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Resurrección de Lázaro, signo del poder de Jesús para dar la Vida plena.

Domingo, 29 de marzo de 2020
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Domingo V de Cuaresma. 29.3.2020.

(Jn 11,1-45)

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Hoy Jesús nos pregunta a nosotros ¿Crees tu esto? ¿Vives esto? Para contestar positivamente a estas preguntas hay que realizar un largo recorrido espiritual y una profunda experiencia mística de Dios en nuestras vidas. Porque esto no lo revela la carne sino el Espíritu. Y la respuesta desde el corazón va a ser: Señor yo te creo porque tú has trasformado mi vida, “esto” da sentido a mi existencia y cumple mis anhelos más profundos, pero aumenta mi fe.

Último domingo de cuaresma. Nos preparamos para recorrer el trayecto final de la vida histórica de Jesús. Entramos en la Semana de Pasión. La Palabra de Dios hoy nos habla de muerte, resurrección y Vida. La primera lectura del profeta Ezequiel: “Dice el Señor Dios: Abriré vuestros sepulcros (destierros)… Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis” y Pablo “El que resucitó de entre los muertos a Cristo dará vida a vuestros cuerpos mortales por el mismo espíritu que habita en vosotros”. El evangelio, de Juan, nos presenta a Jesús como “la resurrección y la vida”. En los domingos anteriores, también Juan, nos ha dicho que Jesús es el agua que da vida, es el agua viva que salta hasta la vida eterna (la samaritana) y que es luz que ilumina a todo hombre (ciego de nacimiento). Hoy nos presenta a Jesús como resurrección y Vida.

Para psicodramatizar este aserto, Juan cuenta el relato de la resurrección de Lázaro que leído literalmente es incomprensible. No tiene ninguna lógica. Pero estamos en el evangelio de Juan. Lenguaje simbólico. Habla con signos a los que hay descubrir su significado. Usa algo material para significar algo inmaterial, algo sensible para referirse a algo transcendente. Usa aquí, la palabra vida para significar Vida. Emplea la vida fisiológica como signo de la Vida espiritual, definitiva, la Vida de Dios, del Espíritu. ¡Cuánto nos sirve la ortografía: minúsculas y mayúsculas!

Lázaro, muerto y resucitado, es un símbolo del hombre de manos y pies atados, nosotros (con límites, en finitud, creatura al fin) pero desatados, liberados. Como barro pero “soplado” por el Espíritu de Dios, estamos llamados a vivir la Vida en la vida o la vida en la Vida. Para decir esto, Juan y nosotros, necesitamos usar un relato simbólico porque la Vida definitiva y eterna ni se ve ni se palpa. Se vive. Tenemos que hablar de ella simbólicamente, con signos y señales.

Contando con la experiencia pascual de la comunidad de Juan y su elaboración teológica, con los precedentes del AT y NT, podemos comprender el significado que el relato de la resurrección de Lázaro tiene para nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI. Las tres lecturas de hoy hablan de liberación, resurrección y vida. Ezequiel y Pablo conjugan los verbos en futuro (abriré vuestros sepulcros. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis. El que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús dará vida a vuestros cuerpos mortales). Jesús habla en presente: Yo soy la resurrección y la Vida. Yo, aquí y ahora, en tu vida presente, soy tu resurrección y tu Vida. Aquí Juan utiliza vida como signo de la Vida y resurrección como signo de la plenitud de la vida y del bien, victoria de la vida sobre la muerte y el mal. Con la expresión: “Yo soy la resurrección y la Vida” Juan nos está hablando de la plenitud de la salvación, de Dios como fuerza vivificadora, liberadora y salvadora. Vida plena y definitiva en esta vida fisiológica, mientras vivimos aquí, ahora. Todo esto ya se ha cumplido en Jesús. Y si se ha cumplido en él, también se cumple en cada uno de nosotros. Él es nuestro referente. Porque él ha venido a darnos Vida. Y Vida en abundancia. Juan nos lo cuenta en el relato de la resurrección de Lázaro.

La resurrección de Lázaro es un signo del poder de Jesús para dar la Vida plena y definitiva en esta vida finita, fisiológica, aquí y ahora. “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Cres tú esto?” Aquí está el mensaje que tenemos que desarrollar, comprender y vivir para comprender. Para creerlo necesitamos, en primer lugar, mejorar nuestra imagen tradicional de Dios y del hombre. Un dios que tiene que perdonar a su pueblo, un dios a quien hay que aplacar su ira, un dios que exige un alto precio por el rescate del hombre empecatado no casa con el relato de la resurrección de Lázaro. Ese no es el dios de Jesús. Frente al dios del AT el Dios de Jesús es nuestro Abba (origen, principio, fundamento), nuestra madrepadre (dependencia en nuestro verdadero ser), es Amor (entrega, donación), es ágape (Unión, fusión, no dualidad, no otro que yo). Esta imagen del Dios de Jesús, verdaderamente, es otra imagen. Yo me apunto a ésta porque aquélla no me convence, no me sirve. En ese dios no puedo ni quiero creer. Dios no puede ser peor que yo.

Consecuentemente con esta nueva imagen de Dios, la imagen del hombre también cambia. En verdad no sé qué imagen, si la de Dios condiciona la del hombre o es viceversa. En este momento me da igual. La una condiciona a la otra. Frente al hombre nacido en pecado, carencial, el hombre encarnación de Dios, templos del Espíritu de Dios, morada de Dios (de este Dios de Jesús), hecho a su imagen y semejanza, imagen de Dios-amor, cocreador con él, el hombre abierto a su evolución y en desarrollo de sus potencialidades. En esa evolución y apertura, Dios es nuestra plenitud humana, nuestro plus. Dios es la Vida de los hombres. En Dios encontramos el sentido de nuestro vivir y existir. El hombre, como su Dios, es don gratuito para los otros. Todos necesarios y necesitados. Ser con y para los otros. Como Dios es relación, somos relación, Dios es amor, nosotros también. Dios es comunión, nosotros también. Dios es ágape nosotros también.

En nuestro recorrido vital, tenemos un modelo, un guía, Jesús de Nazaret. Jesús ha venido para dar ejemplo de cómo se debe vivir la Vida definitiva, la Vida de Dios. La que no acaba, la eterna. Y el evangelio de hoy nos presenta a Jesús como nuestra resurrección y nuestra Vida. Y nos afirma que creer en él es el camino, la luz y la fuerza para nuestra resurrección (plenitud y salvación). La pregunta ¿Crees esto? nos exige, como a Marta, una respuesta personal.

Mi respuesta a la pregunta es una oración: Señor, yo quiero creer que tú eres mi resurrección y mi Vida, porque lo experimento en mi vida desde que creo en ti. Pero, no obstante, aumenta mi fe (confianza) en tu palabra. Porque creerte me plenifica, da sentido a mi vida, me hace mejor persona, me enseña a disfrutar de Dios como fundamento de mi verdadero ser y plenitud o cumplimiento de mis anhelos más profundos. Dios me da fuerza, alegría y esperanza para vivir. Dios es mi plenitud humana.

¡Que así sea!

África de la Cruz Tomé

Fuente Fe Adulta

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Somos Vida.

Domingo, 29 de marzo de 2020
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Vida.4Domingo V de Cuaresma 

29 marzo 2020

Jn 11, 1-45

En la magnífica construcción que es el “cuarto evangelio”, Jesús es presentado, de manera progresiva, como “vino nuevo” que trae alegría a la humanidad, como “pan de vida” que sacia el hambre, como “agua viva” que colma toda la sed, como “palabra” que sana la enfermedad…, y como resurrección en la muerte. (Puede verse un desarrollo de toda esa construcción en mi comentario a este evangelio: “En el principio era la vida”, publicado por Desclée De Brouwer).

          Aquella comunidad expresaba así su fe en Jesús como el “enviado celeste” para liberar al mundo de la oscuridad del pecado y llevarlo a la luz de la fe. Nos hallamos, por tanto, ante una lectura “religiosa” –apoyada en creencias– que espera la salvación “desde fuera”.

          Leído en clave espiritual significa que el fondo de lo real –y, por tanto, el fondo de lo que somos todos– es “vino”, “pan”, “agua”, “resurrección”, “vida”… Lo que la fe afirma de Jesús es lo que somos en realidad todos. Esta lectura hace que, en lugar de proyectarla fuera –en un “salvador celeste”–, reconozcamos la vida que somos y nos vivamos desde esa nueva comprensión.

          Como se lee en el Yoga Vasishtha, tú no naciste cuando nació tu cuerpo, ni vas a morir cuando él muera. Pensar que el espacio que hay dentro de una jarra nace cuando la jarra es fabricada y perece con ella, es una enorme insensatez; pensar que el espacio del interior de una casa desaparece cuando la casa se viene abajo es no haber entendido nada. Como la jarra y la casa, lo que llamamos “persona” no agota lo que somos: esta puede disolverse, pero la consciencia –la vida– sigue inalterada.

         “Yo soy la resurrección y la vida”: con esas palabras definía a Jesús aquella primera comunidad. Pues bien, eso es lo que nos define a todos nosotros.

         Es cierto que solemos definirnos a nosotros mismos a través del contenido de nuestra vida: lo que percibimos, experimentamos, pensamos o sentimos. Hasta el punto de que, cuando pensamos o decimos “mi vida”, no nos referimos a la vida que somos sino a la vida que tenemos, o parecemos tener.

        Ahora bien, las circunstancias internas y externas de la vida –la edad, la salud, las relaciones, las finanzas, la situación laboral, el estado mental y emocional, el pasado y el futuro– pertenecen al plano del contenido.

   Sin embargo, más allá del contenido, vibra permanentemente –esperando que lo detectemos– Aquello que nos permite ser, lo que sostiene a todos los contenidos, el Espacio interior de la consciencia, la Vida que constituye el núcleo de todo lo que es.

____________________________

          Somos Vida que se está experimentando en formas transitorias, plenitud que se experimenta en la vulnerabilidad. Esta “doble dimensión” –que explica nuestra naturaleza paradójica– requiere ser tenida en cuenta si queremos crecer en unificación y vivir en plenitud.

        Llevamos una semana en “estado de alarma”, debido a la crisis del coronavirus. ¿Cómo la vivo? ¿Desde el yo, como si esa fuera mi identidad, o desde la comprensión de que soy vida plena y estable, en medio de cualquier circunstancia cambiante? ¿Qué efectos se producen en mí, en uno y otro caso?

        Como forma concreta, sintiente y vulnerable, puedo experimentar todo tipo de sentimientos. Si me reduzco a ellos, olvidando que, en el nivel profundo, soy –somos– vida, desconecto de mi realidad y quedo a merced de los vaivenes que en mí se produzcan. Si, por el contrario, reconozco mi identidad profunda, seguiré notando en mi sensibilidad los efectos de cualquier pérdida y el temor ante la incertidumbre, pero permaneceré anclado en la certeza de que la vida que somos se halla siempre a salvo. Tal comprensión acalla la mente y pacifica la sensibilidad, nos alinea con la vida y nos permite fluir con ella, también en esta circunstancia que nos toca vivir, en comunión con todos los seres que, como yo, son igualmente vida, la misma y única vida que a todos nos constituye.

¿Me defino a mí mismo por los “contenidos” de mi experiencia o por Aquello que los hace posibles?

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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La via es la vida, cuidémosla. “Yo soy la resurrección y la Vida”

Domingo, 29 de marzo de 2020
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imagesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Algunas notas para la lectura de Lázaro.

            El relato de Lázaro, Marta y María.

            El relato de la resurrección de Lázaro nos pilla en esta difícil situación de pandemia que estamos viviendo y atravesando .

            Perderíamos el tiempo y la comprensión del texto del evangelio de hoy si lo leyéramos al pie de la letra como un hecho histórico.

            No tiene mucho interés que Jesús le regalara unos años de propina a su amigo Lázaro. Si ha muerto, pues déjalo en paz a él y a su familia (comunidad cristiana), que ya han pasado por ese trance de tinieblas oscuras. ¿Volver a esta vida para  vivir diez, quince años y otra vez a morirse? Mejor, no.

Además están los agravios comparativos que podrían surgir del texto. ¿O una madre / padre que mueren dejando hijos pequeños no habrían necesitado unos años para sacar la familia adelante? ¿Por qué Dios no nos libra a todos de es “corona-virus?

