Uno de los rasgos más característicos del amor cristiano es saber acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia. Ese es el primer gesto de María después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador. Ponerse en camino y marchar aprisa junto a otra mujer que necesita en esos momentos su ayuda.
Hay una manera de amar que hemos de recuperar en nuestros días, y que consiste en «acompañar a vivir» a quien se encuentra hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o, sencillamente, vacío de alegría y esperanza.
Estamos consolidando, entre todos, una sociedad hecha solo para los fuertes, los agraciados, los jóvenes, los sanos y los que son capaces de gozar y disfrutar de la vida.
Estamos fomentando así lo que se ha llamado el «segregarismo social» (Jürgen Moltmann). Juntamos a los niños en las guarderías, instalamos a los enfermos en las clínicas y hospitales, guardamos a nuestros ancianos en asilos y residencias, encerramos a los delincuentes en las cárceles y ponemos a los drogadictos bajo vigilancia…
Así, todo está en orden. Cada uno recibe allí la atención que necesita, y los demás nos podemos dedicar con más tranquilidad a trabajar y disfrutar de la vida sin ser molestados. Procuramos rodearnos de personas sin problemas que pongan en peligro nuestro bienestar, y logramos vivir «bastante satisfechos».
Solo que así no es posible experimentar la alegría de contagiar y dar vida. Se explica que muchos, aun habiendo logrado un nivel elevado de bienestar, tengan la impresión de que la vida se les está escapando aburridamente entre las manos.
El que cree en la encarnación de Dios, que ha querido compartir nuestra vida y acompañarnos en nuestra indigencia, se siente llamado a vivir de otra manera.
No se trata de hacer «cosas grandes». Quizá, sencillamente, ofrecer nuestra amistad a ese vecino hundido en la soledad, estar cerca de ese joven que sufre depresión, tener paciencia con ese anciano que busca ser escuchado por alguien, estar junto a esos padres que tienen a su hijo en la cárcel, alegrar el rostro de ese niño triste marcado por la separación de sus padres…
Este amor que nos lleva a compartir las cargas y el peso que tiene que soportar el hermano es un amor «salvador», porque libera de la soledad e introduce una esperanza nueva en quien sufre, pues se siente acompañado en su aflicción.
Miqueas 5, 1-4a. De ti saldrá el jefe de Israel: Salmo responsorial: 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Hebreos 10, 5-10: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Lucas 1, 39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Miqueas, de quien está tomada la primera lectura, vivió en el reinado de Ezequías. Cuando el modesto profeta llegó a la corte, se encontró con Isaías, de quien al parecer recibió influjo literario, aunque siempre conservó su estilo personal.
Miqueas atacó sobre todo a los poderosos que abusan del pobre para robar y oprimir, a los jueces corrompidos, pero compuso también magníficos poemas de salvación, entre los que sobresale la profecía sobre Belén. El Mesías esperado nacerá en Belén, pequeña población de Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos y Él será nuestra paz.
La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos. Supuestamente Pablo compara la obra cultual de Cristo con la del Antiguo Testamento, y el sacrificio de Cristo con los antiguos “sacrificios” religiosos. A través de esta comparación se nos muestra con profundidad la naturaleza y finalidad de la encarnación. El sacrificio de Cristo tiene lugar de una vez para siempre y no consiste tanto en la inmolación de una víctima, cuanto en la comunión con el Padre, a la que todos somos invitados. En lo sucesivo no habrá una religión de ceremonias y de ritos, sino una religión “en Espíritu y en Verdad”. La voluntad de Dios no ha sido la muerte del Hijo, sino el hacer partícipe a su Hijo de la condición humana con el suficiente amor para que todo lo humano quedara transformado. La sangre del Hijo, más que ofrenda para aplacar a un Dios justiciero, es don a los seres humanos de un Dios lleno de amor. Nuestra santificación consiste en vivir “en Espíritu y en Verdad” esa amistad con Dios. Aquí radica la esencia del Espíritu religioso.
Acercarse a celebrar el nacimiento de Jesús conlleva recordar la condición de mujer y la fe de María. El episodio llamado de la visitación, del evangelio de Lucas nos relata el encuentro de dos mujeres madres. María, la galilea, va a Judá, la región en la que un día el hijo que lleva dentro de ella será rechazado y condenado a muerte (Lc 1,39). Ante el saludo de la joven, el niño que Isabel está a punto de dar a luz “salta de gozo” (vv. 41 y 44). La madre alude poco después a lo que siente dentro de sí; se trata de la alegría del niño –el futuro Juan Bautista- alrededor de quien habían girado hasta el momento los acontecimientos narrados en este primer capítulo de Lucas. Juan cede ahora el paso a Jesús. El gozo es la primera respuesta a la venida del Mesías. Experimentar alegría porque nos sabemos amados por Dios es prepararnos para la navidad.
Isabel pronuncia entonces una doble bendición. Como ocurre siempre en manifestaciones importantes, Lucas subraya que lo hace “llena del Espíritu Santo” (v. 41). María es declarada “Bendita entre las mujeres”(v. 42), su condición de mujer es destacada; en tanto que tal es considerada amada y privilegiada por Dios. Esto es ratificado por el segundo motivo del elogio: “Bendito el fruto de tu vientre” (v.42). Este fruto es Jesús, pero el texto subraya el hecho de que por ahora está en el cuerpo de una mujer, en sus entrañas, tejido de su tejido. El cuerpo de María deviene así el arca santa donde se alberga el Espíritu y manifiesta la grandeza de su condición femenina. En su visitante, Isabel reconoce a la “madre del Señor” (v 43), aquella que dará a luz a quien debe liberar a su pueblo, según lo anunciaba el profeta Miqueas (5,2-5).
Bendecir (bene-dícere) significa hablar bien, ensalzar, glorificar. Con anterioridad al nacimiento de Jesús, aparecen en los evangelios bendiciones por parte de Zacarías, Simeón, Isabel y María. Todos bendicen a Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo, Jesús bendice a los niños, a los enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda bendición va dirigida a Dios. La oración de bendición es, sobre todo, alabanza de acción de gracias. De este modo celebramos la Eucaristía. Pero también la bendición se extiende a todas las criaturas incluso a las inanimadas: ramos, ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos y especialmente “bendita” es María, la madre de Jesús.
El Espíritu Santo ayuda a Isabel a pronunciar una bendición: “¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre!”. Desde entonces, millones de veces lo hemos dicho todos los cristianos en el “Ave María”. Son benditos, bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra, los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús.
María creyó. Ésta fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. María se convierte en maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios aunque ella no se pudiera explicar el modo como se realizaría aquel plan. Toda la vida de María se fundamenta en su fe, en la adhesión que ha prestado desde el primer momento a la revelación que llegó hasta ella. Leer más…
Dom 4 Adviento, víspera de Navidad: Lucas 1, 39-45 En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”
| Xabier Pikaza
Pocas veces se ha hecho esta lectura entre los católicos. Me parece esencial para quien quiera descubrir y asumir el sentido de María, madre de Jesús, en la Navidad cristiana… y entenderla desde la Biblia, en este momento clave de escucha de la Palabra y de evangelización sinodal (=en común, caminante)
Bendita entre las mujeres (Lc 1, 42).
En el centro de la escena citada del evangelio de Lucas (Visitación: Lc 1, 39-45), evangelio del año que viene (2025), Isabel saluda a María llamándola laMadre de mi Señor (hê meter tou Kyriou mou), destacando así su “realeza” o señorío, con una fórmula en la que se vinculan todos los temas mariológicos de la tradición antigua, formulados desde la historia y cultura israelita, para interpretarlos a la luz de la fe judía, cristiana, universal de la nueva creación mesiánica:
Bienaventurada tú porque has creído (1, 45, [1].
Ésta es la palabra de una mujer gestante que saluda a otra gestante, en un contexto mesiánico. Llena del Espíritu Santo, como portadora de un saber que le viene de Dios, dando palabra al niño Juan que ha saltado de gozo en su seno, Isabel saluda con gran grito a María:
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor? Pues que tan pronto como llegó la voz de tu saludo a mis oídos saltó de gozo el niño en mi vientre. Y bienaventurada tú, que has creído porque se cumplirá todo lo que le ha dicho el Señor (1, 42-45).
– Isabel comienza situando a la madre de Jesús en el lugar donde la vida se define por la fecundidad(1, 42), llamándole bendita (eulogêmenê) por ser madre, conforme a una visión que nos arraiga en las más hondas tradiciones de Israel, ratificadas en Dt 28. Siguiendo esa línea, su bendición puede ampliarse en perspectiva de liberación de Israel: llamando a María bendita, Isabel está evocando la figura y misión de las mujeres de la historia israelita que han sido bendecidas no sólo por sus hijos sino por ser liberadoras del pueblo (Myriam, Débora, Yael, Ana, Judit, Ester etc).. La madre de Jesús viene a culminar no sólo la lista de madres fecundas (benditas por el vientre) sino de de mujeres animosas y sabias, que, de formas diversas, han “colaborado” en la obra de Dios, como las cuatro “abuelas” de Mt 1, 2-17.
‒ Isabel define a María como la madre del Señor (1, 43), en un contexto en el que ella parece vinculada a la realeza de David (no por sí misma, pues ella es Gebira, más que rey, sino por su prometido José, Hijo de David). No había en Israel lugar de poder para las reinas “esposas”, pues las reinas de las que habla la Biblia son extranjeras (como la de Sabá) o figuras divinas rechazadas (la Reina de los cielos).
En este contexto debemos recordar como excepción singular a Ester, que es la reina (malka) israelita por excelencia, en calidad de esposa de un monarca extranjero. Como elemento integrante de la monarquía davídida descubriremos, al final de este apartado, la figura y función de la madre del rey, Gebîra o Señora, que está a la base de un posible despliegue de la mariología cristiana.
– En tercer lugar llegamos en una perspectiva expresamente cristiana María aparece como pisteusasa, aquella que ha creído, la creyente. Isabel lo sabe porque el saludo de María ha sido causa de gozo para el niño profeta que ella lleva en su seno… (1, 44). Pero después el evangelio nos hace pasar del campo veterotestamentario de la fecundidad bendecida (eulogêmenê) al plano de la bienaventuranza mesiánica (makaria) que sólo puede conseguirse en ámbito de fe y de seguimiento (bienaventurada tú porque has creído). De esa forma hemos llegado al plano del evangelio estrictamente dicho. La mariología se incluye así dentro del misterio cristiano (1, 45)[2].
Así empezamos diciendo que Isabel define a María como bendita entre las mujeres, en un contexto que evoca sobre todo fecundidad. Ella empieza siendo bendita como madre, en la línea de una alabanza programática que ha recogido más tarde la misma tradición lucana: «Bienaventurado el vientre que te ha gestado y los pechos que te han amamantado» (Lc 1, 27).
La mujer que habla así interpreta a María rectamente, en línea de bendición israelita, aunque no la llame sólo bendita como en Lc 1, 42 sino bienaventurada como hará Lc 1, 45. Esa mujer sitúa a María en el nivel de la maternidad biológica, haciéndola vientre(koilia) y pechos (mastous), es decir, cuerpo para engendrar, pero en el fondo está indicando que ella es “bienaventurada cristiana” (makaria).
