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“¿Posteísmo?”, por Gonzalo Haya

Miércoles, 28 de febrero de 2024
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cuadro-manos-de-dios-y-adan-detalle-de-la-creacionEl teísmo ha concebido a Dios con una idea antropomórfica, como un superhumano, con las mejores cualidades humanas y con poderes extraordinarios. La crítica posteísta caricaturiza a ese Dios teísta como un ser fuera del universo que habita “en el piso de arriba” (en el cielo). El teísmo habría exagerado la trascendencia de lo divino, marginando su inmanencia.

El posteísmo en cambio acentúa la inmanencia de Dios en el universo, identificándolo prácticamente con lo que siempre hemos llamado “la naturaleza”. De ese modo, se podría caricaturizar al Dios posteíta como una mera corriente electromagnética.

Ambas tendencias están de acuerdo en que Dios es el Misterio, pero un misterio que tiene alguna relación con universo ya sea como “Energía poderosa, Razón y soporte de toda la realidad, Abismo alimentador de todos los seres, o aquel Ser que hace ser a todos los seres”.

Como reconoció el IV Concilio de Letrám “Todo lo que hemos dicho sobre Dios tiene más de error que de acierto”. Esto se puede aplicar también al teísmo y al posteísmo. Si Dios es un misterio, no podemos explicarlo con “conceptos claros y bien definidos”. Por vía intelectual discursiva sólo podremos aproximarnos con afirmaciones inadecuadas e incluso, a veces, contradictorias. Nicolás de Cusa ya afirmó que Dios es “concordantia oppositorum”.

Creo que nuestro conocimiento de Dios más auténtico se realiza por la “inteligencia sentiente”, por “la lógica del corazón”, que lo percibe en el comportamiento de Jesús, de los grandes referentes mundiales y en los signos de los tiempos. Ya he dicho en otra ocasión que “Mi punto de apoyo” es la experiencia ética del mal y del bien. La parábola del buen samaritano no necesita demostración discursiva, porque se identifica por sí misma con la experiencia que todos llevamos grabada en nuestra conciencia.

Teísmo o Posteísmo son maneras culturales de tratar de comprender a ese Ser, inexplicable con conceptos humanos, que experimentamos como fundamento y ejemplo de valores de amor, verdad, justicia, y dignidad.

La ventaja del posteísmo es haber descargado a Dios de toda esa rémora de cualidades extraordinarias que lo alejan de nosotros y que le atribuyen excesiva interferencia en la libertad humana. Su desventaja es que, a pesar de que lo incluyen “en nuestro piso”, lo dejan ciego y sordo, sin comunicación con nosotros.

El teísmo, con sus múltiples variantes religiosas, lleva siglos arraigado y bien comunicado con el pueblo sencillo. El posteísmo por el contrario ha surgido entre intelectuales que reclaman (¿con excesivo orgullo?) su total autonomía.

Creo que la diferencia fundamental entre teísmo y posteísmo es el grado de influencia (no digo intervención manipuladora) que atribuyen a Dios en la libertad y autonomía humana.

En cuanto a essas explicaciones sobre Dios, prefiero la del Pan-en-teísmo (todo-en-Dios) que concibe al universo y a cada uno de nosotros como subconjuntos insertos en el gran conjunto de Dios, que nos abarca y nos sobrepasa. Nos constituimos con el mismo aliento de Dios, porque Dios es Espíritu.

El Dios de Jesús responde a una concepción teísta, propia de su cultura y religión, pero Jesús no insistió en explicar doctrinalmente a Dios, sino en mostrarlo a nuestra conciencia emocionalmente como Padre, y encarnarlo vitalmente mediante su compromiso con la liberación de la injusticia social, y de las prácticas religiosas que encubrían esa injusticia.

Gonzalo Haya

Fuente Fe Adulta

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Santiago Villamayor: ¿Qué sostiene hoy nuestra esperanza o motivaciones?

Viernes, 30 de junio de 2023
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la-esperanza-flor-crece-en-medio-de-sequedal1. Nuestra perplejidad

La pregunta formulada en el título nos va a acompañar muchos años y hoy, en esta época posreligional y postsecular debemos entrar en ella. Mi intención es solo provocaros en 10 minutos con cuatro flases. Consultaros una vez más y solicitaros aportaciones para este tránsito de espiritualidad, que como muy bien ha expresado Elsa, nos tiene a todos en vela y en vilo. Es la cuarta vez que lo hacemos.

Si Dios o el Señor ya no es la música que suena en toda circunstancia, la palabra de vida eterna, la justificación de nuestra existencia, ¿qué hacemos?, ¿con qué significamos, embellecemos y resolvemos nuestro discurrir ordinario, sus logros y fracasos? Hemos cantado insistentemente y seguimos cantando el salmo 121:

“Levanto mis ojos a los montes, ¿De dónde nos vendrá el auxilio? El auxilio nos viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”

¿Hoy podemos responder así?  Parece ser que cada vez menos. Y, sin embargo, todavía sentimos una reminiscencia de confianza en este símbolo de Señor o Dios antes con una fe rayana en la certeza. ¡Cuántos momentos desesperados donde el omnipotente y bondadoso Señor era el único que podía resolver nuestro mal, aunque no acabara de escribir derecho con los renglones torcidos! Especialmente cuando el sufrimiento inútil o el dolor irrecuperable de tantas víctimas.

¡Cuántas veces el Misterio de la Redención ha sido el paradigma y orientación de nuestra mundana existencia! Ese conjunto de secuencias temporales que empieza con la preexistencia de Jesucristo, la Santísima Trinidad, la Encarnación y Redención por la sangre, la Resurrección…un mito pero ¡contado como explicación! Sin ningún reparo ante la confusión de lenguajes o ámbitos del conocimiento. Y cuántas veces nos hemos topado con la contradicción entre la Bondad infinita y la existencia del mal! Con un “Dios ausente” cuya ausencia tampoco estaba. Todo esto hoy no resulta creíble

2. La necesidad de reinvención de la divinidad

¿Respondemos con el salmo o nos acercamos a algún otro modo de sentir lo sagrado, más comprensible en nuestro tiempo, como viene a decir Stuart Kauffman por ejemplo

¿Podemos renunciar al Dios Creador, el Dios Todopoderoso, omnipotente y omnisciente, que se contradice con la existencia del mal, y en su lugar encontrar lo sagrado en la creatividad incesante de la despliegue de la naturaleza?

¡Cuántos sentimientos e ideas similares a estas palabras de Stuart Kauffman, biólogo declarado ateo, van encontrando en muchas personas una resonancia especialmente significativa y alentadora, una alternativa a la gran tradición cristiana del Misterio de la Salvación y de la adoración del Dios Providente, Creador y Redentor! ¡Y cómo lo hacen además en la actual debacle religiosa, causada por la desafección y el fundamentalismo!

Nos preguntamos pues Qué nos mueve desde esta perplejidad a vivir y amar más allá del mero estar en el mundo. Y nos vamos diciendo: No tanto una liberación en el más allá, cuanto una aminoración del mal y del sufrimiento en el aquí. No tanto una vida eterna eximente de la cotidianidad y tan buscada por su perfecta felicidad, cuanto un escuchar el misterio del presente y construir felicidades, sabiéndonos precarios y cambiantes. No tanto un bienestar permanente para mí, cuanto una armonía y fraternidad entre las personas y el planeta. No tanto un Ser Supremo concreto, cuanto todos los seres sagrados.

3. La envolvente de este cambio, factores, circunstancias.

Y hemos ido cambiando por

· La falta de credibilidad o audiencia o de nuestras viejas convicciones

· Una nueva manera de entender el conocimiento, … el constructivismo, el consenso crítico, La reconciliación con la ciencia en complementariedad

· y una nueva cosmovisión y antropología no dualista centrada en la materia dinámica o creativa. El emergentismo y la creatividad incesante…

· Distinción entre los usos del lenguaje: carácter analógico y metafórico de toda expresión religiosa, como un complemento necesario en esa comprensión científica.

