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¿A quién está diciendo Jesús realmente “Apartaos de mí”?

Lunes, 22 de agosto de 2022
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D9B1D682-D98A-4B81-BFA1-63178AD77F7D  La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0 Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 21 del tiempo ordinario se pueden encontrar aquí.

No sé de dónde eres. ¡Apartaos de mí todos los malhechores!”

Confesión: Desearía poder editar las lecturas de hoy para reflejar de manera más consistente mis propias inclinaciones teológicas. Me doy cuenta de que la tentación de editar las Escrituras no es original ni única para mí (ver Thomas Jefferson). También me doy cuenta, ya que no soy un hipócrita total, que necesito resistirlo, con la ayuda del Espíritu Santo.

La cita con la que comencé (Lc 13,27) es la línea que preferiría eliminar, si pudiera. Entra en conflicto con una idea que generalmente favorezco: Jesús como alguien que da la bienvenida y acepta incondicionalmente, y que no diría “¡Apártate de mí!” a cualquiera. Sobre la cuestión de si debemos excluir a alguien de la Eucaristía, suelo señalar la única Eucaristía que conocemos donde Jesús se distribuyó, y el hecho de que los Evangelios no dan ninguna razón para creer que excluyó a Judas de compartir Su Cuerpo y Sangre. , aunque estaba plenamente consciente de la culpa de Judas. Si alguien alguna vez mereció un “¡Apártate de mí, malhechor!” sería Judas, y sin embargo no obtuvo uno de Jesús.

El Jesús que prefiero imaginar es el que encarna lo que el Papa Francisco (quien, estoy seguro que no por coincidencia, también insiste en que nunca le ha negado a nadie la Eucaristía) describe como la “cultura del encuentro”. Es decir, el Jesús que se encuentra con cualquiera y lo acoge, sin importar quién o qué sea. Francisco ha enfatizado esta idea a lo largo de su papado y recientemente la citó en una carta a los organizadores de la Conferencia Outreach 2022, celebrada en junio pasado. En esta carta, el Papa dijo: “Os animo a todos a seguir trabajando en la cultura del encuentro, que acorta las distancias y nos enriquece con las diferencias, a la manera de Jesús, que se hizo cercano a todos”.

Irónicamente, este Jesús que se hace cercano a todos se encuentra precisamente en el mismo pasaje del Evangelio de Lucas que contiene el “¡Apartaos de mí!”. Dos versículos más adelante, Jesús dice: “Y vendrá gente del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. En el lenguaje bíblico estándar, ‘del este, oeste, norte y sur’ significa que todas las personas, no solo la nación escogida específicamente por Dios, sino también los gentiles, son elegibles para la felicidad eterna en la presencia de Dios. El “de los cuatro ángulos de la tierra” de Jesús está subrayado y prefigurado en la lectura de hoy de Isaías 66:18-21, en la que Dios promete reunir a personas de todas las naciones.

Para volver a la carta del Santo Padre y la “cultura del encuentro”, y cómo se conectan con las lecturas de hoy: la carta era en realidad una nota de “gracias”. Outreach 2022 se llevó a cabo en junio en Nueva York, en la Universidad de Fordham y en la iglesia St. Paul the Apostle. (Outreach, el ministerio que organiza la conferencia, opera bajo los auspicios de America Media) Algunos de nosotros recordamos una época en la que habría sido impensable que el Papa respondiera positivamente al recibir ”una copia del folleto de la conferencia, junto con una carta describiendo lo que sucedió en la conferencia, especialmente las conversaciones del panel entre personas con diversos puntos de vista”. Pero fue precisamente esto por lo que Francisco escribió para decir “gracias”, y su énfasis en la “cultura del encuentro” parece ser la clave de las lecturas de hoy.

¿Podría Jesús querer decir su “¡Apartaos de mí!” precisamente para aquellos que tratarían de excluir a otros? Al enfatizar la acogida ofrecida a los “forasteros“, al tiempo que rechaza a los “en la multitud” que dicen “Comimos y bebimos en su compañía y usted enseñó en nuestras calles”, condena a quienes presumirían que están en la lista de invitados, y saber exactamente quién está fuera y por qué.

Donde una vez el estándar fue la herencia, los excluidores de nuestros días tienden a preferir descriptores como “intrínsecamente desordenado”. Todavía no estoy seguro de que Jesús haya querido decir literalmente que le diría a cualquiera “¡Apártate de mí!” pero estoy bastante seguro de que Él nos está diciendo que dejemos de decírselo a otras personas y afirma que lo hacemos en Su nombre.

—Michaelangelo Allocca, 21 de agosto de 2022

Fuente New Ways Ministry

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La puerta estrecha: Gracia cara vs. Gracia barata…

Domingo, 21 de agosto de 2022
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En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó:

“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Jesús les dijo:

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.”

Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”

Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.”

*

Lucas 13, 22-30

***

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La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada.

Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados.

La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encamación del Verbo de Dios.

La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida.

Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata.

Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia cara

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón.

La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

*

Dietrich Bonhoeffer
El precio de la Gracia. El Seguimiento
Ediciones Sígueme, Salamanca 2004

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“Una frase dura”. 21 Tiempo ordinario – C (Lucas 13,22-30)

Domingo, 21 de agosto de 2022
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21-TO-C-600x400Es sin duda una de las frases más duras de Jesús para los oídos del hombre contemporáneo: «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha». ¿Qué puede significar hoy esta exhortación evangélica?, ¿hay que volver de nuevo a un cristianismo tenebroso y amenazador?, ¿hemos de entrar otra vez por el camino de un moralismo estrecho?

No es fácil captar con precisión la intención de la imagen empleada por Jesús. Las interpretaciones de los expertos difieren. Pero todos coinciden en afirmar que Jesús exhorta al esfuerzo y la renuncia personal como actitud indispensable para salvar la vida.

No podía ser de otra manera. Aunque la sociedad permisiva parece olvidarlo, el esfuerzo y la disciplina son absolutamente necesarios. No hay otro camino. Si alguien pretende lograr su realización por el camino de lo agradable y placentero, pronto descubrirá que cada vez es menos dueño de sí mismo. Nadie alcanza en la vida una meta realmente valiosa sin renuncia y sacrificio.

Esta renuncia no ha de ser entendida como una manera tonta de hacerse daño a sí mismo, privándose de la dimensión placentera que entraña vivir saludablemente. Se trata de asumir las renuncias necesarias para vivir de manera digna y positiva. Así, por ejemplo, la verdadera vida es armonía. Coherencia entre lo que creo y lo que hago. No siempre es fácil esta armonía personal. Vivir de manera coherente con uno mismo exige renunciar a lo que contradice mi conciencia. Sin esta renuncia, la persona no crece.

La vida es también verdad. Tiene sentido cuando la persona ama la verdad, la busca y camina tras ella. Pero esto exige esfuerzo y disciplina; renunciar a tanta mentira y autoengaño que desfigura nuestra persona y nos hace vivir en una realidad falsa. Sin esta renuncia no hay vida auténtica.

La vida es amor. Quien vive encerrado en sus propios intereses, esclavo de sus ambiciones, podrá lograr muchas cosas, pero su vida es un fracaso. El amor exige renunciar a egoísmos, envidias y resentimientos. Sin esta renuncia no hay amor, y sin amor no hay crecimiento de la persona.

La vida es regalo, pero es tarea. Ser humano es una dignidad, pero es también un trabajo. No hay grandeza sin desprendimiento; no hay libertad sin sacrificio; no hay vida sin renuncia. Uno de los errores más graves de la sociedad permisiva es confundir la «felicidad» con la «facilidad». La advertencia de Jesús conserva toda su gravedad también en nuestros días. Sin renuncia no se gana ni esta vida ni la eterna.

José Antonio Pagola

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“Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Domingo 21 de agosto de 2022. 21º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 21 de agosto de 2022
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46-ordinarioC21 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 66, 18-21: De todos los países traerán a todos vuestros hermanos.
Salmo responsorial: 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Hebreos 12, 5-7. 11-13: El Señor reprende a los que ama.
Lucas 13, 22-30: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios

Jesús continua su viaje a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto alguien pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del “cuántos” al “cómo” nos salvamos.

Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan “cuándo” se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando “cómo” prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces, en este evangelio Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema.

Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, otra positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas… No sé de dónde son ustedes”. En el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: “Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros… pero la respuesta de Señor es la misma: ¡no los conozco, apártense de mí! (Mt 7,22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.

Justamente esta “otra cosa” es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la “puerta estrecha”. Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas –una estrecha y otra ancha– que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de Deut 30,15ss y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos –leemos en la Didaché–, uno de la vida y otro de la muerte; la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma, los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.

La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: “El Señor corrige al que ama…”. El camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y “volver a entrar”

Pero, ¿porqué camino “ancho” y camino “estrecho”? ¿Acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del primer testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos…; el salmista se escandalizó por esto, hasta el punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entró en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad: comprendió “cuál es su fin”, o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y a darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. La luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.

Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no sólo es necesario pertenecer a una determinada “comunidad” ligada a una serie de practicas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto: “no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos”.

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones… es importante pero no es suficiente para alcanzar la salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías: “no puedo soportar falsedad y solemnidad” (1,13). Al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la practica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús “aléjense de mí, operarios de iniquidad”. El acento está en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.

La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la “puerta estrecha”, que representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por “esforzarse”. Indica una lucha, una especie de “agonía”; incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.

La vida cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.

Creer es una actitud seria y radical y no se reduce a ciertos actos de devoción. Éstos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón; esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción. Leer más…

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Dom 21.8.22 ¿Serán pocos los salvados? En Cristo serán salvados todos (1 Cor 15)

Domingo, 21 de agosto de 2022
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6853C032-BDCB-420C-813C-5C95CAFA1B87Del blog de Xabier Pikaza:

Un hombre preguntó a Jesús, de camino hacia Jerusalén: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Jesús respondió: Entrad por la puerta estrecha (Lc 13, 22-23.