En esta línea han interpretado a la mujer como hace gran parte de las tradiciones religiosas (incluso la cristiana) dominada por varones: la mujer es fuerza engendradora, vida hecha principio germinante, pero el principio de su grandeza no es el vientre, sino la fe: Fe en la vida como don, fe en los demás como principio de todos los valores humanos.
Esta es la función y sentido de la realeza femenina en perspectiva popular sagrada, la capacidad procreadora…. Pero una bendición pro-creadora que se abre al plano de la belleza y la vida humana, en su totalidad, en un plano que puede vincularse con el Sal 45 y del Cantar de los Cantares.
Reinar es, ante todo, amar y dar la vida. Las “armas” o signos del reinado femenino empiezan son el vientre y los pechos, la potencia engendradora, la capacidad nutricia, para convertirse después en fe creadora, en principio de liberación humana por amor. Es evidente que Lucas sentía ya el peligro de interpretar a María en esa perspectiva puramente biológica, confundiéndola con las madres sagradas del cielo o de la tierra, diosas de la vida. Por eso ha reinterpretado y superado el logion del vientre y de los pechos[3].
La bendición del vientre-pechos, está en el centro del capítulo de bendiciones de Dt 38 (cf. 28, 3-4). Así inicia el Deuteronomiosu larga serie de bendiciones, centradas básicamente en la fecundidad, aunque abiertas, al mismo tiempo, a la victoria militar (¡que el Señor te entregue ya vencidos a los enemigos…!: cf. 28, 7). Es como si hubiera dos bendiciones fundamentales: La grandeza militar (centrada en la victoria sobre los enemigos) y la abundancia del vientre, entendido en un sentido amplio, como expresión de maternidad universal.
Lógicamente, el texto de la Visitación, después nos sitúa en un plano más alto de bienaventuranza por la palabra y por la fe, la bienaventuranza más femenina y humana de la gebira, que es la “reina verdadera”, la que ha educado a sus hijos y a los hombres y mujeres de su entorno en fecundidad humana (en ve). El ser humano se define por un lado como violencia (más en línea masculina de guerra) y por otro como fecundidad(más en línea femenina de vientre), una fecundidad que empieza siendo biológica (vientre y pechos), pero que termina siendo fecundidad de amor, en forma de acogida, palabra y ayuda mutua [4].
Gebîra, la madre del Señor (Lc 1, 43)
A la doble bendición (de María y del fruto de su vientre) sigue una pregunta retórica de Isabel, que sirve para mostrar por un lado su indignidad (¿Quién es ella para recibir tal honor?) y para exponer por otro su gran conocimiento (ella sabe que María es Madre de su Señor).
El sacerdote Zacarías (su marido) fue ignorante, no supo recibir e interpretar los signos del ángel del templo en su anunciación y por eso quedó mudo (cf. Lc 1, 5-20). Su esposa Isabel, sin embargo, ha comprendido: ha recibido el Espíritu Santo y puede hablar con palabra de madre que sabe, confesando la gloria de María, llamándola laMadre de mi Señor[5]:
‒ ¿De dónde a mí que venga? El siervo es quien debe visitar a su Señor y no al revés. Pues bien, aquí se invierte el movimiento y por eso se sorprende la madre del profeta, al descubrir que llega la mujer más importante a visitarla.
‒ La madre de mi Señor (hê meter tou Kyriou mou). Esta es la afirmación central. Isabel podía haber dicho simplemente mi Señor o Kyrios (kyrios mou), aludiendo al niño que María lleva en su vientre poniéndolo así en paralelo al niño Juan que salta de gozo en el suyo. Pero, retomando el motivo de la bendición anterior, Isabel presenta ahora a María como Madre y al fruto de su vientre como Kyrios.
‒ A mí (pros me). Viene la Madre del Kyrios y lo hace de forma reveladora, trayendo consigo la salvación o nuevo conocimiento que ese Kyrios realizará más tarde.
La Madre del Rey. El peso de la pregunta está en la confesión de fe: Isabel presenta a María como Madre de mi Señor, situándola así en el trasfondo de un título y función bien conocida dentro del AT: la madre del rey ocupaba un cargo oficial dentro de la corta; ella y no la esposa (o favorita) del rey poseía la mayor autoridad femenina dentro del reino. Este hecho se debe a varias circunstancias: se puede afirmar, en primer lugar, que la función del rey y su grandeza se concibe como algo estrictamente masculino; la ausencia de reinas puede deberse también al hecho de que el judaísmo haya rechazado a la “reina celesta” (diosa)… Sobre ese fondo han de entenderse los tres sentidos de reina en el AT:
‒ Sentido poético. Cant 6, 8 dice que el amado (rey) lleva a su lado un cortejo de mujeres, un harem fabuloso, que es signo de su riqueza y de su poder: sesenta son las reinas, ochenta son las concubinas, sin número las doncellas. Reinas, concubinas y doncellas forman el cortejo de aquella a quien el rey llama su paloma, es decir, su Predilecta. Ella es la Única frente a las múltiples, ella es la querida de su madre. En este contexto, las reinas aparecen simplemente como mujeres más elevadas de un numeroso harem real; sobre todas ellas se eleva en el Cantar la Predilecta, que la tradición cristiana ha comparado con María[6].
‒ Sentido político. Los judíos no tienen reinas, y así sólo hablan de reinas extranjeras. Así Dan 5, 10 dice que la reina de los “caldeos” aconseja bien a su marido Baltasar, en medio de los nobles, en un momento de crisis. Por su parte, Est 1,9 habla de Vasti, reina de Persia, que ofrece un banquete a las mujeres. Ambas, la mujer de Baltasar y la de Asuero, son reinas consortes. Ellas tienen un poder y ejercen una función oficial dentro de la corte, aunque están subordinadas a sus maridos. Nada de eso vemos en la corte de Jerusalén o Samaría, donde la mujer (o favorita) del reino no parece haber tenido autoridad en cuanto consorte del monarca[7].
Sentido religioso. La tradición de Jeremías conserva varios textos donde se dice que los judíos, especialmente las mujeres, hacen tortas, queman incienso y ofrecen libaciones a la Reina del cielo, tanto en Jerusalén como en la diáspora de Egipto (Jer 7, 18; 44, 17.19.25). Todo nos permite suponer que esta reina celeste a quien adoran, rompiendo el monoteísmo estricto de Yahvé es la Gran Diosa que en las tradiciones más antiguas de Israel suele identificarse con Ashera (Athiratu: esposa de El-Ilu) y que más tarde aparece en la figura de Ishtar (Astartu, Astarté: esposa de Ba’lu). Es muy posible que el rechazo israelita de la figura y función de la reina humana esté motivado por la crítica anti-idolátrica de la reina celeste[8].
Comparación. La reina Ester. Significativamente, la única mujer judía que dentro de la Biblia lleva el nombre de reina es Ester, la esposa, favorita, del rey pagano de Persia. Todo nos permite suponer que su figura pertenece al folclore y a la imaginación religioso-política de un pueblo que ha buscado apasionadamente formas de sobrevivir en un contexto adverso. El mismo nombre Ester/Ishtar alude a la diosa Reina de los cielos que Jeremías había condenado (y que hemos identificado con Ishtar-Astartu). Es muy posible que los judíos de la diáspora babilonia hayan inventado su nombre y figura (convirtiéndola en reina de este mundo, israelita fiel, salvadora de los judíos) para contrarrestar el riesgo de sincretismo religioso que Jeremías combatía; habrían logrado de esa forma lo que más tarde consiguieron los cristianos al interpretar en clave mariana diversas figuras divinas femeninas del mundo mediterráneo. Dentro del relato bíblico, la función de Ester resulta paralela (estructuralmente semejante) a la de Judit, pero ya los mismos nombres indican los caminos diferentes que han seguido estas figuras.
– Judit era la judía sin más (pues eso significa su nombre), una mujer contraria a todo riesgo de contaminación; por eso aparecía como luchadora, cortando la cabeza del general enemigo y manteniendo la separación del pueblo israelita.
– Por el contrario, Ester es la judía que pacta con el imperio mundial, llegando a casarse con el gran rey Asuero. Pactar o casarse significa aceptar el sistema para transformarlo, poniéndolo al servicio del judaísmo y manteniendo así la identidad del propio pueblo.
Cuando falta poco para estas fiestas, las lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir su sentido y un mensaje de esperanza.
El ejemplo de Isabel: alabanza, asombro, alegría (Lucas 1,39-45)
En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
–“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.“
Aunque en el relato del evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino hacia un pueblecito de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única que habla, y Juan, el hijo que lleva en su seno. Es este el primero en reaccionar, antes que su madre. En cuanto oye el saludo de María (Lucas no cuenta qué palabras usó para saludar) da un salto en el seno de Isabel. Esta, llena de Espíritu Santo, expresa los sentimientos que debe tener cualquier cristiano ante la presencia de Jesús y María.
Alabanza (“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”). El Antiguo Testamento recoge la alabanza de algunas mujeres, pero por motivos muy distintos. Yael es proclamada “bendita entre las mujeres” por haber asesinado a Sísara, general de los enemigos; Rut, por haber elegido a Booz, a pesar de no ser joven; Abigail, por haber impedido a David que se tomara la justicia por su mano; Judit, por haber matado a Holofernes y liberado a Israel; Sara, la esposa de Tobit, por haber abandonado a sus padres para venir a vivir con la familia de Tobías. ¿Qué ha hecho María para que Isabel la bendiga? El relato de la anunciación lo deja claro: ha aceptado el plan de Dios (“he aquí la esclava del Señor”) y eso la ha convertido en madre de Jesús o, como dirá Isabel, en “la madre de mi Señor”. Motivo más que suficiente de alabanza.
Asombro (“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”). La forma de expresarse Isabel, tan personal, recuerda lo que escribió san Pablo a los Gálatas a propósito de la muerte de Jesús: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Se deja en segundo plano el valor universal de la encarnación y de la muerte para destacar lo que significan para mí. La Navidad, celebrada año tras año durante siglos, corre el peligro de convertirse en algo normal. No nos asombramos de esta venida de Jesús a mí, como si fuera la cosa más lógica del mundo. Buen momento para detenernos y asombrarnos.
Alegría (“la criatura saltó de gozo en mi vientre”). Lucas termina por donde empezó: hablando de la reacción de Juan. Pero ahora añade que el salto en el vientre de su madre lo provocó la alegría de escuchar el saludo. Los domingos anteriores han insistido en el tema de estar siempre alegres. Lo específico de este evangelio es que la alegría la provoca la presencia de María y de Jesús.
Estos tres sentimientos los inspira, según Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan presente como debiéramos, es este un buen momento para pedirle que los infunda también en nosotros.