· La superación de una ética individualista, centrada en la obligación religiosa o legal, por una ética global y de la sobreabundancia respondida libérrimamente.

· El giro de las comunidades e iglesias hacia una izquierda moral sobre la base común de un agnosticismo creativo. El hermano menor, el publicano…

· El conjunto de estas causas y otras lleva también a muchas personas a la superación del teísmo. A abandonar la imagen del Dios Ente Supremo, conservando, sin embargo, la incondicionalidad y lo sublimidad que caracteriza a toda la realidad.

Y nos hemos respondido tras los primeros momentos de desconcierto con un gran alivio y deseo de universalidad. Nos ha satisfecho esta nueva perspectiva o paradigma que algunos llaman, o llamamos, “posreligión” “postsecularidad” y “posteísmo”. 

Pero también nos afectan

4. Las observaciones críticas

a esta reinvención, que asumimos y queremos resolver con vosotros:

· El abandono de la referencia personal a un Tú y sus consecuencias en la oración, la vida interior y la explicitación simbólica.

· La pérdida de la religiosidad sobre todo popular y su correspondiente consuelo, lo último que le queda al pueblo tan expoliado.

· La dificultad para recuperar un compromiso de certezas, un consuelo y esperanza que no se apoya en la imagen tradicional de un Dios que lo sabe y lo puede todo y que en su bondad lo hará.

Y así nos encontramos ante el reto de formularnos nuevos relatos, sentimientos y símbolos. Formarnos en esta nueva mentalidad. Nos preguntamos cómo recrear un nuevo espíritu, incluso narración, suficientemente unitario y plural para toda la humanidad.

5. Motivaciones para una ética y poética desbordante y libérrima

La comprensión general del cristianismo ha ido pasando en nosotros desde una religiosidad pura, teocéntrica y omnipresente a una praxis de liberación y de secularidad. En otros a un cierre en los cuarteles. La teología de la liberación fue la primera ruptura con el sobrenaturalismo, asumida sin vacilación porque estaba amparada por una entrega martirial. Hoy la incertidumbre es mayor por la cultura postmoderna, liquida, débil.

Es tiempo de ensayo y reconstrucción [1]. De propuestas. Se avizoran múltiples conatos de una nueva ética y poética que animan la esperanza y el compromiso. Semillas de una nueva humanidad están empezando a germinar muy despacio. El planeta ha aumentado su grado de consciencia y responsabilidad sin dejar por ello los maleficios de la violencia, la indiferencia, y la irresponsabilidad. El humanismo que llamamos bioecocéntrico y el empoderamiento de la mujer son un buen ejemplo de ello. Ya estamos ensayando algunas de estas propuestas.

Además de callar porque tiene la palabra el silencio, asomarnos a la divinidad, no como ese Ser Supremo que parece que se ha ausentado, sino como una categoría o dimensión de la realidad, desbordante, creativa, como si fuera una divinidad enterrada que puja por florecer y que se manifiesta en diversas vetas de esperanza. Vetas que no son prioritariamente estados de ánimo personales, pero sí el optimismo congénito a la vida en expansión. Que tienen su base en una incierta cosmovisión o Gran Metáfora descrita antes por la Biblia, hoy elaborada desde la ciencia, la filosofía, los diversos lenguajes simbólicos y la intercomunicación humana en general.

Vetas de motivación no solo dadas en la voluntad de ser o vivir, en la confianza radical en la misma razón, abierta y plural, como “principio y fundamento” sino también vetas construidas, personal y comunitariamente, fruto de las utopías y anhelos de las diferentes culturas. Que en muchos momentos son esperanzas desesperadas. Son vetas naturales, más postulados o esperanzas a priori que fruto de experiencias de un signo u otro. Luego se llenan de contenido y con él crecen.

Vivimos esperanzados porque hay algo y no nada, ese algo es vida y por tanto creatividad, esa vida es inteligencia, honda lectura y tendencia al amor. Esa es nuestra esperanza fundante, un trascendental de nuestro ser.

El cielo “lleno de estrellas” fuera de mí y la bella “buena voluntad” en nuestro interior es algo de lo que más puede maravillarse la persona humana. “Cielo”, macrocosmos y microcosmos. El cielo del caótico orden cósmico y la vulnerable buena voluntad, el deseo de bien serpenteado de desgracias y errores.

6. Esperanzas de la Esperanza fundante.

Estas son en concreto algunas vetas [2] , vigores y artes

· El impulso natural de la vida que nos lleva a expandirnos, surgido en la oscuridad de la energía cósmica y que nos lleva hasta la maravilla de la consciencia y el amor.

· El bienestar, la salud y el gozo de vivir que ya mucha gente disfruta, aun con escasos recursos y conscientes de su provisionalidad. Es algo que abre la posibilidad de que todo el mundo pueda también alcanzarlos.

· Los descubrimientos científicos, el enorme esfuerzo por la justicia, por la democracia, la igualdad de género, etc. Hay allí amor. Hay amor y no más bien nada u odio, y la esperanza lo sabe.

· El mutuo contagio con otros esperanzados, de ahora y de siempre, mutando sus formas de esperanza y sabiduría

Hoy estamos en mejores condiciones para reducir el sufrimiento, para corregir el sistema económico que se apropia de “Dios” para legitimarse. Para fiarnos más de la metáfora y del silencio activo que de la mucha palabrería religiosa, aunque sea litúrgica. Para ser felices

Somos “espeleólogas de la esperanza” y “mineras del corazón” cunas del Espíritu Santo que hoy llamamos la “bella y buena razón”. Buscadores de un Reino de Dios que puede llamarse también “Internacional de la esperanza”, esa convergencia de las religiones y los humanismos para la justicia universal y la felicidad

Podemos ahondar en la bondad “subyacente” expresada en las tradiciones éticas y religiosas, sus utopías y grandes textos, encontrar la consolación en la filosofía o la serenidad con la meditación, entrar en la intersubjetividad doliente, acercarse al que sufre y juntos intentar una nueva vida que, compartida, será más una canción que un lloro en un valle de lágrimas.

 

Santi Villamayor, 28 de Mayo de 2023, intervención en la 4ª consulta del grupo Lenaers

[1] Los viejos paradigmas se resisten a ser sustituidos como también los dogmas, se agarran sin querer soltarse. Son como garrapatas. Nos aprisionan sin enterarnos y nos chupan la creatividad. Si los arrancas de cuajo dejan dentro la cabeza y nos producen una infección muy grave. Una debilidad o desafección de lo hasta entonces creído o unas exagerada reacción inmunológica contraria, el fundamentalismo. Las garrapatas y los dogmas salen solos con aceite

[2] Curiosamente antítesis de los ídolos o falsas creencias de Bacon, procedentes de la genética, la biografía, la relación humana y las teorías o dogmas…

Fuente Fe Adulta

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¿Podemos aún llamar “Dios” a lo que inspiró a Jesús?

Viernes, 29 de julio de 2022
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jesus-hipsterDel blog de José Arregi Umbrales de luz:

Texto prolongado de mi intervención en la Consulta Internacional online Por un humanismo bioecocéntríco. ¿Qué podemos aportar los seguidores de Jesús? (5 de junio de 2022)

¿Qué podemos aportar los seguidores de Jesús al humanismo bioecocéntrico? No un plus de valores, ni un fundamento exclusivo, sino la inspiración de Jesús, la inspiración que lo movió y que emana de su figura humana, de sus actitudes y opciones vitales, de sus relaciones y prioridades, de sus palabras libres y de sus acciones liberadoras.

