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Discernir los riesgos de la rectitud aquí y ahora.

Lunes, 26 de septiembre de 2022
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05B9DD96-53E7-441B-A4F3-DC058E995295Hna. Tracey Horan

La publicación de hoy es de la colaboradora invitada Sr. Tracey Horan. Tracey es una Hermana de la Providencia de St. Mary-of-the-Woods, Indiana y es oriunda de Indianápolis, IN. Ha trabajado como maestra, organizadora comunitaria y defensora acompañando a comunidades de inmigrantes durante más de una década, y ha escrito sobre temas de justicia para la revista HOPE, Global Sisters Report, Messy Jesus Business y A Matter of Spirit.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Domingo 26 del Tiempo Ordinario se pueden encontrar haciendo clic aquí.

De vez en cuando, considero los pecados de la iglesia católica romana institucional: los momentos en que nuestras iglesias relegaron a las personas de color a los bancos más alejados o participaron en la esclavitud de los negros, la violencia de las Cruzadas y las formas en que los líderes de la iglesia han adoraban la riqueza, abusaban de su poder o defendían la intolerancia. Ciertamente, esta lista es larga e incluye también el maltrato a las personas LGBTQ.

Aun así, me atrevo a decir que cada vez que hubo exclusión, opresión o violencia pecaminosa, hubo también alguna expresión de oposición. Hubo hermanas, obispos y líderes laicos que dieron pasos hacia la integración racial mucho antes de que fuera ordenada por el gobierno. Hubo reformadores, como San Francisco de Asís, que vivieron una vida opuesta a la opulencia clerical. Hubo líderes del movimiento, como Dorothy Day y Dom Helder Camara, que asumieron causas para el cambio social incluso cuando los críticos los acusaron de ponerse del lado de los comunistas.

Cuando se trata de la inclusión LGBTQ, estoy eternamente agradecida por las hermanas de mi propia congregación que ofrecieron su presencia pastoral y acompañamiento a la comunidad gay mucho antes de que se considerara aceptable en muchos círculos católicos. Celebro a Hermanas como Marilyn Therese Lipps, que acompañaron a personas con VIH en la década de 1980, muchos de los cuales eran hombres homosexuales. Hoy disfruto un poco más de libertad para ser un aliado público gracias al coraje de personas como la hermana Marilyn.

Es más fácil reconocer a estos campeones de la verdad y los errores de sus oponentes en retrospectiva. Podemos mirar hacia atrás y celebrar con cierta claridad a aquellos que imaginamos que habrían sido “llevados por los ángeles al seno de Abraham”, como describe el Evangelio de hoy según Lucas. También podemos imaginar a sus oponentes revolcándose en alguna versión del “lugar de tormento”.

Discernir la acción en el momento presente, sin la ayuda de la retrospectiva, es más difícil. Para aquellos de nosotros criados para evitar romper las reglas o desobedecer la autoridad, podemos resonar con las súplicas del hombre rico. Podríamos estar de acuerdo con las advertencias del salmista de “asegurar la justicia para los oprimidos” o “liberar a los cautivos” si supiéramos con certeza que todo saldría bien al final. Parafraseando al hombre rico, queremos preguntar: “Abraham, ¿podrías levantarte de entre los muertos y dejarnos muy claro qué tipo de ‘arrepentimiento’ estás buscando exactamente? Ya sabes, antes de que nos volvamos locos y perdamos nuestros trabajos, amigos o fondos de jubilación”.

Tal incertidumbre sobre cómo resultarán las cosas es exactamente lo que hace que las acciones por la justicia sean proféticas. Corremos el riesgo de pagar un precio, y lo hacemos de todos modos. A veces, ese precio es obvio y público, como una persona que es arrestada por desobediencia civil en una protesta o pierde su trabajo cuando se declara homosexual en su lugar de trabajo. Sin embargo, más a menudo, el riesgo es más sutil. En la vida diaria, podemos correr el riesgo de cuestionar los comentarios homofóbicos de alguien cuando sería más fácil no decir nada. Podríamos arriesgarnos a saludar a alguien diferente a nosotros o sentarnos con ellos en el almuerzo. Podríamos arriesgarnos a recordarle a alguien nuestros pronombres preferidos cuando dejarlo pasar sería más seguro.

La verdad es que la gente no está ni en la categoría de “hombre rico” ni en la categoría de Lázaro. Cada uno de nosotros tiende a alternar entre los dos en un día determinado. Algunos días encontramos la energía y el valor para “seguir la justicia, la devoción, la fe, el amor, la paciencia y la mansedumbre”. Otros días, preferimos pasar frente a la injusticia en nuestra puerta, fingiendo que no la vimos. Si Abraham aparece de entre los muertos y nos reprende, podríamos reconsiderarlo. Pero, muy a menudo estamos cansados y estresados. Descansamos en complacencia, estirados en sofás, como observa Amos.

¿Cómo discernimos los riesgos a los que podríamos estar llamados a correr aquí y ahora? ¿Y cómo encontramos la energía y el coraje para actuar proféticamente? En mi experiencia, solo podemos romper el abismo entre nuestra complacencia y la búsqueda de la justicia cuando lo hacemos con los demás. Necesitamos rodearnos de salmistas que cantarán lo que es posible, profetas que nos recordarán los costos de nuestra inacción, partidarios del reino celestial que aparecerán para reprendernos amorosamente cuando nos desviemos.

Solo reuniendo a una comunidad tan querida e inclinándonos para escuchar la voz de Dios en nuestras vidas podemos discernir la justicia que estamos llamados a crear hoy, antes de que sea segura o popular. ¿Podría esa voz estar invitándonos a impulsar una mayor inclusión de las personas LGBTQ en la mesa eucarística? O tal vez podamos escuchar una voz suave y apacible que nos insta a unirnos a otros para oponernos a la discriminación contra las personas LGBTQ en las instituciones católicas. Tal vez sea hora de tener una conversación con nuestro liderazgo parroquial sobre unirse a las filas de las parroquias y comunidades de fe amigables con LGBTQ. Cada paso profético, cada carta, cada conversación, cada oración, importa. Como dijo la fundadora de mi comunidad, Santa Madre Theodore Guerin, puede que no vivamos para verlo, pero habremos sembrado la semilla. Y otros cosecharán lo que nosotros hemos sembrado.

—Sr. Tracey Horan, 25 de septiembre de 2022

Fuente New Ways Ministry

 

 

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Justicia

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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Dentro de Auschwitz

¿Cómo
hablar de Dios
después de Auschwitz?,
os preguntáis vosotros,
ahí, al otro lado del mar, en la abundancia.

¿Cómo
hablar de Dios
dentro de Auschwitz?,
se preguntan aquí los compañeros,
cargados de razón, de llanto y sangre,
metidos en la muerte
diaria
de millones…

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

-“Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. “

Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”

El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.”

El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”

Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

*

Lucas 16, 19-31

***

La experiencia de un camino de pobreza es un camino de liberación, de alegría y de entusiasmo -porque nos une íntimamente a Cristo-, y nos hace gustar de una manera imprevista la fuerza de la cruz, su capacidad de renovar hasta las situaciones más estancadas, aparentemente más irritantes por su inmovilismo.

El momento del descubrimiento de las páginas del evangelio supone, para todos, un poco de gusto, de atención, de compromiso con un mayor ejercicio de austeridad, de pobreza, de penitencia, de renuncia. Sin este esfuerzo, esas páginas se quedan como mudas; cuando se ha dado algún paso en este sentido, aunque sea simple, entonces las palabras de Jesús se vuelven actuales y resonantes, adquieren relieve y nos damos cuenta de que vivimos algo de la alegría y el entusiasmo de los Doce, que caminaban por los caminos de Palestina siguiendo a Jesús después de haberle dicho: «Pues bien, Maestro, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».

