Comentarios desactivados en Las palabras que los estudiantes LGBTQ+ necesitan escuchar: reflexiones de un profesor de teología
La publicación de hoy es del colaborador invitado David Palmieri. David es profesor de teología en la escuela secundaria Xaverian Brothers en Westwood, MA. Es el fundador de Without Exception, una red de base de educadores secundarios dedicados a discernir el arte del acompañamiento para estudiantes LGBTQ+ en escuelas secundarias católicas.
“Es difícil ser feliz expresándose cuando la forma en que te criaron te dice que básicamente eres un pecado andante. Mis compañeros y maestros me dijeron varias veces que no podía estar orgullosa de quién soy porque se refleja mal en la escuela”.
Esas palabras fueron compartidas por un estudiante de último año de secundaria que se graduó en mayo pasado. Revelan una triste verdad: nuestras escuelas secundarias católicas no están equipadas para encontrar o apoyar a estudiantes, familias y amigos LGBTQ+. Claro, es una población minoritaria, y ciertos líderes de la iglesia quieren asegurarse legítimamente de que nuestra fe católica se enseñe en su plenitud. Pero nuestra fe también significa abrazar la plenitud de nuestra unción bautismal como Sacerdotes, Profetas y Realeza en el único Cuerpo de Cristo.
En los últimos años, he realizado una investigación exhaustiva sobre el apoyo a los estudiantes LGBTQ+ en las escuelas católicas. Después de descubrir una falta de recursos, puse en marcha una red de educadores católicos secundarios dedicados a discernir el “arte del acompañamiento” para estos jóvenes. La red se llamaWithout Exception (Sin Excepción), nombre tomado de la entrada del Catecismo que dice que el Sagrado Corazón de Jesús ama a todos los seres humanos sin excepción (CCC 478). A través de un compromiso con el diálogo fiel y la colaboración entre pares entre maestros y otros de campos relacionados del ministerio, buscamos entender lo que significa “sin excepción” para cada persona en una escuela católica.
En unas semanas estaremos de regreso a clases en todo el país. He estado en un salón de clases todos los años de mi vida desde la guardería (he sido maestra durante más de 20 años), y todavía tengo esa sensación en los días previos al primer día de clases. Es un sentimiento acosado por el drama de la anticipación y la incertidumbre, repleto de sueños de motines estudiantiles y caos en el aula. Pero esos son temores de la imaginación, no realidades.
Sin embargo, he descubierto algo. Para algunos estudiantes, el regreso a la escuela está lleno de pavor y miedo, no imaginado sino real. Particularmente para algunos niños LGBTQ+, están sujetos a una forma terrible de trauma: la violencia de las palabras. Las heridas físicas sanan; reciben puntos de sutura, se forman costras y eventualmente dejan cicatrices que pueden contar buenas historias. Las heridas emocionales son diferentes; se quedan en carne viva y sangran para siempre.
Tan solo en el último año escolar, recopilé estas palabras de estudiantes LGBTQ+, a quienes les dijeron:
“Eso es gay.”
“No seas tan maricón”.
“¿Por qué necesitan todo el alfabeto?”
“Te apoyo, pero no puedo apoyar a la comunidad”.
“Las personas transgénero tienen una enfermedad mental”.
“Me identifico como un helicóptero de ataque”.
“Una manzana al día mantiene alejado al homosexual”.
“El único lugar en el que me gustaría estar con ellos es en una cámara de gas”.
Luego están los adultos, que dijeron:
“Las lesbianas dan mucho miedo”.
“Una Alianza Gay Heterosexual no debería estar en una escuela católica”.
“Creo que eres heterosexual”.
“Ser no binario no es real”.
“¿Qué género estás eligiendo ser hoy?”
A los niños a veces se les enseña esta respuesta cantarina: “Los palos y las piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca me lastimarán”. Francamente, eso es una tontería. Los datos de 2022 del Proyecto Trevor muestran que el 50 % de los estudiantes de secundaria LGBTQ+ consideraron seriamente el suicidio en el último año, y el 18 % realmente lo intentó. Eso se compara con los datos de los Centros para el Control de Enfermedades de 2019 que sugieren que esos números son 20% y 9% para la población general de la escuela secundaria. Hay un costo medible para los estudiantes LGBTQ+ en entornos que no brindan apoyo, y eso se correlaciona con un mayor riesgo de comportamientos autodestructivos. “Solo sé duro” no es la respuesta pastoral correcta. Conocí a un adolescente que era lo suficientemente fuerte como para dispararse y suicidarse.
¿Quiere saber cuál es mi esperanza para este año escolar? Es que los estudiantes de nuestras escuelas católicas y parroquias empiezan a escuchar una palabra diferente, el tipo de palabra deseada por el centurión: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero solo di la palabra y mi alma será sanada”. (Mt 8, 8). Las palabras de Jesucristo, que es la Palabra de Dios mismo, tienen vida. Este Verbo se hizo carne y habita entre nosotros (Jn 1,14). Si realmente creemos eso, entonces debemos tomar medidas. La fe católica no es solo para ser creída; es para ser vivido.
Lo que los estudiantes realmente necesitan escuchar son palabras como estas:
“No te preocupes por mañana; el día de mañana se arreglará solo” (Mt 6,34).
“Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis” (Mt 19,14).
“No lloréis” (Lc 7,13).
“Mi paz os doy… No se turbe ni se atemorice vuestro corazón” (Jn 14,27).
La razón es bien sencilla: para que todos seamos uno en el Cuerpo de Cristo (Jn 17,21). En las palabras de otro graduado de la escuela secundaria católica:
“Cuando era joven, mi juego favorito para jugar era el escondite. En el bosque detrás de mi casa, mis vecinos y yo solíamos esparcirnos y escondernos entre las zarzas, rezando para sobrevivir de alguna manera a la aguda mirada del buscador. Sin embargo, al final, todos inevitablemente serían encontrados. Todos nos reíamos y el juego comenzaba de nuevo. Había una oportunidad más de ganar… una oportunidad más de hacerlo bien.
“Descubrí que ser gay en la escuela no es tan diferente de mi juego favorito de la infancia. Durante los últimos cuatro años, he estado jugando el último juego de las escondidas. Esta vez, sin embargo, mi grosor está a la vista. Voy a la escuela con todos ustedes. Tomo las mismas clases; Practico los mismos deportes. Sin embargo, dejo partes de mí mismo cubiertas debajo de los arbustos, escondidas, para que nunca sean vistas. En el comedor, escucho los insultos y las conversaciones que no se escuchan en clase. ‘Dios, él es básicamente una niña’. ‘Arde en el infierno’. ‘Eso es tan gay’.
“Sé que para algunos de ustedes, lo que estoy diciendo hoy parece una broma, algo de lo que pueden quejarse con sus amigos más tarde. Sin embargo, para mí, esos comentarios son profundos; es más que una simple risa. Es mi vida. Es mi corazón. Por favor, no lo rompas. Al final, mi tiempo en la escuela casi ha terminado. Pero por favor, por el bien de los otros niños que aún están agazapados en el bosque, piensa antes de actuar, elige tus palabras y sé un amigo”.