1. Como toda inspiración, como el aire que respiramos y espiramos, la inspiración de Jesús es universal y particular a la vez. Es universal, porque transciende toda forma física, psíquica, cultural; pero es también inevitablemente particular, parcial, y se expresa en una forma, en una vida, en una historia humana concreta, cuya memoria ha sido transmitida de manera libre, creativa, plural, no supeditada a la “verdad historiográfica”, en un rico lenguaje simbólico, complejo y coherente: mesianismo, liberación universal, sanación, fraternidad-sororidad, filiación divina, comensalía abierta, pan y vino, bienaventuranzas, justicia y paz universal, gracia, perdón, cielo nuevo y tierra nueva, encarnación, resurrección, cristificación, etc…

Ninguno de estos y otros motivos simbólicos por separado es exclusivo de la tradición de Jesús (casi todos provienen de la tradición judía), pero juntos forman un corpus lingüístico, narrativo, característico, e insisto: plural. Son palabras, figuras, relatos… que pueden reavivar una Presencia, infundir una inspiración, iluminar la conciencia e impulsar la acción. Pueden evocan y despertar la inspiración de Jesús, lo que le inspiró a él y lo que él nos inspira.

2. ¿Qué inspiró, pues, a Jesús? A Jesús le inspiró “ESO” mismo que anima al cosmos, la vida y también, por lo tanto, el compromiso en favor de un humanismo bioecocéntrico, un humanismo centrado en la vida de todos los vivientes y en la comunión de todos los seres. A ESO –el Espíritu que, según el mito del Génesis, vibraba o aleteaba sobre las aguas primordiales, es decir, el aliento profundo de la vida y de todo lo que es– Jesús lo llamaba “Dios” (Elohim) con diversos calificativos como Señor, Creador, Rey, Abbá… Y mi pregunta es: ¿podemos hoy todavía calificar a ESO con los mismos calificativos de Jesús? Es más: a ESO, a la hondura de la realidad, ¿podemos todavía llamarle también “Dios”?

Pero quede claro desde el principio: si la respuesta a la pregunta señalada fuese afirmativa, ello no significaría de ningún modo que el cosmos, la vida y el compromiso ético-político-ecológico carezcan de aliento profundo si negamos a “Dios” (una afirmación absurda que, sin embargo, sigue siendo muy frecuente en el discurso de muchos creyentes, teólogos y dirigentes eclesiásticos); significaría más bien lo contrario: que al aliento profundo o a lo más real de cuanto existe también se le podría llamar “Dios” (“Quien permanece en el amor permanece en Dios”: 1 Jn 4,16). Pero ¿es legítimo seguir todavía llamándolo así?

3. La palabra Dios es la más equívoca de todos los diccionarios. Es signo de contradicción no solo para quienes lo afirman como lo más real, sino también para quienes lo niegan como enteramente irreal. Quienes dicen “creer” en “Dios” creen en cosas muy distintas, incluso contradictorias; igualmente, quienes rechazan a “Dios” rechazan cosas muy diversas; y sucede a menudo que lo que afirman muchos llamados creyentes tiene poco que ver con lo que niegan muchos llamados ateos, y viceversa.

En estas condiciones de confusión, ¿merece la pena seguir hablando todavía de “Dios”? Es discutible, lo reconozco, pero personalmente –es una opción personal–, a pesar de todos los equívocos, pienso que sí. Y pienso que sí por tres razones fundamentales: en primer lugar, porque la palabra Dios, con todos sus equívocos, está ahí en todos nuestros diccionarios, y en nuestro lenguaje desde milenios antes que los diccionarios; en segundo lugar, porque, para lo mejor y también para lo peor, esa palabra forma parte inseparable de mi historia de la que no quiero renegar y que tampoco quiero canonizar; y, en tercer lugar, porque pienso que cualquier circunloquio con que quisiéramos reemplazar el término Dios no sería menos equívoco que éste.

4. En este tiempo de transición hacia un paradigma posteísta o transteísta, y a pesar de la certeza que albergo de que un día –seguramente más pronto que tarde– la imagen tradicional de Dios como Ente Supremo personal extrínseco al mundo y tal vez la misma palabra Dios desaparecerán, a pesar de ello, hoy todavía no descarto su uso. Dependiendo de cómo me siento o dónde o con quién me halle, no renuncio a decir “Dios” para referirme, no a ningún Ente Supremo omniexplicativo, sino al Misterio universal. No absolutizo ninguna palabra, menos aun la palabra Dios, porque el Misterio absoluto conlleva la radical desabsolutización de todo vocablo, de toda doctrina, de toda imagen.

Tampoco pretendo que todo el mundo atribuya a la palabra Dios el mismo significado, pues el significado cambia sin cesar, y Dios está más allá de todos los significados de los diccionarios y de los credos. Dígalo, pues, cada cual con los términos y las figuras que más sugerentes y razonables sean para él, de la manera que le resulte más coherente con su visión, su lenguaje, su gramática del mundo. Y aun cuando hablemos lenguajes distintos y tracemos significados diversos, en la medida en que el espíritu o el alma de la vida nos inspiren, todos respiraremos el mismo Aliento, todos nos entenderemos en lo Incomprensible más allá de la palabra.

Hoy, domingo 5 de junio de 2022, la liturgia católica celebra Pentecostés(“quincuagésimo” en griego), heredera de la fiesta judía de Shavuot, la fiesta primaveral de las “primicias” o de las primeras gavillas de la cosecha, 50 días después de la Pascua, la fiesta en que también celebraban la entrega por Dios a Moisés de las tablas de la Ley de la libertad. Pentecostés significa que la vida renace como el grano que se convierte en tallo, espiga y grano, en gavilla y en pan. La vida conlleva transformación, libertad y comunión, mientras que la fijación de una forma significa parálisis y conduce a la muerte, a la disgregación del organismo viviente. Pentecostés es, por lo demás, lo contrario de Babel: en Babel, la imposición de una única lengua, la lengua imperial, conduce a la confusión universal; en Pentecostés, cada uno habla su lengua, pero todos se encuentran en lo Indecible, en la lengua de fuego que habita y transciende toda lengua hecha de palabras.

5. Toda palabra es histórica. También, y sobre todo la palabra por antonomasia, Dios, que viene del latín Deus, que viene del griego Theos, que viene del sánscrito Deva, que viene de la raíz deiv, que significa “resplandor”… y ¿de dónde viene el resplandor? El resplandor es el origen de todas las imágenes, pero no está sujeto a ninguna imagen, a ningún “dogma” (que significa opinión y apariencia). Como todos los términos que se refieren a Dios, también todas sus imágenes tienen su origen en una época, una cultura, una forma de vida.

Digamos, pues, lo Inefable con libertad de pensamiento, de imaginación y de palabra. Y no nos precipitemos en censurar y condenar a nadie como “hereje” porque utilice otras palabras e imágenes para decir lo que no sabemos ni podemos aprehender. No hay ortodoxia que no haya sido antes una “herejía”, que significa “elección”. No hay lenguaje sin herejía, sin elección (siempre condicionada) de una manera de pensar y de hablar.

Jesús fue hereje, hizo opciones libres y arriesgadas, antes de que su movimiento herético se convirtiera en una religión, con su inevitable división de fieles e infieles (se llama “fieles” a los “nuestros”, a quienes optan por hablar o actuar como nosotros, e “infieles”  a los “otros”, los de fuera). Pablo fue hereje antes de que él mismo condenara a quienes no pensaban como él. Tomás de Aquino fue sospechoso de herejía, como el Maestro Eckhart, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila o Ignacio de Loyola. Lutero fue condenado y recondenado como hereje maldito, pero en el Instituto Católico de París, en los años 80 del siglo pasado, aprendí de Daniel Olivier, sacerdote católico y máxima autoridad mundial en la historia, la obra y el pensamiento del gran reformador, que éste ha sido el mejor teólogo de todos los tiempos.

