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Yo me atengo a lo dicho:
la justicia,
a pesar de la ley y la costumbre,
a pesar del dinero y la limosna.
La humildad,
para ser yo verdadero.
La libertad,
para ser hombre.
Y la pobreza, para ser libre.
La fe cristiana, para andar de noche,
y, sobre todo, para andar de día.
Y en todo, hermanos,
yo me atengo a lo dicho: ¡la esperanza!
Comentarios desactivados en Cuando y donde nacer resulta fácil.
¡Qué fácil resulta nacer en según qué tiempo y en qué lugares! Solo basta mirar las calles de la mayoría de los países de tradición cristiana, durante semanas previas a la Navidad, adornadas cada vez con más luces de colores y formando dibujos que evocan paisajes de hielo, de frío y de animales que viven en bosques nevados, en donde se pueden ver también casas iluminadas interiormente con luces que dejan entrever el calor, de todo tipo, y en las que se ve gente muy feliz que habita de día y de noche. Es un ambiente, todo él, que invita a la alegría, a la fiesta, al jolgorio, a la diversión, a ser felices, en definitiva; sobre todo esto último, pues es esto lo que priva y lo que se tiene que conseguir como sea y a costa de lo que sea, dando la sensación muchas veces que dicha felicidad viene impuesta casi por decreto.
Nace o renace, con una fuerza inusitada, un espíritu de confraternización que invita a compartir con amigos, próximos y cercanos la alegría de un compañerismo y de una amistad que da igual que brille por su ausencia en el resto del año. Cenas y brindis por doquier; abrazos y besos efusivos más que en otras ocasiones, etc. hacen olvidar a unos y a otros, por unos momentos, que el amor, la amistad, la proximidad y el compañerismo son maneras de enfocar la convivencia y las relaciones personales que solo entienden de sinceridad y de donación generosa, de manera constante en cada instante y en cada momento de cada día.
Siguiendo la misma tónica, el espíritu familiar renace cada año también, por estas fechas, con una fuerza y una viveza nunca vistas, al menos que la memoria recuerde. En las cenas de Nochebuena y las comidas de Navidad los besos y los abrazos se reparten a trote y moche por doquier, sin regatear ni que fuere otro más por si acaso, o incluso muchos más si hacen falta; con tal de hacer patente que lo sucedido hace veinte siglos es una invitación más que recomendada a “ser buenos durante estos días o, por lo menos, a parecer que lo somos”. Para hacerlo aún más propicio en muchas casas se montan belenes convirtiéndolas así, al menos en apariencia, en “hogares tiernos y apacibles”, dando con ello la impresión que aquello es un verdadero remanso de paz y de amor; eso sí, sin que ello sea óbice para que en otras épocas del año los “belenes que a su vez se montan” conviertan aquellos mismos hogares en verdaderos infiernos o frentes de guerra.
También las iglesias y todos los lugares de culto se preparan convenientemente con adornos, luces, flores, pesebres, etc. para conseguir con ello que las liturgias que allí se celebren durante todos los días navideños desprendan a su vez olor a lo mismo que se respira en las calles y en las familias, para los fieles que allí acudan. En este caso con el plus, además, de unas canciones, villancicos, que desprenden ternura a través de cada una de sus notas y, por lo mismo, capaces de doblegar interiormente a quienes pudieran parecerse al hierro más frío. Ser bueno después de la Misa del Gallo o de la de Navidad ya no es una opción, sino una obligación que, además, no solo no produce mal humor por el posible esfuerzo que puede conllevar, sino, todo lo contrario, una satisfacción que llega a impregnar hasta las enjundias más renegadas del interior de nuestras personas.
¡Qué fácil debe de resultar nacer, por tanto, en ambientes con todo a favor! ¡Qué fácil y qué poco debe costar ser solidarios en este tiempo! Eso sí, con una solidaridad que no llegue a cuestionarnos nuestro estatus relativamente confortable, como mínimo; que no ponga en peligro nuestras seguridades de futuro, al menos las inmediatas o más próximas; que no pretenda involucrarnos en causas y proyectos en los que el dar no sea lo importante, sino el darnos sin reparos.
Aunque, para ser de verdad honestos, a lo mejor tendríamos que preguntarnos si lo que pretendemos con nuestras celebraciones preparadas de esta manera es revivir la historia de humildad y de sencillez que tuvo lugar hace veinte siglos o, por el contrario, justificar las pocas ganas que tenemos de cara a hacer de nuestras vidas un proyecto semejante, disimulándolo con gestos enternecedores y poco más.
Por ello precisamente, no es justo, ni tampoco ético y mucho menos aún “religioso”, representar durante estos días con tintes tan superficiales una historia que entonces nació preñada de exclusión y de rechazo.
Rico y apuesto heredero,
alto de alcurnia y de talla,
se llega a Jesús pidiendo:
-Maestro bueno, ¿qué hace falta
para que la vida eterna
posea para mi alma?
-Los mandamientos conoces:
No toques mujer extraña,
no mates, hurtes ni engañes,
sea veraz tu palabra,
respeta de tus mayores
la dignidad de las canas…
-Maestro, todo he guardado.
Dime qué otra cosa falta.
Una muy simple: ve y vende
cuanto a la tierra te ata,
dalo a los pobres, que cubran
su miseria por tu gracia,
y echando tu cruz al hombro
ven a seguir mis pisadas.
Perdió el joven su apostura,
bajó al suelo su mirada
y se encaminó afligido
hacia sus riquezas vanas.
A Jesús le va corriendo
por la mejilla una lágrima
que a contraluz pareciera
de sangre tornasolada.
-¡Pudo y no quiso salvarse,
por su riqueza malvada!
¡Cuán difícil es que un rico
entre en mi eterna morada!
¡Un camello por el ojo
de una aguja, mal se pasa!
*
Santos García Rituerto
***
Yendo Jesús de camino, corriendo vino uno y se le inclinó, y le pidió diciendo:
– Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le dijo:
– Lee la Escritura ¿sabes lo que dice?…: No matarás, no adulterarás, no robarás, no darás falso testimonio, honrarás a tus padres. Vete y cúmplelo.
Él replicó:
– Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.
Y Jesús mirándole le amó, y le dijo:
– Una cosa te falta: vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, tendrás un tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Pero él, entristecido por esta palabra, suspirando profundamente se fue. Era muy rico
*
Marcos 10, 17 – 30
***
El miedo a Dios consiste en saber que las exigencias del Dios vivo son mortales, que su beso es mortal y que quien encuentra verdaderamente a Dios se ve llevado a morir a su propia historia, a su propio pasado, para entrar en un mundo desconocido. Y esto resulta difícil.
De ahí que la gran tentación sea defendernos del futuro de Dios, asegurarnos lo que ya somos, lo que ya poseemos. Usando una imagen bíblica, podríamos decir que la tentación del miedo se encuentra en la historia del joven rico, que experimenta angustia ante el futuro que el Señor le abre («vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres»), o sea, ante la posibilidad de que se libere de su propio pasado para ponerse de manera incondicional en manos del extraño que le invita, aunque Jesús le había mirado y amado. La primera gran escuela para aprender a orar es abrirse al coraje de la libertad, aceptando estar solos ante Dios, renunciando a toda coartada y a toda defensa. Es menester abrirse al coraje de la libertad en el amor.
*
B. Forte,
Nella memoria del Salvatore,
Milán 1992, pp. 242ss, passim).
Comentarios desactivados en “Un dinero que no es nuestro”. 28 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,17-30)
En nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya no se expone la doctrina cristiana que sobre el dinero predicaron con fuerza teólogos y predicadores como Ambrosio de Tréveris, Agustín de Hipona o Bernardo de Claraval.
Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad, ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir? ¿No hay que afirmar más bien que lo que le sobra al rico pertenece al pobre?
No hemos de olvidar que poseer algo siempre significa excluir de aquello a los demás. Con la «propiedad privada» estamos siempre «privando» a otros de aquello que nosotros disfrutamos.
Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, en realidad tal vez estamos restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de san Ambrosio: «No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no solo de los ricos… Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes».
Naturalmente, todo esto puede parecer idealismo ingenuo e inútil. Las leyes protegen de manera inflexible la propiedad privada de los privilegiados, aunque dentro de la sociedad haya pobres que viven en la miseria. San Bernardo reaccionaba así en su tiempo: «Continuamente se dictan leyes en nuestros palacios; pero son leyes de Justiniano, no del Señor».
No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de seguimiento suyo: dejar de acaparar y comenzar a compartir lo que tiene con los necesitados.
El rico se aleja de Jesús lleno de tristeza. El dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad. El dinero le impide escuchar la llamada de Dios a una vida más plena y humana. «Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios». No es una suerte tener dinero, sino un verdadero problema, pues el dinero nos impide seguir el verdadero camino hacia Jesús y hacia su proyecto del reino de Dios.
Comentarios desactivados en “Vende lo que tienes y sígueme”. Domingo 10 de octubre de 2021. Domingo 28º ordinario
De Koinonia:
Sabiduría 7, 7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza. Salmo responsorial: 89Sácianos de tu misericordia, Señor. Y toda nuestra vida será alegría. Hebreos 4, 12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón. Marcos 10, 17 – 30: Vende lo que tienes y sígueme.
La primera lectura, tomada del libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.
En el texto de la carta a los hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9 había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había presentado como una realidad operante por sí misma ( Jer 23,29).
La íntima acción salvadora de la Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es “penetrante… hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón, deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y en el corazón de hombres y mujeres.
La imagen del camino es central en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama “el joven rico” (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17). Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante (que sólo se encuentra en Marcos): “no seas injusto” (v. 19). La frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta afirmación. Ésa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser cumplida plenamente.
Pero seguir a Jesús es algo más exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí, pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas puertas pequeñas llamadas “agujas”… y que bastaba entonces al camello agacharse para poder entrar por ese ojo de aguja…
Los discípulos, en cambio, entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que imposible. Pasar por el ojo de una aguja significa poner su confianza en Dios y no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?” (cf v. 26). El dinero da seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).
Como comunidad de discípulos, como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso es tener el “espíritu de sabiduría” (Sab 7,7), aceptar que ella sea nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto, todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Hb 4,12-13). Como creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?
Una lectura ecológica del evangelio de hoy
El mundo, la humanidad, se encuentra hoy, también, ante el desafío de tener pasar «por el ojo de una aguja» si quiere conseguir… no ya la vida eterna celestial, sino simplemente la supervivencia terrestre.
Es un «ojo de aguja» nuevo. Nunca nos habíamos visto en esta situación. Siempre, desde siempre –es decir, desde que el homo et mulier sapientes aparecimos sobre esta tierra–, el ser humano percibió la tierra como ilimitada, inagotable, cuasi infinita, capaz de absorber impasible nuestro proyecto de desarrollo continuo, infinito.
Pero hace sólo cinco siglos (Magallanes, 1522) se dio cuenta de que la tierra no era una superficie plana infinita, sino una superficie esférica, cerrada sobre sí misma, y por tanto, limitada. Y ha sido sólo al final del pasado siglo XX cuando ha descubierto que su proyecto humano de desarrollo podría topar con los límites de la Tierra. Así lo proclamó proféticamente, en solitario, el famoso libro del Club de Roma «Los límites del crecimiento», de 1972, que no fue escuchado. Pero su profecía fue confirmada y ratificada al filo del cambio del siglo (1992, «Más allá de los límites del crecimiento»), al denunciar que estábamos en peligro de sobrepasarnos («overshot») más allá de la capacidad del planeta para absorber y regenerar los recursos que consumimos. Ese peligro ya se hizo realidad oficialmente el 23 de septiembre de 2008: los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network han hablado del «Día del sobrepasamiento», el «Earth Overshoot Day», día en el que calculan que hemos sobrepasado en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento estamos necesitando más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia…
El Informe de Desarrollo Humano del PNUD 2007-2008 confirmó la denuncia, y, de otra manera y con otros datos, confirmó que si toda la humanidad adoptara un nivel de vida como el de EEUU o Europa, necesitaríamos 9 planetas (pág. 48 de la edición en español).
Despidámonos pues de la «vida eterna» para la Humanidad. El planeta seguirá, sí, pues ha pasado crisis semejantes, y aunque la vida terrestre sea diezmada, el planeta seguirá, pero seguirá… sin nosotros. Ésta en la que estamos ya hace tiempo es la «sexta extinción». La anterior, la quinta, hace 65 millones de años, por efecto de un meteorito según las actuales hipótesis, causó la desaparición de los dinosaurios. La sexta, la presente, actualmente en curso acelerado, está causada concretamente por una especie biológica que ha llegado a convertirse en fuerza geológica. Parece que va a ser una crisis profunda, que se llevará consigo a dos tercios de las especies actuales (entre ellas la causante). Nada de «vida eterna», pues, sino la condena a «una muerte anunciada», y con carácter de inminencia.
