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Gonzalo Haya: Año de la biblia (noviembre). Libros sapienciales (II).

Sábado, 14 de noviembre de 2020
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Un-hombre-estudia-la-Bibliaestudios-biblicosC) Etapa final

A esta etapa pertenecen dos libros del canon católico que no están incluidos en el canon hebreo, El Eclesiástico y La Sabiduría, y  los capítulos 1 – 9 de Proverbios que fueron añadidos en el siglo IV como comienzo de ese libro. Sicre señala que esta etapa presenta tres características comunes en los tres escritos: la reacción ante la cultura griega, la importancia creciente de la historia, y la personificación de la sabiduría; “y esto tendrá gran repercusión en la teología del Nuevo Testamento, que considerará a Jesús la sabiduría de Dios encarnada. Ver 1Cor 1,24; Col 1,15-17; Heb 1,3” (Sicre).

Eclesiástico, Ben Sira, el Sirácida (Eclo) 200 – 180 a. C.

El libro del Eclesiástico ha sufrido un accidentado proceso. Ha sido un libro muy leído tanto por los judíos como por la Iglesia en los primeros siglos, y por eso recibió el título de El Eclesiástico; los judíos no lo incluyeron en su  canon porque el texto original hebreo había desaparecido, pero se conservó su traducción griega del año 132 a. C., incluida en los LXX, y una adaptación latina que recogió la Vulgata.

Posteriormente se fueron encontrando fragmentos que han permitido rehacer casi todo el texto hebreo original, al que muchos expertos dan más valor que al texto griego, como reconoce el mismo traductor griego en el Prólogo del libro. La traducción de Schökel se basa en el texto hebreo, teniendo en cuenta las variantes de las traducciones griega y siríaca.

El eclesiástico es un maestro-escriba piadoso que quiere educar en las tradiciones religiosas y culturales judías para evitar las crecientes influencias de la cultura griega. Considera que  la sabiduría sólo se encuentra en Israel: “Del Señor procede toda la sabiduría… fue creada antes que todas las cosas… sólo hay uno que es sabio y temible sobremanera… En honrar al Señor está el comienzo de la sabiduría” (1,1-14). Busca en el pasado la solución a los nuevos problemas que plantea la cultura griega (39,1-11), y ataca a los que se dejan influenciar por el helenismo. Rechaza la antropología dualista griega de alma y cuerpo, y sitúa en esta vida tanto el premio como el castigo.

Su difícil equilibrio entre la realidad y los principios doctrinales le plantea situaciones difíciles de conciliar, que procura resolver insistiendo a veces en un extremo y a veces en el otro. La contradicción entre la prosperidad del malvado y el sufrimiento del justo, la resuelve con un modo de predestinación: “a unos los bendijo y encumbró… y a otros los maldijo y humilló… barro que el alfarero moldea con sus manos, y todo lo moldea conforme a su gusto… Los retribuirá según su criterio” (33, 7-19); pero en otro pasaje afirma la libertad: “El creó al ser humano en el comienzo, y le dio la capacidad de obrar libremente: si lo deseas, cumplirás sus mandamientos” (15,14-17).

Se muestra sensible al comportamiento social y al falso culto: “Los pobres viven con pan racionado, quien se lo quita es un criminal. Asesina al prójimo quien le roba el sustento” (34, 18-36). Se abre tímidamente al universalismo, pero se afianza en el nacionalismo: “Cuando distribuyó sobre la tierra a las naciones, al frente de cada una puso un gobernante; pero la porción del Señor es Israel” (17,1-23).

También vacila entre un leve pesimismo: “Todo viviente envejece como un vestido, porque así está decretado desde siempre: morirás sin remisión” (14,11-19); “¿Quién es el ser humano? ¿Cuál es su utilidad” (18,8-14); “¡Oh muerte, que amargo resulta tu recuerdo…” (41,1-4); y un moderado optimismo: “El Señor formó de la tierra a los seres humanos…los hizo partícipes de una fuerza semejante a la suya y a su propia imagen los creó” (17,1-14).

