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El viaje hacia la inclusión es un viaje hacia el sueño que Dios tiene para nosotros

Lunes, 25 de noviembre de 2024

IMG_8764Paraíso, de Giusto de’ Menabuoi (c. 1320–1391)de cúpula con frescos del Baptisterio de Padua, detalle (1375-1378)

La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0. Mark Guevarra

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Solemnidad de Cristo, Rey del Universo, trigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

El reino de Dios consiste en SER en plena unión: en comunión. El reino consiste en estar en común: en unión con los más grandes y los más pequeños, desde las células de nuestro cuerpo hasta las galaxias a millones de años luz de distancia, desde los multimillonarios hasta los más pobres entre los pobres. Y para entrar en plena comunión, empezamos por recorrer el camino de la misericordia y la gracia para nosotros mismos. Esto por sí solo es un viaje arduo y valiente. Y mientras recorremos ese camino, también lo hacemos con otros y, con la ayuda de Dios, les extendemos misericordia y gracia, incluso a nuestros enemigos, como manda Jesús. Y también extendemos misericordia y gracia a todos los seres vivos no humanos de la Tierra. Todo eso es el sueño que Dios tiene para nosotros y que Cristo proclamó con su nacimiento, vida, alegrías, sufrimiento, muerte y resurrección.

Después de que el Sínodo sobre la Sinodalidad terminara a fines de octubre, muchos católicos, incluido yo mismo, nos sentimos frustrados y decepcionados de que las personas LGBTQ+ no obtuvieran la inclusión total que nosotros y tantos en la iglesia hemos clamado por años. Para mí, el camino hacia la inclusión es también un camino hacia el sueño que Dios tiene para nosotros: la comunión. Sin embargo, lamentablemente, el miedo, la ignorancia voluntaria y la arrogancia son lo que impidió que este sueño se convirtiera en realidad.

Y, sin embargo, todavía podemos encontrar esperanza, que es obra de Cristo Rey, en la bienvenida del Papa Francisco a las personas LGBTQ+ y sus historias, y en las enseñanzas del documento final del Sínodo que el miembro principal del Ministerio New Ways, Brian Flanagan, ve como “semillas para el crecimiento y el cambio futuros en nuestra iglesia que, con la guía del Espíritu Santo y nuestro propio trabajo continuo por la justicia, podrían conducir a una aceptación más amplia de los católicos LGBTQ+“. Después de las elecciones en los Estados Unidos, muchas personas, no solo estadounidenses, sino canadienses como yo y otras personas en todo el mundo, estamos decepcionados. Se eligió a un líder que divide y demoniza, un líder que hace la vista gorda ante las experiencias vividas por las personas trans, un líder que alimenta el odio y la codicia. Estas cosas no son del reino de Cristo. Y, sin embargo, mientras navegaba por las redes sociales en busca de señales de esperanza, encontré una determinación más profunda de continuar la lucha por una sociedad inclusiva, compasiva, justa y equitativa.

Hoy, nuestra iglesia celebra el reino de Cristo: la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo reina en todas partes, especialmente en nuestros corazones. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo ha formado el camino hacia la comunión y nos guía continuamente a todos por él. Esta renovación de la fe es lo que nos permite trabajar hacia la comunión plena incluso con aquellos que pueden no querer la comunión plena con nosotros: nuestros hermanos en la iglesia que continúan marginando y silenciando a las personas LGBTQ+ y conciudadanos que votaron por alguien que lidera con codicia y división.

La buena noticia es que es el reino de Cristo, no el nuestro. Estamos llamados a participar en la obra divina de la comunión y en la lucha divina de la inclusión, pero no somos los arquitectos de ella: Dios lo es. Confiar en esa verdad no es fácil, pero sí renueva nuestra esperanza y determinación.

En el programa Late Show con Stephen Colbert, poco después de las elecciones, Colbert compartió cómo le explicaría las elecciones a un joven de 14 años. Dijo, sin ironía, que tenemos que “comenzar con la suposición virtuosa de que las personas votan de la manera que creen que será mejor para ellas y sus familias. Esta es, en efecto, una buena suposición, que se puede inferir de la enseñanza del Catecismo de que tenemos que dar a los demás el beneficio de la duda.

El invitado de Colbert esa noche, el analista político de CBS John Dickerson, católico de toda la vida, fue más allá y dijo que no debemos alinearnos con aquellos que quieren más riquezas, control y poder para sí mismos, sino con aquellos que también quieren brindar oportunidades a los demás, incluidos aquellos que no se sienten vistos y están perdidos, incluso los que están del otro lado. Esta noción habla del sueño que Dios tiene para nosotros y que estamos llamados a convertir en realidad. Debemos comenzar con la premisa de la buena intención y debemos luchar, como Cristo lo hace continuamente, para hacer realidad el reino de comunión, justicia y paz eterna de Dios.

En este Domingo del Reino de Cristo, renovemos nuestra confianza en Cristo Rey para gobernar nuestros corazones y mentes, y darnos poder para realizar la obra divina de hacer realidad el reino de Dios.

—Mark Guevarra (él), 24 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Con Verdad”. Jesucristo, Rey del universo – B (Juan 18,32-37)

Domingo, 24 de noviembre de 2024

55_34_TO_B_1480687Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.

Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?

Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.

Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?

Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.

Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación respetuosa…

Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

José Antonio Pagola

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“Tú lo dices: soy rey.” Domingo 24 de noviembre de 2024. Domingo 34 del tiempo ordinario. Fiesta de Cristo Rey

Domingo, 24 de noviembre de 2024

61-ordinarioB34 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 7, 13-14: Su dominio es eterno y no pasa.
Salmo responsorial: 92: El Señor reina, vestido de majestad.
Apocalipsis 1, 5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
Juan 18, 33b-37: Tú lo dices: soy rey.

Problemática pastoral concreta de la festividad de Cristo Rey

Vamos a comenzar removiendo obstáculos, porque hay problemas respecto a los posibles significados de esta fiesta. Veamos algunos:

a) El origen de esta fiesta y su contexto original. Esta fiesta fue establecida en un contexto anterior al Vaticano II, en 1925, por Pío XI, y con un espíritu muy cercano al de cristiandad, cuando el Vaticano expresaba claramente su deseo de que el cristianismo fuera la religión oficial, la religión de los Estados cristianos. Al confesar a Cristo como Rey universal se quería con ello vehicular el deseo de que también la Iglesia fuese testigo y participante ya aquí en la tierra de esa realeza: una realeza de Cristo reconocida, redundaba inevitablemente en una Iglesia respetada, favorecida por el Estado, con alto estatus en la sociedad, fuerte y organizada, que aunque no podía ya revestirse de poder político temporal, al menos podía participar de él por una relación estrecha y armoniosa con los poderes sociales. Durante mucho tiempo, el título de “Cristo Rey”, el “reinado social del Corazón de Jesús”… incluyeron esos aspectos de autoencumbramiento de la Iglesia, olvidando que la práctica de Jesús de Nazaret fue muy distinta, incluso totalmente contraria.

b) El concepto de Reino-monárquico. El Reino no es hoy día la forma más frecuente de organización sociopolítica. La mayor parte de los países son repúblicas, de diferentes rostros, y los reinos que persisten, ya no lo son en su forma clásica, sino en adaptaciones a la cultura política actual (por ejemplo las monarquías “parlamentarias”) que, al superarla, niegan en el fondo la esencia misma de lo que era un “reino”.

Aun siendo conscientes de la limitación inevitable que todo lenguaje teológico tiene por su misma naturaleza analógica, figurada, simbólica, apofática… cada vez más se viene insistiendo en que la palabra “reino” no sería la más adecuada para expresar la utopía bíblico-mesiánica del Reino de Dios, porque en esta altura de la historia la palabra «Reino» ya no expresa una forma de organización sociopolítica deseable para los humanos. Cada vez se evidencia más la dificultad de hablar de Dios (y de Cristo) como “rey”, y de su proyecto escatológico como un “reino”. ¿Estamos seguros de que un reino, una monarquía, podría ser una analogía del “Reino de Dios” realizado? La realización del reino de Dios, ¿no exigiría la superación de muchos aspectos de lo que es una monarquía, un “reino”? Acaso una comunidad, ¿puede ser comparada con un «reino», con una «monarquía»? ¿Y una familia?

Pablo Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD” para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el Reino mismo, el significado), de las limitaciones del significante (una palabra no completamente adecuada).

Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del Proyecto, de la Utopía de Dios… que hacemos nuestra: queremos «construir la Democracia de Dios, cósmica, pluralista, inclusiva, y por eso, amorosa, encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas, etnias, sentidos…».

c) Connotación de género en la palabra “Reino”.

Es útil saber que en el ámbito de la teología feminista angloparlante se rechaza también la expresión (God’s Kingdom), a causa de su machismo larvado (kingdom alude directamente a king, no a queen…). En castellano no tenemos ese problema en esta expresión, pero el saber que existe en otras lenguas invita a prevenirlo en su uso consciente.

Los grandes temas de la fiesta de hoy y de la semana

Hay varios grandes temas que podrían servir para orientar la reflexión de la homilía o la reflexión del círculo bíblico o la comunidad cristiana en torno a los textos de este domingo. Habrá que elegir entre ellos. Aquí sólo los apuntamos:

a) El Reino de Dios, como contenido del mensaje de Jesús. Jesús nunca se proclamó Rey: nada más lejos de Él. Lo que Jesús hizo fue ponerse al servicio total del Reino, de forma que éste fue el centro mismo de su predicación y de su vida, la Causa por la que dio la vida. Importa pues hacer honor a la identidad verdadera de Jesús: Él no fue rey, ni lo quiso ser nunca, por mucho que algunos cristianos crean que llamándolo así lo honran… La intención puede ser buena, pero el título que de hecho se le atribuye no podría ser de su agrado.