Esa es la respuesta de Jesús, mientras va de camino. Pero, de forma consecuente, culminado el camino de pascua, Pablo puede responder y responde: Todos serán vivificados, pues Dios nos examinará (recogerá) en su amor.

Eso no significa que todo da lo mismo, pues si al fin de la vida Dios nos salva en amor, de forma que, hagamos lo que hagamos, al fin nos salvaremos.   

Eso significa  todo lo contrario:  a partir de aquí todo es diferente, pues allí donde actualmente no hay amor tienes que empezar a poner amor, para así hacerte digno del amor que esperas.

1 Cor 15. Todos serán vivificados todos, todos se salvarán en Cristo. Elproblema no es ya aquí para Pablo (como en 1 Tes 4) el retraso de la “parusía de Cristo” (no acaba de venir, sino la universalidad de la salvación.

Pasados tres o cuatro años  desde que Pablo nos elunció el mensaje de Jesús(en torno a 53-54 d.C.), algunos cristianos de la comunidad de Corinto empezaron a negar la resurrección y  salvación de los creyentes, porque se alargaba la espera (¡Cristo no llega!) o porque resultaba innecesaria (¡Dios está ya en nosotros y no necesitamos más  resurrecciones o salvación!). En ese contexto (cf. 1 Cor 15, 12-21) reformula Pablo el tema:

Porque así como en Adán mueren todos, así también serán vivificados todos en Cristo, pero cada uno en su orden: la primicia, Cristo; luego los que son de Cristo, en su parusía; después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya destruido todo principado, y todo poderío y potestad… Cuando le someta todo (al Padre), entonces también él,el Hijo, se someterá al que le ha sometido todo, para que Dios sea Todo en todos (1 Cor 15, 22-24. 28).

 Pablo dice que en Adán (como Adán, como seres humanos) mueren todos(rectificando quizá la idea de 1 Tes 4,13-18) no sólo (ni sobre todo) por un influjo externo de poderes satánicos (de ángeles malos, como en los libros apocalípiticos: 1 Hen y Jub), sino porque todos formamos parte de una humanidad que en un plano biológico termina en la muerte.

Todos morirán como ha muerto Cristo (cf. Rom 5), pero no para quedar en la muerte, sino para ser transformados y resucitar. En ese contexto, anuncia Pablo de manera sorprendente una resurrección universal ypositiva, sin distinguir entre justos (para la bendición y vida) y pecadores (para la maldición y muerte), a diferencia de lo que decía Dan 12, 1-3 y de lo que dirá aparentemente Mt 25, 31-45, en una perspectiva dualista.

1 Cor 15 no habla pues de una “doble resurrección” (de vida y de muerte), retomando así un esquema de pacto (en la línea de Dt 30, 15-20), sino que anuncia para todos un mismo destino de muerte (en Adán), que puede y debe convertirse en promesa universal de vida, pues en Cristo resucitarán (dsôopoiêthêsontai)todos,siendo así vivificados, por don de gracia en Cristo (1 Cor 15, 20-21). Como resultado de la obra de Cristo (en oposición a la muerte de Adán), esta vivificación/resurrección constituye un elemento luminoso de la experiencia más honda del evangelio, sobre el juicio dual (vida‒muerte, bendición‒maldición). Éstos son los elementos elementos básicos de esa “historia de resurrección o salvación”:

  1. Primero Cristo, como primicia. Pablo sabe que todos mueren en Adán, y así lo proclama, rectificando quizá, , la afirmación de 1 Tes 4,13-18, donde suponía que algunos no morirán. Todos moriremos, y la muerte no es obra de poderes perversos (invasores satánicos o Vigilantes violadores, como en 2 Henoc y Jub), sino como consecuencia de la misma condiciòn humana. En sentido estricto, la verdadera teología paulina se define y despliega como superación esa muerte, como revelación del Dios, que vivifica a todos en Cristo [1].
  2. Después de Cristo resucitan y se salvan los que son de Cristo, en su parusía, los que forman parte de su comunidad o cuerpo mesiánico. De alguna forma (como destacarán Efesios  y Colosenses), los creyentes se encuentran integrados ya en la pascua de Jesús, aunque sólo resucitarán del todo en su parusía. Más que anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es fuente de vida. Según eso, la prueba definitiva de la existencia de Dios es la resurrección de aquellos que confían en Cristo [2].
  3. Finalmente llegará el “telos” o plenitud, entendida como victoria apocalíptica, con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos y Potestades, que desembocan y se centran en la muerte) y como culminación teológica o reintegración (el mismo Cristo, como Hijo, vuelve al Padre).
  4. Jesús anunció y preparó el Reino de Dios, y ahora se cumple su anuncio, pues él mismo destruye con su victoria a los perversos (Principados, Poderíos, Potestades), de forma que tras destruirlos entrega su Reino de vida al Dios y Padre, de manera que la cristología (la función mesiánica de Jesús) se expresa en forma de teología (para que Dios sea todo en todos)[3].

Segñun eso, Dios será panta en pasin (todo en todos), pues no existen dos espíritus opuestos (bien y mal) como en Qumrán, ni dos finales de la historia (salvación y condena, como en Dan 12, 1-3 y Mt 25, 31-46), ni siquiera un Infinito (=Dios) separado de la historia de los hombres, sino que en realidad sólo habrá un Espíritu bueno, que es el Dios Universal, que ha creado las cosas desde sí mismo, para que todo sea y viva en él por Cristo, de manera que los poderes opuestos, que han querido destruir su obra, desaparecerán (como si no hubieran sido).

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“Cuántos, cómo y quienes se salvan”. Domingo 21 ciclo C

Domingo, 21 de agosto de 2022
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los que se salvanDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Durante siglos, a los israelitas no les preocupó el tema de la salvación o condena en la otra vida. Después de la muerte, todos, buenos y malos, ricos y pobres, opresores y oprimidos, descendían al mundo subterráneo, el Sheol, donde sobrevivían sin pena ni gloria, como sombras. Quienes se planteaban el problema de la justicia divina, del premio de los buenos y castigo de los malvados, respondían que eso tenía lugar en este mundo. Sin embargo, la experiencia demostraba lo contrario, y así lo denuncia el autor del libro de Job: en este mundo, los ladrones y asesinos suelen vivir felizmente, mientras los pobres mueren en la miseria.

            Con el tiempo, para salvar la justicia divina, algunos grupos religiosos, como los fariseos y los esenios, trasladan el premio y el castigo a la otra vida. Dentro de los evangelios, la parábola del rico y Lázaro refleja muy bien esta idea: el rico lo pasa muy bien en este mundo, pero su comportamiento injusto y egoísta con Lázaro lo condena a ser torturado en la otra vida; en cambio, Lázaro, que nada tuvo en la tierra, participa de la felicidad eterna.

            Entre los judíos que creen en la resurrección cabe otra postura, importante para comprender el comienzo del evangelio de hoy: sólo los buenos resucitan para una vida feliz, los malvados no consiguen ese premio, pero tampoco son condenados.

Una pregunta absurda: cuántos

            Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.
Uno le preguntó:

            Señor, ¿serán pocos los que se salven?

            Bastantes cristianos actuales habrían formulado la pregunta de manera distinta: ¿serán muchos los que se condenen? Sin embargo, el personaje del que habla Lucas parece formar parte de ese grupo que sólo cree en la salvación. Jesús podría haber respondido con otra pregunta: ¿qué entiendes por “pocos”? ¿Cuatro mil? ¿Veinte millones? ¿Ciento cuarenta y cuatro mil, como afirman los Testigos de Jehová? La pregunta sobre pocos o muchos es absurda, aunque hay gente que sigue afirmando con absoluta certeza que se condena la mayoría o que se salvan todos.

Una enseñanza: cómo

            Jesús no entra en el juego. Ni siquiera responde al que pregunta, sino que aprovecha la ocasión para ofrecer una enseñanza general.

            Jesús les dijo:

            Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

            La imagen, tal como la presenta Lucas, no resulta muy feliz. Quienes no pueden entrar por una puerta estrecha son las personas muy gordas, y eso no es lo que está en juego. El evangelio de Mateo ofrece una versión más completa y clara: “Entrad por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la puerta, qué angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella!” (Mateo 7,13-14).

            En cualquier caso, la exhortación de Jesús resulta tremendamente vaga: ¿en qué consiste entrar por la puerta estrecha? En otros momentos lo deja más claro.

            Al joven rico, angustiado por cómo conseguir la vida eterna, le responde: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Son los mandamientos de la segunda tabla del decálogo, los que regulan las relaciones con el prójimo. Curiosamente (y a muchos judíos les resultaría blasfemo) para conseguir la vida eterna no es preciso observar el sábado.

            En el evangelio de Mateo, la parábola del Juicio Final indica los criterios que tendrá en cuenta Jesús a la hora de salvar y condenar: “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era emigrante y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba enfermo y me visitasteis, estaba encarcelado y acudisteis”. Vivir esto equivale a pasar por una puerta estrecha, pero al alcance de todos.

Un final sorprendente y polémico: quiénes

            La pregunta sobre el número de los que se salvan ha provocado una respuesta sobre cómo salvarse; pero Jesús añade algo más, sobre quiénes se salvarán.

            El libro de Isaías contiene estas palabras dirigidas por Dios a los israelitas: “En tu pueblo todos serán justos y poseerán por siempre la tierra” (Is 60,21). Basándose en esta promesa, algunos rabinos defendían que todo Israel participaría en el mundo futuro; es decir, que todos se salvarían (Tratado Sanedrín 10,1). ¿Y los paganos? También ellos podían obtener la salvación si aceptaban la fe judía.

