en otro hombre; no, conservó intacta su amistad, y precisamente eso fue lo que le ayudó a Pedro a convertirse en otro hombre. ¿Crees que, sin esa fiel amistad de Cristo, se habría recuperado Pedro? ¿A quién le toca ayudar al que se equivoca, sino a quien se considera su amigo, aun cuando la ofensa vaya dirigida contra él?

El amor de Cristo era ilimitado, como debe ser el nuestro cuando debemos cumplir el precepto de amar amando al hombre que tenemos delante. El amor puramente humano está siempre dispuesto a regular su conducta según el amado tenga o no perfecciones; el amor cristiano, sin embargo, se concilio con todas las imperfecciones y debilidades del amado y permanece con él en todos sus cambios, amando al hombre que tiene delante. Si no fuera de este modo, Cristo no habría conseguido amar nunca: en efecto, ¿dónde habría encontrado al hombre perfecto?

*

Søren Kierkegaard
Las obras del amor,
Guadarrama, Barcelona, s. f.

***

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“¿Me amas?”. 3 Pascua – C (Juan 21,1-19)

Domingo, 1 de mayo de 2022
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san pedro el pescadorEsta pregunta que el Resucitado dirige a Pedro nos recuerda a todos los que nos decimos creyentes que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de amor a Jesucristo.

Es el amor lo que permite a Pedro entrar en una relación viva con Cristo resucitado y lo que nos puede introducir también a nosotros en el misterio cristiano. El que no ama apenas puede «entender» algo acerca de la fe cristiana.

No hemos de olvidar que el amor brota en nosotros cuando comenzamos a abrirnos a otra persona en una actitud de confianza y entrega que va siempre más allá de razones, pruebas y demostraciones. De alguna manera, amar es siempre «aventurarse» en el otro.

Así sucede también en la fe cristiana. Yo tengo razones que me invitan a creer en Jesucristo. Pero, si lo amo, no es en último término por los datos que me facilitan los investigadores ni por las explicaciones que me ofrecen los teólogos, sino porque él despierta en mí una confianza radical en su persona.

Pero hay algo más. Cuando queremos realmente a una persona concreta, pensamos en ella, la buscamos, la escuchamos, nos sentimos cerca. De alguna manera, toda nuestra vida queda tocada y transformada por ella, por su vida y su misterio.

La fe cristiana es «una experiencia de amor». Por eso, creer en Jesucristo es mucho más que «aceptar verdades» acerca de él. Creemos realmente cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro vivir. Un teólogo tan poco sospechoso de frivolidades como Karl Rahner no duda en afirmar que solo podemos creer en Jesucristo «en el supuesto de que queramos amarlo y tengamos valor para abrazarlo».

Este amor a Jesús no reprime ni destruye nuestro amor a las personas. Al contrario, es justamente el que puede darle su verdadera hondura, liberándolo de la mediocridad y la mentira. Cuando se vive en comunión con Cristo es más fácil descubrir que eso que llamamos «amor» no es muchas veces sino el «egoísmo sensato y calculador» de quien sabe comportarse hábilmente, sin arriesgarse nunca a amar con generosidad total.

La experiencia del amor a Cristo puede darnos fuerzas para amar incluso sin esperar siempre alguna ganancia o para renunciar –al menos alguna vez– a pequeñas ventajas para servir mejor a quien nos necesita. Tal vez algo realmente nuevo se produciría en nuestras vidas si fuéramos capaces de escuchar con sinceridad la pregunta del Resucitado: «Tú, ¿me amas?».

José Antonio Pagola

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“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado”. Domingo 01 de mayo de 2022. 3er Domingo de Pascua

Domingo, 1 de mayo de 2022
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28-pascuaC3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
Salmo responsorial: 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Apocalipsis 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
Juan 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

En el pasaje de Hechos, los apóstoles son llamados a rendir indagatoria ante el Sanedrín, o Junta Suprema de los judíos. Conviene reflexionar sobre lo que implica concretamente la fe en la resurrección de Jesús; esto es, el testimonio de que él continúa vivo y actuando no ya físicamente, sino a través de la comunidad que ha asumido con el coraje y la valentía de su Maestro el proyecto del Reino. La Resurrección carece de pruebas históricas, y el creyente no las necesita. La prueba más segura y contundente nos la da, precisamente, la comunidad misma de creyentes que se fue formando alrededor de la fe en la Resurrección y que da testimonio de ella a través de una experiencia vital que ha evolucionado desde una total ignorancia e incapacidad para comprender a Jesús, hasta un cambio tan radical que ya nadie teme dar testimonio de que Jesús está vivo y que su proyecto sigue adelante. Con una valentía increíble, aquellos que habían huido abandonando al Maestro en su prendimiento, recalcan ahora que seguirán predicando porque “hay que obedecer a Dios antes que a los humanos”. Esta situación se repetirá innumerables veces en la historia de la Iglesia, cuando la autenticidad del mensaje entre en conflicto con los intereses que se le oponen.

En el evangelio Jesús se presenta a los apóstoles junto al lago Tiberíades, en medio de la vida ordinaria a la que ellos estaban acostumbrados. Habían dejado de ser los pescadores de personas a que los había llamado Jesús, y tras el supuesto fracaso del Maestro habían vuelto a su oficio de siempre. Allí se les presenta Jesús y aprovecha lo que les es familiar. Y allí Dios les manifiesta su poder y su gloria, a través del símbolo de la pesca y de la comida.

El Resucitado los invita a tirar la red, que recogerá una pesca milagrosa; una red que es símbolo de la Iglesia y de la pesca multitudinaria que harían los seguidores de Jesús después de este encuentro, cuando vuelvan a tomar el rumbo que habían perdido.

El discípulo a quien el Señor más amaba le reconoce en el milagro de la abundancia de peces, y Pedro se siente nada delante de aquel que le encomendó una tarea especifica que dejó de cumplir.

El capítulo 21 del cuarto evangelio fue agregado posteriormente. Es claro que Jn 20,30-31 era la conclusión original. Y es interesante que el capítulo 21 esté centrado en la figura de Pedro. En todo el evangelio los grandes protagonistas habían sido “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente las discípulas, y entre ellas la madre de Jesús y María Magdalena. La figura de Pedro tiene relieve secundario; más aun, aparece siempre contrapuesta y subordinada a la del “discípulo amado”. Para Juan lo más importante es ser discípulo/discípula. Ahora, en el capítulo 21, se afirma a Pedro como pastor a partir de la inquietante pregunta triple de Jesús resucitado: “Simón, ¿me amas?… Apacienta mis ovejas”. Pedro es reconocido como pastor porque ahora cumple la condición de buen discípulo. Durante la Pasión negó tres veces ser discípulo de Jesús. Ahora el Señor le pide una triple confesión de su sincero amor como discípulo.

Antes que jerárquica, la Iglesia es una comunidad de discípulos. En la tradición de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) es una iglesia fundada y dirigida por los 12 apóstoles, llamados también comúnmente los 12 discípulos. El capítulo 21 de Juan expresa la armonización de la dos tradiciones: Pedro es reconocido como pastor, pero bajo la condición de que acepte su definición fundamental como discípulo. Una vez reconocido como pastor, Jesús le anuncia la clase de muerte con la que glorificaría a Dios: su crucifixión en Roma. Después el Señor le reiterará su consigna favorita: “sígueme”, es decir, lo urge formalmente a ser su discípulo. Leer más…

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Dom 1.5.20. Pedro y el Amado, la pascua es una pesca: Echarse al agua y amar (Jn 21)

Domingo, 1 de mayo de 2022
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321867A9-7EE7-466F-8C10-1985F49DFFCDDel blog de Xabier Pikaza:

Parece que la primera iglesia, más centrada en Pedro, los Doce, los parientes de Jesús (y Pablo), tuvo dificultades en admitir el evangelio de Juan, pues no dejaba clara la identidad y función del Discípulo Amado. Parecía, además, que este evangelio defendía un cristianismo de simpe libertad interior y amor difuso, rompiendo la nervatura social del conjunto de la iglesia.