Jesús habló del Reino, fue su servidor y su mensajero, pero sus seguidores se olvidaron del Reino. y lo constituyeron a él como el Reino mismo, como el Rey… El mensaje fue sustituido por el mensajero. Jesús nos indicaba el Reino, como la Causa por la que estaba apasionado y por la que dio su vida, y un buen grupo de seguidores se olvidaron de esa causa, y se enamoraron de Jesús. Es preciso volver a Jesús, y su Causa…

Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de esta fiesta, que da una «descripción» muy plástica de su contenido. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia… es Paz… es Gracia… es amor, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor». Bien glosada, y debidamente justificada esa perspectiva teológica, puede ser un buen guión para la homilía. Y no debería faltar ese canto en la celebración de hoy.

b) La relación entre cristocentrismo y reinocentrismo. Una cierta interpretación de esta fiesta –muy común por lo demás en el cristianismo en general– propicia un cristocentrismo exagerado, absoluto, que no hace justicia a la verdad de la revelación, al mensaje real de Jesús, a lo que Jesús realmente dijo, no a lo que después dijeron que había dicho. Importa pues pastoralmente discernir una «correcta jerarquía de valores», que la teología de la liberación fue la primera que dio en llamar “reinocentrismo”, con tal fuerza de persuasión, que no hay teología ni espiritualidad honesta que se puedan resistir.

c) El mesianismo de Jesús. La aclamación o la espera de Jesús como Rey se dio en el contexto del mesianismo: se esperaba un liberador. Hoy la postración es tal que ni siquiera se espera nada, pudiendo hacer de la aclamación de Jesús como Rey algo bien alejado de lo que el mesías supuso realmente para los que lo esperaron.

d) La dimensión escatológica: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el “juicio final”… El final del año litúrgico nos hace tematizar en nuestra reflexión el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Pero ya en un contexto mental diferente, en el que sabemos que nuestra aventura humana no es la razón del cosmos, que el mundo no acabará el día que Dios decida acabar el ciclo de la humanidad y pasar a la vida eterna, y que no se trata de que estemos aquí para una prueba que se verificará en el día del juicio final, tras lo cual iríamos al cielo o al infierno… Leer más…

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24.11.25. Cristo Rey. Ser testigo de la verdad

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8707Del blog de Xabier Pikaza:

¿Eres Rey? Para eso he venido, para ser testigo  de la verdad. No para ganar la guerra,  ni para ser presidente del Gran Tribunal, sino para dar testimonio de la Verdad.

El primer muerto en la guerra es la verdad, el primero fue Jesús. No le mataron por un tema militar, económico o político (aunque eso está en el fondo), sino para ofrecer el testimonio de la verdad la verdad, como sabe Ap 13-17, con  el texto de Juan, este día de la Fiesta del Testigo

Casi cualquiera puede ser rey, presidente o caudillo con suerte y en general con violencia y engaño. En tiempos de Jesús había más reyes/emperadores/caudillos impresentables que presentables, más sangrientos que pacíficos, más mentirosos que verdaderos. En ese “juego” de reyes, por no ser como otros, mataron en un contexto de riesgos militares y guerras que culminaron en el 67-70 d.C.

Pasado un tiempo, hacia el 90/100 d.C. el evangelio de Juan  reinterpretó esa historia en una página admirable  , diciendo que el tema de fondo no era militar, ni siquiera político, en sentido estricto, ni económico. El tema era la verdad, como en USA en las elecciones, en Palestina/Israel en la guerra mesiánica sin fin, y lo mismo en la Iglesia, y  en la política actual de España, con el resto de Europa, Asia y América. El primer muerto en toda guerra es la verdad.

 Domingo de Cristo rey. Jn 18, 33-37. Poncio Pilato, Representante del Rey/Emperador de Roma, le pregunta: ¿Tú eres Rey? Y Jesús contesta: Lo soy. Por eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).

Significativamente, este pasaje (para eso he venido, para dar testimonio de la verdad) es el primer texto conservado del NT, en un papiro llamado Rylands 52, como seguiré contando.  Puede ser casualidad o providencia, pero es cierto. Estamos en riesgo de que muera totalmente la verdad. Son, puede ser, los últimos tiempos.

El reino de Jesús es la verdad

Jesús identifica así el Reino de Dios con la Verdad, en sentido pleno: Personal y social, material y espiritual, económico, político y religioso. Que cesen y acaben las mentiras y ocultamientos, de personas y pueblos, de iglesias y personas… de forma que cada uno se abra de un modo transparente ante los otros.

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…,no de una verdad metafísica o teológica separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos, de la misma vida como verdad.

Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartida, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…Ésta es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de la Verdad.

No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira estructural  organizada… Se trata, simplemente, de vivir en verdad:-– Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismos de ningún tipo… Se trata de ser lo que somos, de no tener miedo, de vivir en trasparencia, en salud expansiva, pues la verdad cura (en el tema de la pederastia, en el tema del dinero, en el tema del poder…).

La primera palabra de Jesús. Ésta es, significativamente, la primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52. Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) y se debió escribir hacia el año 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…, pero no de una verdad  separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos. Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartido, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…

Ésta es la fiesta de Cristo Rey, la fiesta de la Verdad. No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira jerárquica organizada, sino de vivir en verdad Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismo y engaño

Ésta es como he dicho a primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52.

Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) hacia 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

“Soy Rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”

Así dice el primer papiro conservado del NT:

ΒΑΣΙΛΕΥΣ ΕΙΜΙ ΕΓΩ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΓΕΓΕΝΝΗΜΑΙ ΚΑΙ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΕΛΗΛΥΘΑ ΕΙΣ ΤΟΝ ΚΟΣΜΟΝ ΙΝΑ ΜΑΡΤΥΡΗΣΩ ΤΗ ΑΛΗΘΕΙΑ

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  En un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.

Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino de Dios, presentándose implícitamente como servidor y testigo de ese Reino, esto es, de Dios como Rey pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida.

Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres. Jesús no sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.

No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha de Reino entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

  . Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como relámpago que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios. El reino viene con la Verdad, el Reino de Dios es la verdad del ser humano

Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni fue promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más profundo y duradero:

Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de verdad , siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres. No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía seguir manteniéndose en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… . Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (= no provenía) de las fuerzas de este mundo dominado por la mentira estructural de la política y la economía dominante.

Jesús aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a Pilatos y frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato, porque también ellos tienen que apelar a la mentira para mantenerse en el poder. Jesús sólo quiere el Reino de la vida del Hombre y su Verdad, de los hombres y mujeres en verdad de amor y vida.

Por eso no pudo triunfar externamente  en un mundo de mentira y violencia, dominado por políticos y militares… por sacerdotes  de la mentira organizada Pero de esa forma él ha podido quedar y queda como testigo y portador de la verdad entre los hombres, como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Juan Bautista había sido  profeta de juicio   y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).

       La respuesta de Juan era más fácil: Dios había fracasado con el mundo y debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.

Jesús, en cambio, vino simplemente a decir la verdad, la verdad de cura, que transforma, que sana.  Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.

No sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea. No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

 Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio,  siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.

No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.

Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira  de los poderosos.  Jesús quiso ser Rey, pero de forma que todos fueran reyes, testigos de la verdad. Asi respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un Reino que se funda en la espada y la mentira oficial del imperio (cf. Rom 13, 1-7; Ap 13) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad?  para marcharse sin esperar una respuesta(cf. Jn 18, 38a).

 Jesús, en cambio, no quería más Reino que la vida del Hombre en la Verdad. Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.

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Fiesta de Cristo Rey. Domingo 34 Ciclo B.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8699Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI. Para comprender por qué lo hizo hay que recordar la fecha de la institución: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la aparición del Fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.

            Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la fiesta.

            La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los cien años que han pasado desde entonces demuestran que no.

            Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.

            Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.

Las lecturas

            La primera lectura, de Daniel, anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás. 

            La segunda, del Apocalipsis, llama a Jesús “Príncipe de los reyes de la tierra”. Pero no se considera por encima de nosotros ni lejos de nosotros. “Nos ama y nos ha lavado con su sangre”, y nos hace compartir su dignidad convirtiéndonos en un “reino de sacerdotes”. Tras la desaparición de la monarquía judía, esta expresión significaba que el pueblo estaría regido por sacerdotes. El Apocalipsis lo enfoca de manera distinta: no exalta el poder de los sacerdotes, sino el carácter sacerdotal del pueblo de Dios.

Y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos. Amén. Mirad, que viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso

            La tercera, del evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Es un auténtico interrogatorio, en el que Pilato formula cuatro preguntas; pero Jesús no es un acusado que se limita a responder. A la primera pregunta responde con otra pregunta casi insultante para un prefecto romano. A la segunda, “¿Qué has hecho?”, tampoco responde. Se remonta a la pregunta inicial de Pilato sobre si es el rey de los judíos, y se expresa de forma tan desconcertante, hablando de “un reino que no es de aquí”, que a Pilato no le quedan las ideas claras. Su pregunta final no es “¿Eres tú el rey de los judíos?”, sino “¿Luego tú eres rey?”. La dimensión nacionalista desaparece; lo importante es la realeza misma de Jesús. Después de lo anterior, lo lógico sería que Jesús se limitase a responder: “Sí, soy rey”. En cambio, añade algo absolutamente nuevo: no ha venido a gobernar, ni a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Si recordamos que él es “el camino, la verdad y la vida”, Jesús ha venido a dar testimonio de sí mismo, a darse a conocer, a demostrar a la gente que “tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo unigénito”. Un testimonio por el que lo acusarán de blasfemo y que, entre otros motivos, le costará la vida.

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:  – “¿Eres tú el Rey de los judíos?”

Respondió Jesús:  + “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?”

Pilato respondió: -“¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”

Respondió Jesús: + “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.”

Entonces Pilato le dijo:  – “¿Luego tú eres Rey?”

Respondió Jesús + “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

Reflexión personal

         Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Y esto es esencial si tenemos en cuenta las últimas palabras del evangelio: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero la fiesta de Cristo Rey nos invita también a felicitar, dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.

Al mismo tiempo, el sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.

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Jesucristo Rey del Universo. Último Domingo del Tiempo Ordinario. 24 de Noviembre de 2024

Domingo, 24 de noviembre de 2024

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“Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

(Jn 18, 33-37)

Jesús es Rey. Hoy celebramos precisamente eso: Jesucristo Rey del Universo. Pero hay que reconocer que después de tantos reyes (¡y de tantos tiranos!) la imagen de rey no nos cae simpática. Tampoco los gobernantes nos ofrecen una imagen en la que apoyarnos.