Mi deseo es simple. Ser el prójimo que responde a la llamada de “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37).
Comentarios desactivados en Ayelén Acevedo es trans, tiene 38 años, vivió en la calle casi diez y busca romper con el estigma de morir antes de los 40
Ayelén Acevedo es una de las protagonistas del documental Sueños, sobre el mundo onírico de las personas en situación de calle, pero acaba de mudarse a un cuarto en Mataderos. Lo que más quiere es vivir; tiene la edad promedio en la que muchas de sus compañeras mueren. Escribe poemas, estudia Historia, y solo pide una cosa: un trabajo digno
Mercedes Funes
13 de Febrero de 2022
Entrevista a Ayelen Acevedo
“Estábamos en un boliche, justamente en ese entorno en donde lo conocí. Estábamos chamuyando, tomando unos tragos. El me tomaba de la falda, yo tenía una pollera. Y bueno, me declaraba que quería tener algo conmigo, pero que quería que fuéramos de a poco. Y al despertar me largué a llorar, porque fue una sensación muy real. Yo me desperté en las cuatro paredes de la Costanera, o sea, fue un sueño nada más”.
Cada vez que vuelve a verse en la película, Ayelén Acevedo se emociona. Fue un largo recorrido hasta la estabilidad con la que empieza soñar ahora. Anoche lloró de nuevo en la proyección de Sueñosen el Centro Cultural San Martín. Es una de las protagonistas del documental de Marcos Martínez que cuenta los sueños de las personas en situación de calle –disponible en Cinear.play Estrenos–, pero desde hace un mes vive en un cuarto en Mataderos.
Es un cuarto amplio, con piso de cemento y una ventana desde la que habla con los vecinos, en una casa chorizo de construcción humilde que habitan unas veinte familias. Tiene pocas cosas: una cama, una mesa de madera con dos sillas, un mueblecito en donde guarda algunos elementos de cocina, una pava eléctrica, una radio a pilas, y un mate al que siempre le agrega el contenido de un saquito de té de hierbas. También una foto de Tini Stoessel recortada de una revista, que decora la pared junto a algunos discos viejos.
Entrevista a Ayelén Acevedo
No es mucho, pero ella está contenta: logró tener un cuarto propio. Alquila, sí, pero es de ella, tiene un techo, pudo salir de la calle. Al menos por ahora. Sus sueños siguen siendo los mismos: un amor que la quiera así, de a poco, que se atreva a quererla y no se vaya; conocer a Tini Stoessel y a María Laura Santillán, sus ídolas –dice que lee Infobae por las notas de la periodista y conductora–; un trabajo digno y una vida estable. Sobre todo eso, una vida. Con 38 años, sabe que la pesadilla que termina con las de muchas de sus compañeras antes de los 40 todavía está cerca, la ronda. No quiere eso para ella. Para nadie.
Por eso para Ayelén fue tan importante participar de la película, que la escucharan: “Era la oportunidad de mostrarle a la gente que también hay otras formas, que hay otra mirada posible. Que nos vean desde otra perspectiva, saliendo un poco del estigma de la prostitución, poder contar esto de que una chica trans puede trabajar de otra cosa y desenvolverse de otra manera en la vida”.
Ayelén entendió desde chica que una casa es algo que se puede perder y que, ahí nomás, está la calle: “Yo nací en Avellaneda, vivíamos en una casilla humilde en González Catán. Con la famosa debacle del 2001, a mi familia, como a tantas, le fue mal, y perdimos la casa. Cuando tenía 16 años, a mis padres les surgió una oportunidad de trabajo en Río Gallegos, y nos fuimos para allá buscando tener una mejor calidad de vida. Ellos todavía viven en el Sur”.
De Río Gallegos se fue cuando terminó la secundaria. Como muchas chicas trans, sólo pudo abrazar su identidad yéndose del hogar familiar. “Con mi vieja funcionamos de muchas maneras, y ella a veces es muy cruel –cuenta–. No es una mamá como otras, es dura; y mi viejo es un hombre de pocas palabras. Entonces a mí no me quedó otra que pelearla, en todo sentido. Yo quería estar en Buenos Aires, porque además allá es todo muy chato, estás a 3000 kilómetros de lo que pasa. La gente, por el frío, o vaya a saber por qué, es mucho más distante. Y yo estaba en plena adolescencia, donde uno necesita contacto y todo lo social influye”.
“Así que me decidí a tomar las riendas de mi vida de manera autónoma y en pos de lo que siento, de lo que soy: quería estar acá en Buenos Aires con mi espacio, mi alquiler, poder invitar amigos, amigas… Porque allá era siempre la mirada de mi vieja: ‘Ay, mira ese, la cara que tiene’, o ‘¿Por qué tiene el pelo largo?’, o ‘¿Por qué tiene esa remera?’. Me acuerdo de la vez que me vio con el ojo delineado, me dio con una chancleta de corcho: ‘Sacate eso que te va a ver tu papá’. Y nada, la pasé… Entonces acá era la puerta para yo vivir libre en cuanto a eso, porque estar allá era sometida.”
Ayelén es un nombre por el que nunca la llamaron sus padres, pese a que tiene DNI femenino desde 2013. Para que pudiera transicionar, tuvieron que pasar diez años desde que dejó Río Gallegos y una ley que garantiza su identidad de género, pero su familia todavía no la acepta; cuando los ve, tiene que esconderla, como cuando iba al colegio. No les guarda rencor. “Ya están grandes, son mis padres; vos no te vas a poner a discutir o a decirles cosas que los hagan sentir mal. Creo que hicieron lo que pudieron y hay cosas que ya no las van a entender”, dice.
En Sueños, Ayelén recita uno de sus poemas, en los que mezcla humor con erotismo. Comienza con el estribillo de una canción de Tini: “Llevas tiempo imaginándome, imaginándonos, y yo seré tu princesa”. Dice que sabe que es frívola, pero es lo que quiere: un príncipe azul que la rescate. En otro habla de lo difícil que es conseguir un baño prestado siendo trans. Siempre le gustó escribir, y siguió haciéndolo en la calle: hace tres años publicó un fanzine que presentó en la Noche de los Museos.
En 2020 empezó a estudiar Profesorado de Historia en el Alicia Moreau de Justo y cursó algunas materias en modalidad virtual con su teléfono. Su meta es retomar de manera presencial. Pero lo que más le importa es trabajar. Le gusta cocinar y, antes de quedar “en la calle, literal”, se las arreglaba vendiendo mermeladas y escabeches que hacía ella misma. También fue vendedora en la feria de Solano e hizo tareas domésticas en un hogar y en casas de familia.
Al hablar con ella uno se pregunta cómo alguien con tantos recursos pudo quedar tan marginada de todo. La respuesta es una sola: la soledad y la perdida de una red de contención, sí; pero sobre todo, la discriminación. De todos: la sociedad, el Estado y su familia. Le pregunto en qué momento comenzó el desamparo, ¿cuándo llegó a Buenos Aires? “En el vaivén de venir y poder disfrutar de mi identidad y mi sexualidad, nunca tuve un lugar fijo –dice–. El común denominador siempre fue la falta de techo”.