            Este relato de la resurrección de Lázaro plantea el problema de la muerte de todo ser humano. Se trata de una, de toda comunidad cristiana representada en aquella comunidad de Marta, María y Lázaro (y de toda comunidad humana) en la que se hace presente la muerte y el Hijo del Hombre no llegaba (Parusía / segunda venida). ¿Quedarán muertos para siempre?[1]

¿Qué nos cabe esperar para nuestros difuntos y para nosotros mismos?

            Este texto lo podemos leer con la actitud que tiene y siente un buen párroco (como el mismo evangelista: san Juan) que están viviendo la muerte de un ser querido, de un cristiano o no. Tratan de infundir un poco de esperanza, de pensar en la vida en Cristo: Yo soy la resurrección y la vida.

            Los cristianos no olvidamos a nuestros difuntos, Marta y María, toda familia eclesial recuerda y hace presentes a sus muertos: están en nuestra Eucaristía

  1. Lázaro, el hombre sin rostro.

            Lázaro, El pobre hombre está callado, no tiene rostro, ni perfil. Solamente se nos dice que enfermó y murió.

            Y es que “Lázaros” somos todos.

            Bueno, también se nos dice que Jesús era su amigo, que se conmovió y lloró. Como nos pasa a nosotros. El Señor nos quiere como a su amigo Lázaro, lo mismo que al Discípulo Amado, que tampoco tiene dni, mejor dicho, discípulos amados, somos también todos.

O3.     Jesús se conmueve y llora.

            Resulta extraño que Jesús, sabiendo que Lázaro iba a volver a la vida en un “plis plas”, se conmoviera y llorara. ¿Por qué se emocionó Jesús? Pues porque le quería a su amigo y a aquella familia (comunidad eclesial). Jesús lloró porque era creyente y buen amigo, como una madre creyente, que sabe de la resurrección, llora sin consuelo la muerte de su hijo. Los cristianos tenemos sentimientos y lloramos como todo el mundo porque no somos de piedra.

            JesuCristo nos ama. Una vez más volvamos al Cristo del amor. En el amor no se muere.

  1. Quitad la losa. sal afuera. quitadles las vendas

Son tres pasos que se dan en la muerte y en la vida.

            La losa

            Cuando vamos al cementerio, vemos las losas que muestran lo definitivo de la separación de los dos mundos: los muertos y los que seguimos viviendo.

            Quitad la losa: no os dejéis aplastar por el peso del miedo a la muerte. La muerte tiene la salida de Cristo: Yo soy la resurrección y la vida.

No perdáis la calma, creed, confiad, (Jn 14). En esta cuarentena o confinamiento puede brotar la angustia, una preocupación difusa. No tengamos miedo, confiemos.

            sal afuera.

            El “sal afuera” se refiere a los difuntos: salir de la muerte a la vida, pero tiene que ver con quitar las losas de nuestras vidas y “salir afuera”, a la luz del día, de muchas situaciones de muerte. Como en los evangelios sinópticos los malos espíritus nos llevan a vivir en la muerte, en sepulcros. ¡Anda que no hay losas que pesan toneladas de muerte: odios, racismos, poder, capitalismo, etc.!

            desatadle las vendas

            Recuerda un poco los relatos de la resurrección de Cristo.

            Como Lázaro, también nosotros vivimos atados de pies y manos por el peso de la muerte, por las ligazones a ideologías, a situaciones eclesiásticas, por el dinero.

            No veamos siempre y en todo solamente las vendas y el sudario de muerte. Veamos la vida y al que es la vida.

  1. Yo soy la resurrección y la vida.

            ¿Qué pensar de Dios ante esta pandemia de muerte que nos invade? Podemos rebelarnos contra Dios, lo mismo que Job se rebeló y emplazó a Dios a una especie de careo. Si Dios existe nos debe una explicación. ¿Dónde está Dios?

            Allá por la segunda guerra mundial, en el campo de concentración de Auschwitz -en cierta ocasión- los guardianes de la Gestapo diezmaron por fusilamiento a la población del campo. Entre los ejecutados había un niño de apenas 10 años. Entre los judíos que habían sido obligados a “contemplar” el fusilamiento alguien, en voz baja, preguntó: Dios, ¿dónde está Dios? Alguien, también judío, le contestó: ahí en ese niño de 10 años muerto.

            Dice el teólogo Víctor Codina: “Dios está en las víctimas de la pandemia, Dios está en los médicos y sanitarios que los atienden, está en los científicos que buscan vacunas antivirus, está en todos los que estos días colaboran y ayudan para solucionar el problema, está en los que rezan por los demás, en los que difunden esperanza”.

            Dios está en cada semilla de esperanza que sembramos.

            Como Job, podemos ponernos ante el misterio, el misterio de la vida, de la muerte, ante el misterio del “más allá” y del “más acá”. Estamos ante el misterio de Dios de Jesús que es bueno, no castigador, sino un Dios de misericordia y que nos dice por medio de Jesús: no temáis, confiad.

            Yo soy la resurrección y la vida.

[1] Es el mismo problema que se plantea San Pablo en 1Tesalonicenses.

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Dom 2. 4. 27 (2). Marta, la primera autoridad cristiana

Lunes, 3 de abril de 2017
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17426308_764718687038659_1486449188427945804_nDel blog de Xabier Pikaza:

Expuse ayer el mensaje de la resurrección de Lázaro. Sigo hoy con el mismo texto del domingo (Jn 11, 1-46), para señalar que la confesión de fe de Marta es para el evangelio de Juan más importante que la resurrección física de Lázaro. Más aún, la confesión de fe de Marta (como mujer, como persona) es más importante que la confesión que la de Pedro. La escena incluye tres elementos:

‒ Fe en el poder histórico de Jesús. Marta dice: “Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero aún ahora sé que Dios te concederá todo lo que le pidieres” (Jn 11, 21-22). Conforme a una tradición que conocemos ya por los sinópticos, Jesús aparece como alguien que hace milagros: cura a los enfermos y resucita a los muertos.

‒ Marta, creyente judía en la resurrección que vendrá. Jesús responde a Marta: tu hermano resucitará y ella precisa: resucitará en la resurrección del último día (Jn 11, 23-24). Esta es la fe fundamental de los judíos (por lo menos de los fariseos), tal como recuerda Pablo en Rom 4, 17 donde presenta a Abrahán como padre y imageesmodelo de fe porque creyó en el Dios que vivifica a los muertos y que llama al ser a las cosas que no existen. Este es el Dios de Marta la judía: ella cree en aquel que crea y resucita. Por eso dice a Jesús: mi hermano resucitará en el último día”. Así es hija de Abrahán, auténtica judía.

‒ Fe cristiana en Jesús que es la resurrección. Pero esa fe judía de Abrahán queda transcendida por el Cristo. Ante la tumba de Lázaro, el amigo muerto, Jesús presenta a Marta su misterio: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre (Jn 11, 26).
Esta es la fe cristiana, que Pablo ha presentado en forma teológica (“creemos en el Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos”, Rom 4, 24) y que Jn 11, 26 traduce ya en forma cristológica. Lo que define la existencia cristiana no es una esperanza (¡habrá resurrección final para los justos!) sino la unión de los creyentes con el Cristo que ha resucitado y de esa forma viene a presentarse como vida de los hombres. Ésta será, según iremos viendo, la confesión de fe de Marta, que es para el Evangelio de Juan la primera cristiana, por encima del mismo Pedro, la primera autoridad cristiana.

imageeesTomo esa palabra “autoridad” en el sentido más profundo: Por su confesión creyente, Marta aparece en el evangelio de Juan Juan como “jerarquía” primeria de una iglesia de hermanos (formada por ella con Lázaro y María). En esa línea, el Papa Francisco ha establecido su magisterio ordinario en la Casa de Santa Marta (=Señora) de la Iglesia.

La “fe” del Nuevo Vaticano del Papa Francisco no se centra en la confesión de Pedro, bajo la gran basílica, sino en la confesión de la “casa de Santa Marta” donde él celebra la eucaristía y ofrece la palabra todos los días a los fieles de su “parroquia”.

Imágenes:
1. Santa Marta vence/ata al dragón y de esa forma, con su confesión de fe y servicio fraterno, protege la Casa/castillo de la Iglesia.
2. Santa Marta Papa: Lleva el pan y el vino de la eucaristía… y las llaves de la Iglesia (atribuidas también a Pedro). Ella es Papa-Hermana de la Iglesia.
3. La Casa de Santa Marta en el Vaticano… De un modo sorprendente, el Papa Francisco está convirtiendo la Casa de Santa Marta (Domus Sanctae Marthae) en centro del Vaticano, aunque muchos no se dan cuenta.

Confesión fe, primera creyente

La escena nos sitúa precisamente en un lugar fronterizo, en la ruptura de nivel donde superando la fe común de la escatología judía (apoyada en la resurrección futura de los muertos) venimos a fundarnos en la fe específicamente cristiana: Jesús mismo es la resurrección ya realizada, el culmen de la historia, la revelación definitiva de Dios. Paradójicamente su misterio viene a proclamarse ante la tumba del hermano muerto, en el lugar donde parece que se agota y se consume (hasta se pudre) la esperanza de los hombres. Allí pregunta Jesús en interrogación solemne ¿crees esto? y Marta responde, en confesión de fe cristiana:

Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios,
que ha venido a este mundo (Jn 11, 27)

Al contestar así, Marta aparece Jn como la primera cristiana verdadera. Ella reconoce a Jesús como vida de Dios que está presente sobre el mundo. Significativamente, Juan ha silenciado o transformado la confesión de fe que la tradición sinóptica ponía en boca de Pedro, representante y portavoz de todos los creyentes (cf Mc 8, 29).

Es cierto que Pedro, en nombre de los doce, sigue a Jesús, aceptando su mensaje, aunque no llegue a entenderlo: “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y confesamos que tú eres el santo de Dios” (Jn 6, 68-69). Pero esta confesión de Pedro sitúa a Jesús todavía en el nivel de la esperanza judía, presentándole como revelador de Dios, pero todavía no le reconoce como mesías verdadero: el Hijo de Dios que da la vida y es resurrección dentro del mundo.

Pues bien, sobre el Pedro vacilante de la tradición prepascual, sobre el Pedro incompleto de Jn 6, 68-69, se eleva ahora Marta y aparece como la primera creyente, la discípula perfecta, que acepta y reconoce el sentido de Jesús como resurrección y vida de los hombres (varones y mujeres). Es cierto que ella sigue siendo servidora de los otros, como indica el texto posterior (Jn 12, 2). Pero, desde el fondo de ese servicio, ella es la primera en expresar y expandir la fe completa. Así podemos afirmar que Marta, una mujer trabajadora, ocupa en Jn 11, 27 el puesto que en la tradición sinóptica ocupaba Pedro. Sobre la fe de ella ha fundado Cristo el camino de su iglesia.

Marta es la primera en confesar la fe pascual sobre la tumba de su hermano muerto anticipando la resurrección de Cristo. Por eso, ella no tiene que volver ya en los relatos de la pascua: no corre hacia la tumba vacía (como hará la Magdalena), ni busca al cadáver del Señor en el jardín pascual del mundo. Ha confesado su fe en Jesús que es vida de los hombres y su confesión permanece como tipo y modelo de fe para todos los creyentes. La resurrección histórica de Lázaro su hermano será simplemente un signo para confirma la fe más honda y duradera de Marta en el principio de la iglesia.

Así hablamos de la confesión de fe de Marta (Jn 11, 27): Ella aparece como intérprete y testigo de la fe de una iglesia que ha superado el riesgo nacionalista (que está en el fondo de la confesión de Pedro en Mc 8) y el riesgo de una Iglesia que podría cerrarse en sí misma (en la línea de muchas interpretaciones de la fe de Pedro en Mt 16), para abrirse al conjunto de la humanidad. El mismo Jesús dirige su camino y ella lo acepta, respondiendo “sí, creo”, viniendo a presentarse así como “regla de fe” para todos los cristianos que se abren al Hijo de Dios que es “resurrección y la vida” que se abre y expande al mundo entero. Ella, una mujer a la que hoy algunos llamarían “seglar”, sin autoridad jerárquica, es la primera doctora de la Iglesia.

