“Víctimas, verdugos y agresiones homófobas”, por Ramón Martínez
Excelente artículo que Ramón Martínez publica en Cascara Amarga
Para vosotros cuatro
“Es insultante para un buen español, ver a una panda de homosexuales en la calle presumiendo de su condición sexual”
“Los homosexuales que estaban en la calle San Miguel son gente intolerante, no respetan la condición sexual de la gran mayoría de la gente”
“Los homosexuales, como demuestran con su bandera multicolor, no tienen patria, son gente apátrida y moralmente enferma”
“¿Por qué tengo que aguantar que una banda de homosexuales se apodere de una zona de Palma con total impunidad?”
“Lo que tienen que hacer los homosexuales es respetar a los heterosexuales que somos la gran mayoría”
Todas estas perlas las escupía esta semana un energúmeno de esos que ensucian Twitter, un tal José Luis, @espectro17, que aunque bien pudiera ser una cuenta paródica, pues tanta estupidez en tan pocas líneas parece humanamente imposible, sirve de ejemplo ilustrativo de uno de los tópicos recurrentes de la posthomofobia, la nueva forma de la discriminación que se disfraza de tolerancia condicionada a un modelo de comportamiento preciso. El objetivo fundamental de esta homofobia que entiende que su discurso debe ser actualizado no es otro que la visibilidad. Ya no pueden decir públicamente que quieren quemarnos en hogueras ni recluirnos en campos de extermino: ahora su principal alegato es que “respetemos” su sexualidad, “respeto” que se consigue cuando las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales desaparecemos de la vista de la población “mayoritaria” y “bienpensante” heterosexual. Interpretan nuestra visibilidad como un atentado contra su “derecho” a ser hegemonía, a ser los únicos depositarios de un privilegio tan simple y a la vez fundamental como ir con sus parejas heterosexuales agarrados del brazo por una calle cualquiera.
Si no nos doblegamos, si tratamos de ser tan visibles como ellos lo son siempre, en sus 364 días de orgullo heterosexual, les estamos atacando, somos “heterófobos”, igual que son “odiahombres” las feministas. Nos llamarán “mariconazis” como a ellas llaman “feminazis”, sin lograr comprender que lo que malentienden como un ataque no es otra cosa que comportarnos del mismo modo en que ellos lo hacen, visiblemente. Quizá estos argumentos de supina ignorancia son los que llevan a Jorge Fernández Díaz, ministro del interior de España, a incluir la heterosexualidad como una orientación sexual susceptible de discriminación en el Informe de Delitos de Odio de 2014; pero en todo caso, del mismo modo en que me he apresurado a denunciar la intolerancia del tuitero extravagante antes mencionado, lo que hay que hacer no es ceder a este discurso y denunciarlo también.
El discurso de odio, aun con las argumentaciones peregrinas con que se construye actualmente relevando la cuestión de la intolerancia a diferentes posicionamientos ideológicos, éticos o culturales, de respeto recíproco que no encierra sino una velada defensa del privilegio heterosexual, supone una amenaza global. Del mismo modo que denunciamos al tuitero absurdo será preciso denunciar al absurdo Ministro del Interior.
El pasado fin de semana cuatro jóvenes gais fueron agredidos física y verbalmente hasta en tres ocasiones por las mismas personas en una sola hora en las inmediaciones de la madrileña Gran Vía. Primero un fuerte golpe en el cuello al grito de “¡maricones!” de dos jóvenes que salieron corriendo. Por segunda vez los mismos agresores los encontraron cerca de la comisaría de la policía municipal, que tomó sus datos al observar el nuevo ataque y los dejó marchar. Si bien los cuatro chicos agredidos advirtió de que la escasa diligencia de los agentes municipales los ponía en riesgo, la única respuesta de uno de los policías fue que dejaran de montar escándalo. Así poco tiempo después se produjo la tercera agresión, más grave, tras de la cual fueron asistidos por la Policía Nacional y por Arcópoli. Los cuatro fueron al hospital y denunciaron en la comisaría que los agentes les indicaron al atenderles en el lugar de los hechos.
Hemos de esperar ahora para comprobar si el protocolo específico para tratar Delitos de Odio con el que se llenaban la boca en su momento el Ministro del Interior y la anterior Delegada del Gobierno, ya sólo candidata a presidir la Comunidad de Madrid, se ha puesto en funcionamiento. La intuición me dice que no o que se trata de un protocolo con infinitas carencias: las agresiones siguen aumentando –en Madrid se han duplicado y según los cálculos en España se produce un ataque por orientación sexual o identidad de género cara hora y tres cuartos–, aunque en los momentos previos a unas elecciones hasta el Partido Popular pretenda congraciarse con una parte del electorado al que ha venido humillando de manera recurrente. Ante su incapacidad política para impedir que una de cada diez personas viva amenazada es necesario preguntarnos qué hemos de hacer con los agresores y cómo es adecuado tratar a las víctimas.
