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Amanece la Vida

Sábado, 8 de abril de 2023
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VIGILIA PASCUAL: La piedra

“El primer día de la semana, de madrugada, cuando aún estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido apartada” (Jn 20,1)

¿Quién no se siente sepultado a veces? ¿Cuáles son nuestras piedras? Las que no nos dejan salir a la vida, continuar, crecer, ampliar horizontes, relacionarnos con los demás, amar…

Todos tenemos ataduras y mortajas que ni sabemos nombrar quizás y que necesitamos que alguien nos desate. Todos tenemos momentos de oscuridad, en los que no reconocemos el camino que tenemos delante, aunque lo veamos. No reconocemos a Jesús (Camino, Verdad y Vida), pero Él siempre está ahí, dispuesto a mover la piedra de nuestro sepulcro, dispuesto a iluminar nuestra mirada, a pronunciar nuestro nombre con dulzura para despertarnos el alma, para darnos un nuevo comienzo, con Él, una y otra vez. ¿O no es verdad que, en nuestra vida, hay a veces pequeños milagros cotidianos (casi siempre con nombre y apellido) que nos resucitan, que nos ayudan a continuar, a dar un paso más, a atravesar puertas cerradas e iluminar oscuridades?

¡No hay piedra que no se pueda mover! o lo que es lo mismo “¡para Dios no hay nada imposible!”.

Así resucita la vida, día a día. Así ruedan las piedras de nuestros sepulcros, con su ayuda. Así amanece la vida, con suavidad, con serenidad, con luz, con una voz que pronuncia nuestro nombre, una voz que nos llama a mover las piedras de otras tumbas, a dar vida a otros, para resucitarnos unos a otros, para salir con Jesús, del sepulcro.

Esta noche, entonaremos con alegría el ¡Aleluya! Porque “fue en esta noche santa, cuando apartando la losa, salió Cristo victorioso”.

Ya no hay piedra ni sepulcro. Jesús no está en él, y nosotros tampoco.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

AMANECE LA VIDA

Como cuando esperas, sin saber siquiera
qué es lo que pasa, qué es lo que anhelas
como cuando sabes que no quedan fuerzas
pero algo te dice que habrá cosas buenas
como al caminar junto a un campo
en la siembra
parece que escuchas brotar de la tierra
la vida que empieza, la vida que empieza

Como despertarse sin cuándo ni dónde
y la luz en los ojos te orienta y responde
como si ese peso que impide seguir
hubiera cambiado y te impulsa a vivir
como si una piedra impidiese salir
a tu corazón que no puede latir
y de pronto se mueve, y de pronto es ligera

ASÍ, SUAVEMENTE AMANECE LA VIDA
Y DERRIBA LA PIEDRA QUE SELLA LOS DÍAS
ASÍ, POCO A POCO UNA VOZ QUE ACARICIA
PRONUNCIA TU NOMBRE, Y DESPIERTA LA DICHA
ASÍ, NUEVAMENTE,
ASÍ CADA DÍA…

ASÍ, SUAVEMENTE AMANECE LA VIDA
Y DERRIBA LA PIEDRA QUE SELLA LOS DÍAS
ASÍ, POCO A POCO UNA VOZ QUE ACARICIA
PRONUNCIA MI NOMBRE Y DESPIERTA LA DICHA
ASÍ, NUEVAMENTE… ASÍ RESUCITA…
ASÍ, SUAVEMENTE… AMANECE LA VIDA

Salomé Arricibita

Para descargar la canción pinche el siguiente enlace: Amanece_la_Vida.mp3 y dele al botón derecho del ratón y guardar como…

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad , , , ,

Es la fiesta de la Vida. La de Jesús y la mía.

Sábado, 8 de abril de 2023
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DibujosBiblicosJesucristoLaResurreccionVIGILIA PASCUAL (A)

Mt 28,1-10

No se puede entender el tiempo litúrgico de cuaresma sin tener presente la Pascua. Al celebrar la resurrección, damos sentido a todo ese tiempo de preparación. Naturalmente, no se puede resucitar si antes no se ha muerto, pero debemos tener en cuenta que en toda muerte ya está presente la Vida, es decir la resurrección. Tal vez sea este aspecto el más complicado para nosotros hoy. Por eso no podemos conformamos con celebrar externamente lo que le sucedió a Jesús hace dos mil años. Solo sintiendo en nosotros su misma Vida y viviendo hoy lo que él vivió celebraremos adecuadamente la Pascua.

Los principales símbolos utilizados en esta vigilia pascual son el fuego y el agua. Están tomados de los elementos materiales que son los principios imprescindibles de toda vida biológica. Esta es la primera clave para entender el simbolismo de lo que celebramos en la liturgia más importante de todo el año. Del fuego surgen dos cualidades sin las cuales no hubiera podido surgir la vida que conocemos: la luz y el calor. El agua posee unas características que la hacen única y como disolvente eficaz, es elemento indispensable para formar un ser vivo. El 80% de cualquier ser vivo, incluido el hombre, es agua.

Otra clave de esta celebración en el recuerdo y la renovación de nuestro bautismo, es pieza esencial para descubrir de qué Vida estamos hablando. Jesús dijo a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo. Hay que nacer del agua y del Espíritu”. Hoy el fuego y el agua simbolizan a Jesús, porque le recordamos como Vida. Una vez más quiero advertir de que no se trata de una vuelta a la vida biológica sino de la Vida definitiva. En el prólogo del evangelio de Juan dice: “En la Palabra había Vida y la Vida era la luz de los hombres”.

La vida que hoy nos debe interesar, no es la física (bios), ni la psíquica (psiques), sino la espiritual y trascendente. Se trata de la misma Vida de Dios que es definitiva y eterna. Por no tener en cuenta la diferencia entre estas dos vidas, nos seguimos armado un lío con la resurrección. La vida biológica no tiene importancia en lo que estamos tratando, más que como soporte y fundamento de la Vida verdadera, la divina. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”.

La vida biológica y la psíquica tienen importancia, solo porque son la que nos capacitan para alcanzar la espiritual. Solo el hombre que es capaz de conocer y de amar, puede comprender a la Vida divina. Nuestra conciencia individual tiene importancia solo como instrumento, como vehículo para alcanzar la Vida definitiva. Esa individualidad que experimentamos en nuestra vida biológica, debe ser superada por la conciencia de un Vida trascendente que nos lleva a la unidad en la totalidad del Ser Supremo.

Lo que celebramos esta noche, es la manifestación en el hombre Jesús de esa plenitud de Vida. Jesús, como hombre, alcanzó la más alta cota de esa Vida divina. Posee la Vida definitiva que es la misma Vida de Dios. Esa Vida ya no puede perderse porque es eterna. Podemos seguir empleando el término “resurrección”, pero debemos evitar el aplicarla inconscientemente a la vida biológica y psicológica, porque es lo que nosotros podemos descubrir por los sentidos. Se trata de otra Vida que tenemos que descubrir en nosotros

Lo que hay de Dios en Jesús no se puede descubrir mirando, oyendo o palpando. Ni vivo ni muerto ni resucitado, puede nadie descubrir su divinidad. Tampoco puede ser el resultado de alguna demostración lógica. Lo divino no cae dentro del objeto de nuestra razón. A la convicción de que Jesús está vivo, no se puede llegar por razonamientos. Lo divino que hay en Jesús, y por lo tanto su resurrección, solo puede ser objeto de experiencia pascual. Cada uno de nosotros estamos llamados a esa misma experiencia.

Para los inmediatos seguidores de Jesús, como para nosotros, se trata de una vivencia interior. La experiencia pascual no se basa en ningún acontecimiento físico que pueda llegar a ellos a través de los sentidos. Solo a través del convencimiento de que Jesús les está dando VIDA, descubren los seguidores de Jesús, que tiene que estar vivo. Debemos superar la trampa de creer que creyeron por lo que vieron o percibieron desde fuera. Solo a través de la convicción personal podemos aceptar nosotras la resurrección. La manera de narrar los relatos de la resurrección nos puede meter por un callejón sin salida.

Creer en la resurrección no es algo que puede acontecer espontáneamente, exige haber pasado de la muerte a la Vida, como le pedía Jesús a Nicodemo. Pero ese paso no se realiza de una vez por todas en un momento determinado de mi existencia, exige una actitud constate de superación del materialismo. Por eso en esta vigilia es de tanta importancia el recuerdo de nuestro bautismo. El cristiano debe estar constantemente muriendo y resucitan­do. Muriendo a lo terreno y caduco, al egoísmo, y naciendo a la verdadera Vida. Tenemos una concepción estática del bautismo que nos impide vivirlo.

Normalmente recordamos nuestro bautismo como un hecho que sucedió en un lugar y un momento determinado de nuestra vida. Esta visión nos aleja del verdadero sentido del sacramento. En tal día a tal hora, han hecho el signo sobre mí, pero lo significado, es tarea de toda la vida. Todos los días tengo que estar haciendo mía esa Vida y por lo tanto todos los días tengo que estar muriendo a todo lo terreno y caduco y resucitando a lo que hay en mí de eterno y definitivo. Lo significado en el sacramento está ahí siempre.

En la vigilia seguimos leyendo textos del Antiguo Testamento, pero el sentido que hoy debemos darles está muy alejado del que le daban los primeros cristianos, todos judíos. Es verdad que la figura de Jesús sería impensable sin el AT, pero con la misma rotundidad debemos decir que la Ley y los profetas serían un bosque en invierno esperando la primavera.  La salvación de Jesús está a años luz de la que propone en la liberación de Egipto, la conquista de la Tierra Prometida o la vuelta del destierro del pueblo. La propuesta de Jesús fue una salvación absoluta y total. No se trata de una liberación de las limitaciones materiales que tanto nos molestan sino de la liberación integral.

