Llevaba más de una semana esperando el día, la hora en que iba a florecer. Se estaba formando lentamente, el proceso, para los impacientes, es largo, para la naturaleza es, simplemente, su proceso.
Cada vez que pasábamos por delante, la mirábamos, ¿será hoy?, y no, otro día, otra noche…la particularidad de esta flor es que se abre de noche. Cuando las luces se apagan, ella emerge, elegante y luminosa en el humilde seto de nuestro apartamento.
La espera tiene para mí una connotación sentimental. Una de las personas que más he querido la cuidaba. Cuando florecía, era una fiesta, su cara se iluminaba, y nos contagiaba. Yo heredé este apartamento y con él, el seto y la planta y… la flor.
Después de años, este Agosto, de pronto florecieron dos, una es la de la foto. Duran poco, pero el tiempo que duran son preciosas. Se cerraron y con ellas la sonrisa que trajeron, el recuerdo de seres queridos, la alegría de lo sencillo y bello- bellísimo, y único.
Hace unos días de pronto descubro que hay otra en camino, y expectantes, miramos y miramos y al fin dijimos: será esta noche, como la otra vez, a las 6 de la mañana voy con el móvil para no perderme su belleza y mandarla a familia y amigos, y NO ESTÁ.
La sensación es que te han arrancado algo propio. No es el valor material, estas cosas no se pueden calcular. Es la impotencia e indignación que produce la desfachatez e ignorancia de quien arrebata algo cuyo significado no puede ni intuir.
Todos los fantasmas aparecen cuando conectamos con lo indignadas que estamos las mujeres por todo lo que nos arrebatan, día a día, con la desfachatez de quien considera que todo es suyo, y menosprecia y ridiculiza lo que hemos trabajado, lo que hemos esperado, lo que el Espíritu nos ha regalado como don y talento y es bello, en definitiva, cuando lo que somos NO ESTÁ, no cuenta, se invisibiliza y se roba.
Esa flor, es un símbolo de un largo proceso de espera y trabajo escondido, que cuando florece, alguien lo puede arrancar y usar para “decorar” o simplemente darte a entender que le gusta y por ello puede hacerlo suyo y cogerlo, sin más, como todo lo demás.
Pienso en mis hermanas Afganas y Africanas y de tantos lugares, que son como esa flor. Ellas habían logrado llegar a florecer en mitad de una larga noche. Y con el poderío que caracteriza al inseguro, al inestable, al enfermo, llegan de día, haciendo mucho ruido para intimidar, para controlar, y roban lo que un largo proceso había posibilitado que empezara a florecer.
Os invito hermanas, no importa el país, ni la situación, a que le pongamos nombre a esa flor ¿qué es para ti? y luego que le pongas nombre al sentimiento que te produce que te la roben. Démonos un tiempo de duelo. Y de oración, acogiendo los sentimientos encontrados y todo lo que emerja.
Cuando te sientas mejor, mira a tu alrededor por si acaso hay otras flores en proceso. En nuestro caso sí. Y haré vigilia para que el ladrón no se la lleve. ¿Puedes, podemos vislumbrar una mano, una posibilidad, dentro de la noche, que vigile para que no nos roben lo que es bello y propio y genuino?
Yo hoy en mi tiempo de silencio he podido hacer esa distancia y algo me ha llamado por dentro: los mismos días que me robaron la flor alguien me regaló un libro. Ese libro es una adaptación de los Salmos al mundo de hoy, escrito en mi lengua materna, con una cantidad de matices lingüísticos que me transportan a esas mismas personas que me enseñaron a hablar y a rezar en nuestra querida lengua, que como la flor, nos robaron, pero con esfuerzo, se ha mantenido.
El autor es un sacerdote amigo de mi familia. Es clérigo sí, diferente, utiliza el lenguaje inclusivo, por ejemplo el Buen Pastor es “Ella” y miles de detalles del mundo de hoy. La persona que me lo facilitó es un diácono casado, sí, dos hombres integrados, respetuosos, ordenados pero no clericales. Un regalo de amigos y hermanos. Una flor en el desierto.
Hacía mucho que nadie me regalaba algo. El detalle del libro me ha abierto los ojos, de nuevo, a que la vida es Un Regalo.
Para terminar, te invito, de nuevo, a que mirando a tu alrededor, descubras algún regalo reciente. Tal vez no lo habías visto o no te acordabas o necesitas tiempo para valorarlo.
Para muchas personas que hicisteis la evaluación sobre nuestro trabajo y oferta, lo mejor del curso había sido el regalo del Libro: La lectura acompañada de la Palabra.
Esa es la flor que nadie puede robar. Es el regalo diario del Libro que forma comunidad. De la comunidad que se forma alrededor del Libro.
Y, últimamente, después de algún tiempo de duelo, por flores robadas, vislumbro el regalo de la Comunidad estable, de las personas que comparten, como las compañeras y discípulas de María de Magdala y así, sencillamente, forman comunidad. Y este es el regalo de una flor que nadie puede truncar. Sólo yo misma puedo, con madurez, optar con libertad.
Gracias a esa fuerza y flores de la comunidad, puedo acercarme a la vulnerabilidad propia y de las hermanas no sólo de Afganistán, también de mi barrio, y de mi iglesia, tan apaleada. Hoy parece más importante un chico enfermo al que hicieron obispo por imposición, que la realidad cruda de miles y miles de hermanas que cuidan de su flor y a las que se la arrebatan, así , paseando en su noche, y no valorando su vida, su lucha, su trabajo. Ellas no son ya noticia. Para nosotras sí, queremos, deseamos, luchamos para que recuperen su flor y su Libro. Su libertad y su futuro.
¿Cuál es tu flor, y tu libro que te regala vida?
Magda Bennásar Oliver, sfcc
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