*

Carlo María Martini,
Diccionario espiritual: pequeña guía para el alma,
Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998.

***

***

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“Nuevo clasismo”. 26 Tiempo ordinario – C (Lucas 16,19-

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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26-TO-C-600x400Conocemos la parábola. Un rico despreocupado que «banquetea espléndidamente», ajeno al sufrimiento de los demás, y un pobre mendigo a quien «nadie da nada». Dos hombres distanciados por un abismo de egoísmo e insolidaridad que, según Jesús, puede hacerse definitivo, por toda la eternidad.

Adentrémonos algo en el pensamiento de Jesús. El rico de la parábola no es descrito como un explotador que oprime sin escrúpulos a sus siervos. No es ese su pecado. El rico es condenado sencillamente porque disfruta despreocupadamente de su riqueza sin acercarse al pobre Lázaro.

Esta es la convicción profunda de Jesús. Cuando la riqueza es «disfrute excluyente de la abundancia», no hace crecer a la persona, sino que la deshumaniza, pues la va haciendo indiferente e insolidaria ante la desgracia ajena.

El paro está haciendo surgir un nuevo clasismo entre nosotros. La clase de los que tenemos trabajo y la de los que no lo tienen. Los que podemos seguir aumentando nuestro bienestar y los que se están empobreciendo. Los que exigimos una retribución cada vez mayor y unos convenios cada vez más ventajosos y quienes ya no pueden «exigir» nada.

La parábola es un reto a nuestra vida satisfecha. ¿Podemos seguir organizando nuestras «cenas de fin de semana» y continuar disfrutando alegremente de nuestro bienestar cuando el fantasma de la pobreza está ya amenazando a muchos hogares?

Nuestro gran pecado es la indiferencia. El paro se ha convertido en algo tan «normal y cotidiano» que ya no escandaliza ni nos hiere tanto. Nos encerramos cada uno en «nuestra vida» y nos quedamos ciegos e insensibles ante la frustración, la crisis familiar, la inseguridad y la desesperación de estos hombres y mujeres.

El paro no es solo un fenómeno que refleja el fracaso de un sistema socioeconómico radicalmente injusto. El paro son personas concretas que ahora mismo necesitan la ayuda de quienes disfrutamos de la seguridad de un trabajo. Daremos pasos concretos de solidaridad si nos atrevemos a responder a estas preguntas: ¿necesitamos realmente todo lo que compramos? ¿Cuándo termina nuestra necesidad y cuándo comienzan nuestros caprichos? ¿Cómo podemos ayudar a los parados?

José Antonio Pagola

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“Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces”. Domingo 25 de septiembre de 2022. 26º Ordinario

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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51-ordinarioc26-cerezoLeído en Koinonia:

Amós 6, 1a. 4-7: Los disolutos encabezarán la cuerda de cautivos.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
1Timoteo 6, 11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Lucas 16, 19-31: Recibiste bienes y Lázaro males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.

El profeta Amós denuncia las injusticias de los poderosos que vivían en lujos y en banquetes y no se afligían por el desastre o ruina «de José». Esta es una denominación de las tribus del Norte (Israel). Tal indiferencia denota una vez más la ceguera de los que se sienten seguros, sin tener en cuenta las advertencias que les hacía el profeta. En el camino al exilio, estos notables irán al frente de los deportados. (No fueron los pobres los que fueron deportados, sino las élites de la clase media y alta).

Pablo exhorta a su amigo Timoteo a que permanezca siempre firme en su fe, en busca de la justicia, la piedad, la caridad. Teniendo en cuenta el llamado de atención que hace Pablo en el versículo 10, donde afirma que la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos, enseguida viene la otra exhortación al discípulo que huya de estas cosas y el llamado a vivir de los valores del Reino. Pablo invita a Timoteo a que conserve el mandato del Señor, a que se mantenga firme en su compromiso y busque siempre la vida eterna a la que ha sido llamado y a la que ha hecho profesión solemne delante de muchos testigos.

Leemos hoy una parábola del evangelio de Lucas. Se llamaba Lázaro (nombre derivado del hebreo el’azar que significa “Dios ayuda”), aunque en vida no gozó, al parecer, de la ayuda divina. Le tocó en desgracia ser mendigo, como a tantos millones de seres humanos hoy, estar postrado en el portal de la casa de un rico sin nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se le ha calificado de “epulón”, banqueteador.

Lázaro o “Dios ayuda” tenía en realidad pocas aspiraciones: se contentaba con llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico, las migajas de pan en las que los señores se limpiaban las manos a modo de servilletas. Pero ni siquiera esto pudo conseguirlo, pues nadie le hizo entrar a la sala del banquete. Para colmo, unos perros callejeros, animales considerados impuros y en estado semisalvaje, tan comunes en la antigüedad, se le acercaban para lamerle las llagas. Imposible mayor marginación: pobreza e impureza de la mano. Nada dice el evangelio de las creencias religiosas de este hombre, con razones sobradas para dudar seriamente de la reconocida compasión divina para con el pobre y el oprimido. Tal vez ni siquiera tuviese tiempo ni ganas de pararse a pensar en semejantes disquisiciones teológicas.

Tanto al rico como al pobre les llegó la hora de la muerte, a partir de la cual se cambiarían en el más allá las tornas, como pensaban los fariseos. Aunque, dicho sea de paso, con esto del “más allá”, quienes hacían de la religión baluarte de conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, tildada de “cristiana”, a la paciencia y al mantenimiento de situaciones injustas a los que las sufrían; en el más allá -se decía- Dios dará a cada uno su merecido. Aunque siempre cabe pensar: ¿y por qué no ya desde el más acá?

Para muchos predicadores, satisfechos con la imagen de un Dios que “premia a los buenos y castiga a los malos”, como el dios que profesaban los fariseos, la parábola terminaba en el más allá contemplando el triunfo del pobre y la caída del rico. Apenas se comentaba la última escena, clave importante para comprender su mensaje. De ser así, esta parábola sería una invitación a aceptar cada uno su situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no rebelarse contra la injusticia, a esperar un más allá en el que Dios arregle todos los desarreglos y desmesuras humanas. Entendido así, el mensaje evangélico se hermanaría con un conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden establecido, la injusticia humana y las clases sociales enfrentadas.

Pero esta parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente y va dirigida a los cinco hermanos del rico, que continuaban –después de la muerte de su hermano y de Lázaro– en la abundancia y el despilfarro. Por eso, el rico, alarmado por lo que espera a sus hermanos si siguen viviendo de espaldas a los pobres, pide a Abrahán que envíe a Lázaro a su casa, a sus hermanos, para que los prevenga, no sea que acaben en el mismo lugar de tormento. Para cambiar la situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que hace falta un milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo de quien conoce la dinámica del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia de la palabra profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de justicia, al amor e incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a la experiencia de cada uno.

Bien lo sabía el profeta Amós cuando amenazaba a los ricos que se acostaban en lechos de marfil, arrellanados en divanes y se daban a la gran vida entre comilonas, música, vino abundante y perfumes exquisitos, sin dolerse del sufrimiento de los pobres (Am 6,1a.4-7). Aquellos fingían devoción a Dios y veneración hacia la ciudad santa y el templo, creyendo de este modo contentar a Dios y quedar justificados. Pero el verdadero Dios no es amigo de una religión que separa el culto de la vida, el incienso de la práctica del amor al prójimo. Este Dios, según el libro del Deuteronomio, comparte suerte con el pobre, el huérfano, la viuda y el extranjero; con todos aquellos a quienes los poderosos les han arrebatado el derecho a una vida vivida con dignidad.