El autor confiesa que su proyecto de vida es la búsqueda de la sabiduría (51,13-30), y la busca en la Naturaleza (42,15 a 43,33) y en la Historia de Israel (c 44 – 50), y la personifica en un autoelogio: “La sabiduría difunde su propia alabanza… abre su boca en la asamblea del Altísimo… Salí de la boca del Altísimo… puse mi tienda en las alturas…” (c. 24).

El Eclesiástico y el Eclesiastés dos personajes contradictorios ¡y titulados con nombres tan parecidos que se prestan a confundirlos! Dos personajes que merecerían un estudio más detenido.

El Eclesiastés es un escéptico que rechaza las soluciones piadosas, porque se contradicen con su experiencia de la vida; especialmente respecto al problema del mal y al poder o la justicia de Dios. El eclesiástico es un escriba que quiere frenar el escepticismo aferrándose a las soluciones piadosas.

En estos tiempos nos sentimos más identificados con el Eclesiastés, sin embargo observamos que, a pesar de su escepticismo, el Eclesiastés sigue creyendo en Dios y renuncia a resolver el problema del mal. El eclesiástico trata de explicar el problema con un modo de predestinación, pero afirmando al mismo tiempo la libertad humana. Ambos son incongruentes porque la realidad y la vida se nos manifiestan en forma contradictoria, y nuestra racionalidad es incapaz de coordinar ambos extremos: ¿retribución según los méritos o gratuidad incondicional?

Eclesiástico y Eclesiastés ¿qué es preferible, renunciar a resolver el problema o afirmar ambos extremos? Job lo resolvió con una experiencia personal de Dios. En lenguaje actual podríamos comprender mejor etas contradicciones (aunque no lleguemos a resolverlas) mediante la experiencia personal del amor.

Proverbios 1 – 9, s. IV a. C.

Ya hemos visto que los capítulos 1– 9 fueron escritos hacia el siglo IV, en un estilo más doctrinal, como una introducción teológica al Libro de los Proverbios, igualmente atribuida a Salomón. Pikaza compara estas instrucciones con las que hace Diótima, en el Banquete de Platón, a los hombres en nombre de la divinidad.

“Hijo mío, atiende a la educación paterna / y no olvides la enseñanza materna” (1,8); “Vigila atentamente tu interior, pues de él brotan fuentes de vida” (4,23). Estas instrucciones tratan, sin un orden sistemático, sobre las malas compañías, las tentaciones con la mujer ajena, el adulterio, y sobre todo hace un gran elogio de la sabiduría.

Hay siete cosas que detesta el Señor / y una séptima que aborrece del todo: / ojos altaneros, lengua mentirosa, / manos manchadas de sangre inocente, / mente que trama planes perversos, / pies ligeros para correr hacia el mal, / testigo falso que difunde mentiras, / y el que atiza discordias entre hermanos” (6,16-19). “Feliz quien encuentra sabiduría… es de más valor que la plata, y más rentable que el oro; es más valiosa que las joyas; ningún placer se le puede comparar” (3,3-20). Es de destacar el segundo himno de la sabiduría por su relación con el Prólogo del evangelio de Juan “La Sabiduría está pregonando, la inteligencia levanta su voz… a vosotros, seres humanos, os llamo… El Señor me estableció al principio de sus tareas… antes de comenzar la tierra… cuando colocaba el cielo, allí estaba yo” (8,1-36).

Sabiduría 30 a. C. al 15 d. C

El libro de la Sabiduría es el último del Antiguo Testamento en el canon católico; su autor anónimo es casi contemporáneo de Jesús, aunque tiene más afinidad con Pablo; vive en Alejandría y escribe este libro en griego con el título de Sabiduría de Salomón, aunque no fue incluido en el canon hebreo, ni protestante. Los teólogos lo han tomado como cumbre de la teología del Antiguo Testamento y punto de partida de sus reflexiones.

El tema fundamental del libro de la Sabiduría es la teología de la historia desde la perspectiva israelita, aunque desde la primera línea se extiende expresamente a todos los pueblos

Gobernantes de la tierra, amad la justicia” (1,1), “Porque del Señor habéis recibido el poder / del Altísimo procede la autoridad!…” (6,3). Se trata por tanto de una teología política o de la justicia en el gobierno del pueblo.

