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¿Por qué algunos gays se han pasado a la ultraderecha?

Sábado, 18 de marzo de 2017
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bb30buoigaae3ozEl avance de la ultraderecha y la xenofobia en Occidente se está produciendo mediante la búsqueda de nuevos votantes.

El pasado 11 de junio Barack Obama pronunció un discurso que tuvo algo de visionario. Trazó un paralelismo claro entre racismo y homofobia, al asegurar que «no puedes, por un lado, quejarte cuando alguien te lo hace a ti, y luego hacérselo a los demás. Tiene que haber cierta consistencia en tu forma de pensar sobre estos temas».

Dos días más tarde, un estadounidense de origen afgano mataba a 50 personas en un club gay de Orlando. El que estaba llamado a ser el sucesor de Obama no tuvo problema en defender la hipótesis contraria. Donald Trump se apresuró a alertar sobre la entrada de radicales «que esclavizan a mujeres y asesinan a gays» al tiempo que acusó a las comunidades musulmanas de EEUU de proteger a los responsables.

Las dos ideas, la que defiende Obama y equipara discriminación sin atender el motivo que la origina, y la de Trump, que se vale del miedo de unos para discriminar a otros, representan dos formas de entender la política. La primera sigue teniendo más predicamento entre el votante LGBT. La segunda está aumentando a niveles alarmantes.

El primer político europeo en combinar con éxito tolerancia gay e intolerancia racial fue Pim Fortuyn. El fundador del partido ultraderechista neerlandés era abiertamente homosexual y aún más abiertamente xenófobo. Fue asesinado a tiros en 2002.

En su ensayo Contra la islamización de nuestra cultura, apuntaba que el islam atenta contra los derechos de las mujeres y contra minorías sociales como el colectivo LGTB. Este era y es el factor clave, potenciado por acontecimientos recientes como los asaltos sexuales masivos en la estación de tren de Colonia o la citada masacre de Orlando, que se ha convertido en la encarnación de un fantasma que la extrema derecha lleva tiempo agitando.

Estos acontecimientos han causado el efecto esperado. Según los últimos sondeos, el Frente Nacional (FN) de Marine Le Pen tiene el apoyo de un 25% de los homosexuales de la ciudad de París, un porcentaje que baja al 16% cuando hablamos de heterosexuales. Abriendo el abanico al resto de Francia, dos tercios de las parejas casadas homosexuales podrían optar por el FN, un partido que hace unos años, cuando el padre de la actual presidenta estaba al frente, describía la homosexualidad como una «anomalía biológica y social». Pero ¿a qué se debe este viraje?

En su libro Pourquoi les gays sont passés à droite (Por qué los gays se han pasado a la derecha, 2012), Didier Lestrade, fundador de la revista Têtu, critica el estilo de vida gay contemporáneo por superficial, consumista y estático, características que asocia a los movimientos políticos conservadores.

«El racismo siempre ha existido», reconoce Lestrade, «pero actualmente la extrema derecha abre sus brazos a los gays para defenderlos de los negros y los árabes. Hace falta denunciar esto, porque es contrario a la agenda LGTB, contrario al ideal gay, contrario a todo lo que nos ha hecho felices y orgullosos de ser homosexuales», predica el escritor. Pero más allá de estereotipos sociales, el vuelco del voto LGTB tiene nombres y apellidos.

Julien Odoul es la cara (y el cuerpo) de la nueva ultraderecha francesa. En la portada de la revista de temática gay Têtu (irónicamente, la revista de Lestrade) aparecía luciendo unos potentes brazos, unos sugerentes pectorales y una mirada acero azul que haría temblar al mismísimo Zoolander. Años después, Odoul se presenta encorbatado, repeinado y siempre cerca de su valedora, Marine Le Pen.

Odoul comparte pasado con su compañero de partido, Bruno Clavier, que se fotografía con la misma soltura dando abrazos a otros hombres ligeros de ropa o a Le Pen, esta vez más cubierto y más casto. Son los guiños más evidentes del partido a los jóvenes gays. Pero hay otros, menos mediáticos, más relevantes, como Sebastian Chenu, fundador del colectivo LGTB GayLib y actual consejero de política cultural de Le Pen, o el número dos del partido, Florian Philippot, a quienes muchos acusan de haber instaurado un lobby homosexual alrededor de la líder.

El ejemplo más inesperado lo encontramos en Austria. Jörg Haider nunca pensó en mezclar homosexualidad y xenofobia. Al menos no de forma pública. El líder del racista BZÖ falleció en un accidente de coche en 2008, pero la auténtica tragedia vino después, cuando se supo que conducía ebrio tras abandonar un club de ambiente. La cosa tomó tintes de melodrama cuando Stefan Petzner, su sucesor en el cargo, reconoció en una entrevista que ambos eran más que amigos. Fue destituido pero la semilla quedó ahí, cambiando el ideal de líder heterosexual y xenófobo.