La parábola no puede tener más actualidad en este año 2016, año en que las estadísticas dicen que va a producirse un fenómeno estadístico importante: el 1% más rico de la población del mundo va a superar su propio récord patrimonial, que estaba en el 49% de la riqueza del mundo, y va a pasar a ser el 50%; ya se han hecho con la riqueza de medio mundo. El actual sistema mundial privilegia la desigualdad. El mundo actual no es bueno para los muchos Lázaros. Leer más…

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Dom 25.9.22 Un rico (epulón) sin nombre y un mendigo llamado Lázaro (Lc 16, 19-31)

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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20190110-Dios-o-el-dinero-mockup-final.1jpgDel blog de Xavier Pikaza:

Ésta es la “historia” famosa de un rico sin nombre (un epulón), que comía y gastaba sin preocuparse de nadie, mientras moría a su puerta de hambre y de llagas un mendigo llamado Lázaro. Pero el rico también murió y entonces se vio  lo que eran sus vidas.

Es una historia contada desde antiguo en Egipto, y el evangelio de Lucas la recoge en un contexto judeo-cristiano con Abraham como “símbolo del cielo donde reciben a Lázaro el pobre. Fuera de ese cielo queda el infierno egoista de aquellos que se queman en el fuego destructor de su avaricia  

Este “drama” no habla de lo que pasará después, sino de lo que está pasando ahora, en este mismo mundo, con un rico encerrado en sus placeres y un pobre que muere como perro (con un perro amigo) a la puerta de la casa rica. Éste es un cuento popular, enigmático y fuerte que puede y debe sacudir nuestra conciencia satisfecha.

Tenemos que abrir la puerta de la casa rica donde tendemos a encerrarnos (tanto en la iglesia como en la vida social), para que entre en ella el aire nuevo de la vida, de la calle. De lo contrario nos condenamos al fuego sin fin de nuestro propio infierno.

He comentado este texto en Dios o el Dinero. Lo han  estudiado tambien, además ce comentaristad de Lucas, autores tan signivicativos como  Wim Weren y Benedicto XVI

c 16, 19-33. Un drama en dos escenas y con desenlace y moraleja

(a. Primera escena. Ante la casa de un rico). Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino finísimo, y celebraba cada día banquetes espléndidos. Y cierto pobre, llamado Lázaro, estaba echado a su puerta, lleno de llagas, y deseaba saciarse con las migajas que caían de la mesa del rico, pero no podía; y los perros venían y le lamían las llagas.

(b. Cambio de suertes). Aconteció que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico, y fue sepultado. Y estando en el Hades, sufriendo entre tormentos, alzó sus ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.

(c. Segunda escena: Entre el seno de Abraham y el fuego que consume al rico) Entonces el rico, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro, a fin de que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.

 Pero Abraham dijo: Hijo, acuérdate que durante tu vida recibiste tus bienes; y de igual manera Lázaro, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado. Además de todo esto, un gran abismo existe entre nosotros y vosotros, para que los que quieran pasar de aquí a vosotros no puedan, ni de allá puedan cruzar para acá.

 Pero el hombre rico dijo: Si es así, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre (pues tengo cinco hermanos), de manera que les advierta a ellos, para que no vengan también a este lugar de tormentos.

(d. Desenlace: Sentencia de Abraham). Pero Abraham dijo: Tienen a Moisés y a los profetas. Que les escuchen a ellos. Entonces él dijo: No, padre Abraham; pero si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Pero Abraham le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán si alguno se levanta de entre los muertos (Lc 16, 19-31).

La primera escena

sucede en el entorno de la casa del rico, durante el tiempo de su vida y de la vida de Lázaro, el mendigo. El rico epulón (=hombre de épulas o banquetes)el rico se vestía de púrpura y lino finísimo, y celebraba banquetes suntuosos cada día, mientras el mendigo se hallaba cubierto de harapos,y deseando saciar su hambre con las sobras que cayeran al suelo de la mesa del rico. Está fuera de la puerta de la casa rica, rodeado por los perros de la calle, sin que nadie de la casa rica le mire ni ayude.
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La segunda escena 

Ofrece un cambio de perspectiva, pues ambos hombres mueren, y en este contexto se menciona primero a Lázaro, que descansa en el seno de Abrahán, y luego a Epulón, que fue enterrado sufiendo en un lugar de fuego y tormentos, conforme al tema conocido de la inversión de situaciones que aparece en los cuentos de oriente y en también en la Biblia (Canto de Ana, 1Sam 2, y canto de María (Lc 1).

             En el momento anterior, ambos se hallaban muy cerca, el pobre a la puerta del rico…, el rico a unos metros del pobre (a quien jamás había mirado ni ayudado), pero ahora les separa un gran abismo, de manera que no pueden hablar entre sí. El pobre goza, el rico sufre, y pide ayuda a Abrahán, para que Lázaro acuda  y le ayude, al menos con un poco de agua. Pero esa ayuda es ya imposible, pues las situaciones se han invertido, conforme a la lógica del juicio, según dice Abraham a Epulón: “Hijo, acuérdate de que durante tu vida recibiste bienes; y Lázaro, en cambio, males. Pero ahora él es consolado aquí, y tú eres atormentado”. Epulón había tenido toda la vida para relacionarse con Lázaro, pero ahora es ya tarde.

Ésta es verdad: el  Epulón, que ha tenido a Lázaro a su puerta, sin verle ni ayudarle, se ha condenado a sí mismo. Podía haberle mirado y ayudado mientras estaban tan ceerca (como quería el pobre, con hambre de migajas de la mesa del rico), pero no le ha visto (no ha querido verle). No le ha hecho ningún daño positivo, pero le ha ignorado, e ignorarle ha sido matarle, En esa línea, lógicamente, el tema de la conversación de Abrahán con este pulón, no es lo que puede hacerse tras la muerte (¡nada!), sino lo que debe hacere antes de ella.

Epulón no quiso mirar a Lázaro, ni darle las migajas de su mesa, a diferencia de los perros misericordiosos que lamían sus llagas. Se había cerrado en sí mismo y en sus bienes, y así queda para siempre, encerrado en el fuego destructor de su egoísmo.

Este es la verdad inexorable (la mentira) de epulón que ni Lázaro, el bienaventurado, ni Abraham, el padre, pueden ya remediarle, pues incluso la aparición de un muerto es capaz para cambiar al egoísta.

Desenlace:

La moraleja de este crama del relato no es que los pobres del mundo queden sin más como están, esperando la gloria futura del seno de Abraham, sino que los ricos epulones se conviertan, para ayudar a los pobres, abriendo así una puerta de contacto y comunicación entre la casa rica y la calle abandonada de los pobres.  Esta parábola quiere Que los ricos abran la puerta de su casa y de sus bienes para los pobres, pues sólo acogiendo a los pobres pueden ellos salvarse

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Lujo y miseria. Domingo 26 Ciclo C

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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imageDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

Una parábola inspirada en una denuncia profética (Amós 6,1a.4-7)

            La parábola del rico y Lázaro, exclusiva del evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de mes o incluso pasa hambre.

Esto dice el Señor todopoderoso:

¡Ay de los que se fían de Sión, confían en el monte de Samaria! Os acostáis en lechos de marfil, os arrellanáis en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José. Por eso irán al destierro, a la cabeza de los cautivos. Se acabó la orgía de los disolutos.

            El profeta se dirige a la clase alta de las dos capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma lujosa de vida. El lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con lechos y divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en el suelo; a la comida, a base de carne de carnero y de ternera, cuando los pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a la bebida en copas refinadas o de gran tamaño (el término hebreo puede interpretarse de ambos modos); a los perfumes carísimos, mientras los pobres sólo huelen a sudor.