Vivimos un cambio de época en el que las instituciones y los organismos de poder se encuentran en crisis, algo que sucede en la historia con una rítmica periodicidad.

El poder tiende a convertir a todos en lo mismo. Da exactamente igual si uno llega al poder por heredar un apellido o por aclamación popular, una vez en el poder se sucumbe al propio bienestar y al de los más cercanos. Pasa con los grandes poderes y pasa con los pequeños.

Tal vez por eso Jesús se apartó siempre del poder. Cuando las multitudes quieren proclamarlo rey él se aparta. Él había venido para servir. Parece que el único antídoto contra la tiranía es precisamente el servicio al estilo de Jesús.

Pero no nos engañemos, el servicio es desagradable. Ponerse a los pies de los demás facilita el ser pisoteado. Y también se corre el peligro de caer en el servilismo que denigra.

El camino que recorre Jesús es estrecho y poco claro. Caminar tras sus huellas es decidirse a dejarse confrontar continuamente.

El mismo Jesús se pasa medio evangelio “retirándose a orar”. Jesús se hizo ser humano y pasó por las mismas dudas y las mismas tentaciones que pasamos todas las personas.

Su reinado estaba al servicio de la verdad. Y la verdad suele ser siempre más amplia. Nuestros puntos de vista, nuestra claridad meridiana suelen palidecer cuando se descubre la verdad. La verdad no se deja poseer por una sola persona. Al contrario, se reparte. Todas tenemos algo de verdad. El problema es creer que esa pequeña verdad que tenemos es la verdad completa. Ese es el principio de la tiranía y del fanatismo.

Oración

¡Que venga tu reino, Trinidad Santa! Ábrenos la mente para que podamos reconocer que Tu Verdad es siempre más amplia de lo que alcanzamos a ver.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Jesús no nos llama a reinar con Él, sino a servir como Él sirvió.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

lavatorio-5DOMINGO 34º (B) CRISTO REY

Jn 18,33-37

Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y el por qué motivo se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.

Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pio XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.

El contexto del evangelio que hemos leído es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro, que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo”, “para eso he venido, para ser testigo de la verdad”, no para ser más que nadie.

Lo que está diciendo Juan en su evangelio es que Jesús está hablando de la autenticidad de su ser. Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es. Nuestro ego es falso porque se fundamenta en apariencias equivocadas. Ser Verdad es ser lo que somos sin falsearlo y lo que somos está más allá de lo que creemos ser (nuestro ego individual). El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser y manifestarlo en todo momento.

¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos. Tal como lo entendemos, Jesucristo Rey es lo más contrario al evangelio que predicó.

Tal vez encontremos una pista en la otra frase: he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.

No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre. El “Hijo de hombre” nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.

Pilato saca afuera a Jesús y dice a la multitud: Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que responden al modelo que ven en él. Jesús dice: soy rey, no: soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él, será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes somos todos en la medida que seamos servidores.

Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia… El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.

Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo, el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.

Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Juan, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.

La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. “No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, descubriendo que debemos ser para los demás.

Cualquier connotación que el título tenga con el poder, tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas y la caña. Si no descubrimos esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio.

Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacer le decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El Dios crucificado.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

Lectio-Divina-verdad-1200x800Jn 18, 33-37

«Sí, como dices, soy rey … pero mi reino no es de este mundo»

Jesús será rey en la medida en que sus criterios reinen en el mundo, pero si nosotros, sus seguidores, no nos comprometemos con la tarea de proclamarlos, dejará de reinar y su puesto será ocupado por otros reyes deseosos de convertirnos en sus siervos.

Esos reyes son el dinero, el consumo, la comodidad, la indiferencia, la banalidad, la falta de compromiso, el egoísmo, la envidia, la avaricia, la explotación, la violencia… Y son reyes peligrosos porque nos someten a esclavitud y nos impiden avanzar; porque nos invitan a instalarnos aquí, en la Tierra, y olvidar nuestro destino; porque le arrebatan el sentido a nuestra vida; porque conducen a la humanidad a un lugar sombrío que no está a la altura de nuestra condición ni de nuestras esperanzas.

«Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo»Jesús viene a liberarnos de esos reyezuelos que nos tiranizan, pero es crucificado y su obra queda inacabada. No importa, todavía quedamos nosotros, sus seguidores, y, para completarla, nos envía por todo el mundo a proclamar su Reino; a proclamar sus criterios de vida: «Cómo el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Jesús se había comprometido con la misión que el Padre le había encomendado hasta el punto dar la vida por ella. Ahora nos tocaba a nosotros coger el relevo.

Pero quizá por pereza, o por complejo, o por miedo a ser crucificados por una sociedad que no admite discrepantes, hemos optado mayoritariamente (salvo minorías heroicas comprometidas) por cuestionar la vigencia de la misión y la hemos abandonado. El resultado es que nuestros nietos apenas conocen a Jesús, y que esa cadena de transmisión de la Palabra que ha durado 20 siglos está a punto de quebrar; justo por nuestro eslabón. Nosotros recibimos un regalo inestimable de nuestros padres, Jesús, y no hemos creído oportuno legárselo a nuestros hijos. Y es que nosotros, la Iglesia, estamos tan ocupados en nuestras cosas, que no nos queda tiempo ni ganas para dedicarlo a trabajar por el Reino.

Es frecuente escuchar que la Iglesia no es capaz de seguir el ritmo al que avanza la sociedad, y esto, como concepto, es un disparate soberano, pues los cristianos estamos llamados a ser la vanguardia que marque el rumbo; no desde el poder, claro, sino al estilo de Jesús; desde abajo, desde dentro, desde el servicio, como la semilla, como la levadura… Jesús fue vanguardia radical y produjo escándalo, y lo crucificaron, pero nosotros estamos tan cómodos en el mundo, tan preocupados por merecer su aplauso, que nos resulta imposible ser vanguardia de nada y nos conformamos con no perder contacto con el pelotón de cabeza.

«Vosotros sois la sal de la Tierra, pero si la sal se vuelve insípida…».

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Qué es la verdad?

Domingo, 24 de noviembre de 2024

cd01e3397f71b6db586fbddd31f19e19-catholic-art-spiritualityJn 18, 33-37

24 de noviembre de 2024

La iglesia celebra este domingo el final del año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Hay que remontarse a Pio XI, en 1925, para descubrir el origen de ésta. En un mundo agitado tras la Primera Guerra mundial y las consecuencias dramáticas de la misma, parece que se ha olvidado de Cristo. Argumenta como causa el crecimiento de un ateísmo que comienza a ganar terreno en las conciencias. Quizá no resulta muy inspirador este origen para celebrar el profundo calado de esta fiesta, pero Pablo VI reconduce la festividad trascendiendo su significado y ya solo para el ámbito de la fe.

No sé si tiene mucho sentido en los tiempos que corren mostrar a Jesús de Nazaret como un Rey que funda un imperio para luchar contra el ateísmo. De hecho, en el diálogo que Jesús mantiene con Pilato, le insiste en que su reino no es de este mundo, es decir, no está presente en nuestras categorías humanas. No es el ateísmo el mal de este mundo, no, es, más bien, el negacionismo de todo aquello que atenta contra la dignidad más profunda de cada ser humano, es decir, su valía como ser humano que es la esencia de ese reinado al que se refiere.

Jesús y Pilato mantienen una interesante conversación en el marco de un juicio político que deriva en una dialéctica filosófica sobre la verdad en la que Jesús ya tiene clara su misión; Según este escrito joánico ha venido a dar testimonio de la Verdad – alētheia- que no parece ser una larga lista de argumentos y razones con la intención de vencer y convencer a otra posición. Más bien, la verdad más honda del ser humano tiene su raíz en ese espacio interior, habitado y dónde estamos conectados unos con otros a través de la Fuente que nos iguala. Testimoniar la verdad se aproxima más a desvelar lo oculto, a ser transparente y dejar brotar, sin coacciones, influencias, estereotipos y dogmas, la auténtica esencia que somos.

La Verdad, según Jesús, tiene mucho que ver con la escucha a una voz interior, la voz de la conciencia que nace de nuestro ser libres, no la conciencia moral que divide el bien y el mal, sino la conciencia que reconcilia todo, lo bueno y lo malo bajo la fuerza del Amor Universal. Por eso, todo el que ama la verdad escucha mi voz, así cierra Jesús sus palabras con el Procurador quien lanza una pregunta que no es respondida ¿Qué es la verdad?

A nosotr@s nos toca abrazar esa verdad en una búsqueda incesante de lo que realmente da sentido a la existencia humana. La propuesta de Jesús es clara: si le llamamos Rey no es para situarnos en una élite religiosa que nos separe de la vida real. Reconocer su Reinado tiene mucho que ver con la puesta en marcha de un nuevo modo de vivir, de mirar, de pensar, de actuar, de comunicar, en base a los grandes valores que definen el cristianismo en su misma esencia: las Bienaventuranzas; Necesitamos que en nuestro mundo reine la limpieza de corazón, la solidaridad, la justicia, el servicio, la coherencia, la paz, la sanación, la valentía, la liberación de todo aquello que nos retiene como seres apáticos, desmotivados y egocéntricos tanto en lo personal como en lo institucional.

Que la fiesta de Cristo, Rey del Universo, sea una oportunidad para conectar con este Reinado que trasciende lo humano, pero que impacta en el aquí y ahora en formato de igualdad de derechos y de reconocimiento de la dignidad de tod@s. ¿No es esta la verdad de Jesús?

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Humildes ante la verdad.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8631Fiesta de «Cristo Rey»

24 noviembre 2024

Jn 18, 33-37

Cuando, en nuestra ignorancia, identificamos la verdad con un concepto o una creencia, llegamos al absurdo de pensar que ser “testigos de la verdad” significa defender de manera tajante nuestra propia postura, en la creencia -autojustificadora e incluso autocomplaciente- de que estamos defendiendo la verdad. En este error de partida es donde encuentran asiento todas las actitudes dogmáticas, fundamentalistas y fanáticas, típicas de quienes se creen en posesión de la verdad. De ahí, el conocido dicho: «Admira a quien busca la verdad y huye de quien dice tenerla».