–¿Tenías un lugar donde parar cuando llegaste?
–Al principio cuando vine era a quedarme en lo de amigos, vivir de prestado un tiempo. Después había conseguido en Floresta un puesto de ayudante de cocina en un bodegón, y me alquilé una piecita en Flores que era como el pasillito este (señala), o un poquito más grande, pero ya no dependía de mi madre. Porque ella te ayuda, pero te somete a sus reglas, ¿no? O sea, en cuanto ella ve que vos te estás saliendo, bueno, ahí te suelta también con lo económico.
–¿Te acordás de la primera vez que dormiste en la calle?
–Fue en Solano, ya ahí no tenía dónde estar. Mi vieja cuando me vio después de transicionar, me dejó de pagar el alquiler. Yo ya estaba rubia. Me maquillaba, tenía una calza o una mini. Quizás ahora porque me visto más como señora, pero, sí, yo a raíz de eso empecé a dormir en el Hospital de Solano. Tenía una red de conocidos que me ayudaban a lo mejor con alimentos o, durante el día, una amiga me dejaba usar su casa para que me pudiera higienizar y todo eso. Esa fue la parte más cruda, ahí me golpearon, me trataron de violar. Las mujeres en la calle son siempre más vulnerables, y siendo trans también se sufre la discriminación, las cosas que te dicen, las que te hacen. Acá en Capital, si bien vos estás en situación de calle, es diferente; en provincia es mucho más complicado, por el lugar y el contexto. Cuando yo quedé en la calle, recién había salido la Ley, y se empezaba a visibilizar. Por ende, nosotras nos empezábamos a ver, a interactuar con la gente. Éramos como un bicho raro, y la gente te ayudaba, pero hasta por ahí nomás. En provincia, en ese entonces, era todo mucho más difícil. Y la pasé feo, la pasé bastante feo.
–¿Cuánto hace ya de esa primera noche afuera?
–Y… hace mucho. Prácticamente desde que obtuve mi identidad. Antes de eso, estaba viviendo en la casa de amigos, pero el último tiempo la cosa se puso heavy, porque mi proceso hormonal empezó a dar resultado, y la novia de mi amigo empezó a flashear cosas. Y bueno, me tuve que ir a otro lugar, hasta que una referente de una agrupación de provincia me comentó de un programa en Capital. En el Hogar Azucena Villaflor me recibieron por primera vez, y no solo una vez, sino muchas; o sea, es raro decir que es como mi casa, pero las veces que yo necesité del lugar me han recibido, me conocen hace mucho.
–Hablabas antes de una red, los amigos, el entorno, ¿eso se rompió también?
–Es como que mi grupo de gente no es siempre el mismo, porque una va cambiando, las personas van cambiando. No es sólo que una ya se siente desplazada de la familia, del sistema, sino que gente que vos considerabas que era tu familia, también te suelta la mano. Entonces no tengo un grupo de pertenencia fijo, son contadas con los dedos de las manos las personas que están siempre. Me quedaron algunos amigos de Río Gallegos con los que me sigo mandando mensajes; uno que era metalero y ahora nada que ver, una chica que tuvo un hijo y ayer me dio like en una publicación que puse en Instagram.
–En todo ese tiempo sin tener trabajo ni un lugar donde vivir, ¿la prostitución nunca fue una alternativa para vos?
–Nunca la ejercí. Una sola vez me pasó con un camionero. Me acuerdo que yo tenía la heladera vacía literal y fue la primera y única vez. Pero no como lo pueden hacer otras compañeras que ya se dedican a eso netamente. Yo nunca bajé los brazos, sabía que podía y que podemos todas hacer otra cosa que no sea eso. A mí a lo mejor se me allanó el camino y encontré la gente que me dio la oportunidad de empleo, o de manejarme de otra manera, de vender en la feria. Lamentablemente, muchas otras chicas del colectivo no. Con mi participación en la película y con mis poemas, lo que yo quiero visibilizar es eso: que una chica trans puede ser kiosquera, verdulera, actriz… Porque la estigmatización sigue estando. Yo no juzgo a las compañeras que lo hacen, repito, a lo mejor a mí el camino se me hizo diferente. De hecho, yo estuve conviviendo –porque me mandó la Defensoría– en el Gondolin, que es un hotel en Villa Crespo de todas chicas trans que ejercen, y fue muy gracioso, porque la primera noche, cuando estaba por acostarme, ya me había agarrado sueño, y me dicen: “¿Y, amiga? ¿Vos no vas a ir a chambear? Le digo: “No, yo escribí un libro”. Y me miraban, no entendían nada. Estuve menos de una semana, porque ellas no entendían cómo yo siendo trans o “trava”, digamos, no ejercía la prostitución.
Ayelén con el equipo de Sueños durante el rodaje: Matías Iaccarino, Adriana Acosta, Daniela D’Urbano, y el director de la película, Marcos Martínez
–En el sueño que narrás en la película, hablás de un hombre que te elige, pero quiere ir despacio. ¿Es difícil el amor siendo trans y viviendo en la calle?
–Es todo un tema. Con mi última pareja, cuando llegó el momento de comprometernos, se asustó y se fue, y encima se me llevó el celular. Él tenía problemas de consumo, pero el día que lo conocí yo estaba tan embelesada, que ese dato como que me lo olvidé o inconscientemente no me lo quería acordar. Estuvimos en un hotel por acá cerca, y nos echaron, fue justo en plena pandemia. Nos echaron, pero en el lugar había otras parejas; a lo mejor no éramos el tipo de pareja que concebía la dueña. Entonces fue un claro hecho de discriminación. Y me acordé de acá (acá es este inquilinato de Mataderos), acá si vos te manejás bien y venís bien con el alquiler, al dueño no le importa mucho eso. Entonces vinimos y estuvimos un tiempo, prácticamente un mes. Y yo cometí el error a lo mejor de querer avanzar un plano más y mostrarme a la familia tal cual soy, ¿por qué tengo que estar siempre camuflándome?
–¿Y qué pasó entonces?
–Se ve que se asustó, porque, a la mañana, me despierto y no estaba. Se me llevó el celular, mis cosas: en ese tiempo yo tenía una olla eléctrica, la pavita esa, que la sigo teniendo. Pudo haber sido más malo si hubiese querido… Pero, dentro de todo, me marcó mucho por su forma de manejarse: muy caballero, muy dulce. Y si en la calle alguien nos decía algo, lo enfrentaba. O sea, duró poco, pero lo bueno es que duró, y yo tengo un buen recuerdo. Si me pongo a pensar más allá de que traicionó mi confianza, fue un hombre muy caballero y a lo mejor, digamos, lo que lo que toda mujer trans termina soñando. Justamente estamos hablando de los sueños, ¿no?
–Bueno, estás cumpliendo otro sueño, ahora tenés un lugar para vos. ¿Cómo conseguiste un cuarto de nuevo?
–Yo antes estaba en el parador. Ahí por un programa empecé a trabajar en una empresa de monitoreo de alarmas. Pero sufrí bullying por parte de mi jefe, y me dijeron que no fuera más. Me pagaron lo que correspondía, y con eso me vine a alquilar acá adelantando dos meses, y pude comprar algunos utensilios de cocina y la cama para poder estar más cómoda.