            Y esta gente que se permite toda clase de lujos “no se duele del desastre de José”. José no es una persona concreta sino todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus tribus principales eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José.

            Lo que dice el profeta es que esa gente que vive con toda clase de lujos no se preocupa lo más mínimo del sufrimiento de millones de personas que lo pasan mal. Como castigo, les anuncia la invasión de un ejército extranjero que pondrá fin a sus orgías y los deportará.

El rico comilón (Epulón) y el pobre Lázaro (Lucas 16,19-31)

La parábola de Lucas, inspirada inicialmente en el texto de Amós, podemos dividirla en tres partes.

El rico y el pobre (vv.19-21).

Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

A Lucas le gusta presentar parejas de personajes antagónicos: Marta y María, los dos hermanos, el rico y su administrador injusto… Aquí elige un rico y un pobre. Del rico no dice el nombre, solo menciona su forma de vestir y su excelente comida. Se viste de púrpura y lino, tejidos valiosos, que se usan para los ornamentos sacerdotales (Ex 28,5). Su excelente comida le ha valido en España el nombre de Epulón, basado en la palabra epulabatur de la traducción latina.

Del pobre, en cambio, comienza dando su nombre, Lázaro, cosa atípica en las parábolas, que no dan nombre a los protagonistas. Lázaro significa «Dios ayuda», nombre que resulta irónico, porque Dios no parece ayudarlo. Su vestido son llagas que le cubren el cuerpo y lamen los perros. Comida no tiene. Desearía llenarse el vientre con los trozos de pan que se utilizaban para empapar en el plato y para limpiarse las manos, que luego se arrojaban bajo la mesa (J. Jeremias). La expresión «deseaba saciarse» recuerda al hijo pródigo en su época de hambre, pero este tuvo la posibilidad de buscar solución, volviendo a la casa paterna. El pobre está tirado a la puerta del rico, casi sin poder moverse.

Muerte y sepultura (v.22).

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham.  Se murió también el rico, y lo enterraron.

Cosa nada extraña en un cuento, parece que los dos mueren el mismo día. Desde ese momento cambia su suerte. El pobre es llevado por los ángeles al seno de Abrahán, idea que no encuentra paralelo en la literatura bíblica, pero que expresa muy bien el excelente trato recibido por el pobre. Del rico se dice escuetamente que «fue sepultado». El autor del libro de Job habría descrito un cortejo fúnebre solemne: «Lo conducen al sepulcro, se hace guardia junto al mausoleo… Después de él marcha todo el mundo, y antes de él incontables» (Job 21,32-34). La parábola no menciona tanta pompa, ni siquiera un solo acompañante; solo dice que lo sepultaron, se hundió en la tierra, no en el seno de Abrahán.

El rico, Lázaro y Abrahán (vv.23-31).

Los protagonistas son el rico y Abrahán. Lázaro no dice nada, se limita a pasarlo bien. Después de enterrarlo, el rico se encuentra en el Hades, término griego que designa originariamente al Dios del mundo subterráneo y, más tarde, a dicho mundo, un lugar de tormento, en el que las llamas provocan una sed terrible. Aunque ese espacio está separado del seno de Abrahán por un abismo infranqueable, se puede ver al patriarca y dialogar con él. Esto da lugar a un largo diálogo entre ellos, con tres peticiones del rico y las consiguientes repuestas del patriarca.

Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó.

        Primera petición (24-26)

“Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.”

Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.

Lo que pide no puede ser menos: una gota de agua en la punta de un dedo de Lázaro, para apagar la sed. Abrahán comienza su respuesta en el mismo tono cariñoso. El rico lo ha llamado «padre» y él lo llama «hijo». Pero no le concede lo que pide, aduciendo dos argumentos. 1) La suerte se ha invertido: el que tenía todo lo bueno en esta vida, se ve ahora atormentado; el que solo tuvo males, ahora es consolado. Que el pobre reciba su premio después de haber sufrido tanto en esta vida es fácil de aceptar. En cambio, el castigo del rico es tan terrible que algún pecado debe haber cometido. En esta línea, lo que más debe intranquilizarnos (porque la parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un explotador ni un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus obreros ni que se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la parábola es su forma exquisita de vestir y de comer, sin fijarse en el pobre que está tendido a su puerta. Es la injusticia indirecta causada por el egoísmo. 2) Entre nosotros y vosotros existe un abismo infranqueable. La idea coincide con la del libro etiópico de Henoc, que habla de un abismo entre la región donde termina la gran tierra y un lugar desierto y terrible.

Segunda petición (v.27)

El rico insistió: Te ruego entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.

Abrahán le dice: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.

El rico no ceja y plantea un deseo muy distinto, que a él no le beneficia en nada, pero sí a su familia. De nuevo sería Lázaro quien debería actuar, presentándose ante los cinco hermanos para darles un testimonio e impedir que vengan a este lugar de tormento. La respuesta de Abrahán es breve y seca: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». No es fácil imaginar a cinco millonarios consultando la Biblia. ¿Qué espera el patriarca que saquen de su lectura? El mensaje social de la legislación del Pentateuco (Moisés) y de profetas como Amós, Isaías, Miqueas… es de una fuerza enorme. Si el lector no lo sabe, el rico lo ha captado de inmediato.

Tercera petición (vv.30-31)

El rico contestó: No, padre Abrahán. Pero si un muerte va a verlos, se arrepentirán.

Abrahán le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.

Lo que pretende el rico es la conversión de sus hermanos. Y esto se consigue mejor con la aparición de un muerto (Lázaro) que con mucha lectura. La respuesta de Abrahán niega que incluso el mayor milagro, la resurrección de un muerto, sirva de algo si no existe la actitud de escuchar a Dios. El v.31 recuerda lo ocurrido con otro Lázaro, el hermano de Marta y María. Después de su resurrección, muchos judíos creyeron en Jesús; pero algunos contaron a los fariseos lo que había hecho, y se decidió su condena a muerte (Jn 11,45-48). Y las comunidades cristianas, al escuchar este cuento, refrendarían que tampoco la resurrección de Jesús consiguió convencer a quienes se negaban a creer en él.

El cambio que introduce la parábola.

Mientras Amós piensa que el castigo ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas.

       En el Magnificat, María pronuncia unas palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un cinismo blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. A la luz de la parábola del rico y Lázaro queda claro cuándo tendrá lugar esa revolución.

          Lo mismo afirma el comienzo del Discurso en la llanura, que contrasta la situación presente (ahora) con la futura. “Dichosos los pobres, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre, porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc 6,20-25).

¿Dos textos trasnochados?

            Tanto Amós como Jesús viven en una sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer Mundo). Entonces no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas manos, mientras la mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras. Aplicar la parábola a los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes industriales, artistas de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la conciencia tranquila a los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente mejores que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil resistir su mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios.

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Domingo XXVI del Tiempo Ordinario. 25 septiembre, 2022

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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“-Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.”

(Lc 16, 19-31)

“…manda a Lázaro…” Incluso estando en el mismísimo infierno este rico sigue sintiéndose superior a Lázaro y sin ningún reparo reclama que le sirva.

Y ese debe ser precisamente el infierno: pensar que las demás personas están para satisfacer mis propias necesidades y las de mi gente. Ver a la otra persona “de segunda clase”, inferior ya sea por su condición económica, social, por sus capacidades diferentes o por su orientación sexual…

Siempre podemos encontrar un motivo, una justificación para desplegar nuestras ansias de dominio. Nuestro lado más oscuro y dejar de ver en la otra persona a alguien exactamente igual que yo.