Solo desde esa liberación interior nos sentiremos libres de todas las limitaciones, porque nos harán descubrir que ningún de ellas nos impide alcanzar la plenitud. No es la individualidad del ego lo que tengo que desarrollar sino la esencia de lo que soy que está más allá de todo lo material y biológico. Lo que vivieron los seguidores de Jesús, en la experiencia pascual, es imprescindible que lo vivamos también nosotros si de verdad queremos entrar en la dinámica de la verdadera resurrección.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Hágase

Sábado, 8 de abril de 2023
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SÁBADO SANTO: ¡HÁGASE!

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Mujer de pocas palabras y gran silencio sonoro. María, no dijo simplemente “sí”. Dijo ¡hágase!, porque su silencio, su confianza y su espera son activas. Al pie de la Cruz, en la entrada del sepulcro o llorando su dolor en privado, María, como también lo hizo Jesús,  sigue diciendo en su interior a Dios, ¡hágase!. Sigue esperando, aún sin comprender, confiada en el plan de amor de Dios. No cierra el corazón. Mantiene la esperanza y el amor, a pesar de lo que la realidad parece decir.

¡Hágase!… hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
¡hágase! Hágase en mí según tu voluntad

Quiero creer que tu Palabra hará brotar
cada semilla que mi alma quiere dar
te doy las gracias, sienta o no sienta que estás
pues desde siempre me llenaste de tu paz

¡Hágase!…hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
¡hágase! Hágase en mí según tu voluntad

Sé que no puedes otra cosa más que amar
y resucitas lo que no quiero mirar
sé mi esperanza y fuerza en la debilidad
hoy quiero en Ti estar dispuesta y confiar

¡Hágase!…hágase en mí, hágase en mí según tu voluntad
eres la Vida, el Amor, eres Verdad
hágase en mí según tu voluntad
Hágase en mí
Hágase en mí según tu voluntad
Hágase en mí
Hágase en mí

  *

Salomé Arricibita

***

Fuente Fe Adulta

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Una semana diferente…

Lunes, 3 de abril de 2023
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En estos tiempos de LGTBIfobia asesina en muchas partes del mundo, como vemos casi a diario en esta página Cristianos Gays,  esta Semana será muy, muy diferente… Para algunos será una semana de confinamiento, para alguno, quizá, de vacación y ocio. Para otros, semana de fe y de oración, de Cristos yacientes y Dolorosas con lágrimas en los ojos y espadas en el corazón.

Pero si el pueblo recuerda a Jesús no es porque sufrió y murió, sino porque resucitó. Nadie evoca ni celebra la muerte de un fracasado. Ni se entiende el dolor del Viernes Santo, sin la apoteosis del Domingo de Resurrección. Por eso, la Semana Santa, no puede considerarse como una enfermiza y caduca forma de recrearse en el dolor, sino como afirmación rotunda y gozosa de que, a través de la Cruz, se llega a la Pascua.  Que es Luz, Vida y Esperanza para los creyentes. Es la base de nuestra fe cristiana.

Hay algo que los cristianos debemos evitar en Semana Santa: convertirnos en meros espectadores de la Pasión. A este Dios sólo se le entiende cuando sabemos amar a los que sufren, acercarnos a ellos y compartir su Pasión. Como la Verónica y el Cirineo del Evangelio. La Semana Santa es buena ocasión para mirar a nuestro derredor, porque  son muchos los cristos anónimos que cargan con su cruz y suben al Calvario. Arrimar el hombro al dolor de este mundo es el mejor modo de resucitar con Él.

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Hay que salvar a Dios

En 1972, Maurice Zundel fue llamado al Vaticano por Pablo VI para predicar en el retiro de Cuaresma. Místico, teólogo, Maurice Zundel es un verdadero profeta del siglo XX.  En palabras del abbé Pierre: “Con él, nos encontrábamos en presencia de Alguien. Por su misma persona accedíamos casi naturalmente al misterio de Dios. A lo absoluto.

Os invitamos a seguir con Maurice Zundel, paso a paso, hasta Pascua …

Cristo en Auschwitz

Porque la Pasión de Jesucristo revela en el tiempo el amor eterno de Dios para con el hombre, Dios será eternamente crucificado mientras haya un único ser, una sola criatura que diga no. No hay parcialidad en Dios. Dios no es una madre que discierne entre sus hijos; cada criatura es el objeto de una ternura infinita y, mientras haya una sola que no sea recogida en las cosechas eternas, Dios será crucificado. Esto es el Infierno, el Infierno de Dios, el Infierno en la luz de la Cruz, el Infierno al cual condenamos a Dios y del cual absolutamente hay que librarlo. Es la única manera de escuchar la llamada de la Cruz. No se trata de un sacrificio ofrecido a Moloch por un inocente acosado y abandonado, se trata de esta inocencia del Dios revelado en Jesús. Se trata de la Pasión de un Dios que es madre, infinitamente más que todas las madres, y cuya justicia maternal contiene esta sustitución de la inocencia infinita a la culpabilidad ilimitada. Y si esto es verdad,  hay que revertir absolutamente todas las perspectivas: no es a nosotros, es a Dios a quien hay que salvar.  Hay que salvar a Dios de nosotros mismos, como es necesario salvar la música de nuestro ruido, la verdad de nuestros fanatismos y el amor de nuestra posesión. La Cruz finalmente es la cicatrización de todas las heridas que Dios noha cesado de sopotar en el curso de la Historia, ya que todos los males y las catástrofes que afectaron el Universo, la Vida y la humanidad, fueron otras tantas heridas en el Corazón de Dios.

***

David Trullo+Ecce Homo

(David Trullo+Ecce Homo)

Señor Jesús, Tú que consentiste que te hirieran, gracias por venir para habitar mi gran herida. Dame la gracia de abandonarme en Ti en la confianza, Tú que conoces el peso de los días y la dureza del camino …

 *

Maurice Zundel
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¡Lázaro, sal fuera!

Lunes, 27 de marzo de 2023
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Desde que Tú lo dijiste
con voz potente y firme,
qué pocos se han atrevido
a repetirlo –a pesar de ser creyentes-
en las múltiples ocasiones
que la vida nos ofrece.
Por eso, esta sociedad
corrompe e hiede
y está llena de muerte.

¡Lázaro, sal fuera!
Es tu palabra y buena nueva.

Dejemos de envolvernos ya
en mortajas y falsedades.
Que la verdad resplandezca;
que la sensatez y la confianza
hagan su tarea en nuestra tierra.
Respiremos tranquilos
al ver que los fantasmas
ni pesan ni toman cuerpo
y que los nudos se desatan.

¡Lázaro, sal fuera!
Es tu palabra y buena nueva.

Lo nuestro es despertar
a quienes han sido dormidos
por sus hermanos y ciudadanos
y condenados a no ser nada
-a no tener historia ni lugar-
y dejarles andar en libertad
por donde andamos nosotros,
con la misma dignidad.
¡Lo nuestro es quitar losas y mortajas!

¡Lázaro, sal fuera!
Es tu palabra y buena nueva.

*

Florentino Ulibarri

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Los transeúntes

Lunes, 27 de marzo de 2023
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La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Leslye Colvin. Leslye es una escritora, compañera espiritual y activista contemplativa que vive en Maryland, la tierra de Piscataway. Su blog, Leslye’s Labyrinth, presenta escritos de su corazón católico afroamericano.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

Vivimos en una sociedad que se construyó sobre la negación de la dignidad de muchas personas, incluidas las que son LGBTQIA+. Para muchos, incluso nuestras parroquias no han sido lugares de refugio y pertenencia para los miembros del Cuerpo de Cristo. ¿Cómo respondemos los que nos consideramos espectadores ante estas y otras acciones injustas?

Hace varios años comencé a contemplar las palabras del Evangelio de Juan en la liturgia de hoy. Pocos argumentarían que la mayor parte de la atención se le da al dramático e inesperado llamado de Jesús a su amado y difunto amigo Lázaro para que “salga”. Reflexionando sobre las palabras, aparentemente en un instante, reconocí lo que estaba oculto a simple vista.

Estaba aturdida. La historia no terminó con el llamado de Jesús a su amigo muerto, ni terminó con Lázaro saliendo de la tumba del entierro. ¿Cómo me perdí esto? Como nunca escuché una homilía sobre las palabras, estoy seguro de que no soy la única.

Las últimas palabras de Jesús en esta historia hace dos mil años fueron para los espectadores. Hizo una invitación perdurable que continúa hablándonos hoy. Es claro y conciso, simple y directo.

[Jesús] gritó a gran voz: “¡Lázaro, sal fuera!” El muerto salió, atado de pies y manos con vendas funerarias, y el rostro envuelto en un paño. Entonces Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo ir”.

Desátenlo y déjenlo ir”.

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Las palabras son alarmantes en su claridad. Son un llamado para que nosotros, los espectadores, participemos en la liberación de nuestros hermanos y de nosotros mismos. Desátenlo y déjenlo ir.

¿No es este el mensaje que Jesús proclamó en la sinagoga con las palabras de Isaías?

[Jesús] desenrolló el rollo y encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, para dejar en libertad a los oprimidos…”

Este desatamiento es el camino de Cristo. Pero debemos preguntarnos, ¿es nuestro camino?

¿Estamos obligados a reaccionar ante la orden de desatarlo y dejarlo ir? Esta pregunta es sistémica. ¿Cuestionamos las prácticas normativas? ¿Examinamos prácticas y formas de ser que privilegian a unos a expensas de la dignidad de otros: heterosexismo, homofobia, transfobia, misoginia? ¿Resistimos a estos sistemas de muerte en los que vivimos?

