(Charlotta Smeds, Vatican News).- La pregunta surge espontáneamente cuando la conoces. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo es posible que esta mujer, que ha vivido acontecimientos tan dramáticos desde su infancia en Suecia, tenga ojos que transmiten sólo una paz y alegría profundas?
Me encuentro con Elise Lindqvist a su llegada a Roma: vino a saludar al Papa al final de una audiencia, en el mes de mayo. Sólo tiene un deseo: “Quiero agradecer al Papa Francisco por su lucha contra la trata de seres humanos”.
Elise Lindqvist tiene la misma edad que el Papa: ambos nacieron en 1936. También tiene su misma fuerza incansable, si bien reunida en un cuerpo de sólo 1,50 metros. Para lograr dar la mano a Francisco de la mejor manera, después de la audiencia Elisa sube un escalón sobre la valla.
“He oído hablar de ti,” le dice el Papa, “¡haces un trabajo maravilloso!”.
Él se refiere a las noches que Elise transcurrió apoyando y consolando a las mujeres de la calle en Estocolmo. Desde hace más de 20 años las busca para apoyarlas, hacerles de madre y recordarles que hay una vida más allá de la calle. Y ella sabe bien esto, porque ella era una de ellas.
Una infancia dramática
Elise Lindqvist de niña
Elise Lindqvist nació en un pequeño pueblo sueco, y a partir de los 5 años los abusos sexuales se convirtieron en parte de su vida cotidiana. Señala que no fue su padre quien abusó de ella, sino personas cercanas a su familia. Asustada, obedecía, convencida de que esto formaba parte de todo lo que los niños debían soportar. “Cuando me decían que fuera a comer a casa de ellos, sabía el precio que debía pagar. Después huía, con la amenaza de que me matarían si lo hubiera contado”.
El dolor de Elise era causado por no poder confiar en ningún adulto: había sido abandonada por todos los que habrían tenido que defenderla. Incluso su madre miraba hacia otro lado mientras los hombres la llevaban a otra habitación.
En la escuela, el maestro enviaba a los alumnos al patio para la recreación, mientras a ella le decía: ¡“Elise, quédate aquí”! Su padre era el único que a veces la tomaba en brazo y le decía: “mi pequeña”. Por todos los demás, en cambio, era castigada por ser “fea y estúpida”. “Pienso que sin esas pequeñas manifestaciones de ternura de mi padre no habría sobrevivido”.
Pero con la muerte de su padre, cuando Elise tenía 10 años, la vida se vuelve aún más difícil para ella. La nueva pareja de su madre abusa del alcohol y agrede constantemente a Elise. “Un día me apuntó el fusil, y yo, que tenía sólo diez años, le rogué que disparara, porque no quería vivir más”. Pero el rifle estaba descargado y el hombre disparó igualmente. “El Señor me quería viva, aunque aún no sabía de su existencia”.
“Qué hermosa eres”
Elise Lindqvist de adolescente
A los catorce años, huyó de su casa y llegó a una ciudad donde una buena familia la cuidó. “Cuando la madre de la familia me quitó la ropa la primera noche, pensé con resignación que todo habría continuado allí. En cambio, sólo me quitó la ropa para lavarme, y lo hizo de un modo muy delicado”.
Elise, llegada a este punto de la historia, se pone muy seria. “Lo que me sucede entonces es lo que les pasa a miles de chicas hoy en día. Los proxenetas reconocen a las víctimas perfectas y saben cómo atraparlas”. En el caso de Elise, se trató de una mujer que un día se le acercó y le dijo: “Qué hermosa eres…”.
“Era una hermosa señora. Nadie me había dicho nunca antes ‘bella’, y en un momento caí totalmente en su poder. Habría hecho cualquier cosa por ella. La llamaba ‘mamá’ y ella me compraba ropa y maquillaje. Un día me dijo que habría tenido que trabajar para ella vendiendo mi cuerpo a sus clientes. Tenía 16 años y obedecí”.
Elise no sabe exactamente cuántos años trabajó para esta señora. Sólo recuerda cómo dejó de hacerlo, después de haber sufrido una violencia particularmente fuerte por parte de un cliente. Volvió a lo de su patrona y le dijo que ya no podía seguir prostituyéndose.
