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Un intento de reformular el «credo» (suponiendo que se pueda hablar del misterio).

Jueves, 20 de marzo de 2025

HomelessJesusDe su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):

Los diversos enunciados doctrinales están constituidos por palabras de hombres, cuyo significado puede cambiar con la evolución de los tiempos y, sobre todo, de las diversas situaciones culturales.

Además de que los nuevos descubrimientos de la ciencia han abierto también nuevas perspectivas para la interpretación y la comprensión de los acontecimientos y de las tradiciones históricas…

En consecuencia, las doctrinas y los dogmas no pueden fijarse en fórmulas inmutables, sino que deben ser continuamente interpretados y reformulados.

Tal vez, incluso, el corazón de la crisis del cristianismo actual es ante todo doctrinal, teológico… No es del todo cierto que las masas deserten hoy sólo porque se escandalizan del comportamiento de los autodenominados creyentes.

En este sentido, también el Papa Francisco nos ha dirigió la siguiente exhortación: “Más que el miedo a hacer el mal, espero que nos mueva el miedo a encerrarnos en estructuras que nos dan una falsa protección, en fórmulas que nos convierten en jueces implacables, en hábitos en los que nos sentimos cómodos, mientras fuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cesar: Dadles vosotros de comer”.

A mi pequeña manera, me he prometido desde hace tiempo reescribir «el credo». Soy muy consciente de que se trata de un intento ambicioso, por no decir poco realista e incluso temerario, que considero como un primer borrador en el que hay que seguir profundizando cada día, meditando, rezando…

Pero me complace compartirlo, tanto para recibir sugerencias valiosas como quizá también para animar a algunos de vosotros a hacer lo mismo.

Aparte de que tal intento, lo estoy experimentando bien, puede ayudarnos a centrarnos en lo que creemos, quién sabe si no constituirá un pequeño aliento de corazón, procedente de una sinodalidad espontánea desde abajo, para que un día se nos dé la posibilidad de profesar un credo que, sin afectar al corazón de nuestra fe cristiana, pueda en su formulación seguir siendo comprensible y sobre todo creíble para nosotros, hombres y mujeres de hoy.

Quisiera añadir también que probablemente ni siquiera sería correcto llegar a una única reformulación del «Credo» para toda la Iglesia universal. Se podría dejar a las distintas Conferencias Episcopales la tarea de llegar a una formulación que tenga en cuenta su propia cultura y en la que puedan percibir «el olor de sus propias ovejas». El pluralismo vivido en diálogo y comunión es auténtica riqueza.

Creo en Dios, que es nuestro Padre y Madre, Misterio de Amor y Comunión, en quien subsiste todo el universo. En virtud de su perenne y amorosa acción creadora, que se realiza continuamente por la fuerza de su Espíritu, todos, seres humanos, animales, vegetales y minerales, somos, existimos, vivimos, nos relacionamos y nos realizamos en esta casa común del universo.

Creo en Jesús de Nazaret que, alimentado por el afecto y sostenido por el ejemplo de María y José, pudo desarrollar plenamente su humanidad, dejando florecer en él ese mismo Espíritu que día tras día lo hizo Hijo y hermano universal. Según el testimonio de sus discípulos, habiéndose mostrado acogedor con todos, y especialmente con los más pobres y marginados, murió crucificado pidiendo perdón, revelándonos así el rostro comunitario y misericordioso de Dios.

Creo en el Espíritu Santo, el aliento vivificante dado a Jesús y que Jesús resucitado regala a la comunidad creyente. Él alimenta continuamente en todos nosotros, creyentes y no creyentes, ese profundo deseo e impulso que nos impulsa día tras día a crecer en humanidad como hijos e hijas de Dios, y por tanto hermanos y hermanas entre todos, en el pleno respeto de la casa común que nos acoge como hogar.

Creo en la Iglesia católica universal, comunidad de comunidades, dialogante, ecuménica, interreligiosa, testigo humilde y gozoso de la presencia resucitada de Jesús que, por su propio Espíritu, sigue vivo en medio de nosotros y tiene el único poder de proclamar el Año de Gracia, su Buena Noticia, mediante obras de justicia, liberación, reconciliación y paz.