La cuestión de la desvinculación también es personal. ¿Reconocemos lo que nos impide afirmar la Imago Dei (Imagen de Dios) en los demás? ¿Restauramos a este hombre, y a los que están en los márgenes entre nosotros, a un lugar legítimo en nuestra familia y comunidad? ¿Nos atrevemos a romper la tradición tocando las bandas funerarias de la exclusión y el rechazo? Adoptamos las palabras “libertad” y “liberación“, pero ¿realmente queremos que los ideales se extiendan más allá de nosotros mismos?

En verdad, todos estamos obligados, incluso los transeúntes. La pregunta final es cómo nos desatamos unos a otros. Debemos apoyarnos en la incomodidad que surge del cuestionamiento de las ideologías defectuosas pero normativas que existen en nuestra nación y en nuestra amada Iglesia Católica. Debemos apoyarnos en la incomodidad como una persona embarazada se apoya en los dolores de parto. No desestimes esta oportunidad de gracia. A medida que nos inclinamos hacia adelante, invitamos a Dios a hacer la obra de Dios dentro de nosotros, a través de nosotros, más allá de nosotros. A medida que experimentamos nuestro propio desatamiento, nos vemos obligados a desatar a otros, porque desatar es el camino de Cristo Jesús. ¡Y cuando seguimos este camino, podemos ver qué gracia nace!

—Leslye Colvin, 26 de marzo de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Nuestra esperanza”. 26 de marzo de 2023. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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El relato de la resurrección de Lázaro es sorprendente. Por una parte, nunca se nos presenta a Jesús tan humano, frágil y entrañable como en este momento en que se le muere uno de sus mejores amigos. Por otra, nunca se nos invita tan directamente a creer en su poder salvador: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá… ¿Crees esto?».

Jesús no oculta su cariño hacia estos tres hermanos de Betania que, seguramente, lo acogen en su casa siempre que viene a Jerusalén. Un día Lázaro cae enfermo, y sus hermanas mandan un recado a Jesús: nuestro hermano «a quien tanto quieres», está enfermo. Cuando llega Jesús a la aldea, Lázaro lleva cuatro días enterrado. Ya nadie le podrá devolver la vida.

La familia está rota. Cuando se presenta Jesús, María rompe a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver los sollozos de su amiga, Jesús no puede contenerse y también él se echa a llorar. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. ¿Quién nos podrá consolar?

Hay en nosotros un deseo insaciable de vida. Nos pasamos los días y los años luchando por vivir. Nos agarramos a la ciencia y, sobre todo, a la medicina para prolongar esta vida biológica, pero siempre llega una última enfermedad de la que nadie nos puede curar.

Tampoco nos serviría vivir esta vida para siempre. Sería horrible un mundo envejecido, lleno de viejos, cada vez con menos espacio para los jóvenes, un mundo en el que no se renovara la vida. Lo que anhelamos es una vida diferente, sin dolor ni vejez, sin hambres ni guerras, una vida plenamente dichosa para todos.

Hoy vivimos en una sociedad que ha sido descrita por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman como «una sociedad de incertidumbre». Nunca había tenido el ser humano tanto poder para avanzar hacia una vida más feliz. Y, sin embargo, tal vez nunca se ha sentido tan impotente ante un futuro incierto y amenazador. ¿En qué podemos esperar?

Como los seres humanos de todos los tiempos, también nosotros vivimos rodeados de tinieblas. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cómo hay que vivir? ¿Cómo hay que morir? Antes de resucitar a Lázaro, Jesús dice a Marta esas palabras, que son para todos sus seguidores un reto decisivo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí, aunque haya muerto, vivirá… ¿Crees esto?».

A pesar de dudas y oscuridades, los cristianos creemos en Jesús, Señor de la vida y de la muerte. Solo en él buscamos luz y fuerza para luchar por la vida y para enfrentarnos a la muerte. Solo en él encontramos una esperanza de vida más allá de la vida.

José Antonio Pagola

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 26 de marzo de 2023. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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18-CuaresmaA5Leído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa. Leer más…

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26.3.23. Catequesis pascual, catacumba de Lázaro: resucitar a los muertos, matar a los resucitados

Domingo, 26 de marzo de 2023
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FF318F2C-4E1F-4837-9FD0-BB8D47A41B38Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 5 de Cuaresma: Jn 11, 1-45, catequesis de pascua. La más importante esMc 16 1-8: Entrar en la tumba de Jesús con las mujeres, culminar allí el camino (en las subidas cavernas de la roca: Juan de la Cruz, Cántico)…

Pero también esta catequesis de Lázaro (Jn 11) esmuy importante. Ella nos habla de morir con Jesús, quedar muriendo (con tristeza y protesta amorosa de las dos hermanas, Marta y María), para descubrir que él, Jesús, el gran Amigo (tu amigo está enfermo, le dicen) nos resucita…

Esta “enfermedad” de la tierra (sepulcro de roca)  no es de muerte eterna, sino de amor y resurrección.

Por eso, en el fondo, somos ya unos resucitados, en la tumba de Jesús, con Lázaro, en la Vida de Dios. Pero estamos en riesgo, porque los poderes del mundo pueden perseguirnos; no  qieren esucitados, necesitan súbditos,  muertos.

Catacumba de Lazaro… cavernas de la roca.

 Ésta es una imagen clave de la vigilia de pascua, conforme a Mc 16, 1-8: Entrar en la tumba de Jesús, con las tres Marías… para morir con él, para compartir su muerte, en el gran sepulcro, en la inmensa caverna de la roca…; y para resucitar de un modo màs alta, a la vida del banqute sin fin, con Jesus, como Juan de la cruz ha cantado al final de Cántico B 37-38:

  • Y luego a las subidas cavernas de la piedra
  • nos iremos, que están bien escondidas,y
  • allí nos entraremos,
  • y el mosto de granada  gustaremos.
  • Allí me mostrarías aquello que mi alma pretendía,
  • y luego me darías allí tú, vida mía,
  • aquello que me diste el otro día:

  Empecemos leyendo el texto de Jn 11, un prodigio de emociones y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; sus hermanas y amigos, todos debemos asumir la gracia y desafío de la resurrección.

Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial, un día en el que tántos que mueren sin sentido sobre el mundo, como si Dios no existiera… para comenzar desde aquí, ya, ahora (primavera/otoño 20237) el camino de la resurrección.

Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra:Situémonos en una catacumba de Roma, el gran imperio, nosotros, aquellos que con Lázaro nos sentimos inmersos en la inmensa catacumba,bajo la gran piedra de la muerta.

Arriba está el Coliseo y el Vaticano (antiguo y moderno), arcos triunfales, palacios imperiales, senado y cuartel de la Guardia Pretoriana, falsa Ara Pacis y sepulcro de Adriano…

Abajo la catacumba… con el sepulcro de Lázaro, el nuestro, tapado  y sellado con una gran losa. Lázaro dentro, atado, envuelto en un sudario….

Jesús resucita a Lázaro… Pero las autoridades quieren matar a Jesúa y a Lazaro, porque es muy peligroso hacer que resucitan los muertoa.

(todas las imágenes están tomadas de la catabumbas de Roma, las primer imágenes cristianas).

Texto (Jn 119. Parte…) L

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.

Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea.” Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.]

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”…

 Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar.” Y Lázaro salió, corrida la piedra del sepulcro, rotas la vendas, caído el sudario…  Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho [resucitando a Lázaro]. 

Entonces los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían: –¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.  Entonces uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel año, les dijo: –Vosotros no sabéis nada; ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación (Jn 11, 46-50).

Un comienzo ¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los vivos, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Estamos ante el dolor de Jesús que (en un plano) llora y solloza impotente ante la muerte de su amigo, en un mundo que huele, mundo de asesinos concretos, de mentiras extensas, de llanto y de muerte. Es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque ve al amigo muerto. Pero le ofrece (a él, a sus hermanas) la esperanza de la resurrección.

Lázaro murió de muerte natural y a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la muerte, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite, dé vida a los muertos. … pensando que así pueden obtener ventajas políticas, sociales o de cualquier tipo que sea, ignorando que con la muerte sólo se consigue más muerte. El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

Jesús no impidió la muerte de Lázaro. Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

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Fe en la vida después de la vida. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A

Domingo, 26 de marzo de 2023
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RESURRECCION_DE_LAZARODel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

(La escena tiene lugar al otro lado del Jordán, donde Jesús ha huido con sus discípulos para que no lo apedreen en Jerusalén por blasfemo. El grupo está sentado a la orilla del río. Caras serias. Unos preocupados, otros irritados. La aparición de un muchacho que llega corriendo y sudoroso los pone alerta. Se dirige directamente a Jesús.)

― Te traigo un recado de Marta y María. Me han dicho que te diga: «Señor, tu amigo está enfermo».

(Ninguno de los discípulos pregunta de qué amigo se trata. Saben que es Lázaro, el de Betania, el hermano de María y Marta. Jesús mira al mensajero, luego afirma.)

― Esta enfermedad no acabará en la muerte, servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

(No entienden muy bien qué quiere decir, pero prefieren no preguntar. Jesús permanece sentado junto a la orilla, como si la noticia no le hubiera afectado. Pedro le comenta a Juan: “Seguro que mañana salimos para Betania”. Pero al día siguiente Jesús sigue inmóvil y no dice nada. Pasa otro día, igual silencio. Al tercero, en cuanto comienza a clarear, despierta a los discípulos.)

― Vamos otra vez a Judea.

(Las caras reflejan sueño, temor y preocupación)

― Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos. ¿Vas a volver allí?

― ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

(Advierte que no han entendido nada y añade:)

― Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.

― Señor, si duerme, se salvará.

(Ha sido Pedro quien ha hablado en nombre de todos. Jesús los mira con gesto de cansancio).

