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“Un Adviento profético”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Martes, 10 de diciembre de 2024

IMG_8890Marek Halter, escritor francés, escribió en 2021 un libro “Un monde sans prophètes”. En su obra postula recuperar el profetismo porque nos ayuda a actuar positivamente en este histórico período que hasta se muestra carente de puntos de referencia éticos.

Y es que se necesitan figuras que despierten a los hombres, que los devuelvan al camino correcto de la belleza, del bien, de la verdad, de…, que les recuerden el sentido de la justicia. Cuando estas personas no están, no sólo falta justicia sino que también faltan políticos capaces de responder a las preguntas del presente. La palabra “profeta”, “nabi” en hebreo, proviene del término acadio “nabû”, que significa “grito”: son hombres que “gritan”, informan, denuncian,…

En el año 1030 a.C., el último de los jueces, Samuel, tuvo que darle un rey al pueblo judío, el primer rey de Israel, Saúl. De hecho, los judíos querían ser como todos los pueblos “modernos“, tener un rey. Entonces el juez se lo dio. Al hacerlo, sin embargo, quería explicar que nunca existirá un poder verdaderamente justo. Un hombre con poder, observó, no celebrará referéndums todos los días, no siempre preguntará a la gente lo que piensa, pero tomará decisiones, por ejemplo, decidirá ir a la guerra, y muchos jóvenes morirán en una conflicto que ellos no eligieron, el pueblo será aplastado por los impuestos porque un rey necesita dinero… pero a pesar de estas advertencias los judíos siguieron queriendo un rey, como todos los demás. Cuando lo tuvieron, el juez Samuel dijo que sería necesario, en ese momento, limitar el poder totalitario del rey, crear un contrapoder, y así dio origen a la primera escuela de profetas, de la que ambos hombres y las mujeres eran parte. Les enseñó cómo atraer la atención de la gente – en ese momento no había radio, televisión, internet – estos informantes tenían que despertar sus mentes para no aceptar lo inaceptable. Así nació el concepto de profetas.

Los profetas en la antigüedad jugaban un papel esencial, eran quienes recordaban al rey que debía cumplir sus promesas y deberes; la mayoría de ellos fueron asesinados por ello. No era fácil ser profeta, transmitir la moralidad al pueblo, no era fácil ser una persona justa.

En cierto momento, la antigüedad llegó a su fin y comenzó otra época en la que la religión, el clero, tomó todo en sus manos. En Europa, primero fue la religión cristiana y, después, el Islam, retomaron el concepto de profetas. Imagino que no ha habido época sin profetas. Ciertamente no todos los profetas en la historia han sido personalidades religiosas, creyentes en Dios, pero sí han creído en la Humanidad.

El profeta es una persona carismática, que no tiene nada que ganar, que no tiene intereses políticos ni económicos, que sólo tiene una preocupación, la justicia. Por eso, por ejemplo, el profeta no quiere ser agradecido ni aplaudido. Eso no es lo que le interesa. Ésta es la fuerza del profeta y de su autoridad y credibilidad.

Hoy ¿qué profetas y qué profetismo puede despertarnos, darnos esperanza, una esperanza colectiva? ¿Hay alguien que pueda darnos esperanza? Nos asustaría que no hubiera nadie… ¿Seremos los adultos capaces de ofrecer una aventura y un sueño de esperanza a los jóvenes? ¿Serán las ideologías? ¿Serán las iglesias y las religiones las que puedan cumplir su papel de dar esperanza? ¿Habrá un rayo de esperanza como, por ejemplo, el de Juan Pablo II, cuando ante la multitud en la plaza de San Pedro, el 22 de octubre de 1978, hizo un llamamiento: “¡No tengáis miedo!”? ¿Qué instancias y referencias de profetismo y de esperanza tenemos?

Los judíos, se suele decir, tienen una salida a esto: los justos, que son una mujer como tú o un hombre como yo. No son santos, pero han hecho más bien que mal. Ellos han “reinventado” este término, ‘justos’ – puesto que ya estaba en la Biblia – para agradecer a los no judíos que salvaron a los judíos durante la guerra, se les llama “Justos de las Naciones”. Y cuando se pregunta a algunos de los que salvaron qué les impulsó a hacerlo, miran sorprendidos, “es normal“, suelen decir. Esto es lo extraordinario. En los “Jardines de los Justos” se realiza algo magnífico; en esos lugares se honra a hombres y mujeres “normales“, pero lamentablemente este tipo de normalidad hoy no se difunde por la televisión y los medios de comunicación. Sólo nos muestran violencia, maldad, muerte, es terrible… Vemos falsos profetas.

Puede ser verdad que en tantos países laicos o secularizados ya no se puede hablar de religión en las escuelas. Y, sin embargo, las religiones son parte de nuestras civilizaciones; por ejemplo, no podemos hablar de civilización judeocristiana o griega sin hablar de la Biblia, de Homero, de la Odisea… porque forma parte de nuestra historia y porque debemos educar a generaciones que no se sorprendan al ver un mundo diferente o cambiante, alternativo, contra-cultural, nuevo. Necesitamos entender que este momento de la historia puede ser un momento de profetismo sea creyente, o agnóstico, o ateo,…

La del profeta es una mirada que la Biblia llama “esperanzada”. El profeta no es quien anuncia el futuro sino quien mira el mundo y la historia con los ojos de Dios sabiendo que quien se compromete a sembrar vida pasará por el tamiz de la desilusión. Pero eso no significa que se dé por vencido.