Creo en la Comunión universal y cósmica que constituye nuestra meta y en la que incluso ahora moramos todos, incluidos nuestros seres queridos fallecidos. Sostenida por la esperanza de que, a través de nuestra colaboración, y a pesar de nuestras fragilidades e infidelidades, alcanzará esa plenitud en la que ‘Dios será Todo en Todos‘.

En sentida comunión con el Concilio de Nicea cuyo 1700º aniversario celebramos en este año de 2025.

  1. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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“Reformular a la iglesia: un camino urgente y necesario”, por Stefano Cartabia.

Sábado, 6 de octubre de 2018
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60bf6-algunas-verdades-escenciales-de-la-iglesia¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22).

Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 21-22).

Es este el ícono evangélico que –a mi manera de ver– mejor muestra la situación actual de la iglesia y del cristianismo. Por todos lados se pide renovación y desde muchos lugares surgen experiencias renovadoras o intentos de renovación. Es la frescura de la espiritualidad que se abre camino entre los senderos casi desiertos de una religión en agonía: ¡Es el vino nuevo que se hace presente para regalarnos el amor y celebrar la vida! Pero insistimos en poner este vino nuevo en odres viejos. Ese es el drama de la iglesia: aferrada a los odres de la doctrina y sus obsoletas estructuras no sabe aprovechar ni disfrutar del vino nuevo. A menudo no sabe qué hacer con este vino nuevo y se desperdicia.

Necesitamos odres nuevos para este vino espumante y gracioso, un vino lleno de vida y de burbujas, un vino de buen cuerpo y robusto. Un vino con tanta fuerza que va rompiendo sin piedad los odres desgastados y rajados.

Es el vino nuevo que pide reformular al cristianismo y a la iglesia.

Reformular a la iglesia”: propuesta un tanto atrevida y arriesgada. Fiel a mi sentir y mi conciencia siento también que es un camino necesario, urgente e imprescindible.

También porque, por un lado, ya se está dando. Se está dando naturalmente, a partir de la base, de la gente común, de los laicos. Y también por algunos que otros gestos del Papa Francisco.

Pero, en general, la jerarquía parece “no saber” o hacer la vista gorda. Así, también, la teología “oficial” y el magisterio.

Acompaño a muchas personas y grupos que ya no se sienten reflejados en esta iglesia. Muchos se alejan paulatinamente buscando otras fuentes de agua viva y no cisternas agrietadas (Jer 2, 13). Otros resisten e intentan el cambio desde dentro.

En fin: algo se mueve y se está moviendo, que la jerarquía lo sepa o no, lo quiera o no.

Quiero dar mi aporte en este sentido.

¿Por qué reformular? Me pareció el término más correcto: respetuoso del pasado y audaz con el futuro.

Hubiera podido usar “renovar”: pero hablar de renovación en muchos casos no tiene toda la profundidad necesaria. A menudo el “renovar” se esfuma y diluye como una simple mano de pintura sobre un revoque en ruina.

Reformular es más contundente: mantiene la esencia y a la vez permite enterrar definitivamente algunos aspectos y dar cabida a otros.

Unas premisas que me parecen importantes:

