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“La primavera fallida del papa Francisco”, por José Arregi

Sábado, 12 de abril de 2025

IMG_0034De su blog Umbrales de Luz:

Es triste ver a un papa de 86 años gravemente enfermo en un hospital, un hombre absolutamente desbordado desde el primer día de su elección, como todo papa, por un sistema inhumano –el poder absoluto del papado–; un hombre que no puede caminar y apenas puede respirar, obligado por el sistema a seguir desempeñando o fingiendo más bien el desempeño de su función de sumo pontífice, de “puente” imposible entre un “Dios” omnipotente y una institución humana histórica, cultural, espiritualmente agotada.

No es hora de panegíricos ni reprobaciones de este hombre convertido en rehén de su función insostenible, ni de prolongar el morbo de los partes médicos o de las cábalas sobre el próximo cónclave. No es hora ciertamente de fomentar piadosas oraciones a “Dios” para que el hombre Jorge o Francisco recupere sus fuerzas, retome su función y culmine su misión irrealizable. Es hora más bien de una seria y serena reflexión sobre este pontificado con sus inevitables contradicciones personales e institucionales. Es hora, sobre todo, de reimaginar una Iglesia de Jesús sin clero ni papado.

Traslado a esta página web dos colaboraciones escritas para un libro que acaba de ser publicado en francés: Réformer ou abolir la papauté. Un enjeu d’avenir pour l’Eglise catholique. Ésta de hoy propongo una evaluación del pontificado de Francisco. Dentro de unos días publicaré la segunda colaboración: “Reimaginar una Iglesia de Jesús más allá del clericalismo”.

Deseo al hermano Francisco una paz profunda dentro de sí y en todo su entorno.

El papa Francisco cumplirá pronto 12 años de pontificado. ¿Qué queda de las esperanzas despertadas por el obispo de Roma venido de la pampa argentina?

Las páginas que siguen no quieren ni acusar ni excusar, sino entender la situación y comprender a la persona en su contexto: el sistema clerical tan arraigado y en contradicción con el evangelio y la cultura. No pretendo dictar responsabilidades, sino mirar los hechos, entender su contexto, y captar en lo posible las señales del presente y la llamada del futuro.

  1. Unos gestos iniciales sugerentes y equívocos

En la tarde del 13 de marzo de 2013 supimos que había sido elegido papa Jorge Bergoglio, un obispo “venido de lejos”, el primer papa del continente americano y el primer jesuita papa.

Primer gesto: adoptó como nombre Francisco. Sugerente combinación para una reforma eclesial profunda, me dije. Francisco de Asís: humilde y libre, manso y subversivo, y siempre el menor. Ignacio de Loyola: lleno de luz en la mente y de lágrimas en los ojos, maestro y director de almas y de obras, y siempre peregrino. A tres siglos de distancia –en el umbral del Renacimiento Francisco, en el umbral de la Modernidad Ignacio–, ambos soñaron con que la Iglesia volviera a Jesús, con que aquel imponente aparato de poder y de riqueza erigido en torno a Roma se despojara, se desarmara, se humanizara, se evangelizara, y pudiera ofrecer consuelo y liberación a un mundo nuevo. Pero no sucedió. A Francisco le organizaron una gran Orden, y a Ignacio le utilizaron para la Contrarreforma, y sus sueños no se realización. Pero siguen en pie, y son más urgentes que nunca [1].

Al atardecer, en su primera intervención, improvisada, dijo: “Y ahora quisiera dar la bendición, pero antes os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para que el Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su obispo”. El gesto era encomiable, pero quedaba fuera de lugar la distinción, entre el obispo que da la bendición y el pueblo que se limita a rezar a Dios para que bendiga a su obispo. El pueblo puede ser bendecido, pero no bendecir. No es un detalle anodino; es el quid de la cuestión que planteo en estas páginas: el modelo clerical falsea la Iglesia en su raíz.

En esa misma intervención, el papa se presentó como “obispo de Roma”, pero todo el mundo sabe que nadie viene de Argentina (o de Polonia) al Vaticano para ser “obispo de Roma”, ni para ser solamente “el primero entre iguales” (los demás obispos), sino justamente para ser “papa”, investido de la autoridad suprema y de la última palabra sobre todas las iglesias y sus obispos. ¿Elegido e investido por quién? No por la Iglesia de Roma. Investido por Cristo y elegido por “sucesores de los apóstoles” escogidos y nombrados por “el sucesor de Pedro”, a quien Cristo habría entregó las llaves. ¿Tiene sentido todavía este lenguaje?

El nuevo papa decidió enseguida no residir en el Palacio Apostólico, sino la Residencia Santa Marta, que hospeda a obispos de paso por Roma. Parecía renunciar al protocolo y al boato. ¿Renunciaría también al poder y a las prerrogativas teológicas del papado?

Si a los gestos unimos el porte natural, la mirada directa, el rostro afable, el trato llano, el estilo personal austero, la palabra descomplicada y fresca…, es más que comprensible que en muchas católicas y católicos despertara la ilusión de una reforma profunda e irreversible, de una primavera eclesial.

A pesar de todo ello, a los 100 días del nuevo pontificado expresé mis reservas: “No basta con que el papa sea buena persona. Tampoco basta con reformar la Curia. El problema de fondo es el sistema católico: un sistema teocrático, una monarquía absoluta sustentada en ‘dios’. La gran reforma que, desde el corazón del mundo de hoy y de todas las criaturas, el Espíritu o la Ruah creadora y consoladora reclama es que el papa, con su poder todavía absoluto, declare nulo dicho poder: que anule los dos dogmas que lo sustentan, que fueron promulgados por el Concilio Vaticano I (1870) y que el Vaticano II dejó intactos por imposición de Pablo VI: la infalibilidad y el primado absoluto del papa sobre todas las iglesias. Y mientras eso no cambie, nada sustancial cambiará, por bueno que sea el papa. No basta con que el papa Francisco sea un nuevo Juan XXIII, pues después de éste vinieron Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y 60 años después estamos donde estábamos antes; en realidad, estamos mucho más lejos del mundo, pues el mundo ha cambiado mucho desde entonces. Mientras el papa detente todo el poder, todo dependerá de cómo sea el papa siguiente (y los poderes ocultos nombrados o tolerados por él). A mi modo de ver, nada de lo que sabemos de su pasado y le hemos oído decir o visto hacer en estos 110 días permite esperar que promueva la reforma radical que urge en la Iglesia. No se lo reprocho, pues también él, con toda su bondad, es rehén del sistema” [2].

  1. Una voz eco-política de tono profético

El papa Francisco será reconocido sobre todo por su Exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013) y su Encíclica Laudato si’. El mensaje socio-ecológico, político-económico, son mucho más importantes que todos sus gestos y que su doctrina teológica. Los textos mismos dan fe de ello, pues vienen a afirmar que la sanación integral de los heridos y la liberación integral de todos los oprimidos constituyen el centro, el fondo y la esencia del Evangelio y de todas las doctrinas y leyes.

Me referiré sobre todo a la Exhortación Evangelii gaudium, un texto excepcional lleno de aliento y frescura, me atrevería a decir que el mejor documento emanado de Roma desde el inicio del papado hace 1000 años. El Evangelio es gracia y liberación. La “primacía de la gracia” (n. 112) es su única norma y norma absoluto. En agosto de 2013, seis meses después de su elección. en una entrevista con Antonio Spadaro, s.j. para L’Osservatore Romano, en agosto de 2013, había dicho: “En esta vida, Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañarlas con misericordia”. Evangelii gaudium, publicada tres meses después, desarrolla las implicaciones políticas y eclesiales de estas palabras precursoras. Traslado aquí algunas de las afirmaciones más destacables de esta Exhortación, profética en su conjunto.

Contra una economía que mata.Hoy tenemos que decir ‘no a una economía de la exclusión y la inequidad’. Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa” (n. 53). “Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera… A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales” (n. 56). “La inequidad es raíz de los males sociales” (n. 202). “Hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia” (n. 59). “La inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás” (n. 60).

Una Iglesia con los últimos y con todos los heridos.La Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas” (n. 47). “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (n. 50). “La Iglesia ‘en salida’ es una Iglesia con las puertas abiertas” (n. 46). Jesús llama a la Iglesia “a la revolución de la ternura” (n. 88). “La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio (n. 114). “Estamos llamados a cuidar la fragilidad del pueblo y del mundo en que vivimos” (n. 216). “Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás” (n. 270). “Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (n. 195). “Quiero una Iglesia pobre para los pobres” (n. 198).

