En el Día Internacional de la lucha contra el VIH/SIDA, recordamos hoy a tantos hermanos y hermanas fallecidos por causa del VIH.
Recordar es facil para el que tiene memoria.
Olvidar es difícil para el que tiene corazón.
*
Gabriel García Márquez
***
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
En el Día Internacional de la lucha contra el VIH/SIDA, recordamos hoy a tantos hermanos y hermanas fallecidos por causa del VIH.
Recordar es facil para el que tiene memoria.
Olvidar es difícil para el que tiene corazón.
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Gabriel García Márquez
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Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
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Del blog de Ramón Hernández Martín, Esperanza radical:
El presente, abrazo del pasado y del futuro
La conferencia sobre la demografía fue un acto sin coloquio y sin preguntas, razón por la que, a su cierre, tuve que morderme la lengua. Me habría gustado dejar constancia no solo de mi disgusto por el pronunciamiento de marras, sino también haber hecho algunas consideraciones para limar las aristas electoralistas del acto. Dejando de lado la demografía con sus punzantes problemas, que van ligados principalmente a la carencia de puestos de trabajo en los pueblos y villas despoblados, aquí solo deseo reflexionar sobre la salvajada que supone gritar lo dicho, aprovechando un oportunismo circunstancial, cogido por los pelos.
Salvo que el olvido pretenda ser un perdón radical para eliminar incluso la más leve huella de la ofensa sufrida, de suyo no es más que la extirpación de un trozo de uno mismo, la eliminación de un pasado, algunos de cuyos dolorosos acontecimientos se han llevado por delante jirones de la propia vida. Quien olvida, lo mismo si se trata de las injurias recibidas que de la propia vergüenza, se condena a repetir la historia. Cuanto hemos vivido forma parte substancial del ser que somos en el momento y de la forma de vida que llevamos. En otras palabras, tanto nuestra propia experiencia como la historia en que necesariamente estamos insertos son dos grandes fuentes de recursos con los que debemos construir nuestro presente y alumbrar el futuro. El sabio dominico Chávarri dice que somos animales que pacen en cuatro frondosas praderas: la genética, que recibimos de nuestros padres; la naturaleza de la que formamos parte; la cultura en la que necesariamente crecemos y la metahistoria, que inspira y nutre la proyección ultraterrena de cuanto somos.
Olvidar, por tanto, aunque se trate de los crímenes y de los sufrimientos que los descerebrados miembros de ETA han causado a la población española, equivale a extirpar parte de nuestra cultura, de nuestra experiencia y de una porción importante de nuestro pasado familiar, social y nacional. Quien olvida, renuncia a él en la proporción de lo olvidado y, en esa misma medida, se queda suspendido en el aire, sin punto de apoyo para tomar impulso y seguir adelante y sin material para construir el futuro. Salvo que la memoria se alimente de rencor, la consigna de “no olvidar” es muy acertada: nos sirve para sacar fuerza de flaqueza, nos ayuda a comportarnos como seres racionales y nos robustece para seguir un camino de humanidad. El pasado es alimento del presente y cimiento del futuro. Pero, atención, subrayemos que hablamos de “no olvidar” para no empobrecerse, no para acunar sufrimientos y obsesiones o para cultivar odios y venganzas.
Frente a la conveniencia de un “no olvidar” equilibrado y fecundo, el “no perdonar” es, siempre y en toda circunstancia, el mayor desacierto que podemos cometer. Ciertamente, de una u otra forma, el pasado carga sobre las espaldas de cada uno de nosotros una mochila de sucesos que nos han herido el cuerpo y destrozado el alma. Pero se trata de una pesada carga que solo tendremos que soportar hasta que tengamos el coraje de vaciarla perdonando. Cuando el perdón llega, la ofensa y el daño sufridos, sea cual sea su grosor, desaparecen de nuestro archivo y de nuestro horizonte. Todo lo contrario le ocurre a quien no perdona. Su camino se hará cuesta arriba, pues la ofensa y el daño no harán más que crecer en su interior hasta llenarlo por completo. Se queda entonces sin futuro, sin perspectiva, sin más razón para vivir que la venganza, traidor empeño que golpea mucho más al actor que al paciente.