La verdad nunca puede ser poseída. Lo que poseemos son solo constructos mentales, con frecuencia -aunque sea de manera inconsciente- hechos a nuestra propia medida. Poseemos ideas, creencias, convicciones…, creaciones y proyecciones de nuestra propia mente, según lo que hemos ido recibiendo de otros; en definitiva, conocimientos de segunda mano.

La verdad no solo no se deja atrapar, sino que nos desnuda de todas nuestras pretensiones. Esa es la razón por la que siempre lleva de la mano a la humildad, según el conocido y acertado dicho de Teresa de Jesús: “Humildad es caminar en verdad”.

La verdad nos desnuda porque cuestiona de manera radical todas nuestras construcciones mentales, pone en duda nuestras aparentes seguridades, provoca el silencio de la mente y nos introduce en la sabiduría del “no-saber”, tal como expresó, de forma bella y poética, Juan de la Cruz: Entreme donde no supe / y quedeme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo. O como expresara otro gran místico, el turolense Miguel de Molinos, en el siglo XVII: “El vacío, el no-saber, el silencio interior constituyen las bases y cimientos de esta sabiduría de íntimas proporciones”.

La verdad no es algo que nuestra mente puede elaborar -todo lo que sale de la mente, sin excepción, son solo “mapas”-. Y la verdad, de entrada, no tiene que ver con mapas ni conceptos, que conducen al enfrentamiento y, llegado el caso, a la aniquilación de quien no comparte las propias creencias. La verdad es una con la realidad. Nada queda fuera de ella. Escapa a la mente que, incapaz de atrapar la realidad total, se ve abocada a permanecer en el lúcido “no-saber”; la verdad no puede ser pensada, sino vivida. Quien piensa la verdad, corre el riesgo de volverse fanático. Quien la vive, es humilde.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Yo soy rey: Vivimos entre dos eternidades (alfa y omega), no entre dos “nadas”.

Domingo, 24 de noviembre de 2024

icono_cristo_pantocratorDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01.- Final del año litúrgico.

Concluimos el curso litúrgico con esta fiesta de honda raigambre bíblica: Xto Señor del universo, si bien como fiesta en el calendario litúrgico es relativamente nueva, ya que la instituyó el papa Pío XI en 1925.

Por otra parte, haremos bien en purificar esta imagen de Cristo rey de toda connotación política.

Hemos escuchado en el evangelio el diálogo “judicial” que Pilatos sostiene con Jesús. El eje del relato de Jesús es su realeza enmarcada en el estilo y criterios propios de la tradición de San Juan.

        La escena tiene un fuerte tono de ironía, muy propia -por otra parte- de este evangelista.

San Juan podía haber presentado a Jesús como rey en otro u otros momentos más brillantes de su vida. Sin embargo Jesús es presentado y proclamado rey en el juicio y cuando va a ser entregado a su ejecución y muerte en la Cruz.

A la pregunta acerca de si “tú eres rey”, Jesús responde que sí, Yo soy Rey, pero su corona es de espinas, su manto de sangre y su trono la cruz… y en el rótulo de condena puesto en la cruz  reza: Jesús nazareno REY de los judíos.

02.- Yo soy rey.

Unas notas previas para centrarnos en Cristo

  1. Muy al estilo del evangelio de San Juan, el encuentro entre Jesús y Pilato, como todo el relato de la pasión según san Juan tiene un ritmo lento, hierático, majestuoso.
  1. Una vez más el evangelista Juan emplea un solemne “Yo soy”, sobre el que está construido todo el evangelio. El evangelista san Juan aplica a Jesús esta expresión: “Yo soy”, o la idea de que Cristo es o nosotros somos en Cristo en más de 50 ocasiones

Jn 4,10-15                              Yo soy el agua viva

Jn 6,35                                   Yo soy el pan de vida.

Jn 8,12                                   Yo soy las luz del mundo.

Jn 10,14                                 Yo soy el buen pastor y conozco las mías.

Jn 11,25                                 Yo soy la resurrección y la vida.

Jn 14,6                                   Yo soy el camino, la verdad y la vida.

Jn 18,5                                   Yo soy: los soldados por tierra…

Jn 18,37                                 Yo soy rey.

        San Juan recoge la expresión “Yo soy” del AT.

        Lo mismo que en tiempos del Éxodo, Dios es: “Yo soy el que soy” y el faraón es un “don nadie”, ahora, ante Pilatos -y ante todos los hombres de poder- Jesús hace suyo este tono (espíritu) vital: Yo soy Rey.

Este modo de construir este evangelio el evangelio de Juan imprime una gran densidad cristológica: Yo soy. Quien es decisivo es Cristo.

        Jesús no hablaba así en su lenguaje habitual. Más bien el modo de hablar de Jesús sería el de los sinópticos: la parábola del hijo pródigo o del buen samaritano, de Lucas, etc.

        El “Yo soy” imprime una gran solemnidad a la comprensión de JesuCristo

03.- O sea que ¿tu eres rey?

        Los judíos en el evangelio de Juan no solamente son una etnia, un pueblo, sino que son una magnitud negativa. Cuando Juan hace alusión a las fiestas judías dice con un cierto distanciamiento: “se celebraba la fiesta, la pascua de los judíos”, no la Pascua cristiana.

        Pues bien, Los judíos son los que entregan a Jesús al poder romano, Pilatos, porque tenían miedo de que Jesús cambiase la mentalidad religiosa del pueblo frente al templo, la ley, los sacerdotes, etc. Y “malponen” a Jesús frente al poder romano, diciendo que Jesús no es amigo del César…

        El poder siempre tiene miedo a perderlo.

        Que Pilato le pregunte a Jesús si es rey tiene, por otra parte, una cierta ironía y retranca más que llamativa. Imaginemos que un pobre hombre, detenido de noche hace unas pocas horas en un huerto, es llevado como reo al tribunal de Estrasburgo o al Capitolio de Washington y le acusan de ser o de hacerse pasar por rey.

        ¿Quién es ese pobre hombre frente a Pilatos, ante Roma, frente al esplendor del Templo?

        Jesús responde que sí, que es rey, pero que su reino no es como los de este mundo. Sí yo soy rey, pero mi reino no es como los de este mundo.

        Los reinados de este mundo se fundamentan en el poder: político, económico, militar y, a veces, -demasiadas- en el poder eclesiástico. Los reyes de este mundo controlan los mercados internacionales. Los reyes de este mundo, las multinacionales controlan todos los mecanismos de poder del mercado: fijan los precios de las materias primas y de los productos, la banca, dominan y dictan sobre los medios de comunicación, sobre la educación. El poder religioso se entromete y domina abusivamente las conciencias de los fieles.

Mi reino ciertamente no es de este estilo.  El señorío, la realeza de Cristo hace referencia a que Él -y los cristianos- no podemos pensar como los reyes de este mundo. Su Reino es de la Verdad. Los reinados de este mundo se fundamentan en el dominio, en el poder, en las armas, en la economía. La realeza de Cristo se fundamenta en la Verdad, en el amor y en el servicio)

        El estilo, el reino de Jesús no es como el de los reyes y poderosos de este mundo.

04.- Yo soy. Ser frente a la nada.

        En estos tiempos de nihilismo (nada) nos hace bien saber que JesuCristo es: “Yo soy”.

        JesuCristo es, es principio y fin.

El momento cultural en el que vivimos es más bien de vacío y un vivir en el suspenso de la nada. Nos angustia la vida, la muerte y el “más allá”, la enfermedad, el pecado, nuestros vacíos.

        Decía Oteiza de los vacíos de sus piedras: los apóstoles de Aránzazu,  las “cajas metafísicas” que esos vacíos los llena solamente Dios…

        No sabemos cómo será el más allá, esperamos -esperanza- que será. Terminaremos en el que es: “Yo soy”.

Ánimo, no temáis, soy yo.

        El Señor  pacifica y serena nuestra existencia.

05.-Título, manto y corona.

        Poco antes, durante la cena de la noche anterior, la Última Cena, Jesús se había quitado el manto de señor para ceñirse la toalla de siervo y lavar los pies de sus discípulos.

Pilatos deja a Jesús en manos de los soldados.  Enseguida lo azotan y le visten de rey con un manto rojo, “el mismísimo” manto que se había quitado la víspera, en la Cena, con sus amigos. Igualmente le ponen una corona de espinas.

Y el título, eso que firman los parlamentarios y ministros al tomar posesión de su dosis de poder, se lo dan a Jesús en la cruz: Jesús nazareno rey de todos (hebreo, latín y griego). Y este es nuestro rey.

Jesús Nazareno, rey de los judíos.

06.- Unidos al Señor, terminamos siendo.

Es también propia de S Juan la escena de la sanación del ciego del templo. Jesús le devuelve la vista (Yo soy la luz). Los del Templo (como siempre) discutían si el ciego curado era la misma persona o se parecía o era otro hombre. Y el que había sido ciego. “Soy yo”.

Es decir, al acercarnos al que es, terminamos siendo como Él.

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“Celebrar a Cristo Rey es vivir el reinado del servicio a los últimos”, por Consuelo Vélez

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8674De su blog Fe y Vida:

En la fiesta de Cristo Rey Jesús contrasta el mundo del creer y del no creer, del reino y del anti reino, del discipulado o del rechazo a la llamada

El Cristo Rey es el que realiza la plenitud del servicio, de la misericordia, de la inclusión

Es tarea de nosotros, como discípulos, testimoniar el verdadero reinado con nuestras palabras y obras. 

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:

– ¿Eres tú el Rey de los judíos?

Respondió Jesús:

+ ¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?

Pilatos respondió:

– ¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has hecho?

Respondió Jesús:

Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos. Pero mi Reino no es de aquí.

Entonces Pilato le dijo:

– ¿Luego tú eres rey?

Respondió Jesús:

+ Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz

(Jn 18, 33-37).