El ejemplo de María: fe
Las palabras de Isabel, que comienzan con una alabanza de María y de Jesús, terminan con otra alabanza de María: “¡Dichosa tú que has creído!” Y esto debe hacernos pensar en la grandeza del misterio que celebramos. No es algo que se pueda entender con argumentos filosóficos ni demostrar científicamente. Es un misterio que exige fe. Para muchos, como decía el cardenal Newman, la fe es “la capacidad de soportar dudas”. Para María es fuente de felicidad. Lo será siempre, a pesar de las terribles pruebas por las que debió pasar. En ese camino misterioso de la fe, ella se nos ofrece como modelo.
El ejemplo de Jesús: cumplir la voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10)
Hermanos:
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.”
Primero dice: “No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias”, que se ofrecen según la Ley. Después añade: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
En la mentalidad del pueblo, y de gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios era ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de que Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos continuamente. En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es de tal valor que no necesita repetirse. Los sacrificios de animales pretendían establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente. El sacrificio de Jesús establece esa relación plena al santificarnos.
Al mismo tiempo, el ejemplo de Jesús nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima de todo, de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Un anuncio (Miqueas 5,1-4)
Así dice el Señor:
“Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastorea con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.
Este breve oráculo del libro de Miqueas es famoso porque lo cita el evangelio de Mateo cuando los magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el Mesías. El texto se dirige a personas que han vivido la terrible experiencia de la derrota a manos de los babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la deportación, la desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban muchos, había sido de los reyes, los pastores, que no se habían comportado dignamente y habían llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo y el escepticismo, el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso, que extenderá su grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la tranquilidad a su pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un nuevo David. Por eso no nacerá en Jerusalén, sino en Belén.
Resumen
Lo que relaciona las lecturas de este domingo es la misión de Jesús y los frutos que produce. La de Miqueas anuncia que su misión consistirá en ser jefe (pastor) de Israel, procurándole al pueblo la tranquilidad y la paz. En la Carta a los Hebreos, su misión es cumplir la voluntad del Padre; gracias a eso ha restaurado nuestra relación con Dios, nos ha santificado. En el evangelio, la misión no la lleva a cabo Jesús, sino María; su simple presencia provoca una reacción de alabanza, asombro y alegría en Isabel y Juan.
En esta era de las terapias llama la atención que todavía no se hayan «re-inventado» la de bendecir, y le hayan puesto un nombre en inglés. Aunque tal vez sí la han inventado y todavía no la conocemos… Sea como sea, el arte de bendecir da para muchos cursos, talleres y libros. Además, sus buenos efectos para la salud son constatables desde el principio.
Pero antes de seguir con la bendición echemos un vistazo al evangelio que nos regala este último domingo de adviento. Es un texto muy conocido, nos lo sabemos prácticamente de memoria: la visita de María a su prima Isabel.
María, la mujer bendita de Nazaret, cuando recibe el encargo de ser la madre del Hijo de Dios, con una mezcla de asombro, temor y alegría, lo primero que hace es ponerse en camino, irse a compartir su experiencia con quien sabe que vive algo parecido.
María e Isabel son las dos grandes protagonistas del adviento. Las dos, rodeadas de fragilidad, una por su vejez y la otra por su juventud, no solo esperan, sino que sostienen la espera y hacen realidad la promesa.
Ayer leía en un misal de 1996 un pequeño comentario a lo que es el adviento. Hablaba de tres personajes protagonistas del adviento: el pueblo, Isaías y Juan Bautista. El autor de dicho comentario olvidó por completo a las grandes estrellas: María e Isabel.
Isabel, que con sus años ha aprendido el hermoso arte de bendecir, es lo primero que hace cuando oye llegar a María: “-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
El encuentro entre estas dos mujeres nos invita a bendecir, a ponerle voz y palabra a todo lo bueno que descubrimos. No nos engañemos pensando que el encuentro entre María e Isabel tenía solo cosas buenas, las palabras de Isabel podrían haber sido muy diferentes, algo así como: «¡Menudo lío en el que te has metido, María! ¿Cómo vamos a explicarle a la familia, al pueblo y a José que estás embarazada cuando ni siquiera estás casada?»
Lo de bendecir no es solo, ni principalmente, para los momentos idílicos, es más como la medicina que nos ayuda a descubrir el lado luminoso de la realidad. Quien bendice hace eso: señala la luz, lo bueno, y de ella recibe la fuerza y la claridad.
Oración
¡Bendecid! sí, tomando como modelo a Isabel ejercitemos el arte de bendecir.
¡Bendecid! y nuestra vida se llenará de bendición.
¡Bendecid! y la luz le seguirá ganando terreno a las tinieblas.
No existe la más mínima posibilidad de que este texto sea histórico. Es teología narrativa que nos permite ir más allá que cualquier acontecimiento real. Lo importante para nosotros es descubrir el mensaje que el autor ha querido transmitir. Si fueran noticias de un suceso, nos daríamos por enterados y punto. Si son teología, nos obliga a desentrañar la verdad en él que sigue siendo válida. Este texto es uno de los más densos y profundos del evangelista Lucas.
Hemos leído los textos desde una perspectiva equivocada. Ni María sabía que había engendrado al “Hijo de Dios” ni Isabel que llevaba en su seno al Precursor. No tiene ninguna verosimilitud que noventa años después del suceso, alguien se acuerde de una visita a una prima, mucho menos que recuerde las palabras que se dijeron. No digamos nada si imaginamos a María, arrancándose con el Magníficat, recitado palabra por palabra. No, el relato nos está trasmitiendo lo que pensaban los cristianos de finales del siglo primero.
En el texto todo son símbolos. La primera palabra en griego es ‘anastasa’, que significa levantarse, resurgir, que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que emplea el mismo Lucas para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida, y sube a la “montaña”, el ámbito de lo divino. Pensamos que la madre da la vida al hijo. Aquí es el Hijo el que da vida a la madre. Inmediatamente, la madre lleva al que le ha dado esa vida, a los demás, es decir, da a luz al Hijo. Eckhart decía con gran atrevimiento: todos estamos preñados de Dios y la principal tarea de todo cristiano es darle a luz, hacerle visible.
La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. El relato está calcado del libro de Samuel II que narra el traslado del arca de la ciudad de Baalá al monte Sión. David dijo: ¿Quién soy yo para que me visite el arca de mi Señor? El arca permaneció tres meses en casa de Obededón de Gat. En la llegada del arca hubo saltos de alegría. El Señor llenó de bendiciones a la casa de Obededón. En el recorrido, hubo cantos y anuncios de liberación.
Lo sublime se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo. El AT y el nuevo se encuentran y se aceptan, fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora, a Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, en la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría. Todo quiere indicar que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Se descubre el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús.
Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu el que provoca esa alabanza: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces hemos repetido esta alabanza? “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza total en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación, María pasa al elogio de Dios con el canto de “el Magníficat”.
Lo que intentan todos los relatos de la infancia de Jesús es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria, ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos, no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas es muy distinto. Basta comparar los relatos de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia.
La novedad que se manifiesta en María no elimina ni desprecia la tradición, si no que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo, nunca prosperará.
A la vivencia de Jesús, hace referencia la carta de Pablo. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias más profundas de su ser. La clave está en esa frase: “Aquí estoy para hacer tu voluntad.” No se trata de ofrecer a Dios “dones” o “sacrificios”. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es propia de una persona volcada sobre lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias. Solo haciendo su voluntad, damos verdadero culto a Dios. En Juan, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.
Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron en Él la “naturaleza” de Dios, sino porque descubrieron que Jesús cumplió su voluntad. Hacía presente a Dios en lo que era y en lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, imitarle. Esa fidelidad al ser del padre convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús los llevó a considerarlo, sin duda alguna, Hijo de Dios.
Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios fuera. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimientos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. ‘La voluntad de Dios’ no es algo venido de fuera y añadido. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios, es ser fiel a sí mismo.
En todas las épocas y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que, después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van todas nuestras oraciones, los sacrificios, las promesas, votos.
Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo. La salvación de Dios no consiste en quitar sino en poner plenitud. En todo ser humano está ya la plenitud como un proyecto que tiene que ir desarrollando. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo.
Es posible que la posesión más valiosa de un ser humano sea la fe, por encima de la sabiduría, la riqueza o el prestigio; y lo es, porque nos invita a pensar que no somos unos pobres animales arrojados al mundo sin referencias y sin más perspectiva que la muerte, sino que la vida tiene sentido y que nuestro destino es Vivir.
En el caso de los cristianos la fe tiene una doble vertiente. Por una parte podemos “creer en Jesús”, es decir, creer que su vida y su mensaje no pueden entenderse como simple fruto de una persona excepcional, sino que son obra del Espíritu de Dios que soplaba en él como un huracán. Pero esta fe, si no afecta a nuestra forma de vivir, puede resultar estéril y no llenar nuestra vida.
Por eso es también necesario “creerle a Jesús”; fiarse de él como nos fiamos de nuestro médico cuando nos ponemos en sus manos para que nos abra en canal. Me explico:
El mundo me dice que seré feliz si soy rico, si tengo poder o prestigio social, si no me dejo avasallar, si soy más listo que los demás para los negocios, si voy de diversión en diversión, si no me meto en líos, si no me insultan ni me persiguen… Jesús, en cambio, me propone un código de felicidad radicalmente distinto e inverosímil: “¿Quieres ser feliz…? –nos dice–, pues confórmate con poco, comparte lo que tienes con los que no tienen, aprende a sufrir, di siempre la verdad, no seas violento, trabaja para que prevalezca la justicia, no trates de aprovecharte de nadie, hazte el servidor de todos… y no te preocupes si te insultan y te persiguen por todo ello, pues a la larga serás mucho más dichoso”.
¿Creo en él? ¿Le creo a él? ¿Me fío de él? ¿Estoy dispuesto a vivir compartiendo, perdonando, sembrando la paz, trabajando por la justicia, actuando siempre con sinceridad y sin temor al sufrimiento? ¿Me la juego apostando a unos criterios de locos; viviendo de acuerdo a unos valores tan estrafalarios como poco evidentes?…
Decir que sí, que me la juego, que cambio de vida, es tener fe en Jesús; lo demás será otra cosa. Creeré en Jesús si es él quien manda en mis criterios y mis valores; si es él quien da sentido a mi vida; si creo que sus criterios pueden salvar el mundo del desastre y me comprometo con la tarea de hacerlo. Porque la fe no es un privilegio otorgado a unos y vedado a otros, sino el compromiso firme con un modo de vida cuya meta es la fraternidad entre todos los hombres y mujeres del mundo…
«Dichosa tú porque has creído».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Varias peculiaridades caracterizan a un profeta de Dios, pero entre las más importes está la de estar inundada por el Espíritu y hablar en su nombre. Esto dice el texto de Lucas 1,39-45 acerca de Isabel: “Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó…”. Son exactamente las características definitivas del profetismo: levantar la voz y hablar inundada por el Espíritu. A ello se suman como características propias la interpretación del presente y el anuncio del futuro. Isabel anuncia el presente de “la madre de mi Señor”, es decir, exclama que el hijo de María es el Señor. Y anuncia el futuro: “lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Las promesas se cumplen. Y eso las llena de alegría.