El autor es un judío anónimo que escribe principalmente para los judíos de la diáspora en Egipto. Conoce bien tanto los escritos hebreos como la cultura griega y establece un ejemplar diálogo entre la teología judía y la filosofía griega; acepta algunas novedades como el dualismo alma-cuerpo y la retribución en la otra vida. Utiliza los recursos hebreos como el paralelismo y los midrás, y los recursos griegos, riqueza de vocabulario, conceptos helenistas, rimas y juegos de palabras; con el resultado de una “brillante prosa rítmico-poética” (BTI).

El libro está estructurado en tres partes:

1) c. 1-5. Destino de la vida humana en los planes de Dios, justicia divina, inmortalidad feliz para los buenos, castigo y perdición para los impíos. La sabiduría viene de Dios y se identifica con la justicia: “Pues el santo espíritu educador se aleja de lo falso, se separa del pensamiento insensato, y se retira cuando la injusticia se hace presente” (1,5). Los impíos piensan que la vida pasa “como la sombra de una nube” y se proponen disfrutar del presente; pero se equivocan “porque Dios creó al ser humano para no conocer la corrupción” (2,23). Después de la muerte hay un premio o un castigo, aunque no queda claro en qué consisten.

2) c. 6-9. Elogio de la sabiduría como una realidad personificada vinculada a la divinidad. Propone como Ejemplo a Salomón “Yo la amé y la busqué desde mi juventud” (8,1), “Por eso oré a Dios y me concedió prudencia / le rogué y me dio el espíritu de la sabiduría” (7,7); “Es efluvio del poder de Dios, emanación de la gloria del omnipotente” (7,25).

3) c. 10-19. La providencia de Dios se manifiesta en la historia de Israel, que libera y colma de bienes a su pueblo, y castiga con las plagas a los egipcios opresores. “A tu pueblo, en efecto, lo probaste como padre que reprende; con los egipcios, en cambio, te portaste como rey implacable que condena” (11,10); con los cananeos se muestra algo menos duro (quizás porque es consciente de le habían invadido sus tierras) : “Pero también a ellos, seres humanos al fin, los trataste con más indulgencia…; al castigarlos lentamente, les diste la oportunidad de arrepentirse…” (12, 8-11).

El universalismo que se apuntaba en los capítulos anteriores parece reducirse ahora al nacionalismo judío; la contraposición era entre el justo y el impío, ahora se establece entre el pueblo judío y sus adversarios: “las naciones se confabularon para cometer el mal y fueron confundidas” (1, 5). Sabiduría abierta a una cultura superior que estaba imponiéndose, pero que permanece firmemente arraigada en las propias tradiciones y creencias.

En la sabiduría de Israel ha habido escépticos como el Eclesiastés, o rebeldes como Jonás y Job ante el misterio de Dios, pero siempre fieles al Dios de la Alianza.

Pikaza compara la sabiduría académica de estos libros con la sabiduría popular de Jesús, enraizada en su cultura religiosa, pero basada fundamentalmente en su experiencia de la vida y en su experiencia de Dios. Existe también la sabiduría de los sencillos, de la mujer cananea, del centurión romano, de los que son como niños. Y la sabiduría del Reino de Dios. “Bendito seas, Padre, Señor del cielo y tierra, porque, si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25).

Vídeos de la Escuela de Formación en Fe Adulta (EFFA) 

José Luis Sicre: Libros poéticos y sapienciales. El profesor Sicre hace un comentario general a los conceptos de sabio y sabiduría y glosa algunos libros con más detalle, como por ejemplo el libro de Job y el Eclesiastés o también llamado Cohelet.

Bibliografía

José Luis Sicre: “Introducción al Antiguo Testamento”. Ed Verbo Divino, 2016. c.  21 El fenómeno sapiencial.

Fuente Fe Adulta

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Gonzalo Haya: Año de la Biblia (noviembre). Libros sapienciales (I).