Pero… «sólo una cosa tienes que hacer si quieres todavía alcanzar»… una prolongación de la vida: abandona el «sistema» que te lleva a la muerte, centrado obsesivamente en el enriquecimiento material, ciego a los costes ecológicos, y pasa a adoptar un nuevo estilo de vida, un nuevo paradigma, una nueva forma de mirar al planeta, comprendiendo que eres Tierra y dependes de ella, y que en vez de vivir de espaldas a ella y en guerra contra ella, debes vivir en amistad y en relación cariñosa y simbiótica con ella.
Se ha dicho muy frecuentemente en los últimos tiempos que el cristianismo tenía, ha tenido un «punto ciego» en el aspecto ecológico, que todo nuestro patrimonio simbólico de los tres grandes monoteísmos está construido no sólo «de espaldas a la naturaleza» (nos consideramos no naturales sino sobrenaturales), sino en buena parte «contra la naturaleza», como sus dueños y dominadores, por derecho divino incluso… Afortunadamente, la encíclica del Papa Francisco, de este año, Laudato sii’, acaba de dar un buen paso en sentido contrario. No podemos borrar nuestra historia pasada, ni nuestra realidad actual, pero al menos acabamos de dar un primer signo de conversión desde la cúpula misma de la institución. Como dice la encíclica, no se trata sólo de cuidar la naturaleza, sino de toda otra forma de pensar, una nueva cultura, una revolución mental.
Y también una revolución teológica: la de dejar de pensar que la ecología no tiene que ver con la vida cristiana, ni con la vida espiritual… y pasar a pensar que respetar la vida, cultivarla, reverenciarla, sentirla como nuestra placenta, nuestro hogar, nuestra hermana madre Tierra… tiene que formar parte, por derecho propio, del hecho de ser cristiano, como forma parte del hecho de ser ser humano. Leer más…
Comentarios desactivados en Dom 10.10.21. Ciento por uno en este mundo, la economía del Reino (Mc 10, 28-30)
Del blog de Xabier Pikaza:
Este es uno de los textos más luminosos y manipulados del evangelio. Suele referirse a la “vida eterna”, mientras Jesús lo aplica en principio, expresamente, a la vida en este mundo. Suele aplicarse, en forma “mística” a cierto tipo de eclesiásticos, monjes y “místicos” ultramundanos, mientras Jesús lo aplica a Pedro y a todos sus seguidores, los cristianos.
Hay pocos textos más tergiversados. Leído de un modo directo, sin prevenciones o presupuestos ajenos al evangelio, es un pasaje claro como el sol (como podrá ver quien siga leyendo). Pero ha encontrado tremendas resistencias, tanto en un contexto eclesial (al menos desde el siglo XIII d.C.) como en un contexto económica.
Leído “sin glosa” (como decía Francisco) es un texto transparente, lo entiende hasta un niño (sobre todo un niño): Así como el buen grano en buena tierra produce “el ciento por uno” en más granos(Mc 4, 8 par), los bienes del hombre, puestos al servicio del Reino de Dios, producen el ciento por uno en campos, casas y familia (al servicio de todos).
Éste es un texto y programa cuyo fuego revolucionario ha sido (y sigue siendo) apagado, tanto en muchas iglesias como en la vida económica y social. Por las resistencias que ha encontrado (y sigue encontrando), éste es un texto “peligroso”, pero ha llegado el momento de leerlo y ponerlo en práctica “sin glosa” (como decía Francisco), si la iglesia y todos los que decimos serlo queremos ser cristianos.
Estamos jugando el futuro no sólo de la Iglesia, sino de la vida en el mundo. Por no poner el “uno” al servicio del Reino, perdemos el “ciento”, esto es, la misma vida, como podrá ver quien siga leyendo.
| X Pikaza
Texto
La parte anterior de este evangelio del domingo (Mc 10, 17-27) trataba del hombre rico que abandona a Jesús, porque no quiere “venderlo todo y dárselo a los pobres”. Esta parte final (Mc 10, 28-30), con la pregunta de Pedro y la respuesta de Jesús, es la más hiriente y más prometedora.
Pedro, símbolo de todos los discípulos, dice a Jesús que ellos lo han dejado todo para así seguirle. Jesús le responde ofreciendo (iniciando con su vida) el camino del ciento por uno, “que parece imposible para los hombres”, pero no para Dios, como he puesto de relieve en Evangelio de Marcos y en Teología y economía.Éste es el breve e intenso pasaje:
Pedro comenzó a decirle: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba el ciento por uno en el tiempo presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 28-30)
Esta palabra recoge un núcleo esencial de la historia de Jesús, pero ha sido reelaborado por la Iglesia, como formulación básica de su programa de comunicación personal, familia y económica. Significativamente no habla de “dinero”, pues los bienes fundamentales de sus seguidores no son “monetarios”, sino de familia y casa/campo, situándonos en el lugar donde pasamos de la posesión individual/egoísta (en línea de Mammón) a la comunión gratuita, tanto a nivel de personas (cien hermanos, hermanas…), como de casas/campos.
Esta imagen del ciento por uno recoge el imaginario más antiguo de Jesús y de sus primeros seguidores, en un contexto agrícola de campos compartidos, no en las ciudades helenistas donde proclamará su mensaje Pablo. Pues bien, este contexto arcaico y esencial nos permite descubrir el aspecto más rico y exigente de la economía mesiánica, vinculada de manera estrecha a la familia (es decir, a la solidaridad social) y al campo (casa y tierra compartida), en la línea de las promesas de Abrahán, de la toma de Canaán por los israelitas y del año sabático y jubilar del Antiguo Testamento, es decir, de todo lo que hemos visto en la primera parte de este libro.
Presentándose ante Jesús como portavoz de aquellos que “han dejado todo y le han seguido”, es decir, de sus discípulos (cf. Mc 10, 23), Pedro se está situando en un ámbito de Iglesia, distinguiéndose del rico del pasaje anterior, que no quiso dejar la riqueza, y rechazó de esa manera la llamada de Jesús. El texto le presenta así como “discípulo ideal”, no como “apóstol”, sino como representante de una comunidad (iglesia), desde un esquema campesino donde se vinculan tierra y familias, que aparecen así como auténtica riqueza (como en la historia de Abrahán).
Pedro se presenta como un hombre sin tierras (campos) ni casa propia, un hombre sin “propiedades”: pobre universal, exilado (sin tierra), sin estructura familiar de poder… ¿Qué se puede hacer así, sin tener nada…? ¡Imaginaos bien: Un Pedro/Pobre, sin tierra ni estado vaticano o español, sin cuentas de dinero, sin casa…. ¿Qué se puede hacer asa, con ese principio? De manera significativa, Jesús le ofrece, campo y familia (tierra y descendencia), que son la auténtica riqueza, pero no dinero:
‒ Quien haya dejado casa o hermanos o campos, por mí y por el evangelio…Conforme a la parábola de Mc 4, 3-9, dejar casa, campos y familia significa “sembrarlos” (invertirlos al servicio del Reino de Dios). Casa y campo se vinculan, pues la propiedad agrícola, de la que se come, resulta inseparable de la casa, en la que se vive, siendo familia.
Pedro dice “hemos dejado todo por el Reino”. Eso significa “hemos sembrado todo para el Reino”. En esa línea, Jesús había dicho al hombre rico que vendiera y diera todos sus bienes a los pobres, al servicio del Reino. Pues bien, ese gesto de “vender y dar todos los bienes a los pobres” se interpreta aquí de una forma muy precisa: “invertirlos”, ponerlos al servicio de la comunión mesiánica, una comunión en la podrán obtener el ciento por uno, en casas/campos y familia (como el buen grano de trigo en buena tierra, que produce el ciento por uno).
Este pasaje incluye dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y compartir en comunidad recuperando así el ciento por uno) que están vinculados y son complementarias. Nos hallamos ante la misma dinámica que subyace en el “amor al enemigo” de Mt 5, 35-45. (a) Sólo allí donde se empieza amando de manera radical a los enemigos puede amarse de verdad a los amigos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se empieza dando a todos los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en la comunidad (Mc 10 30).
Se empieza así dando todo en gratuidad, pero no para perder lo que se tiene, sino para tenerlo de manera más intensa, y así multiplicarlo, creando un espacio en el que se logra y comparte el ciento por uno (como en las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta: Mc 6, 40). Esta multiplicación del ciento por uno no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones de Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par., sino de hermanos/familia y casa/campos; ella define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no se entiende ya como dominio de unos sobre otros, sino como experiencia de riqueza compartida (que es propia de la Iglesia, pero que se abre a todos los necesitados)[1].
‒ Dejar casa (oikia) y familia (hermanos…). Se trata en el fondo de lo mismo, pues casasignifica familia (con los diversos tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias (en especial los campos, que son bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura concreta de un tipo de familia, desde la perspectiva del varón patriarcal, en línea de dominio y separación frente a los de fuera. Se trata, pues, de superar una economía doméstica de tipo particularista donde cada familia corre el riesgo de vivir para sí, en contra (o separada) de las otras, para crear una familia abierta de hermanos y hermanas (plano horizontal) y de madres, hijos (en línea vertical, sin la figura de un padre dominador que aquí desaparece). En ese contexto, los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia, fuente de riqueza, de trabajo y alimento.
Las lecturas de este domingo enfrentan tres posturas: la de Salomón, que pone la sabiduría por encima del oro, la plata y las piedras preciosas; la del rico, que pone su riqueza por encima de Jesús; la de los discípulos, que renuncian a todo para seguirlo.
Salomón: la sabiduría vale más que el oro (Sabiduría 7,7-11)
El libro de la Sabiduría se escribió en el siglo I a.C., probablemente en Alejandría, en griego (por eso los judíos no lo consideran inspirado). No sabemos quién lo escribió, pero el autor finge ser Salomón. Un recurso muy habitual en la época, para dar mayor prestigio al libro. Salomón, al comienzo de su reinado, tuvo un sueño en el que Dios le ofreció pedir lo que quisiera. En vez de oro, plata, la derrota de sus enemigos, etc., pidió sabiduría para gobernar al pueblo. Inspirándose en ese relato, el autor del libro de la Sabiduría pone estas palabras en boca del rey:
Supliqué y me fue dada la prudencia,
invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos,
y a su lado tuve en nada la riqueza.
No la equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo el oro ante ella es un poco de arena,
y, junto a ella, la plata es como el barro.
La quise más que a la salud y la belleza
y la preferí a la misma luz,
porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos,
Tiene en sus manos riquezas incontables.
El joven rico: la riqueza vale más que Jesús (Marcos 10,17-30)
El evangelio contiene dos escenas: en la primera, los protagonistas son el rico y Jesús.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
‒ Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
Jesús le contestó:
‒ ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él replicó:
‒ Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud.
Jesús se quedó mirando, lo amó y le dijo:
‒ Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme.
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
El protagonista, antes de formular su pregunta, pretende captarse la benevolencia de Jesús o, quizá también, justificar por qué acude a él: lo llama «maestro bueno», título que no se aplica en Israel a ningún maestro (solo conocemos un ejemplo del siglo IV d.C.).
La pregunta. El problema que lo angustia es «qué haré para heredar la vida eterna», algo fundamental para entender todo el pasaje. Lo que pretende el protagonista, dicho con otra expresión judía de la época, es «formar parte de la vida futura» o «del mundo futuro»; lo que muchos entre nosotros entienden por «salvarse». Este deseo sitúa al protagonista en un ámbito poco frecuente entre los judíos de la época: admite un mundo futuro, distinto del presente, mejor que éste, y desea participar de él. Por otra parte, su pregunta no es tan rara como podemos imaginar. Si nos preguntasen qué hay que hacer para salvarse, las respuestas es probable que variasen bastante. Una pregunta parecida la encontramos hecha al rabí Eliezer (hacia el año 90) por sus discípulos. Y responde: «Procuraos la estima de vuestros vecinos; impedid que vuestros hijos lean la Escritura a la ligera y haced que se sienten entre las rodillas de los discípulos de los sabios; y, cuando oréis, sed conscientes de quién tenéis delante. Así conseguiréis la vida del mundo futuro».
La respuesta de Jesús. Antes de responder, aborda el saludo y da un toque de atención sobre el uso precipitado de las palabras. El único bueno es Dios. (Por entonces no existía la Congregación para la Doctrina de la Fe, que lo habría condenado por error cristológico).
