Recuerdo
Del blog Nova Bella:
Esperar es un pedazo de recuerdo.
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Del blog Nova Bella:
Esperar es un pedazo de recuerdo.
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“Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y los que seremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el fin, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá quien fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo,
esta meditación es un consuelo.”
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Jorge Luis Borges
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Para conmemorar el primer Mes de la Historia LGBTQ+ de Italia, Lili Hartlep reflexiona sobre la historia queer menos conocida del país. Palabras de Lili Hartlep, embajadora de Just Like Us
21 de marzo de 2022
Mientras crecía, había escuchado todo sobre las historias de los disturbios de Stonewall y Harvey Milk. Escuché sobre las marchas del Orgullo en los EE. UU. y la amabilidad LGBTQ+ de lugares como San Francisco. Pero, como un niño que creció en Italia, eso dejó pocas esperanzas de imaginar que este ‘Sueño americano queer’ podría alguna vez ser accesible para mí.
Estaba convencido de que Italia simplemente no tenía historia LGBTQ+ que contar, ni momentos legendarios ni modelos icónicos a seguir que pudiera admirar. Era un sentimiento de soledad y pesaba sobre mí. Era demasiado para manejar, así que opté por quedarme en el armario. Yo también era inmigrante y pensé que mi identidad queer era más fácil de ocultar que mi identidad extranjera.
Avance rápido hasta mis veinte años y pasé horas en línea, tratando de encontrar si había algo LGBTQ+ en la historia registrada de Italia. ¡Y Dios mío, me sorprendió! Encontré montones de activistas, artistas, autores, poetas, de ninguno de los cuales había oído hablar. ¡Incluso descubrí que teníamos nuestro propio corresponsal de los “disturbios de Stonewall” en Sanremo en 1972!
Estaba anonadado. No podía creerlo. ¿Dónde habían estado estas historias toda mi vida? ¿Y por qué solo los estaba descubriendo ahora? Desde Mariasilvia Spolato, una profesora de matemáticas de secundaria que fue la primera lesbiana en salir del armario en público, hasta Angelo Pezzana, el propietario de una librería gay convertido en político de los derechos LGBTQ+, y Mario Mieli, un activista radical y autor que había vivido como su verdadero yo sin pedir disculpas. .
También descubrí ‘F.U.O.R.I!’, la primera revista sobre la liberación LGBTQ+, publicada entre 1971 y 1982, junto con numerosos libros que están aumentando mi interminable lista de lecturas. Sin embargo, lograr conseguir copias de estas revistas y libros que dieron forma a los movimientos italianos LGBTQ+ del pasado ha sido muy difícil. Incluso viajé a Turín el año pasado para encontrar copias en una exposición que celebraba el 50 aniversario de la revista ‘F.U.O.R.I!’. Y todavía estoy luchando por encontrar copias de todos los libros que han sido tan fundamentales para nuestra historia, lo que significa que la historia LGBTQ+ de Italia todavía se siente poco celebrada.
En general, hay tantas historias que desearía haber escuchado antes. Hay una historia que pertenece a mi comunidad, pero ha estado oculta a simple vista. Nos ha faltado educación inclusiva en las escuelas mientras crecíamos y celebraciones en los principales medios de comunicación hasta el punto de que no conocemos las luchas, las victorias y las historias matizadas de nuestra propia comunidad.
Para mi alivio y alegría, en una victoriosa e histórica primicia, Italia celebrará su primer Mes de la Historia LGBTQ+ este abril en honor a la ‘Manifestación de Sanremo‘ que tuvo lugar en abril de 1972. La fundadora del proyecto, Chiara Beccalossi, junto con un equipo de académicos y activistas ya han confirmado más de cien participantes, entre los que se encuentran maestros individuales, escuelas, organizaciones benéficas, bibliotecas, etc. Si bien el Mes de la Historia LGBTQ+, creado por Schools Out, está bien establecido en el Reino Unido, esta es una gran novedad para Italia.