–¿En algún momento de tu vida sentiste que tenías estabilidad?
–No, fue un constante tambaleo. Y al tambalear unas cosas, también se tambaleaban otras. A eso sumale que a los que les corresponde hacer algo, no lo hacen, entonces estuve siempre muy en el aire.
–¿Y tenés identificado cuándo era que, después de ese tambaleo, te terminabas cayendo?
–Sí, por ejemplo, cuando tuve que dejar todas mis cosas en Flores porque no tenía plata para que me las guardaran; perderlas, ver como el sacrificio que había hecho para tener algo se esfumó. Tener una comodidad y de repente no tenerla más, eso me ha sucedido muchas veces. Acá mismo estuve antes, y después volví a la calle. Ahora, gracias a Dios, pude adelantar unos meses, pero en otra época no tenía. En definitiva, aunque está el subsidio habitacional, y con la ciudadanía porteña yo tengo mi tarjeta de alimentos que me sirve mucho, pero al no tener un trabajo estable, que no te paguen a tiempo, eso el dueño nunca lo entiende porque hace su negocio, y donde me voy yo, vienen tres. Es muy diferente a saber que en tal fecha vas a tener tu sueldo y vas a poder pagar, ahí la cosa cambia. Yo tuve esta experiencia en la empresa que pensé que iba a ser un salto cualitativo en mi vida, no sólo económico, sino en muchas cosas, porque al estar activa también te llenas más de proyectos. Pero no duró ni dos meses.
–¿Cómo es tener tu lugar después de haber estado sin nada?
–Es un alivio. Porque una piensa que va a poder seguir construyendo, porque una tiene ideales, tiene proyectos, pero el contexto y el sistema, que no nos da la cabida suficiente en cuanto a lo laboral, no ayudan. Si bien yo di con esta empresa, que a lo mejor justo tenía una política inclusiva, a veces siento que se la pasan hablando de inclusión y no existe realmente, porque si existiera, la mayoría de las chicas del colectivo no estaríamos en esta situación. Yo dentro de todo, al tener otras herramientas, como decía hace un rato, al tener la secundaria y haber crecido en una familia en donde leer un libro era más importante que ver la tele, me puedo defender y a lo mejor hacer pie más que otras compañeras. Pero en cuanto a la igualdad de oportunidades, estamos todas igual. La inclusión no es sólo hablar con la “e”. El sistema constantemente es perverso y esa ilusión no existe. Y sin embargo, hoy por hoy siento que tengo cierta estabilidad y estoy disfrutando de este momento. Porque fue todo un aprendizaje y un recorrido.
–Vos en la película contás tus sueños oníricos, ¿cuáles son tus sueños en la realidad, tus deseos?
–Básicamente tener una estabilidad, que el sistema realmente nos reconozca y nos resguarde, porque eso no está sucediendo. Si bien hay planes, hay programas, no se trata sólo de eso. Es una cadena que arranca desde lo psicológico, en todo sentido hay escasez. Mi sueño sería una estabilidad, no tener que estar todos los meses con el corazón en la boca por si cobraré o no. Y por qué no, a futuro, formar una familia con el hombre que elija, ¿no?
–¿De qué manera pensás que la gente que hoy se entera de cuáles son tus sueños te puede acompañar para que los logres?
–Y… yo tengo entendido que los medios de comunicación llegan a muchas partes y a lo mejor una toca la fibra de alguien o de alguna autoridad. Yo lo que pido es un trabajo digno, genuino, que yo me pueda ganar el pan todos los días, porque tengo dos piernas, tengo dos brazos: puedo ganármelo y ser autogestiva. Y creo que el trabajo digno, el techo digno, es un derecho básico para cualquier persona. Es lo único que pido para salir adelante.
Comentarios desactivados en Sentirse víctima es un estado de ánimo muy tóxico. Hay que dar un puñetazo en la mesa.
Hay algo chocante al observar al doctor Mario Alonso Puig. Con su traje impecable. Su corbata. Su cara de niño aplicado. No le pega esa indumentaria cuando en sus charlas se pone a hablar de los inadaptados, de los rebeldes, de los que no van con la corriente. Los asistentes se fijan en él y, no, no es un hippy trasnochado, predica el esfuerzo, el Podemos, en realidad, pero el “podemos” empezar a mirarnos a nosotros mismos, individualmente, y ver de lo que somos capaces. Él es un ejemplo. Nunca dejó de formarse. Cirujano, llegó a trabajar en Harvard, pero también se instruyó en comunicación y divulgación. Es miembro de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia y, en su nueva faceta, profesor visitante de las más prestigiosas escuelas de negocio.
No es raro que, cada vez que se le escuche en los congresos de El Ser Creativo, los asistentes salgan con ganas de comerse el mundo. Pasó también en el ruedo de Las Ventas, en la South Summit de Spain StartUp, donde los mejores emprendedores de España salieron con las baterías más que cargadas. Otra cuestión es lo que dure ese sentimiento en un país en el que el pesimismo goza de buena salud. Para mantener ese cambio de mentalidad que necesitamos, más allá de verle en directo, están sus libros. El último de ellos, El Cociente Agallas, premio Espasa de Ensayo, incide en el mensaje principal de este, también, divulgador científico: «Si cambia tu mente, cambia tu vida… Reinventarse, tu Segunda Oportunidad», de 2010, va ya por la vigésima edición. Desde entonces, ese verbo se ha convertido en mantra de la nueva economía. La élite del país, sin embargo, está a la espera de reinventarse. O de que la reinventen otros. Pero Mario Alonso Puig no quiere hablar nunca de política. Puede tener razón. Puede que sea la excusa para que no intentemos cambiar de manera individual.
No es un iluso, no ignora las dificultades. Habla de sentirse confundido, de tener la sensación de que todo es demasiado duro, de que se ha llegado a un precipicio, pero también explica que en esos momentos, cuando nos sentimos sin esperanza, podemos tener las herramientas dentro de nosotros sin saberlo. Que cuando necesitamos esas agallas, descubrimos de lo que somos capaces. Y suele decir que lo contrario al coraje, al valor, no es la cobardía; es el conformismo.
¿He captado bien su mensaje si concluyo que podemos cambiar nuestra realidad con el estado de ánimo adecuado?
Lo que pretendo es que seamos más conscientes de que el estado de ánimo de un grupo, de una sociedad, afecta a los resultados que se obtienen, al nivel de eficiencia, pero también a la salud física y mental. El segundo mensaje es que, pese a las circunstancias más difíciles, a los eventos más desagradables, el estado de ánimo puede hacer mucho para gestionarlos mejor. Dedicarnos a buscar en las cosas que no nos gustan, en las circunstancias incómodas, ponernos la excusa de ser siempre víctimas, eso es lo que hace que una persona pierda todo su poder como tal, que sus recursos internos, su creatividad, su energía y su salud queden atrapados. Porque ser conscientes de nuestro ánimo tiene consecuencias no sólo en cómo funcionan nuestros procesos mentales, también físicamente, en nuestro cuerpo.