Luego responde a la pregunta haciendo referencia a cinco mandamientos mosaicos, todos ellos de la segunda tabla, aunque cambiando el orden y añadiendo «no estafarás», que no aparece en el decálogo.
Lo curioso es que Jesús no dice nada de los mandamientos de la primera tabla, que podríamos considerar los más importantes: no tener otros dioses rivales de Dios, no pronunciar el nombre de Dios en falso, y santificar el sábado. Para Jesús, de forma bastante escandalosa para nuestra sensibilidad, para «salvarse» basta portarse bien con el prójimo.
Cuando el protagonista le responde que eso lo ha cumplido desde joven, Jesús lo mira con cariño y le propone algo nuevo: que deje de pensar en la otra vida y piense en esta vida, dándole un sentido nuevo. Hasta ahora, incluso cumpliendo los mandamientos, él sigue siendo el centro de su vida. Lo que le pide Jesús es que cambie de orientación: renunciando a sus bienes, renuncia a sí mismo, y otras personas ocupan el horizonte: primero los pobres, de forma inmediata; luego, de manera definitiva, Jesús, al que debe seguir para siempre.
La reacción del rico. El programa de Jesús se limita a tres verbos: vender, dar, seguir. El joven no vende, no da, no sigue. Se aleja. «Porque era muy rico». Con esta actitud, no pierde la vida eterna (que depende de los mandamientos observados), pero pierde el seguir a Jesús, dar plenitud a su vida ahora, en la tierra.
Mientras el rico se aleja, tiene lugar la segunda escena, en la que Jesús completa su enseñanza sobre el peligro de la riqueza y el problema de los ricos.
Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
‒ ¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
‒ Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Ellos se espantaron y comentaban:
‒ Entonces ¿quién puede salvarse?
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
‒ Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
Las palabras «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!»requieren una aclaración. Entrar en el reino de Dios no significa salvarse en la otra vida. Eso ya ha quedado claro que se consigue mediante la observancia de los mandamientos, sea uno rico o pobre. Entrar en el Reino de Dios significa entrar en la comunidad cristiana, comprometerse de forma seria y permanente con la persona de Jesús en esta vida.
Ante el asombro de los discípulos, Jesús repite su enseñanza añadiendo la famosa comparación del camello por el ojo de la aguja. Ya en la alta Edad Media comenzó a interpretarse el ojo de la aguja como una puerta pequeña en la muralla de Jerusalén; pero esa puerta nunca ha existido y la explicación sólo pretende suavizar las palabras de Jesús de manera un tanto ridícula. Jesús expresa con imaginación oriental la dificultad de que un rico entre en la comunidad cristiana.
¿Por qué se espantan los discípulos? Su reacción podemos interpretarla de dos formas, según los dos posibles sentidos del verbo griego: 1) ¿quién puede salvarse?; 2) ¿quién puede subsistir?
En el primer caso, los discípulos reflejarían la mentalidad de que la riqueza es una bendición de Dios; si los ricos no se salvan, ¿quién podrá salvarse?
En el segundo caso, los discípulos pensarían que la comunidad no puede subsistir si no entran ricos en ella que pongan sus bienes a disposición de todos.
En cualquier hipótesis, la respuesta de Jesús («Dios lo puede todo») da por terminado el tema.
Los discípulos: Jesús vale más que todo
Pedro se puso a decirle:
‒ Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús dijo:
‒ En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.
La intervención de Pedro no empalma con lo anterior, sino que contrasta la actitud de los discípulos con la del rico: «nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido». Ahora quiere saber qué les tocará.
La respuesta de Jesús enumera siete objetos de renuncia, como símbolo de renuncia total: casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos, tierras. Todo ello tendrá su recompensa en esta vida (cien veces más en todo lo anterior, menos en padres) y, en la otra, vida eterna. Pero, al hablar de la recompensa en esta vida, Mc añade «con persecuciones».
Decía Salomón que, con la sabiduría «me vinieron todos los bienes juntos». A los discípulos, la abundancia de bienes se la proporciona el seguimiento de Jesús.
“¿Qué haré para heredar la vida eterna?” Esta es la inquietud de este personaje que se acerca corriendo a Jesús. Tiene prisa y también mucha seguridad en sí mismo.
Sabe lo que quiere. Lo ha sabido siempre. Cuenta en su haber con grandes fortunas: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.”
Parece que no se ha acercado a Jesús para encontrarse con alguien sino para ser “reconocido”, para que se reconozca su bien hacer.
Sí, debía de ser muy rico, tanto que esperaba también heredar la vida eterna o quizá incluso pensaba que ya había hecho lo suficiente para recibirla. Como un niño cuando acaba lo deberes y viene corriendo a enseñártelos para que le dejes ir a jugar. Pero Jesús no lo felicita por todo lo que ha hecho sino que le dice: “Una cosa te falta.”
Parece que el Reino tiene poco que ver con las seguridades. A Dios no le impresiona nuestra larga lista de méritos y renuncias. Tampoco las riquezas.
Por lo visto espera que nos acerquemos a Él con las manos vacías, con todo perdido y los zapatos gastados.
Parece que solo consigue vernos bien cuando no tenemos nada que mostrale, cuando estamos desnudas y vacías.
Ahí sí, nos ve y nos mira como a hijas amadas suyas. Mientras tanto no deja de mirarnos con cariño y compasión.
No deja de recordarnos que nos falta una cosa: dejar todo lo que nos sobra. Y nos ve marchar una y otra vez con el ceño fruncido y pesarosas. Dobladas bajo el peso de nuestras riquezas, de nuestros derechos y méritos.
¿Cómo podrás llenarnos sino queda sitio?
Oración
No dejes de mirarnos con cariño, sobre todo cuando nos alejamos pesarosas. Solo el cariño de tu mirada nos puede transformar.
Comentarios desactivados en No se trata de renunciar a algo sino de elegir lo mejor.
Es un episodio entrañable, pero es muy ambiguo en la redacción y desconcertante en el desenlace. El hombre rico no se decide a dar el paso. Aunque lo verdaderamente importante es el motivo por el que se niega a seguir a Jesús: las riquezas. Para los judíos, las riquezas habían sido siempre signo de la bendición de Dios. Jesús no puede arremeter contra ellas y hacernos ver que son la causa de todos los males. Sabemos que fue un tema muy discutido entre los primeros cristianos. El relato nos deja ya una muestra de esta controversia.
El llegar corriendo, indica gran interés y una urgente necesidad. El joven era rico, pero no las tenía todas consigo. Sin duda, el rico esperaba de Jesús algún precepto aún más difícil que los de Moisés, que estaría dispuesto a cumplir. Jesús no añade más preceptos sino una propuesta original. En vez de seguridades, confianza sin límites. En vez de cumplimiento de la Ley, seguimiento. Jesús sube a Jerusalén, va a la muerte. Seguir a Jesús supone estar dispuesto al fracaso. El arrodillarse, es un signo exagerado de respeto y admiración.
“Heredar vida definitiva”. No está nada claro el sentido de esa expresión. El texto dice “zoe aionion” que es una expresión muy ambigua. Al traducirla la Vulgata por ‘vida eterna’ condicionó su sentido durante demasiado tiempo. En tiempo de Jesús, significaba garantizar una existencia feliz más allá de la muerte. El rico ya tenía garantizada la existencia feliz en el más acá. Lo que busca en Jesús es asegurar la misma felicidad para el más allá.
Los mandamientos que Jesús le recuerda son los de la segunda tabla, es decir los que se refieren al prójimo, no los que se refieren directamente a Dios. Esta enseñanza es original y exclusiva de Jesús. Para cualquier judío, los más importantes eran los de la primera tabla, que se refieren a Dios. Está clara la intención de hacernos pensar en una nueva manera de religiosidad: la humanidad se manifiesta en la relación con los demás, no con Dios.
¿Por qué me llamas ‘bueno’? El texto griego dice “agazos” no “kalos” que él mismo se aplica. Jesús revela donde está la verdadera pobreza. Él se siente vacío hasta de la misma bondad. El hombre ni es nada ni tiene nada, porque ni siquiera hay un sujeto (ego) capaz de ser o tener. Es difícil no dejarse atrapar por las riquezas, pero es mucho más difícil superar el sentimiento de superioridad. Lo nefasto será creerme bueno y con derechos ante Dios.
Una cosa te falta. Jesús no da importancia al cumplimiento de la Ley. Lo que le falta no es vender lo que tiene sino seguirle. El desprenderse de todo es una exigencia del seguimiento. Para ‘heredar la vida’ basta cumplir la Ley; para entrar en el Reino hay que preocuparse de los demás. No está claro a qué se refiere Jesús. El joven le pregunta por una vida para el más allá y el texto sugiere que le responde con una invitación a seguir a Jesús en el grupo.
¡Qué difícil será entrar en el Reino al que pone su confianza en las riquezas! Las riquezas en sí ni son buenas ni son malas. Es absurdo pesar que Dios prefiere que pasemos necesidades. El apego a las posesiones sin tener en cuenta al pobre o, peor aún, a costa de él es lo que impide al hombre alcanzar una meta humana. El desenlace es triste, pero el comentario que hace Jesús es más desolador. Los discípulos quedan hundidos en la miseria.
Entonces, ¿quién podrá ‘salvarse’? Los discípulos siguen pensando que es imposible subsistir sin seguridades. La pregunta no se refiere a quién podrá salvarse en el más allá, tal y como entendemos hoy la salvación, sino a quién podrá mantener una vida verdaderamente humana si se desprende de todo lo que tiene y no asegura su futuro. Así cobra sentido la respuesta de Jesús, “para los hombres, imposible, no para Dios.
Estamos ante uno de los textos más difíciles de comprender de todo el evangelio. Llevamos veinte siglos dando tumbos entre la demagogia barata y el espiritualismo tranquilizador pero estéril. No podemos sacar una norma general de una propuesta individual. Si vende los bienes, se supone que tiene que haber un comprador, que estará, de entrada, condenado. Jesús no puede dar una norma, que, para poder cumplirla, exige que otro no la cumpla. La propuesta de Jesús es la total superación del hedonismo, es decir, satisfacción y seguridades.
Buscar la propia salvación individual aquí abajo, o en el más allá, es la mejor señal de no haber superado el “ego”. El objetivo último de todo ser humano es la entrega incondicional al servicio del otro. El apego a las riquezas nace siempre del falso yo. Mientras exista la preocupación por uno mismo, no puede alcanzarse la meta. El obstáculo no son las riquezas sino la existencia del yo que me lleva a buscar seguridades para más acá o para el más allá.
Pensar que el rico está condenado y el pobre está salvado es demagogia. El hecho de tener o no tener bienes materiales no es lo significativo. El que no tiene nada puede estar más apegado a los bienes que ambiciona que el rico a lo que posee. Lo difícil es mantener un equilibrio que nos permita vivir humanamente y no nos impida darnos al otro. Tanto el pobre como el rico tendrán que dar un paso para entrar en la dinámica del evangelio.
Otra trampa es creer que el evangelio propone solo la pobreza de espíritu. Según esto, no importa lo que hayas acumulado, con tal de que tengas “espíritu cristiano”, lleves una vida “religiosa” y seas capaz de dar limosna y hacer “obras de caridad”. La Iglesia como institución ha caído en esta trampa. Bajo el pretexto de tener para dárselo a los pobres, no le ha importado acumular riquezas. La Iglesia tiene que ser pobre y renunciar a las seguridades.
El relato no ofrece un cristianismo a dos velocidades. Los ‘consejos evangélicos’ serían un plus voluntario para los más decididos. Esto ha hecho mucho daño, porque ha dado motivo a la mayoría de cristianos para pensar que lo que dice el evangelio no va con ellos. Ha hecho daño también a los que optan por la vida religiosa, porque les ha hecho creer que son los perfectos y con más derechos ante Dios porque han renunciado a las posesiones materiales.
El fariseísmo que seguimos manteniendo en este tema es desconcertante. Seguimos buscando mil escusas para no vernos obligados a entrar en la dinámica del evangelio. Incluso cuando renunciamos al consumo o a las seguridades terrenas lo hacemos esperando que me lo paguen con creces en el más allá. Es un hecho que muchos de los puestos de la jerarquía se buscan expresamente para medrar y tener más dinero y más poder.
La propuesta de Jesús no conlleva ninguna renuncia. Si, al llevarla a la práctica, tenemos la sensación de perder algo, es que no hemos comprendido nada. Se trata de elegir el camino que me lleve a la plenitud de humanidad. Como seres limitados, elegir un camino lleva consigo el renunciar a otro. En contra del sentir común, el renunciar a tener más no es de tontos, sino de personas muy despiertas. La sabiduría consistiría en la libertad de elección.