7. ¿Qué lograron las autoridades eclesiásticas que condenaron a la hoguera a Margarita Porete, Giordano Bruno o Miguel Servet? ¿Qué lograron las autoridades judías de Ámsterdam que expulsaron a Spinoza y las autoridades católicas que le acusaron de panteísta e introdujeron sus obras en el Índice de los libros prohibidos, y los papas que silenciaron a Teilhard de Chardin, Edward Schillebeeckx, Bernard Häring y Hans Küng, porque hablaron de Dios, del mundo y de la vida de una forma nueva? ¿Qué lograron las iglesias protestantes que, ofuscadas por el prestigio teológico de K. Barth, relegaron a Bonhöffer, Tillich, Robinson o Spong, que tomaron en serio la “muerte de Dios” del teísmo tradicional?

Lograron que la inmensa –y creciente– mayoría de las mujeres y de los hombres de nuestro tiempo hayan identificado a Dios con un Ente Supremo omnipotente, arbitrario y alienante, y que, en consecuencia hayan desterrado –expulsado de su tierra, hecha de paraísos y de infiernos– no solamente la palabra Dios, lo que no tendría importancia, sino también todo aquello que asocian a “Dios”, como, por ejemplo, el riquísimo legado espiritual, simbólico, literario, ritual, ético, vital de las tradiciones religiosas teístas. Y ese destierro podría ser una pérdida para vivir y encarnar “poética” o creadoramente, inspiradora y liberadoramente, la Hondura de lo real.

8. Yo también me reconozco ateo del “Dios” que niegan los ateos de ayer o de hoy, pero pienso que la palabra Dios no designa ni sugiere únicamente lo que la religión dogmática y el ateísmo dogmático niegan.

Cuando digo “Dios”, distingo el significado del término –que puede ser diferente para cada uno– y el referente –que transciende todas los conceptos y sus significados–. Cuando digo “Dios”, me refiero a la Realidad primera o última; no a una determinada realidad junto a otras realidades, no a un Ente o a una Forma, no a Algo ni a Alguien, a un objeto distinto de otros objetos, sino a Aquella/Aquel/Aquello –más allá de todo género y número– que hace que todo lo real sea, vaya siendo, se vaya haciendo; al Fondo de todo lo real, que es en todo, que no es nada de nada, sino la Nada que es Todo en todo.

Cuando digo “Dios”, no me refiero a “una Persona Absoluta” distinta de otras personas, de modo que “Dios” y yo seríamos dos, sino a la Interioridad sin exterioridad, a la Alteridad sin división, al Tú que es cada yo para sí, al Yo que encontramos en cada tú –en una persona, en un perro, en una hoja, en una gota de agua–, a Esa/Ese/Eso que no es “personal” ni “impersonal”, sino más que personal, “suprapersonal” o “transpersonal” (como enseñaron Tillich, Schillebeeckx, Küng…).

Cuando digo “Dios”, me refiero a la Relación universal que nos funda y sostiene a todos los seres, que hace que todas las cosas estén unidas y que cada cosa sea también Todo. Al Misterio de Relación que puedo invocar como el Tú originario, el Tú más profundo, el Tú suprapersonal que admiro, venero e invoco en todo tú: en el rostro humano y en todo animal, en el árbol, la fuente, la montaña y el firmamento sin fin.

Cuando digo “Dios”, me refiero al Misterio inefable, a la Realidad fontal, a la posibilidad creadora que emana de cada partícula y de cada átomo, de las galaxias en formación y del universo en expansión. Cuando digo “Dios”, me refiero a la creatividad ilimitada y perenne, a la energía originaria eterna e inagotable, al campo electromagnético eterno y ubicuo de cuya chispa se produjo el Big.Bang (incontables Big-Bangs tal vez) y brotó la luz y se creó este universo o incontables universos que siguen creándose.

Cuando digo “Dios”, me refiero al Espíritu o Aliento o Alma de la vida que “anima” el mundo, a la Bondad creativa o al Amor más fuerte que el ego y la muerte, a la Conciencia cósmica eterna en la que todo es y que todos los seres encarnan, mejor, que podemos ir encarnando, dándole forma y cuerpo, o haciéndolo ser más plenamente en una evolución sin comienzo ni término temporal.

9. Vivir humanamente, con hondura, es dejar que nuestra vida en general (sentimiento y conocimiento, palabra y praxis inseparablemente), y el humanismo bioecocéntrico que nos proponemos en particular, sea animado, alentado, inspirado. La experiencia de Dios, con este u otro nombre o sin nombre alguno, consiste en el aliento vital profundo que inspira o mueve nuestro deseo y nuestra opción hacia la bondad creativa, que nos impulsa al silencio profundo, a la contemplación admirativa, al respeto de cuanto es, a la compasión personal y política para con todos los heridos.

Esa es la experiencia profunda que movió a Jesús de Nazaret, de acuerdo a los relatos evangélicos, canónicos o apócrifos, en los que las primeras comunidades del movimiento cristiano plasmaron su recuerdo de Jesús de manera libre, creativa y plural. En un mundo en el que todo se vuelve epifanía o símbolo revelador del Todo, miro a Jesús como figura y símbolo de la encarnación del Fuego, del Eros, del Ágape que puede conducir el mundo a una mayor libertad y a una mayor comunión.

No necesito, sin embargo, afirmar a Jesús como la única ni como la perfecta ni siquiera como la más perfecta encarnación del fuego divino creador. Pero es para mí la figura más cercana y familiar que me inspira y me anima a encarnar el Aliento universal que le inspiró a él, que le animó a querer vivir la libertad solidaria y a encontrar ahí su bienaventuranza.

Tampoco necesito seguir imaginando a Dios como Jesús lo imaginaba, porque su imagen de Dios –junto toda su cultura– fue histórica, relativa, inacabada, abierta, como la nuestra. Quiero más bien dejarme llevar por el mismo Espíritu que le impulso a él a vivir como vivió: acompañando a los marginados, compartiendo la mesa, levantando a los caídos, sanando a los heridos, siendo hermano de todos empezando por los últimos.

10. Y no me siento sujeto ni a la historia particular de Jesús, ni a la letra de sus enseñanzas, pues él fue innovador de lo recibido y liberador de cadenas. Y decía: “Levántate y camina”.

Por eso, los “seguidores de Jesús” no tienen por qué expresar la inspiración que emana de Jesús con el mismo lenguaje en todos los lugares y tiempos. No tienen por qué sentirse sujetos a las creencias y a los dogmas referidos a Jesús, pues no hay creencias ni dogmas inamovibles, sino lenguajes abiertos, plurales, siempre en camino y en diálogo. Las primeras comunidades cristianas son el mejor ejemplo de libertad creativa y plural en la manera en que entendieron y transmitieron la memoria de Jesús. Nunca confesaron la “divinidad” de Jesús como esencia o naturaleza divina singular, una divinidad distinta de la humanidad, sino como la hondura humana y, por lo tanto, vocación universal de todos los seres humanos. Y lo dijeron de maneras muy distintas e incluso contradictorias, y nunca convirtieron su confesión de la divinidad en dogma inamovible. En definitiva, todos los dogmas y doctrinas cristológicas a lo largo de los siglos (divinidad, preexistencia, concepción virginal, muerte sacrificial, resurrección, ascensión, presencia eucarística “real” en oposición a “simbólica”…) se resumen en aquello que los Hechos de los Apóstoles ponen en boca de Pedro, pescador de Galilea: “Pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hch 10,38). Todo lo demás son añadiduras.

Aizarna, 5 de junio de 2022

 

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Posteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma (IV).

Sábado, 10 de julio de 2021
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No-dualidad.3Posteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma

IV. No-Dualidad

Hace poco recibí un correo de una persona que me decía: “Creo que entiendo lo que es la no-dualidad, pero no la puedo razonar”. La mente no puede “razonar”, ni siquiera entender la no-dualidad, porque ella misma es dual. Pensar implica, además de objetivar, “separar” el sujeto conocedor del objeto conocido. Ahí nace el “yo” y la mente termina pensando que la realidad es una suma de objetos separados, porque así es como ella la percibe.