Lo dice en un país que es de los que menos confía en que el futuro depende de nosotros mismos. Es difícil cambiar ese estado de ánimo colectivo y, por otra parte, puede ser casi la única manera de que salgamos en condiciones de esto.
Tenemos enormes capacidades y lo hemos demostrado a lo largo de la Historia. Esa falta de confianza en nosotros mismos es absurda, es como si arrastráramos un sentimiento de inferioridad que para nada está justificado. Si creemos que no podemos, no conseguiremos llevar las cosas a cabo. En estos momentos de ambigüedad e incertidumbre es cuando tenemos que ser mucho más conscientes de que tenemos un potencial extraordinario, que no es ninguna utopía. Pero no puede aflorar si estamos fijándonos en las excusas y en las justificaciones para no hacer nada.
Cita a Ramón y Cajal, pero ¿no es tener que irse muy lejos?
No creo que falten modelos en los que fijarnos, pero no dedicamos tiempo suficiente a buscarlos. Además, me da igual que sean del siglo XIX o en el siglo III después de Cristo. Lo que me importa es saber que hay personas que, viviendo una serie de valores, han marcado diferencias, no necesito que el modelo sea contemporáneo. Se sigue leyendo a Platón porque tiene vigencia. Estamos hablando de principios y eso resiste el paso del tiempo, esas referencias no varían. Siempre es más fácil tomar una posición de víctima que de protagonista. A veces las excusas son tan fáciles que quedamos atrapados ahí, pero eso, finalmente, genera resentimiento, frustración, reduce la eficiencia y, además, empeora la salud. Sentirse víctima es un estado de ánimo muy tóxico y, en algún momento, hay que dar un puñetazo en la mesa y decirse “yo no nací para una vida mediocre, sino para una vida llena de orgullo y de ilusión”. Lo que implica, en ocasiones, no dejarse llevar por la corriente que, ahora mismo, es de desesperanza, frustración, etc…
Decía Ortega y Gasset que yo soy yo y mis circunstancias, y claro que tienen impacto. Condicionan pero no determinan. Es verdad que hay circunstancias en las que se percibe más la ilusión y hay entornos que hacen lo opuesto, que ponen difícil que se pueda vivir con esa pasión. Pero siempre me gusta hablar de Helen Keller, una mujer que siendo muy pequeña, se quedó ciega, muda y sorda y fue la primera mujer que se graduó con honores en Harvard. Ella dijo que había algo peor que no poder ver y era no tener una visión. Porque cómo veas el futuro, determina el presente. Sabía que no podía hacer todo, pero sí algo. Decir «voy a hacer todo» no es realista, pero sí puedes hacer algo porque ahí es donde se juega todo. Imaginemos un mundo donde todos hacen un poco. Tenemos que concentrarnos en la diferencia que queremos marcar, porque es tentador irte a un foco que no funciona, y genera frustración. Así, jamás vas a hacer nada valioso. Esa actitud inmoviliza. No nos definen como humanos los fracasos que tuvimos. Con un entorno más difícil lo que ocurre es que el gesto de soberanía personal es mucho mayor, por eso hay que esforzarse en marcar esa diferencia. La oscuridad más intensa cambia cuando alguien enciende una humilde cerilla.
Pero hay personas que le ponen mucha pasión y determinación a actitudes equivocadas, ¿no? Estoy pensando ahora en los fanáticos. Tienen pasión, son activos y dispuestos a darlo todo por una visión.
Claro que hay visiones equivocadas. Son las que se intentan imponer al resto. Si eso es lo que pretendes, te conviertes en un dogmático. Cuando hablamos de visión es de firme propuesta para uno mismo, no de imponer una obligación. Algo que se propone una persona, qué hacer con su vida. El segundo error de las visiones equivocadas y fanáticas es considerar que están por encima del resto. A nivel humano, nadie está por encima del resto. Al final, estas visiones dañinas no quieren contribuir al bienestar, lo que pretenden es dominar, ganar estatus. No sirven como modelo.
Ahora nos encanta hablar a los neófitos de cómo podemos cambiar, de la plasticidad del cerebro, y resulta que usted cree que fue Ramón y Cajal el primero.
Es que a Ramón y Cajal se le sigue citando en artículos 500 veces por año, algo inédito en un Nobel de esa época. La neurociencia sigue considerando a Ramón y Cajal como referencia. Y cuando dijo lo de la plasticidad del cerebro nadie le entendió. Cajal fue el primer científico que habló de que las personas, a base de paciencia y persuasión, podemos moldear nuestros cerebro. Tenía una capacidad intuitiva sorprendente: pudo intuir la corriente nerviosa y, de hecho, dibuja las flechas siguiendo esa corriente. Intuyó la maleabilidad del cerebro.
Los españoles no hemos vuelto a tener un Nobel de ciencia. Se dice pronto. Severo Ochoa cuenta como de EEUU. Usted ha vivido en Boston, ¿qué tiene que pasar en España para que consigamos algún Nobel?
En España no se valora como allí la investigación. Se habla mucho de que es importante, pero no se valora. Los descubrimientos científicos son procesos muy largos, de 15 a 20 años, y nosotros, de entrada, descuidamos la educación. En investigación, además de deseos, hay que tener inversiones. No hay manera de que un científico salga adelante. Cajal tuvo un carácter con un coraje y determinación que a todos nos deja boquiabiertos, pero no podemos depender de que aparezcan individuos con esas cualidades. En España, los científicos tienen que pelear por cosas que son ridículas y, cuando deciden irse a EEUU, se van a terrenos más amables. A pesar de eso, conseguimos cosas sorprendentes con escasos medios.
Ha hablado de educación. Sé que hay que ser optimista, pero es difícil serlo con este asunto en España, cuando se cambian leyes y no el enfoque de cómo se enseña.
En la educación, hay que distinguir muy bien dos elementos. El performance y lo que es el potencial. El primero es lo que la persona hace y el potencial es lo que podría hacer o no está haciendo. Muchas veces nos fijamos sólo en cómo lo está haciendo y no en cómo lo podría hacer. En ese salto, ahí es donde el método tiene que mejorar. Hay que creer que hay personas que tienen dentro energías dormidas y sólo así vas a permitir que esos individuos hagan cosas que no han hecho todavía. Si no crees en el potencial de las personas, no vas a buscarlo. Si tú ves a un alumno y crees que es torpe, lo vas a tratar como tal pero, si lo ves como alguien con potencial, ganará ilusión, participará más y así es como empezará a aflorar ese potencial. Eso se puede aplicar al entorno social, educativo y empresarial. Los líderes son los que ayudan a las personas a conseguir su mejor versión. Se trata de hacerlas sentir que son capaces de encontrar soluciones y eso pide un cambio de mentalidad, porque siempre nos quedamos en una visión obtusa sobre los demás.
Un sistema educativo que incentive a hacer preguntas, que estimule un pensamiento crítico, que anime a los curiosos.