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Mc 10, 17-30
«Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes»
Permítanme una versión libre del diálogo de hoy: “Maestro, siempre he guardado los mandamientos, pero ¿hay más?”… “Claro que hay más; mucho más, pero con ese enorme equipaje que llevas a cuestas no vas a poder seguir mi paso. Deshazte de él, vente con nosotros y verás lo que es bueno”…
En esta sencilla escena encontramos varios temas que nos pueden interpelar. Por ejemplo: ¿Qué significa para mí, aquí y ahora, «vende cuanto tienes y dáselo a los pobres?»… ¿Viajo por la vida ligero de equipaje y listo para ir a donde marca mi conciencia, o vivo abrumado y aplastado por un enorme baúl que me impide caminar?… ¿Hasta qué punto mis riquezas —o mis anhelos de riqueza— me inhabilitan para compadecerme de la desgracia ajena y comprometerme con ella?…
Y esto a nivel individual, pero también es aplicable a nivel colectivo. Nuestra sociedad es rica —opulenta comparada con la que describe el evangelio—, y esta riqueza nos ha hecho tan duros de corazón, que nos parece natural explotar a los míseros en lugar de socorrerlos, o expoliar los recursos naturales que habían sido encomendados a nuestra tutela, condenando a los que vengan detrás a una vida que nada tendrá que ver con la nuestra.
Y es que cuando uno se percata de las calamidades que está provocando la cultura de la riqueza, no tiene por menos que recordar la expresión de Jesús: «Bienaventurados los pobres»… Fiel a esta máxima, Ignacio Ellacuría, jesuita asesinado en El Salvador, propugnaba una civilización asentada en cultura de la pobreza. En esa misma línea, Jon Sobrino, compañero de Ellacuría, se expresaba así en una charla que dio en Pamplona hace ya mucho tiempo:
«Durante muchos años nos han dicho que lo que nos iba a salvar era la riqueza y la abundancia, pero eso no nos ha salvado. Por una parte no ha resuelto el problema de la vida. A una gran parte de la humanidad le cuesta sobrevivir; no da por supuesta la vida; su mayor problema es mantenerse vivos cada día. Por otra parte no ha civilizado, es decir, no ha humanizado ni a los del Norte ni a los del Sur».
Sobrino terminó diciendo que como la expresión de Ellacuría —cultura de la pobreza—es muy dura y podía ser malinterpretada, podríamos plantearla en términos más templados: «Debemos caminar hacia la civilización de la austeridad compartida»…
Un último apunte. El desastre al que nos ha abocado la cultura de la riqueza y el despilfarro solo nos deja dos alternativas de futuro: una austeridad voluntaria desde ahora, o una austeridad caótica y trágica dentro de unos años. Y ya sabemos que la primera fórmula choca frontalmente contra todo principio económico —y que la quiebra de la economía afecta gravemente al empleo—, pero si alguien piensa que vamos a salir indemnes de ésta, es que no se ha enterado de nada.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí
Comentarios desactivados en Fortuna y añoranza. Memoria del joven rico.
Vanias, mi administrador, acaba de comunicarme con satisfacción que la última vendimia ha sido espléndida y que tenemos ya comerciantes de Antioquía dispuestos a comprarla a un precio más alto de lo que esperábamos. Por otra parte, el negocio de pieles que heredé de mi padre es cada día más floreciente y todos me dan la enhorabuena por ello y me recuerdan, con un tono obsequioso en el que adivino cierta adulación, las palabras de la Escritura que he oído tantas veces de nuestros sabios: “La fortuna del rico es su plaza fuerte; como muralla inexpugnable es su opinión” (Pr 18,11). “La bendición de Yahvé es la que enriquece y nada le añade el trabajo a que obliga” (Pr 10,22).
Soy consciente de que mi posición económica provoca cierta envidia y también extrañeza ante mis frecuentes crisis de melancolía. «Todos te admiran por tu conducta intachable y además posees todos los bienes que un hombre puede desear – me dicen a veces mis amigos – y, sin embargo, tu talante es casi siempre sombrío y ausente… ». Y es que ellos ignoran la causa de la pesadumbre secreta que se alberga en mi corazón y que nunca he confesado a nadie.
Hubo un momento en mi juventud en que viví inquieto y en búsqueda: como hijo de fariseo, estaba habituado desde niño a la observancia escrupulosa de nuestra Ley y nunca quebranté a sabiendas ni una sola de sus prescripciones. Pero dentro de mí bullían la insatisfacción y las preguntas: había oído hablar tanto de la bondad de nuestro Dios, que me parecía imposible que lo único que pidiera de nosotros era un aburrido cumplimiento de normas y leyes. Soñaba con una vida plena y libre pero, cuando preguntaba a algún rabbí, sus consejos me exhortaban siempre a hacer algo más por Dios y a esmerarme en cumplir hasta la menor de sus mandatos, como agradecimiento a las abundantes riquezas con que había bendecido a nuestra familia.
Como la fama del rabbí Jesús se había extendido por toda Judea, decidí acudir a él buscando, una vez más, consejo y orientación. Me dijeron que estaba saliendo de la ciudad, parece ser que en dirección a Jerusalén, y eché a correr hasta alcanzar al grupo con el que caminaba. Cuando me vio llegar se detuvo: yo me puse de rodillas ante él como señal de respeto y para hacerle ver mi deseo sincero de encontrar una salida a mi incertidumbre. «–¿Qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?» , le pregunté mirándole a los ojos. Y aunque sentí en el acto que de él a mí comenzaba a fluir una corriente de afecto, su respuesta me decepcionó porque era la misma que había escuchado ya de muchos otros: «–Ya sabes los mandamientos… » Sin embargo, algo me hizo intuir que no era eso sólo lo que quería decirme y, ante mi insistencia, me hizo una extraña propuesta: «– Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Después vente conmigo».
Se apoderó de mí el estupor y me sentí como un corredor que, de pronto, se encuentra al borde de un abismo. O, mejor, ante una encrucijada en la que se le invita a dejar atrás todos los caminos ya frecuentados para adentrarse en uno absolutamente nuevo y lleno de incógnitas: ¿Cambiar el hacer que todos me recomendaban por el des-hacerme de mis bienes? ¿Dejar atrás la seguridad de mis posesiones para emprender la aventura incierta de irme con alguien del que se decía que no tenía ni domicilio fijo? ¿Atreverme a creer una palabra que afirmaba que la vida plena, feliz y desbordante que iba buscando estaba más en el dejar que en el poseer? ¿Admitir como verdadera la afirmación de aquel hombre de que «me faltaba algo», precisamente a mí que había recitado tantas veces lleno de fe: «El Señor es mi pastor, nada me falta… »?
Me estaba pidiendo que renunciara no sólo a mis posesiones materiales, sino también a todo aquello que hasta ese momento constituía mi seguridad y mi riqueza y sentí vértigo. Miré al grupo de sus discípulos: era gente ruda y sencilla, con vestiduras descuidadas y sandalias polvorientas, y recordé la solidez de mi hogar, las tierras que sabía me corresponderían en la herencia y la reverencia y el respeto que mi fortuna me otorgaría en el futuro.
Tomé la decisión. Me puse en pie lentamente, evitando mirarle, temeroso de que el afecto que había sentido en su mirada fuera demasiado convincente, y me alejé despacio, consciente de que sus ojos continuaban fijos en mí y de que quizá esperaba que me decidiera a regresar.
No lo hice y desde aquel momento no ha habido hora, ni día, ni año, en que no me haya arrepentido de ello. Vivo sin carecer de nada, pero me falta la alegría. Soy alguien a quien se considera y se consulta, pero daría mi vida por haberme hecho discípulo de aquel Maestro que me habló desde otra sabiduría. El dinero, el saber y el poder se han convertido en ataduras tan fuertes que han ahogado mis sueños y me han encerrado dentro de unas vallas que me impiden caminar libre de trabas.
Y ya nunca me abandonarán la nostalgia y la añoranza por no haber confiado en la promesa de vida que me ofreció aquel galileo itinerante que un día se cruzó en mi camino.
En todo lo que hacemos -y en lo que dejamos de hacer-, los humanos buscamos ser felices, es decir, vivir en plenitud o, en el lenguaje del texto evangélico, “vida eterna”.
Esta simple constatación plantea, de entrada, una doble cuestión: por qué y por dónde buscamos la vida.
Buscamos la vida porque hemos “olvidado” que, en nuestra identidad profunda, ya la somos. Tal olvido, que nace de la ignorancia original, nos hace creer que estamos desgajados de ella y la proyectamos fuera. La “vida eterna” o vida en plenitud -pensamos en nuestra ceguera- debe ser “algo” que está en “otro lugar” y que debemos alcanzar a partir de nuestro esfuerzo.
Y la buscamos, con frecuencia, de mil modos diferentes. Las religiones han priorizado el camino de las creencias y de las normas: “si crees…, si cumples…, la conseguirás”.
El joven protagonista del relato “ha cumplido todo”, pero solo siente frustración. Y es entonces cuando el sabio de Nazaret le indica el camino acertado: no se trata de “hacer méritos” -que, con facilidad, solo consiguen engordar al ego-, sino de soltar, liberarse de todo aquello con lo que, en nuestra ignorancia, nos habíamos identificado.
La creencia de estar separados de la vida produjo en nosotros un vacío insoportable, que intentamos llenar con mil objetos. Hasta que descubrimos que era una tarea inútil. Y, como el joven del relato, seguimos preguntando: ¿qué más puedo hacer?
No hay nada que hacer, excepto comprender que la vida no es “algo” que haya que lograr, sino que es lo que ya somos y nunca podemos perder. Somos vida. Ahí termina la búsqueda y la tensión. Y, al reconocerlo, en lugar de embarcarnos en un esfuerzo nunca suficiente para intentar alcanzar un objetivo siempre elusivo, nos dejamos fluir en una acción adecuada, creativa y eficaz, la que cada momento nos reclama.
¿Me reconozco como vida, más allá de la persona en la que me experimento?
Podemos hacernos conscientes de algunas cuestiones iniciales:
Todos queremos ser felices, vivir en paz y serenidad y queremos vivir felizmente.
Aquel hombre, -joven o no-, se acerca a Jesús porque quiere vivir: ¿Qué tengo que hacer para tener vida, vida eterna-definitiva?
Si aquel hombre se acerca a Jesús es porque no encuentra la vida en el “sistema religioso” y en los criterios culturales de su tiempo. El mero cumplimiento de la ley, de los mandamientos no parece que lleve a una vida amable y serena. Aquella persona que se acerca a Jesús lo había cumplido todo, pero no vivía: su vida era un “sin vivir”.
Se trata de vivir no solamente en el “más allá”, sino ya desde ahora, en el “más acá”. Es decir, no es que ahora tengamos que “rellenar” una buena hoja de servicios religiosos para que luego, post mortem, Dios nos premie. No es esa la cuestión, sino que se trata de vivir y vivir bien desde ahora, en el tiempo, caminado hacia la eternidad.
Otra constatación -evidente según me parece- es que el dinero es el gran “dios-ídolo” ante el que nos postramos. Quien manda y reclama adoración en el mundo es el dinero. Podríamos decir que el rico, -cuando somos ricos-, no es tanto una cuestión moral, sino que el dinero nos convierte en idólatras. Adoramos al “dios dinero”, y tal es nuestro “dios”. Socialmente también la cosa funciona así: “tanto tienes, tanto vales” porque “poderoso caballero es Don dinero”.
¿Quién es o cuándo somos ricos?
Rico es aquel que pone su confianza (fe) en el dinero. Cuando ponemos nuestra confianza en el dinero somos creyentes, idólatras. Rico es quien vive conforme a la mentalidad de la riqueza. Entonces nos hacemos esclavos del dinero y lejanos del Reino de Dios: lejanos de la gratuidad, distantes de la misericordia, de la justicia y de la solidaridad.
¿Por qué amamos tanto el dinero? ¿puede el hombre hacerse feliz a sí mismo?
Si nos apegamos al dinero es porque la riqueza supuestamente nos ofrece seguridad. Un buen sueldo y una cuenta corriente saneada nos asegura la vivienda, alimentación, el placer del consumismo, incluso la salud …
Ahora bien, ¿Puede el hombre hacerse feliz y darse vida a sí mismo? Creo que no. Por naturaleza deseamos y esperamos una plenitud de vida que no está en nuestra naturaleza. La vida es gracia y regalo desde el nacimiento hasta después de la muerte. Nadie compró la vida para nacer y nadie la compra después de la muerte.