 Para subsanar en parte esas dificultades, el redactor ha incluido al fin un precioso capítulo pascual (Jn 21), elaborado en forma de “aparición” de Jesús y “pacto” misionero entre diversos (7)  grupos de cristianos.

En un primer momento, este evangelio terminaba con el testimonio de Tomás (Jn 20, 19-29) con una clara conclusión  y solemne (Jn 20, 30-31). Pues bien, sin borrar esa conclusión,  el redactor ha incluído este capítulo (Jn 21) a modo de conclusión y compendio, con cuatro temas esenciales: (1) Han de juntarse los 7, como en el G7 de Francisco, pero mucho más variados y comprometidos. (2) El Amado debe andar a todo, muy a lo libre, muy suyo y de todos. (3) Pedro tiene que ceñir los lomos y echarse al agua. (4) Hay llegar, s1 o sí, a los 153 peces/pueblos, sin quedarse en casa, sin excusas de ningún tipo.

Este fue el programa de Juan, hacia el 110 d.C. Éste ha de ser nuestro probrama XIX siglos después. Quien quiera quedarse en el texto, quede sin más y lo disfrute. Quien prefiera acompañarme siga. Buen fin de semana, este Domingo de Pascua. 

Introduzco imágenes conocidas… pero insisto en La Nave Triunfal de la Iglesia, delMuseo Nacional de arte colonial de México.  Deténgase quien quiera en los detalles, disfrute de la imagen barroca de la iglesia-nave de guerra y compare con la iglesia de los 7, con Pedro y Discípulo amado, en este evangelio.

A   LOS SIETE DE LA NAVE DE LA IGLESIA

Pedro dijo voy a pescar (21, 1-3), y el texto añade que se le juntaron  otros seis: Tomás, Natanael y los Zebedeos (Santiago y Juan) y dos discípulos más, cuyo nombre no se cita (21, 2). Significativamente, los primeros  de la lista son Pedro y Tomás, el Mellizo, que podrían forman la pareja final del evangelio: Pedro es el signo de la Iglesia Oficial; Tomás es el signo de la iglesia “mística”.

            Junto a ellos ha situado el evangelista a Natanael, de Caná de Galilea (cf. Jn 2, 1-11), lugar de las bodas del principio de la Iglesia, que había sido antes discípulo de Juan Bautista en el Jordán (cf. Jn 1, 45; Mt, 10, 3; Mc 3, 18,Lc 6, 14; Hc 1, 13). Fue, según la tradición.

Con esos tres, están los zebedeos,pareja esencial del comienzo de la iglesia, a los que se añaden otros dos, de quienes no se dice el nombre; uno de ellos podría haber sido el Discípulo amado, el otro una Discípula Amada. En total eran Siete, no Doce como los representantes de la iglesia del principio. Como sabemos ya por la segunda multiplicación de los panes (Mc 8) y por Hech 7, el número siete es signo de misión universal. En este contexto nos sitúa la escena que sigue.

El que inicia el movimiento es Pedro diciendo: ¡Me voy a pescar! (21, 3). Muchos lectores se han visto sorprendidos por el dato, como si Jesús volviera al tiempo de su historia y de su pesca pre-pascual en Galilea (Lc 5, 18-24), después que ya ha enviado a sus discípulos al mundo (cf. Jn 20, 21). Da la impresión de que Pedro y los siete han vuelto a lo anterior, al tiempo de pesca del lago, como hacían antes de haberse encontrado con el Cristo. Pero quien mire con más profundidad descubrirá en la escena un fuerte simbolismo: estamos ante el signo de la pesca escatológica.

            Es posible que en el fondo de la escena haya un recuerdo histórico. Es probable que Pedro y sus compañeros hayan descubierto algún día la ayuda de Jesús mientras se hallaban afanosos, pescando sobre el lago (como presupone en contexto vocacional Lc. 5, 1-11. Pero ahora es evidente que la pesca ha recibido un carácter pascual y misionero.

            Pedro es pescador al servicio de Jesús, como el mismo Señor lo había prometido (Mc 1, 16-20: os haré pescadores de hombres). En ese nuevo oficio, al servicio del reino, él sale a echar las redes sobre el lago de este mundo. No va solo, le acompañan los discípulos, finales, los siete creadores de la comunidad universal cristiana, los auténticos apóstoles de pascua. Siete varones para el mundo entero, no doce para Israel. Siete varones, parece que no hay mujeres, a no ser que uno de los dos del fin, sin nombre, sea mujer (o que el mismo discípulo amado sea mujer).

Van en medio de la noche, en el lago de la historia. Ha tomado la iniciativa. Le acompañan los otros y de un modo especial el discípulo querido. Para todos hay lugar en la faena. Pedro y el discípulo amado comparten un lugar en la barca y tarea pascual de Jesucristo. La experiencia pascual empieza siendo dura… Pero vengamos al texto:

Subieron a la barca y en aquella noche no pescaron nada. Apuntando ya la madrugada estaba Jesús en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: ¡Muchachos! ¿No tenéis nada de comer? Le respondieron: ¡No! Él les dijo:¡Echad las redes a la derecha de la barca y encontrareis!

            La echaron y no podían arrastrarla por la cantidad de peces. Entonces, el discípulo al que Jesús amaba dice a Pedro: -¡Es el Señor! Y Simón Pedro, oyendo que es el Señor, se ciñó el vestido y se lanzó al mar (21, 3-7)

 B. DISCÍPULO AMADO, AMOR QUE VE EN LA NOCHE

            Este Cristo de la pascua parece oculto mientras extienden los discípulos las redes sobre el lago. Ha resucitado el Señor, pero el mar de la vida sigue pareciendo, insondable, sin pesca, sin vida. Todo parece como estaba: mar y noche, barca y pescadores sobre el lago. Sobre el enigma del mundo es inútil esforzarse. Sobre el mar de la historia no se puede conseguir la pesca escatológica que había prometido Jesús en el principio del camino misionero (cf. Mc 1, 16-20). Acaba la noche y las luces primeras del día traen a la playa a estos sufridos pescadores fracasados.

            Recordemos que son varias las escenas pascuales donde el Cristo pascual empieza siendo un desconocido: el jardinero del huerto (Jn 20, 14-15), el caminante de Emaús (Lc 24, 15-16). Con toda naturalidad el hombre de la playa pregunta a los que vuelven de vacío y respondiendo a su fracaso y les dice echad las redes a la parte derecha (Jn 21, 6). Parece que sabe más que ellos.

            Los discípulos escuchan su palabra sin poner reparo (en contra de Lc 5, 5). El inicio de la experiencia pascual se encuentra precisamente en el gesto de confianza de aquellos que han estado faenando en las vigilias de la noche. Querían descansar cuando rompe la mañana: necesitan un lecho para el sueño. Pero escuchan la voz de aquel desconocido y de pronto la red queda llena de peces.

Conocer a Jesús

             La narración llega a su centro. Está llena la red y los fornidos pescadores tienen gran dificultad en arrastrarla. Entonces, mientras los otros se encuentran ocupados en la dura faena de la pesca, el Discípulo Amado tiene tiempo de mirar. Mira y descubre la verdad, en experiencia mística de pascua. Así le dice a Pedro: Es el Señor (Jn 21, 7).

