Polaridades
Hay polos enfrentados que tiran de nosotros en direcciones opuestas
Según el diccionario, polaridad “es la condición de lo que tiene propiedades o potencias opuestas, en partes o direcciones contrarias”. Lo de direcciones contrarias nos suena bastante porque seguramente nos habrán acusado más de una vez de comportarnos de manera contradictoria y otras muchas, a regañadientes, hemos tenido que reconocer que era verdad. Consuela un poco que le pasara también a san Pablo cuando decía que no sabía los que le pasaba: en vez de hacer lo que quería, hacía justamente lo contrario (Cf Rom 7, 15).
La culpa –decimos– es de esos polos enfrentados que tiran de nosotros en direcciones opuestas y nos llevan a decir por ej.: “yo soy de los convencidos de las bondades del madrugar, pero, cuando suena el despertador, pienso ¡cuántos beneficios tiene también el sueño!”. “Soy defensor acérrimo de lecturas serias y profundas y prefiero los documentales de la 2, pero, claro, necesito también distenderme y por eso me engancho a las series de Netflix…”. “El colesterol disparado me ha hecho decidir un cambio en mis hábitos de alimentación, pero tampoco voy a hacerle un feo a mi cuñada que ha traído esta sobrasada de Mallorca…”. “Ya sé que la oración es importantísima, pero es que no quiero evadirme de la realidad y para no correr ese peligro, nunca le dedico tiempo…”
Antes de llegar a amargas conclusiones sobre la condición humana en general y la propia en particular, conviene leer en Marcos 6, 30-52 cómo armonizaba sus polaridades el que era “igual a nosotros menos en el pecado…”, pero tan bipolar como el que más (el calificativo es de González Faus, no mío).
Ocurre después del signo de los panes (¿quién habla de multiplicación?). No había sido una operación tipo “buffet libre para todos”, sino una señal enigmática a conservar en la memoria para seguir haciéndose preguntas: qué pan es este que falta, pero que no se compra; que hay que ofrecer aunque sea insuficiente; que está vinculado a “lo de arriba” a través de la bendición; que no se agota aunque se reparta sin medida.
Inmediatamente después Jesús “obligó a sus discípulos a embarcarse y a ir delante a la otra orilla y, después de despedir a la gente, subió al monte a orar” (Mc 6,45). Hay un matiz claro de urgencia y de cierta precipitación en su manera de actuar, como si le apremiara el deseo de quedarse solo: uno de sus polos –el de su relación secreta con el Padre– tira de él de manera irresistible y él cede a esa atracción, sube al monte y se pone a orar. Pero después su otro polo, el que le atrae hacia nosotros, “se activa” y le hace mirar desde arriba y desde lejos la barca en la que sus amigos reman trabajosamente con viento contrario. Y entonces deja la oración y baja del monte para ir a su encuentro con aquella extravagante ocurrencia de “caminar sobre el agua” y decirles: “No tengáis miedo, soy yo”. Ya está de nuevo con ellos, ya ha retomado su lugar familiar y “el viento se calmó”. No es una precisión metereológica, sino una manera de decir que las oposiciones han quedado reconciliadas y los contrarios armonizados.
Que cuando “el Bipolar” oraba, no desenganchaba la atención hacia su gente; que era precisamente subir al monte lo que le daba mejor perspectiva para contemplarlos. Que el Distante –apartado y a solas–, seguía siendo el Atento, el Cercano, el Amigo que no se desentendía.
Cuánta falta nos hace aprenderlo.
Dolores Aleixandre
(Alandar, Febrero 2021)
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