La no-dualidad no puede, por tanto, ser pensada. Lo más que podemos alcanzar, a través de la mente, es reconocer que tal planteamiento, no solo no carece de sentido, sino que posee una poderosa potencia explicativa. Nada más. La no-dualidad puede percibirse, no razonando, sino justamente en el silencio de la mente: sea porque se ha vivido una experiencia de comprensión en la que el pensamiento queda completamente suspendido, sea gracias a una práctica del silencio de la mente, que nos permite ver desde “otro” lugar.

Alguien ha escrito también que “el planteamiento de la no-dualidad parece contradecir toda la experiencia humana”. Así es, tal como “parecía” contradecirla el heliocentrismo a quien estaba anclado en la “evidencia” de que el sol giraba alrededor de la tierra.

Sin embargo, incluso la física moderna afirma la interrelación, hasta el punto de que el físico Carlo Rovelli se atreve a escribir: “El aspecto relacional de todas las variables físicas es uno de los descubrimientos básicos de la mecánica cuántica”. Si pudiéramos adentrarnos progresivamente en lo más minúsculo de la materia -del organismo a los órganos, células, moléculas, átomos, partículas subatómicas…-, lo que descubriríamos al final del recorrido serían ondas de vibración, cuerdas vibrantes y campos cuánticos. Todo ello apunta hacia un Vacío originario, matriz de todas las formas. Lo cual le ha llevado al filósofo postmaterialista Jordi Pigem a escribir que “la base de la realidad no es la materia, es la consciencia”. En la misma línea, el gran físico cuántico James Jean afirmaba que “el universo material se deriva de la consciencia, y no al revés”. Y el astrofísico Richard Conn Henry: “El universo es inmaterial, mental y espiritual”. Con lo cual, el planteamiento de la no-dualidad no parece ya tan “contradictorio” con la realidad como algunos pensaban.

Sin querer extenderme demasiado, deseo simplemente puntualizar algunas cuestiones relativas a la no-dualidad que suelen ser tergiversadas con frecuencia. Probablemente por la misma razón por la que no puede ser “razonada”. Cuando se pretende entender la no-dualidad desde la mente, es imposible captar su significado.

Los puntos que deseo clarificar son aquellos que con mayor frecuencia son mal entendidos:

· La no-dualidad no niega las diferencias. Lo que afirma es que diferencia no es sinónimo de separación. Somos diferentes, pero somos lo mismo. La realidad es un despliegue de formas diferentes, pero todas ellas no son sino “formas” surgiendo de un mismo fondo y compartiendo una misma identidad profunda.

· La no-dualidad no niega el mundo de las formas; al contrario, lo característico de la no-dualidad es la afirmación de ambos polos de lo real. Asume un doble principio: el de exclusión (“yo no soy mi cuerpo, ni mi mente, ni mi psiquismo…”) y el de inclusión (“pero soy también mi cuerpo, mi mente, mi psiquismo…”). En el caso humano, se articula con sabiduría la personalidad (o yo) con y desde la identidad (consciencia). En la vivencia adecuada de esa articulación consiste la sabiduría.

· La no-dualidad no niega el proceso, sino que reconoce la paradoja. Si bien es cierto que, desde el plano profundo -más allá de las formas- todo es ya -todo, simplemente, es; somos plenitud-, esto no niega que, en el plano fenoménico o de las formas, todo es procesual. Lo cual puede resumirse de manera sintética en esta afirmación: estamos en proceso -como personas- de llegar a ser aquello que ya somos -en nuestra identidad profunda-.

· La no-dualidad no niega la acción ni el dinamismo de comprometerse. Al contrario, no-dualidad es amor y sinónimo de compromiso. Y es así porque la comprensión no-dual, al situarnos en la verdad de lo que somos, sin negar nada de lo que nos constituye, me hace reconocer que todo otro es no-otro de mí. Es lo que aprecio en Jesús de Nazaret: fue esta comprensión la que guio su actitud (“lo que le hacéis a otro, me lo hacéis a mí”) y su comportamiento, caracterizado por la más genuina compasión, que viene siempre de la mano de la comprensión. Con lo cual, el compromiso urge, pero naciendo del lugar adecuado: no del voluntarismo ni del dualismo -con las trampas que esto encierra-, sino de la comprensión. No hay un yo que se comprometa, pero eso no conduce a la pasividad, inactividad o indolencia narcisista, porque somos consciencia comprometida; al comprenderlo, empezamos a vivirnos desde nuestra verdadera identidad.

En síntesis, la comprensión no-dual, una vez que se ha superado la inercia de la mente -similar a las inercias que mantenían a la humanidad en antiguas creencias absolutizadas-, nos atrae poderosamente, porque refleja nuestro Anhelo más profundo, aquel que nos llama de vuelta a “casa”.

Nuestro drama consiste en vivirnos ignorantes y alejados (alienados) de lo que realmente somos, identificados con el yo y la mente pensante. El desafío pasa por silenciar la mente y atrevernos a mirarnos desde “otro lugar”, el lugar del no-pensamiento. Cuando se trasciende el pensamiento -sin renunciar nunca a la mente funcional ni a la lucidez crítica-, se advierte que no hay nada que conseguir ni nada que falte; no hay confusión, no hay yo y no hay que preocuparse por el nacimiento o la muerte. Estamos -siempre hemos estado- en “casa”. Desde esa comprensión vivimos el plano de las formas o del yo, en todas las dimensiones (psicológica, relacional, social, política, ecológica…). Lo que las religiones llamaban “Dios” -en consonancia con un determinado momento de la consciencia humana- es lo que ahora descubrimos como nuestra “casa”, la identidad una y última que nos constituye -consciencia, presencia, vida…- y el fondo luminoso (“Dios”/“dev” significa “luz”) de todo lo que es.

Lo que llamamos “Dios” no puede ser un Ser separado -¿cómo podría haber algo separado de lo real?-, sino un estado de ser. Más aún: la idea de un dios separado no puede ser sino factor de división, porque se piensa la divinidad como “un tercero” entre tú y yo. Por el contrario, al comprenderla como el Fondo común de todos los seres -nuestra identidad última-, la percibimos como la mayor fuerza de cohesión.

Por todo esto decía que, con la superación del teísmo, no se pierde nada valioso; se crece en comprensión y en plenitud de vida.

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín semanal

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Posteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma (III).

Miércoles, 30 de junio de 2021
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Yo-mismo-300x300Posteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma

 III. Qué somos

(Necesito empezar con un paréntesis personal. Porque, aun con cierto pudor, siento necesario compartir por qué es para mí decisiva esta cuestión: el motivo es que, en mi caso, el cambio en mi “modo de ver” se produjo tras dos experiencias de comprensión profunda, que se “me” regalaron de un modo sorpresivo e inesperado. ¿Qué sucedió? No me resulta fácil expresarlo, pero puedo señalar algunos rasgos de lo que allí se produjo: el pensamiento quedó suspendido por completo, la “idea” del yo se disolvió absolutamente, solo había plenitud de consciencia, de unidad con todo y de amor…, sin nadie que se lo apropiara. No era que “yo” comprendí, no; lo que ocurrió fue, más bien, que la comprensión diluyó el yo y se hizo luminosa la verdadera identidad, lo que luego leí como la respuesta definitiva a la cuestión Qué soy yo. Me quedó claro que mi identidad no era el yo, con el que había vivido identificado, sino “Eso” que queda cuando la mente se silencia, Eso que es pura consciencia. Lo experimentado no me transformó y todavía hoy necesito seguir integrándolo en mi existencia cotidiana, en la que siguen presentes los altibajos. Pero no puedo renunciar a lo visto ni dejar de reconocerlo como la clave primera de cualquier lectura de lo real. Fue a partir de ahí cuando lo que nombramos como “transpersonalidad” y “no-dualidad” se me hicieron evidentes).

