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Respuestas últimas en las últimas.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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evangile-s-2La pregunta por la salvación se ha vuelto el centro del mensaje cristiano. Si bien esto tiene su importancia no debemos olvidar que no siempre fue así. Si, durante mucho tiempo, en especial durante la larga Edad Media, se preguntaban por tratados esenciales como creación o cosmología, con el tiempo la pregunta por la salvación “individual” basada en una antropología dualista marcada por el bien y el mal se volvió el centro de la pregunta por la salvación (soteriología). Estas cuestiones marcaban no solo la teología sino toda la enseñanza y discusiones de la Iglesia. ¿Qué tenemos que hacer para salvarnos? ¿De qué nos salva Jesús? ¿Cómo nos salva?

El texto del evangelio de Lucas que meditamos hoy plantea en parte estas preguntas. Y lo hace de un modo muy radical y hasta excluyente. La pregunta ¿son pocos los que se salvan? no parece agradar a Jesús. De hecho, se muestra vehemente y desafiante al contestar: “os quedaréis fuera”, “llamaréis, pero no se os abrirá”, “muchos vendrán del norte, del sur, del este y del oeste” (“pero vosotros seréis arrojados fuera”).

¿Quiénes son los que reciben esta contestación tan dura? La respuesta es clara: aquellos que en el presente “obráis injusticias”. Es una afirmación durísima sobre todo si consideramos lo difícil que resulta encontrar a alguien que pueda decir de sí mismo que no practica ninguna injusticia.

Si bien todas estas afirmaciones tan duras se matizan con la salvedad de quienes se esfuercen por “entrar por la puerta estrecha”, no podemos dejar de decir que Jesús responde a la pregunta sobre la salvación con una parábola que hace una distinción excluyente respecto a quienes obran la iniquidad o el mal. Da igual que hayan estado junto a él, que hayan comido con él, que lo hayan escuchado enseñar. Si las acciones son malas no se puede pasar por la “puerta estrecha”.

De todas maneras, la respuesta de Jesús no es directa, sino que cambia la pregunta. No dice la cantidad de los que se salvarán ni da respuesta a la pregunta por la salvación final. Por el contrario, hace un serio y rotundo llamado a practicar la justicia en el presente. Cambia así la respuesta esperada acerca del futuro a un llamado a vivir el presente. La salvación no es cosa del futuro, sino que linda con el presente y es consecuencia de practicar la justicia. Y eso es lo que debe preocupar al lector. No el futuro, que está en manos de Dios, sino el presente de las acciones justas o injustas.

El texto continúa en un tono difícil de entender, sobre todo porque se marca un momento que parece crucial a partir de la imagen de la puerta: si antes era estrecha, ahora se cierra. A partir de ese momento, cuando la puerta se cierre, las acciones cobrarán definitividad. No hay marcha atrás.

Por suerte para los lectores que llegan hasta aquí en la lectura, el final parece más alentador. Al principio del relato, quienes se salvan tienen que pasar por una puerta estrecha y con premura antes de que esta se cierre. Sin embargo, al final del discurso, se amplía la propuesta y “vendrán de los cuatro puntos cardinales a sentarse a la mesa”.

El final de este pasaje también resulta difícil de comprender y parece que más que un consejo se trata de una invitación abierta, a cambiar de modo de pensar, a cambiar la cosmovisión. Las palabras puestas en boca de Jesús hacen una afirmación tajante: los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos. ¿Qué significa esto en el contexto en el que estamos hablando? Parece indicar repetidamente que la lógica de Dios no es la nuestra (los primeros son los últimos, la puerta es estrecha…).

Tantos cambios de preguntas y tantas respuestas evasivas parecen indicar que la salvación es un misterio y que no corresponde buscar respuestas desde la inquietud humana sino desde los designios de Dios; por ello, las preguntas están mal formuladas. Quien las pregunte se llevará una respuesta exigente y dura, porque debe cambiar la mentalidad.  No se puede pretender controlar los designios de Dios ni comprender la salvación. Si son muchos o pocos los que se salvan es una pregunta que no nos pertenece, es una pregunta que solo se puede intuir desde la confianza y esperanza en el plan de Dios. A nosotros nos toca abrirnos a una comprensión de la vida como servicio, gratuidad, atención a los designios de Dios y contrariedad de las cosmovisiones propias y las que ofrece la cultura.

Y, si de la salvación se trata, la lógica del evangelio nos lleva siempre a buscar los últimos lugares, los que nadie quiere. Nos invita a buscar las respuestas últimas en las últimas personas, en quienes están en las últimas.