            En este reconocimiento y en los gestos que siguen se explicita el misterio y camino de pascua, interpretado ya a manera de trabajo compartido. Los dos discípulos centrales se necesitan; cada uno realiza su función, ambos son complementarios:

Pedro dirige la faena, como buen patrón del barco. Sabe manejar las redes, hace fiel trabajo. Pero, en realidad, parece un poco ciego para las cosas principales: no sabe distinguir a Jesús en la mañana, en medio de la pesca. Esta ceguera de Pedro (ministro supremo de la iglesia) queda clara en la escena. Pero el texto ha resaltado también su gran capacidad de acogida y escucha. Pedro recibe en su barca al discípulo amado y le atiende cuando dice: es el Señor. Este es el Pedro verdadero: aquel que sabe escuchar al discípulo querido para confiar en su palabra y lanzarse al agua para el encuentro con Jesús. En medio de la gran faena ha descubierto lo más grande: ha sabido que Jesús le está mirando en la orilla y necesita ir a encontrarle.

El discípulo amado está en la barca, pero no se dice que faene. Él será quien vea y distinta  a Jesús en la orilla, pero no necesita saltar para  cerciorarse de ello. Ha descubierto al Señor en el misterio más profundo de su vida, puede aguardar a que culmine la faena de la pesca, que realizan precisamente por mandato de Jesús, mientras acaba la noche y se eleva la nueva mañana de la pascua plena.

             Pedro tiene que saltar de la barca. Es incapaz de permanecer en el trabajo mientras sabe que Jesús está mirando y aguardando allá en la orilla. Esta impaciencia de Pedro, que antes no ha sabido distinguir a Jesús, es signo de gran amor (lo pone todo en riesgo por hallarle); pero es, al mismo tiempo, el resultado de una posible desconfianza (quien ama de verdad no necesita correr de esa manera hacia el amado, porque sabe que él le mira y acompaña en todos los momentos de su vida).

C. ECHAD LA RED AL OTRO LADO. PEDRO TIENE QUE ARROJARSE AL AGUA. 

           1A76404E-24CD-43F4-AF22-73CE9EDDC5E9  Volvamos a la escena. Como un desconocido, a la orilla del agua, Jesús les ha dicho que echen las redes por el otro lado (a la derecha, cf. 21, 6). Pero veamos con más cuidado la escena, retomando algunos motivos ya indicados:

Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.” La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.” Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger. “Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”

             Como hemos indicado ya, la escena es misteriosa, y en ella aparecen no sólo Pedro con (entre) los siete, Pedro y el discípulo amado sino otros rasgos importantes, que es bueno destacar:

– Echad la red a la derecha…Puede tratarse de una indicación banal, pero todo nos indica que se trata de algo muy importante.  Hasta ahora, Pedro y su gente (incluidos los siete) habían estado pescando en la parte equivocada, en un contexto de ley convertida en “izquierda”, mano “falsa” de Dios y su promesa. Eso significa que la misión anterior de la iglesia había sido una equivocación inútil. Ha sido necesario que Jesús venga a la orilla y le diga que echen la red por el otro lado, por el lado bueno de la humanidad entera que es la “derecha de Dios”, en el amanecer de la nueva historia.

– Y pescaron tanto que tenían fuerzas para sacar la red, para traerla a tierra.La nueva pesca (la pesca de la derecha universal de Dios) les sorprende… Eran expertos pescadores pero no saben cómo “sacar” la red sin romperla, sin matar o estropear a los peces. Han pescado, están pescando, pero no saben qué hacer con su redada…Éste es el momento clave: Tienen una inmensa redada, pero no saben qué hacer con ella, como tratarla. Tienen un mensaje, tiene una oportunidad de oro (de Reino de Dios) en la madrugada, pero no saben qué hacer, no pueden llevar sus peces a la tierra de la vida.

El Discípulo amado le dice (a Pedro) “es el Señor”, el Señor de la derecha. La pesca que han logrado no es suya (no la han capturado ellos, no les pertenece…). Por eso interviene el Discípulo amado, que ve en la oscuridad de la mañana y dice a Pedro “es el Señor”. Sólo entonces reacciona Pedro, se viste, se ciñe. No es un mero pescador desnudo del lago del mundo, es un “delegado de Cristo”.

Pedro Se viste y se tira al agua (al agua de la pesca de Dios). Esta escena de Pedro tirándose al fin al agua, ante Cristo, por Dios superando sus miedos y reticencias antiguas responde a la más honda tradición de los sinópticos, que aparece en Mt 12, 22-23. Pedro se tira ahora del todo a las grandes aguas, se compromete plenamente por Jesús, bajo la  guía y la palabra del Discípulo amado.  Esta es la verdadera conversión de Pedro.

Los demás discípulos se acercaron en la barca, remolcando la red con los peces. Sólo ahora, cuando Pedro se ha echado al agua, sin miedo, por Jesús, ante Jesús, los cinco restantes (con el Discípulo amado de guía) pueden remolcar la red con los redes. No se dice cómo hacen, si van a ritmo y trabajo de remo, tres en cada lado, tres a babor, tres a estribor, o si van a viento de vela. Lo cierto es que se acercan a la orilla de Jesús donde está Pedro con él. Esta es la barca, remolcando de red con todos los peces del mundo, como seguiremos viendo.

Sigue la escena del pez y del pan…

            La escena culmina hablando del gran número de peces y de la comida de Jesús, hecha precisamente de panes y peces, lo mismo que en la escena de las multiplicaciones, con panes y peces (Mc 6; Mc 8). Pero con la diferencia de que hay un pan y pez que es el mismo Jesús. Sigamos  viendo el texto:

                Cuando llegaron a tierra (los seis de la barca, remolcando la red inmensa de los pueblos) vieron brasas y sobre ellas pez y pan. Jesús les dijo: ¡Traed de los peces que habéis pescado ahora! Subió Pedro y arrastró a la orilla la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y siendo tantos no se rompió la red.Y Jesús les dijo: Venid a comer! Ninguno de sus discípulos se atrevió a preguntarle ¿quién eres?, aunque sabían que era Jesús. Vino Jesús, tomo el pan y se lo dio y de un modo semejante el pez (21, 9- 14)

             La escena está llena de fuertes y bellos contrastes: los peces de la gran pesca de la iglesia, el pan y pez que Jesús a sus sufridos pescadores en la orilla. En el comienzo y final está el pan y pez de Jesús, la comida que ofrece a los cansados pescadores; en el centro habla el texto del número grande de peces que ha pescado la red de los discípulos.

            Comencemos por este segundo motivo. Jesús ha escogido a Pedro y sus amigos como pescadores de hombres (cf. Mc 1, 116-20). Eso es lo que ahora han hecho, por fin: han echado la red del mensaje en el mar de este mundo, en una noche larga, y al final pueden traerla llena de peces. El tiempo pascual se presenta así lleno de pesca: siempre que unos seguidores de Jesús, representados por Pedro (jerarquía) y el discípulo amado (libertad), se esfuercen por predicar el evangelio sobre el mundo, sigue habiendo pascua.

            Signo de Jesús resucitado son los pescadores, ministros de esta gran tarea, que echan la red en nombre de Jesús, mientras le siguen percibiendo a lo lejos, en la orilla del gran lago. Pero también los “peces” representan al Señor: son el conjunto de la humanidad que debe ser transfigurada por la pascua, en camino de salvación escatológica. En esta perspectiva han de entenderse dos señales que son complementarias.

D. FUERON 153 PECES, TODOS LOS PUEBLOS

Por un lado, se dice que los discípulos de Cristo han recogido ciento cincuenta y tres pecesque representan el conjunto de los pueblos de la tierra a lo largo de la historia. Son la nueva humanidad que Jesús quiere llevar hasta su meta por medio de la pascua, a través de la acción misionera de la iglesia. La tarea que realizan juntos Pedro y el discípulo amado, con el resto de los seguidores, se muestra de esa forma como expresión y contenido de la pascua.