Ese es el problema de la riqueza en cualquier aspecto de la vida. En cuanto nos sentimos “ricos”, nos creemos “mejores” y se estropea la comunión de la que deberíamos ser imagen.

La violencia que sacude nuestro mundo nace de la rivalidad. Nace cuando nuestra mirada se enferma y vemos a las demás personas como “mejores” o “peores” que nosotras mismas. Cuando en lugar de colocarnos “al lado” de las demás nos inventamos toda una jerarquía de valores o virtudes que nos hacen olvidar el gran valor de la dignidad humana que TODA personas posee porque le ha sido dada.

Las primeras páginas del Génesis nos advierten de este peligro, Dios le dice a Caín: “-¿Por qué te enfureces? ¿Por qué andas cabizbajo? Si obraras bien, llevarías bien alta la cabeza; pero si obras mal, el pecado acecha a tu puerta y te acosa, aunque tú puedes dominarlo.” (Gn 4, 6-7)

Si el pecado original daña la relación de la humanidad con Dios al querer ocupar su lugar, este segundo pecado nos llama la atención sobre aquello que daña las relaciones humanas.

En el fondo los dos pecados son muy similares. Ambos tienen que ver con el ansia de poder y dominio que llevamos en el corazón: la envidia, la codicia, el egoísmo… Todo aquello que nos hace creer que los demás son rivales, enemigos. Todo aquello que nos hace olvidar que somos comunión y nos necesitamos, y es precisamente en nuestras buenas relaciones donde crecemos y nos asemejamos a Dios Trinidad.

Oración

Haznos reconocer, Trinidad Santa, el valor de nuestra propia dignidad para que desde la humildad que da ese conocimiento nos abramos a la dignidad de las demás.

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Siempre habrá un Lázaro a tu puerta

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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Lc 16,19-31

Por última vez, después de una insistencia machacona, nos habla Lucas de la riqueza. Yo también tengo claro que en materia de riqueza no haremos caso ni aunque resucite un muerto. La parábola va dirigida a los fariseos. Acaba de decir el evangelista: “Oyeron esto (no podéis servir a dos amos) los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él”. Jesús apoyándose en las creencias que ellos aceptaban, quiere hacerles ver que, si de verdad creyeran lo que predican, no estarían tan pegados a las riquezas.

Esta parábola es clave para entender algo de lo que nos dice el evangelio sobre las riquezas. No se puede hablar de ellas en abstracto y la parábola nos obliga a pisar tierra. El rico no tiene en cuenta al pobre y sin esa toma de conciencia nada tiene sentido. Lo único negativo de la parábola es que, mal interpretada, nos ha permitido utilizarla como opio. Aguanta un poco, hombre, que aunque te parezca que el rico disfruta, espera al más allá y le verás freírse en el infierno, mientras tú encontrarás la dicha más completa.

Esta parábola nos dice lo mismo que (Mt 25,34-46) “Porque tuve hambre y no me disteis  de comer, tuve sed y no me disteis de beber.” Las dos hay que entenderlas dentro de una visión mitológica del más allá: premio y el castigo como solución de las injusticias del más acá. Utilizar estos textos para seguir hablando de un premio para los pobres y un castigo para los ricos en el más allá no tiene sentido alguno; a no ser que se busque la resignación de los pobres para que los ricos puedan seguir disfrutando de sus privilegios.

Para comprender por qué el rico, que comía y vestía de lo suyo, es lanzado al “hades”, debemos explicar el concepto de rico y pobre en la Biblia. Para nosotros “rico” y “pobre” son conceptos que hacen referencia a una situación social. Rico es el que tiene más de lo necesario para vivir y puede acumular bienes. Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir y pasa necesidades vitales. En el AT la perspectiva es siempre religiosa. Fueron los profetas, empezando por Amós, los que levantaron la liebre y denunciaron la maldad de la riqueza. Su razonamiento es simple: la riqueza se amasa siempre a costa del pobre.

Pobres en el AT, sobre todo a partir del destierro, eran aquellos que no tenían otro valedor que Dios. Se trataba de los desheredados de este mundo que no tenía nada en qué apoyar su existencia; no tenían a nadie en quien confiar, pero seguían confiando en Dios. Esta confianza era lo que les hacía agradables a Dios, que no les podía fallar (Lázaro, Eleazar -´El ´azar en hebreo- significa Dios ayuda). No existe en el AT concepto puramente sociológico de rico y pobre, nada se podía desligar del aspecto religioso.

Ahora comprenderéis por qué el evangelio da por supuesto que las riquezas son malas sin más matizaciones. No se dice que fueran adquiridas injustamente ni que el rico hiciera mal uso de ellas, simplemente las utilizaba a su antojo. Si Lázaro no hubiera estado a la puerta, no habría nada que objetar. Pero es precisamente el pobre el que, con su sola presencia, llena de maldad el lujo y los banquetes del rico. Tampoco Lázaro se propone como ejemplo moral de pobre, sino como contrapunto a la opulencia del rico.

No es fácil comprender el mensaje del evangelio, basta ver el comportamiento de Jesús. Jesús manifiesta una predilección por todos los que necesitaban liberación, entre ellos los pobres; pero también admitió la visita de Nicodemo, era amigo de Lázaro, aceptó la invitación de Mateo, acogió con simpatía a Zaqueo, fue a comer a casa de un fariseo rico, etc. No es fácil descubrir las motivaciones profundas de la manera de actuar de Jesús. Jesús descubrió que la riqueza acumulada, y no compartida, impide entrar en el Reino. Pero su actitud no fue excluyente, sino abierta y de acogida para los ricos.

El mensaje del evangelio no pretende solucionar un problema social sino denunciar una falsa actitud religiosa. El evangelio está a años luz del capitalismo, pero también del comunismo. Jesús predica el “Reino de Dios”, que consiste en hacer a todos los hombres hermanos. La diferencia es sutil, pero sustancial. El comunismo reparte los bienes, pero mantiene al pobre en su pobreza para seguir justificándose. Jesús propone compartir como fruto del amor. La consecuencia sería la misma, que los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo, pero la actitud humanizaría tanto al rico como al pobre.

Seguramente que el rico de hoy hacía favores e invitaría a comer a sus hermanos y a los amigos ricos como él. Esa actitud no garantiza humanidad alguna. El amor cristiano solo está garantizado cuando hago algo por aquel que no va a poder pagármelo. El amor que pide Jesús nunca se puede desligar de la compasión. Amor sin compasión es interés. Un niño no tiene compasión por su madre, por eso lo que siente por ella no es “amor” sino interés. La mayoría de las relaciones que calificamos de amor, no son más que egoísmo.

Ahora podemos entender por qué la incapacidad de cada uno para solucionar el hambre del mundo no es excusa para no hacer nada. Nuestra pasividad demuestra que la religión no es más que una tapadera que intenta sumar seguridad espiritual a las seguridades materiales. Jesús no está pidiendo que soluciones el hambre del mundo, sino que salgas de tu error al confiar en la riqueza. No se te pide que salves el mundo, sino que te salves tú. Si los ricos dejásemos de acaparar bienes, inmediatamente llegarían a los pobres.

Me daría por satisfecho si todos nosotros saliéramos de aquí convencidos de que la pobreza no es un problema que alguien tiene que solucionar, sino un escándalo en el que todos participa­mos y del que tenemos la obligación de salir. No es suficiente que aceptemos teóricamente el planteamiento y nos dediquemos a superar las injusticias que se están cometiendo hoy en el mundo. Debemos descubrir que aunque yo esté dentro de la legalidad cuando acumulo bienes materiales, eso no garantiza que sea lo correcto.