El profeta a veces cede, duda,… ¡Dios le pone tantas veces a la prueba! Tantas veces sus decepciones de multiplican. Sin embargo, es fácil imaginar que el profeta trata de superar la adversidad; que, para asegurar la victoria de tal pasión profética, es necesario hacer frente, resistir, luchar contra el desaliento. La vida encuentra la manera de expresarse con frutos sorprendentes, a menudo precisamente donde nunca lo hubiéramos esperado. El profeta es el que adelanta y prepara la primavera de los nuevos cielos y la nueva tierra. Los ojos y las manos del profeta trazan el camino del futuro y el compromiso en el presente.

Se necesita mucho coraje para no retirarse a la desolación del tiempo. Sintiendo y viendo la emoción de la vida bajo el polvo, sabiendo que en este aparente invierno se prepara una primavera. Sin embargo, para quien intenta la aventura de ser profeta, no hay otra historia que la de, testarudo y convencido, querer “plantar esperanza” incluso obstinadamente obligando a nacer el amanecer a pesar de todo.

Al menos sabrán que hay un profeta entre ellos“: esta frase, que abre el libro -y la vocación- de Ezequiel, nos puede acompañar a lo largo de este Adviento y a las puertas del Jubileo de la Esperanza. Porque estoy convencido de que nuestro tiempo necesita urgentemente profecía, necesita miradas, palabras y gestos que puedan indicar un horizonte posible de un buen futuro y así infundir esperanza, ayudándonos a no escapar del hoy, a no desperdiciar energías y tiempo en debates estériles y controversias interminables, mientras el mundo corre y no espera.

Necesitamos la profecía para entender algo sobre nuestro tiempo, sus cambios y sus fracturas, sus recursos y sus límites. Necesitamos hombres y mujeres que, con coraje y parresía, arriesguen una palabra incómoda pero generativa y fructífera, al menos en intuición, pensamiento, provocación, sueño.

Queremos creer que todavía hay profetas, por supuesto, y sin embargo, parece que su escucha es más limitada, menos abierta, menos acogida, porque hoy nos cuesta dar espacio a una palabra que nos molesta en nuestras certezas y hábitos. Evidentemente, lo sabemos, siempre ha sido así, desde los tiempos de Israel, pero hoy, tal vez, en una desorientación general, se está extendiendo nuevamente la sed de profecía verdadera y humana; tal vez sentimos la necesidad de profecía, pero con demasiada frecuencia no sabemos de dónde sacarla.

El tiempo de Adviento es también propicio para la profecía, porque la Palabra nos empuja hacia la Navidad invitándonos a escuchar a los profetas que se han movido e indicado caminos viables para una humanidad en camino; es un tiempo necesario para evitar quedar sumergidos, cada año más, en la religión del consumo y la controversia, mientras los acontecimientos actuales golpean indomables con su pesado olor, asfixiando lo bueno que queda.

Necesitamos tiempos de silencio y de reflexión, de oración y de inmersión en uno mismo, de docilidad al Espíritu y de “ayuno” de demasiadas charlas vacías. Necesitamos tiempos para superar las resistencias, para reconstruir la confianza, para revivir el seguimiento apasionado. Necesitamos maestros y discípulos, esencialidad y sustancia de la vida, desestimando, en la medida de lo posible, lo que aturde y pesa. Puede que sea el momento que dirija un “kairos” hacia la Navidad para redescubrir la sed de profecía. El tiempo de Adviento nos guía, a través de la Palabra, a entrenar nuestro oído y nuestra vista, nuestro corazón y nuestra razón, para ver destellos de profecía que puedan, paso tras otro, ayudarnos a vivir el hoy y a gestar y alumbrar el mañana.

Deteniéndonos en lo esencial, tendiendo hacia el futuro en la fe de un Espíritu que salvaguarda, también hoy, nuestro camino, como humanidad entera y como comunidad cristiana. Atreverse a tener el coraje de escuchar, de conmoverse, a partir de la Palabra y de quienes, creyentes o no, ofrecen una declinación de ella para el siglo XXI, superando las inercias que inmovilizan, paralizan y alimentan los miedos.

La fe, la verdadera, está enteramente hecha para conducirnos desde el tiempo, para hacernos vivir del tiempo hacia la eternidad, en la vida eterna. Pero no podemos acceder a la vida eterna mediante la fe más que en el tiempo y para el tiempo, ya que la fe misma es temporal”: escribió en 1961 una mujer profética como Madeleine Delbrêl.

Tenemos sed de profetas que nos ayuden a vivir la fe en los tiempos de hoy. Que esta gracia del profetismo nos sea dada a todos.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF (Remitido por el autor)

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Profetas de misericordia

Miércoles, 7 de febrero de 2024
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Del blog Amigos de Thomas Merton.

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“Un profeta, en el sentido tradicional,  no es simplemente alguien que predice el futuro bajo una inspiración espiritual. Eso es, en realidad, bastante accidental. El profeta es, sobre todo, un “testigo”, igual que el mártir es un testigo (Mártir, en griego, significa testigo). Pero es testigo de manera diferente al mártir. El mártir sufre la muerte. El profeta sufre la inspiración, o la visión. Lleva la “carga” de la visión que Dios le otorga. Se inclina bajo la verdad y los juicios de Dios, a veces el juicio histórico concreto, definido, pronunciado sobre un tiempo dado, a veces únicamente la manifestación de la santidad trascendente y secreta de Dios, negada y repudiada por el pecado en general. Pero, sobre todo, el profeta es alguien que lleva la carga de la misericordia divina, una carga que es un don para la humanidad, pero que sigue siendo carga para el profeta en la medida en que nadie se la quita.