0D3F2920-EF1C-4D65-A6B1-D6D5261E6813Jesús les ofrece un pan y un pez asados en la brasa, en gesto de comida compartida (ese pan y pescado que es él mismo, su eucaristía de misión universal). Los discípulos recogen todos los peces de la historia, para ponerlos ante Cristo, en la playa del reino de los cielos. Jesús, en cambio, les ha esperado con su pan y su pez, es decir, con los signos de su propia presencia: se hace pan y pez de pascua para los creyentes; es pan de vida (cf. Jn 6, sermón de Cafarnaúm), pez de plenitud para los suyos.

Por un lado están los ciento cincuenta y tres peces de la historia. Son muchos los peces. La red de la iglesia parece pequeña y muy frágil; pero en ella caben todos los varones y mujeres de la tierra. Por eso, el tiempo de la pascua continúa hasta que Cristo, a través de sus enviados, consiga reunir sobre su playa a todos los pueblos de la tierra.

            Pero ese gesto de pesca resulta inseparable del don de Cristo que, esperando en la orilla, ofrece a sus discípulos el pan y pez de su propia vida hecha alimento, cercanía pascual, compromiso de solidaridad permanente. Jesús mismo es el pez que se ofrece a sus discípulos, en donación de eucaristía, representada , como en los relatos de las multiplicaciones, con el pan y el pez, no por el pan y vino de los relatos de la última cena.

 Pescar los peces de la gran faena misionera y comer el pez y pan de Cristo son signos complementarios, momentos integrantes de la vida de la comunidad pascual cristiana. Es evidente que el Cristo pascual sigue guiando a los discípulos en la gran tarea de la pesca, en el camino misionero de la iglesia, de tal forma que podemos afirmar que misión y experiencia pascual se identifican. Pero, al mismo tiempo, debemos recordar que la experiencia de la pascua es el mismo Cristo hecho pan y pez, comida compartida de la comunidad, en la orilla del mar, al final de la jornada misionera de la iglesia. Leer más…

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La aparición más extraña en el sitio más inesperado. Domingo 3º de Pascua. Ciclo C.

Domingo, 1 de mayo de 2022
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pedro-me-amas1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El cuarto evangelio tuvo dos ediciones. La primera terminaba en el c.20. Más tarde, no sabemos cuándo, se añadió un nuevo relato, el que leemos hoy (Jn 21,1-19). El hecho de que se añadiese a un evangelio ya terminado significa que su autor le daba especial importancia.

Un comienzo sorprendente

            Según el cuarto evangelio, cuando Jesús se aparece a los discípulos al atardecer del primer día de la semana, les dice: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo”. Pero ellos no deben tener muy claro a dónde los envía ni cuándo deben partir. Vuelven a Galilea, a su oficio de pescadores; en todo caso, resulta interesante que Natanael, el de Caná, no se dirige a su pueblo; se queda con los otros. Pero no son once, solo siete. Pedro propone ir a pescar, y se advierte su capacidad de liderazgo: todos le siguen, se embarcan… y no pescan nada.

Algunos comentaristas han destacado las curiosas semejanzas entre los evangelios de Lucas y Juan. Aquí tendríamos una de ellas. En el momento de la vocación de los cuatro primeros discípulos, también han pasado toda la noche bregando sin pescar nada, y una orden de Jesús basta para que tengan una pesca abundantísima. Por otra parte, en la propuesta de Pedro: “Me voy a pescar”, resuenan las palabras de Jesús: “Yo os haré pescadores del hombres”.

       En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: 

            Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: 

            – Me voy a pescar.

            Ellos contestan: 

            – Vamos también nosotros contigo.

            Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. 

            Jesús les dice: 

            – Muchachos, ¿tenéis pescado?

            Ellos contestaron: 

            – No.

            Él les dice: 

            – Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.

            La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.

            Dos reacciones: el impulsivo y el creyente

El relato de lo que sigue es tan escueto que parece invitar al lector a imaginar la escena y completar lo que falta.

Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: 

            – Es el Señor.

            Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: 

            – Traed de los peces que acabáis de coger.

            Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. 

            El contraste más marcado es entre el discípulo al que Jesús tanto quería y Pedro. El primero reconoce de inmediato a Jesús, pero se queda en la barca con los demás. Pedro, al que no se le pasado por la cabeza que se trate de Jesús, se lanza de inmediato al agua… pero no sabemos qué hace cuando llega a la orilla. Tampoco Jesús le dirige la palabra. Espera a que lleguen todos para decir que traigan los peces, y de nuevo es Pedro el que sube a la barca y arrastra la red hasta la orilla. Hay dos formas de protagonismo en este relato: el de la intuición y la fe, representado por el discípulo al que quería Jesús, y el de la acción impetuosa representado por Pedro.

            [La cantidad de 153 peces se ha prestado a numerosas teorías, pero ninguna ha conseguido imponerse. Según Plinio el Viejo, existían ciento cincuenta y tres variedades de peces. El evangelista habría querido decir que la pesca se extendió al mundo entero, abarcando a toda clase de personas.]

El misterio de la fe: seguridad sin certeza

Jesús les dice:

            – Vamos, almorzad.

            Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.

          Durante la comida extraña nadie dice nada, ni siquiera Jesús. En ese silencio resalta uno de los mensaje más importantes del relato: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.” Lo saben, pero no pueden estar seguros, porque su aspecto es totalmente distinto. Es otro de los puntos de contacto entre Lucas y Juan. Los dos insisten en que Jesús resucitado es irreconocible a primera vista: María Magdalena lo confunde con el hortelano, los discípulos de Emaús hablan largo rato con él sin reconocerlo, los once piensan en un primer momento que es un fantasma.

            Frente a la apologética barata que nos enseñaban de pequeños, donde la resurrección de Jesús parecía tan demostrable como el teorema de Pitágoras, los evangelistas son mucho más profundos y honrados. Sabemos, pero no nos atrevemos a preguntar.

¿Un final eucarístico?

Jesús no dice nada, pero hace mucho. Los gestos de dar el pan y el pescado recuerda a la multiplicación de los panes y los peces, con su claro mensaje eucarístico. La escena también recuerda a la de los discípulos de Emaús, que no reconocen a Jesús, pero lo descubren al partir el pan, aunque aquí no se habla de reconocimiento. Lo esencial es que Jesús alimenta a sus apóstoles, dándoles de comer uno a uno.

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. 

            Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. 

Pedro de nuevo: humildad y misión

La última parte, que se puede suprimir en la liturgia, vuelve a centrarse en Pedro. Va a recibir la imponente misión de sustituir a Jesús, de apacentar su rebaño. Hoy día, cuando se va a nombrar a un obispo, Roma pide un informe muy detallado sobre sus opiniones políticas, lo que piensa del aborto, del matrimonio homosexual, el sacerdocio de la mujer… Jesús también examina a Pedro. Pero solo de su amor. Tres veces lo ha negado, tres veces deberá responder con una triple confesión, culminando en esas palabras que todos podemos aplicarnos: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”. A pesar de las traiciones y debilidades.

            Y Jesús le repite por tres veces la nueva misión: “pastorea mis ovejas”. Cuando escuchamos esta frase pensamos de inmediato en la misión de Pedro, y no advertimos la novedad que encierra “mis ovejas”. La imagen del pueblo como un rebaño es típica del Antiguo Testamento, pero ese rebaño es “de Dios”. Cuando Jesús habla de “mis ovejas” está atribuyéndose ese poder y autoridad, semejantes a los del Padre, de los que tanto habla el cuarto evangelio.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?

Él le contestó: 

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice: 

            – Apacienta mis corderos.

Por segunda vez le pregunta: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me amas?