La palabra profética además no es dada para quedarse en la intimidad o en el interior de una casa. Podríamos caer en el error de pensar que estas palabras fueron dichas para el espacio doméstico ya que se narran dichas por mujeres en el entorno de la casa de Isabel. Pero, aun con estas características, estas palabras forman parte de los evangelios, del anuncio de la buena noticia, y por ello se expanden a todos los que creen. Además, en el catolicismo ocupan un lugar privilegiado ya que son los enunciados que forman la oración del avemaría. Es decir, las palabras proféticas de Isabel narradas por Lucas, forman parte de la “Palabra de Dios” y de la oración popular católica más extendida.
En Isabel encuentran su momento culminante las palabras proféticas del Antiguo Testamento. Estas anunciaban la alianza de Dios con su pueblo y la espera del salvador. Las palabras de Isabel marcan la realización en el presente de las promesas de Dios: en el seno de una familia, en la bendición de las primas (ella misma y María), en el gozo de los niños que llevan (Juan y Jesús): Dios habita en medio nuestro.
Isabel, mujer llena del Espíritu, es una profeta de la alegría y del encuentro, de la esperanza, de la bendición y de las bienaventuranzas y, sobre todo, de la constatación que Dios anuncia lo que va a realizar y que su Palabra siempre se cumple.
Paula Depalma
Fuente Fe Adulta
Fuente imagen tomada de: James B. Janknegt, “The Visitation,” 2008. Oil on canvas, 36 x 24 in. Source: http://www.bcartfarm.com/visitation.html
La alegría es signo de vida liberada y entregada. Cuando la planta está bien nutrida y no encuentra obstáculos en su crecimiento, da sus flores de manera natural, desapropiada y gratuitamente. De la misma manera, la persona que vive anclada en la comprensión de lo que somos vive y contagia alegría.
Probablemente, pocas cosas resulten tan gratificantes como vivir junto a una persona alegre, y pocas actitudes tan valiosas como aquella de despertar la alegría en los demás.
Cuando es genuina, la alegría es inseparable de la humildad, por lo que se hace tanto más presente cuanto más el ego se quita de en medio. La “alegría” del ego es -valga la redundancia- egocentrada. Lleva la marca de la impermanencia y de la inestabilidad, ya que fluctúa en razón de que se cumplan o no las propias expectativas egoicas. Y lleva igualmente la marca de la separatividad: lo que importa es “mi” alegría.
La alegría genuina, por el contrario, permanece como un fondo sereno que permanece aun en medio de “oleajes” de distintos tipos. No hay apropiación, porque no se ve como una cualidad que tuviera el yo, sino que se percibe como un estado de ser que lo sostiene. Eso explica igualmente que la alegría vaya de la mano de la humildad.
No es difícil observar que las personas que despiertan y contagian alegría no se mueven por la voluntad de conseguir esos resultados. Sencillamente, viven sostenidas por la alegría y la humildad. Es precisamente ese modo de vivir el que se transparenta y se contagia.
La visita de María a Isabel que hemos evocado en este cuarto domingo de adviento -cercano ya a la navidad- es un encuentro en el que podemos apreciar:
Levantarse. María se levanta y “resucita” a la nueva vida de su hijo, Jesús. (En este caso el hijo, Jesús, es quien da vida a su madre y a todos).
¿Me levanto en mis hundimientos? ¿Acojo la vida del Señor en mí?
La montaña. María sube la montaña: la montaña es el lugar del encuentro con Dios.
¿Me encuentro amablemente con Dios?
Camino: María ha de recorrer unos 155 kms. de Nazaret a Jerusalén para visitar a su prima Isabel.
¿Camino en la vida o estoy bloqueado, paralizado?
Vida (se encuentran dos mujeres que están gestando vida). ¿Qué estarán viviendo y hablando si no es de la vida?
¿Amo y trabajo por la vida propia y de los demás?
Encuentro: María e Isabel, -primas entre sí- se acogen.
¿Propicio encuentros o distanciamientos y rupturas en la vida?
Bendición: todo el texto tiene una tonalidad de bendición: bendita entre todas las mujeres.
¿Bendigo -digo bien- en la vida o maldigo, -digo mal y males- en mis relaciones?
Felicidad en la. Dichosa Tú…
¿Mi alma, mi psicología está serena, más o menos feliz?
Terminamos el año. ¿Cómo me ha ido?
Caminar
Vivir
Felicidad y dicha
No es un mal programa de vida para el nuevo año, 2025:
02.- v 39: María se pone en camino (y aprisa).
María sale aprisa de su tierra (Galilea); se pone en camino hacia el sur, a Judea, para visitar a su pariente Isabel, que está ya siendo madre de Juan Bautista.
El encuentro, la visita de María a Isabel desborda vida:
En San Lucas es importante el sentido de camino, de proceso.
Ya el Éxodo fue un camino de libertad y liberación.
El hijo pródigo recorre un camino negativo -más tarde positivo- de encuentro con su Padre, con Dios.
Los dos de Emaús se encuentran con la vida en el camino.
Vivir es caminar y caminar es vivir. Las cosas, la vida, las ideas, las personas caminamos y en los recorridos vivimos, creamos vida.
En todos los aspectos y dimensiones de la vida se trata de caminar y crear vida: en la vida personal, familiar, en las ideas, en la cultura, en la vida sociopolítica, eclesial, comunitaria.
Antonio Machado decía aquello de que: Caminante no hay camino, se hace camino al andar….
+ ¿Camino en la vida o me encuentro estancado, atrincherado en mis ideas eclesiásticas-religiosas, políticas?
Lo que pienso y digo yo siempre es la verdad absoluta?
¿Quizás me encuentro bloqueado por la decepción?
+ ¿Me doy prisa en darme cuenta de las situaciones difíciles de los demás?
+ Noble tarea visitar a los familiares, especialmente cuando están enfermos o en necesidad.
03.- vv 40-41 Se saludaron.
En la conversación entre María e Isabel varias veces aparece la expresión: “se saludaron”. Saludo que viene de salud. En hebreo se saludaban con la expresión shalom: paz, bienestar.
El saludo (salud: paz: salvación), hace bien, causa serenidad y alegría: en cuanto escuché tu saludo, la vida se llenó de alegría.
El no saludarse en el camino de la Vida es excluirse o eliminar a los demás de la existencia. (el negar el saludo es una actitud grave en la vida)
A todos nos hace bien el saludo -la salud- en las relaciones humanas: familiares, profesionales, políticas, eclesiales, amigos.
Sin embargo somos conscientes de que hay situaciones, viejos problemas familiares, de vecindad, laborales, políticos que no facilitan el saludo… ¿No serán posibles relaciones respetuosas, discretas y amables?
04.- La Vida es la vida, defiéndela
o Se encuentran -se acogen- dos mujeres que están ya siendo madres. Lo más natural del mundo es que hablen de la vida y de las vidas que están llegando.
o ¿Amo y cuido la vida? ¡No solamente la mía!, sino la vida de los demás, de la familia, de los que convivimos en la ciudad (polis), en la comunidad / iglesia, emigrantes, parados, tercer mundo.
o ¿Soy sensible a quienes les falta vida: enfermos, personas con problemas serios?
05.- v. 41 María transmite serenidad y alegría.
La criatura saltó de alegría en el vientre de Isabel, porque María transmite serenidad y alegría. Isabel y su hijo saltan de gozo.
María no va a ver cómo tiene la casa su pariente Isabel, ni a decirle qué tiene que hacer. (Mala costumbre la de meterse y organizar la vida de los demás). María no va con “chismes” que le han dicho en la calle. María está serenamente en la vida, sin prepotencias, ni órdenes, ni exigencias. María se fía, confía en Dios y en la vida y desde esa confianza vive serenamente e infunde bienestar.
A veces transmitimos nervios, crispación, prepotencia, sensación de querer dominar la situación (poder).
Es sano estar en la vida sin mucho ruido: sin “colgarnos medallas”. Es hermoso no pretender dominar la existencia, sino simplemente estar en ella sencillamente, gratuitamente, de balde: gratis: gracia.
Miremos si estamos en calma en la vida, sin competencias ni exigencias, sin perfeccionismos; así también estarán bien los demás.
06.- vv 42. Bendita y bendito el fruto de tu vientre
Todo el relato transpira un tono de bendición: “decir bien”: bendita, bendito el fruto de tu vientre.
Bendita: bendecir significa decir bien, que es lo contrario de maldecir, de decir mal.
Decir bien no es adular, ni hablar por no callar. A veces el silencio es la mejor palabra.
07.- v 45 Dichosa tu porque has creído.
Vuelve a aparecer la felicidad de María y de su prima Isabel. Y la raíz de la felicidad es la fe, la confianza, dichosa porque has creído.
María fue una gran creyente, la primera creyente en su hijo, Jesús. La confianza es la actitud connatural en la existencia. Es muy problemático y es enfermizo vivir en la desconfianza, en el recelo, en al envidia, en la sospecha.
María, mujer humilde, fue bendita, dichosa y feliz porque confió, se fio de Dios y de su papel en la vida, en la historia de la salvación. Por eso fue bendita y feliz.
Hacer la vida lo más amable y feliz posible no es poca cosa en la vida
Comentario al evangelio del IV domingo de adviento 22-12-2024
Las protagonistas de la historia de salvación también son mujeres
Isabel y María muestran un protagonismo activo en la venida del Salvador del Mundo
María e Isabel son mujeres, con voz, con capacidad de salir hacia los otros, con palabra profética, con acciones decisivas para el cumplimiento del plan de salvación
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa a una ciudad de Juda; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedo llena de Espíritu Santo y exclamando con gran voz, dijo:
– Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor, venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor
(Lc 1,39-45)
En este cuarto y último domingo de adviento se nos ofrece una lectura que vincula el paso del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, de la figura de Juan Bautista a la de Jesús. Pero en este texto las protagonistas son mujeres: Isabel y Maria.
Fijémonos en Isabel. Era estéril, pero bendecida por Dios, quedó embarazada en avanzada edad. En este encuentro con María, Isabel queda llena del Espíritu Santo y, contra la costumbre de ese pueblo donde las mujeres no pronuncian palabras en público, ella “exclama con gran voz” lo que está sucediendo en María: ella es bendita entre las mujeres por el Hijo que lleva en su seno y por su fe que ha permitido que se de este acontecimiento. El valor de María no es por ella misma sino por su papel en la historia de salvación, por su aceptación activa en la encarnación del Hijo de Dios, porque se ha dispuesto a colaborar incondicionalmente con la historia de la salvación.
Podemos señalar otro dato de Isabel que conoceremos en otro texto de este evangelio cuando ya ha nacido Juan Bautista y lo van a circuncidar. Lo van a llamar Zacarías como su padre -recordemos que Zacarías se ha quedado mudo por no creer que iba a engendrar un Hijo en edad adulta- pero en ese contexto, Isabel nuevamente levanta la voz para decir que se ha de llamar Juan (Lc 1, 60). Contrario a los imaginarios que se han cultivado sobre las mujeres en la historia de salvación al no recordar suficientemente sus nombres, ni profundizar en sus historias, haciéndonos creer que los protagonistas son todos varones, una lectura atenta de estos textos nos permite ver el protagonismo de las mujeres y sus acciones importantes y decisivas en dicha historia.