Es cierto que el dinero es necesario para vivir, pero nunca el dinero es bastante y nos solemos “autoengañar” pensando que con dinero nos vamos a solucionar los problemas más fundamentales de la vida, lo cual creo que no es cierto.
Los grandes valores de la vida no se compran con dinero: el amor, la libertad, el sentido de la vida, la esperanza, el respeto, la solidaridad, la ética no salen a la venta en la bolsa ni en el supermercado de “al lado”.
La riqueza no deja espacio a la gratuidad, a la confianza ni a la solidaridad.
Ser rico es no fiarse de Dios Muchos católicos no se fían de Dios. Prefieren asegurarse la vida: esta y la otra. Por esto prefieren la seguridad que les pueda dar el dinero, una persona, un confesor, el mero cumplimiento de la ley. Pero no cumplen por afecto, sino por terror a Dios: la gente religiosa desconfía de Dios. Por eso mucha gente lo que le importa es la seguridad absoluta y pretende comprar a Dios, con actos, con Misas y ritos, etc.
Sin embargo, la relación con Dios es de balde, gratuita: de ahí viene la palabra gracia. El cristianismo no es una banca religiosa.
La experiencia cristiana es la confianza absoluta en la ultimidad: sólo en Dios descansa mi vida, sólo Dios basta.
El discípulo de Jesús, el cristiano es un agradecido radical y la vida, los bienes los vive como regalo, como don.
La primera condición para tener vida es el amor. La vida está en el amor, no en el dinero.
Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor.
¿Se salvan los ricos?
Esta pregunta es de amplio espectro y la respuesta también.
Dios quiere que todos nos salvemos y nos salvamos porque para Dios no hay nada imposible.
La salvación es un don de Dios, no algo que yo conquisto.
Los ricos se salvan por la misma razón que nos salvamos todos, hasta el más humilde pecador de la historia.
Que vamos a vivir bien allá es evidente desde el Evangelio. Lo que hace falta vivir bien -vida eterna- desde aquí. Y esa vida no se consigue con riqueza, sino con gratuidad, amor y libertad.
Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor.
No se trata de discutir mucho qué es la pobreza.
Jesús le mira con misericordia a aquella persona rica y siente lástima de ella, porque era rica.
La cuestión de la pobreza crea enseguida un cierto escozor y discusión. Comúnmente pensamos que el dinero es la base de la felicidad. Si tienes dinero -o bienes- eres feliz.
Pero la experiencia nos dice que la riqueza no da la felicidad, ni la vida. El dinero, la riqueza nunca son bastante, nunca satisfacen plenamente. Más bien vemos que la riqueza, el ansia de dinero y riqueza crea insatisfacción y neurosis, pero no vida.
Podemos discutir, pero según JesuCristo, No se puede ser rico y feliz. El rico puede ser una buena persona, un hombre/mujer honestos, religiosos, pero no cristianos felices, con vida abundante. Y es infinitamente más importante ser viviente feliz que ser religioso y que ser rico.
Es difícil hablar de la pobreza y casi imposible tratar de convencer a nadie de que “Bienaventurados los pobres” es verdad.
Apelo a la propia experiencia que podamos tener Estas son vivencias, experiencias que se tienen en el fondo de la vida, del ser.
La pobreza crea tres ámbitos de vida.
Vivir pobremente (no digo miserablemente) crea espacios de libertad, compasión-solidaridad y austeridad.
Libertad: la pobreza crea un estilo de vida sencillo, desprendido, libre, de estima de lo realmente valioso y definitivo, y eso no se compra con dinero.
compasión-solidaridad: La pobreza hace brotar sentimientos de misericordia y solidaridad. Y la compasión hace bien al que la recibe y al que la ofrece.
La limosna y la solidaridad han perdonado y perdonan más pecados que todas las confesiones del mundo
Austeridad: En la vida nos hace bien vivir austeramente. Una cosa es la celebración, la fiesta y otra la vida cotidiana de trabajo y sencillez. Austeridad en el estilo de vida, en la vestimenta, en la comida, en el consumismo, en el trabajo, etc.
Comentarios desactivados en Benjamín Forcano: “Vivir como Jesús de Nazaret, le hizo pobre, libre y profeta”
En memoria de Pedro Casaldáliga : 8 agosto 2020
“Su testimonio quedo clavado en el alma de la Sociedad y de la Iglesia, tan profundo que en el futuro será como faro que haga imposible oscuridades y encallamientos del pasado y haga realidad sus sueños de una humanidad fraterna, más justa y libre”
“Su coherencia de vida, confiere a Pedro libertad profética y credibilidad universal”
“En la visita ad limina, tuvo también una sesión en que los cardenales Gantin y Ratzinger lo sometieron a examen. Casaldáliga contestó con serenidad y gran lucidez”
“Pedro es un hombre libre ante las instituciones, sean políticas o religiosas; libre ante las personas, los grupos y las ideologías”
| Benjamín Forcano, teólogo
Hiciste la belleza porque sabías que mis ojos exultarían viéndola. Me esperas en la muerte porque sabes que necesito verte.
Como si fuera ayer, va esta “memoria”en el primer aniversario de la muerte de nuestro querido Pedro Casaldáliga. Su testimonio quedo clavado en el alma de la Sociedad y de la Iglesia, tan profundo que en el futuro será como faro que haga imposible oscuridades y encallamientos del pasado y haga realidad sus sueños de una humanidad fraterna, más justa y libre.
1.- ¿Pedro Casaldáliga fue siempre el mismo?
Escribir sobre Pedro Casaldáliga cuando nos dejó en la tierra la estela luminosa de sus 92 años, es un desafío y una interpelación. Y es también un deber, un servicio a la humanidad para quienes lo hemos conocido y compartido su estilo de evangelizar en la Iglesia y en la sociedad.
Yo lo conocí, siendo claretiano como él, por los años 1967, cuando él rondaba los 39 años y yo los 32. Fecha clave porque Pedro, con su labor de 6 años en Sabadell con los obreros y emigrantes; 3 años en Barcelona como animador de comunidades cristianas y movimientos sociales; 3 años en Barbastro como formador de seminaristas claretianos y misionero en el Pirineo; 4 años en Madrid como director de la revista “El Iris de Paz” = “Revista de Testimonio y esperanza” y otras actividades; y en Guinea como impulsor de los Cursillos de Cristiandad, había como anticipado no poco de lo que el concilio Vaticano II aportó y elaboró para la Iglesia universal.
Y como remate de este período, fue elegido para asistir como delegado en 1968 al Capítulo General de los Claretianos, que se proponía asimilar la renovación decretada por el Vaticano II. Según entreveíamos, a los jóvenes nos tocó vibrar con la tarea de este Capítulo claretiano, apostando decididamente por la tendencia renovadora, pilotada por Casaldáliga, denominado en aquella ocasión como el Che de la sierra maestra claretiana. Y, como cumbre de sus deseos, Pedro decidió, acabado el Capítulo, cumplir su sueño de irse a Misiones, concretamente a la Amazonía del Brasil, al Matto Grosso.
Sin este terreno previo, no se entiende el itinerario posterior de Pedro Casaldáliga. Su excepcional modo de vivir y evangelizar no comienza con su ida al Matto Grosso. Es anterior y no hace sino confirmarse en el nuevo contexto en que le toca actuar.
La savia que lo alimentaba estaba ya dentro. Pedro lo expresa con naturalidad: “Los pobres son la niña de mis ojos. A mí siempre se me ha quebrado el corazón ver la pobreza de cerca. Me he llevado bien con la gente excluida. Soy incapaz de presenciar un sufrimiento sin reaccionar. Por otra parte, nunca me he olvidado de que nací en una familia pobre. Me siento mal en un ambiente burgués. Siempre me pregunté que si puedo vivir con tres camisas, por qué voy a necesitar diez en el armario. Los pobres de mi Prelatura viven con dos, de quita y pon. Estoy convencido de que no se puede ser revolucionario ni profeta, ni libre sin ser pobre. Siendo pobre me siento libre de todo y para todo. Mi lema fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre”.
Si sientes la pobreza como una cuestión de justicia y decencia humana, necesariamente sentirás compasión, mostrarás amor y te rebelarás con indignación. “No podíamos ver todo eso con los brazos cruzados. Quien cree en Dios, debe creer en la dignidad del hombre. Quien ama al Padre, debe servir a los hermanos. El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la justicia con la boca callada. Jesús dice en el Evangelio que El nos juzgará el último día por lo que hayamos hecho con nuestros hermanos más pobres y pequeños”.
2.- Su coherencia de vida, confiere a Pedro libertad profética y credibilidad universal
Después de tratar y encomiar a gente eminente por su defensa de la justicia y la verdad, me resulta difícil encontrar un testimonio tan contundente como el de Pedro Casaldáliga. Pedro muestra coherencia extrema entre lo que dice y hace y por eso es creíble.
Lo llamamos el “Obispo de los pobres” y, como a él, a otros. Pero Pedro lo siente como como si le fuera algo natural: “Señor, no sé si he sabido hallarte en todos, pero siempre te he amado en los más pobres”. Y la confesión se convierte en realidad como acaso nadie puede imaginar: “Cuando me muera, advierte firme al “Movimiento de Trabajadores sin Tierra”: me enterráis junto al rio Araguaia, en la tierra, donde yo he enterrado a tantos indígenas, a tantos peones perseguidos o huidos de Haciendas y a tantos niños sin caja. “Oidlo bien: como un pobre más, siete palmos de tierra, una crucecita de palo y… la resurrección” .
A la mente, puede que nos venga ahora la fastuosidad de los entierros de Papas, Obispos incluso beneméritos, en catedrales, con mausoleos de mármol, personajes venidos del mundo entero, ceremonias ostentosas, exhibiendo indumentaria, títulos y honores. Pedro Casaldáliga no podía acceder a otra cosa que a su identidad con los más pobres, pues era su obispo.
3.- ¿Qué o quién da base a la libertad de Pedro Casaldáliga?
Digo esto, porque encuentro natural que mucha gente se pregunte: ¿De dónde le viene a Pedro la libertad de cuestionar procedimientos, costumbres , normas que no ayuden a vivir según el Reino de Dios?
Le viene, en respuesta suya, de sentirse en radical seguimiento e identificación con Jesús de Nazaret, lo cual implica adoptar el obrar mismo de Dios que se nos revela en Jesús, su hijo predilecto. Y si todos nosotros somos con Jesús hijos de Dios, debemos reconocerlo sobre todo en sus hijos más desatendidos y necesitados. Jesús en una de sus narraciones magníficas lo deja bien claro: “Os encontrareis con gente que pasa hambre, que tiene sed, que es extranjero, no tiene que vestir, está enfermo o está en la cárcel,…Os lo repito: cuanto hagáis con cada uno de estos hemanos mios más humildes lo estáis haciendo conmigo mismo” ( 25, 35-40).
El tener a Dios como Padre supone obrar como El y, en consecuencia, obrar como Jesús: “Rezar por los que os persiguen, querer a los que no os quieren , mostrar afecto a los que no son de vuestra gente, no ofender a los que os afrentan, compartid generosamente lo que teneis y no volver nunca la espalda a los que os piden” (Mt 5, 9-48).
Es engañoso, por tanto, creerse conocer a Dios y llevarse bien con él sin portarse como conviene con sus hijos. La grandeza del hombre no consiste en dominar , sino en servir y nada hay que lo aleja tanto de él como el odio contra uno cualquiera de nuestros prójimos.
El odio rebaja y degrada al ser humano, lo hace incapaz de ver su yo reflejado en el otro y de estimarlo como si se tratara de uno mismo. Nadie puede ser uno mismo si no logra aceptar al diferente, al otro y tratarlo como a sí mismo.: “Quien dice amar a Dios , a quien no ve ; y aborrece a su prójimo a quien ve; ese tal es un mentiroso”.
Quizás comprendamos ahora de dónde le viene a Pedro Casaldáliga la gran libertad de cuestionar ante quien sea cualquier comportamiento eclesiástico o civil, que no concuerde con los principios del Reino de Dios. El le ha mostrado fidelidad total y de ella no le apartará soborno ni amenaza alguna. Y es que en su testimonio está presente el espíritu mismo de Dios: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Y ahí, creyentes y no creyentes, clamarán: “Chapoo”, como me lo expresó en cierta ocasión Julio Anguita al hablarle yo de Pedro Casaldáliga.
Sólo procediendo de esta manera, se entiende que Pedro pida a la madre de Jesús que nos enseñe:
“A ese Jesús carne de su carne, más nuestro que suyo, más del pueblo que de casa, más del mundo que de Israel, más del Reino que de la Iglesia, aquel Jesús que por el Reino del Padre, se arrancó de sus brazos de madre y se entregó a la muchedumbre, sólo y compasivo, poderoso y servidor, amado y traicionado,fiel ante los sueños de su Pueblo, fiel contra los intereses del Templo, fiel bajo las lanzas del Pretorio, fiel hasta la soledad de la muerte» (Pedro Casaldáliga, p.96).
