La difícil unidad de la Iglesia
Francisco no imaginaba las rivalidades que suscitaría la “Iglesia de la misericordia”
“La negación de la comunión sacramental a estas personas es un portazo pastoral a los fieles”
(Marco Antonio Velásquez, en Reflexión y Liberación).- El anhelo pastoral del papa Francisco de integrar a la mesa Eucarística, a las personas separadas y divorciadas vueltas a casar, se ha convertido en fuente de división en la Iglesia. En efecto, cuando Francisco asume la sede de Pedro no imaginaba las rivalidades que despertaría una cuestión que pastoralmente muchos obispos han resuelto de manera práctica, caso a caso, siguiendo los consejos del buen pastor, compasivo y misericordioso. Seguro que el mismo cardenal Bergoglio, como pastor de la Iglesia de Buenos Aires, lo enfrentó muchas veces.
Con la potestad del pastor de la Iglesia universal, Francisco decide enfrentar esto como un problema pastoral, que doctrinariamente parece resuelto, pero que en la práctica todos los obispos enfrentan en su fuero interno. Se trata de un tema que no sólo afecta a los obispos, sino también a los sacerdotes, quienes reciben requerimientos concretos de personas para facultarlos a recibir la comunión sacramental, ya sea en ocasiones específicas o de manera regular. Es una cuestión que afecta profundamente al corazón de los pastores que conocen cercanamente a sus fieles, porque saben que la negación doctrinaria tajante de la comunión, en estos casos, resulta en una falta de caridad evidente. La experiencia dice que cuando los obispos atraviesan el umbral de la amistad y de la fraternidad humana con sus fieles, optan por conceder, a veces privadamente, la autorización para comulgar.
En el presente, la negación de la comunión sacramental a estas personas es percibida como un verdadero portazo pastoral a los fieles, que concurren necesitados a requerir la compasión misericordiosa de su Iglesia. Los pastores cercanos saben que esas personas han acumulado una avidez de comunión, como muchísimas veces no encuentran entre quienes acuden regularmente a recibir el sacramento.
Éste parece ser el contexto en que Francisco ha querido enfrentar esto, poniéndolo en el corazón de la Iglesia y de los pastores; tema que ha llegado a ser el eje central del Sínodo de los obispos dedicado a la familia, cuya Asamblea Ordinaria se hará efectiva en octubre de 2015.
La Asamblea Extraordinaria del Sínodo, celebrada en octubre de 2014, dio indicios del ánimo pastoral para abordar el tema. La Relatio Synodi ha dejado huellas de la ausencia de un clima pastoral adecuado para respaldar al papa en la idea de integrar a la mesa Eucarística a personas separadas y divorciadas vueltas a casar, aun estableciendo un itinerario penitencial. Lamentablemente, dicha asamblea fue también la señal de partida de una campaña organizada para afianzar posiciones doctrinales tendientes a contrarrestar el imperativo de la misericordia, evitando socavar la disciplina sacramental respecto de la Eucaristía.
Luego de ocho meses de concluida la Asamblea Extraordinaria hay hechos reveladores. Los antagonismos liderados por los cardenales Kasper y Müller dan cuenta de una pudorosa rivalidad que, lejos de atenuarse, se ha agudizado, aunque con algo más de recato.
Los doctrinaristas han conseguido aglutinar consensos a través de la amplia geografía de la Iglesia, comprometiendo el apoyo de los obispos de África. La Iglesia latinoamericana, pese a ser la cuna pastoral del cardenal Bergoglio, no ha conseguido cerrar filas para respaldar el espíritu reformista del papa del tercer mundo. Por su parte, la Iglesia norteamericana, reservorio de tradiciones, no da cabida a mociones aperturistas, al igual que la Iglesia italiana y española. Luego, las principales lealtades provienen del resto de Europa, donde las iglesias de Alemania, de Francia y de Austria lideran una persistente corriente de apoyo. De manera similar y más silenciosa, la Iglesia asiática estrecha lealtades, tanto que el mismo papa acaba de sugerir en privado que “el futuro de la Iglesia está en Asia” (relato del cardenal filipino, Luis Antonio Tagle).
En este contexto, la existencia de una “Filial Súplica a su Santidad el Papa Francisco”, firmada hasta ahora por 460 mil adherentes de todo el mundo, es un hecho inédito y coercitivo de su autoridad papal. La iniciativa, promovida con motivaciones del cardenal norteamericano Raymond Leo Burke, busca presionar al papa para que reafirme la doctrina tradicional de la familia.
Se configura así un verdadero ambiente cismático en torno a la posibilidad de implementar reformas pastorales, que puedan conducir a habilitar canales de acogida sacramental a personas que, con su drama vital, interpelan a la conciencia cristiana de la Iglesia.
Al revisar la nómina de los asistentes a la Asamblea Sinodal de octubre próximo, todo indica que el papa no contará con el respaldo de los padres sinodales (más de dos tercios de los votos) para aggionar a la Iglesia en este ámbito. Recordando que en la Iglesia sólo los concilios y la autoridad del papa tienen facultad resolutiva para emprender reformas de esta naturaleza, todo indica que los padres sinodales darán, en este terreno, una dolorosa señal de soledad al papa de la misericordia.
A buena hora, después de la Asamblea Sinodal la Iglesia entera ha sido llamada a vivir el Año de la Misericordia, un tiempo que se espera permita sanar heridas eclesiales y dar testimonio de misericordia a quienes esperan mucho de su Iglesia. Sólo así el pueblo de Dios estará acogiendo aquel mandato de Jesucristo: “Pero vayan, y aprendan lo que significa: ‘Misericordia quiero, que no sacrificio’; porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores.” Mt 9,13.
Marco Antonio Velásquez Uribe
Consejo Editorial Revista Reflexión y Liberación
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