En toda Italia, durante todo el mes, se organizarán actividades y charlas sobre nuestra historia y se pondrán a disposición de los jóvenes italianos. Todo será documentado y compartido por el equipo en las redes sociales, con la esperanza de alentar a más personas a participar en la celebración del mes en los próximos años. Es un evento increíble para presenciar de primera mano, y ya sé el increíble impacto que tendrá para las futuras generaciones de italianos LGBTQ+.
Mi largo viaje para descubrir la rica y fascinante historia LGBTQ+ de Italia solo me recuerda lo importante que es que aprendamos sobre temas LGBTQ+ en la escuela. Esa es una de las razones principales por las que soy voluntario en Just Like Us, la organización benéfica de jóvenes LGBTQ+ que trabaja con las escuelas para hacer que la educación sea más inclusiva.
Me enorgullece hablar en las escuelas sobre cómo crecer LGBTQ+ y por qué la alianza es importante, no solo porque me ayudó a abrazar mi identidad, sino también porque es una forma poderosa de asegurarnos de seguir haciendo historia y asegurarnos de que nunca más se oculte a simple vista.
Lili es voluntaria de Just Like Us, la organización benéfica de jóvenes LGBT+.
Fuente Gay Times
Del blog Nova bella:
“Nada hay más bello
y que fortalezca más en la vida,
que un recuerdo puro“
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Fiodor Dostoyevski.
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ECLESALIA, 24/04/20.- He leído una cita de Kierkegaard en la que afirma que los instantes de nuestra vida están compuestos -o deben estarlo- a la par de recuerdos y esperanzas. Aquellos miran al ayer, éstos al futuro.
Digo deben estarlo, porque hay quienes están obsesionados con el pasado, se refugian con él -o añorándolo pues sienten que entonces fueron felices o culpabilizándose de lo que hicieron-. Son incapaces de mirar hacia el mañana. ¿Hemos incurrido también nosotros en esa claustrofobia que nos impide avanzar?
Hay también quienes prefieren renunciar tanto a los recuerdos como a las esperanzas. Anhelan encerrarse en un presente ciego y mudo. Vivir como si no tuvieran historia y carecieran de porvenir. ¿Es esto posible? Quizá solo por breves momentos.
El presente vivido sanamente acoge el ayer y toma decisiones cara al mañana. No se niega a aceptar lo que le ofrece el hoy y no renuncia a disfrutarlo. Emplea cada uno de sus sentidos corporales en saborear lo que la vida le ofrece cada instante. Pero no renuncia al sentido de la vivencia del tiempo en su continuidad.
Hay dos formas de cerrar creativamente el futuro. Una es dejarnos absorber por el miedo. Temer que nos ocurrirán terribles males, quizá la proximidad de la muerte para nosotros o nuestras personas más queridas. La situación de pandemia global en la que nos encontramos es propicia para ese terror paralizante.
La otra es el fatalismo. Creer que todo está escrito de antemano, en los astros o en la voluntad misteriosa de un dios implacable. Con esa mentalidad, dejarse llevar de los acontecimientos sería lo único sensato que podemos hacer.
Hay otra postura inteligente de afrontar el futuro. Supone la creencia en nuestra libertad limitada y responsable y capaz de abrirse a la esperanza. En el instante único que vivimos, podemos adoptar decisiones, condicionadas por nuestra biografía y nuestro entorno, pero aptas para abrir vías hacia una sociedad más fraterna y más justa.
Lo fácil es repetir conductas y hábitos que sabemos son perjudiciales para nosotros y los que nos rodean. ¿No ha llegado la hora de cambiar, de buscar creativamente caminos nuevos hacia horizontes universales de libertad?.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Para arrancar voy a citar las palabras clarividentes de un teólogo judío de nuestro tiempo: «La fuente principal de la revelación no se halla en la teología legislativa, ni en la ley, ni en los himnos, ni en los proverbios sapienciales ni, desde luego, en la teología especulativa. Se encuentra en la teología narrativa, en los relatos de las acciones salvíficas de Dios, de su actuar con los hombres y, especialmente, con su pueblo elegido» (Ben Chorin, Narrative Theologie…, Tubingen 1985, 28).