Hoy en día alguien como Haider no tendría que esconder su sexualidad. A nadie le llamaría la atención especialmente. En lugares como Rusia y Alemania proliferan las organizaciones neonazis gays. Las webs de los supremacistas blancos estadounidenses venden banderas confederadas junto a banderas del arcoíris. El movimiento trasciende lo político y empieza a calar en la sociedad civil.

A pesar de todos estos casos, Pablo Simón, politólogo y autor en Politikon, descarta catalogar el fenómeno como global. Pone como ejemplo organizaciones como la Liga Norte italiana o el Amanecer Dorado de Grecia. «Estos partidos se mantienen xenófobos y anti-LGTB, porque esa postura entronca con la historia de sus países», reflexiona. «En Italia, donde hay una tradición religiosa muy fuerte, se mantiene la homofobia. También está el ejemplo de Polonia, otro país enormemente católico y conservador que tuvo el ejemplo de los hermanos Kaczyński, que incluso iniciaron una cruzada contra los Teletubbies por incitar a la homosexualidad. En Europa del este existe un miedo a la decadencia de Occidente. Igual que en otros lados ven el islam como algo nuevo, ellos ven la homosexualidad como una tradición importada».

Todos estos países se mantienen al margen de una tendencia que se da sobre todo en estados donde ha habido mucha inmigración y una integración difícil. En España este tema se encuentra en un término medio. Simón no entra a valorar demasiado a VOX, el partido que más a la derecha se sitúa en el panorama político español. Según el politólogo se encuentra «fuera de cualquier coordenada parlamentaria», aunque concede que «no crea mensajes específicos para este colectivo al tener una base católica».

Catolicismo y racismo parecen ser los dos ingredientes que hacen bascular a la extrema derecha europea hacia una u otra posición. Owen Jones no ve gran diferencia en el resultado final. Jones es columnista del diario The Guardian, homosexual y una de las voces más respetadas de la izquierda europea.

En una de sus últimas columnas alertaba sobre cómo «los movimientos de extrema derecha están marchando sobre el mundo occidental, tratando de apropiarse de la campaña de los derechos homosexuales para su propio beneficio». «Los musulmanes», decía Jones, «son reflejados como una amenaza existencial hacia las personas gays, y hay muchos que sólo mencionan los derechos LGTB para atacar a los inmigrantes o a los musulmanes como si fueran un todo».

El periodista relaciona en su origen la homofobia y el racismo, como ya hiciera Obama, y ve en ambos sentimientos la imposibilidad de empatizar con el diferente. También considera que ambos acabarán yendo de la mano. Para aquellos que piensen de forma diferente recuerda un dato: desde que se impuso el Brexit gracias a argumentos eminentemente racistas, los crímenes homófobos han aumentado en Inglaterra un 147%.

Fuente  Yorokubu, vía SentidoG

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El ascenso de la extrema derecha en Europa, en clave LGTB

Martes, 3 de junio de 2014
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Europa-en-crisis-300x199En España han supuesto un severo castigo al bipartidismo y la irrupción con gran fuerza de una nueva izquierda ajena a la política tradicional. A nivel global, sin embargo, las elecciones europeas arrojan un preocupante ascenso de la extrema derecha y de los partidos ultranacionalistas en buena parte del continente. El triunfo del Frente Nacional en Francia es el resultado más llamativo, pero no el único. La homofobia más o menos encubierta es parte inherente del discurso de estas formaciones, aunque no de forma uniforme. Un caso llamativo es el de UKIP en el Reino Unido, un partido capaz de llevar al Parlamento Europeo a un representante abiertamente gay pero contrario al matrimonio igualitario.

Los resultados de las elecciones europeas, conocidos en la noche del 25 de mayo, significaron un terremoto político en toda la Unión. Lo más significativo en el conjunto del continente han sido los importantes resultados de las formaciones de extrema derecha, ultranacionalistas o “euroescépticas”. Han ganado en Reino Unido, Francia y Dinamarca y han tenido resultados reseñables en Alemania (donde por primera vez ha sido elegido un eurodiputado neonazi) o Austria, aunque también es cierto que han retrocedido en otros países, como Holanda y Bélgica.

Si algo tienen en común estas formaciones, además de un discurso fuertemente nacionalista y contrario a la inmigración, es su homofobia. Cierto es que su éxito electoral se basa más en su retórica “euroescéptica”, crecida al calor de la crisis económica, pero ello no evita que su ascenso resulte especialmente preocupante para las personas LGTB. Y ello a pesar de que muchas de estas formaciones se esfuerzan en matizar su homofobia.