Hasta aquí mi necesidad de compartir el motivo por el que no conozco otro punto de partida que no sea la pregunta por nuestra identidad. Con todo, creo que tal cuestión es siempre la primera, porque la respuesta a la misma condiciona todas las demás. Vamos a ello.

Parece evidente que nuestro modo de ver y de leer la realidad es siempre deudor del modo como nos vemos a nosotros mismos. Por lo que se refiere a nuestra cuestión -el teísmo-, lo expresó claramente el filósofo presocrático Jenófanes (siglo VI-V a.C.): Los etíopes dicen que sus dioses son de nariz chata y negros; los tracios, que tienen ojos azules y pelo rojizo (…). Si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos y pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a los caballos, los bueyes a los bueyes, tal como si tuvieran la figura correspondiente a cada uno”[1].

Cuando hemos mantenido durante bastante tiempo una creencia determinada -por extraña que sea-, es probable que termine siendo para nosotros una “evidencia”, sobre todo si resulta “coherente” con nuestras impresiones más simples: así ocurrió con creencias tales como el terraplanismo, el geocentrismo y el materialismo. Hablar de una tierra esférica (ovalada), que orbita en torno al sol (todavía hoy seguimos diciendo que “el sol sale” o “el sol se ha ido”) y de una materia que, a tenor de los descubrimientos de la física cuántica, no existe en sí misma, es tan contraintuitivo que ha costado mucho tiempo advertirlo, hasta que fuimos capaces de situarnos en “otro lugar”, que nos permitía ver nuestro planeta en el conjunto del espacio, así como los constituyentes básicos de la materia. ¿No pasará algo parecido con nuestra creencia en dios y en todos los rasgos que le hemos atribuido?

El “lugar” para encontrar la respuesta adecuada no es otro que la cuestión acerca de lo que realmente somos. Necesitamos empezar, por tanto, por clarificar la cuestión de nuestra identidad: ¿qué somos?, en línea con lo que han dicho siempre los sabios, tal como se leía, por ejemplo, en el frontispicio del Templo de Delfos: “Hombre, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses”. Y como se recoge en el evangelio de Tomás, donde Jesús dice: “Quien lo conoce todo, pero no se conoce a sí mismo, no conoce nada” (EvT 67). O como, en época más reciente, proclamara Immanuel Kant: “El autoconocimiento es el principio de toda sabiduría”.

¿Qué somos? Es probable que muchas personas desechen la pregunta, por la misma razón por la que, siglos atrás, hubiera resultado absurdo cuestionar el geocentrismo: ¿no era acaso evidente que el sol giraba alrededor de la tierra? ¿No es “evidente” lo que somos, sin necesidad de enfrascarnos en otros vericuetos?

Para la gran mayoría de las personas, somos nuestro yo: una entidad psicofísica delimitada y separada del resto. Y esto parece resultarles evidente e incuestionable. Pero, ¿realmente es así? ¿No valdrá la pena indagar acerca de esta cuestión decisiva? ¿Doy por válido lo que me han enseñado o me atrevo a indagar por mí mismo? Por decirlo con palabras de la filósofa Mónica Cavallé: “¿Descanso en mis propias comprensiones o, en cambio, tiendo a cimentar mi camino interior sobre conocimientos de segunda mano?”.

En ese trabajo de indagación, el punto de inflexión se produce cuando nos hacemos conscientes de que todo aquello con lo que nos habíamos identificado -cuerpo, mente, psiquismo…- son solo objetos o contenidos de consciencia. Y, a partir de ahí, nos preguntamos: ¿qué es Eso que es consciente de los objetos? Porque solo “Eso” será el único sujeto que merece este nombre.

Puedo observar mi cuerpo, mi mente, mi psiquismo, mi “persona”… Luego, en mi verdadera identidad, no soy nada de ello, sino justamente Eso que observa, Eso que es consciente. Con lo cual, se me hace manifiesto que lo que llamo mi “personalidad” (o personaje) no es mi “identidad”.

Todos los elementos que conforman mi “personalidad” cambian constantemente: cuerpo, pensamientos, sentimientos, reacciones, modos de ver y de ver la realidad… Sin embargo, en medio de todo ello, hay “algo” que no cambia: el Testigo que observa y que, en cualquier momento de mi historia, a pesar de los cambios ocurridos, me permite reconocerme y decir con verdad: “Yo soy”. Y soy exactamente Eso que no cambia.

A partir de esta comprensión, todo se modifica. Resulta lógico que quien se identifica con su yo particular, separado y “personal”, tienda a creer igualmente en un dios separado y “personal”. Y que, en ese proceso, se proyecte en esa imagen de dios aquello que constituye la identidad última de lo que somos todos. Con lo cual, en la religión teísta, se habría producido un secuestro -no intencionado- de nuestra identidad, en el sentido de que habríamos proyectado en un dios exterior y separado aquello que realmente somos, lo que constituye el Fondo de todo lo real.

Sin embargo, cuando se comprende que nuestra identidad es una con todo lo que es, que más allá de las diferencias o las “formas”, compartimos el mismo “fondo”, las imágenes teístas caen y lo que llamábamos “Dios” (Deitas, en el lenguaje del Maestro Eckhart) se muestra, en realidad -los nombres no pueden ser sino inadecuados-, como el Misterio último o el Fondo consistente de todo lo real: Ser, Realidad, Consciencia, Vida… A la mirada teísta, esto le parece una “pérdida”, dado que desde la mente no se puede pensar nada superior a lo “personal”; sin embargo, la realidad trasciende, tanto las categorías “personales” como las “impersonales”. Tal vez podrían aplicarse aquí las sabias palabras de la filósofa Simone Weil: “La perfección es impersonal [transpersonal]. La persona en nosotros [nuestra tendencia a “personalizar” todo] es la parte del error”. Y también: “Todo lo que en un ser humano es impersonal [transpersonal] es sagrado, y solo eso”[2].

Cuando se regala una comprensión profunda, la mente pensante se silencia por completo -el pensamiento queda suspendido- y se ve con claridad que, en nuestra verdadera identidad, no somos el yo con el que previamente nos habíamos identificado, sino la Presencia consciente -plenitud de Amor y de Ecuanimidad- que todo lo sostiene.

Esto no significa “negar” el yo ni evitarlo. Aquí radica la verdad y la belleza de nuestra paradoja: somos el yo particular -esa es nuestra “personalidad”- y somos la Presencia consciente que lo constituye y lo sostiene -esa es nuestra “identidad”-. Personalidad e identidad abrazadas de manera admirable en la no-dualidad.

Desde esta autocomprensión, ¿qué pasa con el teísmo? Aun reconociendo todo lo que, con sus luces y sus sombras, ha supuesto en el proceso evolutivo de la humanidad y valorando la existencia de tantas personas que han desarrollado en su seno lo mejor de sí mismas, desplegando su humanidad hasta límites incluso heroicos, no dejo de advertir que fue una creencia acorde con el “lugar” -el nivel de consciencia- en el que los humanos se encontraban. Por eso intuyo que caminamos hacia una etapa posteísta en la que, en contra de lo que tiende a pensar la mente, nada valioso se pierde, sino que todo queda enriquecido, tanto en comprensión como en vivencia.

Esa misma autocomprensión nos muestra la naturaleza no-dual de lo real. En nuestro caso, las dos dimensiones que nos constituyen -personalidad e identidad- se encuentran admirablemente entrelazadas de manera no-dual. Son no-dos (ni una ni dos) caras o polos de la misma realidad.


[1] El escritor chileno Rafael Gamucio lo ha expresado de este modo: “Yo no puedo asegurarle a nadie que Dios exista. He hablado muchas veces con él, pero estoy dispuesto a admitir que su voz se parece extrañamente a la mía”.

[2] S. WEIL, La persona y lo sagrado, Hermida Editores, Madrid 2019 [orig. 1943].

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Posteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma (II).