Mientras que el olvido, al dejarnos sin pasado, nos arrebata las potencialidades que anidan en él, la negativa a perdonar, al cerrarnos la puerta de acceso al futuro, nos condena a la sinrazón de vivir un presente que se vuelve forzosamente huidizo y carente de estímulos. Para quien no perdona, el pasado engendra rencor y el futuro se subsume en la venganza, dos actitudes que niegan la racionalidad, el sentido común y la humanidad que deben inspirar y regir nuestros comportamientos. Si el pasado nos alimenta a condición de no envenenarlo, el futuro nos da alas a condición de que nos libremos de las ataduras opresoras del pasado. El tiempo, por mucho que lo controlemos, no es más que una ficción que nos ayuda a conjuntar y armonizar el momento vivido con el que lo remplaza. Tenemos así la sensación de vivir un presente continuo como fugaz abrazo de pasado y futuro, sutil como un soplo y endeble como un papel de fumar. La conciencia de este acontecer debería volvernos más precavidos y hacernos más sabios, pues, aunque nadie nos garantice que sigamos vivos dentro de un segundo, sabemos muy bien que lo ya vivido nos habilita y rearma para mejorar lo por vivir, sea poco o mucho, a condición de que respetemos sus respectivas entidades. En otras palabras y resumidamente: a condición de no olvidar y de perdonar.
La conciencia de la dinámica temporal entre el “pecado cometido”, que siempre debemos tener presente para no olvidarnos de quiénes somos realmente, y el perdón que se convierte en oxígeno para seguir respirando, reaviva las consignas evangélicas que nos exhortan no solo a no olvidar que somos pecadores, sino también a perdonar, en toda situación y circunstancia, cuantas veces sea preciso. Ante la tesitura de expresar con una sola palabra lo que realmente es el cristianismo, mientras quienes lo han cosificado se decantarían por la palabra “fe”, quienes se ocupan de las cosas que realmente importan lo harían más bien por las palabras “amor” o “perdón”, hermosas palabras que se implican y se abarcan. Dios mismo es amor y perdón. El perdón abre puertas al amor hasta obligarlo a abrazar fuertemente cuanto dolor nos producen nuestros semejantes. El perdón, por su parte, es un abrazo de amor a un semejante hostil. No perdonamos a una mula por darnos una coz, ni a la climatología por ahogarnos tras una DANA o facilitar que arda nuestro hábitat, azote que tan crudamente estamos sufriendo este verano, a pesar de que la coz, el ahogamiento y el fuego nos flagelen tan duramente.
¿Alguien podría entender elcristianismo como una religión en la que el perdón no sea lo básico, lo primario? El perdón va antes que la ofrenda, que la adoración a Dios e incluso que la caridad, pues todo eso nada es y nada vale cuando se hace con el corazón encharcado en odio o ardiendo en deseos de venganza. Perdonar nos convierte en auténticos dioses. La fe nos dice que Dios nos ha creado y nos ha echado a andar con autonomía para construir (valores) o destruir (contravalores) nuestra propia vida. Pues bien, el perdón desfonda los muchos contravalores que cada día nos atiborran de cosas contraproducentes. El perdón divino es omnímodo y universal y está garantizado a condición de ser pedido. Aunque se pueda entender bien como oración, me parece que, si encuadramos teológicamente el “padrenuestro”, trastoca los términos comparativos del perdón, pues Dios no nos perdona como nosotros perdonamos, sino que somos nosotros quienes debemos seguir su ejemplo: no “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos”, sino “enséñanos a perdonar como tú lo haces”. Pero digo que se entiende muy bien como oración, pues imploramos el perdón divino tras presentarle a Dios las credenciales evangélicas de haber perdonado antes de ir al templo a orar o a presentar nuestra ofrenda.
“Ni olvido ni perdono”. Si distorsionamos la razón del primer término, convirtiéndolo en alimento de rencor y venganza, la expresión se convierte en una negativa reforzada, como si dijéramos “no olvido para no tener que perdonar”. Pero “no olvidar” se vuelve totalmente positivo cuando reafirma un pasado que actúa como lección bien aprendida o punto de arranque para no volver a las andadas. El “no perdono”, en cambio, jamás puede volverse positivo porque hace que el dolor y el odio sigan anidando en el corazón y amputa las alas de nuestra propia proyección en el tiempo. Mientras el olvido nos roba el pasado, el no perdonar nos amputa el futuro. Tanto al olvidar como al no perdonar, caminamos vacíos de la humanidad que el pasado nos procura como experiencia y que se nos ofrece como posibilidad de mejora en el futuro. En cuanto cristianos, jamás deberemos olvidar que venimos de Jesús como modelo de humanidad y de una cruz como senda y que caminamos tras la mejora de una forma de vida que requiere necesariamente perdonar hasta “setenta veces siete”.
En el Día Internacional de la lucha contra el SIDA, recordamos hoy a tantos hermanos y hermanas fallecidos por causa del VIH.