― No me refiero al sueño natural, me refiero al sueño de la muerte. Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. ¡Vamos a su casa!

(Se miran con miedo, indecisos. Tomás anima a los demás.)

― Vamos también nosotros y muramos con él.

(Las escenas siguientes tienen lugar en Betania, pueblecito a unos tres kilómetros de Jerusalén. La cámara comienza enfocando la casa de la familia, donde se han reunidos numerosos judíos para dar el pésame. Una muchacha se acerca a Marta y le dice algo al oído. Se levanta de prisa y sale de la casa. La cámara la sigue hasta las afueras del pueblo, donde encuentra a Jesús. No se postra ante él. Le habla con una mezcla de reproche y confianza.)

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

― Tu hermano resucitará.

― Sé que resucitará en la resurrección del último día.

― Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

― Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

― Llama a María. Dile que venga.

(Marta entra en el pueblo, se dirige a la casa y habla en voz baja a María.)

― El Maestro está ahí y te llama.

(María se levanta y sale a toda prisa. Los visitantes la siguen pensando que va al sepulcro a llorar. Cuando llega adonde está Jesús se echa a sus pies y le dice llorando).

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.

(Jesús, viéndola llorar a ella y a los judíos que la acompañan, se estremece y pregunta muy conmovido.)

― ¿Dónde lo habéis enterrado?

― Señor, ven a verlo.

(Jesús se echa a llorar. Algunos de los presentes comentan: «¡Cómo lo quería!» Uno se les queda mirando irónicamente y dice: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, si ha oído algo, no se da por enterado. Solloza de nuevo. Finalmente llegan al sepulcro, una cavidad cubierta con una losa.)

(Jesús) ― Quitad la losa.

(Marta) ― Señor, ya huele mal, lleva cuatro días muerto.

(Jesús) ― ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

(Se acercan unos hombres y hacen rodar la losa dejando visible la entrada del sepulcro.)

(Jesús, levantando los ojos al cielo) ― Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

(Echa una mirada en torno a los presentes. Luego, mirando a la tumba, grita)

― Lázaro, ven afuera.

(La cámara permanece fija en la entrada de la tumba, por la que aparece poco a poco Lázaro. Un sudario le cubre la cara y lleva los pies y las manos atados con vendas. Estupor y miedo entre la gente. Jesús, en cambio, sereno, casi indiferente, da una breve orden.)

― Desatadlo y dejadlo andar.

(Voz en off)

Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Cinco facetas de Jesús

            El relato de la resurrección de Lázaro es otro ejemplo magnífico de narración, con un final tan seco como inesperado, y distintas facetas de la persona de Jesús.

            ¿Un mal amigo?

            El relato comienza hablando de Lázaro de Betania y de sus dos hermanas. No es un simple conocido de Jesús. Es alguien a quien Jesús «ama», como le recuerdan las hermanas. Sin embargo, su reacción ante la noticia no tiene la empatía de un amigo, sino la reacción, aparentemente fría, de un teólogo: «Esta enfermedad no provocará la muerte, sino la gloria de Dios, la gloria del hijo de Dios». La misma reacción que antes de curar al ciego de nacimiento: «Este no ha nacido ciego por culpa suya o de sus padres, sino para que se manifieste la obra de Dios en él». El evangelista añade de inmediato que no se trata de frialdad. «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro». Pero no acude de inmediato a curarlo. Permanece donde está.

            Un amigo decidido y arriesgado.

            Al cabo de cuatro días decide subir a Jerusalén. Una decisión arriesgada, porque poco antes han intentado apedrearlo. La objeción de los discípulos no le hace cambiar: debe ir despertar a Lázaro. Expresión desconcertante, que le obliga a decir claramente: Lázaro ha muerto. Jesús piensa en resucitarlo, pero Tomás está convencido de lo contrario: no va a resucitar a nadie, sino que va a morir. Pero habla en nombre de todos: «Vamos también nosotros y muramos con él».

            Jesús y Marta: el teólogo

            Cuando llegan a Betania, Jesús no se dirige directamente a la casa, permanece en las afueras del pueblo. ¿Una más de sus rareza? No. Será allí, lejos de la multitud que ha acudido a dar el pésame, donde podrá entrevistarse a solas con Marta y transmitirle el mensaje fundamental para todos nosotros, y la reacción que debemos tener ante sus palabras. Marta debe de ser la hermana mayor, porque es a ella a quien dan la noticia de la llegada de Jesús.

            Marta comienza con un suave reproche («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»), pero añade de inmediato la certeza de que cualquier cosa que pida a Dios, Dios se la concederá. ¿En qué piensa Marta? ¿Qué pedirá Jesús a Dios y este le concederá? ¿Qué su hermano vuelva a la vida, como el hijo de la viuda de Sarepta que resucitó Elías, o como el niño de la sunamita que revivió Eliseo?

            La respuesta de Jesús («Tu hermano resucitará») no parece satisfacerla. Aunque la idea de la resurrección no estaba muy extendida entre los judíos, Marta forma parte del grupo que cree en la resurrección al final de la historia, como profetizó Daniel. Pero eso no le sirve de consuelo en este momento. Ella no quiere oír hablar de resurrección futura sino de vida presente.

            Y eso es lo que le comunica Jesús en el momento clave del relato: «Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre». Jesús es resurrección futura y vida presente para los que creen en él. Los que hayan muerto, vivirán. Los que viven, no morirán para siempre. Algo rebuscado, muy típico del cuarto evangelio, pero que deja claro una cosa: quien ha creído o cree en Jesús tiene la vida futura y la presente aseguradas. Todo depende de la fe. Por eso, termina preguntando a Marta: «¿Crees eso?».

            Su respuesta sorprende porque no tiene nada que ver con la pregunta: «Sí, Señor. Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo». Esta falta de conexión entre pregunta y respuesta esconde un importante mensaje para nosotros. La idea de la resurrección y de la inmortalidad puede provocar dudas incluso en un buen cristiano. Quizá no se atreva a afirmarla con certeza plena. Pero puede confesar, como Marta: «Yo he creído que tú eres el Mesías, el hijo de Dios que ha venido al mundo».

            Jesús y María: el amigo profundamente humano

            Esta escena representa un fuerte contraste con la anterior. El encuentro de Jesús y María no será a solas. Ella acudirá acompañada de todos los que han ido a darle el pésame, y serán testigos de la reacción de Jesús. María dirige a Jesús el mismo suave reproche de Marta («Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano»). Pero no añade ninguna petición, ni Jesús le enseña nada. El evangelista se centra en sus sentimientos. Dice que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, «se estremeció» (evnebrimh,sato), «se conmovió» (evta,raxen) y «lloró» (evda,krusen). Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido.

            Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.

            Jesús y Lázaro: la gloria del enviado de Dios

            Cuando llegan al sepulcro, Marta demuestra que, a pesar de lo que ha dicho, no cree que su hermano vaya a resucitar. Han pasado ya cuatro días, más vale no abrir la tumba. Jesús le insiste: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?».

            Cuando se compara este relato con las resurrecciones de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Naín se advierte una interesante diferencia. En esos dos casos, Jesús no reza; no necesita dirigirse al Padre para impetrar su ayuda, como hicieron Elías y Eliseo. En cambio, el cuarto evangelio introduce de forma solemne una oración de Jesús: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas. Pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Esta oración no pretende disminuir el poder de Jesús. Se inserta en la línea del cuarto evangelio, que subraya la estrecha relación de Jesús con el Padre y la idea de que ha sido enviado por él. De hecho, el milagro se produce con una orden tajante suya («¡Lázaro, sal fuera!»).

            El relato termina de forma sorprendente. No se cuenta la reacción de las hermanas, el asombro de la gente, la admiración de los discípulos. No vemos a Lázaro liberado de sus vendas, agradeciendo a Jesús su vuelta a la vida. Como si todo fuera un sueño y, al final, solo nos quedara la certeza de que Lázaro resucitó, de que todos resucitaremos un día, aunque ahora no tengamos la alegría de ver y abrazar a los seres queridos.

            Nota sobre la fe en la resurrección

            La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.

            Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»

            Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere solo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).

            Primera lectura

            Culmina la síntesis de la Historia de la salvación, recordada por las primeras lecturas durante los domingos de Cuaresma. En este caso existe estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan). Pero conviene recordar que el texto de Ezequiel no se refiere a una resurrección física. El pueblo, desterrado en Babilonia, se considera muerto. Babilonia es su sepulcro, y de esa tumba lo va a sacar Dios para hacer que viva de nuevo en la tierra de Israel.

            Reflexión final

            Nos queda poco para celebrar la Semana Santa. Recordar el sufrimiento y la muerte de Jesús es relativamente fácil. Aceptar que resucitó, y que en él tenemos la resurrección y la vida, es más difícil, un regalo que debemos pedir a Dios.

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Quinto Domingo de Cuaresma, 26 Marzo, 2023

Domingo, 26 de marzo de 2023
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«Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba».

(Jn 11, 1- 45)

Estamos ya muy cerca de nuestro destino final que es la Pascua y que es hacia donde nos lleva el camino de la Cuaresma.

Betania está muy cerca de Jerusalén y es ahí donde vivían estos tres hermanos amigos queridos de Jesús.

La Cuaresma esta semana nos conduce hacia un lugar de amistad, de intimidad y de descanso, pero en un momento de incertidumbre, dolor y muerte.

La enfermedad grave deja al descubierto nuestra vulnerabilidad, tanto si la enfermedad la padecemos nosotras mismas como si es alguien cercano quien está enfermo. Y la muerte… la muerte nos adentra en el misterio. La pérdida de alguien muy querido nos quiebra por dentro. Se lleva algo muy íntimo y valioso y en su lugar abunda la tristeza, el llanto.