No basta despojar a los ricos de su riqueza, porque los ahora pobres ocuparían su lugar. Eso ha pasado en todas las revoluciones sociales. La única solución pasa por superar todo egoísmo para hacer un mundo de hermanos. Es verdad que los ricos no se consideran hermanos de los pobres, pero tampoco los pobres se consideran hermanos de los ricos. El evangelio va mucho más allá de la solución de unas desigualdades sociales, pero también esas injusticias quedarían superadas con un verdadero amor-compasión.

No podemos desarrollar una auténtica religiosidad sin tener en cuenta al pobre. Nuestra religión, olvidando el evangelio, ha desarrollado un individualismo absoluto. Lo que cada uno debe procurar es una relación intachable con Dios. La moral católica está encaminada a perfeccionar esta relación con Él. Pecado es ofender a Dios y punto. El evangelio nos dice que el único pecado que existe es olvidarse del que me necesita. Mi grado de acercamiento a Dios es el grado de acercamiento al otro. Lo demás es idolatría.

Meditación-contemplación

Satisfacer las necesidades biológicas no es malo, pero es insuficiente.
Solo las exigencias de tu verdadero ser te llevarán a la plenitud.
No debes renunciar a nada sino elegir lo mejor para ti, aquí y ahora.
Dios te está dando siempre una posibilidad de plenitud.
No desarrollar esa potencialidad es la verdadera condenación.
Tú solito estás malogrado tu existencia.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Munárriz

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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Lc 16, 19-31

«No harán caso, aunque resucite un muerto»

Jesús siente un gran recelo hacia el dinero y así lo expresa en multitud de ocasiones. Llama bienaventurados a los pobres, alerta sobre la dificultad de los ricos para entrar en el Reino, considera necio al hombre de la parábola ufano de su riqueza que esa noche iba a morir, se entristece cuando el “joven rico” renuncia a seguirle porque tenía muchos bienes… y, en la parábola de hoy, nos muestra hasta qué punto se puede endurecer el corazón de un hombre por causa de su riqueza.

El dinero no es algo marginal en el evangelio, algo que se menciona de pasada, sino una línea clara y recurrente dentro del mensaje global y la concepción del Reino. Algo que nos interpela de manera especial, porque vivimos en una sociedad de ricos en la que el dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en el fin por excelencia de nuestra vida. Y cuando esto sucede, el dinero se convierte en amo, en el peor amo que podemos tener, porque nos esclaviza, socava nuestra humanidad y nos arrebata la capacidad de compadecer, de ayudar, de perdonar, de servir…

La expresión que usa Jesús para alertarnos de la trampa mortal que encierra el dinero, es una de esas exageraciones geniales que emplea para hacer especial énfasis en algo importante: «No harán caso, aunque resucite un muerto» … Dicho de otro modo: “Si caéis en esa trampa, no tenéis salvación”.

Quizá convenga hacer un breve inciso sobre su expresión «bienaventurados los pobres»,porque puede ser malinterpretada. Jesús no llama bienaventurados a los míseros, e incluso en la versión de Mateo se matiza el término para referirlo a los “pobres de espíritu”. Es de suponer que se refiere a quienes no se dejan dominar por la ambición ni permiten que el dinero les esclavice; a quienes se conforman con lo que tienen y lo comparten con los que no tienen; a quienes se acostumbran a vivir con poco… es decir, a quienes son capaces de convertir el dinero en un talento para la construcción del Reino.

Y esta es una pauta excelente para establecer nuestra relación con el dinero, hasta el punto, que Jesús nos dice que seremos mucho más dichosos si la seguimos (lo cual es además muy razonable porque su seguimiento nos humaniza y nos mueve a caminar por la vida ligeros de equipaje).

Pero siendo realistas, en este mundo el dinero es necesario no solo para vivir el día a día, sino también para prevenir el futuro ante las infinitas incertidumbres que presenta la sociedad actual. Por eso la parábola de hoy resulta especialmente oportuna para nosotros los ricos, pues nos alerta del riesgo de que el permanente contacto con el dinero acabe endureciendo nuestro corazón, y nos invita a reflexionar sobre el efecto que está teniendo en cada uno de nosotros. Por fortuna se trata de una reflexión muy sencilla, pues basta con preguntarse hasta qué punto hemos perdido la capacidad de compromiso ante el cúmulo de desgracias ajenas que cada día asaltan nuestras vidas.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

 Fuente Fe Adulta

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La riqueza, rival de Dios.

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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DOMINGO 26º T.O. (C)

Conviene recordar que Jesús en el evangelio de Lucas es, ante todo, el salvador, el que vino para librar al mundo de sus males. El mundo son todos los hombres y mujeres, el pueblo de Dios, todos los pueblos. No hay un pueblo “elegido” con privilegios, todos son objeto de su amor. El aspecto de Dios que prevalece en la obra de Jesús es el de la misericordia. Jesús muestra predilección por los más necesitados: los pobres, los pecadores, los enfermos, los descartados, las mujeres, los niños. Lucas presta especial atención a la fuerza del Espíritu Ruah en el acontecimiento cristiano, en el tiempo de Jesús y en el tiempo de los/las apóstoles. El Espíritu es la fuerza que hace posible el evangelio en el mundo.

Lucas insiste en las actitudes del discípulo/a: amor del prójimo en vez de observancia formalista de la Ley; el prójimo no es un concepto legal sino una relación que se crea, que se construye; esta actitud es la central y su realización concreta se llama servicio. Amor y servicio son la única grandeza y la única autoridad en un Reino en el que no existen tradiciones ni reglas de vida (a propósito de la pregunta que los fariseos hacen a Jesús sobre el ayuno y la comparación que él les pone del vino nuevo); a través del amor y el servicio el/la discípulo/a entra en una nueva relación con Dios llamándole Abbá, dirigiéndose a Él/Ella con plena confianza.

Pero dos obstáculos hacen imposible esa relación con Dios, en este texto del evangelio que sólo narra Lucas: la conciencia pagada de sí misma y la riqueza, rival de Dios y, por tanto, injusta, tentación constante que hace al ser humano sordo a la voz de Dios. Al discípulo/a se le exige la renuncia al dinero; eso le dará la verdadera felicidad.

En la primera lectura del libro de Amós (6,1a. 4-7), el profeta denuncia las falsas seguridades de quienes se hacen ídolos de sus creencias: riqueza, dominación, poder, mentira, soberbia, egoísmo, en definitiva, cualquier tipo de opresión. Concienciar de la servidumbre es comienzo de salvación. Ante la creciente brecha de desigualdad entre ricos y pobres, cabría preguntarse, ¿vivimos el servicio a los demás o nos aferramos a nuestras servidumbres?

El evangelio no deja para el más allá la solución de la pobreza y de la miseria, ya que al rico Epulón lo “condena” al castigo eterno, teniendo en cuenta el lenguaje mítico semita que utilizan los evangelios. Si bien Jesús manifiesta predilección por todos los que necesitaban liberación, su actitud no fue excluyente ni condenatoria sino abierta y de acogida con todos.

Jesús se dirige a los fariseos y les cuestiona lo que predican. Poco antes de este relato, les lanza una frase lapidaria: “No podéis servir a Dios y al dinero” (16,13), dirigida a todo aquel que vive esclavo de sus riquezas. Es la riqueza acumulada y no compartida la que impide entrar en la dinámica del Reino.