A este respecto, vemos que santa Teresa de Lisieux era una auténtica descendiente de los primeros santos proféticos de su Orden cuando tomó sobre sí la carga de ofrecerse como víctima al amor misericordioso de Dios. Esta consagración de nuestra santa moderna no es plenamente comprensible a menos que se vea a la luz de la primera tradición profética del Carmelo. En realidad, ella realizó ese ideal perfectamente en sí misma y por esta razón llegó a ser en nuestros días la patrona de las misiones católicas. Pues también el misionero tiene que comprender que es un profeta que lleva una carga, una carga de misericordia y de verdad que con demasiada frecuencia los seres humanos son incapaces de recibir. No es meramente un funcionario, ni un maestro, que va a organizar una comunidad cristiana y a difundir unas verdades doctrinales. Lleva con él, en su poder sacramental, no sólo noticias sobre Cristo, sino la presencia del Redentor y la realidad de la Redención”.

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Thomas Merton,
Humanismo cristiano 
(El ideal carmelita primitivo)

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Profetismo y obediencia.

Miércoles, 12 de julio de 2023
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Durante siglos la Iglesia se ha involucrado en el poder de este mundo. La Iglesia misma es, en verdad, un poder terrenal. El gran problema de la vida contemplativa, de la vida religiosa, del sacerdocio y de cada uno de nosotros es que hemos sido corrompidos por ese poder. Hemos sido utilizados por esa estructura para justificar una política de poder en el seno de la Iglesia. Cualquiera de los argumentos en torno a la esencia de la vida contemplativa provenientes del sector conservador apunta en esa dirección. Los contemplativos son considerados, por excelencia, como personas que aceptan sin cuestionar todo cuanto viene de la jerarquía. Nos han convertido en el grupo religioso que venera y justifica a ese poder. «Ved a esas criaturas humildes, santas. Ellas saben que nuestro poder proviene de Dios». Podríamos estar involucrándonos en una de las grandes formas de la idolatría. No deliberadamente, pero podría interpretarse que esa es nuestra actitud.

Está claro que las cosas que hacemos de buena fe, las que hemos hecho en nombre de la obediencia y los sacrificios que hemos realizado no están perdidos para nosotros, como individuos. Dios lo toma todo en cuenta. Pero eso a la Iglesia no le hace ningún favor; puede incluso ser un escollo en su camino. Tenemos que reflexionar sobre eso. Si hemos de tomar en serio nuestra vocación profética, no podemos dejar de examinar este aspecto. Dios protegerá, sin duda, a la persona que obedece de buena voluntad. Pero eso no significa que le esté haciendo a la Iglesia ningún bien”.

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Thomas Merton
Los manantiales de las contemplación

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90 años de José María Castillo, el ‘padre’ de la Teología Popular

Sábado, 17 de agosto de 2019
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jose-maria-castilloDesde Cristianos Gays, que seguimos diariamente sus comentarios, nos sumamos a este momento de Gracia. Felicidades José María. Una vida fecunda de seguimiento de Jesús.

“¡Que el Dios del Evangelio de los pobres, al que dedicaste toda la vida, te siga bendiciendo!”

Larga vida y fecunda labor, amigo José María Castillo

“Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribe fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tiene vis periodística”

“Que es un gran teólogo, no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás sea uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos”

“Ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes”

“Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado el año pasado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra

Agradecimiento público de un jesuita a José María Castillo en su 90 cumpleaños Enhorabuena, Pepe. Y mil gracias a ti, y a Dios, por ser quien eres, por Esteban Velázquez Guerra S.J

90 años, como 90 soles, los que hoy cumple mi amigo, el teólogo José María Castillo. Un buen momento para reconocer su impagable servicio de tantos años a la reflexión teológica y al ‘santo pueblo de Dios‘.

Como periodista y director de RD he conocido a decenas de teólogos españoles y extranjeros. Pero con pocos he conectado tan en profundidad como con Castillo. Tanto a nivel personal como profesional. Porque Pepe es una persona especial, que llama la atención y que se hace querer.

Un hombre que mezcla sus humildes orígenes en Puebla de Don Fadrique con un brillante recorrido eclesiástico y, sobre todo, teológico, modelado por su ser y hacer jesuítico.

Un recorrido largo y apretado, que le permite ser memoria viva de la Iglesia española del postconcilio, una etapa que vivió a fondo, en la misma Roma, como perito del cardenal Tarancón. Allí se codeó con los grandes teólogos centroeuropeos de la época y ayudó a la jerarquía española más abierta a desmontar su teología preconciliar y acompasar su tarea pastoral a los nuevos vientos conciliares.

Esa misma jerarquía que, en los 80, cuando cambian los aires de Roma y el Concilio se congela por mor de la involución, a Castillo (y a otros muchos, como Juan Antonio Estrada o Benjamín Forcano) le retira la venia docendi y le destituye como profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin juicio, sin posibilidad de defensa, sin que nadie le dijese jamás cuál fue el motivo exacto de su destitución.

Represaliado y marginado oficialmente, Castillo sigue en la brecha teológica. La investigación no se la pueden prohibir y la docencia que le quitan en España se la dan en la Universidad Centroamericana de San Salvador, junto a su amigo y compañero Ignacio Ellacuría, y en contacto con los pobres de Latinoamérica. La Compañía de Jesús, entonces en el punto de mira de la Curia romana, maniobra con su clásica astucia y circunvala la prohibición docente de Castillo en España, trasladándolo a Centroamérica.

