“Antología poética de Pedro Casaldáliga: una teopoética de la liberación”, por Juan José Tamayo.
Leído en su blog:
Recientemente se ha publicado su Antología poética (Editorial Monte Carmelo, Burgos, 576 páginas) en una magnífica edición a cargo de sus amigos y estrechos colaboradores José María Concepción y Eduardo Lallana, que se abre con una biografía escrita por Zofía Marzec y Benjamín Forcano, actualizada, renovada y completada por Eduardo Lallana
En ella se recogen todos los poemas en castellano de Casaldáliga y los escritos en catalán o portugués traducidos por él, ordenados cronológicamente desde 1955
El 8 de agosto se cumplió el cuarto aniversario del fallecimiento de Pedro Casaldáliga, uno de los símbolos más luminosos del cristianismo liberador. La conmoción por su muerte llegó a todos los rincones de la tierra. Las comunidades indígenas, con quienes echó raíces y convivió desde su llegada al Mato Grosso (Brasil) en 1968, le despidieron colocándole un sombrero de paja en la cabeza y un remo en las manos, símbolos utilizados en su ordenación episcopal, y un cirio pascual, símbolo de la luz y la esperanza.
Fue enterrado en el cementerio de la comunidad indígena carajá entre un peón y una prostituta mirando al río Araguaia. Allí reposan personas indígenas, trabajadoras y trabajadores explotados (peones), algunos asesinados a balazos por orden de los terratenientes, niñas y niños muertos por inanición antes de haber vivido. Él mismo dio instrucciones sobre el lugar y la forma de enterramiento: “Escuchen con oídos atentos. Voy a hablarles de algo muy serio. Es aquí que quiero que me entierren”. Y expresó poéticamente la modalidad de su tumba: “Para descansar/ solo quiero esta cruz de madera/ con lluvia y sol;/ estos palmos/ y la Resurrección”.
Recientemente se ha publicado su Antología poética (Editorial Monte Carmelo, Burgos, 576 páginas) en una magnífica edición a cargo de sus amigos y estrechos colaboradores José María Concepción y Eduardo Lallana, que se abre con una biografía escrita por Zofía Marzec y Benjamín Forcano, actualizada, renovada y completada por Eduardo Lallana. En ella se recogen todos los poemas en castellano de Casaldáliga y los escritos en catalán o portugués traducidos por él, ordenados cronológicamente desde 1955.
El libro es la mejor demostración de que Casaldáliga es un esteta de la palabra encarnada en la revolución. Juega con el lenguaje que en sus versos se torna canción. Muchos de sus poemas han sido “musicados” por prestigiosos cantautores. La palabra es su verdadero hogar, la poesía su gran pasión. A través de ella expresa la estética de la vida y desvela la belleza del mundo, pero también su miseria, las dichas de los seres humanos, pero también sus desdichas, las esperanzas de las personas y los colectivos empobrecidos, pero también su indignación y su protesta. Alivia los sufrimientos de las víctimas, pero sin recurrir a bálsamos engañosos como la promesa de otra vida mejor después de la muerte, sino con el ungüento de la com-pasión, la compañía y la solidaridad, que define como “la ternura de los pueblos”.
Ética y estética son inseparables en su poesía, que se convierte en palabra-en-esperanza, profecía-en-acción, alimento-para-el-camino, voz de las personas silenciadas, aliento revolucionario, grito contra las injusticias, palabra indignada contra la negación de la dignidad de las personas humilladas, lucha no violenta contra las causas que provocan la pobreza.
“El lenguaje es la casa del ser”, afirma Martin Heidegger en su Carta sobre el humanismo. Afirmación que yo aplico a Pedro Casaldáliga, uno de los principales creadores de la teo-poética de la liberación, nuevo género literario de la teología latinoamericana, que se caracteriza por articular con un lenguaje creativo el bien decir y el bien actuar, la ética y la estética, la mística y la liberación, la utopía y la sabiduría, la poesía y la revolución, la creación literaria y la militancia sociopolítica, la oración y la lucha, el silencio y la palabra, el compromiso y la contemplación.
Como teo-poeta pensó el cristianismo liberadoramente, lo vivió esperanzadamente, se puso del lado de las teólogas y los teólogos de la liberación represaliados y dio razón evangélica de las razones de la gente oprimida, función que con frecuencia descuidamos quienes nos dedicamos al cultivo de la teología.
Su poesía provoca revoluciones
Esta antología muestra y demuestra en cada página que Casaldáliga no es un versificador de Corte, ni contemporiza con el Sistema, ni legitima el orden establecido. Su poesía provoca revoluciones. Acompañó a las revoluciones latinoamericanas durante los últimos cincuenta años y cantó a sus libertadores: Augusto César Sandino, Carlos Fonseca Amador, Che Guevara, Fidel Castro; al sacerdote asturiano guerrillero Gaspar García Laviana; a los misioneros liberadores de la época de la conquista Bartolomé de Las Casas y Antonio Valdivieso; a los obispos mártires monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, y Enrique Angelelli, obispo argentino de La Rioja; a los teólogos de la liberación Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez. A Gustavo le define como “exegeta de Marx,/ críticamente/ sabe afeitarle al viejo/ la dialéctica barba,/ respetándole el rostro/ de profeta del Lucro y de la Historia”.
Él mismo se define como subversivo en el poema “Canción de la hoz y el haz”: “Con un callo por anillo/ monseñor cortaba arroz./ ¿Monseñor ‘martillo y hoz’?/ Me llamarán subversivo./Y yo les diré lo soy./ Por mi Pueblo en lucha, vivo,/con mi Pueblo en marcha, voy./Tengo fe de guerrillero/ y amor de revolución./ Y entre Evangelio y canción/ sufro y digo lo que quiero”.
Su “Oda a Reagan”, que me recuerda a la “Oda a Roosevelt”, de Rubén Darío, poema VIII del libro Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío, comienza con la excomunión del presidente de Estados Unidos: “Te excomulgan conmigo los poetas, los niños, los pobres de la tierra” y termina declarándole el último (grotesco) emperador: “Yo juro por la sangre de su Hijo/que otro emperador mató,/y juro por la sangre de América Latina/-preñada de auroras hoy-/que tú serás el último (grotesco) emperador”.
Osa interpelar a Dios como otrora lo hicieron Job y Jesús de Nazaret, y le pregunta por qué calla ante el sufrimiento de los inocentes y “por qué una vez más nos has abandonado”. Canta a la esperanza como virtud del camino, pero “teñida de luto”, como dijera Ernst Bloch. Dirige un poema a Juan Pablo II, a quien le recuerda que “la curia está en Belén y en el Calvario la basílica mayor”.
Dirige su mirada compasiva a personas que en el imaginario colectivo ya están condenadas, como Judas, a quien llama “hermano, compañero de miedos, de codicias, de traición” y de quien dice que “no fue mayor que el nuestro, tu pecado/ traficantes también de sangre humana”.
El mejor retrato poético de Pedro Casaldáliga es el que ofrece Leonardo Boff: “Es un poeta del mismo temple que San Juan de la Cruz, que une su pasión por Dios con su pasión por el pueblo sufrido”. Precisamente al carmelita descalzo de Fontiveros le dedica Casaldáliga un poema en el que le define como “Juan de altos vuelos, rehén/en la más libre clausura./ Juan de la Cruz, noche oscura/y llama viva de amor”. Yo encuentro retratado a Casaldáliga en el verso del poeta cubano José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”. Juan de la Cruz, José Martí, Pedro Casaldáliga: tres poetas al lado de las víctimas.
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