El texto describe a dos personajes destacando el fuerte contraste entre ambos. En ningún momento se dice que el rico haya provocado la miseria del pobre y se encuentre en esa penosa situación por su culpa. Lo escandaloso es que ni siquiera se ha dado cuenta de su presencia; mientras él banquetea diariamente, el pobre, junto a su puerta, no tiene nada que llevarse a la boca. Vive cómodamente rodeado de su  bienestar, ignorando la vida de quien está a su lado. Su actitud es inhumana por su insensibilidad, por su indiferencia. En palabras del evangelio, por poseer un “corazón de piedra”.

También nosotros, hoy. Vivimos tan inmersos en nuestras comodidades, en nuestras seguridades, tal vez en nuestro hedonismo, que no queremos ver la miseria de nuestro mundo. El relato intenta sacudir la conciencia de quienes nos hemos acostumbrado a vivir en la abundancia teniendo a nuestro lado países y pueblos enteros viviendo en la más absoluta miseria. Una sociedad del bienestar que se ve incapaz de frenar la injusticia social mundial. Que nos permite vivir con la conciencia resignada pensando que la culpa es de todos, países ricos, imperialismos capitalistas, comunistas, totalitarismos nacionalistas, y de nadie en particular. Dos ejemplos:

La ONU muestra un mapa de la pobreza global más allá del dinero. 1.300 millones de personas son pobres en todos los sentidos de la palabra porque no tienen apenas ingresos o carecen de acceso a agua potable, alimentos suficientes o electricidad. El 10% de la población mundial, 736 millones de personas, sobreviven cada día con menos de 1,90 dólares. Son extremadamente pobres… económicamente. Aunque estar por encima de este nivel de ingresos no asegura tener una vida digna.

Manos Unidas alerta: 274 millones de personas necesitarán ayuda humanitaria este 2022.

En todo caso, el evangelio no pretende solucionar un problema social sino denunciar una falsa e hipócrita actitud religiosa. El Reino que Jesús predica consiste en hacer de la humanidad una comunidad de hermanos. Nos invita a compartir los alimentos, los recursos, suficientes para todos, y convivir como hermanos, no como rivales o competidores. Los ricos dejarían de acaparar y los pobres dejarían de serlo. Todos creceríamos en humanidad. En el fondo, pobreza e injusticia es una realidad en la que todos participamos. Lo que se nos pide es romper la indiferencia, no poner excusas ante la incapacidad de unos y otros, estar atentos a las “llagas de nuestro mundo” permaneciendo activos ante el sufrimiento, descubrir y levantar a los Lázaros “de la puerta de al lado”, vivir el amor-compasión que Jesús practica entre los necesitados.

Y todo ello, sin pedir nada a cambio. Esa es la salvación que me hace más humana y más divina, que me religa con el Dios de Jesús. La medida de amor-servicio a los hermanos me abre, pues, a esa relación única, íntima con Dios. Todo lo demás son cálculos interesados.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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La indiferencia crea abismos.

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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7ABB9DEE-5F84-428C-AFF8-B5531C67FF7FDomingo XXVI del Tiempo Ordinario

25 septiembre 2022

Lc 16, 19-31

Si la compasión -capacidad de vibrar con el otro, ponerse en su piel, ver las cosas desde su perspectiva, desear su bien y ofrecerle ayuda eficaz- es el “alma” de la sabiduría y el test que verifica la autenticidad espiritual, su opuesto es la indiferencia.

De entrada, la indiferencia es un mecanismo de defensa para evitar ser removidos por las situaciones que ocurren a nuestro alrededor. De ese modo, podemos permanecer en nuestra zona de confort, sin cuestionamientos ni responsabilidad, porque “ojos que no ven, corazón que no siente”.

En un nivel más profundo, la indiferencia es expresión de egocentrismo y narcisismo, que nos mantienen girando como peonzas en torno al yo y a sus intereses, sin ni siquiera advertir lo que sucede junto a nosotros.

Y más hondamente aún, la indiferencia es hija de la ignorancia. Vivimos egocentrados porque somos ignorantes que ponen su identidad en el yo, con lo cual, vivimos identificados con lo que no somos y desconectados de lo que realmente somos.

Tal actitud aporta “beneficios” -como todo aquello que mantenemos, ya que, de otro modo, la modificaríamos-, en tanto en cuanto logremos ir “compensando”, en el día a día, nuestras carencias y malestares. Metidos en nuestra burbuja egoica, vamos tratando de sobrevivir con el menor malestar posible, sin ningún otro anhelo ni horizonte.

Sin embargo, detrás de ese aparente bienestar, lo que hay en realidad es un “abismo” que nos mantiene irremediablemente separados de nosotros mismos y de los demás. El egocentrismo crea fracturas y genera dolor, porque se asienta en la mentira. Si todo es uno -la realidad conoce diferencias, pero no separación-, negarlo en la práctica implica situarse en el error de partida, que crea inexorablemente abismos, mundos y personas fragmentados.

¿Qué hay en mí de indiferencia y de compasión?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los dueños no, los perros se compadecían y aliviaban el sufrimiento de Lázaro lamiéndole las llagas.

Domingo, 25 de septiembre de 2022
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031617-Lc-16-19-31Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

19.09.2022

Tras escuchar el pasado domingo aquellas palabras de Jesús: no podéis servir a Dios y al dinero, leemos hoy esta parábola del rico y el pobre Lázaro (Eleazar). Lázaro inspira una profunda compasión.

Todos somos ricos y tenemos Lázaros a nuestra puerta.

Lázaro significa: “Dios ayuda”. Si salimos de esta Eucaristía con la sensación de que Dios es nuestra ayuda en la vida (y en la muerte), será una dicha.

01.- A propósito de ver

En las parábolas de la misericordia hay un denominador común Ver o no ver.

  • El buen samaritano vio al herido y actúo, el sacerdote y el levita le vieron, pero dieron un rodeo y pasaron de largo.
  • El padre, ve venir al hijo pródigo y se alegró, mientras que el hijo mayor cuando vio venir a su hermano, protestó y no quiso celebrar nada.
  • Jesús ve a los discípulos y los llama, ve a la multitud y se conmueve

Es importante dónde y cómo estamos situados en la vida para ver las cosas y las personas de una u otra manera. A veces “miramos para otro lado” o ni tan siquiera miramos a los “lázaros” de todo tipo que viven junto a nosotros. Cuando estamos satisfechos como el rico epulón, ni miramos cómo están los demás, nos da igual.

02.- ¿Qué puede querer decir la parábola del pobre Lázaro?

  • Esta parábola no es una descripción de cómo se desarrollará la vida después de la muerte. Se trata de una parábola, no una topografía de ningún lugar. (Algún “ingeniero” de la teología ha llegado a calcular los grados de temperatura del purgatorio y del infierno).
  • Tampoco es una promesa-sedante a los pobres de un final feliz en compensación por lo mal que lo han pasado en esta vida. No es una invitación a la resignación de los pobres en beneficio del status quo de los ricos. El “más allá” no va a solucionar las injusticias del “más acá”.
  • Tampoco se trata de una “escatología tarifada”: ¿Cuánto dinero me está permitido tener y almacenar de modo que Dios no me pueda echar nada en cara al final de los tiempos?

03.- Cambio abismo por valla y concertinas.

        El texto evangélico de hoy dice que entre el rico epulón y el pobre Lázaro había un abismo imposible de pasar. Abismos y distancias entre ricos y pobres hay siempre.

  • Hoy en día quizás no les llamaríamos abismos, pero sí que hemos levantado vallas entre pueblos ricos y pobres: la valla de Trump entre EEUU y Méjico, la valla de Melilla; hemos puesto concertinas y alambres de espino, fronteras y “papeles” infinitos para los “lázaros” emigrantes que van y vienen. Los ricos somos los que impedimos que los barcos de rescate: el “open arms”, el “aita Mari”, etc. lleguen a los puertos con los migrantes. Siguen existiendo abismos, grandes diferencias y distancias entre ricos y “lázaros

También hoy hay -habemos- ricos y “lázaros”.