Este domingo se concluye el ciclo litúrgico con la festividad de Cristo Rey. Siguiendo el evangelio de Juan -muy distinto de los evangelios sinópticos- va a quedar en evidencia quién es Jesús, por qué se le juzga y porque será crucificado. Conocemos que Pilatos les dijo a las autoridades religiosas judías, cuando le entregaron a Jesús, que lo juzgaran según su Ley, pero ellos adujeron que no podían aplicar la pena de muerte y Jesús era un malhechor (Jn 18, 29-32). Entonces Pilatos entra nuevamente a interrogar a Jesús y el diálogo gira en torno al “reinado, causa civil que podría juzgar Pilato. Pero es ahí donde se devela la diferencia de planos en los que se sitúan. Pilatos habla de los reyes de este mundo y Jesús deja claro que su reinado es distinto. Explícitamente dice que su reino es de paz, de lo contrario hubieran combatido para que no lo apresaran. También dice que su reino es un reino de verdad. En este punto es importante entender que en la Biblia la verdad no es una palabra que se conforma con la realidad sino con la alianza. En ese sentido, la verdad es fidelidad, lealtad, amor. Por lo tanto, lo que revela este interrogatorio es lo que ha estado presente en el evangelio de Juan desde el inicio: creer o no creer en Jesús es el verdadero juicio. Y aquí Jesús se afirma como aquel que esta testimoniando la verdad frente a la cual algunos la aceptan -escuchan su voz- y otros la rechazan.

Es importante entender que al hablar de dos reinos no se está refiriendo al mundo de lo sagrado y de lo profano, o de lo religioso y de lo secular. Jesús no habla de otro mundo distinto al único mundo en que vivimos, sino a la actitud que se toma en ese mundo: la de creer en los valores del reino, la de creer en Él o la de rechazarlo. El mundo de la luz es el reinado de Dios que se comienza a vivir en la historia concreta. El mundo de las tinieblas son los antivalores al reino que también se viven en el aquí y ahora. Jesús contrasta, entonces, el mundo del creer y del no creer, del reino y del anti reino, del discipulado o del rechazo a la llamada.

La fiesta de Cristo Rey, por lo tanto, no significa celebrar a Jesús al estilo de los reyes del mundo, con sus valores, estilos, poder y majestuosidad. El Cristo Rey es el que realiza la plenitud del servicio, de la misericordia, de la inclusión, en otras palabras, de las bienaventuranzas donde los primeros son los pobres y no está lejana la persecución por parte de tantos que no aceptan este actuar de Dios. Lamentable que las imágenes que tenemos de Cristo Rey revelan más la majestuosidad de los reyes de este mundo que el reinado que testimonio Jesús con sus palabras y obras. Es tarea de nosotros, como discípulos, testimoniar el verdadero reinado con nuestras palabras y obras.

(Foto tomada de: https://www.almudi.org/noticias-articulos-y-opinion/16685-jesucristo-se-hizo-pobre-por-nosotros-cfr-2co-8-9)

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“Ir contracorriente”: Cristo Rey (Juan 18, 33-37)

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8226Comentario a la lectura evangélica (Juan 18, 33-37) del XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario.

 

“Pilato dijo a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Jesús respondió: “¿Esto lo dices tú solo, o te lo han dicho otros de mí?”. Hasta el último domingo de este año B, se pueden encontrar ecos del debate sobre la identidad de Jesús en los pasajes de Marcos y Juan. ¿Quién es Jesús? Muchos se han preguntado esto. Algunos, principalmente opositores, tuvieron el coraje de formular la pregunta directa. Por mi parte, simplemente observo que hablar de él es más fácil que interrogarlo y sobre todo cuestionarse sobre él. Las cosas de la vida pasan, los días se suceden, los compromisos y las tareas se acumulan sobre compromisos y tareas. Ciertas preguntas corren el riesgo de no ser expresadas y quedar sin respuesta; para luego resurgir, aunque sólo sea por unos momentos, en momentos “capitales“.

El tema de este domingo es el de la realeza, que las Escrituras asocian con el del sacerdocio. El trono del Rey, la Cruz, es evidentemente también un altar.

La segunda lectura del Apocalipsis añade un tercer elemento clave: el real sacerdocio no es exclusivo del primogénito, sino que pertenece a todos. Nos ha hecho un reino, sacerdotes para su Dios y Padre. A lo largo de nuestra vida, “reinando“, hacemos un sacrificio de alabanza. Reinando. Dicho así, parece una palabra grande, si pensamos en las comodidades del trono, la arbitrariedad y las ambiciones del poder autocrático. En realidad, todos esperamos conocer bien la forma más noble de reinado: el ejercicio de la responsabilidad. Somos reyes, como guardianes que nos cuidan y nos hacen crecer; reyes jardineros. Crecemos asumiendo responsabilidad en las cosas cotidianas, la familia, el trabajo; crecemos haciendo las cosas bien (llenando los cántaros hasta el borde, como nos invita el Señor), con amor. Crecemos permaneciendo en nuestro lugar, incluso cuando nos sentimos incómodos (al pie de una cruz), continuando sirviendo incluso cuando nuestras energías están bajas. Hacemos crecer a los demás incluso amando la vida en nosotros mismos.

Algunos también son capaces de ver compromisos y asumir responsabilidades incluso fuera de la rutina del hogar y del trabajo, en el ámbito civil o en la comunidad cristiana.

Por eso podemos escuchar la pregunta de Pilato como recordatorio a cada uno de los bautizados: ¿en qué (y cómo) estamos ejerciendo nuestro ministerio real?

Cualesquiera que sean los contextos, hay que recordar dos cosas: que reinar es ante todo servir, y que los servidores son siempre inútiles (en el sentido de que la tarea que se les ha confiado los trasciende).

La Buena Noticia, fresca desde el día, pero también tan antigua como la eternidad, es ésta: Jesucristo es el Señor, el único Señor, el único Santo, el único Altísimo, el único Rey de gloria. No hay otro. Él es el “alfa” y el “omega“, el principio y el fin, el principio de inteligencia de toda la creación, el eje de convergencia de toda realidad. En Él cae toda la historia y las olas del universo chocan contra Él.

Si no encontramos motivos para alegrarnos demasiado con esta noticia, si no nos abandonamos a la gratitud, si no sentimos la necesidad incontenible de levantarnos inmediatamente para ir a transmitir este anuncio a los demás, es señal de que los creyentes hemos envejecido, y ese escepticismo, la sonrisa llena de cautela, el cálculo prudencial de quien sabe mucho, la frialdad senil, han reemplazado al entusiasmo y, quizás también, a la esperanza. Y ya no nos consideramos testigos y mensajeros que entregan un feliz mensaje tan esperado, sino repartidores que entregan una letra de cambio o la factura de la luz.

Pero ¿entendemos bien lo que significa que Jesucristo es Rey y Señor?

Significa afirmar la realeza y el señorío del hombre.

Significa rechazar los ídolos del poder, las sugerencias del dinero, el encanto de las ideologías.

Significa ir contracorriente en un mundo que de vez en cuando se puebla de nuevas divinidades y obliga a prostituirse delante de ellas.

Significa luchar contra los abusos de los más fuertes, la violencia de los arrogantes, las absolutizaciones de las estructuras.

Significa cuestionar la lógica de la opresión y la sumisión del hombre al hombre.

Significa impedir que los criterios de eficiencia sean la vara para medir a los hermanos.

Significa comprometernos para que el miedo, la soledad, el desempleo, el odio, la tortura, la masacre, la marginación de los débiles, la descalificación de los humildes reduzcan cada vez más su presencia nociva en el mundo.

 Significa afirmar la precariedad de la angustia, la temporalidad del dolor, la labilidad de la enfermedad, la fugacidad de la muerte.

Significa proclamar que nuestra historia, personal y comunitaria, tiene sentido, no es inútil, no está desarticulada, avanza hacia una meta, tiene trayectoria propia. Es, en una palabra, un fragmento de la Historia de la Salvación.

Este es el feliz mensaje que el Señor hoy, fiesta de Cristo Rey, nos atrevemos a creer y a anunciar.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Cristo Rey: ¿La fiesta sagrada oficial de los católicos LGBTQ?

Lunes, 22 de noviembre de 2021
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imageLa reflexión de hoy es de Michaelangelo Allocca, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para la solemnidad de Cristo Rey se pueden encontrar haciendo clic aquí.

Propongo que la Solemnidad de Cristo Rey se convierta en la fiesta sagrada oficial de la comunidad católica LGBTQ. Antes de que me aten a la estaca y se encienda un fuego bajo mis pies, permítanme un minuto para explicarme.

Soy muy consciente de que muchos (incluido yo mismo) que nadan en el extremo más progresista y orientado a la justicia del grupo católico se sienten incómodos con la fiesta de hoy. Incluso con el ajuste fino teológico aplicado para explicarlo, una imagen tan triunfalista y monárquica del Salvador es muy problemática.

Pero este aspecto problemático es clave en mi propuesta de que nuestra comunidad tome como patrón a Cristo Rey… de la Ironía. Celebrar a Cristo como “rey” es el epítome de la ironía, y por eso, diría yo, es la posición de las personas LGBTQ en la Iglesia Católica: absolutamente central y esencial, pero abominablemente irrespetada y marginada.

Las lecturas litúrgicas de hoy resaltan la ironía del título de “Rey”. Como algunas otras fiestas (la Asunción; la Inmaculada Concepción), las lecturas no hablan explícitamente sobre el tema del día, ya que no hay escrituras que hablen directamente sobre él. Hoy escuchamos un salmo real que describe a Dios como un rey “vestido de majestad” y el título mesiánico de “Hijo del Hombre” en la profecía de Daniel. Escuchamos la visión de Apocalipsis que describe a Jesucristo gobernando después de su muerte, lo que solo llama la atención de que durante su vida, Jesús nunca aceptó el título de rey.

Sí, se llamó a sí mismo “Hijo del Hombre”, que tenía asociaciones mesiánicas. Pero esto es lo más cerca que estuvo de llamarse a sí mismo rey, y en realidad no está tan cerca. El Mesías sugirió “rey” a muchos judíos en ese momento. La palabra significa literalmente “ungido”, como lo eran los reyes; pero también fueron ungidos sacerdotes, e incluso ocasionalmente profetas. Más concretamente, Jesús mismo dejó en claro que “rey” no era la forma en que entendía su papel como mesías.