Se trata de buscar ser y estar con “los últimos”, de ir hacia atrás, de desconfiar de todo aquello que nos hace parecer más y estar en los primeros puestos. Porque la clave está en quienes parecen menos. Y, cuando nos experimentemos en lugares “últimos”, nos tocará reconocer allí las bienaventuranzas, las promesas de Dios.

El quid de la salvación final se reubica así en la solidaridad actual y en un cambio en la forma de comprender las cosas. Jesús acaba esta discusión pidiendo: “Mirad”, porque los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Quien pueda asumir esta afirmación, seguramente tenga alguna idea más clara de lo que es la salvación.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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La puerta que conduce a la vida es estrecha.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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PuertaDomingo XXI del Tiempo Ordinario

25 agosto 2019

Lc 13, 22-30

Los sabios no son autocomplacientes ni vendedores de ilusiones. Conocedores, por propia experiencia, de la naturaleza paradójica del ser humano, saben que, aun siendo plenitud, podemos enredarnos con facilidad hasta quedar reducidos y encerrados en los estrechos límites del yo y de sus funcionamientos.

Somos Vida, pero la puerta que conduce a hacernos conscientes de la misma es estrecha. El apego a las formas nos atasca y fácilmente nos ciega. De ahí que todo maestro espiritual haya insistido en la necesidad de la desapropiación. Hablan así de desapego, desasimiento, desidentificación… Y saben bien que la desapropiación es uno de los signos decisivos para verificar la verdad o no de cualquier camino espiritual.

Donde hay ego (identificación con el yo), forzosamente habrá apego. Porque el primer mecanismo del yo, el que le permite la supervivencia, es justamente la apropiación. Por definición, el yo es apropiador. Pero la espiritualidad implica transcender el yo, porque hemos comprendido que no somos él.

La verdad, por tanto, del camino espiritual vendrá dada por la capacidad de soltar o desapropiarse. Como decía, se trata de algo que el yo no puede hacer. Incluso en el caso de que parece que “suelta” algo, está buscando obtener un beneficio por otro lado.

La desapropiación nace de la comprensión. Transcendida la consciencia de separatividad, comprendes que no eres nada de lo que puedas soltar, sino justamente Aquello que queda cuando sueltas todo.

De todos modos, la existencia no es sino un camino de pérdidas, en el que habremos de soltar todo aquello a lo que nos habíamos aferrado. De hecho, la muerte no es sino el soltar definitivo. Y nuestra existencia un aprendizaje continuo.

La comprensión nos permite ver que el soltar es fuente de libertad, al experimentar que somos esclavos de todo aquello con lo que nos identificamos y libres de todo aquello de lo que nos desidentificamos. Y no termina ahí: además de libertad, el soltar nos permite crecer en comprensión experiencial, al verificar que soy Aquello que permanece cuando suelto todo.

La puerta que conduce a la Vida es estrecha: ningún yo separado (inflado) puede entrar por ella. Para comprender que somos Vida y vivirnos en esa consciencia de unidad, se requiere cesar en la identificación con el yo separado y en sus modos de funcionar.

¿Cómo me muevo entre la apropiación y el soltar?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Si el infierno existe, está por estrenar

Domingo, 25 de agosto de 2019
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hijo-prodigo-DESTAQUEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

Decía Urs von Baltahasar que: si el infierno existe, está por estrenar…

  1. Una nota previa del obispo de Roma, Francisco.

La Madre Vicaria de un convento italiano de Clarisas dijo cómo el papa Francisco en una visita que les hizo, les había contado esta historia:

“Nos ha contado una bella historia que nos ha hecho reír a todas, incluso a él mismo:

María está en el Paraíso; San Pedro no siempre abre la puerta cuando llegan los pecadores y por eso María sufre un poco, pero se queda quieta. Y en la noche, cuando se cierran las puertas del Paraíso, cuando nadie ve u oye nada, María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos”.

         Me imagino que más de cuatro “ultras” del asunto se habrán escandalizado y despreciarán lo que ha dicho Francisco, pero son palabras sencillas, algo ingenuas si se quiere, pero llenas de contenido.

         En el fondo es una respuesta a la pregunta que nos plantea hoy el Evangelio: ¿serán muchos o pocos los que se salven?:

María abre la puerta del Paraíso y hace entrar a todos

         A lo mejor -seguramente- habría que terminar aquí la homilía de hoy.

  1. ¿Son pocos o muchos los que se salven?