Al final, pasados los años, la rectitud moral de Castillo no le permitía seguir jugando a dos aguas. Es consciente de que su Compañía no podía ir más allá en el pulso con Roma y sabedor de que sus libros, charlas, conferencias y entrevistas podían ser utilizadas por los enemigos para atacar a los jesuitas (que, con Arrupe al frente, estaban pasando su particular calvario romano). De hecho, en 1980, Castillo es apartado de la docencia y, en 1981, el Prepósito General, Pedro Arrupe, sufre una trombosis y unos días después Juan Pablo II interviene la Compañía y nombra interventor de la misma al padre Paolo Dezza.

Eran tiempos de invierno eclesiástico y Castillo decide salir de la Compañía físicamente, sin dejar nunca de pertenecer afectiva y realmente a ella. Otro jesuita sin papales, en la estela de José María Díez Alegría.

Jose-Maria-Castillo-Margarita_2149595028_13842449_667x375José María Castillo y Margarita

El teólogo se queda sin el respaldo de su congregación, pero, al fin, vuela totalmente libre, acompañado de sus innumerables seguidores y, además, con la suerte de encontrar a Margarita, la mujer que, a partir de entonces, comparte su vida, le enseña a amar en lo concreto, le cuida y le mima, para que pueda seguir volando.

Que es un gran teólogo, no lo discute nadie. Tiene obra y obra consolidada. Quizás sea uno de los mejores especialistas mundiales en sacramentos. Pero, a mi juicio, su mayor virtud es la de no haberse quedado, como otros muchos de sus compañeros, en ser un mero teólogo de gabinete.

José María Castillo es, desde siempre, el teólogo del pueblo, la referencia de las Comunidades Cristianas Populares, que se alimentaron con sus libros, charlas y conferencias. ¿Quién no utilizó, desde los años 60 en adelante, sus famosos ‘Cuadernos de Teología Popular? Esos cuadernillos, fotocopiados o ciclostilados, en los que en tres o cuatro páginas resumía los conceptos teológicos más complicados? Con unas preguntas finales, que no dejaban indiferente a nadie y aterrizaban en la vida la doctrina teológica, y con unos dibujillos manifiestamente mejorables, pero también interpeladores.

Tengo que preguntarle quién le hacía los dibujos de aquellos cuadernos, que utilizábamos tanto los curas como los laicos y que igual servían para dar clases en la Universidad o para una catequesis parroquial.

9788433026064Porque ésa fue siempre la gran virtud de Castillo: saber divulgar. Saber colocar los grandes conceptos teológicos al alcance de la gente sencilla. Todo un don y una virtud que sólo está al alcance de los más sabios y de los más grandes. De esos pájaros libres, los que saben tanto y vuelan tan libres y tan alto que son capaces de entregar la comida teológica masticada a sus polluelos pequeños o ya creciditos.

Y, a sus 90 años, ahí sigue, sin desviarse un ápice de su trayectoria, escribiendo un artículo semanal por lo menos en su blog de Religión Digital. Cortos, directos, claros y enjundiosos. Desde la vida y para la vida. Y, precisamente por eso, siempre conectados con la actualidad.

Todo un lujo tenerlo con nosotros y alimentarnos semanalmente de su sabiduría enraizada en la vida diaria, en los signos de los tiempos, en las reformas de Francisco y en la cultura actual.

Un teólogo, un profeta, una partera de la primavera y un articulista consumado, que escribe fácil y divulgativo (de los pocos teólogos capaces de hacer algo así) y que, además, tiene vis periodística, para buscar las perchas de actualidad y ceñirse a ellas. Y un cielo de persona. Expulsado a los márgenes durante muchos años, hoy puede presumir (aunque no lo hace) de haber recibido llamadas y cartas del mismísimo Papa. “Te perdí en los ochenta y ahora te vuelvo a encontrar”, le dijo en una ocasión.

Tuve la oportunidad, además, de estar a su lado el año pasado, cuando el Papa nos recibió en Santa Marta, y ser testigo directo de la rehabilitación en toda regla de su persona y de su obra. «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente». Con esta frase, Francisco ‘bendijo’ Francisco al teólogo español en el Vaticano, donde hace dos décadas le retiraron la ‘venia docendi’.

Castillo, emocionado hasta las lágrimas, agradecía el gesto del Papa, mientras le entregaba a Francisco dos de sus últimas obras: ‘La humanización de Dios’ y ‘La humanidad de Jesús’ (Trotta).

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Primero asistimos a la misa de Santa Marta. Sencilla, austera, auténtica. Es su misa, la que Francisco celebra con unción e intimismo. Como susurrando. Como un párroco que celebra en su pequeña capilla.

 Eramos una treinta de personas. Un obispo italiano, acompañado de 8 de sus curas, otro par de curas sueltos, entre ellos el párroco de San Esteban de Sevilla, el secretario del Papa, padre Yoannis, y una veintena de fieles de diversos países y procedencias.

Con su habitual capacidad seductora y didáctica, Francisco expuso, en la homilía, un tratado sobre la forma de evangelizar hoy, en no más de cinco minutos. Con la ayuda del Espíritu y tres verbos: levantarse, acercarse y partir de las preguntas de la gente. Tres actitudes necesarias de la evangelización, pero que sin ponerse en manos del Espíritu, tampoco conducen a nada. Tres actitudes que encarnó siempre el teólogo Castillo.

Tras la misa, el Papa se sentó en una silla en medio de la gente y estuvo dando gracias un rato largo. Después, como cualquier párroco, se fue a la salida de la capilla y se puso a saludarnos a los asistentes, uno a uno.

El Papa aprecia mucho a José María Castillo y, de hecho durante estos años de pontificado, primero le mandó una carta y, después, le hizo una llamada telefónica. Aquel 18 de abril del año pasado, se vieron frente a frente, se saludaron efusivamente y el teólogo le dijo: «Santidad, somos dos jesuitas sin papeles”.