Una Iglesia encarnada en diversas culturas. Una cultura inédita late y se elabora en la ciudad” (n. 73). “Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas” (n. 74). “La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente evangelizar” (n. 174). “Se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan” (n. 271). “Como podemos ver en la historia de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural” (n. 116).

Una Iglesia sin respuesta a todas las preguntas. En el diálogo con el Estado y con la sociedad, la Iglesia no tiene soluciones para todas las cuestiones particulares” (n. 241). “Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones” (n. 16).

Una Iglesia en permanente reforma.La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del ‘siempre se ha hecho así’. Invito a todos a ser audaces y creativos (…), sin prohibiciones ni miedos” (n. 33). A no “desarrollar la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (n. 83). “No se pueden llenar los seminarios con cualquier tipo de motivaciones, y menos si éstas se relacionan con inseguridades afectivas, búsquedas de formas de poder, glorias humanas o bienestar económico” (n. 107). “No nos quedemos anclados en la nostalgia de estructuras y costumbres que ya no son cauces de vida en el mundo actual” (n. 108). “También debo pensar en una conversión del papado” (n. 32).

¡Bravo! Pero, para ser justo, debo señalar con la misma convicción que la exhortación papal no se mueve ni un ápice del marco dogmático tradicional y del modelo canónico –clerical– de la Iglesia católica romana. El llamamiento a la conversión de la Iglesia se limita fundamentalmente al plano personal, y las referencias a la conversión institucional son muy vagas y generales. Y surge la pregunta: ¿la profunda transformación socio-política que reclama el papa no pierde fuerza y credibilidad si la propia institución eclesial sigue aferrada a sus viejos paradigmas obsoletos, a sus formulaciones dogmáticas, a su sistema autoritario y jerárquico, a su ordenamiento clerical y patriarcal?

  1. Vino nuevo en odres viejos

Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino reventará los odres, y se perderán el vino y los odres. El vino nuevo en odres nuevos (Mc 2,22; Mt 9,17; Lc 5,37-38). A mundo nuevo, teología nueva, para que el Evangelio de Jesús no pierda su fuerza inspiradora y el mundo no pierda el aliento inspirador del Evangelio. Los nuevos paradigmas culturales requieren la revisión de los viejos lenguajes dogmáticos, al igual que la teoría einsteiniana de la relatividad obliga a corregir o ampliar el modelo newtoniano del espacio y del tiempo, del universo en su conjunto. Pero pienso que el marco teológico que subyace a esta Exhortación son “odre viejo”. Baste con señalar cuatro ejemplos.

Redención. Jesús dio su sangre por nosotros… Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres” (n. 178), “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz (Col 1,20)” (n. 229). “Jesucristo dio su preciosa sangre en la cruz por esa persona” (n. 274). Entiende la muerte de Jesús en la cruz en clave sacrificial expiatoria: “murió por nuestros pecados”, a causa de nuestros pecados, para reconciliar a la humanidad pecadora con Dios, o a Dios con la humanidad culpable. Un Dios soberano ofendido, Jesús como único Hijo de Dios encarnado para salvarnos, como víctima propiciatoria, su muerte como sacrificio, la cruz como altar, la salvación como perdón divino gracias a la muerte del Hijo de Dios… ¡Todo eso queda tan lejos del registro histórico, concreto, político-económico en el que se analiza y denuncia la inequidad del mundo!

Conversión del papado. “También debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización” (n. 32). ¿Acaso quiso Jesús dar un sentido al papado? ¿Acaso instituyó algo que tuviera algún remoto parecido con lo que se entiende por papado? Y aun en la hipótesis, enteramente infundada, de que Jesús lo hubiera instituido y organizado, ¿por qué habríamos de seguir vinculados a una institución de hace 2000 años? ¿No debemos ir mucho más allá que una reforma del papado?

Los “niños por nacer. En la sección dedicada a “Cuidar la fragilidad”, la Evangelii gaudium se refiere al tema del aborto, y lo hace sin matiz alguno, en un tono duro, en términos inflexible. “Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo. (…). Esta defensa de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano (…). [Sin esta convicción, los derechos humanos en general y los de los “niños por nacer” en particular]siempre estarían sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno” (n. 213). “No debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión” (n. 214).

Efectivamente, “la postura de la Iglesia” –la del Vaticano más bien– no ha cambiado al respecto. Bien es verdad que no lo ha sacado a relucir con la frecuencia con la que lo hicieron sus predecesores Benedicto XVI y Juan Pablo II, al igual que no ha condenado el mundo actual como “increyente, relativista y hedonista”, como hicieron sin tregua los mencionados predecesores. Tampoco se ha referido al aborto con la frecuencia con la que hicieron aquellos. Pero su doctrina no ha cambiado lo más mínimo.

El último ejemplo es muy reciente y revelador.  En septiembre de este mismo 2024, a bordo del avión de vuelta de su viaje a Luxemburgo y Bélgica, el papa Francisco afirmó que el aborto es un “homicidio” en todos los casos y a los profesionales médicos que lo realizan los llamó “sicarios”. ¿Es la manera de que la Iglesia alivie la angustia de muchas madres o padres, la manera de que se convierta en “puesto de socorro” o más bien “aduana”? Mucha gente, en Bélgica y en el mundo, se indignó ante estas palabras, injustamente ofensivas. Una condena general como ésta se halla fuera de lugar. La institución católica debiera considerar atentamente la opinión de tantos hombres y mujeres de hoy –entre las que se cuentan no pocos teólogos y teólogas– de profunda sensibilidad humana y probada honestidad intelectual. Y tomar en cuenta seriamente los datos científicos, unos datos que no constituyen la última palabra, pero que nunca deben ser ignorados. Hay razones científicas y antropológica de peso que nos disuaden de identificar al cigoto de un día con el feto de cuatro meses, o a éste con un “niño por nacer”. Pueden presentarse conflictos de valores extremadamente complejos, en los que se impone un discernimiento, principio al que Francisco ha apelado tantas veces.

La mujer excluida del ministerio “ordenado. Apenas 8 meses después de su elección, en la Evangelii gaudium el papa Francisco establece ya claramente el marco teológico y canónico del que no se moverá hasta el día de hoy en lo que respecta al lugar de la mujer en la Iglesia. Es el viejo marco clerical y patriarcal que nada tiene que ver con Jesús y su evangelio, ni con los primeros siglos de la Iglesia, y sobre todo con lo que el Espíritu de la vida nos inspira.

Dice: “… El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder. No hay que olvidar que cuando hablamos de la potestad sacerdotal ‘nos encontramos en el ámbito de la función, no de la dignidad ni de la santidad’ [Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici 51, 1988]. El sacerdocio ministerial es uno de los medios que Jesús utiliza al servicio de su pueblo, pero la gran dignidad viene del Bautismo, que es accesible a todos. La configuración del sacerdote con Cristo Cabeza —es decir, como fuente capital de la gracia— no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto. En la Iglesia las funciones ‘no dan lugar a la superioridad de los unos sobre los otros’ [Juan Pablo II, ib., nota 190]. De hecho, una mujer, María, es más importante que los obispos. Aun cuando la función del sacerdocio ministerial se considere ‘jerárquica’, hay que tener bien presente que ‘está ordenada totalmente a la santidad de los miembros del Cuerpo místico de Cristo’ [Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem 27, 1988]. Su clave y su eje no son el poder entendido como dominio, sino la potestad de administrar el sacramento de la Eucaristía; de aquí deriva su autoridad, que es siempre un servicio al pueblo. Aquí hay un gran desafío para los pastores y para los teólogos, que podrían ayudar a reconocer mejor lo que esto implica con respecto al posible lugar de la mujer allí donde se toman decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia” (n. 104).

Puro odre viejo, como diré en los párrafos que siguen.

  1. La mujer ensalzada y subordinada

Este n. 104 de la Evangelii gaudium es una clara muestra del laberinto teológico-institucional en que sigue enredada Iglesia católica romana en relación con el lugar de la mujer en la Iglesia, más concretamente con el veto vigente contra su acceso a los “ministerios ordenados” o “consagrados” (diaconado, sacerdocio, episcopado).

El argumento fundamental –de hecho el único– al que recurre para sostener que tales ministerios deben ser reservados a los varones, y ello “sin discusión”, es que solo los varones pueden representar al Cristo varón, “a Cristo el Esposo” (tesis desarrollada en especial por Hans Urs von Balthasar, muy utilizada por Juan Pablo II y ahora por el papa Francisco). Nadie duda de que Jesús fuera varón, pero ¿tiene sentido afirmar que el Cristo o el Misterio crístico, divino, que en él reconocieron los cristianos es masculino? Me parece una idea delirante, tan delirante como afirmar que solo el varón representa a Dios o Aliento o Realidad fontal, o como pensar que un niño o una niña, un hombre o una mujer que participan en la Eucaristía debieran mirar al sacerdote que la preside como a su “Esposo divino”.