Concreción. Pedro y Marta: dos doctores, dos confesiones de fe

En el Nuevo Testamento hay varios doctores de la Iglesia naciente, entre ellos Pablo y Santiago. Pero las dos confesiones de fe más significativas son la de Pedro y la de Marta.

La confesión de fe de Pedro (tú eres el Cristo, el Hijo de Dios. Mc 8 y Mt 16) va en la línea de un mesianismo nacional judío, que Jesús ha rechazado (en Marcos), pero que el evangelio Mateo ha reelaborado en línea eclesial, reconociendo la inmensa labor de Pedro en el despliegue de la Iglesia primitiva. Éste es el texto que la Iglesia de Roma ostento en la cúpula de su basílica dogmática, en el Vaticano.

La confesión de fe de Marta (Jn 11, 27) puede y debe tomarse como un correctivo y profundización que ella (Marta) ha introducido en la confesión de Pedro, para abrirla al conjunto de la humanidad, superando así el riesgo de clausura nacionalista (en la línea de Marcos) y de la posible fijación y eclesial del texto de Mateo. Leer más…

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Llamándome, como un amigo llama.

Domingo, 2 de abril de 2017
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LAZARO

Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
Porque no la materia sino el tiempo
Pesaba sobre ella,
Oyeron una voz tranquila
Llamándome, como un amigo llama
Cuando atrás queda alguno
Fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.

Yo no recuerdo sino el frío
Extraño que brotaba
Desde la tierra honda, con angustia
De entresueño, y lento iba
A despertar el pecho,
Donde insistió con unos golpes leves,
Ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
Un dolor vivo o un dolor soñado.

Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
Fue el alba pálida quien dijo
La verdad. Porque aquellos
Rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
Mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
Como rebaño hosco
Que no a la voz sino a la piedra atiende,
Y el sudor de sus frentes
Oí caer pesado entre la hierba.

Alguien dijo palabras
De nuevo nacimiento.
Mas no hubo allí sangre materna
Ni vientre fecundado
Que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
Con olor denso, desnudaban
La carne gris y fláccida como fruto pasado;
No el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,
Sino el cuerpo de un hijo de la muerte.

El cielo rojo abría hacia lo lejos
Tras de olivos y alcores;
El aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
Como las ramas cuando el viento sopla,
Brotando de la noche con los brazos tendidos
Para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
Y hundí la frente sobre el polvo
Al sentir la pereza de la muerte.

Quise cerrar los ojos,
Buscar la vasta sombra,
La tiniebla primaria
Que su venero esconde bajo el mundo
Lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
Gritó, por las oscuras galerías
Del cuerpo, agria, desencajada,
Hasta chocar contra el muro de los huesos
Y levantar mareas febriles por la sangre.

Aquel que con su mano sostenía
La lámpara testigo del milagro,
Mató brusco la llama,
Porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.

Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
El borde de una túnica incolora
Plegada, resbalando
Hasta rozar la fosa, como un ala
Cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
Y el error de estar vivo,
Siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
Y en mí no estaba ya sino seguirle.

Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
Aunque todo para mí fuera extraño y vano,
Mientras pensaba: así debieron ellos,
Muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
Otra vez vi sus muros blancos
Y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.

Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
La palabra hermandad sonaba falsa,
Y de la imagen del amor quedaban
Sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.

Sentado a su derecha me veía
Como aquel que festejan al retorno.
La mano suya descansaba cerca
Y recliné le frente sobre ella
Con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
A Dios, porque su nombre,
Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
Fuerza para llevar la vida nuevamente.

Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
Ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
Tras de su humilde oscuridad en tantas noches
Con larga espera bajo tierra,
Del tallo verde erguido a la corola alba
Irrumpe un día en gloria triunfante.

*

Luis Cernuda
“Las nubes”

luis-cernuda

Un emocionante poema escrito en difíciles tiempos, entre el final de la Guerra Civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Exiliado en Inglaterra, con el corazón muy herido por la orgía de sangre que se estaba derramando en tantos frentes de muerte y destrucción, buscando acaso luz y serenidad, se asoma Cernuda al Evangelio descubriendo la emocionada belleza y fuerza de la resurrección de Lázaro identificándose con el amigo de Jesús, muerto que vuelve a la vida. Más tarde, en el relato autobiográfico “Historial de un libro” se refiere a estos versos en los siguientes términos:

“Lázaro, una de mis composiciones preferidas, quiso expresar aquella sorpresa desencantada, como si, tras de morir, volviese otra vez a la vida.”

*

“Lázaro”

Al final sólo queda
la voz, la voz, la poderosa voz
de la llamada:
—Lázaro,
ven fuera…

*

José Ángel Valente
*
De: “Interior con figuras” – 1973-1976
Recogido en “José Ángel Valente – Poesía completa”

***

En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.

Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:

“Señor, tu amigo está enfermo.”

Jesús, al oírlo, dijo:

-“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:

“Vamos otra vez a Judea.”

Los discípulos le replican:

“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?”

Jesús contestó:

“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”.

Dicho esto, añadió:

-“Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.”

Entonces le dijeron sus discípulos:

“Señor, si duerme, se salvará.”

Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente:

“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.”

Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:

“Vamos también nosotros y muramos con él.”

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:

“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”

Jesús le dijo:

“Tu hermano resucitará.”

Marta respondió:

“Sé que resucitará en la resurrección del último día.”

Jesús le dice:

“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”

Ella le contestó:

“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:

“El Maestro está ahí y te llama.”

Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:

“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”

Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:

-“¿Donde lo habéis enterrado?”

Le contestaron:

-“Señor, ven a verlo.”

-Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:

“¡Cómo lo quería!”

Pero algunos dijeron:

“Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?”

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús:

-“Quitad la losa.”

Marta, la hermana del muerto, le dice:

-“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.”

Jesús le dice:

-“¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:

-“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.”

Y dicho esto, gritó con voz potente:

-“Lázaro, ven afuera.”

El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:

“Desatadlo y dejadlo andar.”

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

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Juan 11,1-45

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“Un profeta que llora”. 6 de abril de 2014. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 2 de abril de 2017
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img_men_1024_2011-4-10_1Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.

Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.

Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?

El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?

Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?

Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.

Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.

Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.

José Antonio Pagola

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 2 de abril de 2017. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 2 de abril de 2017
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18-CuaresmaA5Leído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.

Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa.

Aquí habría que subrayar que es bien probable que en la cabeza de la mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado resucitado»: porque pensamos, o mejor dicho, «imaginamos» la vida resucitada un poco como «prolongación, suplemento, continuación…» de ésta de ahora. Y no. No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»… No. Es que se trata realmente de otra cosa. Es un misterio. Nuestra llamada «fe en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos tras la muerte y que allí «continuaremos viviendo»… Podríamos decir que todas esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales, pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos «resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí primero para luego llevarnos a un lugar definitivo… Muchos pueblos primitivos han pensado esto, que fue una forma plausible de interpretación de la vida humana en unos determinados contextos culturales de tiempos pasados. Pero hoy, si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de la edad agraria… es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá también haga falta aceptar la ascesis de un «no saber/no poder» expresar bien aquello en lo que «creemos»…
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Dom 2.4.17. La doble resurrección de Lázaro. Contra los traficantes de la muerte

Domingo, 2 de abril de 2017
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lazaro-ravennaDom.5 cuaresma. Ciclo A. Jn 11, 1-46. Este evangelio ofrece la tercera catequesis de cuaresma, las más inquietante y hermosa, culminando las anteriores, del agua (samaritana) y de la luz (ciego de nacimiento). Es una catequesis sobre el Cristo-Lázaro, que aparece desdoblado:

‒ Cristo es Lázaro, el resucitado o, como indica el nombre hebreo: “Aquel a quien Dios ha ayudado” (en sentido pasivo);
‒ Y Cristo es Lázaro, el resucitador, en sentido activo: El mismo Dios que ayuda y acoge en su vida a los que mueren.

Ésta no es por tanto una “anécdota pasada” (y que pasó), en sentido externo, y terminó, una vez por todas, hace casi dos mil años, en la aldea de Betania, junto a Jerusalén, de manera que podemos pasar página, y seguir a lo nuestro, sino la historia permanente de nuestra propia vida, que se sigue realizando allí donde encontramos a Jesús, y con él resucitamos, ya en este mundo.

Ésta historia de vida tiene sin duda un trasfondo de recuerdo de Jesús, que da vida a los muertos en este mismo mundo y que acoge en el seno de Dios Padre (de Abraham) a los que mueren finalmente en pobreza y desamparo. Por eso se ha dividido desde tiempo muy antiguo en dos “historias” convergentes:

‒ Una es la resurrección de Lázaro el Mendigo, a quien nadie ayudó sobre la tierra, a la puerta de la casa del Gran Rico (Epulón), que no se dignó mirarle ni siquiera, ni ofrecerle una migaja de su mesa, sin más amigos que los perros de la calle. Evidentemente, ese Lázaro no pudo (ni quiso) resucitar sobre la tierra, pero fue recibido por los ángeles de Dios en el misterio de la Vida de Dios (Lucas 16, 19-31). Podemos decir que ésta es la primera resurrección, que es propia “del fin de los tiempos”, como sabían muy bien los judíos del tiempo de Jesús (como dirá Marta, en el evangelio de Juan).

‒ La otra historia de Lázaro es la de este evangelio del domingo, un hombre de familia, a quien cuidan dos hermanas (de sangre o de comunidad), un hombre que puede y debe resucitar, como podemos y debemos hacer nosotros, ayudados por la fe de las hermanas que nos acogen, impulsados por nuestra propia fe, por la palabra de Cristo. Ésta es la segunda resurrección, que es la propia de Jesús, cuando dice que él es la resurrección y la vida, de forma que aquellos que creen no muerte. Ésta es la resurrección del Lázaro de Juan, como Jesús dice a Marta.

20070718klpprcryc_349-ies-scoEstas dos historias, que en el fondo son una misma, en dos facetas o momentos, han de entenderse pues como catequesis permanente y verdadera. No son un “caso” ya pasado, para publicarse en un diario o programa de TV sensacionalista, que a las dos horas se olvida, pasando así a otra cosa, sino la verdad de lo que puede y debe pasar en nuestra historia de creyentes

Y con esta introducción puedo venir ya a nuestro texto, repitiendo que ésta es una historia realísima, la más verdadera de todas las historias cristianas, pero no puede tomarse en sentido historicista, no se trata de un suceso externo, acontecido una vez, un día determinado, como milagro de un muerto externo que resucitó a la vida anterior, sino una catequesis honda, gratuita y exigente, de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, desde un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (que aparecen sobre todo en Lucas: Marta y María, Lázaro el mendigo. Buen domingo a todos. De la unión de las dos resurrecciones trata hoy la liturgia.

Texto Jn 11, 1-46

Pero empecemos leyendo el texto, un prodigio de emociones y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; todos somos sus hermanas y amigos, todos debemos asumir la gracia y desafío de la resurrección. Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial todos los que mueren sin sentido sobre el mundo, como si Dios no existiera… para comenzar desde aquí, ya, ahora (primavera/otoño 2017) el camino de la resurrección. Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra:

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.]

Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea.”

[Los discípulos le replican: “Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?” Jesús contestó: “¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.” Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, se salvará.” Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.”

Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros y muramos con él.”]

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.”

Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”

[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama.” Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”]

Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: “¿Donde lo habéis enterrado?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo.” Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?”

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.”

Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal fuera.” El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar.”

Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos de ellos fueron donde los fariseos y dijeron lo que había hecho Jesús. Se reunieron pues los sumos sacerdotes con los fariseos y dijeron:
¿Qué haremos, pues este hombre hace muchos signos, pues si le dejamos todos creerán en él…? ((Y decidieron matarle)).

Un comienzo

¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los vivos, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Estamos ante el dolor de Jesús que (en un plano) llora y solloza impotente ante la muerte de su amigo, en un mundo que huele, mundo de asesinos concretos, de mentiras extensas, de llanto y de muerte. Es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque ve al amigo muerto. Pero le ofrece (a él, a sus hermanas) la esperanza de la resurrección.