El Papa se sonrió y agradeció la ocurrencia. Y, mirándole a los ojos, recibió sus libros y ‘bendijo’ su teología: «Leo con mucho gusto sus libros, que hacen mucho bien a la gente», dijo Francisco a Castillo.

Más tarde, José María explicaba: «De la Compañía se sale por arriba, como en el caso del Papa, o por abajo, como en el mío, pero, en ambos casos somos y seremos siempre jesuitas…ahora sin papeles».

Y el Papa se fue a desayunar, mientras Castillo, su mujer Margarita y yo nos fundíamos en un abrazo, no sin antes darle las gracias al padre Yoannis, que había posibilitado nuestro encuentro con Francisco.

Al salir de Santa Marta, en la explanada que da a la parte trasera de la Basílica de San Pedro, Castillo, todavía emocionado, decía: «Tenemos que disfrutar de este Papa, que es una bendición de Dios para su Iglesia y apoyarlo con todo nuestro ser. Porque, al hacerlo, estamos apoyando la Iglesia del Vaticano II y, lo que es más importante, el Reino De Dios».

Así lo estamos haciendo, maestro. Y lo seguiremos haciendo. Remando juntos con Francisco, son su primavera y, sobre todo, con el Evangelio de los pobres al que has dedicado toda tu vida. Y lo que te queda. ¡Que Dios te bendiga y te guarde, amigo!

Fuente Religión Digital

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“La actual crisis político-social reclama profetas”, por Leonardo Boff.

Viernes, 15 de marzo de 2019
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El profetismo es un fenómeno no solo bíblico. Consta su existencia en otras religiones como en Egipto, en Mesopotamia, en Mari y en Caná, en todos los tiempos, también en los nuestros. Hay varios tipos de profetas (comunidades proféticas, visionarios, profetas del culto, de la corte, etc.) que no cabe analizar aquí. Son clásicos los profetas del Primer Testamento (antes se decía Antiguo Testamento) que se mostraban sensibles a las cuestiones sociales, como Oseas, Amós, Miqueas, Jeremías e Isaías.

A decir verdad, en todas las fases del cristianismo siempre ha estado presente el espíritu profético, como entre nosotros innegablemente con Dom Hélder Câmara, con el Cardenal Dom Paulo Evaristo Arns, con Dom Pedro Casaldáliga y otros, por hablar sólo de Brasil.

El profeta es un indignado. Su lucha es por el derecho y por la justicia, especialmente en favor de los pobres, los débiles y las viudas, contra los explotadores de los campesinos, contra los que falsifican pesos y medidas, y contra el lujo de los palacios reales. Sienten una llamada dentro de sí, interpretada en el código bíblico como una misión divina. Amós, que era un simple vaquero, Miqueas, un pequeño colono, y Oseas, casado con una prostituta, dejan sus quehaceres y van al patio del templo o delante del palacio real para hacer sus denuncias. Pero no sólo denuncian. Anuncian catástrofes y después anuncian una nueva esperanza, un comienzo nuevo y mejor.

Están atentos a los acontecimientos históricos también a nivel internacional. Por ejemplo, Miqueas increpa a Nínive, capital del imperio asirio: “Ay de la ciudad sanguinaria, en ella todo es mentira. Está llena de robo, y no para de saquear. Lanzaré sobre ti inmundicias” (3,1.6). Jeremías llama a Babilonia “la metrópoli del terror”.

Debemos entender correctamente las previsiones de los profetas. No es que predigan las catástrofes, como si tuviesen acceso a un saber especial. El sentido es este: si la situación actual persiste y no se cambia la explotación, las prácticas contra los indefensos y el abandono de la relación reverente con Javé, entonces va a suceder una desgracia.

Lógicamente desagradan a los poderosos, a los reyes e incluso al pueblo. Se les llama “perturbadores del orden”, “conspiradores contra la corte o el rey”. Por eso los profetas son perseguidos, como Jeremías, que fue torturado y encarcelado; otros fueron asesinados. Pocos profetas murieron de viejos, pero nadie les hizo callar.

Evidentemente hay falsos profetas, aquellos que viven en las cortes y son amigos de los ricos. Anuncian sólo cosas agradables y hasta les pagan para eso. Hay un verdadero conflicto entre los falsos y los verdaderos profetas. Señal de que un profeta es verdadero es el valor de arriesgar la vida por la causa de los humildes de la tierra, que siempre grita por la justicia y por el derecho y que, incansablemente, defiende lo correcto y lo justo.

Los profetas irrumpen en tiempos de crisis para denunciar proyectos ilusorios y anunciar un camino que haga justicia al humillado y que genere una sociedad agradable a Dios porque atiende a los ofendidos y a los que han sido invisibilizados. La justicia y el derecho son las bases de la paz duradera: ése es el mensaje central de los profetas.

En nuestra realidad nacional y mundial vivimos hoy una grave crisis. Agrupaciones de científicos y analistas del estado de la Tierra nos advierten que si sigue la lógica de la acumulación ilimitada estamos preparando una grave catástrofe ecológico-social. No vamos hacia el calentamiento global. Estamos ya dentro de él y las señales son innegables.

Estas voces, de las más autorizadas, no son oídas por los “decision makers” ni por los hombres de dinero. En nuestro país, sumergido en una crisis sin precedentes, gobernado caóticamente por personas incompetentes y hasta ridículas, nos faltan profetas que denuncien y apunten caminos viables para salir de este atolladero.