El papa hace malabares lingüísticos para refrendar no el argumento, sino la conclusión (previa al argumento) de la exclusión de la mujer del sacerdocio ordenado: distingue la “potestad” o “autoridad” o “función” sacerdotal por un lado, y la santidad o dignidad derivada del bautismo por otro; y señala que la potestad no se ha de identificar “demasiado” con el “poder”, menos aun con el “dominio”. Y, para ilustrarlo, afirma que “María es más importante que el obispo”… Papa Francisco, hermano: no se trata de que la autoridad o la potestad o la función sacerdotal se identifique o no con la santidad y la dignidad, sino solo de cuestionar que la potestad, autoridad o función sacerdotal sea reconocida exclusivamente a un varón, y de preguntarnos quién lo decide y en nombre de quién.

El papa se muestra abierto a reconocer un “posible lugar de la mujer allí donde se toman las decisiones importantes, en los diversos ámbitos de la Iglesia”. Pero la pregunta decisiva es: ¿piensa el pontífice que podría depender del voto de una mujer la decisión de la que aquí se trata, a saber, si la mujer puede o no desempeñar la “potestad” o “autoridad” o “función” de “representar a Cristo el Esposo”, de presidir la Eucaristía o de otorgar “la absolución de los pecados”, de ser en definitiva diácono, sacerdote u obispo? De hecho, esta decisión queda reservada al varón, y en último término al papa, tal como ha quedado claro durante todo el desarrollo del Sínodo sobre la sinodalidad y en su documento final refrendado por el papa. ¿Pero en qué razón se funda tal decisión “indiscutida”? Es lo que no se explica con un mínimo rigor teológico. Decir que Cristo lo decidió así no pasa de ser una petición de principio y una mera opinión, claramente desmentida por una gran parte de exégetas, historiadores y teólogos, y por muchas iglesias cristianas no ligadas a Roma.

Una vez más, queda al descubierto el fondo del discurso misógino típico de la teología clerical tradicional, aún vigente: el modelo de mujer es María, madre virgen inmaculada. Lógicamente, ninguna mujer de carne y hueso puede imitar a María, y acaba mirándose y siendo mirada como encarnación de Eva la pecadora y la tentadora, lo que, consciente o inconscientemente, justifica de hecho que se la mantenga apartada de lo sagrado, del altar o del sacerdocio, y que deba mantenerse subordinada al varón. Se la ensalza al máximo en la figura de María inmaculada, para mejor rebajarla y subordinarla en la institución.

Este tipo de discurso, tan frecuente en tantas páginas bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamente y de los Santos Padres, está muy presente en los textos de Juan Pablo II. Y también del papa Francisco, como acabamos de ver. Pero permítaseme ilustrarlo con un ejemplo muy reciente.

En una entrevista de mayo de 2024, Norah O’Donnell, periodista de CBS, preguntó al papa si una niña crecida hoy como católica tendrá “la oportunidad de ser diácono y de  participar como miembro del clero en la iglesia”. Francisco respondió rápidamente: “No”. Y, presionado, se explicó: “Si se trata de diácono con el orden sagrado, no. Pero las mujeres siempre han tenido, diría yo, la función de diaconisas sin ser diáconos, ¿no? Las mujeres son de gran servicio [diakonein en griego, como ministrare en latín, significa “servir”] como mujeres, no como ministras, como ministras en este sentido, dentro de las Sagradas Órdenes”. Y se extendió en el elogio de las mujeres: “Son las que impulsan los cambios, todo tipo de cambios (…). Son más valientes que los hombres (…). Saben cuál es la mejor manera de proteger la vida. Las mujeres son magistrales guardianas de la vida. Las mujeres son geniales. Son muy geniales. Y hacer espacio en la Iglesia a las mujeres no significa darles un ministerio, no. La Iglesia es madre, y las mujeres en la Iglesia son quienes ayudan a fomentar esa maternidad. No olvides que quienes nunca abandonaron a Jesús fueron las mujeres. Todos los hombres huyeron”.

Y todavía más recientemente (28 de septiembre de 2024), durante su visita a Bélgica –la misma en la que tildó de “asesina” la ley del aborto ante la tumba del rey Balduino, alabando la figura de éste por haber abdicado para no tener que firmar dicha ley–, en su discurso de la Universidad Católica de Lovaina dijo el papa:  “Es feo cuando la mujer quiere hacer de hombre, la mujer es mujer (…). La mujer es acogida fecunda, cuidado y entrega vital”.

  1. Una imagen fija de la orientación sexual y del género

No habrá primavera eclesial mientras no cambien la teología y el derecho canónico. Y el papa Francisco no ha cambiado ninguna doctrina ni canon de relevancia, cosa que deja patente en cuanto ha dicho y escrito sobre la orientación sexual y el género. Ha apelado una y otra vez a una actitud de acogida de las personas homosexuales o trans, pero se ha cerrado a cualquier cambio doctrinal, canónico, institucional.

Son conocidas las palabras del papa en el avión de regreso de su viaje a Brasil en julio de 2013, cuatro meses después de su elección, al ser preguntado sobre la posición de la Iglesia sobre las personas homosexuales: “Si una persona es gay y busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Muchas personas, gais y lesbianas incluidas, celebraron sus palabras, pero no dejan de ser problemáticas: en su trasfondo, se adivina un juicio negativo, más o menos consciente, sobre la homosexualidad. Suenan como si dijera: … no soy quién para juzgarlo, aunque sea homosexual. No puedo imaginar que, habiéndosele preguntado sobre una persona heterosexual, hubiera respondido: “… si busca a Dios y tiene voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”. En la misma línea se sitúan las respuestas dadas en 2022 a una carta donde el conocido jesuita y escritor estadounidense James Martin le exponía las preguntas más frecuentas que le formulan las católicas/os LGTBIQ+ sobre Dios y la Iglesia:  “Dios es padre y no reniega de ninguno de sus hijos” (“tampoco de los homosexuales”, se entiende, aunque no lo dice…). Y también: “Una Iglesia selectiva, una Iglesia de pura sangre, no es la Santa Madre Iglesia, sino una secta” (y aunque no lo dice, en el fondo se entiende: “también a los homosexuales los acoge la Iglesia, aunque sean impuros”).

Es verdad que ha reclamado que los estados aprueben “una ley de unión civil”, de modo que “estén cubiertos legalmente” (documental “Francesco”, 2020). Se da la circunstancia de que casi todos los países de Europa y otros muchos ya cuentan con una ley civil de matrimonio homosexual, aprobada, eso sí, con la frontal oposición de sus respectivos episcopados católicos. Está muy bien que el papa reclame dicha ley estatal, pero tendría más efectivo que empezara por predicar con el ejemplo, reconociendo las “uniones homosexuales” como verdadero matrimonio y bendiciéndolas como tales, cosas ambas a las que se ha negado expresamente hasta hoy. La posición del papa sobre el tema queda claramente expresada cuando, en la Exhortación postsinodal Amoris laetitia sobre la familia de 2016, escribe: “No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (n. 251). Ni siquiera remotas.

Lo mismo sucede en el tema, tan real y complejo, del género. El papa Francisco lo resuelve de manera muy simplista. La teoría del género, afirma, está “orientada a cancelar la diferencia sexual (catequesis, en 2015), es “una ideologización colonizadora” (a los obispos de Polonia en 2016), “presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia” (Amoris Laetitia 56, 2016), “va contra las cosas naturales” y “es diabólica” (diálogo con jesuitas de Eslovaquia, en 2021). ¿Dónde queda aquí el principio del “todos, todos, todos” tan recurrente en sus intervenciones?

  1. Cuatro sínodos y el clericalismo intacto

El clericalismo es la raíz de los peores males institucionales de la Iglesia católica romana. Pero después de 12 años de pontificado del papa Francisco, el clericalismo sigue intacto. La historia de los cuatro sínodos pone de manifiesto que todas las expectativas iniciales se han visto contrariadas por el desenlace final. Así, El sínodo de la Amazonía había aludido tímidamente a la posibilidad de ordenar varones casados “en regiones alejadas de la Amazonía” y a la posibilidad de una ordenación –“no sacramental”–  de mujeres como diaconisas; en la Exhortación apostólica postsinodal del papa Francisco desaparece incluso esa tímida alusión.