Lázaro murió de muerte natural y a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la muerte, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite, dé vida a los muertos. … pensando que así pueden obtener ventajas políticas, sociales o de cualquier tipo que sea, ignorando que con la muerte sólo se consigue más muerte. El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

Jesús no impidió la muerte de Lázaro. Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

¿Por qué no vino antes para impedir que Lázaro muriera? Se lo preguntaron las hermanas y lloró. No pudo venir antes, pero lloró. No puede impedir un tipo de muerte en este mundo, pero sufre. También llora aquí, en nuestro día, en todos los hospitales y casas de difuntos, en los campos de concentración y en las cárceles, en los lugares donde siguen reinando las bombas y el hambre…

¿Por qué no impidió que muriera Lázaro?
¿Por qué no detuvo la muerte asesina de miles de matadores de este mundo?
¿Por qué no impide que fallen las balas que vuelen buscando la muerte?
¿Por qué no para la mano al terremoto, por qué no tapa la boca al tsunami que grita, produciendo olas inmensas?
¿Por qué no cierras las grietas de los agujeros negros de las cámaras atómicas que estallan? ¿Por qué…?
¿Por qué impide que los asesinos sigan matando directa o indirectamente…?

Jesús lloró con sus amigas. Hay acontecimientos en la vida ante los que sólo tenemos el llanto y la condena y la libertad para cambiar

Nos queda la oración y el llanto y la solidaridad

Nos queda orar con y por los muertos… pues la oración vincula a los vivos con los muertos. Una oración con voces y en silencio, porque creemos en la resurrección, como Jesús creía en la resurrección de Lázaro. Leer más…

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Receta para conseguir la inmortalidad. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A

Domingo, 2 de abril de 2017
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RESURRECCION_DE_LAZARODel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

(La escena tiene lugar al otro lado del Jordán, donde Jesús ha tenido que huir con sus discípulos para que no lo apedreen en Jerusalén por blasfemo. El grupo está sentado a la orilla del río. Caras serias. Unos preocupados, otros irritados. La aparición de un muchacho que llega corriendo y sudoroso los pone alerta. Se dirige directamente a Jesús.)

Te traigo un recado de Marta y María. Me han dicho que te diga: «Señor, tu amigo está enfermo».

(Ninguno de los discípulos pregunta de qué amigo se trata. Saben que es Lázaro, el de Betania, el hermano de María y Marta. Jesús mira al mensajero, luego afirma.)

Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

(No entienden muy bien qué quiere decir, pero prefieren no preguntar. Jesús permanece sentado junto a la orilla, como si la noticia no le hubiera afectado. Pedro le comenta a Juan: “Seguro que mañana salimos para Betania”. Pero al día siguiente Jesús sigue inmóvil y no dice nada. Pasa otro día, igual silencio. Al tercero, en cuanto comienza a clarear, despierta a los discípulos.)

Vamos otra vez a Judea.

(Las caras reflejan sueño, temor y preocupación)

Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos. ¿Vas a volver allí?

― ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

(Advierte que no han entendido nada y añade:)

― Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.

― Señor, si duerme, se salvará.

(Ha sido Pedro quien ha hablado en nombre de todos. Jesús los mira con gesto de cansancio).

― No me refiero al sueño natural, me refiero al sueño de la muerte. Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. ¡Vamos a su casa!

(Se miran con miedo, indecisos. Tomás anima a los demás.)

― Vamos también nosotros y muramos con él.

(Las escenas siguientes tienen lugar en Betania, pueblecito a unos tres kilómetros de Jerusalén. La cámara comienza enfocando la casa de la familia, donde se han reunidos numerosos judíos para dar el pésame. Una muchacha se acerca a Marta y le dice algo al oído. Se levanta de prisa y sale de la casa. La cámara la sigue hasta las afueras del pueblo, donde encuentra a Jesús. No se postra ante él. Le habla con una mezcla de reproche y confianza.)

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

― Tu hermano resucitará.

― Sé que resucitará en la resurrección del último día.

― Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

― Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

― Llama a María. Dile que venga.

(Marta entra en el pueblo, se dirige a la casa y habla en voz baja a María.)

― El Maestro está ahí y te llama.

(Marta se levanta y sale a toda prisa. Los visitantes la siguen pensando que va al sepulcro a llorar. Cuando llega adonde está Jesús se echa a sus pies y le dice llorando).

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.

(Jesús, viéndola llorar a ella y a los judíos que la acompañan, se estremece y pregunta muy conmovido.)

― ¿Dónde lo habéis enterrado?

― Señor, ven a verlo.

(Jesús se echa a llorar. Algunos de los presentes comentan: «¡Cómo lo quería!» Uno se les queda mirando irónicamente y dice: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, si ha oído algo, no se da por enterado. Solloza de nuevo. Finalmente llegan al sepulcro, una cavidad cubierta con una losa.)

(Jesús) ― Quitad la losa.

(Marta) ― Señor, ya huele mal, lleva cuatro días muerto.

(Jesús) ― ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

(Se acercan unos hombres y hacen rodar la losa dejando visible la entrada del sepulcro.)

(Jesús, levantando los ojos al cielo) ― Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

(Echa una mirada en torno a los presentes. Luego, mirando a la tumba, grita)

Lázaro, ven afuera.

(La cámara permanece fija en la entrada de la tumba, por la que aparece poco a poco Lázaro. Un sudario le cubre la cara y lleva los pies y las manos atados con vendas. Estupor y miedo entre la gente. Jesús, en cambio, sereno, casi indiferente, da una breve orden.)

Desatadlo y dejadlo andar.

(Voz en off)

Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

COMENTARIO

Hace diez días, el 22 de marzo de 2017, el puente de Westminster y la entrada del Parlamento británico fueron escenario del enésimo atentado terrorista. Pienso especialmente en Aysha Frade, sus dos hijos, su marido, su familia de Galicia… La muerte, que nos asedia cada segundo y se apodera de nosotros cuando menos lo podemos imaginar. Preferimos no pensar en ella. Por instinto de supervivencia. El autor del cuarto evangelio es más profundo: le obsesiona la muerte, y no deja de hablar de ella, pero lo hace para transmitir fe en la vida.

En el prólogo ha presentado a Jesús, Palabra de Dios, como poseedor de la vida. En un discurso programático afirma Jesús, anticipando la resurrección de Lázaro: «Os aseguro que llega la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5,25). Y el evangelio termina: «Estas cosas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Juan 20,31). Esta obsesión por la vida encuentra su punto culminante en la resurrección de Lázaro, que se encuentra en mitad del evangelio (cap. 11 de 21).

La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.

Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»

Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere sólo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).

Nota: dice el relato que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, se estremeció, se conmovió y lloró.

Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido. Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.

La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel, ha sido elegida por la estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan).

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así dice el Señor:

-«Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.»

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Quinto Domingo de Cuaresma, 2 Abril, 2017

Domingo, 2 de abril de 2017
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dv-cuaresma

“Lázaro, sal fuera”.

(Jn 11, 1- 45)

La muerte y la vida, dos caras antagónicas de nuestro pensamiento. Jesús se expresó claramente: “Lázaro ha muerto, pero yo iré a despertarlo”. Tengo la percepción de que todos necesitamos en nuestra vida despertadores, timbres, señales que nos hagan descubrir que la vida y la muerte son un proceso de plenitud.

Nacemos de un útero humano y plenificamos nuestra vida al llegar al útero de Dios. Vida y muerte… ¿cuál de las dos caras de una moneda es  más importante?, ¿cuál de las dos alas de los pájaros es más necesaria que la otra?

La vida es un desaprender a estar continuamente dormidos, viviendo sin vivir, viendo sin mirar, oyendo sin escuchar, gastando la vida sin desgastarla. “Despertar cítara y arpa, despertaré a la aurora” (Salmo 56).

Jesús va a despertar a Lázaro, a devolverle la vibración de una sonoridad que ya no poseía armonía.

Descubro cada día que la muerte es una ruptura en nuestras categorías, en nuestros pensares, modos de hacer las cosas… Me fijo en la semilla, hasta que no muere no da fruto. La semilla ha de romperse para comenzar a crecer y llegar a Su Plenitud, y nosotros tenemos que descomponernos para que solo la esencia que somos llegue a la Plenitud que Es.

La muerte es la novedad que nos permite Vivir. Tenemos miedo  a la separación, al qué vendrá después. Nacemos llorando y morimos llorando, ¿por qué no somos capaces de olvidar el umbral del vértigo  para disfrutar del después?

Qué poca fé, qué poca confianza… Y Jesús dice: “Lázaro ha muerto y me alegro de no estar allí, por vuestro bien, porque así tendréis un motivo más para creer” . Jesús no acompaña a Lázaro en su Pascua al Padre, y  no lo hace para enseñarnos a confiar, a que descubramos su fe en el Padre.

Nosotros, seres humanos, nos encanta controlar todo, y lo que no podemos controlar, lo aseguramos. Pues esto es lo contrario a como vivió Jesús…. CONFIANDO EN SU PADRE.

La muerte y la vida, dos caras de la plenitud que somos. Proceso concatenante de vidas que nos conducen a la VIDA.

ORACIÓN

Padre, ayúdanos a vivir en la confianza de encontrarnos contigo en la vida, para que seamos Vida  Plenificada  de Encuentro

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Ya tengo la verdadera VIDA aquí y ahora.

Domingo, 2 de abril de 2017
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lazaroJn 11, 1-45

Lázaro es un personaje simbólico que nos representa en nuestra condición de criaturas limitadas, invitadas a superar los límites. Con la misma palabra “vida”, se hace referencia a conceptos tan diferentes que es difícil interpretarlos bien. De hecho, se puede dar la muerte en una vida fisiológica sana Y se puede dar la Vida con una salud deteriorada. No podemos tergiversar el texto hasta hacerle decir lo contrario de lo que quiere decir. Es indispensable que tratemos de dilucidar de qué Vida y de qué muerte estamos hablando.

En el relato de hoy, todo es simbólico. Los tres hermanos representan la nueva comunidad. Jesús está totalmente integrado en el grupo por su amor a cada uno. Unos miembros de la comunidad se preocupan por la salud de otro. La falta de lógica del relato nos obliga a salir de la literalidad. Cuando dice Jesús: “esta enfermedad no acabará en la muerte sino para revelar la gloria de Dios”; y al decir: “Lázaro está dormido: voy a despertarlo”, nos está indicando el verdadero sentido de todo el relato.

Si seguimos preguntando si Lázaro resucitó o no, físicamente, es que seguimos muertos. La alternativa no es, esta vida, solamente aquí abajo u otra vida después, pero continuación de esta. La alternativa es: vida biológica sola, o Vida definitiva durante esta vida y más allá de ella. Que Lázaro resucite para volver a morir unos años después, no soluciona nada. Sería ridículo que ese fuese el objetivo de Jesús. Es realmente sorprendente, que ni los demás evangelistas, ni ningún otro escrito del NT, mencione un hecho tan espectacular como la resurrección de un cuerpo ya podrido.

Jesús no viene a prolongar la vida física, viene a comunicar la Vida de Dios que él mismo posee. Esa Vida anula los efectos catastróficos de la muerte biológica. Es la misma Vida de Dios. Resurrección es un término relativo, supone un estado anterior de vida física. Ante el hecho de la muerte natural, la Vida que sigue, aparece como renovación de la vida que termina. “Yo soy la resurrección” está indicando que es algo presente, no futuro y lejano. No hay que esperar a la muerte para conseguir Vida.

Para que esa Vida pueda llegar al hombre, se requiere la adhesión a Jesús. A esa adhesión responde él con el don del Espíritu-Vida, que nos sitúa más allá de la muerte física. El término “resurrección” expresa solamente su relación con la vida biológica que ya ha terminado. “Quién escucha mi mensaje y da fe al que me mandó, posee Vida definitiva” (5,24). Esto quiere decir que todo aquel que tenga una actitud como la que tuvo Jesús en su vida, participa de esa Vida. Esa Vida es la misma que vive Jesús.

Jesús corrige la concepción tradicional de “resurrección del último día”, que Marta compartía con los fariseos. Para Jn, el último día es el día de la muerte de Jesús, en el cual, con el don del Espíritu, la creación del hombre queda completada. Esta es la fe que Jesús espera de Marta. No se trata de creer que Jesús puede resucitar muertos. Se trata de aceptar la Vida definitiva que Jesús posee y puede comunicar al que se adhiere a él. Hoy seguimos con la fe para el más allá de Marta, que Jesús declara insuficiente.