Por eso precisamente los estadounidenses están por encima. Cuando te sientes parte de un equipo a la hora de buscar una solución, tu capacidad funciona de manera diferente. No se trata de que seas alguien capaz sólo de almacenar información. Es, además, poder utilizarla de manera inteligente. El modelo al que vamos en los sistemas de educación es precisamente el que va a enseñar a encontrar respuestas entre mucha información. En las empresas ya lo han visto, con una figura de líder coach que es el encargado de generar las preguntas para que, entre todos, encuentren una respuesta conjunta. Así debería ser la educación. En empresas como Google, donde tuve la oportunidad de estar este verano, saben que se avanza con esa colaboración.
Usted abandonó la medicina para convertirse en un ensayista de éxito y en un líder motivacional. ¿Cómo fue la transición? ¿Qué culpa tuvieron sus enfermos?
No se me hubiera ocurrido trasladar esto fuera del entorno médico, pero fueron ellos, al notar un cambio en su manera de ver las cosas, en su salud, los que me dijeron que lo extendiera más allá de las paredes del hospital. Así fue como empecé a explorar si podía tener un impacto positivo fuera de allí. Y, llegó un momento en el que empecé a desarrollar tanto esa vía, que tomé una decisión, que desde luego no fue fácil, y di el salto. Estaré siempre agradecido por todo lo que aprendí de los enfermos. La primera conferencia, recuerdo, la di en el IESE de Madrid, donde había realizado un máster. Di la conferencia dedicada al talento directivo y era sobre los límites que nos imponemos. Tuvo éxito y hace cinco años fue cuando tuve que elegir.
¿Fue uno de esos niños que descubrió su talento natural pronto? ¿Se recuerda siempre queriendo ser médico?
No, mi vocación estaba relacionada con los animales. No era de familia, además, porque todos en casa eran abogados o economistas. Mi héroe era Félix Rodríguez de la Fuente pero, por circunstancias personales, a los 16 años pensé que quería dedicar mi vida a los demás.
NOMBRE: Mario Alonso Puig. ESTADO CIVIL: casado; TRES hijos. EDAD: 59 IDEA: “Decir ‘voy a hacer todo’ no es realista… Pero la oscuridad más intensa cambia cuando Se enciende una humilde cerilla”, DEFIENDE EL GANADOR DEL PREMIO ESPASA DE ENSAYO 2013. LIBRO: ‘La buena Suerte’, de Alex Rovira y Fernando Trías de Bes. PELÍCULA: ‘Gladiator’, de Ridley Scott.
Comentarios desactivados en “Resiliencia. ¿Podemos salir del pozo?”, por Gerardo Villar.
Sí, salir del pozo. ¿Podemos? Sabéis el cuento. Un amo tenía un burro que ya no le servía para nada. Y quiso deshacerse de él tirándolo a un pozo. Y allí estaba el burro en lo más hondo. Y el agricultor empezó a echar tierra para tapar al burro. Pero éste descubrió sencillamente la tierra y poco a poco se fue poniendo encima de la tierra que cada palada echaba. Y así fue subiendo hasta arriba. Parece mentira: con la tierra que le echaban, iba subiendo y salió a flote.
Un cuentito, pero que nos refleja una gran realidad: con las mismas dificultades y fracasos, somos capaces de salir a flote, de recuperar y mejorar nuestra persona y nuestro ánimo. Solo falta ser capaces de aprovechar los fracasos, las pérdidas, lo negativo y darle la vuelta: vivirlo en positivo.
Lo negativo es pensar que ya no hay salida, que estamos en un pozo sin salida. Cada pequeño detalle, cada persona, cada cosa, cada acción me puede ayudar para salir, para crecer como persona y ser lo que nunca había pensado.
Y nos da muchas veces ganas de arrojarlo todo, de bajarnos del tren del mundo y de la vida.
La historieta del burro nos da otra pista: ir haciendo que cada dificultad sea una oportunidad para irnos salvando Y no solo salvarnos sino superarnos, crecer, ser, cada vez más.
Pero para ello, es preciso estar en el pozo, mezclarse con tierra, dejarse manchar. Y tener coraje, ganas, fuerza, ánimo.
Una realidad así la estoy viendo ahora en la iglesia. Estoy viéndola en la iglesia y más en concreto en el VATICANO. El papa Francisco soporta, aguanta, en medio de tantas dificultades que le ponen, va dando pasitos sencillos, pero valientes que llevan hacia un nuevo estilo de Iglesia. Va saliendo de una iglesia de pozo a una Nueva Iglesia de transparencia, de Evangelio. Es cierto que cada día conocemos nuevas paladas fallos, de personas que le traicionan, de conductas deplorables en ciertas personas de su alrededor, que como paladas de tierra, le echan en el pozo eclesial.
Por supuesto que lo más sencillo es cuando alguien desde arriba le echa una soga. La soga, alienta, colabora, anima, empuja. Cada dificultad nueva que le ponen al papa, él echa una palada de salvación, sinceridad, pobreza, entrega. Y la soga de ayuda la lanza el pueblo sencillo cristiano, sobre todo con sencillez, desde tierras muy pobres.
Pero no olvidemos. No todos van o vamos a salir del pozo. Va a ser necesaria la muerte de muchas ideas, propuestas, estructuras, organismos: morir como el grano de trigo, para que pueda brotar y su tallo salga por encima del brocal del pozo.
No está muy de moda, pero la llaman resiliencia. Es el enemigo de la blandenguería, de lo líquido, de lo fácil y llamativo. Aguantar en activo. Y como Francisco está acostumbrado a las periferias, estoy seguro que llegará al brocal del pozo.
Imaginaos lo que será cuando todos los cristianos vayamos saliendo del pozo y avanzando hacia la luz del Resucitado. Pero, saltando sobre las paladas que encontramos y nos echan en la vida desde el consumismo y la rutina. ¡Aúpa!
Comentarios desactivados en Experiencias de VIHda y resiliencias de migrantes y refugiados LGBTI
Al Racismo, y la LGTBIfobia se le suma la serofobia o discriminación hacia las personas con VIH.
“Aquí las cosas no son tan bonitas como las cuentan, pero por lo menos no sientes ese miedo constante de que te están siguiendo por tu orientación sexual o por tener VIH”.
La salud sexual es, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), un “estado de bienestar físico, mental y social en relación con la sexualidad”. Para que pueda garantizarse la salud sexual, deben respetarse los derechos sexuales de todas las personas. En efecto, para lograrla, la OMS asegura que se requiere un “enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener relaciones sexuales placenteras y seguras, libres de coerción, discriminación y violencia”.
Bajo esta premisa y para conmemorar este día, impulsado en 2010 por la Asociación Mundial para la Salud Sexual, prepararon un panel de experiencias que se expusieron en el CEPI Centro Madrid-Arganzuela, desde las 17 horas. A través de él tendremos la posibilidad de meternos en la piel de las personas migrantes y refugiadas LGBTI y conocer en primera persona cómo viven su salud sexual: sus necesidades, sus emociones y sentimientos, y las barreras con las que se topan en la sociedad debido a la discriminación y la estigmatización.
Vulnerabilidad frente al VIH
El ‘mito del amor romántico’, asociado a la dependencia de la pareja, tiene un papel destacado en muchas infecciones de transmisión sexual (its) que se observa entre chicos migrantes LGBTI, especialmente entre latinoamericanos, a causa de la pérdida de la autonomía en la negociación del uso del preservativo.