En la misma línea hay que citar a teólogos cristianos como el alemán J.B. Metz que define a la comunidad cristiana que celebra la eucaristía como una «comunidad narrativa o anamnética»; y al belga Adolph Gesché que, al definir la identidad de Jesús, deja de lado la identidad «histórica» y la «dogmática» para apostar por la identidad «narrativa». Es una referencia al Cristo creído, proclamado y confesado. Lo afirma Gesché al hilo del pensamiento del filósofo francés Paul Ricoeur, según el cual «el hombre solo puede definirse como un ser que narra, y él mismo no puede ser otra cosa que un ser narrado. El hombre que no ha sido objeto de un relato es un hombre sin identidad. La narración construye el carácter duradero de cada uno» (Gesché, Jesucristo, Sígueme 2002, 85).
Este tipo de reflexiones nos resultan un tanto extrañas. A nosotros que estamos acostumbrados a teologías que deambulan al hilo de pensamientos altamente conceptualistas o de reflexiones especulativas y racionales; o a prácticas catequéticas basadas en el adoctrinamiento y en el fustigamiento moralizante. La teología narrativa es una manera de expresar el mensaje cristiano a partir de los relatos históricos y de la experiencia vital; es también un método teológico que se apoya en las narraciones que dan consistencia al núcleo fontal de la fe cristiana; es la teología como narración o a partir de los testimonios, una teología sencilla, cercana a lo cotidiano, sin ínfulas científicas.
Es en el entorno litúrgico y sacramental donde percibimos la centralidad y la fuerza del relato. Pienso en la eucaristía. El relato lo penetra todo en la celebración del banquete; porque la cena, el banquete, es todo él un memorial: «Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1Cor 11, 24. 26). Es precisamente la narración de las cosas que Dios ha hecho con su pueblo, el relato de sus acciones admirables, liberadoras, lo que provoca la alabanza y la acción de gracias. La eucaristía (= «acción de gracias») se apoya, está motivada, por la narración, por el recuerdo, por la evocación profética de las maravillosas intervenciones de Dios en la historia. Es, por eso, la historia de la salvación.
Esta historia culmina en Jesús. Él es la expresión máxima de la presencia y de la acción de Dios en el mundo. En la «plenitud de los tiempos» (Gal 4, 4), en el vértice de la historia. El orante que proclama la plegaria de acción de gracias, la anáfora, evoca, proclama, narra todo lo que dijo e hizo Jesús (dicta et facta Iesu). Es la evocación narrativa por la que se configura y expresa la identidad de Jesús. Esta evocación involucra en su expresión la memoria de Jesús, el reconocimiento confesante de su señorío, el anuncio misionero de su pascua liberadora y la alabanza doxológica.
La narración de lo que Jesús hizo en la última cena se sitúa en el corazón mismo de la plegaria eucarística. Es el relato de la institución de la eucaristía, de la entrega otorgada por Jesús a sus discípulos del memorial de su pascua. Pero aquí se debe subrayar, a pesar de los atavismos y falsas interpretaciones, el carácter narrativo del relato. Porque, hasta el Vaticano II, estas eran las palabras de la «consagración», sin más; ahora a las palabras del relato se les llama en primer lugar «narración de la institución». Este detalle no es insignificante ni intrascendente, puesto que el relato de la cena es la culminación de todo lo que se evoca y narra sobre las acciones y palabras de Jesús. Es cierto, no obstante, que esas palabras, las pronunciadas por Jesús, son palabras de santificación y de consagración. Pero no solo esas palabras; es todo el conjunto de la plegaria eucarística, -la bendición, la anamnesis y la epíclesis-, la que posee la capacidad consecratoria y la eficacia santificadora transmitida por el Espíritu Santo. No hay que circunscribir la consagración solamente a las palabras del relato; toda la plegaria eucarística es consagración. Además debemos recuperar el carácter narrativo de las palabras del relato.