¿Dónde le habéis puesto? Esta pregunta, hecha antes de llegar al sepulcro, parece insinuar la esperanza de encontrar a Lázaro con Vida. Indica que son ellos los que colocaron a Lázaro en el sepulcro, lugar de muerte sin esperanza. El sepulcro no es el lugar propio de los que han dado su adhesión a Jesús. Al decirles: “Quitad la losa”. Jesús pide a la comunidad que se despoje de su creencia. Los muertos no tienen por qué estar separados de los vivos. Los muertos pueden estar vivos y los vivos, muertos.

Ya huele mal. La trágica realidad de la muerte se impone. Marta sigue pensando que la muerte es el fin. Jesús quiere hacerle ver que no es el fin; pero también que sin muerte no se puede alcanzar la verdadera Vida. La muerte sólo deja de ser el horizonte último de la vida cuando se asume y se traspasa. “Si el grano de trigo no muere…” Nadie puede quedar dispensado de morir, ni el mismo Jesús. Jesús invita a Nicodemo a nacer de nuevo. Ese nacimiento es imposible sin morir antes a todo lo que creemos ser.

Al quitar la losa, desaparece simbólicamente la frontera entre muertos y vivos. La losa no dejaba entrar ni salir. Era la señal del punto y final de la existencia. La pesada losa de piedra ocultaba la presencia de la Vida más allá de la muerte. Jesús sabe que Lázaro había aceptado la Vida antes de morir, por eso ahora está seguro de que sigue viviendo. Es más, solo ahora posee en plenitud la verdadera Vida. “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá”. La Vida es compatible con la muerte.

Es muy importante la oración de Jesús en ese momento clave. Al levantar los ojos a “lo alto” y “dar gracias al Padre”, Jesús se coloca en la esfera divina. Jesús está en comunicación constante con Dios; su Vida es la misma Vida de Dios. No se dice que haya pedido nada. El sentido de la acción de gracias lo envuelve todo. Es consciente de que el Padre se lo ha dado todo, entregándose Él mismo. La acción de gracias se expresa en gestos y palabras, pero en Jesús manifiesta una actitud permanente.

Al gritar: ¡Lázaro, ven fuera! está confirmando que el sepulcro, donde le habían colocado, no era el lugar donde debía estar. Han sido ellos los que le han colocado allí. El creyente no está destinado al sepulcro, porque aunque muere, sigue viviendo. Con su grito, Jesús quiere mostrar a Lázaro vivo. Los destinatarios del grito son ellos, no Lázaro. Ellos tienen que convencerse de que la muerte física no ha interrumpido la Vida. Entendido literalmente, sería absurdo gritar para que el muerto oyera.

Salió el muerto con las piernas y los brazos atados. Las piernas y los brazos atados muestran al hombre incapaz de movimiento y actividad, por lo tanto, sin posibilidad de desarrollar su humanidad (ciego de nacimiento). El ser humano, que no nace a la nueva Vida, permanece atado de pies y manos, imposibilitado para crecer como tal ser humano. Una vez más es imposible entender la frase literalmente. ¿Cómo pudo salir, si tenía los pies atados? Parecía un cadáver, pero estaba vivo.

Lázaro ostenta todos los atributos de la muerte, pero sale él mismo porque está vivo. Todos tienen que tomar conciencia de su nueva situación. “Desatadlo y dejadlo que se marche”. Son ellos los que lo han atado y ellos son los que deben soltarlo. No devuelve a Lázaro al ámbito de la comunidad, sino que le deja en libertad. También ellos tienen que desatarse del miedo a la muerte que paraliza. Ahora, sabiendo que morir no significa dejar de vivir, podrán entregar su vida como Jesús.

Meditación

El relato nos invita a pasar de la muerte a la Vida.
Se trata de la Vida que no termina, la definitiva.
Es la misma Vida de Dios, comunicada al hombre.
Es la ÚNICA VIDA que lo inunda todo.

No es algo que Dios nos da o deja de darnos.
Es Dios comunicándonos su mismo ser.
Su ser es el fundamento de nuestro verdadero ser.
Jesús nos invita a descubrir y a vivir esa realidad.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Resurrección y vida.

Domingo, 2 de abril de 2017
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1209_resurreccion-de-lazaro-958x1064Dios nos libre del árbol de la felicidad que no echa flores (Mark Twain)

Domingo 2 de abril. V de Cuaresma

Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis, viene a decir el Señor al pueblo de Israel (Ez 37, 12-14), porque la redención es copiosa, añade el Salmista (Sal 129). Lo reitera Pablo en Carta a los Romanos 8, 8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Y el Evangelio de este domingo personifica en Jesús la idea de resurrección, cuando le dijo a la dubitativa Marta: “Yo soy la resurrección y la vida”; el que cree en mí, aunque muera, vivirá para siempre (Jn 11, 25).

La historia real narrada por la directora de cine francesa Anna Fontaine en Las inocentes (diciembre 2016) es el canto a un resucitar prolífico a una nueva forma de entender y de vivir la vida. El  relato de unas monjas polacas embarazadas tras ser violadas por las tropas rusas al terminar la II Guerra Mundial en un monasterio de clausura cerca de Varsovia. Una religiosa, Hermana María, protagonista del largometraje sale discretamente del convento, cruza un campo nevado y llega a la ciudad en busca de un médico: Matilde Beaulieu, inexperta cirujana en estos menesteres de partos, deberá aprender a sacar adelante esta inusual situación y ayudar a las hermanas.

Es en este mundo espiritual en femenino, desgarrado por la violencia de la guerra y sus consecuencias altamente perturbadoras de la vida monástica, donde se muestra una imperturbable empatía por estas mujeres, que viven sus futuras maternidades en riguroso secreto con tal de evitar un escándalo y el cierre del convento: un contexto político claramente muy poco favorable a la religión. La joven cirujana francesa acepta compartir el secreto de las religiosas y se arriesga a garantizar el seguimiento cotidiano de los embarazos. Una ayuda crucial, la de la cirujana, que anima progresivamente a las hermanas a abrir sus puertas, sus cuerpos y sus espíritus a estos nacimientos, que les devuelven a una condición de mujer que había sido suprimida, de una u otra manera, por la búsqueda de Dios.

Vida carnalmente nacida y vida contemplativa se unen en el eslabón que perpetúa y mantiene vivo el mundo: la mujer. De las lágrimas a la alegría de arropar y amamantar a recién nacidos, de las horas de contemplación al dolor-amor de ver florecer su carne, de la tragedia al descubrimiento de la maternidad.

Un nuevo mundo marcado además por el miedo a la condenación, los efectos traumáticos de las violaciones, las dudas metafísicas, la negación del embarazo, el dolor de los partos, el sentimiento de culpabilidad tanto de quedarse como de separarse de sus bebés, etc. etc. En este lugar en el que no es fácil “poner a Dios entre paréntesis durante la consulta”, unas mujeres que sufren en lo más hondo del alma la crueldad de la guerra, tratan de conservar la esperanza, debatiéndose entre su fe, la observancia de las reglas y el despertar de sus cuerpos ante la inesperada irrupción de la vida. Un valor que sobrenada todo, y es el amor a la vida que derrumba barreras, que une y perdona.

Mark Twain escribió en Carta a Joe Goodman: “Dios nos libre del árbol de la felicidad que no echa flores”. Era un árbol seco la Madre abadesa que, cuando María, le dijo: “La hermana ha hecho lo correcto”, ella le contestó con acritud: “Pero ha infringido las normas”¿Representan estas clausuradas el flexible nuevo Reino de Dios siempre creciente en humanidad, y la abadesa la habitualmente anquilosada jerarquía tradicional de la Iglesia? En una entrevista al Papa (22 enero 2017), Francisco respondía al periodista: “Con respecto a la Iglesia, yo diría que la Iglesia no deje de ser cercana. O sea, que procure ser continuamente cercana a la gente. Una iglesia que no es cercana, no es Iglesia”.

La japonesa Marie Kondo (1984), experta en organización y escritora, ha dicho en su obra La felicidad después del orden (Aguilar 2016): “Quien se sienta continuamente ansioso y no sepa bien por qué, que pruebe a ordenar sus cosas. Que las sostenga entre las manos y se pregunte si le hacen feliz. Luego, que acaricie aquellas que desea conservar con la misma delicadeza con las que toca su propio cuerpo, y todos los días de su vida se llenarán de felicidad”.

La mística y poeta Mary Oliver (Ohio, 1833) nos invita en su obra Felicity, siguiendo la propuesta de Marie Kondo, a estar totalmente ocupadas siendo rosas.

ROSAS

Todo el mundo se hace de vez en cuando
esas preguntas para las que no existe
respuesta: el origen del mundo, la existencia de Dios,
qué sucede cuando se baja el telón
y nada lo detiene, ya no habrá besos,
ni Súper Bowl, ni visitas al centro comercial.
“Rosas salvajes”, les dije una mañana.
“¿Tenéis las respuestas? Y si las tenéis,
¿me las daríais?”
Las rosas sonrieron dulcemente. “Perdónanos”,
respondieron. “Pero como puedes ver,
justo ahora estamos totalmente
ocupadas siendo rosas”.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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¡Yo soy Lázaro, Marta y María!

Domingo, 2 de abril de 2017
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raising_of_lazarus2Jn 11, 1-45

Lázaro… ¿Está dormido? ¿Está inconsciente? El evangelista nos dice que lleva cuatro días enterrado. Es una expresión judía para decirnos que está muerto y bien muerto. Los rabinos enseñaban que durante tres días el alma podía andar dando vueltas alrededor del difunto, como si le rondara; pasados estos días, el alma se separaba definitivamente del cuerpo y no había posibilidad de retorno a la vida.

El texto nos sitúa en un contexto de muerte, en el que resuenan las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.

¡Yo soy Lázaro! ¡Tod@s somos Lázaro! Salgamos de nuestras tumbas. Unas veces tienen forma de biblioteca que huele a rancio, con aislamiento acústico, para no captar las voces de la humanidad. ¡Es tan cómodo investigar, buscando respuestas a preguntas que no se hace nadie! Salgamos de los lugares de muerte en los que hay abuso infantil y malos tratos, en cualquiera de sus formas. Salgamos de todos los castillos feudales en los que aparentemente estamos a salvo, pero dentro de sus paredes también está presente la muerte, de múltiples formas.

Cuando han ido muriendo “el amor primero” y la pasión por el evangelio, los miedos se extienden como una niebla por todas las estancias y ya no se percibe la Buena Noticia.

“Lázaro, sal fuera…” es un mandato y una invitación. Conecta con el deseo del papa Francisco y con las necesidades de la humanidad.

Marta… está en el sitio que le ha asignado la sociedad de su tiempo; representa el sentir de esa sociedad y responde con lo que se espera de ella. Es trabajadora, se afana, pero de vez en cuando se pasa de rosca, se estresa y pierde valores fundamentales.

En otro encuentro con Jesús, trabajó tanto para que todo estuviera a punto, que al final le brotó el reproche: “Dile a mi hermana que…”. Ahora ella sale al encuentro de Jesús, como mandaban los cánones de acogida a los huéspedes y vuelve a reprocharle: ¡Llegas tarde, Jesús! Y eso que te avisamos con tiempo suficiente…

Cuando Jesús invita a quitar la losa, ella replica que ya huele mal. El caso es puntualizar, protestar, intentar colocar a Jesús en su sitio y que haga lo que se espera de él.

Ella se había nutrido con lo que había oído en la sinagoga, y creía que la resurrección no llegaría hasta el último día; así lo proclamó abiertamente, en presencia de Jesús y de los demás. Pero Jesús, como a la samaritana, a Zaqueo, a Pedro y a cada persona que se encontró con él, le interroga para invitarle a ir más allá de lo que se sabe de memoria.

Jesús le invita a creer, a fiarse, sólo así puede entrar en otra dimensión, expresada con la frase “verás la gloria de Dios”. Ella responde con una de las confesiones más completas del Nuevo Testamento: “Creo que tú eres el Mesías (el Salvador), el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Efectivamente, ha visto la gloria de Dios.

¡Yo soy Marta! ¡Tod@s somos Marta! ¡Cuánta hondura hemos perdido en aras del activismo! ¡Cuánta gente valiosa de las comunidades y grupos cristianos se ha quemado! ¡Cuántas parcelas valiosas de nuestra vida se han chamuscado!