Las respuestas, como siempre, las encontraremos en el Feminismo. Del mismo modo en que una vez conseguido el voto femenino se logró entender que el siguiente gran objetivo era erradicar la violencia que de diferentes formas padecen las mujeres, nuestro activismo debe ahora comprender que, una vez alcanzado el Matrimonio Igualitario, es la lucha contra las agresiones continuas contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales el que debe ser nuestro objetivo fundamental. Es preciso denunciar toda una Cultura de la homofobia –y bifobia y transfobia– que silencia e invisibiliza los atentados contra la vida, integridad y dignidad de las personas que no somos heterosexuales. Hemos de realizar un inmenso trabajo de análisis de nuestro contexto cultural, para descubrir todos los elementos que posibilitan que con total impunidad se produzcan a diario agresiones, del mismo modo en que hemos de precisar bajo cuántas máscaras puede esconderse el ataque contra nuestros derechos y aprender a percibir que no sólo es la violencia física la que debe ser objeto de nuestra atención, sino también y fundamentalmente la violencia simbólica y lingüística que hemos incorporado como parte de un sistema cultural del que hoy hay que denunciar su intolerancia hacia la diversidad.
Es preciso acompañar adecuadamente a las víctimas, ayudando a que comprendan que bajo ningún concepto son responsables de la agresión que han sufrido, desarrollando protocolos de atencion correctos que vayan más allá de las clásicas propuestas electoralistas. Hay que empoderar a todas las personas a las que nos han enseñado a vivir como ciudadanía de segunda para convencernos de que lo natural no es tener que resguardarnos en la privacidad y mantener silencio en lo público, de que nuestra seguridad no sólo es responsabilidad nuestra y por tanto no debemos andar vigilantes siempre para esquivar las amenazas. Es necesario que aprendamos a no vivir con miedo para poder vivir con dignidad.
Y hemos de ser implacables con los agresores. La mayor parte de los trabajos de investigación sobre las causas de la homofobia, bifobia y transfobia explican esta intolerancia en el miedo de quienes atacan a personas no heterosexuales a no ser ellos mismo tan heterosexuales como se creen. Se han llevado a cabo incluso estudios que han conseguido relacionar homofobia con homosexualidad y nos llegan en ocasiones noticias de que dos hombres presuntamente heterosexuales, condenados por ataques contra personas homosexuales, han contraído matrimonio estando en la cárcel. Es necesario entender que con el discurso de que los intolerantes son en realidad lesbianas, gais, bisexuales o transexuales que no asumen quienes son no hacemos sino conseguir únicamente dos cosas: justificar la violencia que los agresores nos infligen empatizando con ellos, porque “son como nosotros y no lo aceptan”; y plantear que de algún modo esa violencia nos la producimos unos a otros, los invisibles a los visibles, los no aceptados a los aceptados, sin responsabilizar de ella a los fundamentos de violencia con que se ha construido la heterosexualidad, principalmente en los varones. Hay que denunciar la violencia que se exige para corroborar la heterosexualidad, y la masculinidad prácticamente siempre, y no permitir que ni por un momento pueda responsabilizarse de la violencia a la propia cualidad de las víctimas, como individuo en sí o como rasgo constitutivo de su cualidad sexual o de género.
Empieza a conseguirse que la violencia de los maltratadores de mujeres no se justifique nunca por los efectos del alcohol, las drogas o la enfermedad mental –salvo en algunos discursos, incluso entre la nueva izquierda–, y hemos de dejar claro que la violencia contra quienes no somos heterosexuales no es posible justificarla tampoco en modo alguno. Nos da igual que acepten o no su sexualidad, que beban o se droguen: del mismo modo en que gritamos contra la violencia de género “no están locos, son asesinos”.
Y así, para terminar, tampoco debe ser un objetivo preguntarnos por qué se incrementan las agresiones, pues la cuestión es erradicarlas sin detenernos en analizar su origen más que para entender mejor cómo hacerlas desaparecer. Y porque además no es difícil saber cuáles son los motivos: dirigentes políticos que fingen empatizar con nuestras necesidades mientras es evidente su incapacidad y despreocupación cuando bajo sus mandatos se incrementa nuestra vulnerabilidad, como el caso de Cristina Cifuentes; y nuestra visibilidad, nuestra cada vez mayor visibilidad, que los energúmenos injustificables entienden –no nos importa por qué– como un atentado a sus derechos, que son privilegios, y creen que nuestro comportamiento justifica sus ataques. Seguiremos siendo visibles, cada vez más. Seguiremos caminando agarrados del brazo por la Gran Vía y por todas la calles, que también son nuestras. Para recordarlo, te espero esta tarde de sábado 2 de mayo a las 19.30 en la Plaza de Chueca. Basta ya de LGTBfobia.
Comentarios recientes