4.- Hecha suya la vida de Jesús, Pedro entra en todo y a todos con su misma libertad
Si Pedro Casaldáliga tomaba parte en todo ámbito y problema humano, era porque debía colaborar a resolverlo con la sabiduría y fuerza liberadoras del Nazareno.
Su caminar en este planeta tierra, iba a estar señalado por las palabras y acciones de cada lugar y momento, siempre al estilo de Jesús para lograr esa gran familia de hermanos e hijos de Dios.
El desafío es permanente en un mundo donde todos tratamos de abrirnos camino buscando que se nos reconozca y se nos reserve un puesto en la sociedad. Nadie viene a este mundo por sí mismo ni para sí solo. Somos dependientes y desde esa dependencia nacemos, nos necesitamos y nos relacionamos y nos aceptamos.
La aceptación supone que somos portadores de una misma naturaleza, que somos capaces de conocerla y cuidarla en nosotros mismos y en los demás, secundando la norma universal de “Tratar a los demás como nosotros queremos que nos traten”. La vida de todos es tan digna como la nuestra, sujeto de unos mismos derechos y obligaciones.
Por tanto, se sea varón o mujer, joven o viejo, blanco negro, europeo, americano o asiático, trabajador de una u otra profesión, constituimos una comunidad humana universal , que descarta cualquier tipo de exclusión o discriminación. Todos somos ciudadanos, con la dignidad y derechos que nos son propios, siendo creyentes o ateos. Pero, lo que en modo alguno se puede admitir es la pretensión de quienes , idólatras del dios dinero, se dedican a sacrificar en su altar, miles y millones de vidas para superar la frustración de su egoísmo y codicia y la desesperación de su malograda vida.
5.- Algunos hechos relevantes del vivir “libre y pobre –pobre y libre” de Pedro
Creo interpelante recordar ahora algunos hechos en los que Pedro manifiestó de maneras relevante su libertad profética:
-La innovación ritual y programática de su Consagración episcopal
– El no ir a Roma para hacer la visita “ad limina”
-La acogida del equipo expulsado de la Congregación claretiana
-Su viaje a Nicaragua para apoyar la Revolución Sandinista.
A)- Inusual la celebración de su Consagración episcopal
Pedro Casaldáliga llegó ilusionado al Matto Grosso, consciente de que llegaba a un lugar donde le tocaría mostrar la fuerza liberadora del proyecto de Jesús. Llegó en 1968 y a los cuatro meses, se propuso visitar y conocer el lugar y condiciones de vida de la gente entre quienes iba a realizar su misión. Pasaron casi tres años y ya tenía en su mano el mapa de lo que pronto iba a ser su Prelatura: un territorio de 150.000 km. , 1/3 de España, con fincas de hasta 700.000 hectáreas.
Le quisieron nombrar obispo y él se negaba, pero muchos amigos le obligaron a que aceptara para poder trabajar más y mejor para el bien de todos.
En pocos días, logró tener a punto el Documento “Una Iglesia en conflicto con el latifundio y la marginación social”.
Y sobrevino lo que acaso nadie esperaba: la alarma, el escándalo y la persecución. Gobierno, Policía y hasta el mismo Nuncio le pideron que no lo publicara en el extranjero. Pedro acababa de dar puntilla a la complicidad histórica de una Iglesia con los poderosos de este mundo. Hasta cinco veces estuvo a punto de ser expulsado del país. Pero el Papa Pablo VI lo defendió: “ Tocar a Pedro es tocar al Papa”. Y se evitó la expulsión.
En su consagración episcopal, Pedro Casaldáliga dejo bien plasmado su programa pastoral, expresado en una celebración que sobrepasó todo ritualismo tradicional.
Poéticamente anunciaba:
Tu MITRA será un sombrero de paja; el sol y la luna; la lluvia y el sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso del Señor.
Tu BÁCULO será la verdad del Evangelio y la confianza del pueblo en ti.
Tu ANILLO será la fidelidad a la Nueva Alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra.
Tu ESCUDO la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios.
Tus GUANTES el servicio del amor.
B) Negación de ir a Roma para realizar la “Visita ad limina”
Pedro consecuente consigo y la tarea eclesial que le correspondía, decidió no hacer la “Visita ad limina” para ver al Papa, que los obispos tienen que hacer por prescripción canónica cada cinco años. El lo explicó: tales visitas no cumplen con su objetivo de informar al Papa sobre los problemas de cada diócesis, se reducen a un despliegue de ceremonias más o menos ostentosas. Y añadía ademá: Yo soy un pobre y los pobres no viajan.
Pedro cumplió su palabra, jamás viajo a España, ni siquiera cuando murió su madre, (cuya noticia yo le trasmití). Lógicamente, de Roma le llamaron la atención, le enviaron un delegado y él admitió que si el Papa lo deseaba, él lo haría sin demora. Luego resulta que tardaron más de dos años en recibirlo. Y sabiendo la repercusión que iba a tener, determinaron que la difusión fuera nula o lo menos posible, que llevara sotana, y se abstuviera de hacer declaraciones públicas.
Pedro se había hecho preceder con una carta al Papa, donde ponía en acción su corresponsabilidad episcopal, mencionándole una serie de puntos que debía acometer para transformar la Iglesia y hacerla fiel seguidora de Jesús. Tuvo también una sesión en que los cardenales Gantin y Ratzinger lo sometieron a examen. Casaldáliga contestó con serenidad y gran lucidez.
Posteriormente, con una dureza ajena a este encuentro, oficiales de la Curia mandaron a Casaldáliga un documento de unos 10 puntos controvertidos, para que los firmase. Casaldáliga los rechazó argumentando que no era eso lo que él y el Papa (incluidos los dos cardenales) habían acordado. Y la cosa terminó ahí, sin más instigación.
C) Pedro Casaldáliga, sin dudarlo acogió al equipo claretiano expulsado de la Congregación
Muchos teólogos hubieron de afrontar represión y censura debido a la involución instaurada por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI. Yo formaba comunidad claretiana con otros cinco compañeros más, creada expresamente por nuestros superiores para enseñar, difundir y asegurar la renovación del concilio Vaticano II.
Publiqué por entonces el libro “Nueva Etica Sexual” que, tras unos años de pacífica circulación, fue sometido a examen por Roma, dictando después de largo proceso, sentencia de prohibición del libro y del autor. Los cinco compañeros se solidarizaron conmigo y asumimos juntos la decisión de no tolerar la disolución de la comunidad. Al no aceptar dicha disolución, tuvimos que emprender una serie de recursos que anulara la orden dada. La decisión, tomada en última y máxima instancia, nos expulsaba de la Congregación.
Esto suponía que seguíamos siendo sacerdotes, pero teníamos que buscar un obispo benévolo que nos acogiera. Dentro de España vimos que no era nada fácil que un obispo acogiera a un grupo de seis, en tales circunstancias. Y, dado que con Pedro, además de claretiano, teníamos intensa y convergente relación, procedimos a exponerle con tiempo si nos acogía en su Prelatura, llegado el caso. Producida la sentencia, teníamos asegurada ya su respuesta, que me comunicó en persona cuando lo visité. Fueron éstas sus palabras: “Mira , Benjamín, por el amor que os tengo, contad incondicionalmente conmigo hasta la muerte. Soy vuestro obispo”. Y, desde entonces, se incrementó y reforzó la red inmensa de amigos y colaboradores que, en España sobre todo, habíamos construido. Eramos, en palabras suyas, “La trinchera teológica de la Prelaturas en el Primer Mundo”.
D) Su solidario e incondicional apoyo a la revolución sandinista
AL igual que Een los anteriores puntos, tengo ser breve. Pedro, no viajaba ni salía del Brasil según tenía decidido, pero viajar a Nicaragua era una prueba de su libertad profética. No le eran favorables los aires de la política internacional, del superconservador Papa polaco Juan Pablo II, ni por supuesto la posición de los obispos de Nicaragua. Pero, Pedro, en conciencia y en fidelidad al Evangelio, tenía que hacerse presente para apoyar la revolución sandinista, -revolución la más “pura” de la historia-, también la primera que se hacía con la Iglesia y no contra la Iglesia, y así poder ejercer en medio de ella la pastoral de la Frontera y de la Consolación.
Vivo e interpelante es el libro que escribió “Nicaragua combate y profecía”.
Lo dedica a todo el pueblo nica: “Digo en voz alta lo que en conciencia no podía dejar de decir. Y a cuantos creen en el Dios de la Vida y de la Liberación les pido que oren también -además de actuar- para que el Reino siga aconteciendo en Nicaragua” .
“Una reciente señal de la envergadura del fenómeno nicaragüense es que su sola y estimulante presencia ha motivado a salir de Brasil por primera vez en 18 años, al obispo y poeta Pedro Casaldáliga, quien ejerce una incansable labor evangelizadora. Durante dos meses se integra a una tierra que se puebla de hombres y mujeres que, aun discrepando sobre el cielo, coinciden sobre el suelo y sin violencia ni mayores desgarramientos convierten aquella tierra de nadie en tierra de todos” (Mario Benedetti).
“Pedro Casaldáliga prolonga la estirpe de ciertos padres de nuestra fe latinoamericana. Igual que aquellos en su tiempo, también Pedro en el nuestro es incomprendido, mal visto, obligado a justificarse ante las más altas esferas de la Iglesia. Y en el caso de que Nicaragua sea invadida –ha prometido Pedro- volverá a ella , para consolar y estar en la frontera , para dar vida s sus hermanos , como Dios manda” (Leonardo Boff).
6.- El lema de Pedro: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre.
“Mi lema, escribe Pedro, fue: ser libre para ser pobre y ser pobre para ser libre”.
En el sistema eclesiástico, la libertad brilla por su ausencia. Educa para la obediencia, no para la libertad. Quizás por eso, Pedro deja escrito: “Si me bautizas otra vez, un día…; di a Dios y al mundo, que me has puesto el nombre de Pedro-Libertad”.
Pedro es un hombre libre ante las instituciones, sean políticas o religiosas; libre ante las personas, los grupos y las ideologías; es la palabra libre, el gesto en rebeldía , la osadía que bebe en la fuente del Espíritu, que es viento y fuego y revienta estructuras y cadenas.
Es difícil manipular a Pedro. El es él, y porque es él antes que todo, su relación con las cosas y con las personas es de extremo respeto, delicadeza y libertad. Trata a todos y a todas exactamente igual, se entrega entero en cada encuentro y quien se relaciona con él sale convencido de que fue tratado como alguien muy especial y único.
Si Pedro es libre es porque a la vez es pobre. Lo tiene muy claro: la actitud ante los pobres define la actitud ante Dios. Encontrarse con el pobre es encontrarse con Dios. Por tanto, quien no toma en serio al pobre, no puede encontrarse con Dios: “Quien cree en Dios, debe creer en la dignidad del hombre. Quien ama al Padre, debe servir a los hermanos. El Evangelio es un fuego que le quema a uno la tranquilidad. No se puede ser cristiano y soportar la justicia con la boca callada. Jesús dice en el Evangelio que El nos juzgará el último día por lo que hayamos hecho con nuestros hermanos más pobres y pequeños”.
“Si vivir es convivir, todos y todas debemos ser reconocidos como personas en la radical dignidad de la raza humana. La más esencial tarea de la Humanidad es humanizarse-. Humanizar la Humanidad es la misión de todos, de todas, de cada uno y de cada una de nosotros. La ciencia, la técnica, el progreso solamente son dignos de nuestros pensamientos y de nuestras manos, si nos humanizan más. Y esto nos compromete a transformar el mundo juntos.
El pequeño mundo del propio corazón, del propio hogar, de la vecindad y de el gran mundo de la política y de la economía y de las instituciones. Otra ONU es posible, y necesaria. La paz y el diálogo son necesarios entre las religiones para que haya paz en el mundo. Un diálogo generador de humanidad. Es hora, pues, de creer en plural unidad en el Dios de la vida y del amor y de practicar la religión como justicia, servicio y compañía. Un Dios que separa la humanidad es un ídolo mortífero”.
Su radicalidad por la pobreza y libertad, la tiene escrita Pedro en estos versos:
No tener nada. No llevar nada. No poder nada. No pedir nada. Y, de pasada, no matar nada; no callar nada. Solamente el Evangelio, como una faca afilada, y el llanto y la risa en la mirada, y la mano extendida y apretada, y la vida, a caballo, dada. Y este sol, y estos ríos, y esta tierra comprada, para testigos de la revolución ya estallada. ¡Y mais nada!