En línea profética están las palabras de Márcio Pochmann: “Si se mantiene el camino abierto por el neoliberalismo de Temer y ahora profundizado por el ultraliberalismo que domina el confuso gobierno Bolsonaro, la evolución de Brasil tenderá a ser la de Grecia, con cierre de empresas y quiebra de la administración pública. Lo peor se aproxima rápidamente”. Otros van más allá: “si se imponen las reformas político-sociales, conformes a la lógica del mercado, meramente competitivo y nada cooperativo, Brasil podrá transformarse en una nación de parias”. Necesitamos profetas, religiosos, civiles, hombres y mujeres, o por lo menos que tengan actitudes proféticas, para denunciar que el camino ya decidido será catastrófico.

Valgan las palabras de Isaías: “El pueblo que vive en la oscuridad verá una gran luz. A los que habitan en regiones áridas, una luz resplandecerá sobre ellos” (9,1-2).

Leonardo Boff

Fuente Fe Adulta

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Profetas de esperanza

Miércoles, 7 de noviembre de 2018
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Hoy hacen falta más que nunca profetas de Esperanza. Verdaderos profetas, hombres y mujeres, enteramente poseídos por el Espíritu Santo, de una esperanza verdadera. Es decir, hombres (y mujeres) desinstalados y contemplativos, que saben vivir en la pobreza, la fortaleza y el amor del Espíritu Santo, y que por eso se convierten en serenos y ardientes testigos de la Pascua. Que nos hablan abiertamente del Padre, nos muestran a Jesús y nos comunican el don de su Espíritu”.

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Card Eduardo Pironio,
Meditación para tiempos difíciles

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Madeleine Delbrel: El Evangelio en los barrios obreros de París

Lunes, 25 de julio de 2016
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MadeleineDelbrel_AuAhora que estoy leyendo su libro “Nosotros gente común y corriente“, quiero compartir la biografía y espiritualidad de una gran mística moderna metida en el corazón de los barrios obreros de París, laica, asistente social, Sierva de Dios desde 1996 y que pronto podría ser beatificada: Madeleine Delbrêl

Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan, pequeña ciudad de Francia. Fue hija única de una familia de la pequeña burguesía. Heredó de su padre el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador.

Su padre fue ferroviario. Por eso, la familia hubo de trasladarse de un lugar a otro; la educación de Madeleine iba siendo confiada a profesores particulares. Fue iniciada en el cristianismo en la adolescencia e influenciada por los ambientes literarios y filosóficos en los que su padre la introdujo. Se dejó seducir por el ateismo y el positivismo.

Las consecuencias desastrosas de la primera guerra mundial la llevaron a dudar de la existencia de Dios. A sus 17 años reflexionaba sobre cuestiones existenciales; escribió entonces: “Alguien dijo, Dios ha muerto. Y, si es una verdad, hemos de tener la honestidad de no vivir en adelane como si Dios estuviera vivo… Dios era eterno. Hoy lo único eterno es la muerte… Es más convincente agotar la propia inquietud en la secuencia de los placeres inmediatos….”.

Madeleine, por ello, danzaba, saltaba, vivía con un intenso amor por la vida. Se sentía libre, apasionadamente libre. Asistió a cursos de Historia y Filosofía en la Sorbona, donde sobresalió por su profunda capacidad de análisis. A los 18 años conoció a un impetuoso, alegre y pensativo universitario, Jean Maydieu. Se enamoraron y proyectaron casarse. Pero, de impriviso él la abandonó para entrar en el noviciado de los Dominico. Este encuentro y ruptura con Maydieu le hicieron a Madeleine confrontar su ateismo con las certezas de fe de este hombre. En este tiempo su padre enfermó y se quedó ciego. Su madre trabajaba en exceso. Madeleine se preguntó: ¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Cómo es que alguien puede preferir a Dios sobre cualquier otra cosa? Decidió entonces cambiar de perspectiva en su búsqueda de Dios.

“¿Y si Dios existiese?. Decidí rezar… Después, reflexionando , encontré a Dios; rezando sentí que Dios se encuentra conmigo y que Él es real y vivo, que puede ser amado como se ama a una persona”.

Emprendió entonces Madeleine su camino de conversión:

“… El mundo entero me parecía pequeño e irracional y el destino de los hombres, estúpido y malo. Cuando supe que existías, te agradecí que me hubieras hecho vivir”

Madeleine descubrió su vocación de cristiana en la ciudad, de misionera sin barcos. El desierto urbano se convirtió en un espacio de contemplación, las calles de la ciudad en su campo de misión.

Con un grupo de amigas, Susana y elena, Madeleine inicia un proyecto innovador y profético: laicas consagradas, inserta en el mundo y libres de estructuras rígidas. Iniciaron un proyecto de vida comunitaria el 15 de octubre de 1933 en Ivry, polígono industrial al sur de París,ciudad declaradamente comunsta, llena de problemas como la tuberculosis, el alcoholismo, el desempleo. Ellas quería “testimoniar que la caridad de Jesús no tiene laintención de parar a nadie en el camino”. Quiere la libertad de vivir junto a la gente, participando de las actividades pasorales de l parroquia, quieren estar junto a quienes sufren y están desesperados.

Ivry-sur-Seine es una barriada obrera en la periferia sur de París que en aquel tiempo pasaba por ser la “capital” del comunismo francés. Allí vivía Maurice Thoréz, el famoso jefe del comunismo francés. Allí se queda Madeleine Delbrel a lo largo de 30 años, hasta su muerte. Es una cristiana convertida a los veinte años, que llevada por su pasión misionera opta por salir a mar abierto; quiere evangelizar el mundo obrero. Madeleine, sin abandonar el estado laical, se consagra a Dios con el voto de castidad y va a vivir a Ivry con unas compañeras que también son asistentes sociales y viven de su trabajo. El alcalde comunista la pone al frente de los servicios sociales de la comuna. Durante la Segunda Guerra Mundial tiene a su cargo la dirección de todos los servicios sociales del departamento; una vez finalizada la guerra, el alcalde le pide que siga.