Plutarco y Shakespeare dijeron que muchos estaban impresionados por la humildad mostrada por Julio César al rechazar una corona tres veces. Pero esto es algo estrictamente amateur comparado con la persistencia de Jesús en rechazar los esfuerzos por coronarlo. En el evangelio de hoy, Pilato le pregunta sin rodeos si él es “un rey“, y específicamente, “rey de los judíos”. Jesús da un paso lateral o redirige la pregunta; los lectores del evangelio de Juan se preguntan si el “tú lo dices” de Jesús es un “sí” tácito o simplemente un exasperado, “no tienes idea de lo que soy en realidad, y esa palabra probablemente se acerca más a tu vocabulario, así que seguro, multa.”

En varios puntos de los evangelios, Jesús evade y rechaza repetidamente los esfuerzos por convertirlo en rey; y, sin embargo, es precisamente el cargo de pretender ser rey lo que se utiliza para que sea condenado por un delito capital. Es una de las mayores ironías en la historia de la Iglesia que el título que Jesús evitó enérgicamente en vida, y que se convirtió en el instrumento de su muerte, se le fijó póstumamente y se perpetuó en esta fiesta.

Y por eso propongo que nosotros, como católicos LGBTQ, nos identifiquemos con este epítome contraintuitivo de ironía, debido a la ironía de nuestro estatus dentro de la iglesia. Dudo que tenga que convencer a alguien de que, a pesar de que el Papa Francisco avanza en la dirección correcta, gran parte de la Iglesia todavía apenas tolera (si es que eso) nuestra presencia. Casi todas las semanas trae una nueva historia de un maestro en una escuela católica, o un organista parroquial, que fue despedido debido a su condición públicamente gay, ya que ‘no se ajusta a la enseñanza de la Iglesia’. Pero como se ha señalado durante mucho tiempo, elimine todo los empleados homosexuales y no tendrías escuelas católicas; Elimina a todos los músicos alegres, y las iglesias estarían en silencio. Y, por supuesto, ¿cuántos sacerdotes quedarían si todos los homosexuales fueran despedidos?

A principios de este mes, el pastor de una parroquia de Chicago escribió una columna en el National Catholic Reporter declarando rotundamente que su parroquia bien podría haberse derrumbado por la pandemia, si no fuera por los heroicos esfuerzos de sus miembros LGBTQ. Este pastor está afirmando la irónica verdad de que posiblemente la comunidad más despreciada y menospreciada de la Iglesia es quizás su mayor fortaleza y su alma.

El Salvador que siempre se puso del lado de los pobres y oprimidos, que estuvo a punto de ser asesinado en la infancia por un rey, que fue ejecutado por un imperio, es celebrado todos los años como “el Rey”. Cuando imagino a Jesús riéndose de esta divina ironía, no tengo ninguna duda de que estaría encantado si hiciéramos de esta nuestra fiesta religiosa especial.

—Michaelangelo Allocca, 21 de noviembre de 2021

Fuente New Ways Ministry

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“Testigos de la Verdad”. Jesucristo, Rey del universo – B (Juan 18,32-37)

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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55_34_TO_B_1480687El juicio tiene lugar en el palacio donde reside el prefecto romano cuando acude a Jerusalén. Acaba de amanecer. Pilato ocupa la sede desde la que dicta sus sentencias. Jesús comparece maniatado, como un delincuente. Allí están, frente a frente, el representante del imperio más poderoso y el profeta del reino de Dios.

A Pilato le resulta increíble que aquel hombre intente desafiar a Roma: «Con que, ¿tú eres rey?». Jesús es muy claro: «Mi reino no es de este mundo». No pertenece a ningún sistema injusto de este mundo. No pretende ocupar ningún trono. No busca poder ni riqueza.

Pero no le oculta la verdad: «Soy rey». Ha venido a este mundo a introducir verdad. Si su reino fuera de este mundo tendría «guardias» que lucharían por él con armas. Pero sus seguidores no son «legionarios», sino «discípulos» que escuchan su mensaje y se dedican a poner verdad, justicia y amor en el mundo.

El reino de Jesús no es el de Pilato. El prefecto vive para extraer las riquezas de los pueblos y conducirlas a Roma. Jesús vive «para ser testigo de la verdad». Su vida es todo un desafío: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz». Pilato no es de la verdad. No escucha la voz de Jesús. Dentro de unas horas intentará apagarla para siempre.

El seguidor de Jesús no es «guardián» de la verdad, sino «testigo». Su quehacer no es disputar, combatir y derrotar a los adversarios, sino vivir la verdad del evangelio y comunicar la experiencia de Jesús, que está cambiando su vida.

El cristiano tampoco es «propietario» de la verdad, sino testigo. No impone su doctrina, no controla la fe de los demás, no pretende tener razón en todo. Vive convirtiéndose a Jesús, contagia la atracción que siente por él, ayuda a mirar hacia el evangelio, pone en todas partes la verdad de Jesús. La Iglesia atraerá a la gente cuando vean que nuestro rostro se parece al de Jesús, y que nuestra vida recuerda a la suya.

José Antonio Pagola

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“Tú lo dices: soy rey.” Domingo 21 de noviembre de 2021. Domingo 34 del tiempo ordinario. Fiesta de Cristo Rey

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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61-ordinarioB34 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 7, 13-14: Su dominio es eterno y no pasa.
Salmo responsorial: 92: El Señor reina, vestido de majestad.
Apocalipsis 1, 5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
Juan 18, 33b-37: Tú lo dices: soy rey.

Problemática pastoral concreta de la festividad de Cristo Rey

Vamos a comenzar removiendo obstáculos, porque hay problemas respecto a los posibles significados de esta fiesta. Veamos algunos:

a) El origen de esta fiesta y su contexto original. Esta fiesta fue establecida en un contexto anterior al Vaticano II, en 1925, por Pío XI, y con un espíritu muy cercano al de cristiandad, cuando el Vaticano expresaba claramente su deseo de que el cristianismo fuera la religión oficial, la religión de los Estados cristianos. Al confesar a Cristo como Rey universal se quería con ello vehicular el deseo de que también la Iglesia fuese testigo y participante ya aquí en la tierra de esa realeza: una realeza de Cristo reconocida, redundaba inevitablemente en una Iglesia respetada, favorecida por el Estado, con alto estatus en la sociedad, fuerte y organizada, que aunque no podía ya revestirse de poder político temporal, al menos podía participar de él por una relación estrecha y armoniosa con los poderes sociales. Durante mucho tiempo, el título de “Cristo Rey”, el “reinado social del Corazón de Jesús”… incluyeron esos aspectos de autoencumbramiento de la Iglesia, olvidando que la práctica de Jesús de Nazaret fue muy distinta, incluso totalmente contraria.

b) El concepto de Reino-monárquico. El Reino no es hoy día la forma más frecuente de organización sociopolítica. La mayor parte de los países son repúblicas, de diferentes rostros, y los reinos que persisten, ya no lo son en su forma clásica, sino en adaptaciones a la cultura política actual (por ejemplo las monarquías “parlamentarias”) que, al superarla, niegan en el fondo la esencia misma de lo que era un “reino”.

Aun siendo conscientes de la limitación inevitable que todo lenguaje teológico tiene por su misma naturaleza analógica, figurada, simbólica, apofática… cada vez más se viene insistiendo en que la palabra “reino” no sería la más adecuada para expresar la utopía bíblico-mesiánica del Reino de Dios, porque en esta altura de la historia la palabra «Reino» ya no expresa una forma de organización sociopolítica deseable para los humanos. Cada vez se evidencia más la dificultad de hablar de Dios (y de Cristo) como “rey”, y de su proyecto escatológico como un “reino”. ¿Estamos seguros de que un reino, una monarquía, podría ser una analogía del “Reino de Dios” realizado? La realización del reino de Dios, ¿no exigiría la superación de muchos aspectos de lo que es una monarquía, un “reino”? Acaso una comunidad, ¿puede ser comparada con un «reino», con una «monarquía»? ¿Y una familia?

Pablo Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD” para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el Reino mismo, el significado), de las limitaciones del significante (una palabra no completamente adecuada).

Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del Proyecto, de la Utopía de Dios… que hacemos nuestra: queremos «construir la Democracia de Dios, cósmica, pluralista, inclusiva, y por eso, amorosa, encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas, etnias, sentidos…».

c) Connotación de género en la palabra “Reino”.

Es útil saber que en el ámbito de la teología feminista angloparlante se rechaza también la expresión (God’s Kingdom), a causa de su machismo larvado (kingdom alude directamente a king, no a queen…). En castellano no tenemos ese problema en esta expresión, pero el saber que existe en otras lenguas invita a prevenirlo en su uso consciente.

Los grandes temas de la fiesta de hoy y de la semana

Hay varios grandes temas que podrían servir para orientar la reflexión de la homilía o la reflexión del círculo bíblico o la comunidad cristiana en torno a los textos de este domingo. Habrá que elegir entre ellos. Aquí sólo los apuntamos:

a) El Reino de Dios, como contenido del mensaje de Jesús. Jesús nunca se proclamó Rey: nada más lejos de Él. Lo que Jesús hizo fue ponerse al servicio total del Reino, de forma que éste fue el centro mismo de su predicación y de su vida, la Causa por la que dio la vida. Importa pues hacer honor a la identidad verdadera de Jesús: Él no fue rey, ni lo quiso ser nunca, por mucho que algunos cristianos crean que llamándolo así lo honran… La intención puede ser buena, pero el título que de hecho se le atribuye no podría ser de su agrado.