         ¡Qué verdad es que todo texto tiene un contexto!

Cuando nosotros nos imaginamos el contexto desde el que solemos leer e interpretar este evangelio suele ser como pasar el peaje de la autopista. La salvación comienza cuando nos morimos. El ticket del peaje es moral, más bien legal. Es una puerta estrecha, difícil. Hemos tenido que atravesar un “slalom” gigante lleno de puertas y leyes. Vamos a ver si pasamos el control.

         Con esta trama, hemos dinamitado el sentido del evangelio de hoy.

  1. La salvación y la vida.

         La salvación, la vida en su sentido más pleno, es el único problema serio, decisivo del ser humano. Porque somos débiles en todos los aspectos y porque somos mortales, el problema decisivo es la vida, la salvación.

Todas las religiones son un intento de dar respuesta a tal cuestión. Unas religiones (más bien ideologías) tratan de resolver la vida desde la economía, otras desde la revolución, no pocas desde una ascesis inhumana, en ocasiones desde un legalismo que supuestamente trata de aplacar la ira de Dios.

En el cristianismo nos salvamos y tenemos vida por el amor de Dios. En aquella polémica de Jesús acerca de la dificultad que suponen las riquezas para la vida, los discípulos le preguntan, ¿quién podrá salvarse? Jesús le contesta: Para Dios no hay nada imposible: (Mc 10,23-27). Es decir, aquí nos salvamos todos: ricos y pobres, divorciados e hijos pródigos, “magdalenas” y “zaqueos”, porque Dios nos quiere a todos y para él nada es imposible.

  1. Esforzaos por entra en la vida.

La salvación y la vida son un don.

La vida y la salvación son un don, una gracia. ¿Alguien de nosotros ha comprado la vida? Se nos ha dado gratis, (gracia).

El esfuerzo (esforzaos) no consiste en sumar puntos que te dan en Eroski con la tarjeta Travel, que sería el legalismo. El esfuerzo no es algo voluntarista y titánico, sino que el esfuerzo -esforzaos- es una experiencia mística que consiste en acoger la vida, el don que se nos da, acoger la misericordia y bondad de Dios.

No se trata de facilitar las cosas y pensar que, aunque peque, como Dios me quiere, no pasa nada. Eso es también una estupidez también legalista.

Acoger la bondad de otra persona sobrecoge nuestro interior, nuestra alma. La puerta estrecha es amplísima, porque es la misericordia de Dios. Quien acoge el amor de la vida, de Dios, del marido / mujer, de la vocación, del amigo supone recibir un espléndido don y una gozosa responsabilidad.

La vida y la salvación significan admitir que somos pobres, débiles, quizás estábamos perdidos y volvemos a la vida. La salvación es la muerte de toda presunción y prepotencia. La salvación no es un esfuerzo moral titánico, sino vivir la propia condición humana de debilidad in desesperar, confiando en Dios.

Por esta puerta no se pasa a base de peajes morales, sino de gratitud y compunción: gratitud por lo recibido, compunción por el dolor que nos causa ser hijos pródigos.

  1. ¿y el infierno?

¿Serán muchos o pocos los que se salven?

Nadie tiene fuerzas para salvarse. Uno sólo nos da la vida: Dios. Es inútil acompañarse de grandes títulos, medallas y victorias.

A la salvación se llega reconociendo la propia debilidad. Cuando soy débil es cuando soy fuerte, (2Cor 12,10) y al mismo tiempo acogemos la infinita misericordia del Señor.

         Por desgracia se ha predicado demasiado y demasiado justicieramente del infierno. Pero Jesús no fue un predicador del infierno.

¡Cuánto daño se ha hecho con el infierno, culpabilidades y condenación! No hay sistema de seguridad o del G7 más represivo que meter en la conciencia de la gente la posibilidad del infierno.

         El Infierno es la “piedra de toque” de toda la cristología: ¿Es posible que un hombre fracase totalmente?

         Dios no ha creado el infierno como una sala de torturas eterna en la que no puede actuar ni el mismo Dios, porque es “territorio comanche” del diablo, (¿). Todo lo cual no deja de ser un infantilismo. (El infierno ha funcionado como arma represiva de los cristianos y de la sociedad).

         Posiblemente el infierno lo creamos en esta vida ¡cuántas situaciones infernales en la vida familiar, social, pateras, en las relaciones de vida comunitaria, en odios inveterados por motivos políticos, bélicos, laborales!