En Betania hoy se oye murmullo de llanto. Se entremezclan los silencios con los sollozos y las palabras de consuelo. Pasan los días sin Lázaro y la ausencia parece que crece sin medida. En medio del dolor Marta y María reciben a Jesús.

Marta que es la que siempre toma la iniciativa es capaz de confesar a Jesús como Mesías en medio de su dolor. María, deshecha, se echa una vez más a los pies de Jesús con todo su dolor. Y Jesús llora con sus amigas, se conmueve.

Ahora se acercan todos juntos a la tumba de Lázaro. Y ante el asombro y el desconcierto Jesús lo prepara todo para la vida. “Quitad la losa”. Es necesario quitar aquello que nos separa tanto por dentro como por fuera. Hay que quitar la losa que cierra la entrada de la cueva pero también esas losas que cierran nuestra mente y nuestro corazón.

Y así, sin losas, la vida sale. Lázaro sale, pero no puede apenas moverse. “Desatadlo y dejadlo andar.”

Terminamos nuestro recorrido de Cuaresma con un muerto que vuelve a la vida. Con Jesús que nos devuelve la esperanza y nos ayuda a crecer en confianza. Con un amigo que sabe llorar con nosotras.

Oración

Habita, Trinidad Santa, nuestros duelos, acompaña nuestros llantos y haz crecer en medio de nuestro dolor esa fe que tú has puesto en nosotras. Amén.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Como Jesús, poseo la verdadera VIDA.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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DOMINGO 5º DE CUARESMA (A)

Jn 11,1-45

Hoy en Juan se va más allá que los domingos pasados. No hay agua que pueda dar Vida definitiva. No hay ningún barro que pueda dar la visión trascendente. Pero sobre todo no hay ningún poder ni divino ni humano que pueda devolver la vida a un cadáver ya corrompido. Son tres grandes metáforas que intentan lanzarnos más allá de toda lógica. Si nos empeñamos en seguir entendiéndolas al pie de la letra, estamos distorsionando el texto y nos quedamos en ayunas del verdadero mensaje.

Todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Cuando dice Jesús: “esta enfermedad no acabará en la muerte sino para revelar la gloria de Dios”; y al decir: “Lázaro está dormido: voy a despertarlo”, nos está indicando el verdadero sentido de todo el relato.

Si nos preguntamos si Lázaro resucitó físicamente, es que seguimos muertos. La alternativa no es, esta vida aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida, física y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no tiene sentido. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es sorprendente que ni los demás evangelios ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido.

Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios. Esa Vida anula los efectos catastróficos de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue aparece como renovación de la vida que termina. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro. No hay que esperar a la muerte para conseguir la Vida.

Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere la adhesión a Jesús. A esa adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, que nos sitúa más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva” (5,24). Todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús, participa de esa Vida. Esa Vida es la misma que vive Jesús.

Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Juan, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee. Hoy seguimos con la fe para el más allá, que Jesús declara insuficiente.

¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos y los vivos, muertos.

Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin “muerte” no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte solo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere…” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes.

Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. La Vida es compatible con la muerte.

Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera divina. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que pida nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en gestos y palabras, pero manifiesta una actitud permanente.

Al gritar ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro donde le habían colocado no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro porque, aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús muestra a Lázaro vivo. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Deben convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente, sería absurdo gritar para que el muerto oyera.

Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Parecía un cadáver, pero estaba vivo.

Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. La comunidad tiene que tomar conciencia de su nueva situación, que escapa a toda comprensión racional. Por eso se utiliza la gran metáfora “desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida como Jesús.

Meditación

El relato nos invita a pasar de la muerte a la Vida.
Se trata de la Vida que no termina, la definitiva.
Es la misma Vida de Dios, comunicada al hombre.
Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo.
No es algo que Dios nos da o deja de darnos.
Es Dios comunicándonos su mismo ser.
Su ser es el fundamento de nuestro verdadero ser.
Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La vida.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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Juan 11, 1-45

«Yo soy la resurrección y la vida»

Tras el signo del Agua (la samaritana) y el signo de la Luz (el ciego de nacimiento), Juan nos ofrece hoy el tercero de sus tres grandes signos, la Vida (Lázaro), y quizá sea una buena ocasión para pararnos a reflexionar brevemente sobre ella.

Cuando un niño se asoma a la vida, todo le parece extraordinario y maravilloso. No deja de sorprenderse por cada cosa nueva que ve o cada nueva sensación que experimenta. Luego crece y pierde su capacidad de asombro. Se amolda a la rutina de la vida, y no vuelve a preguntarse de dónde procede todo lo que ve, toca, imagina o siente; ni qué pinta él en este mundo… o si está aquí para algo…

Probablemente le espera una vida acelerada, impulsada por la inercia imparable del sistema, inmersa en mil ocupaciones que no le dejarán un instante para plantearse lo que más le atañe. Es posible que acumule mucho conocimiento y sea siempre un ignorante, porque la verdadera sabiduría no consiste en saber muchas cosas, sino en saber vivir. En saber vivir con sentido. ¿Y cuál es el sentido de su vida?

En el fondo, instintivamente, es la búsqueda de la felicidad lo que impulsa la vida de los seres humanos, pero no es tan sencillo encontrarla. La muestra la encontramos en quien la busca en lo inmediato y sensual, y encuentra vacío y angustia porque no puede ignorar lo eterno que hay en él. O en el extremo opuesto, en quien la busca a través de un apasionado compromiso con el deber y las normas, y acaba hastiado del permanente sometimiento a códigos y criterios que otros le han marcado.

Kierkegaard situa la felicidad en el abandono en manos de Dios. Según la mentalidad del “mahayana”, todos los desgraciados lo son por haber buscado su propia felicidad, y los que son felices, por haber buscado la felicidad de los demás. Nosotros, los cristianos, contamos con los criterios que nos legó Jesús para encontrarle sentido a nuestra vida y alcanzar felicidad: “¡Qué felices seríais si no os pudiese la ambición, si no fueseis violentos, si aprendieseis a sufrir, si trabajaseis por la paz y la justicia, si atendieseis la necesidad ajena, si fueseis francos y veraces!” …

Tenemos el mejor guía para vivir con sentido y alcanzar nuestro Destino, pero nadie puede relevarnos de la responsabilidad de marcar el rumbo de nuestra vida. Puede parecer una obviedad, pero esta tarea requiere hacernos conscientes de que estamos vivos; de que la vida es una aventura misteriosa e irrepetible que se puede estropear. Tampoco podemos ignorar nuestra condición de personas humanas dotadas de una concepción natural del bien y del mal, en posesión de una conciencia que nos interpela, unos valores que nos dignifican, una inteligencia que nos permite ser conscientes de nosotros mismos y un ansia evidente de trascender a la muerte.

¿Dejarnos llevar por la rutina, o coger las riendas de nuestra vida?… ése es el reto. Si se acepta, hay que romper la inercia, aparcar las prisas, desprogramarse y bucear en nosotros en busca de unas respuestas que aparentemente, sólo aparentemente, no necesitamos.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Yo soy la resurrección y la vida.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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raising_of_lazarus2(Jn 11,1-45)

DOMINGO 5º CUARESMA (A)

¿Hay algo más valioso que la vida para el ser humano? La amamos y cuidamos con ahínco, la buscamos ante cualquier anomalía o temor de perderla, incluso hay quienes arriesgan su vida (a veces con temeridad) y hasta quienes dan su propia vida. La muerte física, nos angustia, nos descoloca. Pero hay otra muerte que nos ronda sin cesar, al menos en determinadas épocas de nuestra existencia: la ausencia del sentido de la vida. ¿Para qué vivimos, luchamos y morimos? ¿Es una oportunidad, un don, o más bien, algo inevitable y aun insoportable?

Y, sin embargo, queremos seguir viviendo. Del núcleo mismo del ser humano surge un anhelo que nos mueve a desearla, a amarla, a cuidarla, a aceptarla. Y es tan valiosa que el centro mismo de la revelación cristiana es el anuncio de la salvación como vida ofrecida a todo ser humano. Dios nos ofrece y nos garantiza la salvación de nuestra propia vida. El creyente sabe que la existencia no acaba con la muerte, en la nada, en el absurdo. Confiamos en que Dios recoge y abraza la vida de toda criatura y la lleva a su plenitud. Son como dos modos de experimentarla: la precaria y de paso abocada al olvido, y la esperanzada y bendecida.

Es lo que proclama el profeta Ezequiel: “Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” (37,12-14). El Salmo 129 lo canta con júbilo: “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Y Pablo, frente a miedos y angustias, nos recuerda: “El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros” (Rom 8,8-11). No es una espiritualidad cristiana de espaldas al cuerpo que somos, ni al mundo, ni a la historia o a las realidades que experimentamos, sean alegrías o desgracias. Se trata de que mi alma, mi “Yo soy” profundo, descubra la piedra angular sobre la que descansa mi existencia, mi vida entera, más allá de acontecimientos secundarios, aparentes.

El episodio de la resurrección de Lázaro, que hemos escuchado cientos de veces, se encuadra dentro de un numeroso conjunto de milagros que Jesús realiza durante su itinerario evangelizador. Milagros que son signo del poder de Jesús sobre el aspecto corporal pero que, salvo excepciones, no implica a la persona receptora del mensaje, que pasa por alto el poder del Espíritu de Jesús en lo que concierne a la salvación de las almas, de la mía en concreto, cuando asumo mi existencia como dormida, enferma o muerta. “Había un cierto enfermo, Lázaro…” (11,1).

Dejando a un lado la historicidad de los hechos, que no es objeto de nuestro comentario, urge adentrarse en una reflexión paralela que nos arroje luz para percibir los signos que el texto presenta y nos sirva de referencia y de guía fiable.