            Sin embargo, las palabras que pone Lucas en boca de Jesús afirman algo muy distinto. Empalmando con la idea de que muchos intentarán entrar y no podrán, nos sorprende con la siguiente descripción:           

            Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo:
– “Señor, ábrenos”.
-Y él os replicará: “No sé quiénes sois”.
Entonces comenzaréis a decir:
-“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él os replicará:
-“No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”
Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

            El amo de la casa es Jesús, y quienes llaman a la puerta son los judíos contemporáneos suyos, que han comido y bebido con él, y en cuyas plazas ha enseñado. No podrán participar del banquete del reino junto con los verdaderos israelitas, representados por los tres patriarcas y los profetas. En cambio, muchos extranjeros, procedentes de los cuatro puntos cardinales, se sentarán a la mesa.

            La conversión de los paganos ya había sido anunciada por algunos profetas, como demuestra la primera lectura (Is 66,18-21) que copio más abajo. Pero el evangelio es hiriente y polémico: no se trata de que los paganos se unen a los judíos, sino de que los paganos sustituyen a los judíos en el banquete del Reino de Dios. Estas palabras recuerdan el gran misterio que supuso para la iglesia primitiva ver cómo gran parte del pueblo judío no aceptaba a Jesús como Mesías, mientras que muchos paganos lo acogían favorablemente. Él es la puerta estrecha, por la que muchos contemporáneos se han negado a entrar.

Moraleja y matización

            Lucas termina con una de esas frases breves y enigmáticas que tanto le gustaban a Jesús (de hecho, el evangelio de Mateo la coloca en otro contexto muy distinto).

            Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.

            En la interpretación de Lucas, los últimos son los paganos, los primeros los judíos. El orden se invierte. Pero los primeros, los judíos como totalidad, no quedan fuera del banquete, también son invitados a él. El mismo Lucas, cuando escriba el libro de los Hechos de los Apóstoles, presentará a Pablo dirigiéndose en primer lugar a los judíos, aunque en generalmente sin mucho éxito.

Primera lectura: Isaías 66, 18-21

            Así dice el Señor:

            Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia, a las costas lejanas que nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria; y anunciarán mi gloria a las naciones. 

            Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos a caballo y en carros y en literas, en mulos y dromedarios, hasta mi monte santo de Jerusalén dice el Señor, como los israelitas, en vasijas puras, traen ofrendas al templo del Señor. De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas dice el Señor.

            El primer párrafo es el que está en relación con el evangelio: habla de la conversión de los paganos desde Tarsis (a menudo localizada en la zona de Cádiz-Huelva) hasta Turquía (Masac y Tubal), y con dos importantes regiones de África (Libia y Etiopía). El punto de vista es distinto al del evangelio: aquí sólo se habla de conversión, no de salvación en la otra vida (tema que queda fuera de la perspectiva del profeta).

Segunda lectura: cuando Dios nos mete por la puerta estrecha (Heb 12,5-7.11-13)

            Este breve fragmento de la carta a los hebreos no tiene nada que ver con el evangelio. Pero es una hermosa exhortación que lo complementa. En el evangelio se nos anima a «entrar por la puerta estrecha». Muchas veces es la vida la que se estrecha en torno a nosotros, como si Dios nos pusiera a prueba. El autor de la carta enfoca esos momentos difíciles como una reprensión o corrección del Señor. Pero es la corrección de un Padre que deseo lo mejor para su hijo, idea que debe consolarnos y fortalecernos.

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Domingo XXI del Tiempo Ordinario. 21agosto, 2022

Domingo, 21 de agosto de 2022
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 “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

(Lc 13, 22-30)

El de hoy es un evangelio “peligroso” que nos puede conducir a dos extremos contra puestos.

Por un lado, podemos quedarnos con la imagen de un dios exigente que lleva cuentas pormenorizadas de cada uno de nuestros pecados. Un dios riguroso, lleno de santidad y perfección. Lleno de poder que no se va a dejar manchar o corromper por la oscuridad y debilidad humana.

En el extremo opuesto, podemos caer en la trampa de pensar que al Dios de Jesús no le pega nada eso de “dejar fuera” a nadie y que su misericordia es una especie de salvoconducto que nos permite vivir sin ninguna responsabilidad. Que podemos hacer lo que queramos, lo que nos dé la gana.

Ambas posturas están equivocadas aunque tienen su parte de verdad. El Dios que vino a anunciarnos Jesús no es un juez castigador. No necesita de nosotras un expediente impecable. Pero tampoco podemos convertir la misericordia divina en la excusa perfecta para vivir de cualquier manera, porque en el Reino del Amor no vale todo. Por eso Jesús dice: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

El evangelio de hoy apela a nuestra responsabilidad personal. Solo aquello que nos hace crecer en amor y libertad nos abre las puertas del Reino, porque solo esas actitudes nos ponen en camino.

No es que Dios nos vaya a cerrar la puerta, pero tampoco nos va a obligar a entrar. La puerta del Reino es estrecha porque tenemos que acertar con ella desde nuestra propia libertad. Y la libertad nos da siempre a escoger, aunque no siempre lo más apetecible es realmente mejor.

 

Oración

Repite, Trinidad Santa, en nuestros corazones ese:

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”,

recuérdanos que necesitas de nosotras para llevarnos a tu Reino. Amén.

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Mi ego inflado impedirá la entrada al Reino del amor y la unidad.

Domingo, 21 de agosto de 2022
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Lc 13,22-30

Recuerda una vez más que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lucas con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.

No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que habla el evangelio. Tenemos infinidad de ofertas de salvación. “Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno cuando, estando en peligro de muerte, ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino.

Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados?

Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la unidad con todos los demás seres.

En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta porque no satisface los deseos del ego.

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir, para después de morir.

La salvación no consiste en la liberación de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones.

Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no a lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia.

Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto ‘alguien’ pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos ‘nadie’, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.

No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.

En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye lo que no tiene valor, pero purifica lo que vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser.

Somos como la vela que está hecha para iluminar, consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando a dar sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás.

No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme del ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”.

Esta advertencia es más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.

Meditación

Mi falso yo, sustentado en lo material,
tiene que consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras más adornos y capisayos le coloque,
más lejos estaré de mi verdadera salvación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Ligeros de equipaje

Domingo, 21 de agosto de 2022
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«Esforzaos en entrar por la puerta estrecha»

En los diálogos que Platón dedica a la República, Sócrates, su protagonista, analiza el proceso de formación de un Estado partiendo de su origen, es decir, de la impotencia de cada individuo para atender por sí mismo todas sus necesidades.

Sócrates —en realidad, Platón— considera que las necesidades básicas del hombre son el alimento, la habitación y el vestido, y partiendo de esta premisa, afirma que en principio bastarían tres hombres para formar un Estado: un agricultor, un constructor y un sastre. Cuando avanza más en su reflexión, advierte también la necesidad de ganaderos, mercaderes, marinos y asalariados, así como la facultad de acuñar moneda para regular las transacciones comerciales.

Llegado a este punto, contempla la vida apacible y feliz que llevan sus habitantes, y concluye: «De esta manera, llenos de gozo y salud, llegarán a una avanzada vejez, y dejarán a sus hijos herederos de una vida semejante».

Su contertulio, Glaucón, muestra su desacuerdo con la vida austera que propone Sócrates, a lo que éste contesta: «Muy bien, ya te entiendo. No es solamente el origen de un Estado lo que buscamos, sino el de un Estado que rebose placeres. Quizás no obremos mal planteándolo, porque de esta forma podremos saber por dónde se ha introducido la injusticia en la sociedad. Sea como sea, el verdadero Estado, el Estado sano, es el que acabamos de describir. Si ahora quieres que echemos una mirada al Estado enfermo y lleno de pústulas, nada hay que nos lo impida» …

En definitiva, el diálogo continúa mostrando que la abundancia provoca avaricia, y que la avaricia acarrea guerras, corrompe a los ciudadanos, complica sobremanera la estructura del Estado y es la primera causa de opresión e injusticia…

Si aplicamos este diálogo a nuestros días, para garantizar hoy una existencia digna bastaría atender el alimento, el vestido, la vivienda, la educación y la salud, y siguiendo el mismo razonamiento de Platón, llegaríamos a definir una sociedad austera cuyos ciudadanos se habrían sacudido el yugo del consumo, basarían su existencia en unos valores que nos liberan (y no en unos afanes que nos someten), y serían más libres. No tendrían el corazón endurecido por la avaricia y serían también más humanos…

Y ya sabemos que esto no deja de ser una utopía, pero, utopía o no, creemos que es la única vía para librarnos del desastre al que hemos abocado a este mundo. No es casual que la práctica totalidad de los tratados de sabiduría de la historia propugnen el mismo principio:«Huid del estado que rebosa placeres», «No acumuléis tesoros en la Tierra», «Entrad por la puerta estrecha», «Viajad por la vida ligeros de equipaje»

Hoy, ante la evidencia irreversible del cambio climático, este principio cobra especial relevancia, y así lo refleja Jon Sobrino, sacerdote jesuita, en una de las frases más lúcidas de nuestro tiempo: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Reclamamos o acogemos agradecidos ser “de los suyos”?

Domingo, 21 de agosto de 2022
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evangile-s-2Lucas 13, 22-30

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús caminando hacia Jerusalén. Sabemos que Lucas no se refiere a un camino “físico”, sino a un proceso de conversión que conduce a la salvación: en Jerusalén comenzó la buena Noticia y desde allí se expandirá su anuncio.  A partir del capítulo 9, 51, vamos aprendiendo cuál es el primer mandamiento, la importancia de la oración, el abandono en la providencia, o los rasgos del Reino de Dios. Vemos también como esa “subida a Jerusalén” es la ocasión de mostrar el enfrentamiento de Jesús con los fariseos y legalistas.