Debo insistir en un punto. Ya he dicho antes que la evocación narrativa de las acciones divinas provoca la alabanza y el memorial. Voy a insistir sobre este aspecto. Porque hay un momento, en la anáfora, en el que el memorial o anamnesis cobra un relieve especial. Ese momento sigue a las palabras del relato e intenta responder al mandato de Jesús de repetir la cena en su memoria hasta que él vuelva (1Cor 11, 26). En ese momento el memorial se centra en la evocación y recuerdo del acontecimiento pascual del Resucitado. No es una reflexión teológica sobre la Pascua. Es una narración profética, un intento de contar lo que han «visto y oído» sobre el Mesías: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que os anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y os anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado. Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que viváis en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn 1, 1-3).
Las palabras de Juan confirman todo lo que venimos diciendo. La anamnesis relata los gestos de Jesús al «pasar de este mundo al Padre» (Jn 13, 1), su Pascua; al mismo tiempo, el memorial se convierte en anuncio misionero y en confesión de fe; el orante que anuncia el acontecimiento pascual, contenido en la anamnesis, se transforma en testigo vivo de Jesús, en «martyr». A la postre, el memorial de las acciones de Dios, convertido en una narración, en una historia que contar, acelera la doxología y la alabanza.
Hay además otra vertiente más agresiva del memorial, el que convierte la anamnesis en una memoria subversiva. Siguiendo el pensamiento de J.B. Metz, inspirado en el judío Walter Benjamin, el memorial narrativo del Crucificado-Resucitado se convierte en el único lenguaje que nos permite recordar a las víctimas de la historia. «Este sería el único lenguaje ético verdadero, el que respeta el recuerdo de los caídos sin reducirlo a conceptos, a ideas. En el centro de todos estos relatos se encuentra el de otra víctima, el Crucificado, con el que se identificó Dios mismo, para que no sean olvidadas esas víctimas» (Lluis Oviedo). La comunidad eucarística se convierte, así, en una comunidad narrativa, no preocupada por el discurso especulativo o por el intercambio de ideas.
Podemos concluir persuadidos de que la anamnesis, en el corazón de la eucaristía, no es simplemente una parte insignificante del ritual; la narración del Crucificado, que nos cuenta la entrega de su vida rota, implica al mismo tiempo el recuerdo subversivo de las víctimas de los muchos holocaustos que tiñen de terror nuestra historia. Es un relato fehaciente para destruir la lacra del olvido.
José Manuel Bernal
Fuente Fe Adulta
Leído en su blog Teología sin Censura:
Si la Iglesia quiere renovarse en serio y a fondo, una de las primeras cosas que tendría que hacer es renovar en serio y a fondo el recuerdo de Jesús. No meramente recordando lo que sucedió cuando Jesús andaba por el mundo. Sino actualizando lo que ocurrió entonces. Es decir, la liturgia tiene que celebrarse de tal manera que se haga presente, en lo que vivimos ahora, lo que Jesús vivió, hizo y decidió cuando estaba en esta vida. Concretamente lo que ocurrió la noche aquella en que cenó, por última vez, con el grupo de personas que le acompañaron y compartieron lo que él vivió y cómo lo vivió. En aquella ocasión, Jesús dijo: “Haced esto en recuerdo mío” (1 Cor 11, 24. 25; Lc 22, 19). Lo cual quería decir: “Haced esto para que me tengáis presente”, como en seguida explicaré.