Él le contesta: 

            – Sí, Señor, tú sabes que te quiero.

Él le dice: 

            – Pastorea mis ovejas. 

Por tercera vez le pregunta: 

            – Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
– Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice: 

            – Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» 

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: 

            – Sígueme.

La alegría en la persecución (Hechos 5,27b-32.40b-41)

            [Nota previa muy importante: La traducción litúrgica ha suprimido algo esencial: los azotes a los apóstoles. El texto griego dice: “llamando a los apóstoles, los azotaron, les prohibieron hablar en nombre de Jesús y los soltaron”. En el leccionario, al faltar los azotes, no se comprende por qué se marchan “contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”].

En la lectura podemos distinguir tres secciones: 1) el sumo sacerdote interroga a los apóstoles y los acusa de seguir hablando de Jesús, haciendo responsables a las autoridades judías de su muerte. 2) Pedro responde que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres, e insiste en que Dios resucitó a Jesús. 3) Final: los azotan, les prohíben nuevamente hablar de Jesús y ellos salen contentos de haber merecido ese ultraje.

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»

Pedro y los apóstoles replicaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.»

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús.

Dos detalles llaman la atención: a) la necesidad que tienen los apóstoles de hablar de Jesús, aunque se lo prohíban y los castiguen; así se explica la difusión del cristianismo en el ámbito del siglo I por las regiones más distintas. b) La alegría en medio de las persecuciones, que no tiene nada que ver con el masoquismo, sino como forma de revivir el destino de Jesús.

Jesús exaltado (Apocalipsis 5,11-14)

            Este tema lo ha tratado Pedro ante el sumo sacerdote cuando dice: “La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador”.  El Apocalipsis desarrolla este aspecto hablando del Cristo glorioso del final de los tiempos.

         Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles: eran millares y millones alrededor del trono y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.» Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos, que decían: «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.» Y los cuatro vivientes respondían: «Amén.» Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje.

Reflexión final

            Las lecturas de este domingo son muy actuales. Además de la persecución sangrienta de Jesús a través de los cristianos, está el intento de silenciarlo, como pretendía el sumo sacerdote. Aunque a veces, el problema no es que nos prohíban hablar de Jesús, sino que no hablamos de él por miedo o por vergüenza.

            Otras veces nos resulta difícil, casi imposible, identificarlo en la persona que tenemos enfrente. O admitir ese triunfo suyo del que habla el Apocalipsis. Las lecturas nos invitan a reflexionar y rezar para vivir de acuerdo con la experiencia de Jesús resucitado.

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III Domingo de Pascua. 01 mayo, 2022

Domingo, 1 de mayo de 2022
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3Do-Pascua

 

“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;

pero los discípulos no sabían que era Jesús…”

(Jn 21, 1-19)

 

El tiempo de Pascua es el tiempo de las sorpresas del Resucitado. Los discípulos y discípulas de la primera hora nos han legado su experiencia de encuentro con el Resucitado. En cada uno de esos encuentros hay un algo de sorpresa.

Siempre les cuesta descubrir quién es el personaje que irrumpe en la escena, da igual que se haya aparecido otras veces, es difícil de reconocer. El texto nos dice que era “la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos.”

Parece que los discípulos se han quedado tan sobrepasados tras la muerte violenta de su maestro que no pueden reconocerle resucitado, pero recuerdan sus gestos. Porque ya en otras ocasiones les había invitado a echar las redes o había bendecido con ellos los alimentos.

La apariencia del Resucitado es distinta, desconocida, pero sus gestos son inconfundibles, en ellos sus discípulos reconocen al Crucificado. Lo que la lógica es incapaz de razonar lo descubre el amor en los gestos pequeños.

Un pequeño gesto es capaz de cambiar por completo la dirección de una vida. Cuenta el autor de un libro que se titula “La guerra no es santa: Relato del infierno Muyahidin”, cómo la ternura de un gesto le hizo conectar con la luz que después de toda la violencia vivida, aún quedaba en su corazón. Invitado en casa de un amigo se puso enfermo con una fiebre muy alta, entonces la madre de su amigo se acercó a su cama y le tomó la fiebre poniéndole la mano sobre su frente. Ese gesto le recordó lo que solía hacer su propia madre cuando él era pequeño y enfermaba.

Ese gesto le hizo descubrir la ternura en las personas que siempre había considerado enemigas, infieles y a las que deseaba eliminar. Había crecido en un país lleno de violencia y con la creencia de que matar “infieles” era la llave de entrada al Paraíso.

Él, que había crecido viendo semanalmente como los infieles eran castigados con la muerte de una manera pública, a modo de espectáculo y con ello se había ido oscureciendo su corazón, afirma que aquel gesto, unido a otros, hizo que el pequeño punto blanco que todavía quedaba en su corazón fuera ganando espacio.

Los gestos, nuestros gestos como los del Resucitado pueden transformar la realidad. Claro que no vale con cualquier gesto, son los gestos nacidos del amor, aquellos que brotan de lo más puro, de nuestra misma esencia. Gestos que no siempre son fáciles porque en nosotros también hay violencia y oscuridad.

Oración

Ayúdanos, Trinidad Santa, a vivir conectadas a nuestra propia esencia, ese lugar bondadoso e inviolable, del que nace el amor que nos hace semejantes a Ti.

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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El relato es fantástico: maravilloso y simbólico.

Domingo, 1 de mayo de 2022
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11E9CD87-F275-45F8-8BD6-FA4AE7257E6DDOMINGO III DE PASCUA  (C)

Jn 21,1-19

Nuestro problema sigue siendo la falta de experiencia pascual. Se trata de una vivencia interior que, o se tiene y entones no hay que explicar nada, o no se tiene y entonces no hay manera de explicarla. Esta simple constatación es la clave para afrontar los textos evangélicos que quieren transmitir dicha experiencia. No hay ni palabras ni conceptos en los que poder meter la vivencia, por eso los textos acuden a los relatos simbólicos.

El objeto de estos textos no es explicar ni convencer, sino invitar a la misma experiencia que hizo posible la absoluta seguridad de que Jesús estaba vivo. Descubriremos la fuerza arrolladora de esa Vida y podremos intuir la profundidad del cambio operado en ellos. Las autoridades religiosas y romanas no solo pretendieron matar a Jesús, sino borrarle de la memoria de los vivos. La crucifixión llevaba implícita la absoluta degradación del condenado y la práctica imposibilidad de que esa persona pudiera ser rehabilitada de ninguna manera.

La probabilidad de que Pilato condenara a la cruz a Jesús por la mañana y por la tarde permitiera que fuera enterrado con aromas y ungüentos, en un sepulcro nuevo, es prácticamente inexistente. Pero es lógico, que los primeros cristianos tratasen de eliminar las connotaciones aniquilantes de la muerte de Jesús. También es natural que, al contar lo sucedido a los que no conocieron lo hechos, tratasen de omitir todo aquello que había sido inaceptable para ellos mismos y los sustituyeran por relatos más de acuerdo con su deseo.

En el relato que hoy leemos, nada es lo que parece. Todo es mucho más de lo que parece. Responde a un esquema teológico definido, que se repite en todas las apariciones. No pretenden decirnos lo que pasó en un lugar y momento determinado, sino transmitirnos la experiencia de una comunidad que está deseando que otros seres humanos vivan la misma realidad que ellos estaban viviendo. En aquella cultura, la manera de transmitir ideas era a través de relatos, que podían estar tomados de la vida real o construidos para el caso.

“Se manifestó” (ephanerôsen) tiene el significado de “surgir de la oscuridad”. Implica una manifestación de lo celeste en un marco terreno. “Al amanecer”, cuando se está pasando de la noche al día, los discípulos pasan de una visión terrena de Jesús a través de los sentidos, a una experiencia interna que les permite descubrir en él lo que no se puede ver, ni oír, ni tocar. Seguimos el esquema en todas las apariciones, de que hablábamos el domingo pasado.