La situación de desamparo, soledad, falta de redes sociales y amistad y desinformación con la que se encuentran los migrantes al llegar al país de destino implica, en muchas ocasiones, conceder una gran importancia a la pareja y a depositar una ‘excesiva’ confianza en el compañero sexual, incluso cuando la relación no es exclusiva. Existe también una cierta tensión entre la apertura a un gran número de contactos sexuales y la ‘necesidad’ de apoyo emocional y de confianza en una pareja.
La experiencia de Thiago, un joven brasileño de 25 años, evidencia la especial vulnerabilidad frente al vih por parte de las personas migrantes LGBTI que proceden de Latinoamérica, donde la educación sexual apenas se imparte en los centros educativos. En Brasil -cuenta este joven- ni siquiera se habla de sexo seguro ni de prácticas sexuales en las escuelas. “El vih está mal visto, tampoco se habla de ello”, sentencia.
Cuando Thiago vino a España vio toda la libertad que se vive aquí y sufrió un choque cultural. “Los latinos nos soltamos las trenzas, como decimos en Brasil, y empezamos a vivir a lo loco, tenemos sexo entre nosotros y también con la población autóctona. Quiere decir que la vulnerabilidad no está en el hecho de que seamos latinos, sino en el hecho de que tengamos una mayor necesidad de integrarnos”.
La discriminación múltiple
Las personas migrantes y refugiadas LGBTI que tienen vih sufren una múltiple discriminación, ven vulnerados sus derechos y están expuestos a una estigmatización cotidiana. Al racismo y la lgbtifobia, se le suma la serofobia o discriminación hacia las personas con VIH.
Esta serofobia la tienen, incluso, muy interiorizada muchas personas que han sido diagnosticadas con el virus. Así lo atestigua Charlie, un peruano de 33 años que descubrió que era seropositivo tras hacerse una prueba rápida. “Una vez confirmado el positivo, me sentí como un monstruo infectado y peligroso para la sociedad. En mi cabeza empezaron a rondar pensamientos como que nadie me querría, depresión, paranoia, miedo al rechazo y la soledad. La amargura se apoderaba de mí, se esfumaron mis emociones y mis alegrías”, recuerda con aflicción.
Desgarrador es también el relato de un compañero activista hondureño de 27 años que prefiere mantenerse en el anonimato. Su pertenencia a un colectivo LGBTI en su país le convirtió en blanco de las violentas maras, cuyas amenazas le obligaron a buscar refugio en Costa Rica. Allí fue víctima de una violación en la que contrajo el vih, el elevado coste de los antiretrovirales le hizo regresar a Tegucigalpa, donde volvió a ser extorsionado por las maras a cuenta de sus medicamentos. Finalmente cruzó el Atlántico y llegó a España. “Aquí las cosas no son tan bonitas como las cuenta, pero por lo menos no sientes ese miedo constante de que te están siguiendo. Algunas enfermeras se negaron a hacerme exámenes por ser extranjero, me hicieron sentir muy mal, como que a nadie le importa lo que había pasado”, denuncia.
África: ocultos por el VIH
En el caso del África subsahariana, si eres homosexual y tienes vih es probable que vivas oculto por el fuerte estigma social que existe hacia estas personas. La situación de estas personas es especialmente sangrante en este continente. “El VIHen mi país es muerte, un impacto, se queda todo a oscuras. Está asociado a personas muy demacradas”, declara Duma, un joven senegalés de 27 años.
También impera un enorme estigma social sobre la homosexualidad en la mayor parte de África. Un estigma que se mantiene en la sociedad de acogida, como es el caso de las diferentes comunidades de africanos que residen en Madrid. “Los homosexuales africanos no solemos romper fácilmente con nuestra sociedad de origen y el entorno de nuestros compatriotas en Madrid, por lo que la necesidad de ocultarse sigue existiendo en gran medida en los entornos africanos”, subraya Duma.
Resiliencia desde Venezuela
Desde Venezuela un joven gay de 26 años, cuyo nombre quiere que permanezca en el anonimato, se ha encontrado también con muchas barreras al llegar a España. Tras escapar de su país bajo amenazas de muerte, descubrió que tenía VIH. “No sabía que lo tenía y que tendría que iniciar un tratamiento. Gracias a Dios aquí es posible y sé que podré vivir sin miedo a morirme en poco tiempo”, confiesa.
Pese a “sentirse arropado” en el plano médico y conseguir la residencia gracias a una solicitud de asilo político, la ley le impide trabajar hasta transcurridos nueve meses. “Llegas a un país desarrollado a pasar más miserias que en el tuyo. Por suerte yo vine con mi pareja, que es español y gracias a él puedo seguir adelante, si no, no sé cómo lo haría”, señala. Sin embargo, ninguno de estos obstáculos ha frenado su amor por la vida y su lucha por conseguir sus sueños y ser feliz.
Una historia de resiliencia parecida es la que ha vivido otro compatriota suyo, un joven de 29 años que también prefiere mantenerse en el anonimato. Su mundo dio un giro de 180 grados tras llegar a España con su pareja y enterarse de que tenía vih. “En mi país mis esperanzas de vida hubiesen sido reducidas a cero, por la escasez de medicamentos y la mala calidad de servicio en el sector de salud”, subraya.
Escondido en un armario en Venezuela. Así se sentía otro de los miembros de la familia de Kifkif que ha querido expresar sus vivencias, un venezolano de 35 años, cuya esposa e hijos desconocían su bisexualidad, que tuvo que escapar a España tras ser chantajeado con revelar su orientación sexual y recibir su familia amenazas por ello. “Allí es como si la sociedad nos obligara a escondernos, aquí por lo menos encuentras más variedad”, asegura este joven que tampoco quiere dar su nombre por miedo a que sus hijos, que se quedaron con su madre, sufran represalias o burlas en su entorno.
De la opresión en sus países de origen a la libertad
Algunas sociedades están tan cerradas aún a la diversidad que asfixian y oprimen a aquellas personas con una orientación sexual y/o identidad de género que no se adecúa a la heteronormatividad que se pretende imponer. Huir o esconderse suele ser en la mayoría de los casos las únicas opciones para estas personas en países donde la lgbtfobia campa a sus anchas y domina todos los estamentos desde la esfera pública a la privada. Así se sentía Juan Carlos, un colombiano gay de 29 años que emigró a nuestro país en busca de una mayor libertad sexual. “Las celebraciones entre amigos y familiares en Colombia invisibilizan la homosexualidad, mientras que en la televisión se la ridiculiza a través de la feminidad o la parodia de personajes travestidos” recuerda.
Una sensación que le es familiar a un venezolano de 24 años llamado Sergio que se vio forzado a salir de su país para escapar de contextos homófobos. “En Latinoamérica el gay es representado como enfermo, transformado, cambiante de sexo, anormal, sin posibilidades de derecho y autonomía”, lamenta. “Es como si hubiéramos estado muchos años encarcelados… y, de repente, eres libre”. De esta manera ilustra Kevin, un ecuatoriano de 26 años, cómo se siente en España al poder expresar más libremente su orientación sexual. “Los chicos latinos hemos vivido la sexualidad en nuestros países de origen de una manera muy encorsetada…, por la homofobia, por el machismo, y entonces cuando salimos del país y venimos aquí… lo tenemos todo”, añade.