Recordar es facil para el que tiene memoria.
Olvidar es difícil para el que tiene corazón.
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Gabriel García Márquez
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Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
En el Día Internacional de la lucha contra el SIDA, recordamos hoy a tantos hermanos y hermanas fallecidos por causa del VIH.
Recordar es facil para el que tiene memoria.
Olvidar es difícil para el que tiene corazón.
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Gabriel García Márquez
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Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
Como mañana es el primer domingo de Adviento y se celebra el Día Internacional de la lucha contra el SIDA, recordamos hoy a tantos hermanos y hermanas fallecidos por causa del VIH.
Recordar es facil para el que tiene memoria.
Olvidar es difícil para el que tiene corazón.
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Gabriel García Márquez
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Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
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Pedro Zabala
Logroño
ECLESALIA, 30/03/18.- El corazón es el símbolo, más que de la mente, de la esencia del ser humano. Y re-cordar es traer algo al corazón. Podemos tener en la memoria muchas cosas que ignoramos que están almacenadas en algún oscuro cajón de nuestras neuronas. De ellas, hay algunas -básicas para nuestro existir- que podemos -muchas veces lo hacemos involuntariamente- y debemos volver a pasar por el tamiz de nuestro corazón para reafirmarnos en nuestra personalidad. Sobre todo, de algunas personas porque nuestros encuentros con ellas han intervenido decisivamente para llegar a ser lo que somos hoy.
Pensemos en aquellas que ya no están entre nosotros por haber cruzado el umbral de la muerte. Hay algunas que, de alguna manera, vuelven una y otra vez a nuestro recuerdo. Cada vez que lo hacemos es como si las trajéramos a esta existencia. Para nosotros siguen estando vivas, aunque para el resto hace tiempo que han desaparecido. Y son precisamente aquellas personas que son capaces, llevadas de su empatía, de experimentar con nosotros -aunque incluso no las hayan conocido- una vivencia aproximativa, las que conquistan nuestro corazón.
Una de las formas más dolorosas de ir muriendo en vida es ir perdiendo la propia conciencia, a través de la desaparición de la memoria. Fenómeno progresivo, común a varias patologías, que tiene que resultar muy doloroso en los primeros estadios, cuando el paciente se va dando cuenta de esa pérdida. Se empieza por el deterioro de la memoria a corto plazo y luego las lagunas van ampliándose en la memoria lejana, hasta que quien la padece llega a su extinción total. ¿Está vivo, más allá de su existencia vegetativa, quien carece de recuerdos?.
Acercarse a un ser querido que sufre esa dolencia atenaza el corazón. Darse cuenta de ese deterioro y, menos mal, si todavía es capaz de reconocer a las personas más próximas. La emoción compartida que se experimenta es tan lacerante como, a la par, extrañamente gratificadora. ¡Vienen al recuerdo tantas experiencias vividas con ellas!. Es un desgarro profundo que enturbia los ojos y angustia el corazón.
Los seguidores de Jesús, aunque vivamos en el siglo XXI, sabemos que Él Vive Resucitado, no sólo en su Abbá en la eternidad, sino dentro de este espacio-tiempo, cada vez que nos reunimos en su nombre y lo traemos a nuestro re-cuerdo. Y Vive también en cada uno de los crucificados de hoy. ¿Recordarlo no es comprometerse a darnos, a entregar nuestra vida para desclavarlos y devolverles su libertad y su dignidad?
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
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Para comenzar la Cuaresma. Hacia ello vamos… Leído en su blog Juntos Andemos:
Hace más de cuatrocientos años, un hombre hizo un retrato de su intimidad y escribió un poema sobrecogedor –unas canciones, decía él–, escribió Llama de amor viva. Una noble señora le pidió que lo comentase, para poder entenderlo mejor. Y así, un viejo poema íntimo y un comentario algo arrebatado, –un «admirable fracaso» para unos y una «obra de arte» para otros– han cobrado carácter universal y se han convertido en una novedad continua, de siglo en siglo.
¿Por qué?
Porque el retrato hablaba de un ser humano en búsqueda y el poeta comentaba que cuando una persona permanece en esa búsqueda, sincera y profundamente, es «innovada y movida por Dios… y se le descubre con tanta novedad aquella divina vida y el ser y armonía de toda criatura», que «todo se le vuelve en amor». Es una novedad muy deseable.
Y porque la pluma del poeta pintaba un Dios «profundo e infinito», un Dios «movedor», que infunde amor. Que también es misterio insondable, «inaccesible… y no tiene forma ni figura». Un Dios «obrero», incansable amante que lleva en brazos a quienes le buscan y que, finalmente, se revela como «el centro del alma». Y esta es una novedad que enamora.