En este contexto se nos presenta la pregunta clave: “¿Son pocos los que se salvan?”. Lo que se podía esperar es que Jesús respondiera que sí, que eran pocos porque era muy difícil cumplir la lista interminable de mandamientos. Quienes la procuraban cumplir a rajatabla podían caer en la falta de misericordia, el desprecio a los demás, las comparaciones, etc. El evangelio nos ofrece abundantes ejemplos de esta actitud farisaica.

Se podía esperar que Jesús dijera algo así: quedaos tranquilos, vosotros estáis salvados porque sois de los míos, hemos comido juntos y me habéis escuchado. En la cultura judía, comer y beber juntos creaba unos vínculos muy fuertes, que no tienen nada que ver con el sentido que damos ahora a muchas comidas de trabajo o negocios.

Pero Jesús sorprendió entonces y nos sorprende hoy: “esforzaos por entrar por la puerta estrecha”. Vamos a recordar otros textos del evangelio en los que se utilizan la imagen de la puerta: “Yo soy la puerta”, dijo Jesús (Juan 10, 9).  La puerta de la perdición es ancha y espaciosa, y muchos entran por ella. ¡Qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida, y que pocos son los que lo encuentran! (Mateo 7, 13.14).

¡Qué daño nos ha hecho en la Iglesia concebir la puerta estrecha como un camino que conduce al sacrificio, a menudo sin sentido! ¡Que pocas veces ponemos el acento en buscar con creatividad y sentido crítico el camino que lleva a la Vida! ¿Nos arriesgamos a buscar y buscar cada día, personalmente y en comunidad, esa “puerta estrecha”, que es como una perla escondida, como un tesoro? ¿O caminamos por caminos ajenos, normativas impuestas desde fuera, como borregos?

Jesús usa una imagen para describir esta vida en plenitud, este Reino al que accedemos por la puerta estrecha: el banquete al que todos estamos invitados, “de oriente a occidente, del norte y del sur”, como expresión del amor universal de nuestro Dios. Quedan fuera de ese banquete los que obran la injusticia. Es decir, quedamos fuera del Reino cuando somos personas injustas.

Sabemos por experiencia que es muy estrecha la puerta de la justicia. Nuestra condición humana tiende a la manga ancha, a las excepciones, los enchufes, etc., mientras que seguir a Jesús nos lleva por la senda de la radicalidad, la coherencia y la misericordia. Esa senda la recorrieron Abraham y los profetas. La recorren hoy muchas personas que están en los márgenes de la sociedad, que no entran en los templos, que son “los últimos”.

En muchos sentidos este evangelio nos descoloca, no nos valen nuestras antiguas medidas, ni nuestros juicios… Y se nos acaban los cálculos y las seguridades. Se nos invita a entrar en un banquete que nos supera, que se nos regala, que no “ganamos” a base de cumplir… Pero depende de nosotros aceptar la invitación, buscar la puerta del banquete, buscar a Jesús y su manera radical de amar a los demás, respondiendo así al amor de Dios.

Que la celebración de este domingo nos ayude a encontrar esa nueva mirada que cambia toda la vida y desde ahí acoger con gozo la invitación gratuita, la salvación,  que nos hermana a todos.

¡Feliz domingo!

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Las religiones cómo oferta de salvación

Domingo, 21 de agosto de 2022
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27D9EC12-02C4-4FD3-9F21-A0DD8320698FDomingo XXI del Tiempo Ordinario

28 agosto 2022

Lc 13, 22-30

Las religiones han cumplido diferentes funciones psico-sociales. Han aparecido como dadoras de sentido, favorecedoras de cohesión social y prometiendo salvación. Se trata de funciones que responden a necesidades fundamentales del ser humano, en cuanto animal simbólico, gregario y carenciado, respectivamente.

El yo busca desesperadamente, por todos los medios, de manera más o menos ansiosa o incluso compulsiva, alcanzar un “paraíso”, donde calmar su carencia y experimentar la plenitud. A eso las religiones lo han llamado “salvación”.

Tal idea de la salvación, nacida en una cosmovisión mítica, presuponía la existencia de un dios salvador que, desde fuera, liberaba a los humanos de su “destierro”, devolviéndolos al “paraíso perdido” o al “cielo” imaginado siempre de manera antropomórfica.

Además de requerir la existencia de un dios salvador, la salvación así entendida partía de una visión del ser humano identificado con su “personalidad”, es decir, con el yo.

Por tanto, todo cambia de manera radical al comprender que no somos el yo con el que nuestra mente nos había identificado. Somos consciencia (vida) experimentándose en esta forma particular que llamamos yo. No necesitamos, por tanto, ser salvados -nuestra identidad es plenitud-, sino liberarnos de la ignorancia que nos reducía a lo que no somos. Dicho brevemente: no se trata de salvar al yo, sino de liberarnos de (la identificación con) él.

Los creyentes de cualquier religión argüirán que tal planteamiento peca de autosuficiencia y orgullo. Más en concreto, desde el ámbito cristiano, tal actitud es etiquetada como “pelagianismo”, en alusión a aquelle “herejía” antigua -que remite el monje Pelagio, en los siglos IV-V de nuestra era-, según la cual, el ser humano era capaz de salvarse por sus propias fuerzas.

Sin embargo, no se trata de autosuficiencia, orgullo ni neopelagianismo, porque no se afirma que el yo logre la salvación. Imaginar que el yo pudiera salvarse a sí mismo equivaldría a creer que, como en el fantasioso relato del barón de Munchausen, alguien puede salir de un pozo tirando de sus propios cabellos.

No. Se trata de comprensión: nuestra identidad no es el yo carenciado -el cual es, como cualquier puede experimentar, solo un objeto que puede ser observado-, sino justamente Eso que lo observa, es decir, Eso que es consciente del yo y de todo el mundo de las formas. Pues bien, Eso que es consciente es ya plenitud, no necesita ser salvado. Lo que somos está ya salvado; solo necesitamos caer en la cuenta, comprenderlo y vivir en conexión consciente con lo que somos.

¿Qué me viene a la mente cuando escucho la palabra “salvación”?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Cuando Dios crea, salva. El primer acto salvífico es la creación.

Domingo, 21 de agosto de 2022
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hijo-prodigo-DESTAQUEDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Cuestiones importantes

La lectura a fondo de este evangelio plantea cuestiones muy importantes para el ser humano, porque la salvación es el “único” problema serio en la vida, ya que somos mortales y pecadores.

Sin embargo las preguntas importantes del momento  actual no son, seguramente, ni la salvación, ni la muerte, ni el pecado (el mal).

La preocupación por la salvación definitiva, por lo que pudiera venir después de la muerte era importante en el tiempo de Jesús y en los cristianos, al menos hasta nuestros días; pero hoy en día, no lo es. Vivimos acelerados, preocupados por muchas cosas y quizá lo que interese sea solamente tratar de vivir bien.

Quizás el problema actual entre nosotros no es que no se crea en una religión, sino que no se cree en ninguna ni en nada. O de otra manera, hay muchas cuestiones importantes que nos resbalan: la ética, el bien y el mal, qué es la libertad, que es la persona, qué sentido tiene la vida, qué nos cabe esperar, etc.

Sin embargo, -y aunque pueda resultar fuerte- tampoco tiene mucha gracia pasar de manos de la comadrona a manos del enterrador sin enterarnos y con unos euros y un móvil, que es lo que tenemos hoy en día.

02.- ¿Y qué es la salvación?

No es fácil describir qué pueda ser la salvación.

Quizás podamos acercarnos a lo que sea la salvación desde los problemas que vivimos. Los grandes problemas que hemos de afrontar el ser humano son la ley, el pecado-culpabilidad, la muerte.

Quizás la salvación sea vernos liberados del peso de la ley, de la culpabilidad del pecado y de la muerte.

¿Cómo, cuándo y dónde acontecer esta realidad salvífica? No lo sabemos: permanezcamos en una docta ignorantia, en una sabia confianza en Dios.

03.- Esperanza en la vida (y en la muerte).

El primer acto salvífico de Dios es la creación. Cuando Dios crea, salva. No es que Dios cree y luego veremos a ver qué pasa, y según pase, veré cómo os trato, porque tengo preparado un infierno espléndido.

Dios nos hace para la vida (salvación). Dios quiere que todos los hombres se salven (vivan) y lleguen a vivir en verdad. (1Tim 2,4-5).

La afirmación bíblica es de grueso calado:

  • Dios quiere que vivamos (que nos salvemos). Es decir: Dios crea y quiere la vida. Nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos, (Lc 20,38). El Dios de JesuCristo es de vida y salvación, no de muerte y condenación.
  • Dios quiere que vivamos todos. Es decir, la voluntad de Dios no es que unos se salven y otros no, que un pueblo (Israel) se salve y otro, no. Ni tan siquiera pone condiciones morales: los buenos viven, los pecadores, no.

La mesa, el banquete está abierto a todos: salid a los caminos e invitad a todos. Dios nos quiere a todos.

04.- JesuCristo es vida y salvación.

    Ningún ser humano tiene fuerza ni capacidad para salvarse a sí mismo. JesuCristo es la puerta de salvación, la amplia puerta de la misericordia.

    La puerta estrecha es una metáfora popular, no un peaje. En todo caso la puerta es JesuCristo y JesuCristo es misericordia.

    En la reciente biografía (2021) de José M Guibert sobre S Fco Javier recuerda el autor cómo en tiempos de Javier, (s XVI) no se había llegado a que la salvación se acerca al ser humano dentro y fuera de la Iglesia, en el cristianismo y en otras religiones. Tendrán que pasar algunos siglos para que lleguemos a pensar en los “cristianos anónimos” (K Rahner), a pensar que los seres humanos llegamos a la salvación no por nuestros méritos, sino por los de Cristo y para toda la humanidad. Dios puede salvar a todos los seres de modos y maneras que a nosotros se nos escapan.