Martes, 3 de noviembre de 2020
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Un-hombre-estudia-la-Bibliaestudios-biblicosIntroducción

Los temas sapienciales, como los poéticos, están dispersos en los libros de la Ley y en los Profetas, pero de manera específica se encuentran en el  tercer grupo del canon hebreo denominado Escritos. La clasificación de los libros de este tercer grupo es más discrecional; nosotros hemos adoptado la clasificación como históricos, poéticos, y sapienciales, y hemos incluido en este último Proverbios, Eclesiastés, Job, Eclesiástico, y Sabiduría.

No es fácil definir en qué consiste la sabiduría, pero todos entendemos que se trata de una reflexión sobre los grandes problemas humanos (sabiduría teórica) o de una apreciación sensata sobre nuestro comportamiento diario (sabiduría popular).

La sabiduría de Israel se desarrolló en el ambiente de la sabiduría babilónica, egipcia, siropalestina, y griega. Algunos de sus escritos consideran la sabiduría como un don de Dios, incluso como una manifestación del mismo Dios, pero siempre expresada como una reflexión propia, a diferencia de los profetas que consideraban su predicación como “oráculo del Señor”. Veremos también que algunos de estos escritos sapienciales son reflexiones basadas en la experiencia humana sin referencia a ninguna ley divina ni a ningún don especial de Dios, porque las reflexiones de una conciencia honrada ya son un don de Dios: “Toda sabiduría viene del Señor” (Eclesiástico 1,1).

En una teología no-teísta, sin un Dios que hable con Moisés y escriba sus mandamientos en una tabla, ¿qué diferencia hay entre un profeta, un salmista, y un sabio? Creo que la diferencia está más en la expresión que en la intuición de donde brota. El profeta interpreta esa intuición como una comunicación de Dios y habla como su portavoz; el salmista la interpreta como sentimiento personal o colectivo; el sabio, como fruto de su experiencia en la vida. Esa sabiduría, esa intuición, ¿es humana o divina? Es una manifestación del espíritu, que es a la vez humano y divino, porque el espíritu es una participación de Dios.

Sicre encuadra la sabiduría israelita en tres etapas: A) Desde los orígenes hasta el siglo VI. B) La  crisis de los siglos V – III. C) Etapa final III a. C. hasta I d. C.

Evolución de la sabiduría de Israel

A) Desde los orígenes hasta el siglo VI

Salomón (s. X) es el gran referente de la sabiduría israelí, a él se le atribuyen los libros posteriores. La etapa de esplendor que vivió Israel, y los contactos con la cultura egipcia y siropalestina suponen para el pueblo la época cumbre de su historia. Tenemos abundantes testimonios sobre Salomón en el Libro de los Reyes; su sabiduría es un don de Dios, gobierna con justicia, tiene amplios conocimientos, y emprende la construcción del Templo.

Proverbios c. 10 a 31. Tratamos ahora de los capítulos 10 a 31, que son el texto original de este libro, y dejamos para su época los capítulo 1 – 9 que fueron añadidos hacia el siglo IV a. C.

Estos capítulos son  el primer texto sapiencial escrito, aunque se pueden encontrar diversos pasajes de sabiduría desde el Génesis hasta los libros históricos y los profetas. Su título en el texto hebreo es Proverbios de Salomón, y en la Vulgata Libro de los Proverbios.

Este libro es una recopilación de dichos populares, refranes, sentencias, aforismos, enigmas, poemas o instrucciones, de muy diverso origen, reunidos y amparados en el prestigio del rey Salomón. No trata de grandes cuestiones teológicas, aunque en el fondo está el convencimiento de que existe un orden en la creación que el sabio ha de investigar, pero que se manifiesta también en la sensatez y la sabiduría popular. Este orden de la creación debe ser respetado por todos para mantener el orden social, la ética, y las buenas costumbres ciudadanas.

Se recogen aquí cuatro colecciones de dichos procedentes de los siglos VIII al V a. C. La primera (10,1 – 22,16) está atribuida a Salomón y trata de la conducta personal y familiar, el orden social y las riquezas: “Quien acepta la corrección camina a la vida / quien desprecia la corrección se extravía”; “El ser humano proyecta su camino / pero es el Señor quien dirige sus pasos”; “La mujer sabia edifica su casa / la necia la arruina con sus manos”.