Nada ilustra mejor esta tendencia hacia la reafirmación del clericalismo célibe y patriarcal que el desarrollo y el final del reciente Sínodo sobre la sinodalidad [3]. En la síntesis de la primera sesión de la Asamblea Sinodal General en octubre de 2023, desaparecieron algunos de los temas más recurrentes y espinosos propuestos por algunas de las Conferencias Episcopales de los cinco continentes: ordenación sacerdotal de la mujer, bendición de los matrimonios homosexuales, reconocimiento de las personas LGTBIQ+. El documento-síntesis de dicha primera sesión menciona la ordenación diaconal de mujeres y la dispensa del celibato para sacerdotes en circunstancias particulares, aunque solo para pedir que se sigan estudiando esos temas. En cuanto al Instrumentum laboris para la segunda sesión (octubre de 2024), ni siquiera  mencionan el “diaconado consagrado” de mujeres, la dispensa del celibato de sacerdotes, las personas LGTBIQ+ (y no se diga la ordenación sacerdotal de la mujer). De todo ello no se debía ni hablar. Denuncia el clericalismo, sí, pero no cuestiona el poder clerical, sino la manera de ejercerlo. Y afirma sin ambages: “La sinodalidad no supone en modo alguno la devaluación de la autoridad particular y de la tarea específica que Cristo mismo confía a los pastores: los obispos con los presbíteros, sus colaboradores, y el Romano Pontífice como ‘principio y fundamento perpetuo y visible de unidad así de los Obispos como de la multitud de los fieles’ (LG 23)” (n. 8); y también: “en una Iglesia sinodal, la competencia decisoria del obispo, del Colegio Episcopal y del Romano Pontífice es inalienable, ya que está arraigada en la estructura jerárquica de la Iglesia establecida por Cristo” (n. 70). Con ese principio y fundamento tan claro y contundente, sobraban este sínodo y todos los demás. Ahí seguimos.

Y así llegamos al Documento final del Sínodo de la Sinodalidad, publicado el pasado 26 de octubre de 2024. Una vez más denuncia el clericalismo, pero incluyendo esta vez en la denuncia ¡también a los laicos!, colmo clerical: “El clericalismo, fomentado tanto por los mismos sacerdotes como por los laicos, genera un cisma en el cuerpo eclesial que fomenta y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos” (n. 74). ¿Algún camino concreto para superar el sistema clerical del poder sagrado, excluyente, masculino y célibe? Ninguno. Vuelve a ensalzar a la mujer, pero para mejor subordinarla: “No hay nada en las mujeres que les impida desempeñar funciones de liderazgo en las Iglesias: lo que viene del Espíritu Santo no debe detenerse”. Pero prosigue: “Sigue abierta la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal. Es necesario un mayor discernimiento a este respecto” (n. 60).

En conclusión: Después de 12 años de papado, de cuatro sínodos, de múltiples Instrumenta laboris, síntesis sinodales, Exhortaciones apostólicas postsinodales, después de muchas esperanzas o sueños primaverales, de tanto documento, texto y voto, de tanta palabra, palabra y palabra, cuando el otoño llegaba a su cénit, la cosecha es nula. Los padres sinodales (las madres del último sínodo tenían la voz y el voto impedidos) no se atrevieron a liberarse de ideas, normas y privilegios del pasado. No se dejaron inspirar e impulsar por el Espíritu de la transformación permanente de todas las cosas, el Espíritu de la fraternidad-sororidad universal, el Espíritu de la “buena novedad” (Evangelio) que anunció Jesús. No meditaron suficientemente aquellas palabras que pronunciaron sus labios proféticos, su lengua libre y arriesgada: El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no es apto para el reino de Dios o el Aliento vital (Lc 9,62). El arado tropieza, la tierra no respira y se malogra la primavera, el nuevo pan de la Pascua universal.

Pero no, el sol amanece cada día, la luna brilla cada noche, el otoño camina al descanso, en el silencio del invierno germinará la espiga, celebraremos la Pascua. Queremos vivir y seguiremos caminando, seguiremos compartiendo el camino hecho de muchos y diversos caminos. Y, cada vez que el Espíritu sinodal así nos inspire, deberemos hacer caso omiso del Derecho Canónico, inmóvil e inamovible, para que la vida siga y crezca.

José Arregi, Aizarna, 26 de diciembre de 2024

(Publicado en Robert Ageneau, José Arregi, Gilles Castelnau, Paul Fleuret y Jacques Musset, Réformer ou abolir la papauté. Un enjeu d’avenir pour l’Église catholique, Ed. Karthala, París 2025, pp. 91-107).

[1] Cf. https://josearregi.com/es/al-papa-francisco/

[2] https://josearregi.com/es/100-dias-de-papado/

[3] Cf. https://josearregi.com/es/?s=cuatro+s%C3%ADnodos+y+el+clericalismo+intacto

Espiritualidad, General, Iglesia Católica , , ,

“Soneto de primavera”, por Miguel Ángel Mesa

Martes, 25 de marzo de 2025

De su blog Otro mundo es posible:

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Acude a su cita, puntual, vivificante, sigilosa,
leal a la llamada de la donación sin medida,
para dar a luz desde el misterio, impetuosa,
el brotar de la savia ascendente de la vida.

No ha podido retenerla ni la nube gris, ni el frío
de este invierno de olas, vientos y alaridos,
pues habitada en sus raíces por un caudaloso río,
aguardó paciente el anhelado florecer y su estallido.

Nos aguardan aún lluvias y granizos traicioneros,
que nos invitarán a abrigarnos ante la certeza
de la escarcha que asolará los frutos primeros.

Pero aquí está, fiel, jubilosa, exuberante, cumplidora,
revestida con el manto delicado y azul de la belleza,
como si fuera su vez primera, hermosa, tentadora.

***

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Las Fiestas de Primavera o Equinoccio de Primavera

Sábado, 22 de marzo de 2025
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planyourvisit_robertlentz_marymagdalene-1En el mundo Occidental donde la cultura judía cristiana ha hecho su historia tanto con grandes luces como con grandes sombras, que integraba una axiología, ahora este mundo Occidental entra en una nueva visión o paradigma tecnócrata, que por sí mismo no tiene ni presenta ninguna axiología o escala de valor. Entonces se puede comprender la recuperación o restauración de los tiempos de la naturaleza con sus folclores. El ser humano es un “homo ludens et religiosus” o “un niño juguetón y religioso”.

Así como en el solsticio de invierno disfrutamos de las fiestas de invierno que reemplazan las Fiestas de Navidad, ahora en lugar de Semana Santa o la fiesta de Pascua, disfrutamos de LAS FIESTAS DE PRIMAVERA: el equinoccio que nos trae la misma duración de la luz del día que de la oscuridad de la noche, simboliza el renacimiento, la fertilidad y la renovación de la naturaleza. Es un momento clave para muchas culturas que celebran la transición entre el invierno y el período de crecimiento de la primavera. Todo vivido en el mundo agrícola.

Sabemos que, antes del cristianismo, muchas culturas celebraban festivales de primavera vinculados al renacimiento de la vida. Por ejemplo, en el Antiguo Egipto, el equinoccio coincidía con fiestas en honor de Osiris e Isis, relacionadas con el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento.

En Roma celebraban las Fiestas de Flora, diosa de las flores y la fertilidad, y las Hilaria, en honor de Cibeles, diosa madre de la naturaleza.

Estas fiestas estaban también marcadas por los huevos y conejos como símbolos de fertilidad, renovación y renacimiento. Representan el inicio de una nueva vida fértil, un paralelo natural con la primavera, cuando la tierra renace después del invierno.

Y al convertirse la religión cristiana no únicamente en la principal (325 e.c.) con Constantino sino también la religión oficial (380 e.c.) con Teodosio, se transforman las Fiestas de Primavera poco a poco en Semana Santa. Y básicamente a partir del s. XII y XIII. Muchos de estos rituales se adaptaron y fueron absorbidos por las celebraciones cristianas como la sincronización con Pascua: La Semana Santa, que culmina con el Domingo de Pascua, se celebra el primer domingo después de la primera luna llena posterior al Equinoccio de Primavera. Esta conexión con el calendario lunar y solar recuerda los rituales paganos. Y durante la Cuaresma (el período de 40 días antes de Pascua), el cristianismo medieval prohibía consumir huevos y otros productos animales. Cuando llegaba Pascua, se utilizaban los huevos acumulados como símbolo de celebración. El huevo se cristianizó como símbolo de la resurrección de Cristo: el caparazón duro simbolizaba la tumba, y la apertura del huevo, su salida victoriosa hacia la vida eterna. Pascua como transición: Así como la primavera marca el paso de un ciclo a otro (invierno a verano), la Pascua celebra un renacimiento espiritual en el cristianismo con elementos visuales (huevos y conejos) que refuerzan esta idea.

