“Navidad: El “peligroso” mensaje de Dios a los hombres “, por José María Castillo, teólogo.
De su blog Teología sin censura:
En tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable
Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate
La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan
Las fiestas religiosas, como Navidad, Semana Santa, fiestas patronales y otras semejantes, tal como se celebran normalmente, dan motivo para pensar, si es que se piensa en este asunto sin miedo de llegar a conclusiones incómodas, preocupantes y posiblemente desagradables.
Es un hecho que, de las fiestas religiosas, hemos hecho unos festejos, que suelen ir del descanso a la diversión y la juerga: viajes, turismo, regalos, comilonas, con lo que todo eso lleva consigo de gastos y buena vida. O sea, el consumo y la vida, que son privilegio de los poderosos a costa de la distancia que va dejando, en la cuneta de la vida, a millones de desgraciados, los que carecen de casi todo.
Si esto es verdad, en tantas y tantas ocasiones, cuando llega la Navidad, el disparate se agranda y el desajuste de nuestro nivel de vida y nuestra forma de vivir – si es que todo esto se piensa despacio – se hace insoportable.
En Navidad recordamos y festejamos el nacimiento de Jesús, que vino a este mundo de tal manera, que su madre lo tuvo que colocar en un “pesebre”. El texto griego utiliza la palabra “phatnê”, que significa un “pesebre” de animales (Lc 2, 7. 12. 16) y que se aplica también al buey y al asno que se desatan del “pesebre” para llevarlos a comer (Lc 13, 15) (cf. ThWNT IX, 51-57). Nuestros “belenes” se montan y embellecen con tan buena voluntad y delicadeza como enorme es la ignorancia que envuelve semejante disparate.
Por supuesto, nuestros “belenes” son una expresión elocuente de buena voluntad. Y una ocasión excelente para unir a las familias, reunir a los amigos y así promover la mejor y más sana convivencia. Todo esto es verdad. Pero no es toda la verdad.
Porque si la Navidad se piensa a fondo y con una mentalidad sana y limpia, pronto se advierte que todo esto oculta un “hecho cultural” de fondo, que está en la base del demasiado sufrimiento que soporta el mundo, la sociedad y la cultura en que vivimos. En efecto, si pensamos despacio que – según enseña el Evangelio – Dios se hizo visible y tangible en este mundo, entrando en él por la oscura y maloliente ambientación de un pesebre para estancia y descanso de animales; y ese mismo Dios salió de este mundo “aceptando la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado” (Gerd Theissen), se hace inevitable y necesario pensar a fondo que la Navidad y la Semana Santa nos están diciendo que Dios vino y se fue de nuestro mundo, dejando un mensaje tan desconcertante, que se nos hace incomprensible, inaceptable y, en no pocos aspectos, hasta peligroso.
¿En qué consiste tal mensaje? Consiste, ni más ni menos, en que la fuerza determinante, que cada día manda más en el mundo no es el poder “vertical”, sino el poder “horizontal” (cf. Peter Sloterdijk). Es sencillamente el poder y la fuerza, que mandan en el mundo y en la vida, no por la “imposición”, que somete, sino por la “atracción”, que seduce.
Nos situamos así en el eje y la fuerza que manda en el mundo cada día más y más. El eje de la publicidad no es el poder que se impone, sino la seducción que nos atrae con una fuerza irresistible. En definitiva, como ya dijeron los pensadores del siglo XVI, hay algo más en el “afecto” que no se da en el “acto de querer” como tal. Ese “algo más” consiste en la pasividad característica del amor y, por tanto, del enamoramiento.
En definitiva, el “afecto” no es ni solo sentimiento, ni sola voluntad. Es algo más concreto y más complejo, al mismo tiempo. Es la complacencia provocada en nuestra intimidad (en nuestras potencias apetitivas) mediante la atracción del bien; esta complacencia desempeña un deseo de unión que se apodera de toda la persona. O sea, como bien sabemos, el “poder seductor” es más determinante que el “poder opresor”.
Ahora bien, como sabemos de sobra, cuando cada día, a la hora de comer, ponemos la tele, palpamos la evidencia de tantas atrocidades y violencias, que son el grito diario de un “poder opresor”, que no oprime a nadie y además se ve derrotado por el “poder seductor” de los más ambiciosos, los más corruptos, los más encanallados, la lista interminable de los que, por la evidencia y la eficacia del “poder seductor”, hacen cada día más extensa la lista de las víctimas que el “poder opresor” no alcanza a controlar.
No cabe duda. La Navidad da que pensar. Porque es la expresión más elocuente de que quien manda en nuestras vidas no es el “poder opresor”, que pone orden en el mundo y en la vida, sino el “poder seductor”, que satisface las apetencias y hasta los caprichos de los que mejor lo pasan.
Dicho esto, hay que hacerse algunas preguntas: ¿qué poder manda en mí? ¿qué fuerza organiza y gestiona mi vida? ¿el “poder opresor”? ¿o el “poder seductor”.
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