La segunda (22,17 – 24,34) recoge dichos de otros sabios sobre la justicia, la prudencia, los buenos modales, las instrucciones paternas, y la embriaguez: “Escucha a tu padre que él te engendró / y no desprecies a tu madre, aunque envejezca”.

La tercera (25 – 29) está atribuida a “nuevos proverbios de Salomón, recopilados por los hombres de Ezequías, rey de Judá”: “Es gloria de Dios ocultar cosas / es gloria de reyes investigarlas”; “El hierro se aguza con hierro; / la persona, en contacto con su prójimo”.

La cuarta (30 – 31-9)  recoge dichos atribuidos a dos sabios no israelitas. Agur trata del escéptico y del creyente “No he aprendido sabiduría / no conozco la ciencia santa. ¿Quién subió hasta el cielo y luego bajó?”. Lemuel, rey de Masá transmite “Palabras… que le enseñó su madre”, “¿Qué decirte, hijo mío / hijo de mis entrañas, / hijo de mis promesas? / Que no entregues tu energía a las mujeres, / ni tu vigor a las que pierden a reyes”.

El libro termina con la descripción de la mujer ideal (31,10-31) que ha servido durante muchos siglos como modelo de la mujer cristiana.

B) La Crisis de la idea de Dios. Siglo V–III

A finales del siglo VI, con el decreto de Ciro, Israel vuelve  de la cautividad en Babilonia e inicia  la restauración del Segundo Templo de Jerusalén; pero la experiencia de la destrucción del Templo y de la nueva esclavitud había socavado su ciega confianza en la alianza con Dios, que ellos habían entendido como incondicional e infalible.

Esta situación, junto con el contacto de una cultura superior como la griega, provocó un ambiente de escepticismo y un replanteamiento de sus relaciones con Dios, especialmente referido al problema del mal, que ya no podía explicarse como castigo por los pecados, porque también afectaba, tanto o más, a los justos y a todo el pueblo.

Eclesiastés, tambien conocido como Qohélet, El Predicador (Ecl) s. IV–III a. C.

Aunque el libro es atribuido a Salomón, el autor es un “hombre de la asamblea” (eclesiastés), que confronta su sabiduría con su experiencia de la vida, y escribe una especie de diario en el que se muestra serenamente desengañado, pero mantiene su fe a pesar de la crisis de los valores tradicionales.

Su reflexión no parte del dolor como Job, pero sí del hastío incluso de una vida holgada: “Entonces reflexioné sobre todas mis obras y sobre la fatiga que me habían costado, y concluí que todo era ilusión y vano afán, pues no se saca ninguna ganancia bajo el sol… Así que quedé decepcionado de todo mi trabajo y fatiga bajo el sol” (2,1-20).

Tampoco llega a una solución religiosa como Job, sino a una solución práctica mediante el disfrute de los placeres sencillos: “Así que yo recomiendo la alegría, porque no hay más felicidad para el ser humano bajo el sol que comer, beber y disfrutar, pues eso le acompañará en sus fatigas durante los días que Dios le conceda vivir bajo el sol” (8,15).

Los comentaristas se preguntan por qué este libro está en el canon hebreo y cristiano. El autor se presenta como hijo de David (1,1) y concluye recomendando el temor de Dios y la observancia de los mandamientos (12,9-14), aunque este texto parece añadido por el editor del libro. Habla de Dios, pero es un Dios distante poco implicado en la historia de los mortales. Su principal mérito puede estar en que se plantea los problemas con honradez intelectual, sin acudir a las falsas soluciones piadosas, “sigue creyendo en Dios a pesar de las desilusiones de la vida” (Sicre), y “en él la sabiduría se apea, llega al borde del fracaso; así encuentra su límite y se salva” (Schökel).

Libro de Job  IV – III a. C.

Este libro es una especie de novela de tesis sobre las relaciones de Dios con el ser humano y especialmente sobre el tema del mal que afecta a los justos, y en mayor medida que a los pecadores. Su autor vivió después del destierro, conoce perfectamente los Salmos y los libros de los profetas, tiene experiencia de la vida, y examina sus creencias con gran honradez intelectual.