IMG_0309Hoy en día, el conejo de Pascua se ha convertido en una figura comercial y lúdica, especialmente en países anglosajones y otros, pero su origen simboliza la fertilidad y la generosidad de la naturaleza.

Y aterrizando en nuestro país hubo una fusión de tradiciones. Las celebraciones de Semana Santa asumieron una fuerte carga simbólica cristiana pero también mantuvieron algunos elementos heredados de las fiestas de primavera. Así tenemos las procesiones con música, pasos y flores recuerdan antiguos ritos de purificación y ofrendas a la naturaleza. Los fuegos de Pascua en algunas regiones conectan con tradiciones vinculadas a la luz y el ciclo solar.

Narrado este panorama, que se mantiene, hay que añadir hoy en pleno S.XXI: Los viajes de reposo y culturales, así como unos días de vacaciones y esparcimiento. Sin esconder que el mundo empresarial y económico es quien mueve todo ese nuevo panorama. Y si añadimos, la semana empresarial de cuatro días, los fines de semana más largos, trabajos más intensos en ciertos sectores como de otras consideraciones: La Semana Santa queda reemplazada socialmente y en la nueva cultura a una semana, por el momento, de viajes o días de reposo o días de recogimiento y silencio.

Como ya he indicado el equinoccio se asoció a la Pascua cristiana, que simbolizaba la resurrección de Cristo como renovación espiritual, sustituyendo al concepto pagano de renacimiento de la naturaleza. Y en esta adaptación, además de los símbolos de los huevos y conejos como las manifestaciones procesionales, se encuentra el uso de flores, cantos como las caramelles, danzas como la de la muerte de Verges, etc. Todo ello dirigido por las instituciones eclesiásticas. Y como la baja edad media (a partir del s.XII), a raíz de las epidemias como otras enfermedades, puso en la cruz: el “Cristo” doloroso, sufriendo, maltratado y cómo sufría “Dios“… y entonces penitencias, cofradías…y calmar la ira de Dios, expresada en la cruz de Jesús-Dios. El viernes santo tapó, y es así, el domingo de Resurrección, que es la expresión del mensaje de Jesús. En España es fiesta el viernes santo… La pasión tiene más fuerza que la resurrección popularmente…

Y para reforzar la idea no olvidemos la influencia de la Contrarreforma (siglo XVI-XVII). Durante la Contrarreforma (después del Concilio de Trento, 1545-1563), la Iglesia reforzó las celebraciones de la Semana Santa dándoles un carácter más solemne y teatral.

Ahora bien, contemplado este panorama dentro del nuevo paradigma tecnócrata donde están las fiestas de primavera o la semana santa, necesitamos tomar la esencia de estas fiestas que pueden llevar, y de hecho llevan también, a días de reflexión, a días de silencio de forma intensiva. Y de este retiro hay que construir una nueva escala de valores en la sociedad de conocimiento, de cambio rápido, como es silencio, reflexión, meditación, mutación interior a fin de ser más humano. Impregnar y hacer vibrar el ego desde su m2 integral a una nueva mirada holística o de totalidad para humanizar la Humanidad. Realizar en este planeta, que es nuestro hábitat, un lugar de paz, concordia y respeto a las diferencias con tal que se alcance una fraternidad como una sororidad. Una gran libertad y menos brecha económica. Una vida en profundidad sabiendo que sentimos la Realidad Última cuyo origen siempre está presente. O metafóricamente “Somos rayos del Sol“. El mundo cristiano se apoderó y transformó las fiestas preexistentes, y ahora el mundo económico, comercial, tecnológico… está haciendo un proceso similar.

Felices fiestas de primavera o de renacimiento fértil para una paz mundial según las enseñanzas de los grandes sabios, entre ellos, Jesús que nació y vivió en Nazaret, pero murió en Jerusalén a causa del malestar que afectó a los poderes político y religioso. BUENA PASCUA o PASO DE LIBERACIÓN.

Jaume PATUEL PUIG,

pedapsicogogo

(Remitido por el autor)

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Tomas Halik: “No necesitamos el cristianismo como ideología ni la Iglesia como poder político”

Lunes, 7 de octubre de 2024
Comentarios desactivados en Tomas Halik: “No necesitamos el cristianismo como ideología ni la Iglesia como poder político”

Halik_2706939307_17287610_667x417“Es muy importante prepararse para la primavera. Los icebergs del tradicionalismo se derriten lenta pero inexorablemente”

“La secularización, en sus múltiples formas, no ha provocado el fin previsto de la religión, pero no deja de ser una transformación de las anteriores formas y funciones sociales de la religión”

“Las iglesias mayoritarias no estaban preparadas para el hambre de espiritualidad y a menudo siguen siendo incapaces de responder adecuadamente a ella”

“Muchas formas de la Iglesia actual se parecen a la tumba vacía. Nuestra tarea no es llorar ante la tumba y buscar a Jesús en el mundo del pasado. Nuestra tarea es encontrar la «Galilea de hoy» y encontrar allí a Jesús vivo en formas nuevas y sorprendentes”

“La reforma, la transformación de la forma, es necesaria allí donde la forma obstaculiza el contenido, donde inhibe el dinamismo del núcleo vivo”

“El «progresismo» superficial y el tradicionalismo conservador comparten el mismo error fatal: sobrestiman el papel de las estructuras institucionales”

Tomáš Halík (Praga, 1948) es un sacerdote católico, filósofo y profesor de Sociología en la Universidad Carolina de Praga. Fue asesor del presidente Václav Havel y del Consejo Pontificio para el Diálogo con los no Creyentes. El pensador checo que, con libros como ‘La tarde del cristianismo’ se ha convertido en un referente del pensamiento católico, asegura que las religiones tradicionales no estaban preparadas para el ‘hambre de espiritualidad’ o que la secularización no ha matado a la religión.

Con un lenguaje profundo, pero didáctico y repleto de imágenes, Halik consigue explicar problemas profundos y complejos de una forma asequible para todos, como la reforma, la primavera eclesial o la ‘tumba vacía‘ a la que se parecen muchas formas de Iglesia actual.

¿Europa está dejando de ser cristiana en términos de práctica religiosa, pero seguirá conservando su alma culturalmente cristiana?

La secularización, en sus múltiples formas, no ha provocado el fin previsto de la religión, pero no deja de ser una transformación de las anteriores formas y funciones sociales de la religión.

En la época de la modernidad, el cristianismo en Europa ha perdido su papel político-cultural como ‘religio’ – religión en el sentido de integrar a toda la sociedad (religio de religare, unir). Otros fenómenos han aspirado a este papel: ser la fuerza integradora o el «lenguaje común» durante los dos últimos siglos (ciencia, arte, nacionalismo y «religiones políticas», medios de comunicación de masas, economía capitalista, etc.).

La Iglesia católica está atravesando un importante proceso de reforma, de renovación sinodal. Se trata de una tarea mayor y más difícil que la simple transformación de un sistema clerical rígido en una vía de comunicación flexible dentro de la Iglesia. La reforma sinodal puede preparar a la Iglesia para el papel cultural de la religión en otro sentido – en el sentido del verbo ‘re-legere’ (releer o leer de nuevo). La Iglesia puede ser una escuela de aproximación atenta a la realidad, una escuela de una nueva hermenéutica, una interpretación nueva y más profunda del habla de Dios, de la autocomprensión de Dios.

El Dios que confesamos habla de muchas maneras. Habla a través de las muchas voces de la Escritura y de las muchas voces de la tradición, a través de la autoridad de pastores y maestros y a través de las voces disconformes y a menudo inoportunas de los profetas. Habla a través de los místicos y del «consensus fidelium», la práctica cotidiana del pueblo de Dios. Habla a través de los signos de los tiempos, a través de los acontecimientos de la historia, la sociedad y la cultura.

No necesitamos el cristianismo como ideología ni la Iglesia como poder político. Necesitamos una escuela de sabiduría, del arte del discernimiento espiritual.

 Uno de sus libros se titula ‘La tarde del cristianismo‘. ¿En la tarde, los cristianos serán menos, pero mejores y, por lo tanto, más auténticos?