Sobre la figura de María, el ponerse en camino para ir a visitar a Isabel ya nos muestra su disposición, su participación, su protagonismo en el designio divino que se le ha confiado. Podríamos decir que ella está mostrando que ese Mesías esperado del Antiguo Testamento, Mesías del que Juan Bautista será el precursor, es ese hijo que ella está esperando y con quien ya está comenzando la realización de la esperanza prometida.
Leer este texto finalizando adviento, nos ayuda a seguir valorando el protagonismo de las mujeres en el plan de salvación de Dios sobre la humanidad. No es una historia de varones como se nos ha enseñado, es una historia también de mujeres, con voz, con salir hacia los otros, con palabra profética, con verdades de fe claramente vividas y expresadas.
Felices todos aquellos que creen en las promesas del Señor, promesas renovadas en este tiempo de adviento, tiempo de preparación para acogerlas y vivirlas en nuestro presente, en la medida que la navidad pase de ser una celebración externa a una renovación de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor.
(Foto tomada de: http://www.ricardohuante.com/2021/12/domingo-iv-de-adviento-ciclo-c-domingo.html)
Comentario a la lectura evangélica (Lucas 1,39-45) del IV Domingo de Adviento
Por medio de María, que se hizo obediente a la Palabra, Dios visita a su pueblo y su pueblo le reconoce. Este reconocimiento es el fin de su designio, el término de su trabajo (Lc 19,44; 13,34), el cumplimiento de la historia de la salvación (Rm 11,25-36). El misterio de la visitación es el anticipo de este acontecimiento escatológico, en el que la misericordia se manifestará a todos los que estaban encerrados en la desobediencia (Rm 11,32). Es la alegría final del encuentro, tan impedido y tan anhelado, entre el esposo y la esposa, del que habla el Cántico. La visita del Señor es el sentido de la historia personal y universal.
«En aquellos días, María subió a la montaña». María va «de prisa» a visitar a Isabel. No va por ansiedad o incertidumbre, sino por alegría y preocupación. No va por curiosidad o por saber; cree lo que le han dicho de su prima. A Zacarías, que no cree y pide una señal, Dios no le da ninguna, salvo quedarse mudo y sin expresión. A María, en cambio, que cree, le dará la verdadera señal en el reconocimiento de Isabel. Si uno no cree, no puede aceptar el don de Dios, sea cual sea el signo que se le dé.
«Y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». El saludo hebreo es ‘shalom’, ‘¡paz!’ María desea, promete y trae la paz a esta casa, signo de la visita del Señor. Más allá del saludo, el que es saludado «bendice» al que acoge. Dice «bien» del que, al acogerlo, «le da bien compartir con él el techo y el pan». El huésped en Israel es sagrado y la hospitalidad una bendición. En ella se deja fluir el bien recibido, reconociendo su fuente inagotable. Al dar el don recibido, se entra en el círculo de la vida de Dios.
«El niño saltó en su vientre»: en presencia de María, las entrañas de Isabel saltaron. ¡Los dos niños se reconocen ante sus respectivas madres, que se conocían bien! Hay un reconocimiento visceral entre la promesa y el cumplimiento, del que los respectivos portadores se dan cuenta más tarde. La acción de Dios que promete y cumple nos impacta hasta lo más profundo. Por esto lo reconocemos. Esta historia anticipa Pentecostés: el mismo Espíritu que aquí llenará a los apóstoles llena a Isabel. El encuentro con el Señor es, en definitiva, siempre este don del Espíritu, reconocible por los frutos.
«Y bienaventurada la que ha creído»: Isabel finalmente llama bienaventurada a María porque creyó en el cumplimiento de la palabra del Señor. Es la primera bienaventuranza, la fundamental: la fe en la promesa, que permite al Señor vivir “hoy” en el creyente que lo escucha. Su bienaventuranza como Madre de Dios es compartida por todo creyente que escucha y practica la Palabra (8,21; 11,27ss).
Una propuesta para tu contemplación podría ser detenerse en los títulos marianos de este pasaje evangélico…
El saludo de María provoca en Isabel, “por relación causal”, la exaltación del niño que lleva en su seno y la efusión del Espíritu. Isabel puede así conocer la verdadera identidad de María, determinada por su maternidad hacia el Señor y por su fe. El oráculo de la madre de Juan detalla tres títulos, que sitúan a María en el centro de la escena y también de la salvación:
a) “bendita tú entre las mujeres” (Lc 1,42) se hace eco de la bendición de Jael y Judit (Jue 5,24; Jdt 13,18) pero con una carga escatológica, en cuanto a Jesús es un superlativo que reconoce que Dios hizo fértil el vientre de la Virgen, haciendo germinar en ella al propio autor de la vida. A la bendición de María le sigue la del “fruto de su vientre“, que según la ley del paralelismo explica y especifica el significado de la primera: Jesús es la fuente de la bendición de María.
b) “La Madre de mi Señor” (Lc 1,43) implica una homología cristológica: Jesús es proclamado Señor tanto en un sentido real y mesiánico como en un sentido trascendente y divino como será reconocido después de la resurrección. Por tanto, el título indica a María como la Ghebirah (señora) o Madre real del Mesías y al mismo tiempo Madre del Hijo de Dios.
c) “bienaventurada la que ha creído” (Lc 1,45) interpreta la respuesta de María al ángel como un acto de fe. De ello forma parte la propia maternidad mesiánica de María, que no fue sólo de naturaleza biológica. Con la fe como escucha de la palabra y obediencia, María entra en el criterio de discriminación para formar parte de la familia escatológica que formará Jesús. A pesar de haber recibido un signo (1,36-37), fue una creyente que la palabra de Dios es suficiente.
Otra propuesta para tu contemplación podría ser contemplar el encuentro – la danza entre estas dos mujeres embarazadas…
María ‘se puso de pie‘. Es el verbo de la resurrección. De alguna manera María ha pasado por una muerte, un vaciamiento, que Dios ha llenado de gracia y de verdad, y “resucitada” emprende su camino, con el impulso de la vida nueva de Jesús en su seno, para llegar a Aquel que puede comprender el misterio y el escándalo de su fe.
Isabel y María son dos hijas de Israel, su historia se entrelaza y se confunde con la de su pueblo; ambas están embarazadas porque, de diferentes maneras, hicieron lugar a la promesa de Dios y el bien de sus vidas se cumplió dentro de un bien mayor, un bien que nos alcanza. Son dos mujeres que han conocido lo imposible de Dios en su carne.
Isabel es avanzada en años, casada con un hombre de clase sacerdotal, y es estéril; María es una joven, comprometida con un carpintero, y es virgen; son, por tanto, muy diferentes, pero comparten el misterio de una vida recibida “por gracia” y esto disipa cualquier distancia, cualquier vergüenza, cualquier miedo al juicio: su encuentro se convierte en motivo de alegría y de bendición. Es el encuentro y la danza que nos gustaría que ocurriera al menos una vez, por qué no, a cada uno de nosotros.
Incluso antes de nacer, Jesús, en el vientre de su madre, comienza a recorrer los caminos de Galilea y Judea; incluso antes de nacer, Juan comienza a alegrarse en él, el Esperado por todos los hombres; Incluso antes de nacer, Isabel reconoció su presencia y la bienaventuranza de María “por haber creído en el cumplimiento de lo que el Señor le decía“. Incluso antes de nacer, María se hace discípula de aquel Hijo, que “al entrar en el mundo dice: He aquí, vengo a hacer tu voluntad, oh Dios“. Hay, pues, algo que sucede también en el tiempo de la espera, la espera de quien camina en la fe hacia la luz que no conoce ocaso.
Cada día el Señor Jesús camina por nuestras calles, viene a nuestro lado de las más diversas maneras, su vida en nosotros es la que marca la diferencia. Él es el destino y la bienaventuranza de quien escucha la palabra de Dios y la pone en práctica, incluso en los días difíciles y oscuros, cuando creer parece poco inútil, ir contra la corriente y estar exactamente donde no se quiere estar.
Y si María es bendita entre las mujeres no en sentido excluyente sino inclusivo, es decir, entre todos, entonces escuchar a Dios es también escuchar a los hermanos entre los que vivimos. Cada día, como Isabel, estamos llamados a reconocer los signos de la presencia del Señor, dondequiera que se encuentren, para bendecir a Dios y alegrarnos de él y del bien que todavía hace entre nosotros. Cuánta esperanza trae el bien reconocido y bendito, el bien que ya existe en la vida cotidiana de muchas personas, jóvenes y mayores, el bien que no hace ruido, no hace audiencia.
Cada día, al atardecer, antes de que la oscuridad lo envuelva todo, la Iglesia canta el Magnificat, el canto de María, que se hace eco del de otras mujeres de su pueblo: Miriam, hermana de Moisés, Ana, madre de Samuel… Un canto de confianza y de esperanza, que acompaña el tiempo de espera e ilumina las tinieblas de la noche: Dios no deja nunca de visitarnos en los pliegues y heridas de nuestra existencia. Podemos creer y esperar que ya ahora, en nuestra irremplazable adhesión a la Palabra y al Espíritu, esté en gestación ese mundo nuevo en el que los poderosos sean derribados de sus tronos, los humildes sean exaltados, los hambrientos sean colmados de bienes y el abrazo de misericordia alcance todo y a todos.
Comentarios desactivados en “Creer es otra cosa ”. 4 Adviento – C (Lucas 1,39-45)
Estamos viviendo unos tiempos en los que cada vez más el único modo de poder creer de verdad va a ser para muchos aprender a creer de otra manera. Ya el gran converso John Henry Newman anunció esta situación cuando advertía que una fe pasiva, heredada y no repensada acabaría entre las personas cultas en «indiferencia», y entre las personas sencillas en «superstición». Es bueno recordar algunos aspectos esenciales de la fe.
La fe es siempre una experiencia personal. No basta creer en lo que otros nos predican de Dios. Cada uno solo cree, en definitiva, lo que de verdad cree en el fondo de su corazón ante Dios, no lo que oye decir a otros. Para creer en Dios es necesario pasar de una fe pasiva, infantil, heredada, a una fe más responsable y personal. Esta es la primera pregunta: ¿yo creo en Dios o en aquellos que me hablan de él?
En la fe no todo es igual. Hay que saber diferenciar lo que es esencial y lo que es accesorio, y, después de veinte siglos, hay mucho de accesorio en nuestro cristianismo. La fe del que confía en Dios está más allá de las palabras, las discusiones teológicas y las normas eclesiásticas. Lo que define a un cristiano no es el ser virtuoso u observante, sino el vivir confiando en un Dios cercano por el que se siente amado sin condiciones. Esta puede ser la segunda pregunta: ¿confío en Dios o me quedo atrapado en otras cuestiones secundarias?