Lo que acabo de indicar se basa en un presupuesto previo: la última cena de Jesús con sus discípulos no fue un ritual religioso. El ritual de la “cena pascual” que celebran los judíos, con motivo del pèsaj, la fiesta del cordero, que marcó el punto de partida de la liberación de los judíos esclavos en Egipto (Ex 12). Por supuesto, sabemos que, según los evangelios sinópticos, la última cena fue la cena de Pascua (Mc 14, 12; Mt 26, 17; Lc 22, 7). Pero el evangelio de Juan, que se escribió después que los sinópticos, puntualiza este dato capital indicando que la cena se celebró antes de la Pascua (Jn 13, 1; 18, 28), de forma que Jesús murió el día de la Preparación de la Pascua (Jn 19, 14; cf. 19, 31. 42). Y san Pablo, que nos ha conservado el recuerdo más antiguo de la cena, ni menciona la Pascua (1 Cor 11, 23). Además, en ninguno de los relatos de la Cena se menciona el cordero pascual, ni se habla de las hierbas amargas, ni hay alusión alguna a los mazzen, ni de la haggadà, ni del primer hallel, ni se mencionan las cuatro copas que eran esenciales en el ritual judío de la Pascua. No hay, pues, traza ni indicio alguno de que allí se estuviera celebrando un ritual sagrado (Ulrich Luz, El evangelio según san Mateo, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2005, 138-139).
Ahora bien, si aquello no fue un “ritual sagrado”, sino una “cena”, en la que se vivieron una serie de experiencias muy fuertes, cuando Jesús les dice a sus “amigos” (Jn 15, 14-15): “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 25) o sea,”Haced esto para que me tengáis presente”, sin duda alguna, el término “esto” (toûto) engloba la cena entera, no únicamente el pan, sino el conjunto de experiencias vividas allí aquella noche (François Bovon, El evangelio según san Lucas, vol. IV, Salamanca, Sígueme, 2010, 282-283). Hacer lo que allí dijo Jesús no es repetir rutinariamente un ritual, sino actualizar (hacer presente y operante hoy) lo que allí se vivió aquella noche. El “recuerdo”, la “anamnêsis”, según la raíz original zkr, quiere decir “hacer presente el pasado” (H. Patsch, en Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, vol. I, Salamanca, Sígueme, 2005, 251-254).
Pero, ¡atención!, estos datos no son meras matizaciones – por lo demás, muy elementales – de erudición. Nada de eso. Aquí se juega el ser o no ser de la autenticidad o del fracaso de lo que Jesús quiso. Sabemos que Jesús no fue amante, ni practicante de ritos, ceremonias, altares y templos. Jesús centró sus preocupaciones en tres cosas: el “sufrimiento humano” (curaciones), la “alimentación compartida” (comidas y comensalía, sobre todo con pobres y pecadores), las “relaciones humanas” (sermón del monte, en Mt, o de la llanura, en Lc). Al proceder así, Jesús desplazó la religión: la sacó del templo, la disoció de los “rituales” y la puso en el centro y en el conjunto de la “vida”.
Aquí y en esto está la clave y el secreto de todo lo demás. ¿Por qué? Porque hoy está sobradamente demostrado que los ritos constituyen un factor tan importante en la pervivencia de las sociedades humanas, que, desde hace incontables generaciones, los ritos (religiosos, políticos, sociales…) son decisivos en la integración o exclusión del individuo en la sociedad y, en general, en el sistema establecido (Walter Burkert, La creación de lo sagrado, Barcelona, Acantilado, 2009, 60 ss; ID., Homo necans, Barlona, Acantilado, 2013, 50-61). Pero no se trata de esto solamente. Porque los ritos integran al sujeto en el sistema de tal forma, que, al mismo tiempo que el sujeto hace suyos los valores del sistema, por otra parte, esos mismos ritos no modifican la conducta del sujeto que los cumple. Concretamente, un piadoso creyente se puede pasar cuarenta años comulgando a diario, y al cabo de ese tiempo sigue teniendo los mismos defectos que tenía el día que inició su comunión diaria. Y es que el ritual, por sí solo, no solamente no modifica la conducta, sino que además tiene la virtualidad de tranquilizar la conciencia del observante.