Porque tod@s somos Marta… ¡rompamos los esquemas! Escuchemos nuestro interior, para tomar conciencia de nuestras carencias y necesidades. Aprendamos a distinguir con claridad el servicio del servilismo.

María… parece que esta fuera de su lugar, porque se lo dicen los demás, pero ella ha encontrado su sitio. Lo encontró un día a los pies del Maestro, como mujer-discípula que se situaba en un lugar que no le correspondía, según la ley judía, en lugar de trabajar afanosamente en las tareas caseras.

Ungió a Jesús. Había sido transgresora y no recibió reproches, sino la promesa de que su atrevimiento se perpetuaría en la memoria de todos.

El evangelista nos dice: “Habían ido a casa de María”. Ella, la mujer llena de vida, que ha comprendido lo que es el discipulado, es la referencia de una casa quese convierte en “tienda del encuentro”, en lugar donde muchas personas se encuentran con Jesús, el dador de Vida. Quienes habían ido por motivos convencionales, para acompañar un duelo, salen transformados, llenos de vida.

¡Yo soy María! ¡Tod@s somos María! ¡Sigamos apostando por el discipulado sin límites, hasta encontrar nuestro lugar en las comunidades y en la Iglesia! Sigamos rompiendo barreras de todo tipo para que las comunidades recuperen el sueño de Jesús y el discipulado salga de las estructuras que lo ahogan.

Quienes acuden a las celebraciones y exequias cristianas ¿qué encuentran? ¿Cómo intentamos que sean una ocasión para que cada persona se encuentre con el Viviente? ¿Cuidamos cada palabra y cada gesto de modo que reaviven el rescoldo de la fe? ¿O nos unimos al coro de plañideras que canturreamos canciones pidiendo cansinamente a Dios que tenga piedad y acoja a la persona difunta? ¿No deberían ser siempre manifestaciones de fe viva y de esperanza sin fisuras? ¿Por qué contaminamos las celebraciones, hasta el punto de que muchas veces dejan de ser Buena Noticia y se convierten en funerales? ¿Cómo podemos recuperar esas celebraciones para que sean “tienda del encuentro”?

Tomás… tenía un apodo, le llamaban “el mellizo”. Tan pronto se come el mundo y se ofrece para acompañar a Jesús a Judea y morir con él como se refugia en la increencia, buscando unos signos palpables y evidentes en el cuerpo de Jesús. Sólo cuando se encontró con Él, en el seno de la comunidad, pudo dar su testimonio de fe y confesar: “Señor mío y Dios mío”.

¡Yo soy Tomás! ¡Todo@s somos Tomás! Hoy, con cariño, vamos a llamarle “el bipolar”. Así somos cada uno de nosotros, a menudo. Nos comemos el mundo, dudamos, volvemos a comérnoslo… nos movemos en un ejercicio continuo de fe e incoherencia. Hasta que un día nos rindamos y nos pongamos al servicio del Reino, con más coherencia.

Jesús… es un hombre que ama, llora y se conmueve. Pedro le negó tres veces. Él llora tres veces ante su amigo; este número indica la totalidad, siempre. Él expresa el amor hacia Lázaro con tal claridad que los presentes exclaman: “¡Cómo lo quería!”.

El evangelista podía haber sido pudoroso y evitar esta descripción de Jesús, que lo ponía en ridículo, por ser varón judío y maestro, pero nos muestra a Jesús con transparencia.

Ir a Betania, situada a unos tres kilómetros de Jerusalén, significaba poner su propia vida en peligro; acercarse a Jerusalén significaba aproximarse al lugar donde estaban los poderosos que querían matarle. Ya intentaron apedrearle allí y logró salir ileso ¿para qué correr de nuevo un riesgo, volviendo a una aldea que distaba solo 3 kilómetros de Jerusalén?

Pero Jesús, en su momento, rechazó convertir las piedras en panes y no quiso que los ángeles le allanaran el camino. Si huía de la confrontación y vivía escondido en Galilea, por miedo a los judíos, era como si viviera en la noche, en las tinieblas. Y Jesús, que se había manifestado como luz, quiere que sus obras sean expresión de esa luz.

Vuelve junto a los amigos porque quiere ayudarles; los tres hermanos están fuera de su sitio, los tres están descolocados vitalmente y les ayuda a resituarse ante la vida y ante la muerte.

Jesús conecta vitalmente con su Abbá y le da las gracias porque le ha escuchado. Este es uno de los núcleos más importantes de esta catequesis. Juan no nos presenta un espectáculo de magia, de resurrección, que deja atónitos a los presentes. Los otros tres evangelistas ni siquiera nos ofrecen una catequesis similar. A través de la conexión de Jesús con su Abbá la vida fluye y se reavivan todos los presentes. Se despierta la fe y muchos creyeron de nuevo. De esta conexión brotan la vida y la liberación: hay que quitar vendas y desatar ataduras.

Jesús es el amigo que hoy conversa conmigo, invitándome a vivir en mi centro, a tomar conciencia de lo que me ha desquiciado y de lo que está muriendo en mi vida y genera mal olor.

Jesús nos invita a toda la Iglesia a salir de las tumbas: de la comodidad (con sus poltronas y sillones), de las cañadas oscuras, de la injusticia, del silencio cómplice, del miedo… El papa Francisco también nos invita a salir de esas tumbas y romper las vendas que inmovilizan a personas y colectivos.

Hoy soy Lázaro, Marta y María. Hoy Betania es mi vida, los lugares en los que habito, la comunidad y la Iglesia. Y Jesús, el AMIGO que nos ama, ha venido a visitarnos. Sabe que estamos dormidos, y viene a despertarnos.

Nos pregunta ¿en qué crees? ¿En qué creéis? Quiere arrancarnos una confesión de fe que sea respuesta personal, que atraviesen todo nuestro ser. No le interesan las respuestas del catecismo que nos hemos aprendido de memoria.

Marifé Ramos González

(http://www.mariferamos.com/)

Fuente Fe Adulta

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Dejad que Lázaro se marche dignamente hacia la Vida

Domingo, 2 de abril de 2017
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resurercion-lazaroLa resurrección de Lázaro, el último hallazgo en las Catacumbas de Priscila

De su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

(Juan Masiá, sj.).- No pensaba escribir una vez más sobre Lázaro (quinto Domingo de Cuaresma), para no abusar de repeticiones hermenéuticas. Pero veo que todavía abundan las lecturas literales que confunden la resurrección con el revivir. Lázaro no revive, no vuelve a esta vida, sino sale de esta vida hacia la Vida, es un éxodo hacia la verdadera vida (cf. J. Mateos-J. Barreto, El Evangelio de Juan, Cristiandad, 1982, p. 518)

Tampoco pensaba escribir una vez más sobre la dignidad en el morir, sobre el respeto a la dignidad de la persona moribunda durante y a lo largo de todo el proceso de morir. Pero veo que no desaparecen los malentendidos en los debates de proyectos legislativos sobre limitación o regulación de los esfuerzos terapéuticos y el uso de los recursos paliativos y sedación; todavía no desaparece la confusión entre un “buen morir, digno y justo” y un “mal morir, sin respetar la dignidad y autonomía de la persona paciente”. (cf. Cuidar la vida. Debates bioéticos, Herder, 2012, pp.123-162).

Curiosa coincidencia en torno a estos dos temas: las mismas mentalidades que se escandalizaron cuando apoyé el rechazo de Inmaculada Echeverría a la respiración asistida (2007) o el uso responsable de la sedación terminal por el doctor Montes en el Severo Ochoa (2005) o la ley andaluza sobre Derechos y garantías de la persona en el proceso de morir (2010), esas mismas personas se escandalizaron cuando comenté (en Religión Digital, 6 abril, 2015) la palabra clave de la perícopa sobre la muerte ( y éxodo hacia la vida de Lázaro en el evangelio según Juan (Jn 11, 44).

En un caso, falta de fe en la resurrección; en otro caso, falta de respeto a la dignidad personal. Y en ambas casos, falta, sobre todo, de crítica, de hermenéutica y de esperanza.

Reavivaré aquí la reflexión sobre Jn 11, 44: dejadlo que se marche. Quédese para el siguiente post la reflexión sobre el buen morir, que no se indigeste la consumición de ambos platos en el mismo menú…

¿Nos damos cuenta de que el versículo 44 sugiere el sentido de: Dejadlo irse más allá, dejadlo irse hacia la Vida de la vida?

Jesús gritó muy fuerte: -¡Lázaro, sal fuera de este mundo! Salió el muerto con las piernas y los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario. Les dijo Jesús: -Desatadlo y no lo retengáis, dejadlo que se marche junto a Abba…

La mentalidad dualista no sale de la disyuntiva entre literalidad y ficción. Por eso le cuesta tanto comprender los evangelios. El lenguaje religioso es cien por cien simbólico. Sin sensibilidad para la creatividad mitopoética es imposible dejarse transformar por la relectura evangélica. Pero el problema se remonta a la escuela elemental: aprender a leer, releer e interpretar.

Releamos, por tanto, y reinterpretemos recreando la narración a la luz de las palabras de Jesús: Yo soy la Resurrección y la Vida.

“Dejadlo irse, dejadlo que se marche”: es la palabra que Juan pone en labios de Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro (Jn 11, 44). Lázaro no resucita de la tumba para volver a esta vida. Este episodio del evangelio según Juan no es un milagro de resurrección, sino la puesta en escena del mensaje de Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida” (Jn 11, 25). Si Lázaro saliera vivo de la tumba, lo normal sería que los familiares se precipitaran a abrazarlo, darle algo de comer y beber o ponerle ropa de abrigo.

En una escena así parece que no es apropiado decir: “Dejadlo que se marche” (A menos que la relectura se tome la libertad de traducir libremente: “Dejadlo marcharse de este mundo”). Parece que no cuadra el guion con esa escena. Para entenderla hay que darse cuenta de que no se trata de una salida de la tumba para volver a esta vida. Jesús, que ha levantado los ojos al cielo, mira ahora fijamente a la tumba donde sigue estando el cadáver. Sabe Jesús que no es ese el lugar de buscar entre los muertos a quien va a vivir desde ahora en el seno de la vida divina; “sal fuera” no es “sal fuera de la tumba”, sino “sal de esta vida y entra en la vida de Abba”.

“Dejadlo ir (Jn 11, 44)” significaría: Dejadlo que siga atravesando la muerte para entrar en la vida. Lázaro no está donde están sus restos. Lázaro está ascendiendo a Abba. Dejadlo morir hacia el Padre.

Si fuera hoy día, en un telefilme, el evangelista habría hecho un montaje muy bueno para su guión. Imaginemos la figura blanca de Lázaro envuelto en un sudario que se va convirtiendo en túnica gloriosa a medida que asciende y se pierde en las alturas, yéndose a lo lejos la imagen difuminada. Cambia la cámara a una panorámica de los familiares entristecidos que extienden sus manos como queriendo retenerle. Se escucha una voz en off que repite las palabras de Jesús a Magdalena en la mañana de resurrección: “No me retengas.” “Me voy hacia mi Padre y vuestro Padre, mi Dios y vuestro Dios” (Jn 17, 20).

De nuevo un primer plano de Jesús, rostro sereno, mirando alternativamente al interior de la tumba y a lo alto de los cielos. Y repite Jesús: “Dejadlo ir, dejadlo y no queráis retenerlo aquí en este mundo con vosotros. Dejadlo morir hacia la vida. No busquemos entre muertos a quien vive.

Fuente Religión Digital

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“Un profeta que llora”. 6 de abril de 2014. 5 Cuaresma (A). Juan 11, 1- 45.

Domingo, 6 de abril de 2014
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img_men_1024_2011-4-10_1Jesús nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.

Cuando se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven, se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“.

Jesús no llora solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no es más dichosa, más larga, más segura, más vida?

El hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer? ¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?

Sin duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?

Ante el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada”.

Los cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo aún, le damos nuestra confianza.

Esta confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Difunde la esperanza cristiana en la resurrección. Pásalo.

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“Yo soy la resurrección y la vida”. Domingo 6 de abril de 2014. Domingo 5º de Cuaresma.