En la fe, lo importante no es afirmar que uno cree en Dios, sino saber en qué Dios cree. Nada es más decisivo que la idea que cada uno se hace de Dios. Si creo en un Dios autoritario y justiciero terminaré tratando de dominar y juzgar a todos. Si creo en un Dios que es amor y perdón viviré amando y perdonando. Esta puede ser la pregunta: ¿en qué Dios creo yo: en un Dios que responde a mis ambiciones e intereses o en el Dios vivo revelado en Jesús?
La fe, por otra parte, no es una especie de «capital» que recibimos en el bautismo y del que podemos disponer para el resto de la vida. La fe es una actitud viva que nos mantiene atentos a Dios, abiertos cada día a su misterio de cercanía y amor a cada ser humano.
María es el mejor modelo de esta fe viva y confiada. La mujer que sabe escuchar a Dios en el fondo de su corazón y vive abierta a sus designios de salvación. Su prima Isabel la alaba con estas palabras memorables: «¡Dichosa tú, que has creído!». Dichoso también tú si aprendes a creer. Es lo mejor que te puede suceder en la vida.
Comentarios desactivados en “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Domingo 19 de diciembre de 2021. 4º de Adviento
De Koinonia:
Miqueas 5, 1-4a. De ti saldrá el jefe de Israel: Salmo responsorial: 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. Hebreos 10, 5-10: Aquí estoy para hacer tu voluntad. Lucas 1, 39-45: ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
Miqueas, de quien está tomada la primera lectura, vivió en el reinado de Ezequías. Cuando el modesto profeta llegó a la corte, se encontró con Isaías, de quien al parecer recibió influjo literario, aunque siempre conservó su estilo personal.
Miqueas atacó sobre todo a los poderosos que abusan del pobre para robar y oprimir, a los jueces corrompidos, pero compuso también magníficos poemas de salvación, entre los que sobresale la profecía sobre Belén. El Mesías esperado nacerá en Belén, pequeña población de Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos y Él será nuestra paz.
La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos. Supuestamente Pablo compara la obra cultual de Cristo con la del Antiguo Testamento, y el sacrificio de Cristo con los antiguos “sacrificios” religiosos. A través de esta comparación se nos muestra con profundidad la naturaleza y finalidad de la encarnación. El sacrificio de Cristo tiene lugar de una vez para siempre y no consiste tanto en la inmolación de una víctima, cuanto en la comunión con el Padre, a la que todos somos invitados. En lo sucesivo no habrá una religión de ceremonias y de ritos, sino una religión “en Espíritu y en Verdad”. La voluntad de Dios no ha sido la muerte del Hijo, sino el hacer partícipe a su Hijo de la condición humana con el suficiente amor para que todo lo humano quedara transformado. La sangre del Hijo, más que ofrenda para aplacar a un Dios justiciero, es don a los seres humanos de un Dios lleno de amor. Nuestra santificación consiste en vivir “en Espíritu y en Verdad” esa amistad con Dios. Aquí radica la esencia del Espíritu religioso.
Acercarse a celebrar el nacimiento de Jesús conlleva recordar la condición de mujer y la fe de María. El episodio llamado de la visitación, del evangelio de Lucas nos relata el encuentro de dos mujeres madres. María, la galilea, va a Judá, la región en la que un día el hijo que lleva dentro de ella será rechazado y condenado a muerte (Lc 1,39). Ante el saludo de la joven, el niño que Isabel está a punto de dar a luz “salta de gozo” (vv. 41 y 44). La madre alude poco después a lo que siente dentro de sí; se trata de la alegría del niño –el futuro Juan Bautista- alrededor de quien habían girado hasta el momento los acontecimientos narrados en este primer capítulo de Lucas. Juan cede ahora el paso a Jesús. El gozo es la primera respuesta a la venida del Mesías. Experimentar alegría porque nos sabemos amados por Dios es prepararnos para la navidad.
Isabel pronuncia entonces una doble bendición. Como ocurre siempre en manifestaciones importantes, Lucas subraya que lo hace “llena del Espíritu Santo” (v. 41). María es declarada “Bendita entre las mujeres”(v. 42), su condición de mujer es destacada; en tanto que tal es considerada amada y privilegiada por Dios. Esto es ratificado por el segundo motivo del elogio: “Bendito el fruto de tu vientre” (v.42). Este fruto es Jesús, pero el texto subraya el hecho de que por ahora está en el cuerpo de una mujer, en sus entrañas, tejido de su tejido. El cuerpo de María deviene así el arca santa donde se alberga el Espíritu y manifiesta la grandeza de su condición femenina. En su visitante, Isabel reconoce a la “madre del Señor” (v 43), aquella que dará a luz a quien debe liberar a su pueblo, según lo anunciaba el profeta Miqueas (5,2-5).
Bendecir (bene-dícere) significa hablar bien, ensalzar, glorificar. Con anterioridad al nacimiento de Jesús, aparecen en los evangelios bendiciones por parte de Zacarías, Simeón, Isabel y María. Todos bendicen a Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo, Jesús bendice a los niños, a los enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda bendición va dirigida a Dios. La oración de bendición es, sobre todo, alabanza de acción de gracias. De este modo celebramos la Eucaristía. Pero también la bendición se extiende a todas las criaturas incluso a las inanimadas: ramos, ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos y especialmente “bendita” es María, la madre de Jesús.
El Espíritu Santo ayuda a Isabel a pronunciar una bendición: “¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre!”. Desde entonces, millones de veces lo hemos dicho todos los cristianos en el “Ave María”. Son benditos, bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra, los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús.
María creyó. Ésta fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. María se convierte en maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios aunque ella no se pudiera explicar el modo como se realizaría aquel plan. Toda la vida de María se fundamenta en su fe, en la adhesión que ha prestado desde el primer momento a la revelación que llegó hasta ella. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 4 Adv. De mil hombres uno, de mil mujeres ninguna. Ministerio de María en la iglesia (20.12.21).
Del blog de Xabier Pikaza:
Diógenes anduvo con un candil buscando un hombre en Atenas, y dicen que no encontró ninguno. Salomón, rey y sacerdote de Jerusalén, escribió un libro llamado Qohelet (en griego Eclesiastés), manual de “asamblea” o iglesia (qahal), diciendo que entre mil hombres sólo encontró uno y entre mil mujeres ninguna (Ecl ó Qoh 7, 28).
La iglesia católica busca hombres y entre mil suele encontrar uno para cura o ministro. Entre mujeres no busca, porque dice de antemano que no puede haber ninguna.
Posiblemente el tema se puede contar de otra manera rasgos. Pero el hecho de que la Gran Iglesia haya puesto a María en un pedestal de templo pero no le haya concedido ministerio alguno significa que ella sigue estando en el AT, como Salomón, como indicaré recordando a María y su función de Adviento, para pasar ya por fin al NT.
| X. Pikaza
Evangelio, 4º Dom Adviento. Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Este evangelio interpreta el comienzo de la Iglesia como “diálogo de mujeres” (Isabel y María) que definen el pasado de Israel y el futuro de la Iglesia de seguidores de Jesús. Isabel presenta a María como “bendita” (euloguêmenê) el título más grande que se puede dar a una persona, y como “bienaventurada” (makaria), dignidad suprema de un hombre en el mundo) y como “creyente” (pisteusasa).
Estas tres notas (bendita, bienaventurada y creyente) son las más altas de un cristiano, de forma que el hecho de decir que ella es “mujer” (y no varón) para impedir que sea “ministro” (representante y mensajero de Jesús) parece una torpeza, quizá una “necedad” (en el sentido del Eclesiastés).
Diógenes no pudo encontrar a una mujer, porque no la buscaba. Tampoco Salomón, aunque tenía un harén de casi 1000 esposas-esclavas sexuales). El Dios del NT encontró sin embargo una mujer-persona, llamada María, capaz de dialogar con él y con Isabel su prima. Entiéndanse desde aquí las reflexiones que siguen, tomadas de un diccionario de Mariología y de otro de Biblia.
Una Virgen llamada María. Itinerario personal (Lc 1, 27)
El evangelio presenta a María como virgen, parthenos. Esta palabra incluye diferentes matices que han sido muchas veces discutidos y que ahora no podemos precisar. Aquí sólo queremos indicar su significado en relación con María, como mujer libre, dueña de sí misma. La virginidad es precisamente expresión de libertad personal, de autonomía, como ahora mostraremos.
1.Parthenos, virgen, una mujer sexual y humanamente ya madura. No es niña que crece y que no tiene todavía la experiencia de vida y madurez del propio cuerpo; no es niña que juega y va aprendiendo, mientras deja que el curso de su vida lo decidan y lo fijen otros. Virgen es aquella mujer que ha madurado, descubriendo de forma experiencial la vida de su cuerpo (cf Gén 3,20) y sabiendo que ella misma es la que debe decidir sobre esa vida y realizarla.
2. Parthenos,es una mujer que actúa como dueña de sí misma. No se define simplemente como objeto de deseo para el macho, en la línea de Gén 3,16; tampoco se limita a desplegarse como vientre-pechos para el hijo conforme a la palabra popular de Lc 11, 27. Al presentarse como virgen, la mujer trasciende el plano de la vitalidad (cf Gén 3,20), entendida como relación con el marido y con los hijos; ella es más que una función reproductora, al servicio del deseo del varón y de la vida de su prole. La mujer empieza a ser ella misma, con un nombre propio, con una personalidad irrepetible, con su propia libertad personal. En esta perspectiva nos sitúa el término de virgen en Mt/01/23y Lc/01/27.
3. María,una virgen desposada (Lc 1,27), y esto añade un dato muy significativo al tema. No es la virgen miedosa, de ciertas neurosis, que se mantiene en soledad por miedo hacia un marido; no es tampoco la virgen egoísta, que prefiere hacer la vida a solas, sin tener que compartirla con otros; tampoco es la virgen dura de ciertas leyendas, que se mantiene independiente por despecho o por rechazo, para oprimir mejor a los varones; no es, finalmente, la virgen amazona, defensora violenta de su libertad, que combate a los varones opresores. Ella es virgen desposada, es decir, abierta al diálogo con un varón, llamado José, con quien proyecta compartir su vida.
4. María ha nacido a la libertad y como mujer libre pretende comprometerse con un varón, en el camino mesiánico de las promesas patriarcales, ligadas precisamente al matrimonio y a la descendencia. No es una virgen solitaria, que rechaza como desagradable o negativa (para ella) toda relación profunda con otras perssonas. Tampoco es virgen vestal, que haya decidido consagrar su castidad a Dios, como sacerdotisa de un culto que prohíbe las uniones sexuales de la tierra. María es virgen desposada: se sabe dueña de sí misma y, como tal, ha decidido compartir con un varón el camino de su vida, conforme a la palabra más sagrada del AT.
5. María es una virgen que dialoga con Dios que ha salido a su encuentro para proponerse un compromiso de vida más alto. Debemos destacar el dato. Dios no habla en este plano a una casada, que ha realizado ya su opción afectiva dentro de un matrimonio consolidado, aunque ese matrimonio fuera estéril, como en el caso de Isabel y Zacarías (cf Lc 1,5-25). Tampoco sale al encuentro de una virgen vacilante, que no sabe cómo responder con su virginidad ni cómo comprometerse. Dios habla al corazón de una “virgen desposada”, introduciéndose en el ámbito de su decisión y liberándola para un tipo de compromiso superior, que será único en la historia de la humanidad.