Comentarios desactivados en Los resquicios de la vida.
Me choca. Un año seco. Y en la plaza de mi pueblo, entre adoquín y adoquín crece la hierba. Al verlo recuerdo aquello que dice Ernesto Sábato “a la vida le basta una grieta para renacer”. En medio de la sequedad, surge la vida. Y esto ocurre también en nuestra historia de cada día.
Es una sorpresa constante. Cuando hay cosas que parecen imposibles, se dan… Porque Dios está en lo más profundo de la vida, en las periferias, en los arcenes, aunque de vez en cuando los camineros limpian la hierba… Y vivimos el milagro día a día.
Dios se ha metido en lo más profundo de la vida, porque Dios ha derribado del trono a los poderosos y ha ensalzado a los humildes”. Por eso, si el mundo tiene arreglo es desde los pequeños, los débiles, porque Dios se ha caído ahí y actúa.
La hierba crece entre adoquines, porque hay humedad, aunque parece que no ha llovido. Dios siempre es agua en el fondo de las cosas y de la vida. En el mundo derribado, surgen las grandes obras.
Es cuestión de buscar esos resquicios de la vida, esas fisuras, esos fracasos para descubrir que la Vida surge.
Cuando vamos viviendo la fragilidad y llegamos a la ancianidad, caemos en los brazos de Dios… Y como los niños pequeños, que están llorando, el Padre nos mece y nos quita la tristeza y el dolor.
Hay que saber descubrir los resquicios de la vida y confiar en que de ahí surgen la hierba, los proyectos, las respuestas.
Es un fenómeno que veo a diario: personas impedidas, que van sobre sus sillas de ruedas; caminan, actúan… Y lo mismo percibo en el interior de la gente. Sobre los resquicios de su carácter, de sus debilidades, llegan a realizar maravillas cuando se les ayuda a descubrir sus posibilidades, por pequeñas que sean. Vemos que grandes músicos, pintores, escritores, han sido personas débiles, con grandes resquicios.
Si cada uno llegamos a descubrir esas grietas, entre fallo y fallo, aparece el genio y las maravillas que realiza.
En los enfermos, leprosos, heridos del evangelio…, aparece la confianza en Jesús y en sí mismos; y de ahí brota la curación: “tu fe te ha salvado”.
En momentos de duda, de interrogantes, de fracaso, es muy importante que surja la confianza, y rompe de nuevo la luz y la vida.
“Habría podido no salir de allí, es decir no aceptar vivir con la herida del exilio, de la separación. Tengo amigos desde la infancia, con los que todavía me relaciono, que han salido de allí mucho peor que yo.
Sin la escritura, yo también estaría, ciertamente depresivo y sin consuelo, una persona desesperada, incapaz de ir hacia el otro.
Verdaderamente es por esto por lo que escribo: crear una relación con el otro, prolongarme en él.”
Comentarios desactivados en “Una propuesta de Año Nuevo: acabar con la resiliencia”, por Ramón Martínez
Leído en Cáscara Amarga:
No podemos pedirles a los adolescentes que se adapten a un mundo de mierda y lo soporten, porque estaríamos dando por bueno el mismo contexto que genera las violencias que tratamos de erradicar.
Empieza 2016, año 47 desde Stonewall, y aún se nos eriza la piel pensando en Alan, el joven transexual que hace una semana se quitó la vida porque no podía soportar el acoso escolar que padecía. Concentraciones, columnas de opinión y denuncias públicas de este asesinato social han llenado los últimos días de 2015, que recordaremos por haberse puesto en primera plana la violencia diaria que sufren lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Aún esperando datos definitivos, es posible afirmar que si en 2014 aumentó el número de agresiones a personas no heterosexuales respecto a 2013, este que ahora acaba ofrecerá un cómputo final aún más terrible, agravado además por la muerte de al menos dos personas trans.
Mi amiga Carla Antonelli, cuya vida puede conocerse a través del documental El viaje de Carla, suele hablar de la resiliencia como una virtud característica de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Se trata de nuestra infinita capacidad para aguantar, contra viento y marea, la adversidad que nos supone la homofobia -y bifobia y transfobia-. Y es bien cierto que para la generación de personas educadas antes de la aprobación del Matrimonio Igualitario y la Ley de Identidad de Género, para quienes crecimos sin políticas públicas que protegieran nuestros derechos, esa resiliencia fue nuestra única forma de permanecer vivos. Tuvimos que hacernos fuertes frente a la intolerancia, porque nadie iba a preocuparse por nuestra supervivencia. Pero nuestro mundo ha cambiado mucho desde entonces.
Esta semana leía un artículo más o menos reciente sobre discriminación por orientación sexual e identidad de género entre adolescentes, y allí aparecía esta resiliencia como gran virtud a potenciar entre nuestros jóvenes no heterosexuales. Y sin poder quitarme de la cabeza la trágica muerte de Alan me di cuenta de que, a estas alturas, la resiliencia ha dejado de ser una virtud para convertirse en parte de una condena. Frente al acoso escolar tenemos que exigir a las instituciones que aparten a los acosadores de la vida pública. No podemos pedirles a los adolescentes que se adapten a un mundo de mierda y lo soporten, porque estaríamos dando por bueno el mismo contexto que genera las violencias que tratamos de erradicar. Si queremos construir un mundo nuevo, empecemos por denunciar los errores del actual, no aconsejando cómo ignorarlos y hacernos fuertes frente a ellos.
Hace unos meses escuché decir a un activista -por llamarlo de algún modo- de marcado neoliberalismo que el discurso de la reivindicación debería encaminarse a celebrar las “historias de éxito” de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Si bien es cierto que hay que visibilizar que las personas no heterosexuales somos capaces de tantos triunfos vitales como las personas heterosexuales, esas “historias de éxito” ofrecen una visión individualista que no hace sino obviar el trabajo reivindicativo, haciendo pasar por victoria personal el producto de un trabajo colectivo. Y creo que es aquí donde radica la cuestión de la que hablo hoy. La resiliencia, el “allá te las compongas”, no es un mensaje activista. La reivindicación no puede fundamentarse únicamente en el empoderamiento individual, dejando intacto ese contexto violento que provoca agresiones, suicidios y asesinatos; la reivindicación tiene y debe tener el objetivo último de construir un nuevo contexto libre de violencia. Y para eso no hay que trabajar sólo con lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Hay que involucrar a toda una sociedad para que denuncie de manera colectiva las injusticias de las que somos víctimas y actúe para erradicarlas.
A 2016 le pido acabar con la resiliencia. Porque esa virtud que después de tanto sufrimiento aprendimos Carla y yo, y tantos y tantas con nosotros, no la merecen los adolescentes que padecen acoso. Porque los adolescentes lesbianas, gais, bisexuales y transexuales tienen ya sus propias virtudes, y en ningún momento necesitan conseguir nada a través del sufrimiento. En lugar de enseñarles a sufrir trabajemos para evitar que sufran. Feliz Año Nuevo.
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