Hal_k_La_tarde_del_cristianismo_1El mensaje de mi libro ‘La tarde del cristianismo’ es diferente. Estoy profundamente convencido de que la historia de la humanidad -y el cristianismo como parte de ella- se encuentra en un punto de inflexión, en una encrucijada. Es una época de acumulación de varias amenazas graves, pero también de grandes retos y nuevas oportunidades.

Carl Gustav Jung utilizó la metáfora del curso del día para describir la dinámica de la vida humana individual: la infancia es la mañana de la vida, luego viene la crisis del mediodía, seguida de la tarde, la edad de la madurez. Yo aplico esta metáfora al curso de la historia del cristianismo: la mañana es el periodo premoderno de construcción de las estructuras institucionales y doctrinales de la Iglesia. Luego viene la edad de la modernidad, la edad de la secularización, la edad de la sacudida de esas estructuras. Y nuestra era postmoderna es una llamada al «cristianismo de la tarde», a una mayor madurez y profundidad.

En «la tarde» existe la oportunidad de profundizar. Por supuesto, podemos perder esta oportunidad, desperdiciarla. La historia de la Iglesia no es un progreso unidireccional, sino un drama abierto.

¿Qué quiere decir cuando afirma que “el río de la fe se ha desbordado y la Iglesia ha perdido su monopolio”?

En muchas iglesias todavía se oyen lamentos, pánico y alarma ante el peligro de «un tsunami de secularismo y liberalismo». Pero el humanismo secular ateo hace tiempo que dejó de ser un competidor importante para el cristianismo eclesial tradicional. El principal desafío es un giro de la religión a la espiritualidad. Mientras que las formas institucionales tradicionales de la religión se asemejan a menudo a cauces secos, el interés por la espiritualidad de todo tipo es una corriente creciente que socava las antiguas orillas y abre nuevos cauces.

Incluso el Concilio Vaticano II parece haber tratado más bien de preparar a la Iglesia para alinearse con el humanismo secular y el ateísmo, y no parece haber previsto una gran expansión del interés por la espiritualidad. Las iglesias mayoritarias no estaban preparadas para el hambre de espiritualidad y a menudo siguen siendo incapaces de responder adecuadamente a ella. El futuro de las iglesias depende en gran medida de si comprenden la importancia de este cambio, cuándo y hasta qué punto, y de cómo pueden responder a este signo de los tiempos. La tarea que aguarda al cristianismo en la fase vespertina de su historia consiste en gran medida en el desarrollo de la espiritualidad – y una espiritualidad cristiana recién concebida puede aportar una contribución significativa a la cultura espiritual de la humanidad actual, incluso mucho más allá de los límites de las iglesias.

¿En qué consiste “embarcarse en la aventura de la búsqueda”?

Me viene a la memoria una escena del Evangelio de Marcos. Las mujeres ante la tumba vacía escuchan la pregunta: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Y el desafío: Id a Galilea, allí le veréis.

Muchas formas de la Iglesia actual se parecen a la tumba vacía. Nuestra tarea no es llorar ante la tumba y buscar a Jesús en el mundo del pasado. Nuestra tarea es encontrar la «Galilea de hoy» y encontrar allí a Jesús vivo en formas nuevas y sorprendentes.

La Galilea de hoy es el espacio entre el cristianismo tradicionalista y el ateísmo dogmático: el mundo cada vez más amplio de los buscadores. Esperanza y resignación, confianza y miedo compiten en sus cabezas y en sus corazones. Nuestra misión es acompañar a estas personas en nuestro viaje común. No debemos empujarles a las estructuras del cristianismo de ayer, sino descubrir con ellos nuevos horizontes: un cristianismo maduro para la «tarde de la historia».

¿Por qué es necesaria una nueva reforma, en qué consistiría y quién la pilotaría?

El cristianismo se encuentra en el umbral de una nueva reforma. La Iglesia es, en palabras de San Agustín, siempre reformadora, «semper reformanda». Pero especialmente en tiempos de grandes cambios y crisis en nuestro mundo común, es tarea profética de la Iglesia reconocer y responder a la llamada de Dios en relación con estos signos de los tiempos.

La reforma, la transformación de la forma, es necesaria allí donde la forma obstaculiza el contenido, donde inhibe el dinamismo del núcleo vivo. El núcleo del cristianismo es Cristo resucitado y vivo, que vive en la fe, la esperanza y el amor de los hombres y mujeres de la Iglesia y más allá de sus fronteras visibles. Estos límites deben ampliarse, y todas nuestras expresiones externas de fe deben transformarse si se interponen en nuestro deseo de escuchar y comprender la Palabra de Dios.

La nueva Reforma debe reforzar la conciencia de corresponsabilidad cristiana con todo el «cuerpo» del que formamos parte por el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios: con toda la familia humana y con nuestro mundo común. Debemos preguntarnos no sólo lo que «el Espíritu dice hoy a las Iglesias», sino también cómo «el Espíritu, que sopla donde quiere», actúa más allá de las Iglesias. Debemos tener el valor de autotrascender kenóticamente las formas y fronteras actuales del cristianismo.

Es necesario comprender y aceptar más profundamente cuál es la misión y la esencia de la Iglesia: ser un signo eficaz (signum efficiens) de la unidad a la que está llamada toda la humanidad, ser un instrumento de reconciliación y de curación de las heridas de nuestro mundo común. Nos esforzamos por la unidad no para que el cristianismo sea más poderoso e influyente en este mundo, sino para que sea más creíble: «para que el mundo crea».

El Papa Francisco dice que el piloto de la renovación es el Espíritu Santo.

¿Impedirá el tradicionalismo de dentro y de fuera una primavera eclesial?

La llegada de la primavera -en la naturaleza, en la política y en la Iglesia- no se puede prohibir ni obstaculizar. Es necesario prepararse para ella. En tiempos de cambio climático, la primavera puede llegar en un momento y de una forma ligeramente diferentes a los que estamos acostumbrados. Lo mismo puede decirse de un cambio en el clima cultural y moral. Por eso es tan importante prepararse para la primavera. Los icebergs del tradicionalismo se derriten lenta pero inexorablemente.

Francisco, el reformador. ¿Lo dejará el aparato de la Curia? 

Algunos detractores del Papa Francisco ven en él a un «Gorbachov católico»: el llamamiento al debate abierto, la escucha mutua y el respeto en el proceso sinodal les recuerda la «glasnost» de Gorbachov (llamamiento al debate libre) y la reforma sinodal, a la «perestroika» (reconstrucción del sistema soviético). ¿No llevaron las reformas de Gorbachov al colapso de todo el imperio? ¿No está el Papa Francisco llevando a toda la Iglesia al mismo colapso?

Los que dicen esto revelan que entienden la Iglesia católica como un sistema totalitario. Y tienen una parte de verdad: el catolicismo moderno tardío (entre la mitad del siglo XIX y la mitad del siglo XX) fue hasta cierto punto un sistema totalitario.

Así lo revela la afinidad de ciertos católicos con los sistemas autoritarios: desde la fascista «Action Francaise» hasta los simpatizantes actuales de la «democracia iliberal» (el Estado autoritario) en Hungría o la extrema derecha entre los católicos estadounidenses que apoyan a Donald Trump.

La respuesta a estos temores de quienes se oponen al Papa Francisco y a la reforma sinodal sólo puede ser la experiencia de una Iglesia que ha superado la tentación de una mentalidad totalitaria y busca vivir honestamente en el espíritu del Evangelio.

Usted dice que hay que renovar la antropología teológica. ¿Y la moral?

La reforma sinodal de la Iglesia presupone una reforma del pensamiento teológico: pasar de un pensamiento estático en términos de naturalezas inmutables a un énfasis en la dinámica de las relaciones, en la necesidad de su constante renovación y profundización. En el centro de la concepción cristiana de Dios está la Trinidad: Dios como relación. La «naturaleza» de Dios es la vida relacional. Dios creó al hombre a su imagen: la naturaleza del hombre es, por tanto, vivir en relaciones, ser con y para los demás; su misión es compartir y comunicarse en un camino común (syn hodos). El paso de la naturaleza estática e inmutable a la calidad de las relaciones implica una renovación de la eclesiología, de la comprensión de la Iglesia y de la ética cristiana, incluida la ética sexual y la ética política.