En el cinturón obrero de Ivry Madeleine queda impactada frente a la miseria de las clases sumergidas, a la injusticia social, a la desocupación, a las condiciones inhumanas de trabajo (12 horas por día en la fábrica y toda la semana, con excepción del domingo), a la falta total de previsión social.. Esto la obliga a orar de otra manera, partiendo de la realidad; a leer el Evangelio “desnudo, crudo, orado”, como ella decía (“no sé cuantas veces he leído los evangelios de arriba a abajo; al Evangelio hay que leerlo todos los días como se come el pan…“). Al comienzo encuentra hostilidad y pedradas. Pero poco a poco descubre en los comunistas “generosidad, desinterés, sacrificio”. Ella afirma: “El marxismo es una doctrina sin corazón”. Pero a la vez sabe que los comunistas son personas y tienen un corazón; por lo tanto hay que amarlos. Ella jamás “excomulgó” a los comunistas, sin por ello dejar de denunciar sus errores.

A Madeleine le preocupaba la ausencia y el silencio de la Iglesia; que los empresarios católicos dueños de las fábricas de Ivry y bienhechores de la parroquia, fueran los que peor trataban a los obreros; que las comunidades parroquiales vivieran encerradas en sí mismas. Ella observaba como en los ambientes cristianos tradicionales se había llegado a cambiar la Fe por una simple “creencia en Dios” y los valores cristianos por las que son las virtudes de las “personas honradas”. Madeleine deseaba que los cristianos fueran “personas para las que Dios es suficiente, en un mundo en el que Dios parece no servir para nada”; personas capaces realmente de amar.

En la Iglesia de aquel tiempo había un enorme muro que separaba a la Iglesia del pueblo, a los creyentes de los ateos, a los católicos de los comunistas. Madeleine quiere derribar ese muro y por eso cruza la frontera pasando al otro lado. No lo hace con el afán de convertir a nadie; ella quiere dar testimonio del amor de Dios, hasta llegar a levantar las montañas de la desconfianza y voltear los muros del odio. “Lo que yo quería era poder vivir codo a codo con la gente del pueblo, con el mismo almanaque, con las mismas preocupaciones, los mismos relojes”. Su gran preocupación era que la Iglesia “se presentara amable y cordial a los ojos de los que no la conocen. Y no con una supuesta caridad indescifrable”. Fue pionera de ese fenómeno profético que en América Latina hoy se ha llamado “inserción en los medios populares” de parte de los religiosos y de la Iglesia en general.

Pero Madeleine no se conforma con un simple testimonio y le repite a sus compañeras una consigna de san Pablo: “No hay que avergonzarse del Evangelio”. Ella se presenta como cristiana que colabora con los marxistas en objetivos comunes pero sin vínculos orgánicos y manifestando claramente sus convicciones; justamente esto hace que se gane mayormente el aprecio y la amistad de muchos militantes comunistas. El libro: “Ciudad marxista, tierra de misión”, Madeleine lo dedicó al alcalde marxista de Ivry, Venise Gosnat, con el cual había hecho por muchos años un enorme trabajo social, sobre todo en los terribles días de la guerra bajo los bombardeos. “A Venise Gosnat, del cual soy una mala alumna en marxismo, pero también una amiga fiel, respetuosa de su bondad y de su generosidad concreta, ofrezco de corazón este libro, segura de que, aunque no lo apruebe, lo comprenderá”. El amigo leyó y releyó el libro y le contestó agradecido: “A pesar de las diferencias ideológicas , como amigo le aseguro que la comprendo. La he visto luchar en situaciones dramáticas. Conozco su sinceridad y bondad y lo que más la caracteriza: un amor sin límites para con su prójimo. Somos entonces amigos y enemigos al mismo tiempo; realmente me ha puesto en un lío. El ‘profesor’ no olvidará de todas maneras la calidad de corazón y la delicadeza de su ‘mala alumna en marxismo’”.

A quienes la acusaban de dialogar con los comunistas ella respondía:

Jesús nunca dijo: amarás a tu prójimo como a tí mismo, excepto a los comunistas…. mi prójimo inmediato son los comunistas”

“Jesus no nos dejó la obligación de convertir, de transmitir la fe. Ésta es una misión que Él se reserva para sí mismo. El único testimonio que Él exige de nuestra vida es que nos amemos entre nosotros. Sin este aor, los hombres no nos reconocerán como sus mensajeros. El apostolado que Jesús nos dejó fue el de anunciar la fe, repetir y proclamar aquello en lo que creemos y que Él nos enseñó. No somos responsables de la incredulidad de nuestro prójimo; pero sí somos responsablers de su ignorancia” (Madeleine Delbrêl, Conferencia a los Estudiantes, UNESCO, 1961)

Esta coexistencia, hasta fraternal, con los marxistas, tenía límites infranqueables: “Me he rehusado trabajar con ellos cuando había que ir en contra de mi conciencia; cuando ha habido necesidad, siempre he recurrido a las palabras de Cristo que rechaza el odio y la violencia“. Madeleine se había anticipado a las palabras famosas de Juan XXIII que invitaba a no confundir el error con el que erra y a “subrayar lo que une a los hombres para hacer junto a ellos, todo el camino posible“( de un discurso de 1961).