    Nuestro futuro está en manos de Dios y Dios es más grande y mejor que todo el entramado eclesiástico. Tengamos cuidado no sea que lo que salva el evangelio lo condena la moral.

05.- ¿Cómo vivir y cómo morir?

Respecto al “más allá”, vivamos tres breves pero decisivas anotaciones-actitudes:

  • Todos -todos- vivimos y morimos en la misericordia de Dios, (absténganse eclesiásticos terminales de hacer interpretaciones ultramontanas).
  • Quedémonos en la esperanza de los salmos místicos y la Sabiduría:

Salmo 16 No abandonará mi vida en el sheol (muerte), no dejarás a tu fiel amigo conocer la fosa (corrupción / muerte).

Salmo 49 Dios rescatará mi vida (me llevará consigo) de las garras del sheol (abismo) y me llevará consigo.

Sabiduría 3,1    Nuestra vida está en manos del Señor

  • Que nuestra actitud final en este tramo de la vida sea como la de Cristo: en tus manos, Padre, encomiendo mi vida, (Lc 23,46).

Pensemos que todos, absolutamente todos morimos en la misericordia de Dios.

El que escribió el salmo 50, era muy consciente de las situaciones de muerte, de tristeza y abatimiento. Por eso pide al Señor:

Devuélveme la alegría de la salvación y de la vida.

 

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Los católicos deben entrar por la ‘puerta estrecha’ de la inclusión LGBTQ+, escribe autor

Miércoles, 27 de julio de 2022
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puerta-estrechaLeer los evangelios y tomar en serio las palabras de Jesús puede ser una tarea que nos inquieta e inquieta tanto como nos brinda consuelo y fortaleza. La mayoría de las veces, las parábolas y los sermones registrados en las Escrituras ofrecen demandas sorprendentes y desafiantes para intentar vivir una vida cristiana.

Reflexionando sobre el pasaje del Evangelio de Lucas donde Jesús llama a los oyentes a “esforzarse por entrar por la puerta estrecha” (Lucas 13:24), John T. Kyler, autor y editor, considera en un artículo para U.S. Catholic una de las inquietantes demandas de Jesús como hoja de ruta para la plena inclusión de los católicos LGBTQ+ en la iglesia.

Kyler explica que los oyentes del primer siglo habrían reconocido la imagen de Jesús de la puerta estrecha como una de las dos entradas a una ciudad a través del muro exterior. La puerta más grande acomodaba carretas con ganado y suministros, y podía moverse lentamente con largas filas esperando para entrar. Por el contrario, la puerta angosta estaba menos ocupada y disponible para aquellos que no tenían cargas pesadas. Por lo tanto, las imágenes “propugnan la invitación en lugar de la restricción”, sugiere. “No se trata de quién no puede entrar. Más bien, es un llamado urgente a la autorreflexión y al discernimiento de nuestras propias prioridades, prácticas y valores”.

En otras palabras, los seguidores de Cristo tienen que dejar de lado algún equipaje serio para entrar en la plenitud de la Comunidad Amada donde nadie está excluido. Para practicar verdaderamente la inclusión y la afirmación de la comunidad LGBTQ+, Kyler sugiere tres prácticas para desechar en nuestros intentos de acceder a esa puerta estrecha.

Primero, los católicos pueden establecer nuestra necesidad de control e interpretaciones del evangelio en blanco y negro. Kyler da el ejemplo en el evangelio de Juan del hombre ciego a quien los discípulos entienden que está siendo castigado por los pecados de sus padres o por sus propias deficiencias. En lugar de responder a su pregunta, Jesús ofrece una tercera opción “para que las obras de Dios se revelen en él”. (Juan 9:3.) Su certeza del pecado del hombre es desmantelada, lo que genera más preguntas que respuestas en torno a su suposición de su carácter.

Como cristianos”, escribe Kyler, “debemos estar dispuestos a vivir con liminalidad, en un umbral entre lo que se sabe y lo que se revelará. Ese es el espacio entre la crucifixión y la resurrección”. La llamada es al acompañamiento y al encuentro, más que al juicio o la exclusión. De la misma manera que el énfasis de Jesús en la puerta estrecha no implica exclusión; El amor y la obra de Dios se extiende a todos. Es nuestra necesidad de certeza y las barreras las que nos llevan a intentar limitar ese amor y decidir quién está dentro y quién queda fuera.

En segundo lugar, la tendencia de la iglesia a aferrarse a suposiciones bloquea nuestros intentos de pasar por esa puerta más pequeña. “Durante demasiado tiempo, nuestra iglesia ha construido una visión falsa y tóxica de que la homosexualidad es sinónimo de inmoralidad y promiscuidad”, se lamenta Kyler mientras relata a un párroco que le impide a una mujer trans ingresar al santuario.

Y, sin embargo, Jesús cambia constantemente las suposiciones y expectativas de sus seguidores. Desde las parábolas hasta el Magnificat de María, “todo el mensaje del evangelio se basa en una gran inversión de las expectativas” con el vuelco final en la cruz y la resurrección. “Un instrumento de destrucción y muerte se convierte en fuente de vida y amor”. Dejar de lado nuestras suposiciones sobre la comunidad LGBTQ+ nos abre a formas cada vez más sorprendentes y alegres de encontrar a Dios en la iglesia y el mundo.

Por último, nuestra tendencia a la nostalgia distorsiona nuestra visión de la realidad no solo del pasado, sino también de las posibilidades del presente: “[I]dolatramos una cierta narrativa construida sobre el pasado que nunca fue realidad”, como recordando la “edad de oro” de Hollywood o de nuestra propia iglesia.

La iglesia estadounidense es especialmente culpable de esta tendencia a glorificar el pasado de “incienso y estabilidad, roles latinos y de género, birretes y estructuras familiares tradicionales”. Tal énfasis acrítico en las tradiciones pasadas limita nuestra imaginación para la iglesia del futuro donde los católicos LGBTQ+ sean completamente aceptados y bienvenidos.

“Pero el pasado no fue perfecto, y al pensar en la tradición hay una diferencia significativa entre la nostalgia y la anamnesis. Cuando estamos nostálgicos, sufrimos por una época pasada, independientemente de lo que signifique para el presente. Sin embargo, cuando adoptamos la anamnesis, recordamos activamente el pasado de tal manera que se manifiesta en las realidades de hoy. Eso es lo que celebramos en la liturgia”.

Es una diferencia, señala Kyler, que nos permite traer los elementos atemporales de la historia mientras navegamos por el llamado de Dios al amor y la inclusión en la era actual. Liberarnos de esta nostalgia, así como de nuestras suposiciones mutuas y la necesidad de controlar el amor de Dios, nos ofrece por fin la posibilidad de atender el llamado de Jesús a la puerta estrecha y entrar en una realidad totalmente inclusiva del reino de Dios.

—Angela Howard McParland, New Ways Ministry, July 18, 2022

Fuente New Ways Ministry

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La puerta estrecha: Gracia cara vs. Gracia barata…

Domingo, 25 de agosto de 2019
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La gracia barata es el enemigo mortal de nuestra Iglesia. Hoy combatimos en favor de la gracia cara

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado, es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la toman unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada.

Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

La gracia barata es la gracia como doctrina, como principio, como sistema, es el perdón de los pecados considerado como una verdad universal, es el amor de Dios interpretado como idea cristiana de Dios. Quien la afirma posee ya el perdón de sus pecados.

La Iglesia de esta doctrina de la gracia participa ya de esta gracia por su misma doctrina. En esta Iglesia, el mundo encuentra un velo barato para cubrir sus pecados, de los que no se arrepiente y de los que no desea liberarse. Por esto, la gracia barata es la negación de la palabra viva de Dios, es la negación de la encamación del Verbo de Dios.

La gracia barata es la justificación del pecado y no del pecador.

Puesto que la gracia lo hace todo por sí sola, las cosas deben quedar como antes. «Todas nuestras obras son vanas». El mundo sigue siendo mundo y nosotros seguimos siendo pecadores «incluso cuando llevamos la vida mejor». Que el cristiano viva, pues, como el mundo, que se asemeje en todo a él y que no procure, bajo pena de caer en la herejía del iluminismo, llevar bajo la gracia una vida diferente de la que se lleva bajo el pecado. Que se guarde de enfurecerse contra la gracia, de burlarse de la gracia inmensa, barata, y de reintroducir la esclavitud a la letra intentando vivir en obediencia a los mandamientos de Jesucristo. El mundo está justificado por gracia; por eso -a causa de la seriedad de esta gracia, para no poner resistencia a esta gracia irreemplazable- el cristiano debe vivir como el resto del mundo.

Le gustaría hacer algo extraordinario; no hacerlo, sino verse obligado a vivir mundanamente, es sin duda para él la renuncia más dolorosa. Sin embargo, tiene que llevar a cabo esta renuncia, negarse a sí mismo, no distinguirse del mundo en su modo de vida.

Debe dejar que la gracia sea realmente gracia, a fin de no destruir la fe que tiene el mundo en esta gracia barata.

Pero en su mundanidad, en esta renuncia necesaria que debe aceptar por amor al mundo -o mejor, por amor a la gracia- el cristiano debe estar tranquilo y seguro (securus) en la posesión de esta gracia que lo hace todo por sí sola. El cristiano no tiene que seguir a Jesucristo; le basta con consolarse en esta gracia. Esta es la gracia barata como justificación del pecado, pero no del pecador arrepentido, del pecador que abandona su pecado y se convierte; no es el perdón de los pecados el que nos separa del pecado. La gracia barata es la gracia que tenemos por nosotros mismos.

La gracia barata es la predicación del perdón sin arrepentimiento, el bautismo sin disciplina eclesiástica, la eucaristía sin confesión de los pecados, la absolución sin confesión personal. La gracia barata es la gracia sin seguimiento de Cristo, la gracia sin cruz, la gracia sin Jesucristo vivo y encarnado.

La gracia cara

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga.