Ordenación de los casados, diaconisas o celibato opcional… ¿son algunos de los pasos inevitables del sínodo?

iglesia-catolica-reformaEl Instrumentum Laboris sugiere que algunas propuestas específicas que han aparecido en una serie de conclusiones de sínodos nacionales y continentales no serán objeto de la acción sinodal en octubre de 2024, por ejemplo, la ordenación de mujeres; así también, presumiblemente, la ordenación de hombres casados (viri probati), a pesar de que esto representaría un retorno a la práctica milenaria de la Iglesia aún indivisa y a la experiencia perdurable de las Iglesias orientales, incluidos los católicos de rito oriental. Al mismo tiempo, sin embargo, este documento añade que la reflexión teológica sobre estas cuestiones continuará de manera transparente y adecuada según un calendario definido (IL 17). Evidentemente, esto será una difícil prueba de paciencia para algunas Iglesias locales y un alivio para otras.

Es necesario resistir no sólo a las tentaciones del triunfalismo, el paternalismo, el clericalismo, el fundamentalismo y el tradicionalismo, sino también a un cierto «chiliasmo» – la idea ingenua de que la curación, la reconciliación y el retorno de la credibilidad de la Iglesia están al alcance de la mano, que pueden lograrse rápidamente con unos pocos pasos de reforma, especialmente reformando las estructuras institucionales externas de la Iglesia. El «progresismo» superficial y el tradicionalismo conservador comparten el mismo error fatal: sobrestiman el papel de las estructuras institucionales. Uno promete salvar y sanar a la Iglesia cambiando estas estructuras, el otro manteniéndolas como están. Pero ambos enfoques se quedan en agua de borrajas porque pasan por alto lo que es verdaderamente esencial. Se acusa al «progresismo» de plantear exigencias demasiado radicales. Por el contrario, yo veo su naturaleza problemática en el hecho de que no es lo bastante radical, de que sus propuestas no llegan lo bastante hondo, de que pasan por alto la raíz (radix).

Estoy convencido de que de lo que puede y debe partir la reforma de las estructuras, a lo que debe aspirar y de lo que debe partir permanentemente, es de una transformación interior, de una renovación de la mente según la mente de Cristo (Rom. 12:2; Fil. 2:5). La transformación, la metanoia, fue un tema clave de los primeros sermones programáticos de Jesús y sigue siendo una tarea desafiante y duradera para la iglesia en su conjunto. Esta es la misión, la esencia y la finalidad de la Iglesia; cada cristiano está llamado a esta misión según la medida de su carisma, experiencia y competencia. Vivimos en un tiempo difícil, pero grande.

*Monseñor Tomáš Halík ThD, Dr. h.c. (nacido en 1948 en Praga) es profesor de la Universidad Carolina de Praga, presidente de la Academia Cristiana Checa y párroco de la parroquia Académica. Bajo el régimen comunista, se ordenó sacerdote en secreto en Erfurt (Alemania del Este), y luego sirvió en la «iglesia clandestina». Fue uno de los más estrechos colaboradores del cardenal Tomášek. Tras la caída del régimen comunista en 1989, fue Secretario General de la Conferencia Episcopal Checa. El Papa Juan Pablo II le nombró asesor del Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes (1990); Benedicto XVI le nombró Prelado Pontificio Honorario (2008). Ha recibido numerosos premios académicos, estatales y eclesiásticos nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Templeton, el Premio Guardini y el Premio Comenius. Es doctor honoris causa en Teología por las universidades de Erfurt y Oxford. Sus libros se han traducido a 19 idiomas.

Fuente Religión Digital

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Primavera.

Sábado, 9 de abril de 2022
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Del blog Nova Bella:

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El tiempo que me diste es una hondura/

en el alma, y es luz/

que, sin brillo, deslumbra.

*

Ginés Aniorte

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Deseo

Martes, 30 de junio de 2020
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Del blog Nova Bella:

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“Te deseo una primavera mejor

que te permita ser lo que eres.”

*

Maria Zambrano a Elena Croce

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No nos quitarán la primavera

Martes, 7 de abril de 2020
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Del blog Nova Bella:

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“Como acabó la cuarentena, capitán?”

“Adquirí todas aquellas costumbres nuevas.

Me dejaron bajar después de mucho más tiempo del previsto.

“Os privaron de la primavera entonces?”

“Si, aquel año me privaron de la primavera, y de muchas cosas más, pero yo había florecido igualmente, me había llevado la primavera dentro de mi y nadie nunca más habría podido quitármela”

*

Carl Jung

CGJung

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Fuente: Proclama del Cauca: Si obramos con sabiduría en cuarentena, jamás nos quitarán la primavera

 

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El no silencio de la primavera

Jueves, 10 de mayo de 2018
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Del blog del Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa:

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El no silencio de la primavera es ya palpable por nuestro monasterio. Aun antes de que amanezca, cuando solo se intuye la luz, ya hay algunos pajarillos madrugadores dejándose notar. Nuestro gallo ya hace tiempo que canta, y un joven gallo ensaya y ensaya pero se le quiebra el canto como buen adolescente…; está cambiando la voz.

A medida que avanza el día el bullicio primaveral es mucho más intenso. Las vacas que pastan en las fincas vecinas mugen, alguna descontrolada. Las gallinas cacarean a sus anchas, comunicando a quien desee prestar atención que ya han cumplido con su puesta diaria.

Se oyen perros, también los cuervos que descansan en  los postes de la luz, o en los plátanos cercanos, graznan como si les fuera la vida en ello.
Un grupo de gaviotas se regocija cobre la ría, ahora que la marea está baja, montando una gran algarabía porque encuentran alimento. Una bandada de patos, en formación de uve, cruza nuestro “espacio aéreo” buscando quién sabe qué.

La primavera en pleno apogeo, exultante, provocadora.

En las montañas apenas quedan rastros de nieve. Los prados están pujantes de hierba tierna, y muchos campos están ultimando su tierra, dispuestos a recibir semillas y plantas que serán después maíz, patatas, alubias, pepinos,…

Un bodegón en vivo, nada de naturaleza muerta, qué va, todo bien vivo, resucitado, pascual.

Los árboles comienzan a llenarse de hojas, y muchos, como los membrillos, ya están cargados de flores.

Sí, la primavera ha pasado por aquí y ha encendido la mecha de la vida, el espectáculo está a punto de eclosionar.

Tampoco la lluvia se pierde la invitación, y se explaya en millones de gotas que fecundan, fertilizan, alimentan, limpian,… La lluvia es de color verde.

En el no silencio de la primavera encontramos la palabra creadora de Dios que genera y regenera, que nos conduce a la vida nueva, a la nueva oportunidad.

*

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***

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Transparencia

Martes, 10 de enero de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

El hermano Roger es una profeta de nuestro tiempo. Centró toda su vida en Cristo, en cuyo nombre dio la bienvenida a cualquier persona, cualquiera que sea su ori gen, su pasado, su edad, su religión. Hombre de oración, el fundador de la comunidad ecuménica de Taizé no ha dejado de animar a los hombres a reconciliarse. Su testamento espiritual continúa sosteniendo a aquellos que deseen desarrollar un monaquismo interior. Os proponemos oraciones y palabras del hermano Roger para alimentar cada semana la vida interior en el seguimiento del Dios uno y trino. (Citas sacadas del libro “Vivir para amar” Ed. Les Presses de Taizé, 2010).

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*

“Asombro de una alegría:

el Espíritu Santo quiere hacer de nosotros

seres muy transparentes,

como un cielo de primavera.

*

Frère Roger de Taizé,

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Escucha… es el Otoño.

Viernes, 23 de octubre de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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“Presta pues atención a la manera en la que escuchas ”
Lucas 8,18

Podríamos escoger privilegiar
lo que se dice bajo las palabras
o los gestos intercambiados.

A menudo hablamos para no escuchar
y la vida fluye al lado.

Pero los que saben escuchar jamás están solos.
Dan la palabra en lugar de confiscarla,
prefieren la hospitalidad a la vanidad.

El otoño es en este sentido parábola
del despejar con vistas a otro advenimiento.

¿La primavera podría tener lugar
si los árboles retuviesen sus hojas?

De su consentimiento depende la vida
y  su inmemorial renovación

*

Francine Carillo,
Hacia el inagotable

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Es la primavera…

Viernes, 2 de mayo de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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Vigilados por una prímula solitaria
nos encontramos en el borde del mundo.
Los pétalos nos miraban sorprendidos
la tierra todavía blanca de nieve
los rayos nebulosos del sol.
El invierno se ha ido, lo has sentido.
Nos atrevimos al deseo efímero
juntos
nos hemos dejado deslumbrar.
El calor de tus manos me ha acariciado sin tocarme
pétalo primitivo
Tu mirada me ha modelado
nieve de primavera
Tu soplo ha iluminado mi alma
rayo de certezas
Tus palabras han sabido, por un instante, adornar nuestro futuro
Eternamente nebuloso.