Lucas y Mateo nos presentan, con gran delicadeza y sobriedad, los elementos fundamentales de este compromiso de María. Ella puede realizarlo porque es virgen desposada: porque es dueña de sí misma y se halla abierta hacia el misterio del amor que es el espacio de la vida. Precisamente en ese espacio le habla Dios y ella le responde de manera afirmativa, “concibiendo por la fe al mismo Hijo de Dios”, como ha destacado sin cesar la tradición cristiana; ella ha concebido “por la palabra”, es decir, en plena libertad, como persona que escucha y que responde en nivel de totalidad personal y no sólo en un plano de ideas.
6. Mujer mesiánica de un hombre que debe confiar en ella. Desde este momento, por intervención especial del Espíritu santo que ella asume libremente, María se convierte en mujer mesiánica, signo de vida para hombres y mujeres (cf Mt 1,23; Lc 1,31-35).María no se define ya como mujer poseída por el deseo de un varón que la domina. El nivel fundamental de su deseo queda ya saciado desde el Dios que le dirige la palabra, con la fuerza del Espíritu (cf Lc 1,35). Ella tiene vida propia, tiene su misterio. Por eso puede quedar en silencio respetuoso ante el varón (José) con el que se ha desposado, pues no la entiende. De esta forma se invierten los papeles ordinarios de la historia. Normalmente es el varón el que domina y la mujer, de hallarse dominada, debe darle explicaciones.
Cuando falta poco para estas fiestas, las lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir su sentido y un mensaje de esperanza.
El ejemplo de Isabel: alabanza, asombro, alegría (Lucas 1,39-45)
En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
–“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.“
Aunque en el relato del evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino hacia un pueblecito de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única que habla, y Juan, el hijo que lleva en su seno. Es este el primero en reaccionar, antes que su madre. En cuanto oye el saludo de María (Lucas no cuenta qué palabras usó para saludar) da un salto en el seno de Isabel. Esta, llena de Espíritu Santo, expresa los sentimientos que debe tener cualquier cristiano ante la presencia de Jesús y María.
Alabanza (“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”). El Antiguo Testamento recoge la alabanza de algunas mujeres, pero por motivos muy distintos. Yael es proclamada “bendita entre las mujeres” por haber asesinado a Sísara, general de los enemigos; Rut, por haber elegido a Booz, a pesar de no ser joven; Abigail, por haber impedido a David que se tomara la justicia por su mano; Judit, por haber matado a Holofernes y liberado a Israel; Sara, la esposa de Tobit, por haber abandonado a sus padres para venir a vivir con la familia de Tobías. ¿Qué ha hecho María para que Isabel la bendiga? El relato de la anunciación lo deja claro: ha aceptado el plan de Dios (“he aquí la esclava del Señor”) y eso la ha convertido en madre de Jesús o, como dirá Isabel, en “la madre de mi Señor”. Motivo más que suficiente de alabanza.
Asombro (“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”). La forma de expresarse Isabel, tan personal, recuerda lo que escribió san Pablo a los Gálatas a propósito de la muerte de Jesús: “Me amó y se entregó a la muerte por mí”. Se deja en segundo plano el valor universal de la encarnación y de la muerte para destacar lo que significan para mí. La Navidad, celebrada año tras año durante siglos, corre el peligro de convertirse en algo normal. No nos asombramos de esta venida de Jesús a mí, como si fuera la cosa más lógica del mundo. Buen momento para detenernos y asombrarnos.
Alegría (“la criatura saltó de gozo en mi vientre”). Lucas termina por donde empezó: hablando de la reacción de Juan. Pero ahora añade que el salto en el vientre de su madre lo provocó la alegría de escuchar el saludo. Los domingos anteriores han insistido en el tema de estar siempre alegres. Lo específico de este evangelio es que la alegría la provoca la presencia de María y de Jesús.
Estos tres sentimientos los inspira, según Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan presente como debiéramos, es este un buen momento para pedirle que los infunda también en nosotros.
El ejemplo de María: fe
Las palabras de Isabel, que comienzan con una alabanza de María y de Jesús, terminan con otra alabanza de María: “¡Dichosa tú que has creído!” Y esto debe hacernos pensar en la grandeza del misterio que celebramos. No es algo que se pueda entender con argumentos filosóficos ni demostrar científicamente. Es un misterio que exige fe. Para muchos, como decía el cardenal Newman, la fe es “la capacidad de soportar dudas”. Para María es fuente de felicidad. Lo será siempre, a pesar de las terribles pruebas por las que debió pasar. En ese camino misterioso de la fe, ella se nos ofrece como modelo.
El ejemplo de Jesús: cumplir la voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10)
Hermanos:
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.”
Primero dice: “No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias”, que se ofrecen según la Ley. Después añade: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
En la mentalidad del pueblo, y de gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios era ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de que Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos continuamente. En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es de tal valor que no necesita repetirse. Los sacrificios de animales pretendían establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente. El sacrificio de Jesús establece esa relación plena al santificarnos.
Al mismo tiempo, el ejemplo de Jesús nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima de todo, de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
Un anuncio (Miqueas 5,1-4)
Así dice el Señor:
“Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastorea con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.
Este breve oráculo del libro de Miqueas es famoso porque lo cita el evangelio de Mateo cuando los magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el Mesías. El texto se dirige a personas que han vivido la terrible experiencia de la derrota a manos de los babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la deportación, la desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban muchos, había sido de los reyes, los pastores, que no se habían comportado dignamente y habían llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo y el escepticismo, el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso, que extenderá su grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la tranquilidad a su pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un nuevo David. Por eso no nacerá en Jerusalén, sino en Belén.
Resumen
Lo que relaciona las lecturas de este domingo es la misión de Jesús y los frutos que produce. La de Miqueas anuncia que su misión consistirá en ser jefe (pastor) de Israel, procurándole al pueblo la tranquilidad y la paz. En la Carta a los Hebreos, su misión es cumplir la voluntad del Padre; gracias a eso ha restaurado nuestra relación con Dios, nos ha santificado. En el evangelio, la misión no la lleva a cabo Jesús, sino María; su simple presencia provoca una reacción de alabanza, asombro y alegría en Isabel y Juan.
En esta era de las terapias llama la atención que todavía no se hayan «re-inventado» la de bendecir, y le hayan puesto un nombre en inglés. Aunque tal vez sí la han inventado y todavía no la conocemos… Sea como sea, el arte de bendecir da para muchos cursos, talleres y libros. Además, sus buenos efectos para la salud son constatables desde el principio.
Pero antes de seguir con la bendición echemos un vistazo al evangelio que nos regala este último domingo de adviento. Es un texto muy conocido, nos lo sabemos prácticamente de memoria: la visita de María a su prima Isabel.
María, la mujer bendita de Nazaret, cuando recibe el encargo de ser la madre del Hijo de Dios, con una mezcla de asombro, temor y alegría, lo primero que hace es ponerse en camino, irse a compartir su experiencia con quien sabe que vive algo parecido.
María e Isabel son las dos grandes protagonistas del adviento. Las dos, rodeadas de fragilidad, una por su vejez y la otra por su juventud, no solo esperan, sino que sostienen la espera y hacen realidad la promesa.
Ayer leía en un misal de 1996 un pequeño comentario a lo que es el adviento. Hablaba de tres personajes protagonistas del adviento: el pueblo, Isaías y Juan Bautista. El autor de dicho comentario olvidó por completo a las grandes estrellas: María e Isabel.
Isabel, que con sus años ha aprendido el hermoso arte de bendecir, es lo primero que hace cuando oye llegar a María: “-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”
El encuentro entre estas dos mujeres nos invita a bendecir, a ponerle voz y palabra a todo lo bueno que descubrimos. No nos engañemos pensando que el encuentro entre María e Isabel tenía solo cosas buenas, las palabras de Isabel podrían haber sido muy diferentes, algo así como: «¡Menudo lío en el que te has metido, María! ¿Cómo vamos a explicarle a la familia, al pueblo y a José que estás embarazada cuando ni siquiera estás casada?»
Lo de bendecir no es solo, ni principalmente, para los momentos idílicos, es más como la medicina que nos ayuda a descubrir el lado luminoso de la realidad. Quien bendice hace eso: señala la luz, lo bueno, y de ella recibe la fuerza y la claridad.
Oración
¡Bendecid! sí, tomando como modelo a Isabel ejercitemos el arte de bendecir.
¡Bendecid! y nuestra vida se llenará de bendición.
¡Bendecid! y la luz le seguirá ganando terreno a las tinieblas.
Comentarios desactivados en María es portadora de la divinidad.
DOMINGO 4º DE ADVIENTO (C)
Lc 1.39-45
Esos textos no podemos tomarlos como si fueran crónicas de sucesos. Son teología narrativa. Que el texto se ajuste más o menos a los hechos, que sea totalmente inventado o que tenga como fundamento mitos ancestrales, no tiene importancia ninguna. Lo importante es descubrir el mensaje que el autor ha querido transmitir. Si fueran noticias de un suceso, nos daríamos por enterados y punto. Si son teología, nos obliga a desentrañar la verdad que sigue siendo válida. Este texto es uno de los más densos y profundos de Lucas.
Hemos leído los textos desde una perspectiva equivocada. Ni María sabía que había engendrado al “Hijo de Dios” ni Isabel que llevaba en su seno la Precursor. No tiene ninguna verosimilitud que noventa años después del suceso, alguien se acuerde de una visita a una prima, mucho menos que recuerde las palabras que se dijeron. No digamos nada si imaginamos a María, arrancándose con el magníficat, recitado palabra por palabra. No, el relato nos está trasmitiendo lo que pensaban los cristianos de finales del siglo primero.
En el texto todo son símbolos. La primera palabra en griego es ‘anastasa’, que significa levantarse, resurgir, que se ha pasado por alto en la traducción oficial. Es el verbo que emplea el mismo Lucas para indicar la resurrección. Significa que María resucita a una nueva vida y sube a la “montaña”, el ámbito de lo divino. Pensamos que la madre da la vida al hijo. Aquí es el Hijo el que da vida a la madre. Inmediatamente, la madre lleva al que le ha dado esa vida, a los demás, es decir da a luz al Hijo. Eckhart decía con gran atrevimiento: todos estamos preñados de Dios y la principal tarea de todo cristiano es darle a luz.
La visita de María a su prima simboliza la visita de Dios a Israel. La subida de Galilea a Judá nos está adelantando la trayectoria de la vida pública de Jesús. También el Arca de la alianza recorrió el mismo camino por orden de David. El relato está calcado del libro de Samuel II que narra el traslado del arca de la ciudad de Baalá al monte Sion. David dijo: ¿Quién soy yo para que me visite el arca de mi Señor? El arca permaneció tres meses en casa de Obededón de Gat. En la llegada del arca hubo saltos de alegría. El Señor llenó de bendiciones a la casa de Obededón. Hubo cantos y anuncios de liberación.