De noche, Elise Lindqvist ofrece ropa para abrigarse del frío
“Tuve suerte. Si hoy una chica se niega a seguir prostituyéndose, la matan y su cuerpo desaparece. Mi patrona abrió la puerta y me tiró por las escaleras: ‘No tienes nada más que hacer aquí’”.
Llegada a este punto, Elise comienza a vivir como una mujer sin hogar, tomando comida de los botes de basura en la calle. “Sólo conocía relaciones destructivas, y terminaba con hombres violentos. Para consolarme mezclaba alcohol y pastillas, y caí en una adicción cada vez más desesperada”.
La luz de Jesús
La miro y veo un rostro que expresa sólo paz y alegría. No hay rastro de su historia dramática, ninguna amargura ni rencor.
“En 1994, ingresé en un centro de recuperación. Todos me tenían miedo. Tan pronto como alguien se me acercaba, daba patadas, y si veía a un hombre, le escupía y gritaba con malas palabras. Conocía sólo la ira”.
Elise cuenta cómo para ella, en este centro, las personas se comportaban de forma extraña. “Todos sonreían. Al principio me dije a mí misma que definitivamente había terminado en un manicomio. Esas sonrisas eran provocativas… Después de un tiempo, empecé a pensar que la razón de esas sonrisas se debía seguramente al uso de sustancias químicas fantásticas, y es por eso que empecé a pedir las ‘píldoras’ que tomaban ellos”.
En cambio, en lugar de las píldoras, aquellas personas llevaron a Elise a una capilla y comenzaron a rezar por ella. Desconfiada y cerrada, Elise asistió, sin saber lo que hacían a su alrededor. “No sabía nada de Dios, ni de la oración: para mí la Iglesia era un lugar de muerte”.
En un momento dado, sucede lo que ella describe como una “intervención sobrenatural”. Tuve la sensación física de tomar una ducha, pero una ducha de luz y de paz. Jesús era el único que podía curarme: yo era un caso humano imposible. Y así fue. En ese momento, yo “nací”. Y cuando hoy me preguntan cuántos años tengo, les respondo “25”: hace 25 años Jesús me dio la vida y aprendí a caminar en su amor”.
No hay curación sin perdón
Elise Lindqvist en una calle de Estocolmo
Unos meses más tarde, cuando se acostumbró a ver con nuevos ojos, a dar los primeros pasos de su camino de fe, el padre espiritual de Elisa le dijo que debía dar un paso más: ¡tenía que perdonar!
“De nuevo, reaccioné con una fuerte ira. ¿Cómo podía pretender que yo perdonara el mal que tanta gente me había hecho? Elise, en este punto, cuenta que le explicaron que nunca podría curarse si no perdonaba.
“Fue un proceso largo y doloroso, siempre en la capilla para rezar, nombre tras nombre. Finalmente, logré perdonar a mi madre, que no me quería y no me defendió. Comprendí que ella no era capaz, y que también ella, a su vez, era una víctima”.
El ángel de las prostitutas
Desde hace más de 20 años, Elise Lindqvist utilizada su experiencia dramática para ayudar a otras mujeres: “La primera vez que salí por la noche, por la famosa calle de las prostitutas de Estocolmo, Malmskillnadsgatan, me vi a mí misma, y me di cuenta de que éste era el lugar donde tenía que operar”.
Su obra consiste en ser una presencia maternal y constante: una persona que escucha, abraza, lleva algo de beber y ofrece ropa para calentarse en las frías noches de invierno.
“Cada vez que puedo salvar a una niña de la calle, ese es el mejor premio para mí, pero mi presencia sirve principalmente para darles consuelo y valor, para hacerles saber que existe quien las ama y que no están solas”, dice. “Me llaman ‘mamá’”.
El 18 de octubre de 2016, con ocasión de la Jornada europea contra la trata de seres humanos, Elise fue invitada a intervenir en el Parlamento Europeo. En su discurso ante los parlamentarios, destacó las responsabilidades de las instituciones: adoptar resoluciones concretas que prohíban totalmente la trata de seres humanos, desde el momento en que todos los Estados Miembros son conscientes del problema. “Concluí diciendo que volveré cuando cumpla 90 años para ver si han cumplido con su compromiso”.
Al cruzar la plaza al final de la audiencia, le pregunto por qué cojea, y ella responde de paso: “Hace algún tiempo me tiraron de una escalera mecánica. Para algunas personas, mi presencia cerca de las prostitutas es molesta”.
Fuente Religión Digital
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