Domingo, 6 de abril de 2014
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RESURRECCION_DE_LAZAROLeído en Koinonia:

Ez 37,12-14: Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Salmo responsorial 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa
Rom 8,8-11: El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Jn 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida

El pueblo, desterrado en Babilonia (su tumba), es llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu del Señor se posa sobre su realidad (huesos secos) y les reviste de carne, es decir, de vida. Un pueblo nuevo se pone en pie. Dios puede abrir los sepulcros de Israel y darle una nueva vida. Es una “resurrección” que marca el final del destierro y el regreso de la esperanza al pueblo, con el retorno a su tierra. Este es el mensaje que nos regala hoy la profecía de Ezequiel.

El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús, que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes de que suceda el signo.

Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor. Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común, piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección, está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”. Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara, no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.


Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace 26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños.

Pero la voz del profeta se convierte en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los sobrevivientes.

En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida eterna, de vida más allá de la muerte. Los israelitas esperaban las bendiciones divinas para este tiempo de la vida terrena: larga vida, numerosa descendencia, habitar en la tierra que Dios donó a su pueblo, riquezas suficientes para vivir holgadamente. Más allá de la muerte sólo quedaba acostarse y «dormir» con los padres, con los antepasados; las almas de los muertos habitaban en el “sheol”, el abismo subterráneo en donde ni si gozaba, ni se sufría.

Sólo en los últimos libros del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte, de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su pueblo elegido? Algunas corrientes del judaísmo contemporáneo de Jesús, como el fariseísmo, creían firmemente en la resurrección de los muertos como un acontecimiento escatológico, de los últimos tiempos, un acontecimiento que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. Los saduceos por el contrario, se atenían a la doctrina tradicional, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta, y consideraban cumplida la justicia divina en el “status quo” que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos, considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.

El pasaje evangélico que leemos hoy, la «reviviscencia» de Lázaro, narra el último de los siete “signos” u “obras” que constituyen el armazón del cuarto evangelio. Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre….

Bonita la escena, bien construido el relato, tremendas y lapidarias las palabras de Jesús, rico en simbolismo el conjunto… pero difícil el texto para nosotros hoy, cuando nos movemos en una mentalidad tan alejada de la de Juan y su comunidad. A nosotros no nos llaman tanto la atención los milagros de Jesús como sus actitudes y su praxis ordinaria. Preferimos mirarlo en su lado imitable más que en su aspecto simplemente admirable que no podemos imitar. No somos tampoco muy dados a creer fácilmente en la posibilidad de los milagros. Para la mentalidad adulta y crítica de una persona de hoy, una persona de la calle, este texto no es fácil. (Puede ser más fácil para unas religiosas de clausura, o para los niños de la catequesis infantil).

En la muy sofisticada elaboración del evangelio de Juan, éste es el «signo» culminante de Jesús, no sólo por ser mucho más llamativo que los otros (nada menos que una reviviscencia) sino porque está presentado como el que derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, que por este milagro decidirán matar a Jesús. Quizá por eso ha sido elegido para este último domingo antes de la semana santa. Estamos acercándonos al climax del drama de la vida de Jesús, y este hecho de su vida es presentado por Juan como el que provoca el desenlace final.

La causa de la muerte de Jesús fue mucho más que la decisión de unos enemigos temerosos del crecimiento de la popularidad de un Jesús taumaturgo, como aquí lo presenta Juan. Este puede ser un filón de la reflexión de hoy: «Por qué muere Jesús y por qué le matan» (remitimos para ello a un artículo clásico de Ignacio Ellacuría, en http://servicioskoinonia.org/relat/125.htm). El episodio 102 de la famosa serie «Un tal Jesús» (http://radialistas.net/category/un-tal-jesus) también interpreta este pasaje de Juan en relación con la «clandestinidad» a la que Jesús tendría que someterse sin duda en el último período de su vida.

Otro tema puede ser el de la fe o del creer en Jesús, con tal de que no identificar la «fe» en «creer que Jesús puede hacer milagros» o «creer en los milagros de Jesús». La fe es algo mucho más serio y profundo. Podría uno creer en Jesús y creer que el Jesús histórico probablemente no hizo ningún milagro… No podemos plantear la fe como si un «Dios allá arriba» jugase a ver si allá abajo los humanos dan crédito o no a las tradiciones que les cuentan sus mayores referentes a los milagros que hizo un tal Jesús… La fe cristiana tiene que ser algo mucho más serio.

Y un tercer tema, todavía más complejo para nuestra reflexión, puede ser el de la resurrección. Precisamente porque, la de Lázaro no fue una resurrección. Lógicamente, a Lázaro simplemente se le dio una prórroga, una «propina», un suplemento… de esta misma vida. Un «más de lo mismo». Y el Lázaro «resucitado» -como tantas veces se lo mal llamó- tenía que volver a morir. Porque para nosotros «vivir es morir». Cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos que nos queda de vida, un día más que hemos gastado de nuestra vida… Pero «resucitar»… es otra cosa.

Aquí habría que subrayar que es bien probable que en la cabeza de la mayor parte de nosotros, la idea de «resurrección» que hay es una idea equivocada, por esta misma razón por la que decimos que Lázaro era «mal llamado resucitado»: porque pensamos, o mejor dicho, «imaginamos» la vida resucitada un poco como «prolongación, suplemento, continuación…» de ésta de ahora. Y no. No es sólo que la diferencia será que «aquella vida no se acaba», o que «no tiene necesidades materiales» porque «allí serán como los ángeles del cielo»… No. Es que se trata realmente de otra cosa. Es un misterio. Nuestra llamada «fe en la resurrección» no es un creer que hay un «segundo piso» al que subimos tras la muerte y que allí «continuaremos viviendo»… Podríamos decir que todas esas «imágenes» no corresponden al «misterio» en el que creemos, y como tales, pueden ser dejadas de lado. También aquí, yo puedo creer en lo que denominamos «resurrección» sin aceptar la interpretación facilona de que Dios nos creó aquí primero para luego llevarnos a un lugar definitivo… Muchos pueblos primitivos han pensado esto, que fue una forma plausible de interpretación de la vida humana en unos determinados contextos culturales de tiempos pasados. Pero hoy, si no queremos seguir anclados en las «creencias» típicas de las religiones de la edad agraria… es necesario hacer un esfuerzo de purificación, y quizá también haga falta aceptar la ascesis de un «no saber/no poder» expresar bien aquello en lo que «creemos»…

Es un tema demasiado importante y demasiado sutil como para llegar, y ponernos directamente a hablar de la resurrección de Lázaro y de la nuestra, sin necesidad de más preámbulos… Es más complejo el problema. Sobre la transformación de las condiciones de credibilidad de las religiones en este nuevo tiempo sugerimos la lectura de los artículos 352 (http://servicioskoinonia.org/relat/352.htm), de Mariano CORBÍ, y 344, de Amando ROBLES (http://servicioskoinonia.org/relat/344.htm). Sobre la necesidad de «despedirse del piso de arriba», recomendamos la lectura del capitulo de igual título del libro de Roger LENAERS «Otro Dios es posible [http://tiempoaxial.org/#10]. Y sobre la resurrección, en un plan más netamente teológico, recomendamos la lectura de TORRES QUEIRUGA, «Repensar la resurrección» (Trotta, Madrid 2003). Hay también un reciente número de la revista CONCILIUM dedicado a la resurrección (noviembre 2006). La Agenda Latinoamericana’2011 [htp://latinoamericana.org/digital] trae un artículo titulado «¿Pero hay o no hay otro mundo ahí arriba?»[ http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo/obra.php?ncodigo=729] accesible en su archivo digital [http://servicioskoinonia.org/agenda/archivo]. La serie «Otro Dios es posible, de los hermanos LÓPEZ VIGIL aborda el tema de la resurrección en la entrevista 98 [http://radialistas.net/article/98-resucito/], titulada «¿Resucitó?». Leer más…

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Dom 6.4.14. “Lázaro ¡sal fuera! En contra del negocio de la muerte”

Domingo, 6 de abril de 2014
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 5 de cuaresma. Ciclo A. Jn 11, 1-46. El evangelio ofrece hoy una catequesis de la resurrección, elaborada por la comunidad del Discípulo amado, desde un fondo de recuerdos y tradiciones históricas (cercanas a las de Lucas: Marta y María, Lázaro el mendigo…).

Empecemos leyendo el texto, un prodigio de emociones, de compromisos y esperanzas, de retos y tareas… en silencio, sabiendo que Lázaro somos todos; todos somos sus hermanas y amigos.

Jesús parece ausente y lloramos, hoy de un modo especial por todos los que mueren sin sentido, al parecer antes de tiempo como si Dios no existiera.
Pero el llanto se puede convertir en gozo y compromiso a favor de la vida. En ese sentido quiero hablar al fin de tres resurrecciones. Dejemos que el texto nos hable. Su historia es la nuestra.

Texto: Jn 11, 1-46

En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.]. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo…

DibujosBiblicosJesucristoLaResurreccion((… y así sigue el texto, casi todo el capítulo 11 de Juan. Vaya cada uno a su Biblia y lea con calma. Es probable que le baste lo leído. Si es así, olvídese de mi comentario. Pero, si aún le quedan ganas de sentir y de pensar… puede seguir leyendo mi reflexión)).

Éste es el texto para meditar, una baile de vida (en contra del baile de la muerte de la primera imagen).

Éste es un texto para caminar, levantarse y comenzar una vida solidaria, en comunión de amor y de esperanza.

Buen domingo a todos. Buena lectura para los que continúen con mi texto.

Un comienzo

¿Qué se puede hacer? Llorar por los muertos, consolar a los que quedan, esperar la resurrección… y comprometerse a favor de la vida, aunque ello resulte peligroso apostar por ella, como Jesús, subiendo a los lugares conflictivos (¡Vayamos, y muramos con él, como dice Tomás).

Jesús es Hijo de Dios, pero no puede impedir que su amigo muera, porque la muerte pertenece a la ley de la vida. Por eso llora, porque su amigo muere…

Lázaro murió de muerte natural, pero a muchos, en cambio, les matan, de muerte violenta, los diversos tipos de asesinos, traficantes de la vida, precisamente aquellos que no quieren que Jesús resucite… pensando que así pueden obtener ventajas de este desorden del mundo que es el nuestro.

El texto no acaba con la resurrección de Lázaro, sino con la decisión de Caifás y de los sumos sacerdotes, que deciden matar a Jesús porque da la vida, porque resucita a los muertos.

El texto debe acabar con nuestra decisión intensa a favor de la vida, en contra de todos los traficantes de la muerte que dominan en los lúgubres tugurios del poder y del dinero (mientras sigue y avanza el hambre, crecen las vallas, aumentas las opresiones)

Jesús no impidió la muerte de Lázaro.

Esperó tres días antes de venir y Lázaro murió… Son los días de la vida y de muerte en este mundo, son los días de la dura realidad de la historia. Después vino, en el día de la resurrección que es tercer día (como dicen los judíos y decimos los cristianos: Resucitó, resucitará al tercer día, que es el tiempo de la culminación).

¿Por qué no vino antes para impedir que Lázaro? Se lo preguntaron las hermanas y lloró. No pudo venir antes, pero lloró. No puede impedir un tipo de muerte en este mundo, pero sufre. También llora aquí, en nuestro día, en todos los hospitales y casas de difuntos, en los campos de concentración y en las cárceles, en los lugares donde siguen reinando las bombas y el hambre…

¿Por qué no impidió que muriera Lázaro?
¿Por qué no detuvo la mano asesina?
¿Por qué no impide que las balas alcancen el cuerpo querido?
¿Por qué no derriba del trono a los poderosos, como quería María, la Madre de Jesús?
¿Por que no despide vacíos-desnudos a los ricos, como sigue diciendo la misma María?
¿Por qué no para la mano al terremoto, al tsunami, al incendio?

Jesús lloró con sus amigas. Hay acontecimientos ante los que sólo tenemos el llanto y la condena y la promesa de cambio… con la oración y la solidaridad.Oración por los muertos… pues la oración vincula a los vivos con los muertos. Una oración con voces y en silencio, porque creemos en la resurrección, como Jesús creía en la resurrección de Lázaro.

Una oración que acepta la muerte (sin entenderla), una oración que condena a los que trafican con la guerra y el hambre, con la injusticia y la opresión. Una oración de cercanía, con las hermanos y hermanos de los muertos. Una oración en solidaridad con los amigos y compañeros.