Un ser humano que continuamente puede descubrirse más profundamente, no agota su novedad. Y un Dios que es «lámpara de sabiduría… y lámpara de bondad… de misericordia… innumerables lámparas», es una luz siempre nueva e inagotable.
Cuando se descubre lo que dice Juan de la Cruz –que es el poeta y comentarista–, se entrevé una perenne novedad. Porque explica que para unirse a Dios una persona, «basta que tenga un grado de amor, porque por uno solo se une con Él por gracia». Pero no se detiene ahí.
Dirá, para que se entienda mejor, que la novedad con Dios no tiene fin, que puede crecer y crecer«y si llegare hasta el último grado, llegará a herir el amor de Dios hasta el último centro y más profundo del alma, que será transformarla y esclarecerla según todo el ser y potencia y virtud de ella, según es capaz de recibir, hasta ponerla que parezca Dios».
Dejarse esclarecer, recibir, aceptar la profunda transformación significa un morir a todo lo que mata la propia vida –dice Juan–, morir a lo «que era muerte para ella» y renacer «viva a lo que es Dios en sí». Cambian «los movimientos y operaciones e inclinaciones», y ahora «son movidos por el espíritu de Dios» y llevan al amor, que «no pretende para sí sus cosas».
Nada de todo esto queda escondido, un ser nuevo se va alumbrando. La vida se transforma y se puede sentir la alegría de Dios: «Trae con gran frecuencia en el paladar de su espíritu un júbilo de Dios grande, como un cantar nuevo, siempre nuevo, envuelto en alegría y amor».
Además de Llama, Juan de la Cruz escribió otros poemas y largos comentarios. Siempre buscaba hablar «con entrañable espíritu», consciente de que de Dios y del ser humano, de esos dos misterios y de la relación única que pueden mantener, solo se puede hablar como de puntillas, acariciando intuiciones y desnudando silenciosas experiencias.
Y cuando ya terminaba de comentar este poema, en lo más alto, soltó de golpe la pluma, diciendo: «Veo claro que no lo tengo de saber decir, y parecería que ello es menos si lo dijese». Sabía bien que la novedad que es Dios y lo que Él hace tiene tal inmensidad, que solo podía hablar acercándose, como se acerca «lo pintado [a] lo vivo».
Antes, en Cántico, había escrito que Dios «solo para sí no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo». Es decir, que para todos los demás, Dios siempre es novedad. Por eso, llega un momento en que solo el silencio puede revelar la verdad.
Juan hablaba de un «cantar nuevo» y ese cantar es «que ya vive vida de amor», una nueva vida como Hijo de Dios, cada vez más verdadera, cada vez más cerca del «más profundo centro suyo», que es Dios. Y esa vida solo puede ser de amor porque –dirá– «cuando uno ama y hace bien a otro, hácele bien y ámale, según su condición y propiedades» y, concluía: así hace Dios, ama «como quien Él es».
Toda la novedad de la que habla Juan nace de las «lámparas de fuego» de su poema y es como una luz que se desprende y da calor y luz:
¡Oh, lámparas de fuego, en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con extraños primores calor y luz dan junto a su Querido!
Cuando comente esta estrofa, pondrá en boca de Dios estas palabras: «Yo soy tuyo y para ti y gusto de ser tal cual soy por ser tuyo y para darme a ti». Eso dice Dios, así es Él. Esa es la eterna novedad que siempre hay que recordar.
Bendito eres Tú, oh Señor, que enjugarás toda lágrima de nuestros rostros; quien mira hacia Ti resplandecerá, libre de sombras y preocupación en el rostro. Tú, Eterno Dios, Has venido a habitar entre nosotros, y te damos gracias. Hecho semejante a los hombres, Tú sabes bien cómo la enfermedad carcome el cuerpo, y como la vergüenza roe el espíritu. No podemos sanar el cuerpo, pero danos, Señor, por favor, la actitud y la palabra adecuadas que ayudan a nuestros hermanos y hermanas que viven con el VIH a no vivir más en la vergüenza: que nuestra mirada sea limpia, y nuestra acogida discreta y modesta, sin “¿por qué? “ ni “¿cómo?“; porque Tú no miras el pasado de las personas, y no haces preguntas. Enséñanos, si Tú quieres, simplemente “estar con” como Tú estás con cada uno y cada una de nosotros. Te damos gracias, y te decimos gracias, porque estamos contigo, hijo e hijas de un mismo Padre, y Tú acoges nuestra oración. Amén. Aleluya.
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