La gracia cara es el Evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama. Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»– y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultamos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón.

La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: «Mi yugo es suave y mi carga ligera».

*

Dietrich Bonhoeffer
El precio de la Gracia. El Seguimiento
Ediciones Sígueme, Salamanca 2004

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En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

Uno le preguntó:

“Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

Jesús les dijo:

“Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

Entonces comenzaréis a decir: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.”

Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.”

Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

Mirad: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos.”

*

Lucas 13, 22-30

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“Confianza sí, frivolidad no”. 21 Tiempo ordinario – C (Lucas 13,22-30)

Domingo, 25 de agosto de 2019
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21-TO-C-600x400La sociedad moderna va imponiendo cada vez con más fuerza un estilo de vida marcado por el pragmatismo de lo inmediato. Apenas interesan las grandes cuestiones de la existencia. Ya no tenemos certezas firmes ni convicciones profundas. Poco a poco, nos vamos convirtiendo en seres triviales, cargados de tópicos, sin consistencia interior ni ideales que alienten nuestro vivir diario, más allá del bienestar y la seguridad del momento.

Es muy significativo observar la actitud generalizada de no pocos cristianos ante la cuestión de la «salvación eterna» que tanto preocupaba solo hace pocos años: bastantes la han borrado sin más de su conciencia; algunos, no se sabe bien por qué, se sienten con derecho a un «final feliz»; otros ya no piensan ni en premios ni en castigos.

Según el relato de Lucas, un desconocido hace a Jesús una pregunta frecuente en aquella sociedad religiosa: «¿Serán poco los que se salven?». Jesús no responde directamente a su pregunta. No le interesa especular sobre ese tipo de cuestiones, tan queridas por algunos maestros de la época. Va directamente a lo esencial y decisivo: ¿cómo hemos de actuar para no quedar excluidos de la salvación que Dios ofrece a todos?

«Esforzados en entrar por la puerta estrecha». Estas son sus primeras palabras. Dios nos abre a todos la puerta de la vida eterna, pero hemos de esforzarnos y trabajar para entrar por ella. Esta es la actitud sana. Confianza en Dios, sí; frivolidad, despreocupación y falsas seguridades, no.

Jesús insiste, sobre todo, en no engañarnos con falsas seguridades. No basta pertenecer al pueblo de Israel; no es suficiente haber conocido personalmente a Jesús por los caminos de Galilea. Lo decisivo es entrar desde ahora en el reino de Dios y su justicia. De hecho, los que quedan fuera del banquete final son, literalmente, «los que practican la injusticia».

Jesús invita a la confianza y la responsabilidad. En el banquete final del reino de Dios no se sentarán solo los patriarcas y profetas de Israel. Estarán también paganos venidos de todos los rincones del mundo. Estar dentro o estar fuera depende de cómo responde cada uno a la salvación que Dios ofrece a todos.

Jesús termina con un proverbio que resume su mensaje. En relación con el reino de Dios, «hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos». Su advertencia es clara. Algunos que se sienten seguros de ser admitidos pueden quedar fuera. Otros que parecen excluidos de antemano pueden quedar dentro.

José Antonio Pagola

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“Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios”. Domingo 25 de agosto de 2019 21º domingo del Tiempo Ordinario

Domingo, 25 de agosto de 2019
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46-ordinarioC21 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 66, 18-21: De todos los países traerán a todos vuestros hermanos.
Salmo responsorial: 116: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.
Hebreos 12, 5-7. 11-13: El Señor reprende a los que ama.
Lucas 13, 22-30: Vendrán de oriente y occidente y se sentarán a la mesa en el reino de Dios

Jesús continua su viaje a Jerusalén, pasando por pueblos y aldeas en los que enseñaba. En este contexto alguien pregunta a Jesús: Señor, ¿son pocos aquellos que se salvarán? La pregunta como se ve, apunta al número: ¿Cuántos vamos a salvarnos, pocos o muchos? La respuesta de Jesús traslada la atención del “cuántos” al “cómo” nos salvamos.

Es la misma actitud que notamos a propósito de la parusía: los discípulos preguntan “cuándo” se producirá el retorno del Hijo del hombre y Jesús responde indicando “cómo” prepararse para ese retorno, qué hacer durante la espera (Mt 24,3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña ni poco cortés; es la forma de actuar de alguien que quiere educar a los discípulos y pasar del plano de la curiosidad al de la sabiduría, de las preguntas ociosas que apasionan a la gente, a los verdaderos problemas que sirven para el Reino. Entonces, en este evangelio Jesús aprovecha la oportunidad para instruir a los discípulos sobre los requisitos de la salvación. La cosa nos interesa naturalmente en sumo grado también a nosotros, discípulos de hoy que estamos frente al mismo problema.

Pues bien, ¿qué dice Jesús respecto del modo de salvarnos? Dos cosas: una negativa, otra positiva; primero, lo que no sirve y no basta, después lo que sí sirve para salvarse. No sirve, o en todo caso no basta para salvarse el hecho de pertenecer a determinado pueblo, a determinada raza o tradición, institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas… No sé de dónde son ustedes”. En el relato de Lucas, es evidente que los que hablan y reivindican privilegios son los judíos; en el relato de Mateo, el panorama se amplía: estamos ahora en un contexto de Iglesia; aquí oímos a cristianos que presentan el mismo tipo de pretensiones: “Profetizamos en tu nombre (o sea en el nombre de Jesús), hicimos milagros… pero la respuesta de Señor es la misma: ¡no los conozco, apártense de mí! (Mt 7,22-23). Por lo tanto, para salvarse no basta ni siquiera el simple hecho de haber conocido a Jesús y pertenecer a la Iglesia; hace falta otra cosa.

Justamente esta “otra cosa” es la que Jesús pretende revelar con las palabras sobre la “puerta estrecha”. Estamos en la respuesta positiva, en lo que verdaderamente asegura la salvación. Lo que pone en el camino de la salvación no es un título de propiedad (no hay títulos de propiedad para un don como es la salvación), sino una decisión personal. Esto es más claro todavía en el texto de Mateo que contrapone dos caminos y dos puertas –una estrecha y otra ancha– que conducen respectivamente una al vida y una a la muerte: esta imagen de los dos caminos Jesús la toma de Deut 30,15ss y de los profetas (Jer 21,8); fue para los primeros cristianos, una especie de código moral. Hay dos caminos –leemos en la Didaché–, uno de la vida y otro de la muerte; la diferencia entre los dos caminos es grande. Al camino de la vida le corresponden el amor a Dios y al prójimo, el bendecir a quien maldice, perdonar a quien te ofende, ser sincero, pobre; en suma, los mandamientos de Dios y las bienaventuranzas de Jesús. Al camino de la muerte le corresponden, por el contrario, la violencia la hipocresía, la opresión del pobre, la mentira; en otras palabras lo opuesto, a los mandamientos y a las bienaventuranzas.

La enseñanza sobre el camino estrecho encuentra un desarrollo muy pertinente en la segunda lectura de hoy: “El Señor corrige al que ama…”. El camino estrecho no es estrecho por algún motivo incomprensible o por un capricho de Dios que se divierte haciéndolo de esa manera, sino que se puesto por medio el pecado, porque ha habido una rebelión, se salió por una puerta; el conflicto de la cruz es el medio predicado por Jesús e inaugurado por él mismo para remontar esa pendiente, revertir esa rebelión y “volver a entrar”

Pero, ¿porqué camino “ancho” y camino “estrecho”? ¿Acaso el camino del mal es siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y cansador? Aquí es importante obrar con discernimiento para no caer en la misma tentación del autor del salmo 73. También a este creyente del primer testamento le había parecido que no hay sufrimiento para los impíos, que su cuerpo está siempre sano y satisfecho, que no se ven golpeados por los demás hombres, sino que están siempre tranquilos amasando riquezas, como si Dios tuviera, además, preferencia por ellos…; el salmista se escandalizó por esto, hasta el punto de sentirse tentado de abandonar su camino de inocencia para hacer como los demás. En este estado de agitación, entró en el templo y se puso a orar, y de repente vio con toda claridad: comprendió “cuál es su fin”, o sea el fin de los impíos, empezó a albar a Dios y a darle gracias con alegría porque todavía estaba con él. La luz se hace orando y considerando las cosas desde el fin, o sea, desde su desenlace.

Volvamos al hilo del discurso; Jesús rompe el esquema y lleva el tema al plano personal y cualitativo no sólo es necesario pertenecer a una determinada “comunidad” ligada a una serie de practicas religiosas que nos dan la garantía de la salvación. Lo importante es atravesar la puerta estrecha es decir el empeño serio y personal por la búsqueda del reino de Dios, esta es la única garantía que nos da la certeza que se está en el camino que nos conduce a la luz de la salvación. Jesús ha repetido muchas veces este concepto: “no todos los que me dicen Señor, Señor entraran en el Reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos”.

Comer y beber el cuerpo y la sangre de Señor, escuchar su Palabra, multiplicar las oraciones… es importante pero no es suficiente para alcanzar la salvación, porque como afirma Dios por boca del profeta Isaías: “no puedo soportar falsedad y solemnidad” (1,13). Al rito se debe unir la vida, la religión debe impregnar toda la vida la oración debe orientarse a la practica de la caridad, la liturgia debe abrirse a la justicia y al bien de otra manera como han dicho los profetas el culto es hipócrita y es incapaz de llevarnos a la salvación, y escucharemos las palabras de Jesús “aléjense de mí, operarios de iniquidad”. El acento está en las obras, expresión de una vida coherente con la fe que profesamos.

La imagen que Jesús usa inicialmente es aquella de la “puerta estrecha”, que representa muy bien el empeño que es necesario para alcanzar la meta de la salvación, el verbo griego usado por Lucas agonizesthe es traducido por “esforzarse”. Indica una lucha, una especie de “agonía”; incluye fatiga y sufrimiento, que envuelve a toda la persona en el camino de fidelidad a Dios.