Jesús va a visitar a sus amigos a los que quiere mucho. Pero los datos que leemos en el evangelio de Juan tienen un hondo significado y nos revela la búsqueda del alma con la Verdad y los vínculos de Amor que se establecen entre ella y el Espíritu. Sin embargo, corremos el riesgo de desatender lo esencial de nosotros mismos, dejarnos llevar por la mundanidad, la cultura de lo efímero que nos rodea, la superficialidad que atraviesa nuestra sociedad… Las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús: “Tu amigo está enfermo”, pero él dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte” (11,3-4). Más adelante les dice: “Nuestro amigo Lázaro está dormido, voy a despertarlo”.

¿De qué sueño/enfermedad habla Jesús? Quien ignora, desdeña o niega su Luz esencial, quien después de haber descubierto la Verdad se desentiende y se olvida de alimentarla, fortalecerla. Así pues, el ego toma ventaja, las dependencias se van adueñando de la existencia, ¿para qué molestarse en buscar, en ir contra corriente? Es entonces cuando el alma, aun en la noche oscura, cuando experimenta el vacío, grita su dolor, su impotencia, con la esperanza de ser escuchada (Señor, ¿por qué a mí?). Solo la acogida del Espíritu, quien se deja iluminar por su Luz, incluso en medio del vaciamiento, del quebranto, de la kénosis, puede proporcionarnos ser receptivo a la voluntad de Dios. “Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado” (11,17). Marta le dijo: “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano” (11,21). Jesús le respondió: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y el que vive y cree en mí no morirá jamás” (11,25-26).

La repetición de ambos versículos: “Cuando María llegó… le dijo: Si hubieras estado aquí mi hermano no habría muerto” (11,32), muestran con claridad que solo la Presencia del Espíritu es signo de vida y salud verdaderas para toda persona, mientras que sin la consciencia del Espíritu, el ser humano permanece enfermo, ignorante, abocado al sepulcro, aprisionado por la losa de su abandono, su falta de búsqueda, su in-consciencia, su indiferencia, lo cual le impide estar atento, despierto y tener acceso a una vida plena, real, verdadera. A veces, nos metemos en cuevas, egos, estados emocionales insanos o nos dejamos vencer por la rutina, “los pies y las manos atados con vendas y la cara envuelta en un sudario” (11,44), por la inercia, las apariencias.

Cuando quitaron la piedra, Jesús mirando al cielo exclamó: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (11,41). Desde lo hondo de nuestra alma escuchamos su voz: “Desatadlo y dejadle andar” (11,44) y así despertamos de la no-vida, del sueño alienante, del letargo inútil, vacuo.

Somos humanos. Todos/as vivimos situaciones que nos ocultan la Luz, la Presencia del Espíritu-Ruah que nos habita, nos alienta y nos impulsa a ver la gloria de Dios. Atrévete a salir fuera: somos resurrección y vida. “Muchos judíos que habían ido a visitar a María, al ver lo que Jesús había hecho, creyeron en él” (11,45). Los creyentes sabemos por la fe que el que muere “vivirá”, “no morirá para siempre”.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Morir a la identificación con el yo.

Domingo, 26 de marzo de 2023
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8AC9FC72-AD05-434D-B5D2-C5D960B15D69 Domingo V de Cuaresma 

26 marzo 2023

Jn 11, 1-45

En un nuevo relato catequético, el evangelista presenta a Jesús como “resurrección y vida”, constituyendo esa frase el centro nuclear de todo el texto: “Yo soy la resurrección y la vida… ¿Crees esto?”.

Progresivamente, a lo largo del texto, el autor del evangelio va presentando a Jesús con varias metáforas: pan de vida, agua viva, luz del mundo, puerta, pastor, resurrección, vid, camino, verdad y vida…

Todas ellas tienen un elemento común: Jesús es reconocido como portador y dador de vida. Y todas pretenden un mismo objetivo: que la comunidad de discípulos se asiente sobre esa creencia. De ahí, la pregunta alrededor de la cual giran todas esas catequesis: ¿crees esto?

“Creer” significa, en el evangelio, adhesión cordial y efectiva a la persona de Jesús, con lo que subraya la dimensión de confianza y entrega. Sin embargo, aún sigue considerando la vida como una realidad separada, que tiene que ser dada “desde fuera”. Porque toda esa presentación se basa en el apriorismo que hace del yo nuestra identidad.

Superada esa falsa identificación, venimos a comprender de modo más profundo la proclamación que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: “Yo soy la vida”. Caemos en la cuenta de que, con esas palabras, está nombrando nuestra verdadera identidad, que es una con la suya. De hecho, cuando una persona sabia habla, lo que dice es válido, no solo para ella, sino para todo ser humano.

Más allá de la persona -cuerpo, mente, psiquismo- en la que nos estamos experimentando, podemos decir que en nuestra verdad más profunda somos vida.

Ahora bien, el sujeto de esa afirmación no es en ningún caso el yo separado, sino la propia vida. Es de Perogrullo: solo la vida puede decir “yo soy la vida”. Con otras palabras: la vida es una realidad transpersonal, que el yo no se puede apropiar sin caer en el engaño.

Por ese motivo, las voces de los teólogos que acusan de “orgullo” a la postura de quienes no esperan una salvación -la vida- de “fuera”, carecen de sentido y, en el fondo, denotan ignorancia. Porque en ningún caso se afirma que el sujeto de aquella expresión sea el yo, sino la vida misma.

De hecho, todo es vida -no hay nada que no lo sea- y solo la vida es lo único realmente real. Somos vida. Pero únicamente podremos verlo y vivirlo en la medida en que, paradójicamente, vayamos soltando la identificación con el yo. Solo quien sabe experiencialmente que no es el yo, puede escuchar a la vida en él que dice: “Yo soy la vida”. En concreto: no te busques como yo, no sueñes con la perpetuación del yo -sería como Lázaro saliendo de la tumba-; reconócete en la vida… y deja que la vida sea.

¿Qué sentido tiene para mí la expresión “Yo soy la vida”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

 

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Jesús amaba a su amigo Lázaro y por eso no le deja “tirado” en la muerte. Todos somos “lázaros”

Domingo, 26 de marzo de 2023
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Un relato simbólico

    Las lecturas de hoy nos sitúan ante el problema definitivo del ser humano: la muerte.

    Mejor que dejemos de lado una curiosidad algo infantil y nos quedemos en el núcleo del relato: Yo soy la Resurrección y la vida.

02.- Lázaro, el hombre sin rostro.

De Lázaro no se nos dice nada, no sabemos nada de él. Bueno sabemos que era amigo de Jesús, que enfermó y que murió, que ya es saber mucho.

Podemos pensar que todos somos “Lázaros” en la vida: Jesús es amigo de todos, todos “enfermamos” y todos morimos.

Todos somos enfermos. El ser humano es –somos- mortales. La vida es una enfermedad mortal. Nos puede parecer un poco fuerte, algo tenebroso, pero es así. “No hay cosa que mate más que la vida”.

    Por otra parte, la muerte no es un problema religioso, es un problema humano. Nos morimos todos.

Una persona adulta Tiene –tenemos- que habérselas con la muerte. Hemos de mirar de frente a la muerte.

«Porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más».

(Sancho Panza a Don Quijote) [1]

La muerte no es el punto final de la vida. La muerte está en el corazón de la vida. La vida es un continuo defendernos de la muerte: la alimentación, la higiene, la medicina, la psicología, nos protegen, más o menos, de la muerte.

También la fe en Cristo, en la resurrección es una defensa al mismo tiempo que una salida al problema de la muerte.

03.- Jesús lo amaba y lo resucitó.

    Jesús era amigo de Lázaro. Dios también nos ama a todos: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, (1Tim 2,4). Dios es amor. Dios nos llama a la vida. Cada uno de nosotros somos el rostro, la persona, a quien JesuCristo ama.

    Marta le hace llegar la noticia a Jesús: el que tú amas, está enfermo.

    Todos somos amados y todos estamos enfermos, todos morimos al menos físicamente y todos estamos en la vida de Dios.

+   ¿Siento la amistad y el amor de Dios, de Jesús? ¿Me siento amado por Dios? ¿Amo la vida y espero en la resurrección aunque no sepamos cómo haya de ocurrir?

    El evangelio de Juan es tardío en el NT, se redactó llegando o llegado el año 100, por lo que iban muriendo muchos cristianos sin que el Hijo del Hombre llegara (segunda venida, Parusía, fin de la historia). Los hermanos que seguían en esta vida se entristecen al pensar que esos hermanos que han muerto ya no resucitarán hasta la resurrección del último día (Jn 11,24).

El mensaje de este relato es que esos hermanos no están muertos, sino que siguen viviendo en Cristo: Yo soy la resurrección y vida, (Jn 11,25).

+   ¿Confío y espero en la vida, confío en la vida de nuestros mayores y hermanos?

+   ¿Dentro del enigma y del silencio que supone la muerte, mantengo la esperanza?

+   ¿Creo en el ser, en la vida o en la nada?

04.- Muertos en vida.

    Lo que se opone a la vida no es la muerte física, sino el mal profundo, el pecado. Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida.

    En ocasiones la muerte no es solamente física, “hay muertos en vida”:

+   Hay muertes psicológicas, morales, espirituales, como el hijo pródigo. Podemos estar muertos en vida. +    ¿Tal vez, Cristo no está en mi vida y por eso estoy “medio muerto”?

05.- Quitad la losa. sal afuera. quitadles las vendas

Son tres pasos que se dan en la muerte y en vida.

La losa

    Cuando vamos al cementerio, vemos las losas que muestran lo definitivo de la separación de los dos mundos: los muertos y los que seguimos viviendo.

Quitad la losa: no os dejéis aplastar por el peso del miedo a la muerte.