Lo sublime se digna visitar a lo pequeño. El Emmanuel se manifiesta en el signo más sencillo. El AT y el nuevo se encuentran y se aceptan, fuera del marco de la religiosidad oficial. Desde ahora Dios lo debemos encontrar en lo cotidiano, en la vida. Jesús, ya desde el vientre de su madre, empieza su misión, llevar a otros la salvación y la alegría. Todo quiere indicar que la verdadera salvación siempre repercutirá en beneficio de los demás; si alguien la descubre, inmediatamente la comunicará. La visita comunica alegría (el Espíritu), también a la criatura que Isabel llevaba en su vientre. Se descubre el empeño por dejar a Juan por debajo de Jesús.
Si leemos con atención, descubriremos que todo el relato se convierte en un gran elogio a María. Y es el mismo Espíritu el que provoca esa alabanza: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” ¿Cuántas veces hemos repetido esta alabanza? “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” “Dichosa tú que has creído”. Creer no significa la aceptación de verdades, sino confianza total en un Dios, que siempre quiere lo mejor para el ser humano. A continuación, María pasa al elogio de Dios con el canto de “el Magníficat”.
Lo que intentan estos relatos de la infancia de Jesús es presentarlo como una persona de carne y hueso, aunque extraordinaria ya desde antes de nacer. Cuando afirmamos que esos relatos no son históricos no queremos decir que Jesús no fue una figura histórica. El NT hace siempre referencia a una historia humana concreta, a una experiencia humana única. Sin esa referencia al hombre Jesús, el evangelio carecería de todo fundamento. Ahora bien, el lenguaje que emplea cada uno de los evangelistas es muy distinto. Basta comparar los relatos de Mateo y Lucas con el prólogo de Juan, para darnos cuenta de la abismal diferencia.
La novedad que se manifiesta en María, no elimina ni desprecia la tradición, si no que la integra y transforma. El relato está haciendo constantes referencias al AT. En ningún orden de la vida, debemos vivir volcados hacia el pasado porque impediríamos el progreso. Pero nunca podremos construir el futuro destruyendo nuestro pasado. El árbol no crece si se cortan las raíces. Lo nuevo, si no integra y perfecciona lo antiguo, nunca prosperará.
A la vivencia de Jesús, hace referencia la carta de Pablo. Jesús no es un extraterrestre, sino un ser humano como nosotros, que supo responder a las exigencias más profundas de su ser. La clave está en esa frase: “Aquí estoy para hacer tu voluntad.” No se trata de ofrecer a Dios “dones” o “sacrificios”. Se trata de darnos a nosotros mismos. Esa actitud es propia de una persona volcada sobre lo divino que hay en ella. Pablo contrapone la encarnación al culto. Dios no acepta holocaustos ni víctimas expiatorias. Solo haciendo su voluntad, damos verdadero culto a Dios. En Juan, dice Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”.
Los primeros cristianos no llegaron a la conclusión de que Jesús era Hijo de Dios porque descubrieron en Él la “naturaleza” de Dios sino porque descubrieron que Jesús cumplió su voluntad. Hacía presente a Dios en lo que era y lo que hacía. Para el pensamiento semítico, ser hijo no era principalmente haber sido engendrado sino el reflejar lo que era el padre, cumplir su voluntad, imitarle. Esa fidelidad al ser del padre convertía a alguien en verdadero hijo. Descubrir esto en Jesús, les llevó a considerarlo, sin duda alguna, Hijo de Dios.
Esa voluntad no la descubrió Jesús porque tuviera hilo directo con Dios fuera. Como cualquier mortal, tuvo que ir descubriendo lo que Dios esperaba de él. Siempre atento, no solo a las intuiciones internas, sino también a los acontecimientos y situaciones de la vida, fue adquiriendo ese conocimiento de lo que Dios era para él, y de lo que él era para Dios. ‘La voluntad de Dios’ no es algo venido de fuera y añadido. Es nuestro ser en cuanto proyecto y posibilidad de alcanzar su plenitud. De ahí que, ser fiel a Dios es ser fiel a sí mismo.
En todas las épocas y todos los seres humanos han intentado hacer la voluntad de Dios, pero era siempre con la intención de que el “Poderoso” hiciera después la voluntad del ser humano. Era la actitud del esclavo que hace lo que su dueño le manda, porque es la única manera de sobrevivir. Es una pena que después del ejemplo que nos dio Jesús, los cristianos sigamos haciendo lo mismo de siempre, intentar comprar la voluntad de Dios a cambio de nuestro servilismo. En esa dirección van todas nuestras oraciones, los sacrificios, las promesas, votos.
Salvación y voluntad de Dios son la misma realidad. Jesús, como ser humano, tuvo que salvarse. Para nuestra manera de entender la encarnación, esta idea resulta desconcertante. Creemos que salvarse consiste en librarse de algo negativo. La salvación de Dios no consiste en quitar sino en poner plenitud, En todo ser humano está ya la plenitud como un proyecto que tiene que ir desarrollando. Jesús llevó ese proyecto al límite. Por eso es el Hijo.
Meditación-contemplación
¡Dichoso tú, si de verdad, confías!
María lleva a Jesús a su prima Isabel.
Antes de darle a luz, ya lo manifiesta a los demás.
La semilla divina ya está dentro de ti.
Si la dejas crecer se manifestará fuera.
Es posible que la posesión más valiosa de un ser humano sea la fe, por encima de la sabiduría, la riqueza o el prestigio. Porque la fe nos invita a pensar que no somos unos seres arrojados a este mundo sin referencias y sin más perspectiva que volver a la nada de la que procedemos —como afirma Heidegger—, sino que la vida tiene sentido y que nuestro destino es vivir.
Y quizá lo menos importante de una creencia es que sea “verdadera”. Lo que la hace importante es que nos impide resignarnos a la condición de meros animales más evolucionados que el resto, nos invita a pensar que la vida no se detiene con la muerte, nos ayuda a soportar mejor sus reveses y nos mueve a vivir con mayor ambición. En definitiva, la fe da sentido a nuestra existencia y nos allana el camino de la felicidad.
Cuando alguien busca el sentido de su vida, la primera pregunta es inmediata: ¿Existe un Dios que nos ha concebido con un fin determinado?… Porque si esto es así, basta con que desentrañemos el propósito de Dios y decidamos si queremos ser, o no, consecuentes con él. El problema es que los cauces de comunicación con Dios no son evidentes y solo contamos con nuestra fe para responderla.
La fe en Dios fue lo normal entre la mayoría de ciudadanos hasta bien entrada la edad moderna, y sólo entonces entró en crisis. Este cambio de mentalidad estuvo motivado por el desarrollo científico experimentado en esta época de la historia, y más concretamente, con el convencimiento generalizado de que a través de la ciencia íbamos a dominar la Naturaleza, vencer las enfermedades y, en definitiva, lograr en esta vida la felicidad que la religión sitúa después de la muerte.
Sobre esta base, se desarrolló una filosofía materialista, cientifista, que proclama falso todo lo que escapa al ámbito científico, que rechaza de plano la idea de Dios y propugna como alternativa a la religión un humanismo ateo que considera pueril la práctica religiosa.
Por ejemplo, Freud define la religión como “patología social” que confunde simples fenómenos psíquicos con realidades. Marx la llama el “opio del pueblo”, que mantiene al hombre ausente e inactivo ante la injusticia social. Nietzsche afirma que “Dios ha muerto” en la cultura occidental, y Russell plantea que si Dios existiese tendríamos noticia de su existencia…
Pero el reto de dar sentido a una vida sin Dios y con muerte no es trivial, pues implica que todo el esfuerzo que hagamos para desarrollar un proyecto vital que llene nuestra vida va a quedar destruido por la muerte. Es como si Miguel Ángel hubiese pintado la capilla Sixtina sabiendo que iba a ser destruida en el momento de ser acabada… La muerte es lo normal, pero la sentimos como lo más inesperado, lo más terrible, lo más absurdo; como el fracaso definitivo… a no ser que la fe alimente la esperanza de más vida al traspasar su umbral… «Dichosa tú porque has creído».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Comentarios desactivados en Discernir entre muchas posibilidades y caminar juntos.
James B. Janknegt, “The Visitation,”
Dos cosas quiero resaltar de la visita de María a Isabel, que narra el evangelio de Lucas. La primera es la decisión de María de ponerse en camino. La segunda es la importancia de la alegría celebrada, compartida y que genera una comprensión de la situación concreta y de la historia en clave profética.
El discernimiento acerca de nuestras acciones es una constante sobre todo en momentos especiales de la vida: ¿Qué tenemos que hacer? Y nos encantaría recibir -desde fuera- una respuesta clara, concisa y directa. Pero el discernimiento en el Espíritu no suele ser tan fácil y no suele haber una receta precisa, sino que se presentan incontables posibilidades y cada uno en particular puede elegir diferentes caminos. Además, no siempre sabemos hacia dónde nos conduce cada decisión y no podemos predecir las consecuencias directas e indirectas de nuestros actos. El itinerario no esta diseñado de antemano; está por hacerse y por inventarse. María decide ir a visitar a su prima. Ello implica tiempo de camino, de peregrinación, de estadía fuera de casa y de vuelta al camino. No es una acción sencilla para una mujer embarazada que asume aparentemente sola el reto.
El segundo aspecto es que el encuentro, el camino y sobre todo la alegría celebrada ofrece un modo de comprender la realidad muy específico. Las mujeres, según este relato, se alegran, cantan y recuerdan los textos de sus antepasadas en la fe, según sus escritos sagrados. Cantan juntas, con las voces de sus antepasadas y de este modo la realidad cobra nueva luz para ellas y para todos los demás. Se vuelven profetas para todas las generaciones.
El Adviento es para nosotros un tiempo especial para este discernimiento: ¿Qué hacer? ¿Cómo mejorar? Y nos habla de la conversión como un proceso continuo de atención a la Palabra y a lo que nos pasa y, sobre todo, a las personas que nos rodean.
Pero la conversión no consiste solamente en un proceso individual. Como comunidad reunida, que celebra, como Iglesia que camina en un proceso de conversión continua y estructural, vivimos en una ekklesia semper reformanda, tanto en estilos, en horarios, en estructuras…
En este tiempo, a esta característica de la Iglesia en movimiento, que celebra y que se alegra, se la caracteriza por iniciativa del papa Francisco, con la categoría de sinodalidad. En esta situación, tal vez las palabras proféticas y que invitan a la conversión podrían sonar algo así: ”Aprendamos a caminar juntos”. “Que cada uno discierna su propia vocación y ejerza el ministerio que le ha sido asignado”. “Alegrémonos y hagamos fiestas con los demás”. “Tomemos parte en este proceso de renovación eclesial y no nos mantengamos al margen”. “Escuchemos y demos lugar a los carismas de los otros”. “Construyamos la casa común; seamos partícipes de esta ciudadanía eclesial”.
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