Entonces, ¿qué quiso decir Jesús cuando afirmó en la Cena: “Haced esto en memoria de mí”? No se refería simplemente a repetir lo que llamamos ahora “las palabras de la consagración”. Porque esta referencia al recuerdo o memoria (anamnêsis) lo introdujo san Pablo (1 Cor 11, 24. 25), del que depende el relato de Lucas (22, 19), para motivar a la comunidad de Corinto, al decirles a aquellos cristianos que lo que ellos hacían – y tal como lo hacían -, en realidad aquello ya no era la Cena del Señor. Literalmente: “eso ya no es comer la Cena del Señor” (“oúk éstin kyriakòn deipnon phagein”) (1 Cor 11, 20) (H. Patsch, o. c., 252-254). O sea, en Corinto, realizando exactamente el rito, realmente no celebraban la eucaristía. ¿Por qué? Porque la comunidad de Corinto estaba dividida. No por ideas teológicas, sino por la forma de vida que llevaban. Concretamente, porque allí había ricos y pobres. Y cuando se reunían para la eucaristía, los ricos comían hasta emborracharse, mientras que los pobres se quedaban con hambre (1 Cor 11, 21). Es decir, lo que pasaba en Corinto es que allí se repetían las palabras del Señor, pero allí no había una comunidad unida en la que quienes tenían dinero y comida lo compartían con los demás. Cada cual iba a lo suyo. Y Pablo afirma: donde hay división entre ricos y pobres, por mucho y muy bien que se repitan las palabras de Jesús, en realidad la memoria de Jesús está ausente. No se recuerda a Jesús. En esas condiciones, se dirá misa, pero allí no está Jesús. (J. D. Crossan, J. L. Reed, En busca de Pablo, Estella, Verbo Divino, 2006, 398-405).
Conclusión: la Eucaristía no consiste en “decir misa”, observando exactamente lo que manda la Sagrada Congregación de Ritos (o del Culto divino). Se puede hacer eso y no celebrar la Cena que quiso Jesús. Y tal como la quiso Jesús: haciéndonos esclavos unos de otros (Jn 13, 12-15), queriéndonos unos a otros, como él nos quiso (Jn 13, 33-35), mojando todos en el mismo plato, como él lo hizo (Jn 13, 20). Celebrar la Eucaristía no es repetir literalmente un “ritual”. Eso es una misa que nos tranquiliza (incluso nos da devoción). Pero eso no es lo que instituyó y quiso Jesús: el “recuerdo peligroso” (J. B. Metz, La Fe en la historia y en la sociedad, Madrid, Cristiandad, 1979, 100-102; 210-211), que hace actual la subversión de esos presuntos valores que se sostienen repitiendo los ritos. Lo que instituyó Jesús fue un “proyecto de vida”, que se expresa simbólicamente y que hace presente la persona y la vida de Jesús, en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El día que resulte más “peligroso” ir a misa que acudir a una manifestación, ese día empezará a ser cierto que celebramos la Cena del Señor, en la que los cristianos vivimos la presencia, en el recuerdo vivo, de aquel Jesús que “aceptó la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Salamanca, Sígueme, 2005. 53). Entonces será cierto y la gente palpará que la misa no es un mero “rito”, sino un “recuerdo peligroso”.
Hace mucho tiempo… en octubre de 2013, apareció en los medios una noticia desgarradora. Ya entonces, figuraba como una más, junto a las habituales noticias, destinada a diluirse rápidamente en la catarata informativa que cada periódico contiene.
Ochenta y siete inmigrantes de Níger habían muerto de sed en el desierto. Intentando salir hacia una vida mejor, buscando un agua que no iban a encontrar. Familias enteras, mujeres y niños en su mayor parte, cayeron, muertos de sed, en mitad del Sáhara.
El dolorismo no suele traer nada positivo ni productivo. Ese sentimiento, a lo más, calma la conciencia, como si realmente uno se hubiera ocupado del problema. Sin embargo, el recuerdo comprometido sí puede generar algo bueno.
Cuando Teresa de Jesús decía a sus hermanas: «Acordaos», estaba activando algo mucho más fuerte que ese dolorismo, porque ella pedía que el recuerdo fuera acompañado de la vida.
No se lo decía solo a sus hermanas, aunque su condición de mujer y monja, en el momento que le tocó vivir, no le permitía excederse de sus tareas femeninas, asignadas de antemano —y ella ya lo hacía escribiendo y fundando. Sin embargo, se le escapan, en más de una ocasión, cosas como esta: «En lo que escribiré… parece desatino pensar que puede hacer al caso a otras personas». Es decir, estaba pensando que, realmente, podía llegar a otras personas.