1º Situación dada.- Habían vuelto a su tarea habitual. Lo que les va a pasar, ni lo esperan ni lo buscan. Los discípulos están juntos, forman comunidad. No se hace alusión a los doce sino los siete, signo de plenitud, (todas las naciones paganas). Misión universal de la nueva comunidad. La noche significa la ausencia de Jesús. Sin él, la misión es estéril. El relato distorsiona la realidad a favor del simbolismo. La pesca se hace de noche, no de día, pero aquella a la que se refiere el relato, se consigue cuando se siguen las directrices de Jesús.

2º Jesús se hace presente.- Toma la iniciativa y, sin que ellos lo esperen, aparece. La primera luz de la mañana es señal de la presencia de Jesús. Continúa el lenguaje simbólico. Jesús es la luz que permite trabajar y dar fruto. Jesús no les acompaña; ahora su acción en el mundo se ejerce por medio de los discípulos. Las palabras de Jesús son la clave para dar fruto. Cuando siguen sus instrucciones, encuen­tran pesca y le descubren a él mismo.

3º Saludo.- Una conversación que pretende acentuar la cercanía. “Muchachos” (paidion) diminutivo de (pais) = niño. Es el “chiquillo de la tienda”. Al darles ese nombre, está exigiéndoles una disponibilidad total. Por parte de Jesús la obra está terminada. Él tiene ya pan y pescado. Ellos tienen que seguir buscando y compartiendo ese alimento. Jesús sigue en la comunidad, pero sin actuar directamente en la acción que ellos tienen que realizar.

4º Lo reconocen.- La dificultad de reconocerle se manifiesta en que solo uno lo descubre, el que está más identificado con Jesús. Reconoce al Señor en la abundancia de peces, es decir, en el fruto de la misión. Solo el que tiene experiencia del amor, sabe leer las señales. El éxito es señal de la presencia del Señor. El fracaso delataba la ausencia del mismo. Juan Comunica su intuición a Pedro. Así se centra la atención en éste para introducir lo siguiente.

Pedro no había percibido la presencia, pero al oír al otro discípulo comprendió enseguida. El cambio de actitud de Pedro se refleja en el verbo “se ató”. La misma que utilizó Jn para designar la actitud de servicio cuando Jesús se ató el delantal en la última cena. Se tira al agua después, dispuesto a la entrega. Solo Pedro se tira al agua, porque solo él necesita cambiar de actitud. Jesús no responde al gesto de Pedro; responderá un poco más tarde.

No ven primero a Jesús, sino fuego y la comida, expresión de su amor a ellos. Son los mismos alimentos que dio Jesús antes de hablar del pan de vida. Allí el pan lo identificó con su carne, dada para que el mundo viva. Es lo que ahora les ofrece. El alimento que les da él se distingue del que ellos logran por su indicación. Hay dos alimentos: uno es don gratuito, otro se consigue con el esfuerzo. El primero lo aporta Jesús. El segundo lo deben poner ellos.

El don de sí mismo queda patente por la invitación a comer y es tan perceptible que no deja lugar a duda. Recuerda la multiplicación de los panes. Es el mismo alimento, pan y pescado. Jesús es ahora el centro de la comunidad, donde irradia la fuerza de Vida y amor. Esa presencia hace capaces a los suyos de entregarse como él. Al decirnos que es la tercera vez que se aparece, significa que es la definitiva. No tiene sentido esperar nuevas apariciones.

5º La misión.– Hoy se personaliza la misión en Pedro. Había reconocido a Jesús como Señor, pero no lo aceptaba como servidor a imitar. Con su pregunta, Jesús trata de enfrentar a Pedro con su actitud. Solo una entrega a los demás, como la de Jesús, podrá manifestar su amor. La respuesta es afirmativa, pero evita toda comparación. Solo él lo había negado. Jesús usa el verbo “agapaô” = amar. Pedro contesta con “phileô” = querer, amistad.

Apacentar. Jesús le pide la muestra de ese amor. Procurar pasto es comunicar Vida. Solo puede hacerse en unión con Jesús. “Corderos” y “ovejas” indican a los pequeños y a los grandes. Debe renunciar a toda idea de Mesías que no coincida con lo que Jesús es. Pedro le había negado porque no estaba dispuesto a arriesgar su vida. Para la misión, Jesús es modelo de pastor, que se entrega por las ovejas. Para la comunidad, es el único pastor.

Al preguntarle por 3ª vez, pone en relación este episodio con las tres negaciones. Espera una rectificación total. Ahora es Jesús el que usa el verbo “phileô” me quieres, que había utilizado Pedro. Le hace fijarse en ello y le pregunta si está seguro de lo que ha afirmado. Ser amigo significa renunciar al ideal de Mesías que se había forjado. Jesús no pretende ser servido sino que sirva a los demás. Pedro comprende que la pregunta resume su historia de oposición.

Meditación

Solo el discípulo más cercano a Jesús lo reconoce.
Si vivo la presencia de Jesús, dentro de mí,
lo descubriré en los acontecimientos más sencillos de la vida.
No lo buscaré en personas o hechos espectaculares.
Si pongo amor en las cosas que hago,
estaré haciendo presente al Dios manifestado en Jesús.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Después de Jesús, nosotros la Iglesia.

Domingo, 1 de mayo de 2022
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Jn 21, 1-19

«Apacienta mis corderos… Apacienta mis ovejas».

Imbuidos del espíritu de Jesús, aquellos hombres y mujeres comprometidos con la misión se convierten en semilla poderosa que cae en buena tierra y da cosecha abundante. Surgen las primeras comunidades cristianas y sus miembros se reúnen en las casas para celebrar la Cena del Señor, leer las primeras recopilaciones de los hechos y los dichos de Jesús y atender las necesidades de los más necesitados. Su modo de vida es fértil y contagioso, y no dejan de crecer.

Las autoridades comienzan a recelar de su creciente influencia sobre el pueblo y llegan las persecuciones. Judíos y romanos los persiguen, los encarcelan, los torturan y los matan. Pero el espíritu que les anima, el espíritu de Dios, los mantiene firmes, y cuanto más los persiguen, más se reafirman en su fe… Y siguen creciendo.

Pero a partir del siglo segundo se abandona el estilo de Jesús. Primero se imponen las teologías cuasi gnósticas en boga y luego las metafísicas platónica y aristotélica. Se relegan las parábolas. Abbá se convierte en la Primera Persona de la Santísima Trinidad y se olvida la buena noticia. Se impone el celibato y se margina a las mujeres. Llegan las pompas señoriales de los obispos bizantinos y la monarquía absoluta del Papa. La Iglesia, antes perseguida, se convierte en perseguidora…

Y llegamos a nuestros días. Y cuando todo parecía perdido, surge una generación de gente que no está dispuesta a permitir que el Viento de Dios que empujó a la primera comunidad deje de soplar en la Iglesia actual.

Y el espíritu renace. Y hay signos evidentes de que la Iglesia, quizá por primera vez, es consciente de sus pecados y se esfuerza por salir de ellos. Y vemos que hay más la gente que se acerca a la Iglesia movida por la fe, y no por la costumbre. Que el sacerdocio deja de ser una situación de prestigio y comodidad, y se convierte en una opción de servicio. Que casi nadie piensa que fuera de la Iglesia no hay salvación; que no hay verdad; que la acción de Dios en el mundo se da solamente dentro de la Iglesia.