Sábado, 26 de junio de 2021
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 II. Posteísmo

Personalmente, no definiría este momento como no-teísta -aunque, en cierto sentido, lo sea-, sino más bien como posteísta. Con ello quiero expresar que considero el teísmo como una forma religiosa específica, que ha prevalecido durante unos milenios, pero que seguramente está destinada a ser superada en otras formas de expresar y vivir la dimensión profunda de la realidad, nuestra propia profundidad (que denominamos con el término “espiritualidad”).

Entiendo por teísmo la creencia en Dios como un ser separado, que actúa en el mundo y en la vida de los humanos. Podría decirse que la mente humana ha proyectado sobre ese dios nuestras propias características, lo que ha dado como resultado una imagen hecha a nuestra medida, es decir, un dios antropomórfico que ha llenado la vida de los humanos durante unos cuantos milenios.

Desde nuestra consciencia actual, se va haciendo patente que, por definición, lo que nombramos como “Dios” no puede ser algo pensado ni separado. Porque todo lo pensado no pasa de ser un constructo mental y porque no puede existir nada separado de lo real.

Parece ser que nos hallamos en un momento en que cae toda imagen de dios así entendida, no solo porque resulta radicalmente disonante con la consciencia moderna, sino porque se está empezando a modificar en paralelo la comprensión que tenemos de nosotros mismos (como trataré de mostrar en la siguiente entrega).

Por lo que se refiere a la superación del teísmo y la emergencia de una etapa posteísta, citaré a tres místicos cristianos que vivieron varios siglos atrás. Porque me resulta significativo que ellos “vieran” ya entonces la necesidad de superar esa imagen de dios, en aquellos tiempos indiscutida.

  • En contra de cualquier creencia o cualquier imagen de Dios, la beguina Margarita Porete afirmaba, en el siglo XIII, que “El único Dios verdadero es aquel del que nada puede pensarse”. En nuestro lenguaje: Dios no puede ser pensado; solo puede ser sido (vivido), porque “Aquello” a lo que apunta la palabra “Dios” es lo que somos en profundidad. Y lo conocemos, por tanto, no pensándolo -trasciende la mente-, sino porque lo somos.
  • En contra de cualquier idea de separación y de objetivación de Dios, el teólogo y cardenal Nicolas de Cusa, en el siglo XV, escribía: “Dios no es otro de nada. Dios, en tanto que no-otro, no es otro respecto a la criatura. Nada es otro para el no-otro… Dios es todo en todas las cosas, aunque no sea ninguna de ellas”. En nuestro lenguaje: Dios no es algo (alguien) separado, sino “Aquello” que, sin reducirse a las formas, constituye, sin embargo, su más profunda identidad: es lo que somos.
  • En contra de cualquier absolutización de nuestra idea de Dios, en el siglo XIII/XIV, el Maestro Eckhart, dominico y magister de teología en la Universidad de París -como lo había sido el también dominico Tomás de Aquino-, distinguía entre “Deitas” (Divinidad) y “Deus” (Dios). “Deus” es el dios separado que construye la mente humana; “Deitas” es aquella realidad inefable a la que han apuntado siempre los místicos; el primero es el dios del teísmo, esta otra alude al Misterio último y nuclear de todo lo real y de todos nosotros. El Maestro Eckhart era tan consciente de las trampas de la creencia, que llegó a decir: “Pido a Dios que me libre de Dios”. En nuestro lenguaje: el dios pensado (creído) nos aleja de “Aquello” que constituye la Plenitud de lo real, la Plenitud de lo que somos.

En resumen: hijo de su tiempo y del nivel de consciencia mítico en el que nació, el teísmo proyectó fuera, en un ser separado, a quien llamó “Dios” y a quien adornó de toda una serie de atributos -con frecuencia, contradictorios-, “Aquello” que intuyó como lo más profundo y valioso, lo realmente real, la Plenitud.

Pero “Eso” no es “algo” que detente un ser separado, sino la Profundidad que nos constituye a todos. Al descubrirlo, todo se unifica; al vivirlo, lo experimentamos y lo conocemos de primera mano.

Este reconocimiento -en contra de lo que suelen afirmar algunas críticas superficiales- no supone una inflación del ego, que se endiosaría -cayendo, según esos mismos críticos, en la tentación bíblica del “Seréis como dioses” (Gen 3,5)-, atribuyéndose a sí mismo lo que antes había proyectado en Dios. Más bien al contrario, en esta comprensión queda desvelado el engaño de la identificación con el yo. El sujeto de la Plenitud de la que hablamos no es nunca el yo (o ego), ahora envanecido y autosuficiente, sino “Aquello” que constituye nuestra verdadera identidad (transpersonal). Hasta el punto de que tal comprensión supone, en la práctica, metafóricamente hablando, el “acta de defunción” del ego: nos hemos liberado de lo que creíamos ser, para vivir lo que realmente somos. Seguiremos cuidando y desplegándonos en nuestro yo particular, pero sin reducirnos ni identificarnos con él.

En el teísmo se puso el nombre de “Dios” a “Eso” que no tiene nombre, porque no es un objeto. Trascendida la mente, apreciamos que, en nuestra verdadera identidad, somos justamente Eso que no puede nombrarse, pero que es “más íntimo a nosotros que nuestra propia intimidad” (Agustín de Hipona).

“Eso” que somos -Eso que es- supera y desborda por completo las categorías de lo “personal” y de lo “impersonal”: está más allá de tales etiquetas o atribuciones mentales, por más que nuestra mente quiera imaginarlo como un “alguien” protector. Lo que somos, es transpersonal.

“Eso” que somos -Eso que es- es lo mismo en todo, expresándose en formas diferentes. La realidad es no-dual. Somos uno con todo lo que es. Como escribe Javier Melloni, en su último y estimulante libro, “lo que buscamos ya está en y entre nosotros. En verdad, es nosotros, pero permanece como Otro mientras no lo hallamos… No es cuestión de ver, sino de creer… Todo está Aquí, pero somos incapaces de verlo” [1].

En ocasiones se me ha dicho que la defensa del apofatismo significa silenciar a Dios. Más bien me parece que significa silenciar nuestras imágenes de Dios, el dios construido y proyectado por nuestra mente.

Comprendo las reservas frente al apofatismo por el temor que provoca el silencio de la mente -que suele vivenciarse como soledad e incluso como vacío- y por la sensación de orfandad -y la consiguiente pérdida de seguridad- que produce el abandono de la creencia en un Ser superior, percibido como “protector”. Pero no hay otro modo de evitar el mundo de las proyecciones mentales que construye dioses a nuestra medida.

Sin duda, uno de los rasgos más característicos y más “apreciados” del teísmo sea el hecho de que otorgue a Dios un carácter “personal”. Pero esta es también su mayor debilidad, ya que parece evidente que tal atribución es una proyección humana, que ha dado como resultado un dios antropomorfo: un ser todopoderoso, que repartía premios y castigos, señor absoluto, “dios de los ejércitos”, que habría elegido a un pueblo “especial” para manifestarse al mundo (el mito del “pueblo elegido”, por encima de otros, en consonancia lógica con el carácter etnocéntrico del nivel de consciencia en el que nació esa idea )…, y que nos juzgará después de la muerte. Parecía además un dios que se fue haciendo “bueno” con el paso del tiempo -sospechosamente, en paralelo al crecimiento de la conciencia ética de los humanos-: ¿qué puede haber en común entre un dios que “mata a todos los primogénitos de los egipcios” (Ex 12,29) y aquel otro que “es bueno con los ingratos y los malvados” (Lc 6,35)? Un dios que “evoluciona” de ese modo nos suena hoy completamente extraño y cada vez más incomprensible.