Jesús habló del Reino, fue su servidor y su mensajero, pero sus seguidores se olvidaron del Reino. y lo constituyeron a él como el Reino mismo, como el Rey… El mensaje fue sustituido por el mensajero. Jesús nos indicaba el Reino, como la Causa por la que estaba apasionado y por la que dio su vida, y un buen grupo de seguidores se olvidaron de esa causa, y se enamoraron de Jesús. Es preciso volver a Jesús, y su Causa…

Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de esta fiesta, que da una «descripción» muy plástica de su contenido. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia… es Paz… es Gracia… es amor, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor». Bien glosada, y debidamente justificada esa perspectiva teológica, puede ser un buen guión para la homilía. Y no debería faltar ese canto en la celebración de hoy.

b) La relación entre cristocentrismo y reinocentrismo. Una cierta interpretación de esta fiesta –muy común por lo demás en el cristianismo en general– propicia un cristocentrismo exagerado, absoluto, que no hace justicia a la verdad de la revelación, al mensaje real de Jesús, a lo que Jesús realmente dijo, no a lo que después dijeron que había dicho. Importa pues pastoralmente discernir una «correcta jerarquía de valores», que la teología de la liberación fue la primera que dio en llamar “reinocentrismo”, con tal fuerza de persuasión, que no hay teología ni espiritualidad honesta que se puedan resistir.

c) El mesianismo de Jesús. La aclamación o la espera de Jesús como Rey se dio en el contexto del mesianismo: se esperaba un liberador. Hoy la postración es tal que ni siquiera se espera nada, pudiendo hacer de la aclamación de Jesús como Rey algo bien alejado de lo que el mesías supuso realmente para los que lo esperaron.

d) La dimensión escatológica: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el “juicio final”… El final del año litúrgico nos hace tematizar en nuestra reflexión el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Pero ya en un contexto mental diferente, en el que sabemos que nuestra aventura humana no es la razón del cosmos, que el mundo no acabará el día que Dios decida acabar el ciclo de la humanidad y pasar a la vida eterna, y que no se trata de que estemos aquí para una prueba que se verificará en el día del juicio final, tras lo cual iríamos al cielo o al infierno… Leer más…

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21.11.21.Domingo de Cristo Rey. Pilato le preguntó: ¿Eres el rey de los judíos? Jesús respondió: Para eso he nacido y he venido al mundo; para ser testigo de la verdad (Jn 18, 33-37).

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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0BE201FB-A8FF-480B-9374-20D457608119Del blog de Xabier Pikaza:

El texto es algo más complejo, pero esas son sus palabras centrales: El Reino de Dios consiste en decir/hacer la verdad. No se trata de expresar una verdad que ya existía fuera, en un tipo de cielo independiente de la tierra, sino de hacerse (ser-vivir) en verdad.

1) Muchos pensaron (y siguen pensando) que Jesús debería ser como David, Alejando, César o Napoleón: conquistador guerrero, creador de dinastía eterna de reyes triunfadores. Pero se equivocaban. Ni esos fueron reyes de verdad, ni Jesús fue rey por armas o dinero, sino por ser testigo de la verdad y así le mataron, pero fue y sigue siendo rey verdadero.

2) Así le presenta el evangelio de Juan como Cristo-rey ante Pilato, representante del César Augusto de Roma. Fue y sigue siendo Rey en el sentido más alto, en un mundo como el nuestro (año 2021) donde (en nombre de Dios, de la paz, del orden mundial, del capital o del progreso) se siguen inventando e imponiendo reinos de muerte, imposición y mentira. Un día como hoy se sigue crucificando  a muchos hombres y mujeres simplemente porque son testigos de la verdad, como Jesús.  

Juan 18, 33b-37

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús le contestó: “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?” Pilato replicó: “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?” Jesús le contestó:

“Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.” Pilato le dijo: “Conque, ¿tú eres rey?” Jesús le contestó: “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

Interpretación básica: soy rey. para eso he nacido y para eso he venido: para dar testimonio de la verdad ( jn 18, 37)

 Juan Bautista de Jerusalén había sido profeta del juicio de Dios, y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después un mundo distinto, para un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par), el Reino de Dios. Augusto o Tiberio de Roma era entonces Rex, gran Basileus por imponer su dominio militar (imperium) sobre todo el mundo conocido.

 Jesús, en cambio, no anunció un como Bautista, ni conquistó un imperio con legiones como Augusto, sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).

La respuesta del Bautista era más fácil: Dios había fracasado con el mundo y debía destruirlo, para crear después uno distinto (con hombres limpios, ya purificados). La respuesta de César Augusto era más visible: Las legiones de su imperio se extendían por todos los caminos como testimonio de un imperio mundial, llamado a extenderse sobre el orbe de la tierra.

Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar y anunciar la verdad (ser verdadero) ese un mundo que parecía condenado, para crear de esa manera el Reino de Dios que es la Verdad, desde los pobres y excluidos.

            De esa forma, en un mundo como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, dentro de un imperio obsesionado por perfeccionar su máquina militar, Jesús vino a presentarse como un hombre de Dios, había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciando de esa forma la llegada de un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios, comunicándose entre sí, por amor y salud, en la la Verdad.

 Ciertamente, habló de la llegada del Reino, pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, de establecimiento de la vedad por el amor. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad Dios y en la fraternidad entre los hombres.

No sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino (ni qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios.

No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

 En esa línea debemos superar un gran malentendido, propio de aquellos que creen que el Reino de Dios vendría de repente, a través de algún tipo de estallido espectacular, como la descarga de un rayo que brilla en el horizonte y sacude la tierra de repente (cf. Mt 24, 27), sin que los hombres puedan hacer nada para impedirlo. Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como relámpago que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios.

Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más profundo y duradero: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dios, siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.

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Domingo 34. Ciclo B. Fiesta de Cristo Rey

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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J026_PantocratorDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Como la Iglesia siempre va por sus caminos, el próximo domingo termina el año litúrgico, con más de un mes de anticipación al año civil. Los domingos posteriores los dedicaremos a preparar la Navidad (tiempo de Adviento) y a celebrarla. Pero ahora nos toca cerrar el año, y la Iglesia lo hace con la fiesta de Cristo Rey.

Motivo y sentido de la fiesta

No se trata de una fiesta muy antigua, la instituyó Pío XI en 1925. Por eso, cuando se buscan imágenes de Cristo Rey en Internet, aparece una serie de estampitas horribles, de pésimo gusto, en las que siempre lleva una corona en la cabeza. En cambio, el arte románico y el gótico, cuando representan a Jesús en majestad lo hacen como Maestro, con la mano derecha levantada en señal de enseñar, no como Rey.

            ¿Por qué quiso Pío XI subrayar este aspecto? Para comprenderlo hay que recordar la fecha de la institución de la fiesta: 1925. La Primera Guerra Mundial ha terminado hace siete años. Alemania, Francia, Italia, Rusia, Inglaterra, Austria, incluso los Estados Unidos, han tenido millones de muertos. La crisis económica y social posterior fue tan dura que provocó la caída del zar y la instauración del régimen comunista en Rusia en 1917; la aparición del fascismo en Italia, con la marcha sobre Roma de Mussolini en 1922, y la del nazismo, con el Putsch de Hitler en 1923. Mientras en los Estados Unidos se vive una época de euforia económica, que llevará a la catástrofe de 1929, en Europa la situación de paro, hambre y tensiones sociales es terrible.

            Ante esta situación, Pío XI no hace un simple análisis socio-político-económico. Se remonta a un nivel más alto, y piensa que la causa de todos los males, de la guerra y de todo lo que siguió, fue el “haber alejado a Cristo y su ley de la propia vida, de la familia y de la sociedad”; y que “no podría haber esperanza de paz duradera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de Cristo Salvador”. Por eso, piensa que lo mejor que él puede hacer como Pontífice para renovar y reforzar la paz es “restaurar el Reino de Nuestro Señor”. Las palabras entre comillas las he tomado del comienzo de la encíclica Quas primas, con la que instituye la fiesta.

            La posible objeción es evidente: ¿se pueden resolver tantos problemas con la simple instauración de una fiesta en honor de Cristo Rey?, ¿conseguirá una fiesta cambiar los corazones de la gente? Los noventa años que han pasado desde entonces demuestran que no.

            Por eso, en 1970 se cambió el sentido de la fiesta. Pío XI la había colocado en el mes de octubre, el domingo anterior a Todos los Santos. En 1970 fue trasladada al último domingo del año litúrgico, como culminación de lo que se ha venido recordando a propósito de la persona y el mensaje de Jesús.

            Ahora, la celebración no pretende primariamente restaurar ni reforzar la paz entre las naciones sino felicitar a Cristo por su triunfo. Como si después de su vida de esfuerzo y dedicación a los demás hasta la muerte le concedieran el mayor premio.

Las lecturas

            La primera lectura, de Daniel, anuncia el triunfo del Hijo del Hombre, que recibe el poder y la gloria.

Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás.

            La segunda, del Apocalipsis, llama a Jesús “Príncipe de los reyes de la tierra”. Pero no se considera por encima de nosotros ni lejos de nosotros. “Nos ama y nos ha lavado con su sangre”, y nos hace compartir su dignidad convirtiéndonos en un “reino de sacerdotes”. Tras la desaparición de la monarquía judía, esta expresión significaba que el pueblo estaría regido por sacerdotes. El Apocalipsis lo enfoca de manera distinta: no exalta el poder de los sacerdotes, sino el carácter sacerdotal del pueblo de Dios.

Y de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos. Amén. Mirad, que viene acompañado de nubes; todo ojo le verá, hasta los que le traspasaron, y por él harán duelo todas las razas de la tierra. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso.

            La tercera, del evangelio de Juan, ofrece una visión más crítica de la realeza. Es un auténtico interrogatorio, en el que Pilato formula cuatro preguntas; pero Jesús no es un acusado que se limita a responder. A la primera pregunta responde con otra pregunta casi insultante para un prefecto romano. A la segunda, “¿Qué has hecho?”, tampoco responde. Se remonta a la pregunta inicial de Pilato sobre si es el rey de los judíos, y se expresa de forma tan desconcertante, hablando de “un reino que no es de aquí”, que a Pilato no le quedan las ideas claras. Su pregunta final no es “¿Eres tú el rey de los judíos”, sino “¿Luego tú eres rey?”. La dimensión nacionalista desaparece; lo importante es la realeza misma de Jesús. Después de lo anterior, lo lógico sería que Jesús se limitase a responder: “Sí, soy rey”. En cambio, añade algo absolutamente nuevo: no ha venido a gobernar, ni a recibir honor y gloria, sino a dar testimonio de la verdad. Si recordamos que él es “el camino, la verdad y la vida”, Jesús ha venido a dar testimonio de sí mismo, a darse a conocer, a demostrar a la gente que “tanto amó Dios al mundo, que le dio a su hijo unigénito”. Un testimonio por el que lo acusarán de blasfemo y que, entre otros motivos, le costará la vida.

Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” Respondió Jesús: “¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?”  Pilato respondió: “¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” Respondió Jesús: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.” Entonces Pilato le dijo: “¿Luego tú eres Rey?” Respondió Jesús: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

Reflexión personal

 Generalmente esperamos de la homilía que nos ilumine y nos anime a ser mejores, a vivir de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Y esto es esencial si tenemos en cuenta las últimas palabras del evangelio: “Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Pero la fiesta de Cristo Rey nos invita también a felicitar, dar la enhorabuena a quien tanto ha hecho por nosotros.

Al mismo tiempo, el sentido primitivo de la fiesta encaja perfectamente con la situación que vivimos hoy de problemas sociales, políticos y económicos. No podemos ser ingenuos en las soluciones, pero tampoco podemos negarle la razón a Pío XI: si el mundo viviese de acuerdo con el evangelio, otro gallo nos cantaría.

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Jesucristo Rey del Universo. Último Domingo del Tiempo Ordinario. 21 de Noviembre de 2021

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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“Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.”

(Jn 18, 33-37)

Jesús es Rey. Hoy celebramos precisamente eso: Jesucristo Rey del Universo. Pero hay que reconocer que después de tantos reyes (¡y de tantos tiranos!) la imagen de rey no nos cae simpática. Tampoco los gobernantes nos ofrecen una imagen en la que apoyarnos.

Vivimos un cambio de época en el que las instituciones y los organismos de poder se encuentran en crisis, algo que sucede en la historia con una rítmica periodicidad.

El poder tiende a convertir a todos en lo mismo. Da exactamente igual si uno llega al poder por heredar un apellido o por aclamación popular, una vez en el poder se sucumbe al propio bienestar y al de los más cercanos. Pasa con los grandes poderes y pasa con los pequeños.

Tal vez por eso Jesús se apartó siempre del poder. Cuando las multitudes quieren proclamarlo rey él se aparta. Él había venido para servir. Parece que el único antídoto contra la tiranía es precisamente el servicio al estilo de Jesús.

Pero no nos engañemos, el servicio es desagradable. Ponerse a los pies de los demás facilita el ser pisoteado. Y también se corre el peligro de caer en el servilismo que denigra.

El camino que recorre Jesús es estrecho y poco claro. Caminar tras sus huellas es decidirse a dejarse confrontar continuamente.

El mismo Jesús se pasa medio evangelio “retirándose a orar”. Jesús se hizo ser humano y pasó por las mismas dudas y las mismas tentaciones que pasamos todas las personas.

Su reinado estaba al servicio de la verdad. Y la verdad suele ser siempre más amplia. Nuestros puntos de vista, nuestra claridad meridiana suelen palidecer cuando se descubre la verdad. La verdad no se deja poseer por una sola persona. Al contrario, se reparte. Todas tenemos algo de verdad. El problema es creer que esa pequeña verdad que tenemos es la verdad completa. Ese es el principio de la tiranía y del fanatismo.

Oración

¡Que venga tu reino, Trinidad Santa! Ábrenos la mente para que podamos reconocer que Tu Verdad es siempre más amplia de lo que alcanzamos a ver.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Tú has nacido para ser rey.

Domingo, 21 de noviembre de 2021
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corona-hombre-6DOMINGO 34º (B) CRISTO REY

Jn 18,33-37

Es muy importante que tengamos una pequeña idea del momento y del motivo por el que se instituyó esta fiesta. Fue Pío XI en 1925, cuando la Iglesia estaba perdiendo su poder y su prestigio acosada por la modernidad. Con esta fiesta se intentó recuperar el terreno perdido ante un mundo secular, laicista y descreído. En la encíclica se dan las razones para instituir la fiesta: “recuperar el reinado de Cristo y de su Iglesia”. Para un Papa de aquella época, era inaceptable que las naciones hicieran sus leyes al margen de la Iglesia.

Ha sido para mí una gran alegría y esperanza el descubrir en una homilía sobre esta fiesta del papa Francisco, una visión mucho más de acuerdo con el evangelio. Pío XI habla de recuperar el poder de Cristo y de su Iglesia. El papa Francisco habla, una y otra vez, de Jesús y su Iglesia poniéndose al servicio de los más desfavorecidos. No se trata de un cambio de lenguaje sino de la superación de la idea de poder en el que la Iglesia ha vivido durante tantos siglos. El cambio debía ser aceptado y promovido por todos los cristianos.

El contexto del evangelio, que hemos leído, es el proceso ante Pilato, a continuación de las negaciones de Pedro, donde queda claro que Pedro ni fue rey de sí mismo ni fue sincero. Es muy poco probable que el diálogo sea histórico, pero nos está transmitiendo lo que una comunidad muy avanzada de finales del s. I pensaba sobre Jesús. Dos breves frases puestas en boca de Jesús nos pueden dar la pauta de reflexión: “mi Reino no es de este mundo” y “yo para eso he venido, para ser testigo de la verdad”.

¿Qué significa un Reino que no es de este mundo? Se trata de una expresión que no podemos “comprender” porque todos los conceptos que podemos utilizar son de este mundo. ¿En qué estamos pensando los cristianos cuando, después de estas palabras, nombramos a Cristo rey, no solo del mundo sino del universo? Con el evangelio en la mano es muy difícil justificar el poder absoluto que la Iglesia ha ejercido durante siglos.

Tal vez encontremos una pista en la otra frase: “he venido para ser testigo de la verdad”. Pero solo si no entendemos la verdad como verdad lógica (adecuación de una formulación racional a la realidad) sino entendiéndola como verdad ontológica, es decir, como la adecuación de un ser a lo que debe ser según su naturaleza. Jesús siendo auténtico, siendo verdad, es verdadero Rey. Pero lo que le pide su verdadero ser (Dios) es ponerse al servicio de todo aquel que le necesite, no imponer nada a los demás.

No se trata de morir por defender una doctrina. Se trata de morir por el hombre. Se trata de dar testimonio de lo que es el hombre en su verdadera realidad. El Hijo de hombre (único título que Jesús se aplica a sí mismo), nos da la clave para entender lo que pensaba de sí mismo. Se considera el hombre auténtico, el modelo de hombre, el hombre acabado, el hombre verdad. Su intención es que todos lleguen a identificarse con él. Jesús es la referencia para el que quiera manifestar la verdadera calidad humana.

Pilato saca afuera a Jesús, después de ser azotado, y dice a la multitud: Este es el hombre”. Jesús no solo es el modelo de hombre y exige a sus seguidores que respondan al modelo que vean en él. Jesús dice soy rey, no dice soy el rey. Indicando así que todo el que se identifique con él será también rey. Esa es la meta que Dios quiere para todos los seres humanos. Rey de poder solo puede haber uno. Reyes servidores debemos ser todos. No se trata de que un hombre reine sobre otro, sino de un Reino donde todos se sientan reyes.

Cuando los hebreos (nómadas) entran en contacto con la gente que vivía en ciudades, descubren las ventajas de aquella estructura social y piden a Dios un rey. Los profetas lo interpretaron como una traición (el único rey de Israel es Dios). El rey era el que cuidaba de una ciudad o un pequeño grupo de pueblos. Era responsable del orden; les defendía de los enemigos, se preocupaba de los alimentos, impartía justicia… El Mesías esperado siempre respondió a esta dinámica. Los seguidores de Jesús no aceptaron un cambio tan radical.

Solo en este contexto podemos entender la predicación de Jesús sobre el Reino de Dios. Sin embargo el contenido que él le da es más profundo. En tiempo de Jesús, el futuro Reino de Dios se entendía como una victoria del pueblo judío sobre los gentiles y una victoria de los buenos sobre los malos. Jesús predica un Reino de Dios del que nadie va a quedar excluido. El Reino que Jesús anuncia no tiene nada que ver con las expectativas de los judíos de la época. Por desgracia tampoco tiene nada que ver con las expectativas de los cristianos hoy.

Jesús, en el desierto, percibió el poder como una tentación: “Te daré todo el poder de estos reinos y su gloria”. En Jn, después de la multiplicación de los panes, la multitud quiere proclamarle rey, pero él se escapa a la montaña, él solo. Toda la predicación de Jesús gira entorno al “Reino”; pero no se trata de un reino suyo, sino de Dios. Jesús nunca se propuso como objeto de su predicación. Es un error confundir el Reino de Dios con el reino de Jesús. Mayor disparate es querer identificarlo con la Iglesia, que es lo que pretendió la fiesta.

La característica fundamental del Reino predicado por Jesús es que ya está aquí, aunque no se identifica con las realidades mundanas. No hay que esperar a un tiempo escatológico, sino que ha comenzado ya. “No se dirá, está aquí o está allá, porque mirad: el reino de Dios está entre vosotros”. No se trata de preparar un reino para Dios, se trata de un reino que es Dios. Cuando decimos “reina la paz”, no estamos diciendo que la paz tenga un reino. Se trata de hacer presente a Dios entre nosotros, siendo lo que tenemos que ser.

Cualquier connotación que el título tenga con el poder tergiversa el mensaje de Jesús. Una corona de oro en la cabeza y un cetro de brillantes en las manos, son mucho más denigrantes que la corona de espinas. Si no nos damos cuenta de esto, es que estamos proyectando sobre Jesús nuestros propios anhelos de poder. Ni el “Dios todopoderoso” ni el “Cristo del Gran Poder” tienen absolutamente nada que ver con el evangelio.

Jesús nos dijo: el que quiera ser primero, sea el último y el que quiera ser grande, sea el servidor. Ese afán de identificar a Jesús con el poder y la gloria es una manera de justificar nuestro afán de poder. Nuestro yo, sostenido por la razón, no ve más futuro que potenciarse al máximo. Como no nos gusta lo que dice Jesús, tratamos por todos los medios de hacerle decir lo que a nosotros nos interesa. Eso es lo que siempre hemos hecho con la Escritura.

Meditación

Jesús está hablando de la autenticidad de su ser.
Falso es todo aquello que aparenta ser lo que no es.
Ser Verdad es ser lo que somos, sin falsearlo.
El objetivo de tu vida es descubrir tu verdadero ser
y manifestarlo en todo momento.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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