Especialmente llamativo resulta en este sentido el caso de UKIP, un partido en el que caben desde las declaraciones de Paul Forrest, candidato local por Liverpool, que afirmó en Facebook que los “homosexuales tienen diez veces más probabilidades que los hombres normales de ser abusadores de niños” hasta las de Gerard Batten, europarlamentario por Londres, que declaró que “nunca he conocido a un miembro gay del UKIP que quiera casarse” al mismo tiempo que aseguraba que “tenemos a muchas personas gays en el UKIP”. Batten intentaba conciliar en su discurso la oposición al matrimonio igualitario con la supuesta defensa de las uniones civiles, insistiendo que los derechos relativos a herencia o decisión en caso de accidente ya quedan cubiertos por estas. Forrest, por cierto, no fue elegido concejal de Liverpool, pero Batten si revalidó su escaño en el Parlamento Europeo.

Entre los nuevos eurodiputados de UKIP hay incluso uno abiertamente gay, que sin embargo se manifiesta contrario al matrimonio igualitario. Se trata del escocés David Coburn, con pareja desde hace 30 años y para quien el “matrimonio gay” es un “neo-derecho (neo-right) creado por activistas” pues para él “no hay diferencia con las uniones civiles”. Otro caso significativo es el de Dave Small, recién elegido concejal de UKIP en Redditch, que afirmó en Facebook que los “mariquitas y las bolleras” eran unos “pervertidos”. También consignó en Facebook un ofensivo “que les jodan a los maricas”. Dave Small ha sido por ello expulsado del partido de forma fulminante.

A estos ejemplos debe añadirse otro más antiguo, el de Nikki Sinclaire, eurodiputada del UKIP que luego fue expulsada por no aceptar la incorporación en el Parlamento Europeo al grupo EFD (“Europa de la Libertad y la Democracia”). Sinclaire era ya conocida como mujer lesbiana y posteriormente hizo público también que era una mujer transexual.

Homofobia, xenofobia y ultranacionalismo. Una relación compleja

El esfuerzo de UKIP por hacer compatible la presencia en su seno de personas homosexuales con un discurso extremista no es del todo nuevo. El ejemplo más destacado fue en su momento el de Pim Fortuyn. Líder de una lista de ultraderecha en los Países Bajos y asesinado en mayo de 2002, Fortuyn era abiertamente gay e hizo precisamente del miedo a la homofobia parte de su discurso xenófobo. Asimismo, y a pesar de su clara oposición al matrimonio igualitario, hay quien ha visto signos de cierta vacilación en el Frente Nacional. Aunque el partido apoyó las manifestaciones contrarias a su aprobación, lo hizo con menos energía de la esperable, y desde luego con menos entusiasmo que la derecha tradicional. A ello hay que sumar que hace pocos meses los medios de comunicación divulgaban la homosexualidad de dos de sus dirigentes, Steeve Briois (secretario general del partido) y Bruno Bilde. Steeve Briois es de hecho una figura en alza: ya siendo pública su homosexualidad (que él ni ha desmentido ni ha confirmado) fue elegido alcalde de Hénin-Beaumont en las pasadas elecciones municipales y en estas elecciones europeas ha sido elegido eurodiputado.

Este panorama obliga a una lectura matizada en clave LGTB. Por una parte, la homofobia ha dejado -al menos de momento- de ser un elemento central del discurso de estos partidos. Algunos justifican incluso sus posiciones contra otras minorías (como la musulmana) utilizando la homofobia de estas como un argumento más. Es más, hay quien incluso ha acusado a una parte del colectivo LGTB de defender posturas nacionalistas o incluso racistas, refiriéndose a “la manera en que los derechos de las mujeres o de los homosexuales pueden ser puestos de relieve desde una perspectiva xenófoba, no sólo por parte de partidos políticos sino también dentro de los mismos movimientos LGBT, que se ven cada vez más integrados en los proyectos nacionalistas en Occidente”. Se asociaría la homofobia con inmigración, con un discurso que se ha calificado de “homonacionalismo”.

Es fácil acusar a estos partidos de homófobos: en buena parte lo son, aunque de forma más o menos matizada. Pero una parte del colectivo LGTB no se ve libre de xenofobia, y algunos denuncian una cierta utilización a manos de oscuros intereses. En definitiva, lo que estos movimientos políticos en Europa suponen de cara a la realidad LGTB es más complejo de lo que pueda parecer.

Fuente Dosmanzanas

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