Dos notas sobre el infierno

  1. Desde el lado humano, desde la libertad hay que pensar que el ser humano puede optar por el mal y por el mal absoluto (¿) y, por tanto, el ser humano podría optar por su propia destrucción, que es o sería el infierno.

Aunque también hay que preguntarse si alguien -en sus cabales- puede optar por el mal absoluto. Una libertad limitada, como es la humana, ¿puede elegir ante Dios el mal absoluto?

  1. quedan abiertas muchas cuestiones desde el lado de Dios:

+        Presentar por igual la revelación de la salvación y de la condenación es falsear el cristianismo. Dios nunca creó el infierno. No hay “dos estaciones Termini”: Dios solamente quiere y crea vida y salvación. Estamos, pues, en una historia de salvación y no de condenación.

+        Dios es bueno y solamente bueno.

+        Dios quiere que toda la humanidad se salve. (1Tim 2,3).

+        Dios no es neutral y quiere especialmente la salvación del pecador. Dios ya sabe quiénes y cómo somos, por eso como padre, busca siempre la vida del hijo perdido.

+        Cuando Dios quiere hacer justicia, lo que hace es querernos más; al menos el Dios de Jesús es pura bondad, que en muchos casos es diferente del Dios de la moral eclesiástica.

+        El mismo Dios que nos invita a nosotros perdonar siempre, incluso al enemigo, ¿No será capaz de perdonarnos en esas situaciones límite?

+        Nunca la iglesia ha dicho de nadie que se haya condenado, ni de Judas.

+        La posibilidad de un fracaso humano absoluto, ¿no sería el fracaso de la cristología y de la redención?

+        Decía el teólogo H. U. von  Balthasar que “si el infierno existe, está por estrenar”

+        Todos vivimos y morimos en la misericordia de Dios. Podemos confiar y esperar que en ese tránsito, que es la muerte, todos lo realizamos en la misericordia de Dios.

+        Mientras exista un condenado, Cristo sigue crucificado, (Orígenes).

  1. nos salvamos porque somos los últimos.

Sentirse pequeño y pobre es una actitud hondamente cristiana (humana) y llena de vida.

Vivir y salvarse es abrirse al amor de Dios Padre.

Y Dios nos quiere y quiere la vida para todos sus hijos.

Nuestro Dios es un Dios de la vida, (Lc 20,38)

Dios quiere que toda la humanidad se salve, (1Tim 2,4).

Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua, (1ª lectura, Isaías)

         Si alguien tiene la osadía de predicar sobre el infierno que lo haga desde la misericordia y desde la esperanza.

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La puerta estrecha: Gracia cara vs. Gracia barata…

Domingo, 21 de agosto de 2016
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La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada.

Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados.

La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encamación del Verbo de Dios.

La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida.

Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata.

Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia cara

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón.

La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

*

Dietrich Bonhoeffer
El precio de la Gracia. El Seguimiento
Ediciones Sígueme, Salamanca 2004

***

 

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó:

“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Jesús les dijo:

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.”

Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”

Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.”

*

Lucas 13, 22-30

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Domingo XXI del Tiempo Ordinario. 21 agosto, 2016

Domingo, 21 de agosto de 2016
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TO-D-XXI

Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén. Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Él les dijo: “Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán””.

Lc 13, 22-30

Entrar por la puerta estrecha

  • Un escenario: Jesús “caminando hacia Jerusalén”. Consciente de que allí le esperan el juicio y la muerte.
  • Una pregunta: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”
  • Una imagen: una puerta estrecha.

Detente ante esa puerta. Cierra los ojos y contémplala interiormente. Cómo es, qué forma tiene, dónde está… Y así, delante de ella, deja que resuenen en tu corazón otras palabras de Jesús en las que también habla de “salvarse”, y de “la puerta”,  y de los “tamaños”… y del Banquete.

“Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a una persona haber ganado el mundo entero si ella misma se pierde o se arruina?” (Lc 9, 24-25)

¿Quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi Reino…” (Lc 22, 27-30)

“Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo” (Jn 10, 9)

Perder. Hacerse pequeña. Servir. Perseverar. La puerta estrecha se presenta ante nosotras casi a cada instante. Jesús la ha atravesado primero. Y hoy mismo, en Irak, en Siria, en Egipto y en muchos otros lugares, hermanos y hermanas nuestros, cristianos como nosotros, perseveran en su amor en medio de la persecución. Ellos atraviesan cada día la Puerta de la Vida.

 

¡Señor Jesús, Puerta de la Vida!

Abre mis ojos para reconocerte,

y mi corazón para entrar por ti.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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