Su radicalidad le ha llevado a decir: “El teólogo Karl Rhaner escribía : En el siglo XXI un cristiano, o será místico o no será cristiano. Que conste que yo considero a Rhaner como el mayor teólogo del siglo XX. Sin embargo, creo, con la más estremecida convicción evangélica, que hoy, ya en el siglo XXI, un cristiano o cristiana, o es pobre y/o aliado o aliada visceralmente de los pobres, o no es cristiano, no es cristiana. Ninguna de las famosas notas de la Iglesia se mantiene en pie si se olvida esta nota fundamental, la más evangélica de todas: la opción por los pobres”.
Pedro siendo distante, extranjero y prójimo se hace hermano universal.
“Cuando los tiempos actuales perturbados hubieren pasado, cuando las desconfianzas y mezquindades hubieren sido engullidos por lo vorágine del tiempo, cuando miremos para atrás y consideremos los últimos decenios del siglo XX y los comienzos del siglo XXI, identificaremos una estrella en el cielo de nuestra fe, rutilante, después de haber parado nubes, soportando oscuridades y venciendo tempestades: es la figura simple, pobre, humilde, espiritual y santa de un obispo que, extranjero, se hace compatriota, distante se hace prójimo y prójimo se hace hermano de todos, hermano universal: Don Pedro Casaldáliga” (Leonardo Boff, p. 103).
Comentarios desactivados en Clara de Asís, la Dama pobre…
Clara de Asís, mujer fuerte, fundadora de las Damas Pobres (Clarisas), espejo en el que Francisco de Asís se reflejaba como un igual… Que nos acompañe hoy en su fiesta y nos enseñe a vivir siendo más humanos, con una mirada compasiva abierta al hermano sufriente…
Clara nació en Asís el año 1193 (o 1194). Hija de noble familia, fue educada por su madre en la fe cristiana, pero al escuchar y ver a su conciudadano Francisco en la nueva vida evangélica que éste había emprendido comprendió que quería llevar la misma forma de seguimiento de Jesús. Con su hermana, que la seguirá quince días después de su huida del palacio, vive en el monasterio de San Damián, situado fuera de los muros de Asís, «según la forma del santo Evangelio», obteniendo de los papas el singular «privilegio de la pobreza». Fueron muchas las compañeras que la imitaron. Juntas constituyeron la primera comunidad de «Hermanas pobres», para las cuales, y ya en sus últimos años, escribió Clara -primera mujer que lo hizo en la historia de la Iglesia- una Regla. Esta fue aprobada por Inocencio IV en 1254, pocos días antes de la muerte de Clara. Se conserva el Proceso de su canonización, que tuvo lugar en 1255. Es un documento de excepcional valor para conocer la experiencia de la «plantita de Francisco».
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***
Tanto para Clara como para Francisco, el primado se lo lleva el señorío de Dios sobre toda la vida y todas las cosas; la centralidad de toda la vida, la voluntad y la acción está constituida por Cristo; la dinámica de la vida de penitencia o de conversión sólo la da y sólo hemos de buscarla en el Espíritu Santo; pero esto es más que suficiente para definir la contemplación auténticamente cristiana […].
Clara no hace coincidir nunca contemplación y clausura, la contemplación como conocimiento amoroso de Cristo y un hecho material como la clausura. Tanto para Clara como para Francisco (es cierto, no obstante, que los acentos de Clara son femeninos), la contemplación es asiduidad con la palabra leída en las sagradas Escrituras, aunque también escuchada y recibida por los hermanos como comida y alimento de la fe y del alma; la contemplación es oración continua atendiendo al Señor y a todas las criaturas.
Es propio y específico de Clara haber dado a la contemplación una dimensión propiamente evangélica: no era para ella una actividad extraordinaria, reservada a una élite, a los privilegiados de la cultura, sino una actitud cotidiana en el ámbito de la humilde realidad de las cosas, de las labores cotidianas. La contemplación, para Clara, es vida en Cristo, es sacrificio vivo y espiritual ofrecido al Señor. Es significativo que la única referencia que hace Clara a la página del encuentro de Jesús con María y Marta [cf. Lc 10,38-42), que se había convertido en su tiempo en un lugar clásico para afirmar el primado de la vida contemplativa sobre la activa, determina lo único necesario de este culto de la vida a Dios [cf. Rom 12,1) y no entrevé ninguna oposición entre acción y contemplación.
La contemplación, por tanto, para Clara y Francisco, no es sólo conocer a Dios, sino también ver a los hombres y a las criaturas como los ve Dios. Clara llama a Inés «alegría de los ángeles »[Carta tercera 3, 11) y registra de un modo nuevo las cosas de Dios, las criaturas de las que siempre ve brotar una alabanza, una acción de gracias al Dios altísimo y creador
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E. Bianchi, La contenplazione in Francesco e Chiara d’Assisi,
Magnano 1995
Para el camino, Señor,
no llevo oro, ni plata,
ni dinero en el bolsillo
me fío de tu palabra.
Ni tengo alforja con provisiones y repuestos,
que me basta tu compañía
y el pan de cada día.
Túnica, la puesta, sin más,
que no tengo que ocultar nada,
y el frío y el calor se atemperan
cuando se comparten, en familia.
Tampoco llevo bastón,
aunque tú dijiste que podíamos,
pues mis hermanos me sostienen y dan la mano
cuando el camino se hace duro,
y sangro, tropiezo y caigo.
Y sandalias, unas de quita y pon,
abiertas y bien ajustadas,
para evitar callos y rozaduras
en el cuerpo y en el alma,
andar ligero
y no olvidarme del suelo que piso
cuando tu Espíritu me levanta,
me mece libre, al viento,
me lleva y me arrastra.
Eso sí, voy en compañía,
desbordando ternura y paz
regalando salud y buena noticia
y caminando con alegría.
Casi ligero de equipaje,
fiándome de tu palabra,
yo te sigo y…
eso me basta.
Iba yo paseando por el camino. Un mendigo, un viejo harapiento, me detuvo. Tenía los ojos inflamados, llenos de lágrimas, los labios de color violeta, la ropa a jirones y mostraba unas llagas repugnantes. ¡Oh, cómo había maltratado la miseria a aquel ser infeliz! Me tendió una mano roja, hinchada, sucia. Con un gesto me pidió que le socorriera. Me hurgué en todos los bolsillos. No llevaba ni el monedero, ni el reloj, ni siquiera el pañuelo, no llevaba justamente nada encima.
El mendigo seguía allí, esperando. Tendía la mano y le sacudía un leve temblor. Turbado, confuso, cogí vigorosamente aquella mano sucia y temblorosa: «Tenga paciencia, hermano, no llevo nada». El mendigo me miró con sus ojos inflamados; sus labios de color violeta se entreabrieron y sonrieron, y me estrechó a su vez los helados dedos. «¡No tiene importancia, hermano!», murmuró, «gracias de todos modos. También esto es una limosna». Comprendí que también yo había recibido una limosna de aquel hermano.
Comentarios desactivados en Juan Zapatero: Una cuaresma forzada y sin previo aviso.
Ya desde la Edad Media el tema del Carnaval y de la Cuaresma comenzó a ser tratado por diversos autores como manifestaciones antagónicas y opuestas de una misma realidad. El Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, es sin ningún género de dudas el exponente más claro a nivel de literatura. En una sociedad cristiana a la fuerza es más que evidente que la Iglesia tenía la primera y última palabra respecto a sus fieles, súbditos la inmensa mayoría. Una sociedad (cristiandad), por otra parte, muy desigual, donde los deberes abundaban por doquier, siendo unos pocos, incluida una parte de la Iglesia (el clero alto concretamente), quienes gozaban de los derechos y privilegios que ellos mismos se daban; y todo ello, para más “inri”, en el nombre de Dios. El tiempo en los templos, iglesias y conventos con sus liturgias y celebraciones, además de los cumplimientos más que abarrotados de preceptos y normas, ocupaba la parte más importante de la vida de aquellas gentes. Una vida, por otra parte, dura y exigua ya no de derechos, que brillaban por su ausencia, sino sobre todo por la dureza de las condiciones que hacían de ella más un simulacro que una realidad.
Por ello precisamente, aquellas gentes buscaban cualquier tipo de resquicio, normalmente algunos días indicados, para poder alegrar sus cuerpos; ya que para sus almas tenían días más que en exceso, y no precisamente para alegrarlas, sino para recordarlas su conducta pecaminosa de manera constante y, por ende, el castigo del infierno que recibirían de manera segura si no cambiaban su manera de vivir. Durante cuarenta días, la Cuaresma, serían advertidos de los peligros gravísimos de una vida disoluta y desordenada; un castigo tan desproporcionado como era el infierno y, además, para toda la eternidad. Con lo que ello suponía: una vida dura aquí y con creces después, siendo imposible imaginar lo que podría llegar a suponer todo esto.
Era quizás el tiempo del Carnaval el que mejor ofrecía oportunidad y ocasión para el desenfreno en todos los campos, de manera especial el de la lujuria, tan reprimido con sentencias condenatorias y tremebundas por la Iglesia, antes de entrar en la temida Cuaresma, sobre todo por sus penitencias y privaciones; aunque, a decir verdad, resulta imposible imaginar de qué más se les podía privar a aquellas gentes. Con la llegada de la Pascua, una vez acabada la Cuaresma, se presentaba el tiempo nuevo que, para aquellas gentes, no consistía en otra cosa que continuar malviviendo humana y espiritualmente.
Pues bien. Una de las palabras más pronunciadas desde mediados del mes de marzo de 2020 hasta hoy es precisamente la palabra “cuarentena”, cuyos orígenes no son otros que la Cuaresma cristiana. Una “cuaresma” que llegó de manera forzada y sin previo aviso. Digo esto porque la Cuaresma cristiana ya viene establecida por el calendario litúrgico y, por tanto, los fieles saben cómo deben enfrentarse a ella o como vivirla. No así esta otra que nos pilló a todas y a todos por sorpresa. Una “cuaresma” precedida por un “carnaval” de muchos años, demasiados, abusando todos de todo (de la naturaleza, del cosmos, del medio ambiente y, lo que es muchísimo más grave, de las personas), pero, por qué no decirlo, unos más que otros. Porque me parce injusto que esta “cuaresma” la tengan que vivir todos los países del mundo de la misma manera, y también todas las personas, cuando el carnaval ha sido muy distinto; ¡vaya que si ha sido! Un “carnaval” de opulencias de los países ricos frente a una ausencia del más pequeño de los “carnavales” para los países pobres. Y ya no digamos a nivel personal: tres mil millones de personas malviviendo porque carecen de lo todo lo elemental para tener una vida ya no digna, sino con unos mínimos tintes de humanidad, frente a una decena de fortunas, y otras cuantas más que las acompañan, disfrutando de todo tipo y clase de placeres que les puedan venir en gusto y gana. En este caso, además, ya tendrán quienes, desde confesiones religiosas y diferentes iglesias, tranquilicen sus conciencias y los animen a que cumplan algunos ejercicios religiosos y de piedad, no muy costosos, por cierto, amén de contribuir con algunas limosnitas (mejor si son un poco suculentas) para que sean tenidos y admirados aquí como gente ferverosa y creyente en dios (en el suyo, claro) y después consigan la “vida eterna”. Una vida eterna ganada, como no podía ser de otra manera, con el cumplimiento de los ritos que les han ido prescribiendo los dirigentes de las “religiones” que practican y de las iglesias que frecuentan.
Y, ¿qué “pascua” saldrá de esta “cuaresma” vivida de manera tan desigual? No hay que ser muy agudos para adivinarlo. La riqueza y la opulencia, igual que la pobreza y la miseria, continuarán estando del mismo lado que hasta ahora. Los mismos continuarán haciendo la “pascua” a los mismos, condenándolos a vivir de manera ininterrumpida una “cuaresma” demasiado pesada y sin haber estado precedida, además, de ningún tipo de “carnaval”. Algunos, muchos para ser más exactos, me tildarán de pesimista por las palabras que digo; pero soy de aquellas personas que no cree en los propósitos a la fuerza (como los que muchas personas acostumbran a hacer a principio del nuevo año). Y me temo que la “cuaresma pandémica” ha sido a la fuerza y, además, sin haber avisado antes.
Comentarios desactivados en Faustino Vilabrille: Pandemia: pobreza insoportable.