  • Escribo desde el amor a la iglesia. La iglesia me dio vida y me ayudó a crecer y a madurar. En la historia de la iglesia y del cristianismo hay una riqueza infinita que también contribuyó a alimentar grandes valores humanos: arte, literatura, poesía, educación, espiritualidad, arquitectura… Estoy muy agradecido por todo eso. Eso mismo me empuja a ser transparente, directo, incisivo en mis apuntes y mi compartir. Mis “criticas” (en realidad no quieres ser tales) –a veces contundentes– están formuladas con la intención de construir y aportar para que la iglesia sea realmente signo e instrumento del Reino de Dios en el mundo de hoy y vehículo de auténtica espiritualidad.
  • Uno de los ejes de mis críticas será la jerarquía y el nivel institucional de la iglesia. No tengo nada personal con ningún representante oficial de la jerarquía, más allá de no compartir a menudo posturas y modelos de iglesia; y a veces no puedo evitar esbozar una sonrisa frente a evidentes signos de búsqueda de poder y privilegios, incoherencias y apariencias. Nada personal con nadie, más allá de sentirme marginado y excluido no raras veces. Más aún: hacia la gran mayoría de sacerdotes y obispos que conozco tengo un profundo afecto y estima. Todas personas entregadas a sus ministerios, generosas, autenticas. El blanco de mis criticas es el “sistema” jerárquico e institucional. “Sistema” –dígase lo mismo por la sociedad civil– tanto más difícil de descifrar y desmantelar cuanto más invisible, oculto e impersonal es. “Sistema” difícil de quebrar cuanto más se ampara en una supuesta autoridad divina: nada más peligroso que el fanatismo religioso. La historia enseñó y enseña. Cada “sistema” está obviamente hecho y sostenido por personas concretas, pero va también más allá y se pierde en algo indefinido e intocable. Es la experiencia común cuando para un trámite civil te derivan de ventanilla en ventanilla sin que nadie pueda dar con un responsable y un rostro concreto. Experiencia común cuando en la iglesia te dicen “que siempre se hizo así” y nadie sabe fundamentar y dar respuestas coherentes.
  • Este compartir no deja de ser una reflexión abierta, sin ninguna pretensión ni intentos polémicos. Estoy feliz con mi silencio, feliz con mi gente amada y amante. Feliz con el Dios de la Vida que me sonríe en cada cosa. Sereno y en paz desde el Silencio que me habita. No busco aprobación ni aplausos. Simple y sencillamente comparto desde el Amor que es y que somos. Me gustaría que mi escrito fuera tomado así y que se pudiera leer sin prejuicios. Sin duda habrá varias cosas que a muchos les rechinarán: no hay problema. Solo invito a una simple operación, que vale por este escrito, como por todo: no tiren todo por uno o más puntos que no comparten. Sepan rescatar lo que si comparten. Tal vez empiecen por ahí, con actitud positiva y abierta. Anoten con humildad y sencillez los puntos que comparten y los que no.
  • Tal vez a algunos pueda surgir impetuosa la rebelde pregunta: ¿quién es este que se atreve a “reformular a la iglesia”? Pregunta lícita, tal vez. Respondo: nadie. Por eso me atrevo a hacerlo. Es la suprema libertad de la nada.

Mi propuesta para reformular a la iglesia pasa por siete caminos. Siete. Número no casual. Número de la plenitud que ya somos y a la cual estamos llamados.

  • Camino jurídico-institucional
  • Camino teológico-doctrinal
  • Camino interior-espiritual
  • Camino artístico-poético
  • Camino realista-antropológico
  • Camino ecuménico-dialógico
  • Camino pastoral-misionero

Camino jurídico-institucional

La iglesia institución es uno de los grandes obstáculos para el hombre moderno y, a menudo, también para el creyente. Las instituciones en general están en crisis y están mal vistas. Muchas veces con razón: toda institución con el pasar del tiempo pierde el espíritu originario que la suscitó y se enreda en una sinfín de incoherencias: “hacer carrera”, corrupción, fanatismo, exterioridad, legalismo. No es necesario poner ejemplos para la iglesia, me parece.

La institución iglesia va repensada y reformulada. Muchas veces se tiene la impresión que la iglesia sigue más el derecho canónico que el evangelio, se preocupa más de cumplir con sus reglas y normas que de atender al Espíritu, defender doctrinas que acompañar al ser humano en su búsqueda y dolor.

Con todo esto no se quiere negar que cierto nivel institucional y jurídico sea necesario, al contrario. Lo necesitamos por nuestra existencia concreta y frágil, marcada muchas veces por el egoísmo.

Pero no podemos permitir que lo institucional sofoque al genuino Espíritu –hecho muy recurrente lamentablemente–.

Repensar lo jurídico-institucional en la iglesia significa reformular sus propios fundamentos a partir de la evolución de la humanidad y de los logros de estos siglos en el campo de los derechos humanos, la antropología, la psicología, la sociología, la espiritualidad.

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Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Iglesia Católica , ,

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