La vida cristiana es una vida de lucha diaria por elevarse a un nivel espiritual superior; es erróneo cruzarse de brazos y relajarse después de haber hecho un compromiso personal con Cristo. No podemos quedarnos estancados en nuestra fidelidad al reino de Dios.

Creer es una actitud seria y radical y no se reduce a ciertos actos de devoción. Éstos pueden ser signos de una adhesión radical; finalmente al Reino de Dios son admitidos todos los justos de la tierra que han luchado, amado y se han esforzado por su fe con sinceridad de corazón; esto significa que el cristianismo se abre a todas las razas, a todas las culturas, a todas las expresiones sociales y personales sin ninguna restricción. Leer más…

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25. 08.19. Domingo 21. Tiempo ordinario. Ciclo C. Lc 13, 22-30. “¿Cuántos se salvan? Entrad por la puerta estrecha”

Domingo, 25 de agosto de 2019
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hqdefaultDel blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de Lucas recoge, en el contexto de la gran subida a Jerusalén, iniciada en 10, 51, una serie de dichos relacionados con la salvación. El texto ha sido retocado por el mismo Lucas, con materiales que provienen de la tradición del Documento Q (recogidos por Mateo en otro contexto: Mt 7, 13-14. 21-23). Tratan de la salvación, entendida en sentido fuerte y así quiero comentarlos hoy, de un modo sencillo, aplicándolos a nuestra situación social y eclesial. Queda en cursiva el texto de Lucas; el resto es comentario mío.

En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando.

 Ésta es la enseñanza del “camino”. La vida de Jesús, igual que nuestra vida, es un ascenso mesiánico.La meta es Jerusalén: el cumplimiento de las profecías, el lugar de la esperanza final. Así, mientras vamos de camino, acompañando con Jesús, van surgiendo las preguntas. Sólo en este contexto se entienden

Uno le preguntó: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”

             Da la impresión de que esa pregunta viene de un curioso que quiere saber por saber No es ¿voy a salvarme?, sino ¿se salvarán muchos? Es una pregunta  de gentes que se sitúan como desde fuera, una pregunta que se sitúa  en el ámbito de una Iglesia helenista, que ya no espera la llegada del Reino de Dios (como anunciaba Jesús), sino un tipo de salvación final, después de la historia.

Es la pregunta de alguien que está ya preocupado por el “número” de los que se salvan y así se lo pregunta a Jesús, a quien llama Kyrios, Señor divino. Él tiene que saberlo todo; tendrá que responder. Es una pregunta que, quizá, podría plantearse de otras formas:

¿tiene salida este mundo concreto que vamos haciendo y deshaciendo, un mundo amenazado por la bomba atómica y ecológica, por la gran violencia?¿cuántos podrán sobrevivir al gran desastre atómico?

¿cuántos hombres y mujeres podrán subsistir si sigue este tipo del capitalismo y de interés político de algunos… mientras mueran cada día miles y miles por hambre, en los mares de los barcos a la deriva mientras otro pasan a su lado en grandes cruceros de lujo?

68319315_1295231860654003_5093748303007318016_oJesús les dijo: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha.

             Lógicamente, Jesús no responde de manera directa a la pregunta. No dice si el 10%, si el 50% o si el conjunto de los hombres y mujeres. La pregunta del curioso no puede responderse de esa forma.

Él ha preguntado en nombre de muchos que parecen mirar desde fuera.Jesús le (les) responde: ¡Vamos, poneos en marcha…, no preguntéis por el número, “esforzaos”.

La respuesta por el número no puede darla él, ni siquiera Dios; tenemos que darla nosotros, con nuestro “esfuerzo” (en griego “agonía”, de agón, lucha) por la salvación.

 En ese contexto alude al tema de la “puerta estrecha, aunque no lo desarrolla, como hace Mt 7, 13-14 con la alegoría de las dos puertas (de los dos caminos): una estrecha, otra ancha, una difícil otra fácil…

   Los que están de verdad en dificultad no son sólo los otros, aquellos a quienes no dejamos pasar entre las mallas de nuestra murallas de nuestras fronteras… Queremos cerrar el paso a los otros, y nos cerramos el paso a nosotros mismos.

Jesús habla de una “puerta estrecha”. El tema es conocido en otros contextos. Viene en muchos libros… Ésta es la puerta de la humanidad futura: si vamos por la puerta fácil de muchos… podremos perdernos.El camino implica un tipo de “selección”, un tipo de compromiso. Para aquellos que pueden escuchar (para aquellos que tienen la oportunidad de recibir el mensaje de Jesús) es necesario el esfuerzo, la agonía de la puerta estrecha, la puerta de la decisión de cada uno.

Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.”

f0132545            El evangelio nos sitúa ahora ante el tema de la casa inaccesible, de la puerta que se cierra (tema que Mt 25, 10-12 ha desarrollado con la alegoría de las vírgenes prudentes y las necias). Ha dicho antes que hay que esforzarse, pero ahora descubrimos que no basta el esfuerzo, pues habrá algunos que querrán e intentarán y no podrán, aunque vengan gritando: ¡Señor ábrenos!

En otro contexto ha dicho el mismo Jesús de Lucas que “a todo el que llama se le abrirá” (cf. Lc 11, 10). Aquí, en cambio, hay algunos que intentan, que llaman, que gritan y que, sin embargo, quedan fueran. Evidentemente, tienen que ser unas personas muy peculiares, personas que han equivocado el estilo de Jesús, personas que han rechazado de una forma radical su oportunidad. Dicen ¡Señor!, pero el Señor no les conoce.

Estamos, sin duda, ante personas que han querido manipular del evangelio, ante unos hombres y mujeres que conocen teología, que saben decir “Señor”, pero que utilizan el Mensaje del Reino para provecho propio, quedando así fuera del “conocimiento” de Jesús.

Éstos no son los “cojos-mancos-ciegos” a los que Jesús ha ofrecido su palabra, no son tampoco los pecadores que de alguna forma aguardan la salvación, ni los pobres que esperan el pan y la palabra… No son los millones y millones que sufren y buscan…

Jesús habla aquí para la buena Iglesia…. (para la Iglesia que se siente buena… pero no obra bien). Estos que dicen “Señor, Señor”, sin ser “conocidos por Jesús”, son, sin duda, unas personas que están desfigurando el Evangelio, para provecho propio, en contra del mismo Jesús, personas que no abren el camino para los demás.

Entonces comenzaréis a decir. “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, obradores de injusticia.”

             Estas palabras aparecen también en Mt 7, 22-23, pero de un modo todavía más intenso, más doliente. Los que protestan ante el Señor, presentando sus credenciales y derechos, son líderes de las comunidades, personas que han profetizado en su nombre, que han hecho exorcismos y curaciones…

Lucas acentúa menos ese rasgo de liderazgo, pero destaca el de la “cercanía”. Los que protestan, sintiéndose excluidos, son personas que han comido y bebido con Jesús, que han escuchado su palabra en las plazas… Son los cristianos oficiales, los que piensan tener unos derechos mayores que los otros, los que apelan a “recomendaciones” de diverso tipo… Son aquellos que, en el fondo, han entendido la salvación como un “negocio” que puede resolverse con gestos externos y recomendaciones.

Ellos, los que se sienten el centro de la Iglesia, los que dicen conocer a Jesús (¡como si fueran sus parientes de siempre!) son los que reciben la respuesta más dura: ¡no os conozco…! Leer más…

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Domingo XXI del Tiempo Ordinario. 25 agosto, 2019

Domingo, 25 de agosto de 2019
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 “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

(Lc 13, 22-30)

El de hoy es un evangelio “peligroso” que nos puede conducir a dos extremos contra puestos.

Por un lado, podemos quedarnos con la imagen de un dios exigente que lleva cuentas pormenorizadas de cada uno de nuestros pecados. Un dios riguroso, lleno de santidad y perfección. Lleno de poder que no se va a dejar manchar o corromper por la oscuridad y debilidad humana.

En el extremo opuesto, podemos caer en la trampa de pensar que al Dios de Jesús no le pega nada eso de “dejar fuera” a nadie y que su misericordia es una especie de salvoconducto que nos permite vivir sin ninguna responsabilidad. Que podemos hacer lo que queramos, lo que nos dé la gana.

Ambas posturas están equivocadas aunque tienen su parte de verdad. El Dios que vino a anunciarnos Jesús no es un juez castigador. No necesita de nosotras un expediente impecable. Pero tampoco podemos convertir la misericordia divina en la excusa perfecta para vivir de cualquier manera, porque en el Reino del Amor no vale todo. Por eso Jesús dice: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.

El evangelio de hoy apela a nuestra responsabilidad personal. Solo aquello que nos hace crecer en amor y libertad nos abre las puertas del Reino, porque solo esas actitudes nos ponen en camino.

No es que Dios nos vaya a cerrar la puerta, pero tampoco nos va a obligar a entrar. La puerta del Reino es estrecha porque tenemos que acertar con ella desde nuestra propia libertad. Y la libertad nos da siempre a escoger, aunque no siempre lo más apetecible es realmente mejor.

 

Oración

Repite, Trinidad Santa, en nuestros corazones ese:

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha”,

recuérdanos que necesitas de nosotras para llevarnos a tu Reino. Amén.

 

*

Fuente:  Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Si “alguien” quiere pasar, la puerta se cierra.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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puerta-2Lc 13,22-30

El texto nos recuerda una vez más, que Jesús va de camino hacia Jerusalén, que será su meta. Sigue Lc con la acumulación de dichos sin mucha conexión entre sí, pero todos tienen como objetivo ir instruyendo a los discípulos sobre el seguimiento de Jesús. Jesús no responde a la pregunta, porque está mal planteada. La salvación no es una línea que hay que cruzar, es un proceso de descentración del yo, que hay que tratar de llevar lo más lejos posible. Trataremos de adivinar por qué no responde a la pregunta y lo que quiere decirnos.