Muchas veces no se entiende. Tampoco Jesús entendía. No hizo un sermón explicando las razones de la muerte de Lázaro. Simplemente lloró.

Lázaro ¡Sal fuera!

Jesús lloró, pero creía (porque creía) en la resurrección. Y de esa forma habló, llegado el tercer día, culminado el tiempo del llanto (que es el tiempo de muerte de este mundo, un tiempo del que nadie vuelve a la historia anterior).

¡Lázaro sal fuera! Esta palabra hay que decirla desde ahora, con Jesús. ¡Salgamos fuera todos, de manera que no vivamos más de muertes, que no sigamos más aletargados, envueltos en sudarios y vendas, pactando con la violencia y la injusticia, dando cobertura a los que matan.

Esta palabra ¡sal fuera! es para todos. Tenemos que salir de un mundo en el que, de un modo o de otro, nos hemos acostumbrado a la muerte, de manera que muchos viven (vivimos) de la muerte de los demás.

Salir fuera de la tumba significa vivir para la vida, en justicia y solidaridad. Que los educadores eduquen para la paz, que los políticos gobiernen para la justicia, que los trabajadores trabajen para el bien de todos… que todos podamos vivir para la concordia, condenando la violencia de un modo radical, total…

El riesgo de los optan por la vida

El camino de la vida empieza por el llanto y la conversión. Es un camino en el que intervienen muchos factores y donde tienen responsabilidad muchas personas, empezando por los políticos y los educadores, por los dueños de la economía y los creadores de opinión, por los dirigentes de las iglesias etc.

Este camino por la vida es hermoso, pero muy arriesgado. Los que trabajan sin más por la vida, los que sacan a los hombres y mujeres de sus tumbas suelen ser perseguidos, porque hay intereses creados y muchos prefieren que las cosas sigan así. Así lo dice el evangelio:

Pero algunos de ellos fueron a los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho [resucitando a Lázaro]. los principales sacerdotes y los fariseos reunieron al Sanedrín y decían:
–¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro lugar y nuestra nación.
Entonces uno de ellos, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel año, les dijo:
–Vosotros no sabéis nada; ni consideráis que os conviene que un solo hombre muera por el pueblo, y no que perezca toda la nación (Jn 11, 46-50).

Que muera uno (Jesús) para que el “buen” sistema siga… Que mueran muchos, millones, para que el sistema siga viviendo. De ese rechazo, de esa muerte de los otros vivimos…

Es peligroso optar por la vida en este mundo de muerte. Hay muchos (personas e instituciones) que prefieren mantener las cosas así, traficando con la muerte. El evangelio supone que los primeros traficantes de la muerte (¡que Lázaro se pudra!) son los dirigentes religiosos y políticos que controlan el poder desde la muerte.

Jesús protesta contra el “negocio” de la muerte

No quiero condenar en exclusiva a los políticos, ni acusar a los dirigentes religiosos (a los que acusa este evangelio), ni siquiera a los traficantes de la muerte (vendedores de armas, promotores de una economía que mata….), pues de alguna forma todos nosotros, los ricos del mundo, vivimos de una economía que crece (¡como la de España!) vendiendo más armas a los “pobres”, para que se maten…

Pero debo añadir que nadie, nunca, debería aprovecharse de la muerte de los demás para medrar, para manteniendo ningún tipo de injusticia; que nadie se aproveche de la injusticia para justificar ningún tipo de acción opresora, con el argumento de Caifás (¡matemos a Jesús para vivir todos más tranquilos).

El único valor es la vida, cada vida, por encima de la “santa nación” a la que apelaba Caifás (en pacto con el Santo Imperio de Roma)… Por eso, el evangelio sigue comentando que, en un sentido, Caifás tenía razón, porque Jesús “murió no solamente por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban esparcidos” (Jn 11, 51). Pero esa es la “razón de la muerte”, no el principio de la vida, que es la “resurrección”, en sus tres formas:

Tres resurrecciones

(a) La primera resurrección es aquella en la que creen algunos judíos y la mayor parte de los cristianos (si creen) (como Marta): “Mi hermano resucitará en la resurrección del último día”. Pero, mientras tanto ¡dejemos que la muerte siga reinando sobre el mundo! ¡Vivamos de la muerte de los otros! Leer más…

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Receta para conseguir la inmortalidad. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo A

Domingo, 6 de abril de 2014
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18-CuaresmaA5Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Imagen de José Luis Cortés

(La escena tiene lugar al otro lado del Jordán, donde Jesús ha tenido que huir con sus discípulos para que no lo apedreen en Jerusalén por blasfemo. El grupo está sentado a la orilla del río. Caras serias. Unos preocupados, otros irritados. La aparición de un muchacho que llega corriendo y sudoroso los pone alerta. Se dirige directamente a Jesús.)

Te traigo un recado de Marta y María. Me han dicho que te diga: «Señor, tu amigo está enfermo».

(Ninguno de los discípulos pregunta de qué amigo se trata. Saben que es Lázaro, el de Betania, el hermano de María y Marta. Jesús mira al mensajero, luego afirma.)

Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.

(No entienden muy bien qué quiere decir, pero prefieren no preguntar. Jesús permanece sentado junto a la orilla, como si la noticia no le hubiera afectado. Pedro le comenta a Juan: “Seguro que mañana salimos para Betania”. Pero al día siguiente Jesús sigue inmóvil y no dice nada. Pasa otro día, igual silencio. Al tercero, en cuanto comienza a clarear, despierta a los discípulos.)

Vamos otra vez a Judea.

(Las caras reflejan sueño, temor y preocupación)

Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos. ¿Vas a volver allí?

― ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.

(Advierte que no han entendido nada y añade:)

― Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.

― Señor, si duerme, se salvará.

(Ha sido Pedro quien ha hablado en nombre de todos. Jesús los mira con gesto de cansancio).

― No me refiero al sueño natural, me refiero al sueño de la muerte. Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. ¡Vamos a su casa!

(Se miran con miedo, indecisos. Tomás anima a los demás.)

― Vamos también nosotros y muramos con él.

(Las escenas siguientes tienen lugar en Betania, pueblecito a unos tres kilómetros de Jerusalén. La cámara comienza enfocando la casa de la familia, donde se han reunidos numerosos judíos para dar el pésame. Una muchacha se acerca a Marta y le dice algo al oído. Se levanta de prisa y sale de la casa. La cámara la sigue hasta las afueras del pueblo, donde encuentra a Jesús. No se postra ante él. Le habla con una mezcla de reproche y confianza.)

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.

― Tu hermano resucitará.

― Sé que resucitará en la resurrección del último día.

― Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?

― Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

― Llama a María. Dile que venga.

(Marta entra en el pueblo, se dirige a la casa y habla en voz baja a María.)

― El Maestro está ahí y te llama.

(Marta se levanta y sale a toda prisa. Los visitantes la siguen pensando que va al sepulcro a llorar. Cuando llega adonde está Jesús se echa a sus pies y le dice llorando).

― Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.

(Jesús, viéndola llorar a ella y a los judíos que la acompañan, se estremece y pregunta muy conmovido.)

― ¿Dónde lo habéis enterrado?

― Señor, ven a verlo.

(Jesús se echa a llorar. Algunos de los presentes comentan: «¡Cómo lo quería!» Uno se les queda mirando irónicamente y dice: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, si ha oído algo, no se da por enterado. Solloza de nuevo. Finalmente llegan al sepulcro, una cavidad cubierta con una losa.)

(Jesús) ― Quitad la losa.

(Marta) ― Señor, ya huele mal, lleva cuatro días muerto.

(Jesús) ― ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?

(Se acercan unos hombres y hacen rodar la losa dejando visible la entrada del sepulcro.)

(Jesús, levantando los ojos al cielo) ― Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.

(Echa una mirada en torno a los presentes. Luego, mirando a la tumba, grita)

Lázaro, ven afuera.

(La cámara permanece fija en la entrada de la tumba, por la que aparece poco a poco Lázaro. Un sudario le cubre la cara y lleva los pies y las manos atados con vendas. Estupor y miedo entre la gente. Jesús, en cambio, sereno, casi indiferente, da una breve orden.)

Desatadlo y dejadlo andar.

(Voz en off)

Muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

COMENTARIO

28 de abril 2014. Dominic, un niño de dos años, hijo de una familia gitana, encuentra un boquete en la alambrada que separa el campamento de la línea férrea Robigo-Verona. Un tren lo arrolla y muere poco después en el hospital de Legnano.

29 de abril 2014. Guglielmo di Maggio (44 años) ha conseguido un nuevo empleo en unos grandes almacenes. Con su mujer, Nunziatina (40) y sus dos hijos (7 y 5) decide ir a celebrarlo. En un túnel de la autopista Palermo – Messina se estrella contra un camión que ha derrapado e invadido la calzada contraria. Sólo se salva el niño de 5 años.

Son dos casos de los últimos días (italianos, porque me encuentro en Roma), a los que podrían añadirse muchos miles. Y vienen a la memoria las palabras de Miguel de Unamuno: «Con razón, sin razón, o contra ella, lo que pasa es que no me da la gana de morirme». Palabras que estaría dispuesta a firmar la inmensa mayoría de la gente. Y también el cuarto evangelio, aunque a su autor no le obsesiona la muerte sino la vida.

En el prólogo ha presentado a Jesús, Palabra de Dios, como poseedor de la vida. En un discurso programático afirma Jesús, anticipando la resurrección de Lázaro: «Os aseguro que llega la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán» (Juan 5,25). Y el evangelio termina: «Estas cosas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida por medio de él» (Juan 20,31). Esta obsesión por la vida encuentra su punto culminante en la resurrección de Lázaro, que se encuentra en mitad del evangelio (cap. 11 de 21).

La idea de resucitar a otra vida no estaba muy extendida entre los judíos. En algunos salmos y textos proféticos se afirma claramente que, después de la muerte, el individuo baja al Abismo (sheol), donde sobrevive como una sombra, sin relación con Dios ni gozo de ningún tipo. Será en el siglo II a.C., con motivo de las persecuciones religiosas llevadas a cabo por el rey sirio Antíoco IV Epífanes, cuando comience a difundirse la esperanza de una recompensa futura, maravillosa, para quienes han dado su vida por la fe. En esta línea se orientan los fariseos, con la oposición radical de los saduceos (sacerdotes de clase alta). El pueblo, como los discípulos, cuando oyen hablar de la resurrección no entiende nada, y se pregunta qué es eso de resucitar de entre los muertos.

Los cristianos compartirán con los fariseos la certeza de la resurrección. Pero no todos. En la comunidad de Corinto, aunque parezca raro (y san Pablo se admiraba de ello) algunos la negaban. Por eso no extraña que el evangelio de Juan insista en este tema. Aunque lo típico de él no es la simple afirmación de una vida futura, sino el que esa vida la conseguimos gracias a la fe en Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre.»

Pero el tema de la vida en el cuarto evangelio requiere una aclaración. La «vida eterna» no se refiere sólo a la vida después de la muerte. Es algo que ya se da ahora, en toda su plenitud. Porque, como dice Jesús en su discurso de despedida, «en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías» (Juan 17,3).

Nota: dice el relato que Jesús, al ver llorar a María y a los presentes, se estremeció, se conmovió y lloró. Sorprende esta atención a los sentimientos de Jesús, porque los evangelios suelen ser muy sobrios en este sentido. Generalmente se explica como reacción a las tendencias gnósticas que comenzaban a difundirse en la Iglesia antigua, según las cuales Jesús era exclusivamente Dios y no tenía sentimientos humanos. Por eso el cuarto evangelio insiste en que Jesús, con poder absoluto sobre la muerte, es al mismo tiempo auténtico hombre que sufre con el dolor humano. Jesús, al llorar por Lázaro, llora por todos los que no podrá resucitar en esta vida. Al mismo tiempo, les ofrece el consuelo de participar en la vida futura.

La primera lectura, tomada del libro de Ezequiel, ha sido elegida por la estrecha relación entre la promesa de Dios de abrir los sepulcros del pueblo y volver a darle la vida, y Jesús mandando abrir el sepulcro de Lázaro y dándole de nuevo la vida. Ambos relatos terminan con un acto de fe en Dios (Ezequiel) y en Jesús (Juan).

Lectura de la profecía de Ezequiel 37, 12-14

Así dice el Señor:

-«Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.»

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