Tiene como protagonista a Job, un personaje legendario, ”justo, honrado, respetuso de Dios, y apartado del mal”, que vive en un país extranjero. Este personaje ha quedado como ejemplo en la tradición israelita, en la cristiana (Santiago 5,11), y en el Corán.

Está estructurado en dos planos, uno espiritual de diálogo entre Dios y Satán sobre la fidelidad de Job, que Satán cree meramente interesada  y propone enviarle desgracias para comprobar si mantiene su fidelidad (1,6-9). El segundo plano se juega en la tierra entre las quejas de Job por sus sufrimientos, “Maldito el día en que nací,  y la noche que anunció: ha nacido un varón… ¿Por qué no morí en las entrañas… ahora descansaría en paz…con esos reyes que se hacen construir mausoleos… Allí acaba la agitación de los canallas…” (3,1-26)  y del sufrimiento de muchos justos que sufren como él más desgracias que los malvados que no respetan a Dios ni los derechos de sus conciudadanos. A estas quejas responden los diálogos de los tres amigos que le apremian a indagar algún mal oculto que haya cometido para que se arrepienta y Dios cese en el castigo que le envía (capítulos 4-37).

Ante la enseñanza tradicional, de que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, Job se rebela y plantea con crudeza la realidad “¿Por qué siguen vivos los malvados  y al envejecer se hacen más ricos?…. ¿Me queréis  consolar con vaciedades? Vuestras respuestas son puro engaño” (21,17-34). (Algunos, hoy, dicen lo mismo).

Finalmente Dios se manifiesta a Job (38-41), y le hace ver la incapacidad del hombre para comprender su modo de actuar. Esta visión le transforma y “Job respondió al Señor: reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti; yo, el que empañó tus designios con palabras sin sentido, hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión… te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento echándome polvo y ceniza”. (42,1-6).

Los discursos académicos de pretendido consuelo que le hacen sus tres amigos pueden resultar tediosos, pero conviene hacerse una idea de ellos porque siguen aplicándose después de 25 siglos, y nos invitan a indagar una imagen de Dios más realista y sincera. Tenemos que integrar la experiencia del dolor y de la muerte con el despliegue de la vida y el misterio de Dios amor.

Probablemente su solución final no satisfaga a muchos, porque apela a una experiencia personal de Dios que cambia nuestras rutinarias respuestas, e invita a la aceptación de su proyecto. Con la mera razón discursiva no se encuentra una explicación concluyente (“La imposible Teodicea” de Juan Antonio Estrada); es necesario sentir la experiencia de la justicia y del amor, la experiencia de Dios, como nos dice el autor del libro de Job.

Vídeos de la Escuela de Formación en Fe Adulta (EFFA) 

José Luis Sicre: Libros poéticos y sapienciales. El profesor Sicre hace un comentario general a los conceptos de sabio y sabiduría y glosa algunos libros con más detalle, como por ejemplo el libro de Job y el Eclesiastés o también llamado Cohelet.

Bibliografía

José Luis Sicre: “Introducción al Antiguo Testamento”. Ed Verbo Divino, 2016. c.  21 El fenómeno sapiencial.

Xabier Pikaza: “Ciudad Biblia. Una guía para adentrarse, perderse y encontrarse en los libros bíblicos”. Ed verbo divino 2019. Antiguo Testamento 5 Libros sapienciales.

John Shelby Spong, obispo anglicano: “Orígenes de la Biblia”, c. 23 y 26. Traducción digital facilitada por: Asociación Marcel Légaut, http://marcellegaut.orghttp://johnshelbyspong.es

Luis Alonso Schökel: Nueva Biblia española. Ed Cristiandad 1975. Introducción a cada uno de estos libros.

Biblia Traducción Interconfesional (BTI). Ed Biblioteca de Autores cristianos, Editorial verbo divino, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008. Introducción a cada uno de estos libros tanto de los pertenencientes al canon hebreo como de los deuterocanónicos.

Fuente Fe Adulta

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