Recientemente, J.L. Iriberri ha publicado, en Cristianismo y justicia, un cuaderno que dice lo mismo que Teresa: «Acordaos». Y está anclado en lo que de verdad genera futuro para todos: la solidaridad y la esperanza.
El cuaderno Diez barcas varadas en la playa. Diez relatos sobre la migración africana subsahariana, contiene diez narraciones estremecedoras, que no están cerradas todavía pero que terminan, de momento, mejor que el dramático episodio del desierto.
El distintivo de esos relatos es la esperanza. Hablan de unas vidas forjadas en el dolor pero, por encima de él, en la lucha y la confianza. Por ello, pulsan las conciencias y piden respeto y compromiso. Son un aguijón benéfico, sacuden las esperanzas edulcoradas. Recuerdan –dice el autor– que hay otra oportunidad para buscar la paz y vivir juntos de una manera más justa y, también, para lograr una «Declaración de Derechos de los Migrantes» para todo ser humano.
En esas vidas contadas –y en tantas desconocidas–, muchas mujeres relatan casamientos forzados o vejatorios —«sujetas a un hombre, que muchas veces les acaba la vida», decía Teresa, con preocupación. Puede sorprender que ellas repitan experiencia pero, mentalidades aparte, muchas veces hay un motivo poderoso: estar con un hombre es indispensable para sobrevivir. Este matiz debería dar pistas para repensar la situación de tantas mujeres.
Teresa había escrito: «Acordaos qué de pobres enfermos habrá que no tengan a quién se quejar; pues pobres y regaladas, no lleva camino. Acordaos también de muchas casadas. Yo sé que las hay y personas de suerte, que con graves males, por no dar enfado a sus maridos, no se osan quejar, y con graves trabajos».
Pide tener presentes a quienes sufren. Su dolor y su soledad, el desamparo que padecen. Se conmueve con quienes pasan «mucha malaventura y sin descansar con nadie». Pero, para ella, sentir es comprometer la vida.
Decía: «Pobres y regaladas, no lleva camino». Quería decir que el recuerdo auténtico implica la vida, transforma el modo de pasar por el mundo y el uso que se hace de las cosas. Esta memoria afecta directamente al modo de vivir y de portarse con los demás. Por eso –dirá– hay que mirar cómo se anda, para no aferrarse solo al interés propio, a «rentas o dineros», y lo mismo «en casa, en vestidos, en palabras… en el pensamiento», para pasar por la vida sin acumular, como Jesús.
Recordar conlleva simplificar la vida, elegir decrecer en lo posible, abrirse a ser cuestionado por la esperanza y las carencias de otros seres humanos. Y comprender el agradecimiento que debe impregnar todo, cuando se vive de este «lado». Del lado en el que –por duras crisis que existan–, no hay vallas imposibles de saltar ni desiertos que tragan la vida ni barcazas sobrecargadas, en busca de un futuro no solo más digno sino, sencillamente, posible.
Recordar supone, también, hacerse preguntas habitualmente, para no dar por sentado todo lo que se tiene. Preguntas como la que se hacía J.L. Iriberri, mientras trabajaba en Casablanca: «Muchas veces durante los últimos tres años he pensado en mis manos blancas, y me he preguntado por qué Dios me dio la oportunidad de ser un hombre blanco nacido en Europa».
No es una pregunta retórica, es una actitud comprometida que lleva a hacerse cargo de los demás. Como Teresa, cuando decía: «¡Estáis libres de grandes trabajos del mundo, sabed sufrir un poquito por amor de Dios sin que lo sepan todos!». Es darse cuenta del lugar que se ocupa en el mundo y ser consecuente, «acordarse» de la vida y las esperanzas de los menos favorecidos, con «deseo de remediarlos», de acompañarles y permanecer junto a ellos.
Recordatorio
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