No es fácil concretar en qué consiste esa salvación de la que hablan los evangelios. Hoy tenemos infinidad de ofertas de salvación. “Salvación” hace referencia, en primer lugar, a la liberación de un peligro o situación desesperada. El médico está todos los días curando en el hospital, pero se dice que ha salvado a uno, cuando estando en peligro de muerte, ha evitado ese final. Aplicar este concepto a la vida espiritual puede despistarnos. El mayor peligro para una trayectoria espiritual es dejar de progresar, no que se encuentren obstáculos en el camino. La salvación no sería librarme de algo sino desplegar al máximo la plenitud humana.

Podíamos hacernos infinidad de preguntas sobre la salvación: ¿Para cuándo la salvación? ¿Salvación aquí o en el más allá? ¿Salvación material o salvación espiritual? ¿Nos salva Dios? ¿Nos salva Jesús? ¿Nos salvamos nosotros? ¿Salvan las obras o la fe? ¿Salva la religión? ¿Salvan los sacramentos? ¿Salva la oración, la limosna o el ayuno? ¿Nos salva la Escritura? ¿Cómo es esa salvación? ¿Salvación individual o comunitaria? ¿Es la misma para todos? ¿Se puede conocer antes de alcanzarla? ¿Podemos saber si estamos salvados?

Resulta que es inútil toda respuesta, porque las preguntas están mal planteadas. Todas dan por supuesto que hay un yo que está perdido y debe ser salvado. Debemos darnos cuenta de que la salvación no es alcanzar la seguridad para mi yo individual, sino que consiste en superar toda idea de individualidad. La religión ha fallado al proponer la salvación del falso yo, que es el anhelo más hondo de todo ser humano. Salvarse es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él la armonía y unidad con todos los demás seres.

En realidad todos se salvan de alguna manera, porque todo ser humano despliega algo de esa humanidad por muy mínimo que sea ese progreso. Y nadie alcanza la plenitud de salvación porque, por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre podría haber avanzado un poco más en el despliegue de su humanidad. Todos estamos, a la vez, salvados y necesitados de salvación. Esta idea nos desconcierta, porque no satisface los deseos del ego.

Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Esta frase nos puede iluminar sobre el tema que estamos tratando. Pero la hemos entendido mal y nos ha metido por un callejón sin salida. El esfuerzo no debe ir encaminado a potenciar un yo para asegurar su permanencia incluso en el más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir para después de morir.

La salvación no consiste en la liberación de las limitaciones que no acepto porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada. Esas limitaciones no son fallos del creador ni accidentes desagradables que yo he provocado sino que forman parte esencial de mi ser. La salvación tiene que consistir en alcanzar una plenitud sin pretender dejar de ser criatura y limitada. La verdadera salvación es posible a pesar de mis carencias porque se tiene que dar en otro plano, que no exige la eliminación de mis imperfecciones.

Ni el sufrimiento ni la enfermedad ni la misma muerte pueden restar un ápice a mi condición de ser humano. Mi plenitud la tengo que conseguir con esas limitaciones, no cuando me las quiten. Lo que se puede añadir o quitar pertenece siempre al orden de las cualidades, no es lo esencial. Pensar que la creación le salió mal a Dios y ahora solo Él puede corregirla y hacer un ser humano perfecto es una aberración que nos ha hecho mucho daño. La salvación no puede consistir en cambiar mi condición de ser humano por otro modo de existencia.

Para tomar conciencia de dónde tenemos que poner el esfuerzo es imprescindible entender bien el aserto. Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta sino en el que debe atravesarla. No es que la puerta sea estrecha, es que se cierra automáticamente en cuanto alguien pretende atravesarla. Solo cuando tomemos conciencia de que somos nadie, se abrirá de par en par. Mientras no captes bien esta idea, estarás dando palos de ciego en orden a tu verdadera salvación.

No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser. Cuando mi falso ser se esfume, quedará de mí lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta sin darme cuenta. Cuando pretendo estar seguro de mi salvación, o cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.

En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para perdernos en beneficio de todos. El domingo pasado decía Jesús: “He venido a traer fuego a la tierra, ¿qué más puedo pedir si ya está ardiendo? Todo lo creado tiene que transformarse en luz, y la única manera de conseguirlo es ardiendo. El fuego destruye todo lo que no tiene valor, pero purifica lo que vale de veras. Debo consumir lo que hay en mí de ego y potenciar lo que hay de verdadero ser.

Somos como la vela que está hecha para iluminar consumiéndose; mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela será un trasto inútil. En el momento que le prendo fuego y empieza a consumirse se va convirtiendo en luz y da sentido a su existencia. Cuando nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela; cuando incluso le pedimos a Dios que, ya que es tan bonita, la guarde junto a Él para toda la eternidad, estamos renunciando al verdadero sentido de una vida humana, que es arder, consumirse para iluminar a los demás.

No sé quienes sois. Toda la parafernalia religiosa que hemos desarrollado durante dos mil años no servirá de nada si no me ha llevado a desprenderme de ego. El yo más peligroso para alcanzar una verdadera salvación es el yo religioso. Me asusta la seguridad que tienen algunos cristianos de toda la vida en su conducta irreprochable. Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión. Han cumplido todo lo mandado, pero no han sido capaces de descubrir que en ese mismo instante, deben considerarse “siervos inútiles”.

Esta advertencia es mucho más seria de lo que parece. Pero no tenemos que esperar a un más allá para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de salvación que hayamos conseguido se manifiesta en cada instante de nuestra vida por la calidad de nuestras relaciones con los demás. No se trata de prácticas ni de creencias sino de humanidad manifestada con todos los hombres. Lo que creas hacer directamente por Dios no tiene ninguna importancia. Lo que haces cada día por los demás es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación.

Meditación

Mi falso yo, sustentado en lo material,
tiene que consumirse para que surja el verdadero ser.
Todo lo que trabajemos para potenciar la individualidad
será ir en dirección contraria a la verdadera meta.
Mientras más adornos y capisayos le coloque,
más lejos estaré de mi verdadera salvación.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Invitación a aprender.

Domingo, 25 de agosto de 2019
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desde-corazonEducar la mente sin educar el corazón, no es educación en absoluto (Aristóteles)

25 de agosto 2019.

DOMINGO XXI DEL TO

Is 66; 18-21

Pero yo vendré para reunir a las naciones, naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria

Sal 116

Alabad al Señor todos los pueblos, alabadle todas las naciones

Lc 13, 22-30

Camino de Jerusalén, Jesús recorría ciudades y aldeas enseñando

En el salmo responsorial de la misa se dice: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio”. En ambos textos, se pone énfasis en la idea de que la doctrina de Jesús debería llegar al mundo entero, sin distinción alguna de pobres o de ricos: “ciudades y aldeas”.

El texto, escribe Jose Enrique Ruiz de Galarreta en Evangelios de Lucas y Juan, Jesús no contesta a lo que le preguntan, sino a lo que deberían haberle preguntado”. Perfecta estratagema.

En nosotros, congregados de todas las partes del mundo, se han cumplido todas las profecías, y nos hemos sentado a la mesa del reino. Pero no podemos quedarnos egoístamente  encerrados en nosotros mismos, sino que debemos sentirnos llamados a llevar a los demás cuanto tan generosa como gratuitamente hemos recibido. Banquete y alimentos que nos nutrirán satisfactoriamente el resto de los días.

En unos  versos de  la poesía china, Wang Wei nos lo dice de esta manera:

MANANTIAL DE LAS PEPITAS DE ORO 

If you drink every day of spring
gold nuggets,
live ten thousand at least.

Bebiendo diariamente de tan prodigioso manantial, jamás podría sucedernos lo que Mark Twain dice del primer hombre, en Diarios de Adán y Eva: “Me harta tener que preocuparme del asunto y, por otra parte, no sirve de nada”.

Dos vientos corren en el mismo sentido, pero cada uno de ellos tiene sus personales fronteras. Derribarlas, podría producir una tormenta, que arrasaría los propios sentimientos a su paso.

¿No es éste el camino que Jesús nos pedía recorriéramos? Al menos deberíamos intentarlo: Es lo que han hecho los grandes pedagogos de la Historia: enseñar desde el corazón, no desde los libros.

No me parecía descabellada la idea de que un día se presentara, con la teatralidad propia de un actor o un cantante de ópera, disfrazado de Lohengrin , cantando un aria solemne”, escribe Sándor Márai en La herencia de Eszter, queriéndonos decir con ello que hay que dejar que cada uno sea como Dios le hizo.

Khalil Gibran dijo en su libro El Profeta, que hay que predicar la palabra, pero sin imponerla a nadie. Todos tienen derecho a ser mutuamente respetados, a que nadie les expolie en sus derechos.

EL MAESTRO

Nuevamente Almitra habló y dijo:

“¿Qué tienes que decirnos del matrimonio, Maestro?”  Y esta fue su respuesta:

Nacisteis juntos y juntos permaneceréis siempre. Mas dejad que en vuestra unión crezcan los espacios, y dejad que los vientos del cielo dancen sobre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una prisión. Mejor es que sea un mar que se meza entre las orillas de vuestra alma.

Llenaos mutuamente las copas, pero no bebáis solo de una. Compartid vuestro pan, más no comáis de la misma hogaza. Cantad y bailad juntos; alegraos, pero que cada uno de vosotros conserve la soledad para retirarse a ella a veces. Hasta las cuerdas de un laúd están separadas, aunque vibren con la misma música.

Ofreced vuestro corazón, pero no para que se adueñen de él. Y permaneced juntos, pero no demasiado, porque los pilares sostienen el templo, pero están separados. Y ni el roble ni el ciprés crecen el uno a la sombra del otro.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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