Pobres de los Pobres!. Hasta donde nos ha llevado el Neoliberalismo!
| Faustino Vilabrille
Las consecuencias más graves y dolorosas de la pandemia son sin duda las humanas por morir por su causa y además tener que hacerlo de forma tan inhumana y dolorosa, en soledad, en ausencia de personas cercanas o familiares, por mucho que se haya esforzado el personal sanitario en llenar ese vacío, que sin duda hizo todo lo que pudo.
La pandemia nos ha convertido a todos en víctimas y verdugos: cada ciudadano o vecino con que me encuentro puede ser mi víctima si lo contagio o mi verdugo si me contagia, y además sin saberlo. Este virus es una plaga: ¿La teníamos merecida? Es posible, porque las injusticias, desigualdades, abusos, violencias, despilfarros, adulteraciones, que hemos cometido contra los seres humanos y contra la naturaleza son enormes. Hasta ahí nos ha llevado el Neoliberalismo. Así no podíamos seguir. Un ejemplo: estamos dejando morir de hambre a millones de personas en el Tercer Mundo, mientras que en el Primer Mundo tiramos a la basura millones de toneladas de comida.
Y otro ejemplo más: El cambio climático, del que somos culpables los países desarrollados, nos amenaza a todos, pero sobre todo amenaza los sistemas agrícolas, los medios más elementales de subsistencia y la seguridad vital básica de los países más pobres y vulnerables de África, Hispanoamérica, gran parte de la India y Bangladés, donde tienen que vivir y morir prematuramente los 815 millones de personas que no llegan a disponer ni de 1,67 euros al día (Fuente: Asociación Internacional de Fomento (AIF)-Banco Mundial).
Por tanto, las consecuencias de la pandemia no son solo humanas, son también las consecuencias económicas:
En tan solo 9 meses de pandemia, del 18 de marzo al 31 de diciembre de 2020, las 1000 personas más ricas del mundo aumentaron su riqueza en 3,23 Billones de euros. Su riqueza conjunta ya asciende a 9,8 Billones, casi tanto como los gobiernos del G20 han movilizado para responder a la pandemia. Mientras los más ricos ya se recuperaron, los empobrecidos por la pandemia tardarán unos 10 años en hacerlo.
Desde el inicio de la pandemia, LA FORTUNA DE LOS 10 HOMBRES MÁS RICOS DEL MUNDO ha aumentado en medio Billón de dólares, una cifra que financiaría con creces una vacuna universal para la COVID-19 y que garantizaría que nadie cayese en la pobreza como resultado de la pandemia.
Por el contrario, el número de personas que viven en el mundo con menos de 4,5 euros al día aumentó en 700 millones de personas.
Por lo que se refiere a España, con la pandemia las personas más pobres de nuestro país perderán siete veces más renta que las más ricas, y unas 790.000 personas caerán en POBREZA SEVERA a causa del COVID-19, según informa Oxfam Intermón. Tener que vivir con menos de 16 euros al día alcanzará la cifra de 5,1 millones de españoles. Asimismo, la POBREZA RELATIVA, estimada en 24 euros al día, supone un millón más de personas por debajo de la línea de pobreza, hasta alcanzar 10,9 millones de españoles.
Si nos acercamos a la población migrante, el índice de pobreza alcanzaría el 57%, frente al 22,9% de media del total de la población. Personas migrantes, jóvenes y mujeres son los colectivos más afectados por la desigualdad que ha provocado la pandemia. De las personas que trabajan a tiempo parcial, el 73 % son mujeres (Fuente: Oxfam Intermón).
Cómo discurrirán las cosas en el próximo futuro? Todo el mundo pone la esperanza en la vacuna, una proeza de la ciencia, que bienvenida sea, pero… El domingo pasado ya denunciábamos el “pillaje” en las vacunas y la desconfianza en las Multinacionales Farmacéuticas, que ahora se está confirmando, desde los grandes a los pequeños, pues aquellas no quieren cumplir sus contrataos con la UE y sí vender las vacunas a quien más las pague, como Israel o los Emiratos Árabes, y continuando por los VACUNADOS ENCHUFADOS, como los 300 militares y diversos políticos, hasta llegar al obispo de Mallorca, que se vacunó sin corresponderle (la jerarquía eclesiástica en su conjunto, salvo contadas excepciones, debería sentir vergüenza de haber estado recibiendo prebendas y privilegios de los poderes públicos desde la dictadura e incluso hasta nuestros días como, por ejemplo, con las inmatriculaciones, e incluso pedir perdón al pueblo por no haber sido mucho más coherente con el Evangelio.
Otra esperanza que se maneja son las ingentes cantidades de recursos que aportará la Unión Europea a nuestras arcas públicas y cómo influirán estas ayudas en el crecimiento futuro del PIB, que en España en 2020 ha caído un 11 %, con lo que el PIB per cápita bajó de 26.430 euros a 23.430.
No obstante España es la economía número 15 en el ranking de los 196 de los que se conoce su PIB. El Problema de España no es la falta de riqueza, sino la desigualdad, que es mayor que en las economías europeas más avanzadas, con las que compartimos un proyecto político más o menos común, pues nuestro país ocupa el cuarto puesto en el ranking de los países más desiguales de toda la Unión Europea. Pero es que, además, somos el segundo Estado europeo —por detrás de Bulgaria— en el que la distancia entre ricos y pobres ha aumentado más.
Lo ha hecho, además, a costa del empobrecimiento de los más desfavorecidos económicamente. Lejos de la recuperación, en el año 2017 aumentaron en 16.500 el número de hogares en los que no entraba ningún ingreso. Alcanzaron, así, los 617.000. Sin embargo, los ultramillonarios aumentaron en un 4% que cada vez acapara más riqueza. “El 1% más rico tiene 24,42 de cada 100 euros de riqueza, mientras que el 50% más pobre se tiene que repartir 7 euros de cada 100”.
Detrás de la pandemia, ¿cómo quedarán estos datos? El dinero que promete la UE, ¿a quién irá a parar?
Tenemos que exigir una administración rigurosa, responsable, solidaria y comprometida de todas esas ayudas, sobre todo con los más empobrecidos y necesitados. ¿A qué nos suenan estas palabras? ¿Cuándo le haremos caso a Quién las practicó y enseño, que iba curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo, pidiendo tener hambre y sed de justicia?
NOTA.-Si en los países desarrollados pasa lo que pasa con la pandemia, ¿cuáles serán las consecuencias humanas, sociales, económicas y políticas de la misma en el Tercer Mundo? Si aquí hay trampas con las vacunas, qué no pasará allí?
Fuentes de información: Informes de Oxfam Intermón, BM, Datos Macro, ANALYTIKS, Eurostat, INE, Foro de Davos,
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Por sus inquietudes religiosas y su vocación de servicio, en 1986 ingresó al Seminario de los Salesianos de la localidad de Funes cerca de Rosario buscando ser “hermano coadjutor”. Allí se formó, pero cinco años después abandonó el Seminario no sin antes hacer un “voto de pobreza”
Cada día recorría en bicicleta el trayecto desde Ludueña hasta Las Flores por la avenida de Circunvalación. Una vez le preguntaron por qué no se compraba un auto o una moto. “No quieras cambiarme la política”, respondió. El Pocho se autodefinía como un “cristiano revolucionario”. Hablaba poco pero cuando lo hacía era preciso. En una ocasión dijo: “El trabajo nos hace ascender como personas, mientras que la falta de trabajo nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia”
| Jesús Herrero Estefanía en su blog Santoral Popular
Claudio Lepratti, más conocido como “Pocho”, era el mayor de seis hermanos. Había nacido en Concepción del Uruguay en 1966, pero decidió vivir en el barrio Ludueña donde durante años coordinó Talleres para niños y adolescentes y daba clases de teología en la escuela del padre Edgardo Montaldo. Según Edgardo: “La figura de Pocho es la de aquel que se entregó a la causa de los demás, se entregó a los adolescentes de Ludueña, los convocó a campamentos, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser solidarios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar nunca los brazos”.
Pero la historia de Claudio comienza mucho antes y, en sus 35 años de vida, estuvo llena de acciones liberadoras y relaciones entrañables.
Por sus inquietudes religiosas y su vocación de servicio, en 1986 ingresó al Seminario de los Salesianos de la localidad de Funes cerca de Rosario buscando ser “hermano coadjutor”. Allí se formó, pero cinco años después abandonó el Seminario no sin antes hacer un “voto de pobreza”.
En 1992 fue cuando se traslada al barrio de Ludeña y se dedica a conocer la realidad y a trabajar con organizaciones de base. Comienza a ayudar a los adolescentes humildes del barrio mientras participaba y promovía la formación de niños y jóvenes de barriadas en una Agrupación que bautizaron como: “La Vagancia”.
En esos años, creó y redactó una revista llamada “El Ángel de la Lata” mientras que coordinaba las labores de diversas Comunidades Eclesiales como el grupo “Desde el Pie”. Su incesante actividad incluía su cooperación con la Asociación Trabajadores del Estado de Rosario (ATE) y la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA).
Al tiempo Claudio militaba en la “Cocina Centralizada” de la ciudad de Rosario donde participó de la Carpa como uno de tantos trabajadores despedidos por sus actividades sindicales.
A partir de 1996 pasó a desempeñarse como “personal no docente” de Comedores Escolares en la Escuela 756 del barrio Las Flores, hasta el día en que lo asesinaron.
Cada día recorría en bicicleta el trayecto desde Ludueña hasta Las Flores por la avenida de Circunvalación. Una vez le preguntaron por qué no se compraba un auto o una moto. “No quieras cambiarme la política”, respondió. El Pocho se autodefinía como un “cristiano revolucionario”. Hablaba poco pero cuando lo hacía era preciso. En una ocasión dijo: “El trabajo nos hace ascender como personas, mientras que la falta de trabajo nos incita a la violencia, a la droga, a la delincuencia”.
Un año antes de ser asesinado, viajó a Brasil para participar de un Encuentro del CESEEP (Centro de Servicios de Evangelización y Educación Popular), en el que se encontró con algunas de importantes experiencias de organización y lucha popular de América Latina, por ejemplo, las desarrolladas por las Comunidades Eclesiales de Base de Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra, el Zapatismo de Chiapas en el sur de México, el Centro Memorial Martín L. King de Cuba y un centenar de militantes de base de otros países latinoamericanos.
Durante el mes de diciembre de 2001, policías venidos desde la ciudad de Arroyo Seco, acechaban el Centro donde trabajaba Claudio con la intención de detener a las personas que se encontraban en el lugar.
El 19 de diciembre, el Comedor estaba repleto de menores de edad comiendo. Los policías comenzaron a disparar hacia el interior. El Pocho se subió al techo del Comedor para defender que en el interior solo había niños y gritó a los policías: “¡Hijos de puta, bajen las armas que aquí solo hay pibes comiendo!”.
Tras ese grito, uno de los uniformados apuntó con una escopeta y Claudio murió al instante.
Desde ese día, las villas miseria de Rosario encontraron un claro referente humanizador inspirado en la fe cristiana cuyas horas de continuo trabajo se comparaban a las de las hormigas, a las que él mismo admiraba por su enorme capacidad y esfuerzo. Por ello, hoy pueden verse diversos graffitis que recuerdan la figura de una persona marcada por la solidaridad y la lucha por la desigualdad.
Para recordar la vida de Claudio Lepratti, León Gieco compuso la canción: “El ángel de la bicicleta”:
“Cambiamos ojos por cielo / sus palabras tan dulces, tan claras / cambiamos por truenos. Sacamos cuerpo, pusimos alas / y ahora vemos una bicicleta alada que viaja / por las esquinas del barrio, por calles / por las paredes de baños y cárceles /
¡Bajen las armas/que aquí solo hay pibes comiendo! /
Cambiamos fe por lágrimas / con qué libro se educó esta bestia / con saña y sin alma / Dejamos ir a un ángel / y nos queda esta mierda / que nos mata sin importarle / de dónde venimos, qué hacemos, qué pensamos / si somos obreros, curas o médicos /
¡Bajen las armas/que aquí solo hay pibes comiendo! /
Cambiamos buenas por malas / y al ángel de la bicicleta lo hicimos de lata / Felicidad por llanto / ni la vida ni la muerte se rinden / con sus cunas y sus cruces /
Voy a cubrir tu lucha más que con flores / Voy a cuidar de tu bondad más que con plegarias /
¡Bajen las armas/que aquí solo hay pibes comiendo! /
Cambiamos ojos por cielo / sus palabras tan dulces, tan claras / cambiamos por truenos /
Sacamos cuerpo, pusimos alas / y ahora vemos una bicicleta alada que viaja / por las esquinas del barrio, por calles / por las paredes de baños y cárceles /
¡Bajen las armas/que aquí solo hay pibes comiendo!”
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