Y vemos también que el Santo Sacrificio de la misa va dejando paso a la eucaristía y la exégesis seria nos hace entender mejor la Palabra. Que se recupera la humanidad de Jesús —tantos siglos sometida a un docetismo indiscutido— y se redescubre a Abbá, enmascarado por ese Padre Todopoderoso caracterizado, sobre todo, por el poder y la justicia. Y que por primera vez en muchos siglos, no es el clero, sino todos los cristianos, los que podemos decir “nosotros la Iglesia”.

La Iglesia se enfrenta esperanzada al reto de responder a los desafíos de cada momento y cada cultura; de ser fiel simultáneamente a dos principios fundamentales: a lo recibido de los Testigos, y a los signos de los tiempos.

(Inspirado en el Tema del mismo nombre del curso de “cultura religiosa” de Ruiz de Galarreta)

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Perspectiva eco-feminista del evangelio.

Domingo, 1 de mayo de 2022
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EA40232D-AF96-4855-9D82-7ABC120861C7Me siento invitada por dentro a ofrecer una perspectiva eco-feminista del Evangelio de hoy, ya que otros autores ofrecen una exégesis detallada del texto.

Escribo estas líneas en estos días en que celebramos el Día de la Tierra que el papa Francisco nos invita a que se prolongue en una semana dedicada a recordar y a revivir nuestro compromiso de cuidado del Planeta.

Una primera lectura del texto de hoy me introduce en un marco completamente nuevo: no es en el templo, ni en salones parroquiales ni en una casa donde se hace presente Jesús, como tantas otras veces se hace presente en plena naturaleza.

Recientemente le hemos visto orando en el huerto, reclinado en una roca, con olivos como sus amigos y estrellas como las compañeras de sus horas más duras de sinsentido y abandono de los suyos. Es en la serenidad del huerto y en su noche que refleja la noche real, donde encuentra consuelo y libertad para dialogar abiertamente con su Abba, acogido, confortado por madre Tierra.

En otro huerto/jardín tiene lugar el encuentro con María, en plena confusión entre el hortelano y el resucitado. ¡Interesante!

Hoy le vemos a la orilla del Lago o Mar de Tiberíades en un ir y venir del mar a la playa. Habla de la noche y del amanecer, habla de redes, barcas y peces. Entendemos que cada palabra tiene un significado simbólico, pero os invito a contemplar el texto imaginando esa playa donde hay unas brasas y un almuerzo de pan y pescado preparado.

Estamos presenciando el encuentro del ego agarrado a lo suyo: la pesca de antes, con la propuesta en diálogo del maestro al discípulo. El maestro está en otra dimensión, pero se esfuerza en acercarse a sus amigos y discípulos, desde su lenguaje, desde donde ellos están. Pero, he aquí la fuerza del texto, para no dejarles donde están, sino implicarles en su misma tarea, la cual ha cambiado la historia de muchísimas vidas, la nuestra inclusive.

El marco es la naturaleza, un relajado desayuno en la playa, después de trabajar mientras era de noche, dialogando sobre la necesidad de cambiar de actitud si queremos llegar a las personas de hoy.

Es de una inteligencia y sensibilidad extraordinaria por parte de Jesús, algo difícil de encontrar entre sus ministros que se refugian bajo vestimentas anacrónicas, con la excusa de que es vestimenta litúrgica, inspirada en la vestimenta de los jerarcas romanos y en sus muebles y su arquitectura…haciéndose extrañamente diferentes e importantes, colocándose en lugares y sillas especiales, cuando el resto estamos en duros bancos con vestidos de hoy.

No así el Maestro, descalzo en la playa, con la túnica de su tiempo, pescando con los pescadores y amando, eso sí, amando sin descanso. Esa calidad de amor que cuanto más se ejerce más se energiza y aumenta.

Su trono fue la cruz, y su desnudez indicativa de un amor incondicional hasta el extremo, tanto que todo ser humano, puede siempre, desde cualquier situación de pobreza, dolor, tortura, abandono, hambre, sed, calumnia, miedo… encontrar en el Crucificado al amigo y compañero, al amor que le entiende desde la experiencia.

Jesús, con los pies en la arena, prepara unas brasas y unos peces para acercarse a ellos, donde ellos están emocionalmente y existencialmente, compartiendo sobre lo que no funciona, para despejarlo. Así hacen muchas familias alrededor de la mesa, se acercan entre ellos para despejar y aclarar situaciones y resolver problemas y tensiones.

Jesús no se sitúa en un altar, alejado de la gente y hablando un lenguaje aburrido y anacrónico, cargado de palabras y más palabras, repetidas, sin un acercamiento a la realidad de hoy, con lenguaje de hoy.

Jesús está en la arena, en la playa, en el desayuno y ahí, entre risas y miradas, saca su lado más femenino, el más tierno y cercano.

Es ese un diálogo íntimo e intimidante para los que buscan respuestas filosóficas y se esfuerzan en demostrar cuanto saben. Jesús, como hombre enamorado de la Vida y del Reino, busca esa intimidad con sus amigos. Sabe cómo se sienten después de la estampida del jueves y viernes. Pero, en lugar de sacar ese tema, saca otro: en plena intimidad con la naturaleza, valorando la pesca y al pescador, le dirige la palabra a Pedro, no para hablar del pasado…sino para devolver la intimidad que Jesús siempre quiso tener y quiere tener con lxs discípulxs.

Para que se dé el Reino, para que haya igualdad y respeto, pan y sanidad para todos, tiene que haber intimidad con Dios y con el Planeta, pues así estamos diseñados los humanos.

Saliendo al encuentro de sus amigos, Jesús recoloca su posición de amigo y maestro, que ellos han traicionado. Jesús, como una madre y amiga o amigo, devuelve su lugar en el corazón del que le dio un zarpazo al suyo.

Y en ese marco de amor y creatividad, enfrenta el lado más tierno del rudo pescador, o de la fría analítica de mí lado oscuro, no pasado por la tumba purificadora: ¿me amas?…

Esto es resurrección. Descubrir que esta relación de amistad íntima y personal con el Planeta y con Dios, es lo que devuelve la Vida a todo.

Podemos reciclar… podemos teologizar… pero mientras no intimemos con ambos, nuestra pesca será muy pobre. Por eso el Maestro nos dice mira al otro lado, echa la red donde él te dice, y parece que lo que dice es: quiero tener una relación personal de amistad contigo, y desde ahí seguir la misión, en comunidad de personas que tienen una relación de amistad entre ellas porque cuando esto se da, la pesca está asegurada.

Te invito a salir al campo o a la playa, y a tener una eucaristía allí con tus amigos e hijos, pero primero es bueno que nos demos un garbeo por la playa o campo, a solas, con el resucitado. Si es así, tendremos algo que compartir, más allá de lo de siempre, porque el fuego pascual se irá apoderando de nuestro corazón medio frío.

Feliz Tiempo de Pascua.

Magda Bennásar Oliver, SFCC (Sister for Christian Community)

Fuente www.espiritualidadintegradoracristiana.es

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El único examen es sobre el amor

Domingo, 1 de mayo de 2022
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93CB3333-BDF7-4327-97CE-5C27E55C35F8Domingo III de Pascua

1 mayo 2022

Jn 21, 1-19

“Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”, proclamaba Juan de la Cruz. Se trata, en realidad, del único examen. Y si estamos atentos, seguramente advertiremos que somos examinados en él de manera constante, día a día. A no ser que, como «malos estudiantes», prefiramos “pasar” de esta cuestión, porque no queremos “complicarnos” la existencia o, simplemente, evitamos ver todo lo que nos falta para poder vivirlo.

Que ese sea el único examen no es debido a ningún azar caprichoso ni a ningún dios moralista. Es el único examen porque en él se resume y se ventila la verdad -o no- de lo que somos. Así que ser examinados en el amor es exactamente lo mismo que ser examinados en la verdad.