04.- No perdamos de vista la misericordia de Dios.

El rico invoca a Abraham, al padre de Israel, de la religión, para que le alivie a él y a su familia. Pero el puente para pasar tal abismo es la misericordia.

¡Lázaro! (Eleazar) significa “Dios es mi ayuda”.

  • Esta parábola es la reafirmación de que el dinero hace perder la cabeza al ser humano, nos vuelve locos. El dinero rompe toda posibilidad de comunicación con Dios y con los más pobres, crea abismos e impide una solidaridad y convivencia entre los hombres y pueblos.
  • Con el dinero pretendemos hallar ayuda. En el dinero buscamos la seguridad porque no confiamos en Dios. Al rico le ayuda el dinero al pobre, a Lázaro le ayuda Dios.
  • El dinero es el que crea los abismos (hades) y los sufrimientos, las diferencias de clases sociales, las miserias humanas, las llagas y la tristeza
  • San Lucas es muy sutil y dice que solamente los perros se compadecían de Lázaro. Los dueños, no; son los perros los que se compadecen y alivian el dolor de Lázaro lamiéndole las llagas.

Y esta distinción tiene un transfondo teológico-cristiano: Perro, en el mundo bíblico, significaba extranjero-pagano. Los judíos, los religiosos no tenían misericordia. Son los paganos: los samaritanos (el buen samaritano), etc., quienes tienen compasión y sienten misericordia).

05.- Los que “montan la película” son los “religiosos”, no los que sufren, ni los cristianos.

  • Llama poderosamente la atención en esta parábola que ni Dios, ni Jesús ni Lázaro dicen ni palabra. Por ello, “me da” que todo el tinglado del infierno, la condenación, el fuego, la gota de agua, “te pido que”, etc., lo montan los “judíos”, es decir: los “hombres religiosos” de turno.
  • El pobre Lázaro está medio muerto, dormitando en cualquier cajero automático, enfermo, lleno de llagas y moscas, como los niños africanos que vemos en el telediario… Pero Lázaro, el pobre hombre, no dice nada, se calla: espera la ayuda de Dios.
  • Extrañamente el rico se dirige no a Dios Padre, ni a Lázaro, ni a Jesús (como el buen ladrón), sino a Abrahán. El rico, incluso en el “más allá”, no siente misericordia, no se acerca a Dios Padre, como el hijo pródigo. El rico epulón busca una especie de “tráfico de influencias” ·y apela a Abrahán, el padre de Israel, personaje más que importante. Y como Abraham es importante “me podrá echar una mano”.
  • Los infiernos, los purgatorios y las diferencias abismales (abismos) están en este mundo, En el “otro mundo”, las cosas serán muy de otra manera y para todos, gracias a Dios.

Yo no puedo solucionar el problema del hambre del mundo, pero sí puedo apaciguar el dolor del “Lázaro” que está a mí puerta.

Como Lázaro, confiemos en la ayuda de Dios. Dios nos ayuda.

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Justicia

Domingo, 29 de septiembre de 2019
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Dentro de Auschwitz

¿Cómo
hablar de Dios
después de Auschwitz?,
os preguntáis vosotros,
ahí, al otro lado del mar, en la abundancia.

¿Cómo
hablar de Dios
dentro de Auschwitz?,
se preguntan aquí los compañeros,
cargados de razón, de llanto y sangre,
metidos en la muerte
diaria
de millones…

*

Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

-“Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. “

Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”

El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.”

El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”

Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

*

Lucas 16, 19-31

***

La experiencia de un camino de pobreza es un camino de liberación, de alegría y de entusiasmo -porque nos une íntimamente a Cristo-, y nos hace gustar de una manera imprevista la fuerza de la cruz, su capacidad de renovar hasta las situaciones más estancadas, aparentemente más irritantes por su inmovilismo.

El momento del descubrimiento de las páginas del evangelio supone, para todos, un poco de gusto, de atención, de compromiso con un mayor ejercicio de austeridad, de pobreza, de penitencia, de renuncia. Sin este esfuerzo, esas páginas se quedan como mudas; cuando se ha dado algún paso en este sentido, aunque sea simple, entonces las palabras de Jesús se vuelven actuales y resonantes, adquieren relieve y nos damos cuenta de que vivimos algo de la alegría y el entusiasmo de los Doce, que caminaban por los caminos de Palestina siguiendo a Jesús después de haberle dicho: «Pues bien, Maestro, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».

*

Carlo María Martini,
Diccionario espiritual: pequeña guía para el alma,
Promoción Popular Cristiana, Madrid 1998.

***

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Domingo, 25 de septiembre de 2016
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Dentro de Auschwitz

¿Cómo
hablar de Dios
después de Auschwitz?,
os preguntáis vosotros,
ahí, al otro lado del mar, en la abundancia.

¿Cómo
hablar de Dios
dentro de Auschwitz?,
se preguntan aquí los compañeros,
cargados de razón, de llanto y sangre,
metidos en la muerte
diaria
de millones…

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Pedro Casaldáliga
Todavía estas palabras, 1994

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En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

-“Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.

Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.

Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.

Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. “

Pero Abrahán le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.”

El rico insistió: “Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.”

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen.”

El rico contestó: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.”

Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.”

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Lucas 16, 19-31

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¿No saliste desnudo del vientre de tu madre?… Cuando el rico es un ladrón

Lunes, 1 de agosto de 2016
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Dice el avaro: «¿A quién hago mal reteniendo los bienes que me pertenecen?».

Mas ¿qué bienes son los que te pertenecen? ¿De dónde te han venido?

Te pareces a un hombre que entró en un teatro y quería impedir la entrada a los otros para gozar él solo del espectáculo al que todos tienen derecho.

Así son los ricos: acaparan los bienes de la sociedad y después sostienen que son ellos los dueños de los mismos por el simple motivo de haber sido los primeros en cogerlos.

Si cada uno retuviera únicamente lo que le sirve para las necesidades normales y dejase lo restante a los indigentes, desaparecerían la riqueza y la pobreza.

¿No saliste desnudo del vientre de tu madre? ¿No estarás de nuevo desnudo cuando vuelvas al polvo? ¿De dónde crees que te han venido estos bienes?

Quizás me respondas: «Del azar». Entonces careces de fe, porque no piensas en tu Creador, y te muestras ingrato con aquel que ha llenado tus manos de dinero.

O bien admitas que son dones de Dios. Entonces explícame por qué ha sido cautivada tanta riqueza precisamente por ti.

¿Se la debes acaso a la «injusticia» de un Dios que reparte de manera desigual los bienes de la vida? ¿Por qué eres tú rico mientras otro es pobre? En lo que a ti respecta, eres rico sólo para que con amor y desinterés administres esos bienes para los otros.

Resulta inconcebible que tú tengas el dinero bajo la campana de vidrio de una insaciable avaricia y pienses que no haces daño a nadie excluyendo de él a una multitud de desdichados.

¿Quién es el avaro? El que no se contenta con lo necesario.

¿Y quién es el ladrón? El que priva a los demás de sus bienes.

¿No eres tú un avaro? ¿No eres tú un ladrón?

Aquellos bienes, cuya administración únicamente te había sido confiada, los has cogido para ti.

A quien asalta a un hombre en el camino y le quita los vestidos le llaman salteador. Y quien no cubre la desnudez del pordiosero, siendo que podía hacerlo, no merece un nombre diferente.

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido.

Por eso, en vez de ayudar a la gente, eres un explotador.

*

Basilio de Cesarea,
«Cuando el rico es un ladrón»,
citado en El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 57-59.

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