La “personalización” de dios supuso una gran riqueza y un pesado límite: la riqueza es que hizo avanzar decididamente el proceso de personalización y de etización del ser humano -la creencia teísta nos hizo sentirnos más “personas”, a la vez que intensificó la motivación por un comportamiento ético-; su límite radica en el hecho de que resulta más difícil superar la imagen de un dios “personal”, debido a la carga afectiva que tal imagen posee. Ese mismo contenido es lo que explica la perpetuación del teísmo, por el carácter traumático que comporta la ruptura de la adhesión afectiva a la figura de un dios personal que ha configurado toda la existencia del creyente, dotándola de seguridad y de sentido, así como de la sensación de ser amado: “realidades” demasiado valiosas para nuestro ego como para desecharlas con facilidad. Sin contar, además, con el hecho de que, mientras se mantenga la identificación con el yo, no se podrá percibir a dios sino como un ser igualmente personal.

Y, sin embargo, a mi modo de ver, las expresiones de los místicos citados indican, sin duda, la necesidad de superar también el teísmo. Pero tal superación no significa sostener sin más el ateísmo, sino reconocer como superada una forma de referirnos al misterio que nos constituye. Misterio que, desde mi comprensión, se desvela en clave de no-dualidad. Pero no podremos comprender los límites inherentes al teísmo ni lo relativo a la no-dualidad si no nos clarificamos acerca de lo que realmente somos.


[1] J. MELLONI, De aquí a Aquí. Doce umbrales en el camino espiritual, Kairós, Barcelona 2021, pp. 15-18.

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Posteísmo y no-dualidad. (I)

Sábado, 19 de junio de 2021
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CaminantePosteísmo y no-dualidad. Un cambio de paradigma.

I. Introducción

No me parece casual el debate que, en este último tiempo, se está produciendo en torno al -así suelen nombrarlo- “no-teísmo[1]. Más bien, tal debate revela la profunda crisis por la que está atravesando el teísmo, y que se manifiesta en diversos síntomas que van desde una cierta reserva, incluso resistencia, cada vez más generalizada, para pronunciar la palabra “Dios”, hasta una desafección creciente hacia lo religioso, de manera particular entre las generaciones más jóvenes. Por lo que se refiere a nuestro propio ámbito sociocultural y a la tradición religiosa que ha imperado en él, resulta llamativo el grado de disonancia que provocan, tanto los dogmas centrales del cristianismo (creación, encarnación, redención, trinidad, inmaculada concepción, asunción), como las normas morales en el campo de la sexualidad y la cuestión sobre el lugar de la mujer en la iglesia.

Somos cada vez más conscientes de que los dogmas teológicos -a pesar de haber sido asumidos como “caídos del cielo” y dotados de “validez eterna”son solo constructos religiosos, con fecha de caducidad. Este reconocimiento va de la mano de la superación del paradigma teísta y dualista del que provenimos [2].

Se trata de un paradigma en el que se mueve aún la mayoría de los teólogos. Pero no es difícil advertir signos que hablan de su superación. Lo que ocurre es que, cuando un paradigma se siente amenazado porque advierte el nacimiento de otro nuevo, reacciona a la defensiva…, hasta que finalmente el nuevo, antes rechazado sin contemplaciones, termina siendo finalmente aceptado. Las reacciones “bruscas” de muchos teólogos ante lo que llaman “nueva espiritualidad”, aun sin negar el acierto de algunas de sus críticas, se entienden desde aquella actitud defensiva.

Todo ello me hace pensar que somos testigos de una crisis profunda, que afecta al propio núcleo teísta: no tiene que ver solo con un conjunto de creencias y de normas morales, sino con el propio teísmo, como configuración religiosa que se está viendo superada por la propia evolución de nuestra capacidad de comprensión.

La “escucha” del debate ha producido en mí un movimiento a expresar algunas cuestiones relativas al mismo, y que dividiré en tres puntos: posteísmo, no-dualidad y propuesta de una clave de comprensión, temas que trataré en tres entregas sucesivas.

En muchas personas, entre las que me cuento, la superación del teísmo ha ido de la mano de la emergencia de una espiritualidad no-religiosa o trans-religiosa, expresada en clave no-dual. Ese es el motivo por el que abordaré ambas cuestiones (posteísmo y no-dualidad), introduciendo la que considero una clave decisiva para favorecer la comprensión: la cuestión acerca de lo que somos.

Desde mi punto de vista, nos hallamos en una auténtica encrucijada, no ya solo “religiosa”, sino humana, que se concreta en un profundo cambio de paradigma. El paradigma del que provenimos -materialista, teísta y dualista- da signos de agotamiento ante la emergencia de otro postmaterialista, espiritual y no-dual. La encrucijada, por tanto, como puede ocurrir con todo tipo de crisis, abriga una promesa de mayor plenitud.

Respeto profundamente el posicionamiento de cada persona y tengo presentes los sabios versos de León Felipe: “Nadie fue ayer, / ni va hoy, / ni irá mañana / hacia Dios / por este mismo camino / que yo voy. / Para cada hombre guarda / un rayo nuevo de luz el sol… / y un camino virgen / Dios”. Sé por propia experiencia que cada persona se encuentra en un momento preciso y ha de recorrer su propio camino, según también su peculiar ritmo. Es justamente la variedad de posturas la que da como resultado la “sinfonía” del conjunto.

No pretendo, por tanto, abrir un debate, sino únicamente compartir mi experiencia personal; intentar poner palabras a lo que, en este momento, me es dado comprender.

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[1] Deseo citar únicamente dos libros: Roger LENAERS, Aunque no haya un Dios ahí arriba, Abya Yala, Quito 2013; y José ARREGI, José María VIGIL, Santiago VILLAMAYOR y otros, Después de Dios. Otro modelo es posible, Colección “Nuevo Tiempo Axial”, marzo 2021. Este último puede descargarse de manera gratuita, para lo que basta poner el título en el buscador; o desde la web de “Espiritualidad Pamplona-Iruña”:    https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/wp-content/uploads/2021/04/Despues-de-Dios.-Otro-modelo-modelo-es-posible-Arregi-Vigil-y-otros.pdf

En respuesta a una airada reacción de José María Castillo -que pone de manifiesto que la teología, incluso la más “abierta”, se encuentra en un paradigma dogmáticamente teísta y religiosamente absolutista, olvidando que todas las formas religiosas son solo constructos mentales-, José Arregi escribe: “Nos hallamos en una encrucijada histórica en la que se nos abren tres alternativas: a) Seguir aferrados a esa imagen de Dios concebida básicamente en Sumeria hace unos 7000 años y todavía vigente en el magisterio oficial y en el imaginario popular, así como en la teología predominante; b) Dejar de utilizar el término “Dios”, al menos hasta que dicho imaginario común persista; c) Superar radicalmente el imaginario tradicional y pasar de la imagen teísta de “Dios” a la afirmación de Dios como Misterio fontal y eterno de todo. Nosotras solo descartamos la primera opción, que por lo demás consideramos contraria no solo a la cultura actual, sino a la inspiración de fondo de la Biblia y de las enseñanzas expresas de las grandes místicas y místicos de la tradición cristiana y de otras tradiciones religiosas… Por eso, afirmamos que Dios es “no-teísta” o “transteísta” en el sentido señalado”:        https://www.religiondigital.org/opinion/Respuestas-Jose-Arregi-Maria-Castillo_0_2341265859.html

Aporta luz también la respuesta de Santiago Villamayor: https://www.atrio.org/2021/05/la-trascendencia-de-lo-inmanente/

En este debate, han sido varios los teólogos que han adoptado distintos posicionamientos, como puede verse en portales de información religiosa. La mayoría de ellos se mueven en un paradigma teísta y dualista y en una epistemología decididamente dogmática.

[2] “El discurso de fondo de toda la teología actual -escribe Santiago Villamayor- no encuentra eco en la sociedad y no se atreve a poner en cuestión sus creencias y simbolismos. Ni el Dios omnipotente y arriba, ni Jesús como Hijo de Dios, son hoy creíbles. Y menos la Redención”:                                  https://www.atrio.org/2021/05/la-trascendencia-de-lo-inmanente/

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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