La verdad de lo que somos se manifiesta en amar. Más allá de que se vea acompañado o no de sentimientos o emociones, amor significa certeza de no separación. Y tal certeza no es sino consecuencia y expresión de aquello que realmente somos: unidad.

La unidad que somos -manifestada y desplegada en una admirable infinidad de diferencias- se concreta en la comprensión y la vivencia de que todo otro es no-otro de mí. Comprensión que han reconocido todas las tradiciones espirituales y sapienciales, y que ha quedado recogida en la universal “regla de oro”: “Trata a los demás de la misma manera como te gustaría ser tratado por ellos”, o “No hagas a los otros lo que no desearías que ellos te hicieran a ti”.

Por eso, cuando constatamos la pobreza de nuestro amor -a nivel individual y colectivo-, con tanta carencia y tanto dolor infligido a otros, nos hacemos conscientes de la ignorancia en la que nos movemos y de lo alejados que nos hallamos de la verdad.

Ignorancia, oscuridad, confusión, mentira…, son la fuente última de nuestro egocentrismo que, encerrándonos, nos hace vivirnos en actitudes defensivas y hostiles hacia los otros. Solo la verdad -la comprensión de lo que somos- aporta la luz y la fuerza necesarias para vivir en amor, aunque esto implique un trabajo psicológico que nos permita ir sanando bloqueos (miedos) que lo dificultan o, por el momento, lo hacen imposible.

¿Vivo en amor?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Estaba ya amaneciendo… ¿Cuándo amaneceré en la Iglesia? ¿Y en Rusia – Ucrania?

Domingo, 1 de mayo de 2022
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2912B0A5-FD2C-45D3-BF07-5B46182B8D00Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Algunas notas previas

Simbolismos joánicos: La noche, el alba, la luz, el discípulo amado.

    En esta escena junto al lago están presentes los simbolismos clásicos de san Juan respecto de la Iglesia y de la misión: la barca, la pesca, la noche, etc.

  • En san Juan la noche es la ausencia de Cristo, que es la luz. (Yo soy la luz del mundo, (Jn 8,12; 9,5). La luz brillaba en las tinieblas, (Jn 1,5), pero los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, (Jn 3,19)
  • Aquellos primeros misioneros que salen a pescar estaban de noche, sin Cristo.
  • La coloración eclesial y la Eucaristía están muy presentes: el lago, la barca, la pesca, la Eucaristía, Pedro, el Discípulo Amado, las brasas, el pan y los peces etc.

02.- Están en el lago.

    El pasado domingo veíamos como la comunidad eclesial estaba en el cenáculo encerrada y con miedo. Hoy vemos que están ya fuera, en el lago (el mar es siempre lugar de riesgos y peligros). La Iglesia naciente se ha abierto.

    Están en el lago “Tiberíades” (de Tiberio, emperador romano). Lo normal hubiese sido que hablaran del lago de Galilea, pero quieren subrayar el aspecto de paganismo en el que se encuentran.

    No se lamentan de la situación, enseguida Pedro dirá: voy a pescar. El lugar del evangelio es el mundo, la sociedad.

Ser cristiano es vivir abiertos, en la sociedad, en diálogo con el mundo, con la vida, las gentes, la cultura, la política, etc. Es la Gaudium et Spes  del Vaticano II: la Iglesia en el mundo.

La Iglesia no ha de estar encerrada en la Curia, en las curias, sino abierta a la misión.

03.- Sobre la expresión “se ciñó”. El dichoso poder.

Pedro tiene una cierta relevancia en la vida eclesial joánica. (Este sería tema de otra homilía) Pedro toma la iniciativa de ir a pescar (v 3), se echa al mar (v 7), saca la red llena de peces (v 11), por tres veces dirá al Señor que le ama, que es su amigo: un juego de palabras entre ágape y filia: amor y amistad.

Pero en el v 7 hay un juego de palabras de lo más estrambótico: Pedro, que estaba desnudo en la barca, se viste la túnica para echarse al agua. ¿A quién se le ocurre?

La desnudez y el acto de ceñirse un vestido están intencionadamente usados en esta escena de la barca,

Están evocando lo que había hecho Jesús en la Última Cena: Jesús se ciñe una toalla, (Jn 13,4). Jesús se despojó, “se desnudó” del manto (túnica) de Señor y en actitud de servicio se hace esclavo de sus hermanos.

En la barca de Cristo, en la iglesia (y en la vida) hace falta poco bagaje y pocos mantos-túnica, casullas, capas pluviales, mitras, capellos, sotanas y clerygmans. ¡Cuidado con el poder!: no llevéis ni alforja, ni dos túnicas, ni oro ni dinero (Mt 10,10).

Fellini en aquella película “Roma” caricaturiza el poder, las “insignias” del poder eclesiástico en aquel desfile de modelos litúrgicos que resulta tan cómico como real. Y lo malo es que hoy en día gran parte de la ortodoxia eclesiástica se centra en esas cosas: estolas, casullas, mitras, báculos… Nos gusta, nos gusta el poder, sin embargo ¡es tan anti-evangélico! Los príncipes de la tierra, tiranizan, entre vosotros no ha de ser así entre vosotros…

La desnudez en algunos casos puede ser impúdica, pero en la Iglesia es evangélica.

La autoridad en la Iglesia viene del amor y es para apacentar, para pastorear la comunidad: ¿me amas? Apacienta…

Conforta que el actual obispo de Roma, que es quien lleva las sandalias del pescador, use zapatos normales como todo el mundo

04.- No pescaron nada

No pescaron nada y la razón es evidente: estaban de noche y Cristo no estaba con ellos.

    Que no se nos olvide –que se nos está olvidando- que lo lo único decisivo en la Iglesia es Cristo: infinitamente más importante que las estructuras, que los curas, las Unidades Pastorales, la jerarquía, más decisivo que todo eso, es Cristo.

    Una Iglesia en la que se da una dialéctica del poder, una búsqueda de puestos, cargos en la Curia y en las curias, una iglesia en la se discute quién manda aquí, o se discuten e imponen ten cuestiones menores: una absolución general o particular, la misa así o asá, Cristo queda relegado y, por tanto, “no tienes que ver nada conmigo” (Jn 13). Si eso sigue así, seguiremos sin pescar nada.

No hay gente en las iglesias, no hay seminaristas ni vocaciones… A lo mejor es que Cristo no va en nuestra barca.

05.- vv 9-10 En la orilla del lago les está esperando el Señor y en unas brasas les está preparando pan y pescado.

     Es la Eucaristía. Las Brasas.

    Este relato del lago es claramente una Eucaristía. Cristo celebra la Eucaristía con los suyos. Cristo es el pan de Vida. Cristo es la Vida y el calor (las brasas) de la comunidad.

Lo de las brasas tiene su retranca y su ternura: está resonando la noche de la pasión del Señor, cuando Pedro niega a Jesús tres veces: hacía frío, los soldados romanos hacen fuego ya había unas brasas, (Jn 18,18).  Resuena también el atardecer de Jesús con los dos de Emaús al calor de las brasas del hogar.

Hoy en día ya ni sabemos lo que era la lumbre, las brasas, la reunión familiar en las largas tardes-noches de invierno, la conversación y recuerdos familiares, el encuentro, el amor, el calor, la austera cena asada al calor de las brasas.

¿Y qué otra cosa es la iglesia, si no es recordar y  Eucaristía?

Jesús se acercó, tomo el pan en sus manos y se lo repartió, y lo mismo hizo con los peces.

06.- vv 3-5. estaba ya amaneciendo … jesús se presentó … ¡es el Señor!

    ¡Cuánta paz infunde en el alma “ver y estar con el Señor”: ¡es el Señor!

Celebremos la Eucaristía al calor de las brasas del lago y de  emaús

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