*

Sybille Rembard, Belleza Fraccionada, 2002

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Juan XXIII: El Papa de la primera primavera de la Iglesia.

Domingo, 27 de abril de 2014
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recuerdos-de-juan-xxiiiLeemos en Religión Digital:

Juan XXIII fue un ‘revolucionario’ a través del Concilio Vaticano II

Su bonhomía le convirtió en uno de los pontífices más queridos

J. L. Glez-Balado: De Juan XXIII se dijo que… “Papa de Transición

Francisco: “Sé cuánto quieren al Papa Juan, y cuanto él quería a su tierra”

Xabier Pikaza: Juan XXIII, hombre de Dios (para desatar el nudo de la Iglesia)

José María Castillo: El misterio Juan XXIII

(José Manuel Vidal, Roma).- Santo por aclamación popular y por decisión papal. Está tan clara la extraordinaria bondad y santidad de Juan XXIII que nadie ha puesto el más mínimo pero a su canonización. Ni el pueblo fiel, que lo adora como el ‘Papa Bueno’, ni la jerarquía eclesiástica. El propio Francisco utilizó sus poderes especiales para elevarlo a los altares sin el requisito de un segundo milagro.

Porque el milagro es su propia persona. Roncalli fue siempre un santo en vida. Transparentaba a Dios. Un cardenal de la Curia llego a decir que “sudaba espiritualidad por todos los poros de su cuerpo”. Y no estaba precisamente delgado: llegó a pesar más de 100 kilos y medía sólo 1, 50.

Bondadoso desde la infancia

Desde pequeño fue un niño bueno. Sus padres, labradores en Sotto il Monte, quisieron que escapase del arado y, en aquella época, el seminario era una de las pocas vías de movilidad social para los pobres. Desde entonces, su talante natural bondadoso encontró su camino de perfección en la espiritualidad sacerdotal.

Aplicado, como no podía ser menos en un hijo de campesinos, se ordenó sacerdote y fue subiendo paulatinamente, sin buscarlo, en el escalafón clerical, a través de la carrera diplomática, rampa de lanzamiento y decantación de las grandes personalidades eclesiásticas. De 1925 a 1953 fue visitador o nuncio apostólico en destinos tan diversos como Bulgaria, Grecia, Turquía o París.

En todos sus destinos conquistaba a la gente por su cercanía y sencillez sin complejos y por su personalidad directa y franca, sin artificios y poco dada al protocolo.

En París tuvo que hacer encaje de bolillos con De Gaulle quien, después de la guerra, quería que el Vaticano licenciase a una decena de obispos galos que se habían alineado con el régimen de Vichy. Al final, consiguió que el presidente francés se conformase con la renuncia de cuatro prelados. Y de París pasó nada menos que a Patriarca de Venecia.

Sucesor de Pío XII

Tras la muerte de Pío XII, parecía imposible elegir un sucesor del Papa angélico que con su hieratismo había llenado toda una época eclesial. Dividido el partido curial, el cónclave optó, como suele suceder a menudo, por la vía media de un cardenal centrista y centrado y de edad avanzada, poco rupturista y sobre todo conciliador. Pocos cardenales encajaban en este perfil que, en cambio, le venía como añilo al dedo al cardenal veneciano.

Y a los 76 años, fue elegido Angelo Giuseppe Roncalli como un papa de transición. La bonhomía y sobre todo la neutralidad respecto a las facciones curiales de este cardenal gordo y bueno parecía garantizar un pontificado tranquilo, sin complicaciones ni sobresaltos.

Pero desde que salió por vez primera al balcón de las bendiciones, aquel 28 de octubre de 1958 el nuevo Papa comenzó a sorprender. Por su figura abultada y campesina, tan alejada del hieratismo de su predecesor. Por el nombre elegido, que rompía la cadena de los Píos. Y, sobre todo, por su voz cálida, amable y de amigo, que se alejaba de los sonidos metalizados que por aquel entonces tanto utilizaba el poder civil y eclesiástico.

Ademas, Roncalli se convertía en el primer ‘Papa-pastor’. No le gustaba la oficina ni los papeles. Era un párroco. El primer Papa que, con sus salidas, comenzó a ejercer realmente de obispo de Roma. Con visitas a escuelas, universidades, seminarios, residencias, hospitales y cárceles, como la de Regina Coeli.

Un pontífice de carne y hueso, que rompía moldes con el nombramiento por vez primera en la historia de un cardenal negro y otro asiático. O con la publicación de dos encíclicas destinadas a permanecer en el tiempo y a convertirse en una especie de ‘Biblia católica’ para cimentar y marcar la hoja de ruta de las nuevas relaciones de la Iglesia con el mundo moderno. La ‘Mater et Magistra’ de 1961 y la ‘Pacem in Terris’ de 1963 renovaron la doctrina social y política de la Iglesia.

Revolución en la Iglesia

Pero la gran obra del Papa Bueno, la que le consagra y le hace pasar a la historia de la Iglesia y de la humanidad fue la convocatoria del Concilio Vaticano II. Una decisión que nadie esperaba. El Papa era demasiado viejo, decían en Roma, para poner e marcha esta iniciativa. La Curia, siempre reacia a cualquier innovación, se oponía frontalmente, pero Roncalli, con su astucia heredada de varias generaciones campesinas, lo convocó por sorpresa el 25 de enero de 1959 y empezó a rodar el verano de 1960.

Y el 11 de octubre de 1962, 2.500 padres conciliares escuchaban sorprendidos el discurso inaugural del Concilio más universal y más abierto de la historia de la Iglesia. La institución entraba en fase de ‘aggiornamento’. Era la primera primavera eclesial. Juan XXIII, en contra de los “profetas de calamidades” de su propia Curia, abría de par en par las ventanas de la Iglesia, para sacudir el polvo de siglos acumulado y refrescar el aire en su interior con el soplo del Espíritu.

El Papa marcaba tendencia, recentraba el timón eclesial, ponía rumbo hacia una Iglesia de los pobres, más madre que madrastra, e inauguraba un ciclo eclesial progresista, que se prolongaría hasta el comienzo del pontificado del Papa Wojtyla, el pontífice que le va a acompañar en la subida a los altares.

Y eso que Roncalli murió el 3 de junio de 1963, antes de que dieran comienzo los trabajos de la segunda sesión conciliar. Pero en su corto papado de menos de cuatro años había iniciado una revolución. La iglesia dejaba de considerar al mundo como uno de los enemigos del alma y asumía las realidades temporales, con sus errores y posibilidades, como obra de Dios.

La Iglesia pasaba, en pocos años, de Trento a la Edad moderna, del latín a las lenguas vernáculas, de la prohibición de leer la Biblia a colocarla como libro de cabecera de los creyentes. De una iglesia piramidal a otra circular o Pueblo de Dios. De una jerarquía principesca con mantos de seda de seis metros a cardenales y obispos servidores de la comunidad. De un Papa-rey absoluto a pontífices pastores y servidores. Un cambio copernicano. Porque el Vaticano II fue, en esencia, una declaración de paz entre Dios y el hombre, entre el mundo y la Iglesia.

Sin el Concilio del Papa Juan, el catolicismo sería hoy una religión parecida al islam, sin cintura, sin flexibilidad, rigorista, integrista y anclada en una interpretación literal y, por tanto, errónea de la Biblia. Una religión sin futuro.
Impresionante muestra de duelo mundial

Esos fueron los principales méritos para la santidad del ‘Papa bueno’. Tantos y tan evidentes que los propios padres conciliares pidieron a su sucesor, Pablo VI que lo hiciese santo por aclamación, pero Montini no se atrevió. Y eso que su muerte se convirtió en un plebiscito sobre su santidad, que pedía a gritos el pueblo en una impresionante muestra de duelo mundial. Un fenómeno político-social inimaginable unos años antes. Y es que, en sus manos, la Iglesia había ganado el corazón del mundo.

El mundo se rinde ante el Papa que prefiere la misericordia a ” las armas de la severidad”. El Papa que resiste ante el poder de una Curia que no lo quiere; que inaugura el espíritu sinodal; que reivindica su papel de obispo y párroco de Roma; que deja de entrometerse en la política italiana; que visita a enfermos y presos; que siembra la paz e intercambia mensajes con un presidente ruso como Nikita Kruchev; que quiere “una Iglesia de todos, pero especialmente de los pobres”. Se llamaba Juan XXIII y Francisco parece su calco. No en vano son los dos papas de la primavera.

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