El drama de los Curas Obreros

En Ivry, Madeleine ayuda a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, vengan de donde vengan. Se la encuentra respaldando a los exiliados antifranquistas españoles; es ella quien se presenta al presidente de la República, Vicent Auriol, liderando un comité popular de Ivry para pedir la excarcelación injusta de Juan Grant y la obtiene, y la que va con una delegación a ver al cardenal de París para defender a los exiliados. Eran los años de la “Misión de France“. Ésta había nacido en el corazón del cardenal Emmanuel Suhard de París que también había lanzado el mismo grito de Madeleine: “Hay un muro que separa a la Iglesia del pueblo” (cada vez más descristianizado). Suhard convence a los obispos de Francia para que envíen sacerdotes a un Seminario Nacional en Lisieux para la reevangelización del pueblo; la “Misión de France” nace en 1942. Al año siguiente, el abbé Godin lanza su famoso libro: “Francia:¿tierra de misión?“. A fines de ese mismo año (1943) empieza la experiencia de los “curas obreros”. Madeleine acompaña con entusiasmo esta experiencia que ella vive desde hace tiempo. Es invitada a dar charlas y cursos. Tenía 40 años y un joven sacerdote recuerda el impacto de sus palabras, sobre todo porque salían de una mujer laica.

Es sabido cómo terminó la experiencia de los curas obreros. El 6 de setiembre de 1953 el Seminario Nacional de la “Misión de France” (con 244 seminaristas) debe cerrar sus puertas por orden del Vaticano y los curas obreros dejar su trabajo en las fábricas. Sólo la mitad de los curas obreros obedece. Madeleine invita a la obediencia, aun si “comprender esta lluvia de disposiciones negativas, resulta difícil”. E invita a la autocrítica; para ella “no se supo tener en cuenta los peligros de esta experiencia” y finalmente llega a la conclusión de que “a los curas obreros les ha faltado la base fundamental de la oración. Han querido ser como un obrero más sin anunciar el Evangelio; y a la fe no hay que ostentarla, pero tampoco ocultarla”. Aun así ella trata de hablar, salvar lo que es posible, relanzar la experiencia sobre nuevas bases; por eso recibe críticas y calumnias, hasta se le llega a negar la comunión. Ella no se desanima y , gracias a una donación, hace una peregrinación de oración a Roma en tren. Llega a la estación de Roma por la mañana y en seguida va a la basílica de San Pedro donde reza durante nueve horas “a corazón perdido”; la misma noche retoma el tren para París. Ella quiere ser fiel a la Iglesia y reza por ella desde el corazón de la misma, apoyada a una columna frente a la tumba de San Pedro y al altar del Papa.

Fue como una tormenta en la vida de Madeleine. Pero pasó. Y al poco tiempo tuvo la felicidad de tener una entrevista con el papa Pío XII y recibir un amplio y fraterno apoyo por parte del card. Veuillot y del card. Montini. Un gran amigo de Madeleine fue el p. Jacques Loew, un cura obrero que trabajaba de descargador en el puerto de Marsella y que había obedecido con prontitud al Papa. El p. Loew, que se transformó después en un gran maestro de espiritualidad, dijo de Madeleine que era una “mujer teologal” y la incluyó en su famoso libro: “En la escuela de los grandes orantes”. Madeleine quería vivir “con las manos agarradas a la persona de Nuestro Señor y los pies bien plantados en medio de la muchedumbre de los que no creen“. Para ella “la oración es el bien más grande que se puede hacer al mundo; en nuestra sociedad se precisan hombres de adoración, que arranquen todos los días un tiempo para la oración”. En su comunidad, además de la misa en la parroquia, había tres horas de meditación diaria y oración, desde las primeras luces del alba. En 30 años Madeleine no se tomó un día de vacaciones, pero encontraba todos los días un largo tiempo para orar.

Su pensamiento sobre el tema de la espiritualidad laical se refleja en cantidad de escritos que han tenido una enorme difusión en estos años, sobre todo en sus tres libros póstumos: “Nosotros, gente de la calle”, “El gozo de creer”, “Comunidades según el Evangelio”. Para ella Dios se revela en la vida cotidiana, en donde Él nos ha puesto, en la calle. Ella es una maestra de la oración para la gente trabajadora, para los que no tienen tiempo para rezar. “Hay que aprender a estar solos con Dios cada vez que la vida o la jornada nos reserva una pausa, y no malgastarla: en el metro, en un café, en un comercio, esperando el bus, en la cocina…”. Maravillosa es su oración: “Liturgia de los sin oficio”, donde resalta el poder de la oración de intercesión del cristiano común. En el mismo sentido, toda ocasión también es buena para amar. Para ella “cada mañana Dios nos ofrece una jornada entera preparada por Él mismo; no hay nada de más ni nada de menos, nada inútil. Esta jornada es una obra maestra que Dios nos pide que vivamos. Cada minuto de la jornada permite a Cristo vivir a través de nosotros en medio de los hombres”. Según ella, son “las paciencias” de todos los días, las que construyen la santidad; es haciendo nuestros “minúsculos deberes” que encontramos “las chispas de la voluntad de Dios”. Ella invita al cristiano laico a “quitarse las sandalias porque la tierra que pisa todos los días es tierra santa y allí está Dios escondido detrás de la zarza“.

Madeleine muere el 13 de octubre de 1964 durante el Concilio. Aquel día en el aula conciliar, un laico, presidente de la JOC internacional, toma la palabra por primera vez frente a toda la Iglesia y lo hace en nombre de los trabajadores cristianos que viven y luchan en las fábricas y en los barrios obreros de las grandes ciudades.

Primo Corbelli

Para saber más puede visitarse la página de la Association des Amis de Madeleine Delbrêl

Madeleine

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