+     También puede que en nuestra vida haya losas que no nos dejan volver a la vida, a la familia, a la sociedad, a la comunidad eclesial…

+   La droga, la armas, el tráfico de personas son auténticas losas de la muerte.

sal afuera.

Quitemos las losas de nuestras vidas y “salgamos afuera”, a la luz del día, de la creación, de la vida. Como en los evangelios sinópticos, los malos espíritus nos llevan a vivir en la muerte, en sepulcros. Hay losas que pesan toneladas de muerte: odios, racismos, poder, dinero, etc…

desatadle las vendas

    Recuerda un poco los relatos de la resurrección de Cristo.

+   Como Lázaro, quizás también nosotros vivimos atados de pies y manos por el peso de la muerte, por las ligazones a ideologías, a situaciones eclesiásticas, al dinero.

+   Para vivir hay que andar sueltos y ágiles por la vida: sin dinero, sin alforja, sin pretensiones

+   La vida es libre y liberadora…

06.- Yo soy la resurrección y la vida, (Jn 11,25).

    Es el eje central del relato evangélico y de nuestra existencia. ¿Crees, confías en esto? le pregunta Jesús a Marta.

    Marta responde con un hondo acto de fe: Si, Señor, yo creo, (Jn 11,27).

+   Podemos atravesar por noches y valles de tinieblas, incluso por muertes psicológicas.¿Me fío, confío en Dios en lo profundo de mi sufrimiento?

    Dios no nos va a ahorrar la muerte física / biológica, pero nos abre las puertas de la esperanza: quien confía en el Señor, vive.

    Marta no entiende bien cómo será todo esto (tampoco nosotros), pero descansa, cree en Cristo como mesías, señor de la vida, Hijo de Dios.

        +   ¿Amo, confío en la vida y en Dios?

07.- ¿Cómo será la vida eterna? soy la resurrección y la vida.

    ¿Cómo será la vida eterna?

    Si buscamos una respuesta concreta y gráfica: no lo sabemos.

Poco antes de ser ejecutado en 1945, Dietrich Bonhoeffer decía que ante la muerte lo único que vale es la confianza en Dios. Nuestra oración, nuestra actitud ante la muerte puede ser la de Jesús en la cruz: en tus manos encomiendo mi vida.

Morir confiando en Dios es una buena forma de morir. Luego Él ya sabrá lo que tiene que hacer. Confiemos en Dios en la vida y en la muerte.

Ante la muerte, ante nuestra muerte, la salida está en la confianza en Dios, que es amor. El cielo, muestra meta final, no es un lugar, sino el amor de Dios.

Posiblemente no tenemos miedo tanto a la muerte cuanto a Dios, a la condenación en el infierno. El pensamiento católico condena pronto, pero el Evangelio perdona siempre.

    Reunirse con nuestros mayores, con Cristo, con la Virgen es una hermosa manera de terminar el tiempo y comenzar la eternidad.

Yo soy la resurrección y la vida.

[1] Don Quijote, II, capítulo. 74.

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40 días…

Miércoles, 22 de febrero de 2023
Comentarios desactivados en 40 días…

Hoy, miércoles de Ceniza, que marca la entrada en la Cuaresma se nos invita a volvernos totalmente a Dios y tomar el camino que nos llevará a la Pascua, para revestir con Cristo la posesión del Resucitado. Y cuando se nos imponga sobre nuestra frente la ceniza penitencial, pensemos en qué es en realidad cumplir el mandato de “Conviértete y cree en el Evangelio”… Conversión no es sino retomar el rumbo, encontrar el camino, hacer realidad el mandato de Jesús, único mandato en realidad: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”

Miercoles de Ceniza

40 días que se nos dan para seguir un camino:

Ruta de conversión

Camino de fe

Ruta de confianza

Camino de Resurrección.

Es en la oración, el ayuno y el compartir con discreción y humildad a imagen de nuestra comunidad que Dios nos llama a tomar nuestro bastón de peregrino.

peregrinar

 

¿Y si en el camino me dejo buscar por Cristo?

¿Y si en el camino me dejo mirar por Cristo?

¿Y si en el camino me dejo amar por Cristo?

¿Y si en el camino me dejé servir por Cristo?

Entonces podría amar como Él.

Podría servir como Él.

Muéstrame Señor el camino del Amor para que la mañana de Pascua, en la alegría del encuentro yo reconozca al Resucitado.

*

Anne-Marie,
hermana de la Communion Béthanie.

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Lecturas para hoy

***

Arrepentimiento no equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser […].

El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio corazón, cerrando la puerta a las tentaciones o provocaciones del enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.

La purificación de las pasiones lleva a su fin, por gracia de Dios, a la “ausencia de pasiones”, un estado positivo de libertad espiritual en el que no cedemos a las tentaciones, en el que se pasa de una inmadurez de miedo y sospecha a una madurez de inocencia y confianza. Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.

*

K. Ware,
Diré Dio ogg’i. Il cammino del cristiano,
Magnano 1998, 182-185 passim.

***

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“La resurrección de Jesús según san Pablo”, por Gonzalo Haya.

Miércoles, 25 de enero de 2023
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St.Paul-Icon-700pxEl primer documento escrito sobre la resurrección de Jesús se lo debemos a Pablo, solamente 20 ó 30 años después de su crucifixión. El obispo episcopaliano J. S. Spong ( 1, 2,) hace hincapié en este dato, porque se trata de una escueta interpretación de la resurrección, sin la escenografía de apariciones que 40 ó 50 años después presentaron los evangelistas. Y esa escenografía nos ha llevado a imaginar la resurrección como vuelta a la vida del cuerpo, mientras que Pablo interpretó la resurrección como una transformación en otra dimensión.

Exponemos a continuación los textos de Pablo y un resumen de los argumentos del trabajo de Song:

Rom 1,4; que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos,

Rom 4,25; el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación.

Rom 8,34;  ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.

Rom 14,9; Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.

1Cor, 15,3-8; Lo que os transmití fue, ante todo, lo que yo había recibido: que el Mesías murió por nuestros pecados, como lo anunciaban las Escrituras, que fue sepultado y que resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras; que se apareció a Pedro y más tarde a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez: la mayor parte viven todavía, aunque algunos han muerto. Después se le apareció a Santiago, luego a los apóstoles todos. Por último se me apareció también a mí, como al nacido a destiempo.

1Cor, 15,15-17; Y somos hallados falsos testigos de Dios; porque hemos testificado de Dios que él resucitó a Cristo, al cual no resucitó, si en verdad los muertos no resucitan.  Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados.

· Pablo nos da las primeras referencias sobre la resurrección de Jesús, principalmente en Rom 1,4 y 1Cor 15,3-8. No conoce nada sobre signos portentosos a la muerte de Jesús ni sobre el sepulcro vacío. Para comprender lo que dice Pablo tenemos que olvidar de momento todo lo que dicen los evangelios sobre la resurrección de Jesús: discípulos de Emaús, tumba de José de Arimatea, mujeres que llevaban ungüentos a la tumba, y otras apariciones.

· Pablo concibió la resurrección según los tres modelos que encontraba en la tradición judía: Henoc “caminó con Dios y después desapareció porque Dios se lo llevó” (Gén 5,24). Moisés murió “como lo había dispuesto el Señor, y lo enterró… y hasta la fecha nadie sabe dónde está enterrado” (Dt 34,5-6) de modo que el pueblo creyó que no había muerto y estaba con el Señor. Elías fue arrebatado por un carro de fuego y transportado vivo a la presencia de Dios (2Reyes 2,11). Estos eran los modelos que tenía Pablo para comprender su experiencia de Jesús vivo a pesar de había sido crucificado y sepultado.

· La resurrección es el momento en que Dios constituye a Jesús como su Hijo, Mesías y Señor (Rom 1,3-4). Esta afirmación podría ser considerada como “adopcionista” según el concilio de Nicea.

· Según Pablo, Jesús se aparece primero a Pedro (según Juan se apareció primero a María Magdalena, según Marcos Mateo y Lucas el primer anuncio fue a un grupo de mujeres que habían seguido a Jesús). Sigue la aparición a los Doce; ahora bien, o Doce es un número simbólico, o Pablo no sabe nada de la traición de Judas, o quizás el personaje simbólico, elaborado posteriormente, sea Judas. Después a quinientos hermanos; después a Santiago, ¿el hermano del Señor? “Por último”, e igualmente,a Pablo; ¡cuya conversión sucedió entre uno o seis años después de la muerte de Jesús!

· Lucas sitúa todos los acontecimientos de Pascua, entre la resurrección y la ascensión, en 40 días. Los casi seis años de Pablo y la falta de detalles de una apariencia física -mensajes orales y contacto físico- nos indican que Pablo no entendió la resurrección como la revivificación del cuerpo físico de Jesús; esas descripciones fueron elaboradas posteriormente por las comunidades y recogidas por los evangelistas.

· Pablo solamente había experimentado que Jesús vivía y entendió que había sido constituido Señor y Mesías. La resurrección fue, más bien, la transformación en un plano diferente, a un orden de conciencia más allá de los límites del tiempo y del espacio… lo que él llamó cuerpo espiritual” 1Cor 15,44). No hubo una revivificación del cuerpo que permaneciera en la tierra durante unos días y luego fuera “elevado” a los cielos. Al morir, fue transformado; ya no es un mortal, “la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rom 6,9). “Esta carne y hueso no pueden heredar el reino de Dios, ni lo ya corrompido heredar la incorrupción (1Cor 15:50)

Tenemos dificultad de imaginar esta transformación porque necesitamos explicarla con los conceptos e imágenes obtenidas de este mundo material, y porque nuestro imaginario se ha nutrido con los relatos de los evangelistas que trataron de plasmar y visualizar la resurrección de Jesús. El pueblo sólo concebía una vida real en un cuerpo; un ser sin cuerpo les parecería un fantasma.

Los estudios bíblicos se concilian mejor con los estudios de la antropología actual, y nos facilitan una comprensión más actual y adulta de nuestra fe. Lo trascendente sigue siendo un misterio, pero al menos no resulta contradictorio con nuestros conocimientos científicos de lo inmanente.

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

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¿La luz para los católicos LGBTQ+ proviene del día de la ira o del sol de la justicia?

Lunes, 14 de noviembre de 2022
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93650390-D7C7-4D04-8689-FFA58ABA5155La reflexión de hoy es por el colaborador de Bondings 2.0 Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 33 de l Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Conozco al director de New Ways, Frank DeBernardo, desde mediados de los 80, cuando me ayudó a entrenarme para asumir su puesto en el periódico semanal de la diócesis de Brooklyn. Cuando me invitó a escribir para este domingo, dijo que “tiene esas lecturas apocalípticas que creo que solo alguien como tú puede manejar”. Bromeé diciendo que seguro él sabe cómo hablar dulcemente a un chico, pero de hecho lo tomé como un cumplido, y yo (obviamente) dije que sí.

Unas semanas más tarde, recibí otro cumplido, que inmediatamente me conmovió mucho, pero solo más tarde me pareció una forma diferente de decir lo mismo. Estaba ayudando a dirigir un retiro para mi instituto. Como institución jesuita, repetimos con frecuencia la exhortación ignaciana de “encontrar a Dios en todas las cosas.” Durante una discusión, un estudiante dijo, “Hasta que te he oído a tí, nunca me di cuenta de que alguien podía tomar ‘encontrar a Dios en todas las cosas’ literalmente.”

Honestamente no sé lo que ese adolescente escuchó o vio de mí que le mostró eso. Puede ser que en las pocas horas que habíamos estado en el retiro para entonces, yo había juguetonamente – pero en serio – mencionado mi agradecimiento a Dios no sólo por los impresionantes colores de otoño en los hermosos terrenos de la casa de retiro, sino también por la generosidad de nuestra compartida mesa de aperitivos, que cubre todos los grupos de alimentos básicos: fruta fresca, chocolate y cosas crujientes y saladas.

Estás viendo algunos de esos colores en la ilustración de este post: es una foto que tomé durante ese retiro. En ella puedo ver las palabras de la lectura de hoy de Malaquías y el evangelio. Esos árboles de fuego se parecen al “día … que Viene, ardiendo como un horno,” así como “rastrojo … prender fuego.” Pero también puedo ver, desde el final de la lectura, “el sol de la justicia con sus rayos curativos.” Mientras estaba en este retiro, donde cada mañana y tarde me reunía con vistas tan dramáticas, también vi “vistas impresionantes y señales poderosas de Lucas … Vienen del cielo“, y reflexioné que estos pocos días allí nos dieron un breve respiro de las “guerras e insurrecciones, nación contra nación, reino contra reino” que llenan nuestro mundo ahora mismo.

En las imágenes de Malaquías, magníficamente ilustradas por esta foto, veo el talento que me atribuye Frank, así como ese adolescente. La poesía del profeta es a la vez aterradora y reconfortante, como lo es el mundo de Dios cuando se ve con los ojos bien abiertos, capaz de reconocer la oscuridad y la luz mezclada. Incluso la línea sobre “rastrojo … prender fuego” evoca otra línea de la escritura que habla de la esperanza pura, usando exactamente la misma imagen física. En el libro de la Sabiduría, escuchamos que las almas de las personas justas que han muerto “brillarán, y correrán como chispas a través de rastrojos.”

 Más allá de las imágenes, el contenido del retiro destacó mi práctica espiritual de ver y aceptar tanto el fuego que destruye como las chispas que bailan. Como un hombre gay en la Iglesia, estoy constantemente dividido entre el “vaso medio vacío” y “vaso medio lleno” puntos de vista – o más en consonancia con las imágenes a mano, la cuestión de “¿Es esa luz el próximo Día de la Ira, ardiente como un horno – o es el Sol de la Justicia, con sus rayos curativos?” Cualquiera que haya estado cerca de mí por un tiempo puede decirte mi respuesta favorita a cualquiera de las dos preguntas: sí.

Nunca la tensión es más obvia que en un entorno como ese retiro. Los varones americanos adolescentes son lo que son, había ciertamente momentos cuando noté que uno o dos estaban un poco retorcidos por tener que sentarse en una pequeña habitación con un hombre que es gay que no tiene ningún deseo de ocultarse. Soy muy consciente de que algunos de ellos probablemente usan insultos o chistes homofóbicos cuando no hay profesores alrededor para escucharlos. Podría enumerar muchos otros detalles que pueden agregar a la percepción de “ardiente como un horno“.

Pero para ver las cosas a través de la lente del “sol de la justicia”: incluso aquellos chicos que se retorcieron todavía se sentaron allí y escucharon, y se abrieron y compartieron honestamente, a pesar de su incomodidad. Y si bien es decepcionante que los jóvenes sigan usando “gay” como un insulto (por ejemplo), el beneficio de la edad es saber que al menos ahora, no lo harán en presencia de los adultos. Hace solo unos años, recuerdo que lo dijeron en voz alta sin darse cuenta de nada malo. El progreso es enloquecedoramente lento a veces, pero incluso entonces, es progreso.

Quizás lo más fácil de pasar por alto es la señal más positiva de todas, es decir, el hecho de que soy un gay que enseña en esta secundaria católica, al que se le pide que ayude a dirigir un retiro como este, sin que nadie espere que ponga parte de mí en el armario para hacerlo. Todavía hay un montón de escuelas secundarias católicas donde esto no sería posible, y eso demuestra lo lejos que tenemos que ir antes del “día venidero” del fin de los tiempos. Pero tengo la oportunidad de demostrar – “literalmente“, como ese joven dijo durante el retiro – buscando a Dios en todas las cosas, y estoy bastante seguro de que mi presencia podría ayudar a algunos chicos homosexuales a sentirse menos aislados e indefensos, y eso suena como el sol de la justicia con sus rayos curativos.

—Michaelangelo Allocca, 13 de noviembre de 2022

Fuente New Ways Ministry

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Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá…

Domingo, 13 de noviembre de 2022
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“Hemos sido testigos silenciosos de acciones malvadas, conocemos una más del diablo, hemos aprendido el arte de la simulación y del discurso antiguo, la experiencia nos ha hecho desconfiar de los hombres y con frecuencia hemos quedado en deuda con ellos en lo que respecta a la verdad y a la palabra libre, conflictos insostenibles nos han vuelto dóciles o tal vez incluso cínicos: ¿podemos ser útiles todavía? No tenemos necesidad de genios, de cínicos, de despreciadores de hombres, de estrategas refinados, sino de hombres sinceros, sencillos, rectos.

¿Habrá quedado bastante grande nuestra fuerza de resistencia interior contra lo que se nos impone? ¿Habrá quedado la sinceridad para con nosotros mismos suficientemente implacable, de suerte que nos haga volver a encontrar el camino de la sinceridad y de la rectitud?”

*
D. Bonhoeffer,
Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.

***

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:

“Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.”

Ellos le preguntaron:

“Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”

Él contesto:

– “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.

Luego les dijo:

“Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo.

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.

Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía.

Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

*

Lucas 21, 5-19

***

Vemos, un mar turbado desde los abismos, navegantes que flotan muertos sobre las olas y otros sumergidos, las tablas de los barcos sueltas, las velas desgarradas, los mástiles destrozados, los remos sueltos de las manos de los remeros, los pilotos no sentados al timón, sino en el puente, con las manos entre las rodillas: gimen por su impotencia frente a los elementos, gritan, se lamentan, sollozan; no se divisa ni el cielo ni el mar, sino sólo las tinieblas profundas, impenetrables y turbias, hasta tal punto que ni siquiera se puede ver al vecino, y de todas partes caen monstruos marinos sobre los navegantes.

Pero ¿por qué intento describir lo que no se puede? Aunque busque cualquier imagen que exprese los males presentes, mi discurso queda superado por la realidad y retrocede. Sin embargo, aunque lo vea bien, no renuncio a la buena esperanza, pensando en el piloto de todo el universo, que no supera la borrasca con su arte, sino que deshace el huracán con un ademán. No lo hace de buenas a primeras o de inmediato, sino que acostumbra a actuar así: no aniquila los males al principio, sino cuando han crecido, cuando llegan al extremo, cuando los más ya desesperan: entonces realiza sus prodigios y sus maravillas, mostrando de este modo su poder y ejercitando en la paciencia a aquellos sobre quienes han caído los males.

No te abatas por tanto. Una sola cosa, oh Olimpia, hay que temer, una sola es la tentación verdadera: el pecado. Nunca he cesado de repetir este discurso a tus oídos: todo lo demás son fábulas, aunque se hable de insidias, de hostilidades, de engaños, de calumnias, de insultos, de acusaciones, de confiscaciones, de exilio, de espadas afiladas, de mar, de guerra en toda la tierra. Por muy glandes que sean estas tribulaciones, son temporales, limitadas; subsisten sólo en el cuerpo mortal y no perjudican al alma vigilante. Por eso, el bienaventurado Pablo, queriendo mostrarnos la mezquindad de lo que es útil y de lo que es doloroso en la vida presente, lo resume todo con una sola expresión diciendo: «Las realidades que se ven son transitorias». ¿Por qué, entonces, tienes miedo de lo que es transitorio y discurre como la corriente de un río? Así son, en efecto, las realidades presentes, sean favorables o molestas .

*

Juan Crisóstomo,
Carta a Olimpia, 1,1

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